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Historiadores y cronistas de las misiones

Julio Tobar Donoso (ed. lit.)



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ArribaAbajoLos historiadores y cronistas de misiones

Como hemos observado en otros estudios, la cédula de 1574 dio a la Audiencia de Quito doble distrito: el actual, cuyos límites se señalaron expresamente; y el virtual o potencial, que se extendía a todo lo que se descubriese «hacia la parte de los pueblos de la Canela y Quijos». Esta característica de nuestra Audiencia, este distintivo respecto de las entidades similares, fue a no dudarlo galardón por las conquistas realizadas y augurio, a la par, de nuevos avances y progresos en el áspero camino del descubrimiento y de la atracción espiritual de las tribus que moraban en la región oriental del país.

Estimulados con tan valiosa como ardua recompensa, los misioneros de la Presidencia de Quito lanzáronse a una empresa que merece el calificativo de épica, no sólo por la inmensa extensión del campo patriótico y apostólico que se abría a sus estupendos   —18→   afanes, sino por la falta de medios materiales, por la índole crudelísima de los salvajes y el número de lenguas que hablaban, y por las dificultades materiales y estorbos morales que paralizaban a cada instante la cruenta y heroica labor de quienes se consagraban a arrancar de los brazos del error y de la barbarie a las innumerables almas que poblaban las diversas provincias de la vasta llanura amazónica.

Cuatro fueron las grandes Congregaciones misioneras que trabajaron constante e infatigablemente en la parte oriental de la Presidencia de Quito: La Merced, Santo Domingo, San Francisco y la Compañía de Jesús.

Los mercedarios se establecieron, poco después de la erección de la Audiencia, en el territorio de Jaén; y en el siglo XVIII tomaron a su cargo la evangelización de los bárbaros del Putumayo, para lo cual se transformó en Colegio de Misiones la Recoleta de esta Capital. Varios religiosos dieron allí su vida en holocausto de amor a la Presidencia y a su Fe. Pero no obstante referirse a otro ámbito, hemos juzgado conveniente comenzar la selección de documentos por uno, muy corto, relativo a la conquista de los Mainas por don Diego Vaca de Vega en 1619, y escrito por uno de los eclesiásticos que le acompañaron en su celebérrima expedición: el P. fray Francisco Ponce de León, religioso mercedario que a la audacia de su carácter unía la nobleza de la sangre. Este documento fue ya publicado por don Marcos Jiménez de la Espada en el tomo cuarto de las Relaciones Geográficas, y no es muy conocido, por lo cual creemos útil volverlo a dar a luz como testimonio de esa admirable entereza que los religiosos aportaban a las hazañas de la Madre Patria en el orden cívico-religioso, orden íntimamente estructurado, en el que era imposible precisar cuál de los dos grandes ideales les urgía con mayor eficacia en cada momento y les llevaba a confundirse con los descubridores en sus incomparables proezas.

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La gloria de haber iniciado de modo sistemático la acción misionera en el Oriente del territorio de la Audiencia de Quito pertenece, sin duda, a los religiosos de la Orden de Predicadores. El P. fray Francisco de San Miguel acompañó al capitán Hernando de Benavente en la pacificación de Macas; luego los dominicos fundaron convento en Zamora y evangelizaron en esa misión; y no contentos con esto se establecieron (1576) en Baeza, ciudad que tomó por escudo de armas, en pago de su celo, una imagen de Nuestra Señora del Rosario. Más tarde se asentaron en Canelos, misión que tuvo en la época colonial períodos de gran esplendor, simbolizados en nombres eximios como los de los PP. Sebastián Rosero, Mariano de los Reyes y Santiago Riofrío. Por desgracia no tuvo la misión un cronista de valer que relatara los progresos de la empresa y avalorara acertadamente los sacrificios de sus actores.

Hemos creído hacer obra patriótica al presentar en esta compilación el famoso Memorial del P. fray Ignacio de Quesada, dirigido al Rey, donde, entre otros títulos para la fundación del Colegio de la Orden, presenta la obra misionera que había sostenido en Canelos. Constituye, sin duda, uno de los documentos capitales para la historia de nuestra cultura.

Los franciscanos estuvieron asimismo presentes en cuantas obras se acometían para dilatar las lindes de la Audiencia y del Reino de Cristo; y tuvieron, por feliz contraste, la fortuna de contar con plumas que no sólo aquilataron debidamente el valor de sus iniciativas, sino que divulgaron su fama en España y América.

Dos grandes cronistas han narrado de modo particular y minucioso los descubrimientos y trabajos de los hijos del Seráfico Pobrecillo en el Oriente quiteño: fray Laureano Montesdeoca de la Cruz y fray José Maldonado. Célebre es la relación que el primero de aquellos religiosos (nativo de Quito, según conjetura   —20 →   el P. Compte) escribió con el título de Nuevo Descubrimiento del Río de las Amazonas Hecho por los Misioneros de la Provincia de San Francisco de Quito el Año 1651, en que refieren con linderos y arrabales las sucesivas entradas que un grupo de frailes de su instituto hizo a partir del año 1632, y, sobre todo, el estupendo viaje que dos legos, los HH. Brieva y Toledo, realizaron en 1630 por el Napo y Amazonas, llegando el 5 de febrero del siguiente año a la fortaleza de Carupá. Este viaje que, pese a los sarcasmos de varón de tanta erudición como Marcos Jiménez de la Espada, merece por todo concepto el dictado de raro y maravilloso, fue causa de que se diese al Río de las Amazonas el nombre de San Francisco de Quito y confirma que no había concluido, sino que, antes bien, se hallaba en pleno apogeo, el señorío de nuestra capital como entidad descubridora. No estaba, pues, según opina el Dr. Ladislao Gil Munilla en su libro Descubrimiento del Marañón1, en crisis, por más que hubiesen cambiado las condiciones económicas en que se verificó el primer descubrimiento del fabuloso río. Las grandes hazañas de España en esos siglos no fueron índice y resultado de poderío, material, sino de superación espiritual y religiosa.

La relación del P. Laureano de la Cruz ha sido publicada muchas veces (la primera lo fue por el P. Marcelino de Civeza en 1879) y ha merecido atentos estudios, como el ya mencionado de Gil Munilla. Entre nosotros la editó como Vol. VII no ha muchos años, en 1942, el Dr. Raúl Reyes y Reyes en su meritísima Biblioteca Amazónica. No era, pues, indispensable que se la incluyese en esta selección. En cambio es menos conocida, no obstante que compone el Vol. V, de la misma Biblioteca, la Relación del Descubrimiento del Río de las Amazonas, Llamado Marañón, Hecho por Medio de los Religiosos de la Provincia de Quito, escrita por un docto franciscano, el P. fray José Vilamor Maldonado, que tuvo, entre otros oficios de importancia, el de Comisario General de la Orden franciscana en todas las Indias. Refiérese el benemérito   —21→   historiógrafo a la segunda expedición de los hijos de San Francisco a lo largo del Amazonas, en 1650. En esta vez, Laureano de la Cruz no fue ya mero cronista, sino héroe de la epopeya.

El P. Maldonado, aparte de sus dotes de historiador, tuvo las de escritor místico y mariano. Compuso en latín una obra en defensa de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, otra acerca de la autoridad y, en fin, El más Escondido Retiro del Alma, que apareció en las prensas de Zaragoza en 1649.

Habríamos debido incluir algún fragmento de la célebre Crónica de la Religiosísima Provincia de los Doce Apóstoles que escribió en 1651, en Lima, el P. fray Diego de Córdova y Salinas, alabado justamente como el más veraz y prolijo de los analistas de la religión seráfica en su época; mas acaba de reproducir esta obra -que se había hecho primor de bibliotecas- el benemérito P. fray Lino Gómez Canedo O. F. M., en Estados Unidos. Tan reciente y bella edición nos dispensa de hacerlo.

Los franciscanos, alentados por el glorioso éxito de las sucesivas aventuras de los HH. Brieva y Toledo y de las del P. Laureano de la Cruz con su compañero el H. Francisco González, prosiguieron afanosa e intrépidamente la obra misionera en el Putumayo, obra en que alcanzaron la palma del martirio varios religiosos en los años de 1695 y 1721. Acerca de ella existe un documento de trascendencia que vio la luz hace ya muchos años entre las piezas acopiadas por el acucioso defensor de nuestros antiguos claustros, fray Francisco M. Compte, para su obra Varones Ilustres de la Orden Seráfica en el Ecuador; es el informe escrito en 1739 por fray Bartolomé Ochoa de Alácano, religioso español que presidió por dos ocasiones (1725 y 1735) la Provincia Seráfica de Quito y demostró encendido celo por la labor misionera en el ámbito de la Presidencia. Como lo hizo notar el meritísimo investigador y cronista don José Rumazo2   —22→   el informe de Alácano tiene en la compulsa de Compte muchas incorrecciones, razón por la cual lo reeditó en el Boletín de la Academia Nacional de Historia en 1941 otro paciente buscador de documentos, don Carlos A. Vivanco. Este texto es el que nos ha servido para la selección que ahora hacemos. Dicho informe, que lleva certificado de autenticidad conferido por el Secretario de Provincia, fray Martín Huydobro de Montalván, refleja fielmente el estado de las misiones franciscanas del Putumayo en el año indicado. Posteriormente se hicieron extraordinarios esfuerzos para el reflorecimiento de la misión, en particular por el dulce y ascético P. fray Fernando de Jesús Larrea, que alcanzó la erección del Convento de Pomasqui en Colegio de Misiones. Expulsados los jesuitas y deshechas las esperanzas de que atendieran la misión de Mainas sacerdotes seculares, los franciscanos la tomaron a su cargo; pero no lograron restablecerlas. La crisis era definitiva, no sólo para las misiones sino para la influencia de Quito como núcleo vital de colonización y civilización hispánicas.

Nadie ignora que la famosa hazaña de los HH. Brieva y Toledo suscitó el celo del Gobernador de Pará, quien quiso repetirla en sentido inverso: remontando el gran río y llegando hasta el corazón del descubrimiento, la ciudad de Quito. La Audiencia, a su vez, comprendió la necesidad de impedir que se asentase precedente alguno que pudiera invocar más tarde Portugal; y dispuso que acompañase en su regreso al capitán mayor Texeira una comisión de Jesuitas. Quito, como símbolo del carácter de su misión, contraponía a las empresas militares las religiosas.

La iniciativa de la Audiencia fue, antes que medio eficaz para la conjuración del peligro que corría nuestro derecho, paso acertadísimo para el conocimiento del Gran Río y oportunidad para adquirir nuevas noticias de las inmensas comarcas bañadas por él. Los dos jesuitas que acompañaron a Texeira, PP. Cristóbal   —23→   de Acuña y Andrés de Artieda, correspondieron a las responsabilidades que la Presidencia puso sobre sus hombros y emprendieron el viaje, pasando luego a España para dar cuenta al Rey de todo lo que habían notado en el decurso de su penosa travesía por el Marañón, travesía que duró diez meses.

Habría sido acaso conveniente que en esta selección se incorporase la relación que compuso el P. Acuña y que llamó Nuevo Descubrimiento del Gran Río del Amazonas; pero el extenso relato, se endereza únicamente a referir una labor que puede reputarse como militar y jurídica, mas no propiamente religiosa. Cuando más se la podría considerar pre-misionera, porque su designio secreto fue conseguir el envío de religiosos que acometiesen la ardua labor de conquistar para Cristo la Región Amazónica. Además el Nuevo Descubrimiento ha merecido, como la relación del P. Laureano de la Cruz, la honra de ser editada varias veces.

La documentación sobre las misiones de la Compañía es extraordinariamente abundante; y la única dificultad estriba en su selección. Hemos creído conveniente iniciar la parte correspondiente a las misiones de Mainas con un fragmento de las Noticias Auténticas del Famoso Río Marañón relativo al origen y nombres del mismo río. Era preciso anteponer este fragmento, para hacer como si dijéramos la composición de lugar, esto es para situar lo que viene después en su correspondiente marco geográfico. Nada se puede añadir a los preciosos datos que don Marcos Jiménez de la Espada consignó en su Advertencia, con el fin de evidenciar que el autor de dichas Noticias fue el P. Pablo Maroni, datos que posteriormente confirmaron los PP. Lorenzo López Sanvicente y José Eugenio Uriarte. En efecto nada -y menos la forma- hay que dé margen para suponer que las escribiese el P. Miguel Bastida, jesuita español que por la misma época misionaba en Mainas.

El P. Maroni había nacido en Friul, Italia, el 1.º de noviembre de 1695 e ingresó en 1712 a la Compañía,   —24→   en la cual hizo su profesión de cuatro votos el 16 de abril de 1730. Su vida, extraordinariamente fecunda y variada, decurrió no sólo en Quito y en las misiones de Mainas sino en Panamá y en las misiones de Darién. Su libro constituye documento de primer orden para la historia de una de las obras apostólicas más sangrientas y difíciles que tuvieron a su cargo los jesuitas en América Hispana.

Las relaciones del P. Maldonado y del P. Alácano dejan la convicción de que el redescubrimiento del Río de Las Amazonas fue debido a los audaces legos franciscanos, cuyas «locuras» originaron una y otra vez recorridos íntegros, a cual más celebrado y difícil, de dicha arteria fluvial, si así cabe empequeñecer ese océano interior. Para reivindicar tal gloria en favor de su instituto y poner de resalto el derecho consiguiente escribió su Relación Apologética el P. Rodrigo de Barnuevo, Provincial del Nuevo Reino y Quito en el período de 1645-50, quien ensalza la obra que realizaron, en silencioso sacrificio, los primeros apóstoles jesuitas, comenzando por el P. Rafael Ferrer, quien rindió su vida a manos de los salvajes, en las propias selvas donde había difundido la luz del Evangelio. De esa Relación se infiere esta conclusión: si cabía discutir que el Amazonas fue Río de San Francisco o de San Ignacio, merecía en todo caso el cognomento ilustre de Río de Quito, porque esta ciudad fue la promotora de los sucesivos triunfos con que la patria extendió sus lindes, la fe inició o consolidó sus conquistas y la ciencia dio sus tímidos vagidos en un campo fértil en toda suerte de hazañas.

A riesgo de romper el orden cronológico, hemos reproducido de seguida un fragmento contenido en la Relación de las Misiones de la Compañía de Jesús en el País de los Mainas, del P. Francisco de Figueroa, protomártir de las mismas misiones. Dicha Relación, publicada en Madrid en 1904 como primer tomo de la Colección de Libros y Documentos referentes a la Historia de América que editó la Librería General de   —25→   Victoriano Suárez, fue calificada por el severo Jiménez de la Espada como el «documento jesuítico más ingenuo, más veraz y trascendental de los que a la misión se refieren». Propiamente la Relación es un informe que el P. Figueroa, Superior de las Misiones, pasó al Provincial, P. Hernando Cavero, en 1661.

No es menester consignar aquí, porque se los conoce sobradamente, prolijos datos acerca de aquel admirable misionero que, estando de profesor del Colegio de Cuenca, abandonó sus tranquilas tareas para dedicarse a la más ardua de las que podían solicitar la intrepidez de un apóstol. El P. Figueroa vio la luz primera en Popayán hacia el año de 1610 y entró a la Compañía en Quito el 7 de junio de 1630. Apenas ordenado fue a Cuenca, donde aprendió la lengua del Inca, como medio de pasar luego a la misión de Mainas, fundada hacía cuatro años por los PP. Gaspar Cugia y Lucas de la Cueva. En veinticuatro años de labor heroica no hizo sino prepararse para recibir el laurel de la inmortalidad y la palma del martirio. De la obra del P. Maroni hemos tomado también un fragmento relativo a la gloriosa muerte de aquel hazañoso misionero, luz y esplendor de la Presidencia de Quito.

Si no tuvo la suerte de morir como Figueroa a manos de los salvajes, pereció ahogado en el mismo trágico quinquenio de 1660-65 (6 de noviembre de 1662), en la ardua busca de un camino, otro varón audaz y denodado, sacrificio hecho carne, el P. Raimundo de Santa Cruz, ibarreño, que había conducido triunfalmente a Quito, como corona de sus inmolaciones en la peligrosa región de los Cocamas, a un grupo de estos bárbaros, a quienes la ciudad aclamó regocijada y venturosa, como simiente de flamígera cruzada apostólica.

La relación de la entrada de los Cocamas en Quito se debe a la pluma del P. Manuel Rodríguez, Procurador General de las Provincias de Indias en la Corte de Madrid. Ese jesuita caleño, nacido en 1628, había entrado en la Compañía de Jesús el 8 de abril de   —26→   1647. Murió en Quito, según los datos que consigna el docto historiador de las letras colombianas Dr. Antonio Gómez Restrepo, el 9 de octubre de 1684.

El fragmento de Rodríguez pertenece a la obra, valiosa en sí, pero célebre sobre todo por sus vicisitudes, intitulada «El Marañón y Amazonas, Historia de los Descubrimientos, entradas y reducción de naciones, trabajos malogrados de algunos conquistadores, y dichosos de otros, así temporales como espirituales, en las dilatadas montañas y mayores ríos de América, escrita...». El libro apareció en las prensas de Madrid en 1684 y a poco fue puesto en el Índice. Muchas conjeturas se han hecho acerca de los motivos de esta prohibición (10 de diciembre de 1697), no sin que se sospechara injustamente que hubiese de por medio vengancillas de frailes, por haber Rodríguez, en otro libro, censurado a los dominicanos de Santa Fe. Mas la verdad es diversa y la enuncia el P. Francisco José González S. I. en carta al mismo Gómez Restrepo: «Poco antes de aparecer había salido un decreto de la Propaganda en que se mandaba que todos los libros sobre misiones fueran primero aprobados en Roma. España no se preocupaba mucho de estos decretos, y en el Índice español no figura el libro, que tiene todas las aprobaciones necesarias; pero aquí lo pescaron, y hasta la fecha. El P. Fernández Zapico ha redactado un memorial para pedir que lo quiten del Índice con ocasión de una nueva edición...»3.

Tuvo a honra el que esto escribe conseguir de la Santa Sede, por medio del Excmo. Nuncio Apostólico en el Ecuador Monseñor Efrem Forni, que se excluyera la obra del Índice, a fin de poderla publicar en la edición que entonces preparaba la Biblioteca Amazónica.

No se debió, pues, la exclusión del Índice a la labor del Ministro de Colombia ante la Santa Sede, como   —27→   creyó el P. Bayle y lo dice en la Introducción al tomo II del Diario del P. Uriarte. Pero el libro, según observa Gómez Restrepo, tenía mala suerte. La Biblioteca dejó de aparecer y hasta ahora El Marañón espera su rescate del olvido. Es indudable que, pese a errores cronológicos, tiene méritos literarios, entre los cuales el primero es la concisión. ¡Raro privilegio entre los cronistas de entonces el de no perderse en detalles superfluos, que amenguan el vigor y nervio de la relación!

En la pléyade de los más célebres misioneros de la Presidencia de Quito, a la par de Figueroa y Santa Cruz, de los Majanos y Luceros, que vieron la luz en estas mismas tierras, figuraron ante todo dos jesuitas alemanes, portaestandartes de las cualidades de su raza en la conquista espiritual de Mainas: Fritz y Richter. Con sobrada razón Vicente Sierra, en su interesantísima obra Los Jesuitas Germanos en la Conquista Espiritual de Hispano América, habla de una epopeya de Fritz. ¿Qué otro término habría para calificarla? No podía faltar el primero en esta selección, toda vez que, a par de misionero y cartógrafo, fue escritor y hasta improvisado jurista en defensa de los derechos de la Presidencia frente al Portugal y a sus perniciosos métodos de explotación de esas regiones edénicas.

Nacido en Trautenau en 1656, entró a la Compañía el 27 de octubre de 1673 y once años más tarde llegó a Quito. Como dice Vicente Sierra, en la indicada obra4, trabajó Fritz durante cuarenta y dos años en las misiones de Mainas, de las que fue en su época invicto personero y símbolo excelso de la cruzada misionera de la Presidencia, a cuyo servicio, que era el de Cristo, no escatimó fatiga alguna.

Natural era, pues, incluir en la selección el Diario de Fritz, sin embargo de haberse editado muchas veces. Lo trae Maroni, así como la carta dirigida al P. procurador Diego Francisco Altamirano acerca de su   —28→   viaje forzado al Pará, en la que pide su redención. Esclavitud y muy grande era, sin duda, para el estupendo misionero, tener que recibir el pan de aquellos a quienes consideraba como depredadores del derecho de la Presidencia de Quito.

Ya hemos dicho que la Misión de Mainas fue grandiosa; y en La Iglesia Modeladora de la Nacionalidad demostramos el porqué. Basta agregar aquí que entre los argumentos que robustecen mi aserción está el de la dificultad de los viajes. Acerca de este punto no queremos aducir sino un testimonio, relativamente tardío, esto es correspondiente a época en que las molestias y peligros, a fuerza de sobrellevarlos, habían, si no perdido su trágica secuela de horrores, amenguado ciertamente su rigor. Recuérdense las inauditas peripecias que tuvieron en el Pongo los célebres jesuitas Adán Widmann y Javier Heller, a ambos de los cuales puede aplicarse el dictado de hombre-pez, dado al segundo por el P. Bayle. Ese testimonio es la entrada que el P. Maroni hizo en 1737 desde Quito hasta Santiago en la Laguna, centro de las misiones. Se halla, como los otros fragmentos de aquel célebre misionero, en las Noticias Auténticas.

La Misión de Mainas fue no sólo vasta en extensión y duración, sino sumamente cruenta. A dos historiadores hemos recurrido para la narración de los grandes holocaustos que dieron glorioso término al fecundo apostolado de hombres tan diversos en nacionalidad, carácter y actividad, como los PP. Pedro Suárez (cartagenero de Indias), Agustín Hurtado (panameño), Nicolás Durango (napolitano), Enrique Richter (alemán), Francisco del Real (genovés), José Sánchez Casado (español), etc. La narración de sus sacrificios es, sin duda, uno de los capítulos de mayor honra para la misión, insigne por la santidad y el heroísmo inmaculados. Hemos tomado diversos fragmentos, unos del P. Maroni, en su obra ya citada, y otros del P. José Chantre y Herrera, autor de la conocida Historia de las Misiones de la Compañía de   —29→   Jesús en el Marañón Español, editada por vez primera en Madrid el año de 1901, que es, sin disputa, la obra más completa del género, porque abarca íntegramente el período de 1637 a 1767, que duraron las referidas empresas jesuíticas dentro del ámbito de la Presidencia de Quito. Diola a la luz un jesuita ecuatoriano, ya olvidado, el P. Aurelio Elías Mera, quien observó justamente que el P. Chantre, aunque no vino a las misiones, se sirvió de las minuciosas noticias que le dieron en Italia los jesuitas expulsos de ellas y, especialmente, los PP. Martín Iriarte y Manuel Uriarte.

El P. Chantre y Herrera era de Villabrájima, de la provincia de Palencia en España, donde había nacido en 1738. Entrado a la Compañía de Jesús en 1755, profesaba en Salamanca la cátedra de metafísica cuando ocurrió la expulsión y tuvo que trasladarse a Piacenza, donde enseñó brillantemente teología, pues tenía agudo ingenio y abundancia de saber. Allí murió en 1801.

También pertenecen al P. Chantre los trozos consagrados a la relación de las muertes de los PP. Santa Cruz y Francisco Bazterrica que perecieron ahogados en los ríos orientales, si navegables por el caudal de sus aguas, llenos de peligros por los materiales que arrastran desde las alturas. El P. Bazterrica nacido en España en 1719, ingresó a la Compañía en 1738; y cuando frisaba apenas con los 35 años encontró la muerte en San Regis en 1754. Se aseveró entonces que su ahogamiento fue obra de un crimen o de la desidia, vecina al delito, de los salvajes.

Ciérrase la selección con largo fragmento de un libro aún insuficientemente conocido y apreciado, el Diario de un Misionero de Mainas, o sea el P. Manuel J. Uriarte, Diario que publicó con eruditísimas introducciones, en dos tomos, el ilustre y llorado P. Constantino Bayle S. I. (Ediciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, año de 1952).

Con amor de hermano escribió este gran americanista su breve biografía del P. Uriarte, nacido en el   —30→   pueblo de Zurbano, entonces de la diócesis de Calahorra, el 14 de setiembre de 1720, e ingresado a la Milicia Ignaciana el 3 de diciembre de 1737. En Quito recibió el sacerdocio en 1747; comenzó luego a enseñar en el Colegio Máximo y en Latacunga, preparándose al mismo tiempo para la realización de su ensueño, que eran las lejanas misiones de Mainas, a donde logró pasar en 1750, pero para no salir sino al destierro. Allí estuvo a punto de dar su vida por Cristo. Falló en parte el hacha del verdugo y pudo salvar penosamente, gracias a la caridad de sus hermanos. Desde entonces, como escribe el P. Recio, en su Compendiosa Relación de la Cristiandad de Quito, le veneraron «como a mártir entre los vivos»5. Fue el último de los jesuitas de la Presidencia que hizo sus votos definitivos (1771) antes de la supresión de la Orden, y uno de los más abnegados entre los religiosos europeos que trabajaron en Mainas, sin economizar holocaustos. Su libro no brilla por la limpieza del estilo, ni por el arte en el relato. Es, empero, pintura viviente de la realidad, sin afeites, ni artificios: una casi fotografía, antes de que se la inventase, de aquellas tierras y de la obra excelsa y fecundísima, en que se jugaba el misionero, minuto a minuto, la vida y tenía que ser limpio espejo de Cristo. Como muy bien dice Bayle, al revés de lo que pudiera creerse, el Diario en vez de ser monótono, bulle en calor y vida. Huele a selva y primitivismo. «Estilo llano y casero, sin pujos de pulidez... Mas son lunares retóricos, que tienen el encanto de la ingenuidad, del calor local, de la sencillez nativa con que el anciano misionero, víctima de desastres inauditos, de injusticias como se ven pocas, deja volar su corazón a los bosques y a los neófitos, que de seguro también le recordaban allá en las selvas»6.

Quien anhele conocer a fondo los métodos de que se valieron los grandes misioneros de la Presidencia y las industrias con que atraían el alma de los infieles,   —31→   llevándolos, a través de las cosas temporales, a la iniciación de lo divino, tiene que leer embelesado el Diario de un Misionero de Mainas, que está aún fresco y vivo, a pesar del transcurso de casi dos siglos: testimonio de su perennidad.

El largo fragmento que se toma para la Selección es el más doloroso de aquella historia henchida de amor: se refiere a la expulsión de los jesuitas de Mainas, a quienes no se permitió que ascendieran a Quito para despedirse del núcleo vital de las misiones. La crueldad de los sicarios optó por el recurso más acerbo: el de obligar a los admirables artífices del derecho de la Presidencia a surcar, en peores condiciones que los galeotes, por el río-mar que ellos habían protegido, a la par, contra las incursiones del portugués y contra las asechanzas de los mercaderes de esclavos.

Dos partes tiene ese trozo doliente: la primera se refiere al encuentro de los jesuitas con los clérigos seculares que, sin vocación particular, forzados de una empresa para la cual no estaban preparados, les iban a sustituir; y la segunda, que relata parcialmente las penosas incidencias del viaje, funerario y dantesco, a través del Amazonas. Habría sido preciso transcribirlo in integrum; pero ha faltado espacio. Por fortuna la traslación del fragmento no es sino invitación patriótica a leer todo el Diario, única manera de avalorar, siquiera en mínima parte, la importancia épica del esfuerzo misionero de la Presidencia.

El P. Bayle, que no acostumbraba hacer las cosas a medias, dejó, en la introducción al segundo tomo del Diario, notas casi exhaustivas acerca de la bibliografía jesuítica de Mainas, comenzando por el Nuevo Descubrimiento del P. Acuña hasta, como era natural, el Diario del P. Uriarte. El que desee, pues, conocer a fondo dicha bibliografía tiene que acudir al referido y eruditísimo proemio, deslustrado, por desgracia, con algunas citas equivocadas de nombres y personajes.

Baste decir aquí que dicha bibliografía se puede dividir en dos grandes secciones: la de los escritos de   —32→   los propios misioneros; y la de los historiadores o cronistas que, sin haber pertenecido a las misiones, las estudiaron con solicitud a fin de aquilatar su valía y poner de manifiesto, para edificación de propios y extraños, los sacrificios de la Compañía durante ciento treinta años de labor en el sangriento campo de Mainas.

Los informes y correspondencia de los misioneros, ora respecto de las vicisitudes de sus empresas, ora en cuanto al derecho de la Presidencia de Quito, desconocido o herido por Portugal, son numerosísimos y principian con la famosa carta del P. Hazañero, en que relata la célebre entrada de los PP. Cugia y Cueva, por el Pongo de Manseriche, ya trajinado por heroicos capitanes, pero siempre temeroso y espeluznante.

La mayor parte de las crónicas de misiones, a partir del Informe del P. Figueroa, que está dirigido al P. Hernando Cavero, Provincial que fue por dos períodos, de 1658-61 y 1665-68, están escritas en forma de cartas a los Superiores de la Provincia o de la Misión. Algunas de ellas se incluyeron en las Cartas Anuas de la Compañía, Cartas que no han sido, por desgracia, publicadas en su totalidad y que constituirían juntas un gran monumento a la obra cultural y misionera de la Compañía de Jesús en el Ecuador.

Célebres son entre los informes y cartas los que a continuación se refieren:

Cartas Anuas. Publicó la primera el P. Sebastián de Hazañero, Provincial de 1642-45. Está fechada en Cartagena el 30 de mayo de 1643 y se la editó en Zaragoza en 1645.

Relación Apologética así del antiguo como nuevo descubrimiento del Río de las Amazonas hecho por los religiosos de la Compañía de Jesús de Quito, por el P. Rodrigo Barnuevo, Provincial de 1645-50. Fue publicada, como queda indicado, por don Marcos Jiménez de la Espada en la Parte Segunda de las Noticias Auténticas, págs. 558 y siguientes.

Cartas del P. Lucas de la Cueva. La de 22 de marzo de 1665, escrita al P. Figueroa desde los Avixiras, Maroni 321. Otra de   —33→   24 de mayo del mismo año desde Archidona. Maroni, pág. 341. Una tercera, de 1668, Maroni, 347.

Carta del P. Juan Lorenzo Lucero al P. Gaspar Cugia (primer Superior de las Misiones de 1638 a 1651). 1668, Maroni, pág. 354. Carta como Superior de las Misiones (1669-1688) al mismo P. Cugia, Maroni 307, de 3 de junio de 1681. Id. al Duque de la Palata, Virrey del Perú. 1682, Maroni 623.

Carta del P. Francisco Fernández de Mendoza, de 20 de mayo de 1681, al P. Cugia. Figueroa, pág. 409.

Relación del P. Tomás Santos acerca de la conquista del Tigre, desde principios de junio hasta 31 de julio de 1684. En Maroni, pág. 606.

Diario de la bajada del P. Samuel Fritz, misionero de la Corona de Castilla en el Río Marañón, desde San Joachim de Omaguas hasta la ciudad del Gran Pará, por el año de 1689. Maroni, pág. 434.

Carta del P. Fritz, Superior de las Misiones de 1704-12, al P. Diego Francisco Altamirano, el 16 de diciembre de 1690. Maroni, pág. 661.

Cartas del P. Francisco Vivas, Superior de las Misiones de 1681-1695.

Carta del P. Wenceslao Breyer, de 1.º de noviembre de 1707, acerca de la muerte del P. Lanzamani. Maroni, 357.

Carta del P. Francisco Ruiz, Procurador General de la Provincia al Consejo de Indias, en 1708 (?). En Bayle: Las Misiones defensa de las fronteras. Merinas. Madrid 1951, pág. 62.

Carta del P. Juan Bautista Sanna, de 26 de diciembre de 1707, al P. Fritz, en Bayle, id., págs. 62-68.

Informe del P. Fritz de 23 de marzo de 1722. En Bayle, págs. 76-79.

Informe acerca de los derechos de la Corona de Castilla, enviado en 1721 al Gobernador del Estado del Marañón, Bayle, id., 79 y sgts.

Carta del P. Pablo Maroni al P. Ángel María Manca, en agosto de 1731, Maroni, 514.

Carta del P. Juan Bautista Julián, Superior de las Misiones desde 1729-36, al Presidente de la Real Audiencia de Quito el 12 de enero de 1731. Bayle, págs. 74-76.

Carta del P. Juan Bautista Julián al General Alejandro de Souza Freire, de 8 de setiembre de 1732. Bayle, págs. 68-71.

Carta del P. Carlos Brentan, misionero de los Yameos, al P. Maroni, por setiembre de 1734. Maroni, 530.

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Otra carta del mismo P. Brentan en que se refieren los aumentos de la Misión hasta el año de 1738. Maroni, 537.

Informe de los PP. Andrés de Zárate, Guillermo Letré, Leonardo Deubler, Francisco Reen y Pablo Maroni. 30 de octubre de 1735. Figueroa, pág. 293 y sgts. Lleva el título exacto de Relación de la Misión Apostólica que Tiene a su Cargo la Provincia de Quito..., en que se refiere lo sucedido desde el año de 1725 hasta el año de 1735. El P. Zárate escribió también su Diario, utilísimo para conocer la experiencia misionera de los Superiores que visitaban Mainas (Bayle, introducción al tomo I del Diario del P. Uriarte).

Informe que hace a Su Majestad el P. Andrés de Zárate... Visitador y Provincial que acaba de ser de la Provincia de Quito. Está publicado como segundo apéndice de la Relación del P. Figueroa y tiene fecha de Madrid y 28 de agosto de 1739. Págs. 341-409.

Breve Descripción de la Provincia de Quito, en la América meridional de sus Misiones... de Maynas del P. de la Comp. de Jhs. a las orillas del Gran Río Marañón, hecha para el Mapa que se hizo el año 1740, por el P. Juan Magnin, de dicha Compa., misionero de dichas misiones. (Publicola en 1940 el P. Bayle y la reprodujo la Academia Nacional de Historia del Ecuador, con el Mapa).

Indispensable es que nos refiramos siquiera a grandes rasgos a las obras capitales acerca de las Misiones.

La primera, cronológicamente hablando, es la del P. Manuel Rodríguez, tan criticada por el P. Velasco, pero que, a pesar de equivocaciones de fechas, errores de método y deficiencias en la apreciación de los hechos, merece alabanza. Ya vimos que lleva el año de 1684.

El afán de enmendar los yerros de este libro, mortinato por su colocación en el Índice, dio origen a la obra del padre Juan de Velasco, que se propuso ser compendiosa pero completa y verdadera, por lo cual le fue preciso «un doblado ímprobo trabajo». El insigne jesuita riobambeño la denominó Historia Moderna del Reyno de Quito y Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús del mismo Reyno, obra que fue la primera de las que compuso en el destierro y que permaneció inédita hasta que en 1941 dio a la luz el primer tomo, dentro de la ya nombrada Biblioteca Amazonas, el Dr. Raúl Reyes y Reyes, tomo que   —35→   abraza el período comprendido entre los años de 1550 y 1685. Por desgracia no pudo proseguirse la edición y allí se ha quedado esperando quien termine esta empresa literario-cívico de honra imperecedera y trascendencia indudable para la patria.

Acometió también la ardua empresa de escribir la historia general de las misiones el famoso jesuita alemán P. Adam Widmann, prototipo de perseverancia, que llegó a Mainas en 1731 y allí se estuvo hasta la expulsión. Valetudinario, hizo en medio de acerbas pruebas el viaje a Portugal, donde murió apenas llegado, junto a su coterráneo y compañero el P. Deubler, eximio arquitecto del derecho patrio.

Se ignora hasta ahora si la obra del P. Widmann pudo conservarse, a pesar del «auto de fe», que el acobardado Superior de los jesuitas expulsos ordenó hacer, para librarse de inquisiciones y vejaciones, en el decurso del tétrico viaje. Según las noticias del P. Bayle, entre los papeles que pertenecieron al P. Pastells y que copió en el Archivo de Indias, hay unos Apuntes de las cosas que pasaron en la Misión desde el año 1752 hasta el de 1774. Seguramente son una síntesis, escrita por el mismo P. Widmann, de su monumental obra anterior. Es de desear que se les dé a la luz cuanto antes. El P. Bayle se sirvió de los Apuntes para sus admirables notas al Diario del P. Uriarte.

No corrió distinta suerte la relación que compuso el P. Carlos Brentan, Provincial de Quito durante el período de 1742 a 1747 y que fue celoso misionero de los Yameos en el Mainas. Había nacido en Hungría en 1694 y abrazado la milicia ignaciana en 1714, profesando en 1733 después de haber terminado sus estudios en esta provincia. Designado Procurador de las Misiones partió a Europa; mas la muerte le sorprendió en Génova el 18 de noviembre de 1752, acontecimiento que fue parte para la parcial desaparición de sus manuscritos. El descontentadizo P. Velasco califica la obra de bellísima y completa, aunque difusa.   —36→   Acompañó sus relatos con magníficos dibujos de árboles y plantas, que daban a la obra valor altamente científico. Por fortuna Jiménez de la Espada dio a la luz algún fragmento, aunque pequeño, de los manuscritos; y otra parte del Loyolei Amazonici Prolusiones Historicae se guarda en la Academia de Historia de Madrid.

El P. Brentan no tuvo únicamente mérito como misionero. Fue un gran forjador de hombres, como lo prueba la elevación, desde la oscura condición de criado, casi sin nombre, hasta la de sacerdote y jesuita, del joven quiteño José Bahamonde, que llegó a ser uno de los mayores misioneros de Mainas y el gran civilizador de la región de Iquitos.

El libro del P. Brentan se refería al lapso de 1638 hasta 1738; por consiguiente debió de ser escrito por este último año o poco después. Coincide, pues, con las Noticias Auténticas del Río Marañón y Misión Apostológica de la Compañía de Jesús de la Provincia de Quito que escribió «por los años de 1738» un misionero de la misma Compañía, misionero que, como ya dijimos, es sin duda el P. Maroni, como lo confirman todos los estudios que se han hecho sobre el libro y su autor.

No fueron Widmann y Brentan los únicos jesuitas germanos que escribieron acerca del Marañón y sus misiones. También lo hizo el P. Francisco Javier Weigel, a quien se conoce únicamente por un magnífico mapa, que dibujó en el destierro y que salvó de las pesquisas de los perseguidores de la esclarecida orden a que pertenecía. Algún relato suyo de las misiones ha sido publicado en Alemania (Nuremberg, 1875). Aparte de ese estudio se han editado otros pequeños ensayos de él acerca de las mismas misiones.

El P. Weigel, de nacionalidad austríaca, que fue el penúltimo superior de las misiones (1762-66), había nacido en 1723 e ingresado a la Compañía en 1738. Aquí hizo sus votos definitivos y anciano de   —37→   75 años, después de haber servido de rector e instructor de tercera probación en el Colegio de Judemburg, murió en su misma tierra natal en 1798.

Igualmente escribieron historias de las misiones otros jesuitas renombrados, entre ellos los PP. Plinderdorffer y Albrizzi. El P. Francisco Javier Plinderdorffer era también de Austria, se ordenó en 1726 y abrazó la Compañía de Jesús en 1742. Pasó a América en 1753, hizo sus votos definitivos en 1760 y entró luego a las misiones. Fue intrépido compañero del P. Weigel en sus atrevidas empresas para la restauración de la inmensa misión del P. Richter en el Ucayali. En el curso del viaje de expulsión tuvo que padecer, con el mismo P. Weigel, la reprimenda del malaconsejado Superior, P. Francisco Javier Aguilar, por hablar alemán. Ignórase la fecha de su defunción.

El P. Carlos Albrizzi era un veneciano, nacido en 1733 e ingresado en la Compañía veinte años después. Entró muy joven a la misión donde trabajó abnegadamente, en especial con los Chamicuros.

Hombre de genio vivo, no quiso estar un solo día en su centro misionero, después del anuncio de la expulsión. Para ilustrar su historia, que se proponía publicar en Venecia, consiguió que su compañero de desgracia, el P. Juan del Salto, pintara dibujos de animales y pájaros de la misión.

Otro gran jesuita que se preocupó de ilustrar los anales de la misión fue el P. Enrique Frantzen, de la Germania Superior, que por muchos años tuvo a su cargo el curato de Archidona. Había nacido en Estrasburgo el 10 de marzo de 1699 y abrazado el instituto de San Ignacio en 1722. Tuvo la suerte de morir en la Misión de Andoas en 1767, o sea poco antes de la expulsión, después de haber sido uno de los que, por más largo tiempo, se mantuvo en el mismo campo de apostólica labor. Sus memorias fueron tan detalladas que, incendiado el archivo, no hizo falta alguna. Todo estaba contenido en ellas, acaso con excesiva prolijidad.

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Sin las pretensiones de historia, ni siquiera de crónica, sino de simple Cronología de las Misiones, escribió sus apuntes el P. Leonardo Deubler, antiguo Rector de los colegios de Popayán y Pasto que se escondió en Mainas, a raíz de un incidente que pudo ser parte para que viese la severa cara del Santo Oficio. Arquitecto y dibujante de alta valía, a él se debió el trazo de la fachada de la iglesia de la Compañía, en Quito. Había nacido en 1689, de manera que cuando la expulsión era ya un octogenario. Su viaje a Portugal, a través del Amazonas, no sólo fue continua agonía, sino protesta viviente por la ruina de la labor hercúlea, que, sin gloria humana, había emprendido en el fondo de las selvas amazónicas. Murió en Lisboa el 11 de marzo de 1769. Como lo manifiesta el P. Uriarte en su Diario, la Cronología de Deubler le sirvió poderosamente para su redacción.

El P. Velasco debió de aprovechar, para su Historia Moderna, de todas las obras compuestas por los historiadores que le habían precedido en tan grata como austera tarea que pudo tener a la mano. Su libro, empero, como queda dicho, no se refiere exclusivamente a las Misiones, sino a toda la labor de la Compañía en la Presidencia. Por desgracia, en éste como todos sus escritos, el P. Velasco es siempre el mismo: narrador ágil, pero crédulo, sin la suficiente agudeza para sopesar y avalorar los documentos.

El último historiador y el más notable de las Misiones de Mainas fue el ya citado P. José Chantre y Herrera. Nunca estuvo en parte alguna del amplísimo ámbito misional de la Presidencia de Quito. Él mismo se confiesa extranjero en lo tocante a las cosas de América; pero sin duda se entusiasmó con las relaciones que sus compañeros de destierro le hacían de los progresos y sacrificios de las misiones y decidió narrarlas desde sus orígenes aprovechando el caudal de noticias que en otras obras se encontraban dispersas y llenas de enmiendas y correcciones, por lo cual   —39→   se hacía difícil descubrir la verdad y decirla sin mancilla. Parece indudable que tuvo a la vista el Diario de Uriarte, a que nos hemos referido oportunamente. El P. Chantre comienza con la fundación de Quito, que a su juicio constituyó como «una especie de castillo roquero» contra los infieles, «como la ciudad del sol», de donde debía partir la luz del Evangelio hacia regiones incógnitas.

El P. Chantre y Herrera es, pues, como Rodríguez uno de los pocos historiadores de las misiones que no fue misionero. Profesor de teología en Piacenza, tuvo en la tarde de su vida ambiente propicio a su talento y virtud. Debió de ser hombre de corazón ardiente, a quien consumía el celo de la gloria de Dios y de su destrozada orden. La oración que dedica a San José en el Prólogo de su obra es como el canto del cisne a un florón de gloria inmarcesible, que la furia del jacobinismo desprendió de las sienes de España y de la Presidencia de Quito.





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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoMaestro fray Francisco Ponce de León


ArribaAbajoRelación sumaria de los oficios, cargos y servicios del maestro fray Francisco Ponce de León

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De Relaciones Geográficas de Indias.
Publicadas por el Ministerio de Fomento del Perú.
Madrid 1897. Tomo IV.

«Año de 1618, siendo comendador del convento de la ciudad de Jaén de Bracamoros el Virrey del Perú, Príncipe de Esquilache, le mandó en nombre de S. M. entrase al descubrimiento y conquista de las provincias de Marañón, por la noticia que tenía de ellas y bien quisto que estaba y querido en toda aquella tierra que confina con el Marañón; y su religión, para que en ello merezca, le ordena en obediencia cumpla el mandato de dicho Virrey.

»Año de 1619, levantó a su costa cincuenta soldados españoles y algunos indios amigos, para entrar a las conquistas, descubrimiento y población del Marañón.- Consta por certificaciones.

»Año de 1619, a 21 de setiembre se embarcó y bajó por el peligroso estrecho del paso del Pongo del río Marañón con dichos cincuenta soldados y otros cuarenta que   —46→   por su parte traía consigo el gobernador don Diego Vaca de Vega, y aquel día, en nombre de S. M., tomó posesión de aquella primera provincia de los Maynas, y fue el primer sacerdote que celebró y predicó la ley evangélica en ella y en las demás que descubrió.- Consta de las certificaciones.

»Año de 1619, a 4 de octubre, bajó el río Marañón con veinte soldados españoles y cien indios amigos, y de unas quebradas y de la laguna de Maynana (la de Marcayo o Rimachuma), que tiene 16 leguas en contorno, redujo a la corona real y sacó con sus amonestaciones y buen trato cuatro mil indios guerreros con sus familias, y los pobló cerca de donde se había de fundar la ciudad, en veinte lugares con sus iglesias, y en todas ellas celebró y predicó la ley evangélica.- Consta de las certificaciones.

»Año de 1619, a 8 de diciembre, día de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, fundó la ciudad de San Francisco de Borja, y fue el primer cura, Vicario General y Juez Eclesiástico de aquella nueva ciudad, y ejerció este oficio a los españoles y naturales más de tres años, sin sueldo ni estipendio y sin querer las obenciones (así)7.- Consta por las certificaciones.

»Fue el primero Comisario del Santo Oficio de aquella ciudad y de todas aquellas conquistas y descubrimientos.

»Año de 1619, llegó al Perú por Vicario y General el P. maestro Fr. Francisco de Vilches; y luego le nombró por Vicario Provincial de aquellas nuevas provincias y descubrimientos, con facultad de fundar conventos.- Consta de la patente despachada en Lima en 19 de mayo del dicho año.

»Este año fue nombrado por el obispo de Quito, D. Francisco Santillana por Cura, Vicario y Juez Eclesiástico de la dicho ciudad de San Francisco de Borja y de las conquistas.- Consta del título.

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»Año de 1620, domingo, 22 de marzo, fue cuando como cura de aquella nueva ciudad y conquistas bautizó los primeros indios después de catequizados por dicho religioso, un cacique y señor de gran suerte y valor y de los de más opinión, de aquella tierra, llamado Xamanare y la mujer Marato y un hijo: llamose el cacique don Mateo (por haber sido el día de este santo cuando salió de paz), la mujer María y el hijo Diego; fue día solemnísimo y de gran gusto para todos.- Consta de las informaciones y certificaciones.

»Año de 1620, siendo Provincial de la provincia de Lima el P. maestro Fr. Gaspar de la Torre le nombró por su Vicario Provincial.- Consta de la patente, su fecha en Lima a 3 de julio de dicho año.

»Año de 1621, el dicho P. vicario general maestro Fr. Francisco de Vilches le envió nuevos poderes y comisiones de Comisario General suyo con facultad de llevar los religiosos que quisiera y para que fundase conventos, y que del primero o8 más bien le estuviese le nombrara por Comendador, y que como a tal le nombraba desde luego para el Capítulo Provincial que se había de celebrar en Lima el último día del año de 1622... Consta de la patente despachada en Lima a 19 de noviembre del dicho año.

»Año de 1621, bajó el río Marañón a nuevos descubrimientos con cincuenta españoles y ochocientos indios amigos de los que habían dado la paz en la primera provincia de los Maynes (así) y descubrió con dicha gente los ríos Pastaza, Guariaga (Huallagá), Paititi, Dorado y Paranapura (Cahuapaná), caudalosísimos ríos que entran en el Marañón, y en ellos y dicho Marañón las provincias de los Jeberos, Urariñas (así), Paranapuras, Cocamas, Panipas, Tonchetás, Aguanos, Zerbeteneros (Cerbataneros, por usar cerbatana) y Gente Barbuda, y en todas ellas predicó la ley   —48→   evangélica y tomó posesión en nombre de S. M.- Consta de las informaciones y certificaciones.

»Año de 1621, hasta 20 de mayo, consta lo mucho que trabajó en la doctrina y enseñanza de los indios, y que después de catequizados e instruidos en la fe, con su propia mano bautizó con óleo y crisma dos mil setecientos y cuarenta y cuatro almas.- Por los padrones y libros de bautismo da certificación de ello Francisco de Añasco, escribano, comprobada de otros cuatro escribanos.

»Año de 1621, por junio, se tuvo noticia de que se había ido de los reynos del Perú el Virrey Príncipe de Esquilache y que los iba a gobernar el Marqués de Cuadalcázar, y jueves a 24 de dicho mes, día del glorioso S. Juan Bautista, se embarcó a petición de los vecinos de la nueva ciudad y de los naturales reducidos, para salir a hacer nuevas capitulaciones con el Virrey, y subiendo el Pongo, salto o estrecho del Marañón, se abrió una hoya o remolino y sumergió la canoa en que iba embarcada, y ahogándose algunos indios bogas (que son marineros), milagrosamente, sin saber nadar, salió sobre el plan de la canoa (y) perdió todo lo que tenía y poseía al uso de la religión.- Consta por información.

»Año de 1622, el obispo de Trujillo, D. Carlos Marcelo Corni, le nombró por su Provisor, Gobernador, Vicario General y Juez Eclesiástico con todos sus poderes, gracias y prerrogativas, según como tenía, podía y debía conceder para todos y cualesquier casos y negocios que le pertenecían y podían pertenecer, y para poder nombrar curas y vicarios, quitarles y ponerles en las partes que le pareciese, con amplia jurisdicción en todo.- Consta del título y nombramiento despachado en la ciudad de Trujillo del Perú en 1.º de julio de dicho año.

»Año de 1622, la Inquisición de Lima le nombró por su Comisario del Santo Oficio de la ciudad de San Francisco de Borja y de todo lo fundado y que se fundase, descubierto o que se descubriese de las provincias y conquistas del Marañón.- Consta del título despachado a 9 de octubre.

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»Año de 1622, después de haber padecido muchos trabajos y peligros, y con gasto muy considerable, llegó al Puerto de Paita a aguardar que llegase el Virrey Marqués de Guadalcázar, que venía de Gobernador de la Nueva España.- Consta por información.

»Año de 1622, a 26 de marzo llegó al puerto de Paita dicho Virrey y luego empezó a tratar sus nuevas capitulaciones.- Consta del decreto rubricado del Virrey, y firmado de Francisco de Párraga, Secretario, y de que le mandó a dicho religioso que para que más bien se pudiese tratar de todo le siguiese a Lima.

»Año 1622, a 15 de julio entró dicho Virrey Marqués de Guadalcázar en Lima y tratando de nuevo sus capitulaciones, se mandó dar traslado al fiscal Luis Enríquez, y que con lo que dijese se llevase al Oidor más antiguo don Juan Ximénez de Montalvo. Honrole mucho el Fiscal en la respuesta.- Consta de los decretos y testimonios que originales ha presentado, y de que a 20 de enero del año 1623 respondió dicho Oidor que era justo se le concediese todo lo que pedía dicho religioso, así para los nuevos fundadores, de gracias y mercedes, como para los naturales y para las fundaciones de los conventos de su orden, y que todas las doctrinas se diesen a religiosos de Nuestra Señora de la Merced, y que debía el dicho Virrey pedir a S. M. honrase al dicho religioso.

»Año de 1623, el Virrey del Perú, Marqués de Guadalcázar le nombró por Capellán Mayor del Reyno del Perú y Armada Real, con asistencia cerca de su persona, teniendo noticia de que el enemigo holandés (Jaques Heremite) había entrado a infestar aquellos mares y Reynos por el Estrecho de Magallanes con 16 galeones.- Consta de título despachado en el Callao a 11 de mayo».





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ArribaAbajoFray Ignacio de Quesada


ArribaAbajoMemorial al Rey de España

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(De Varones ilustres de la Orden de Predicadores en la República del Ecuador.
Quito, 1899.)

Señor:

Fr. Ignacio de Quesada, de la Orden de Santo Domino, Maestro en Sagrada Teología. Definidor y Procurador General por la Provincia de Santa Catalina Virgen y Mártir de Quito del Reino del Perú, en las Indias Occidentales para las dos Cortes, Regia y Pontificia:

Humildemente postrado a las reales plantas de Vuestra Majestad, representa, y hace saber cómo en la dicha Provincia de Quito se ha servido Dios Nuestro Señor con su piedad y altísima providencia de descubrir, por medio de los religiosos de mi sagrada Religión, unas dilatadas y espaciosas Provincias de Indios bárbaros gentiles; la primera de ellas nombrada la Provincia de los Canelos; y la segunda, que está poblada con más de 7.000 indios, nombrada la Provincia de los Gayes, a orillas del río Bohono, que corre hacia el Río Grande del Marañón, en cuyas orillas y tierra   —54→   firme, dilatada en más de mil leguas, hasta el Mar del Norte, de montañas altas y cerradas y valles espaciosos, habitan trescientas Provincias, o Naciones de Indios gentiles con distintas lenguas y estilos. Noticia que adquirió mi religión, asegurando con cuidadosa y madura inquisición su verdad, por haberla participado de religiosos de toda autoridad y virtud, que para dicha reducción, entraron con grandísimo trabajo, por ser más de ochenta leguas de camino de montañas ásperas, de altos peñascos y precipicios todo poblado de animales ponzoñosos, culebras, víboras, fieras, tigres y leones; y en el intermedio muchos ríos muy caudalosos, y que todo el camino apenas se puede caminar a pie, como lo hicieron los religiosos con solos unos báculos en las manos, y los escapularios en el cuerpo, por no permitir más decencia, así lo cerrado de la montaña como lo fogoso del temperamento, experimentando a cada paso un riesgo y evidentísimo peligro de la vida, a no asistir Dios Nuestro Señora sus Operarios y Predicadores evangélicos, con los socorros de su divina gracia, cumpliéndose en ellos lo que prometió al Salmista: Super aspidem et basiliscum ambulabis, et conculcabis leonem et draconem.

Mas dieron por bien pasados los trabajos y afanes de su peregrinación, y pasarán muchos más por haber logrado, como lograron, la conversión de esos pobres idólatras a nuestra Fe Católica; la cual recibieron con tanta docilidad y demostraciones de regocijo, que apenas fue propuesta por los religiosos, cuando luego pidieron el agua del Santo Bautismo, y estando dispuestos, como ordenan los Sagrados Cánones, los bautizaron los religiosos, y juntamente los redujeron a que viviesen juntos, y congregados en forma de Pueblo, que no fue poco en esta gente bárbara.

El pueblo se nombra Santa Rosa de Penday, así por haberse encomendado esta nueva reducción y empresa santa, al Patrocinio de la gloriosa Santa Rosa de Santa María, a quien se hicieron repetidas rogativas y novenarios en todos nuestros Conventos y Doctrinas,   —55→   pidiéndole su favor, como porque los dichos indios acabados de salir de su gentilismo, sin más impulso que el Divino y ver diversas estampas de Santos y Santas en manos de los religiosos, escogieron con particularidad milagrosa la de la gloriosa Santa Rosa para Protectora y Patrona de su Pueblo.

Y porque a este tiempo se acabaron los bastimentos que con indecible trabajo habían llevado los religiosos para alimentarse, pasando muchos días con raíces de árboles y maíz, que es el usual alimento de estos Indios, salieron fuera de la montaña dejando primero cuatro Indios capaces, de los cristianos antiguos para que los instruyesen en la Doctrina Cristiana, como lo hicieron; pues, volviendo a entrar segunda vez los religiosos a dichas Provincias, salieron todos los nuevamente convertidos, puestos en coros, con una cruz por delante, con muchas guirnaldas de flores en las cabezas, rezando hasta cuatro leguas de distancia; y abrazándose de los religiosos sin poder resistirse a sus agasajos, los cargaron en hombros hasta la iglesia que dejaron fundada los religiosos, donde hicieron oración todos juntos, y dieron gracias a Nuestro Señor de tan singular beneficio; y todas estas demostraciones fueron de alegría y regocijo, por verse cristianos libertados de la diabólica servidumbre y bárbara idolatría.

Y luego inmediatamente dieron cuenta a los religiosos, cómo los Indios Gayes, que, como dicho es, habitan en la segunda Provincia, y con quienes comunican de amistad éstos de la primera Provincia, pedían entrasen los religiosos a su Provincia, para enseñarles la Ley Evangélica y bautizarlos, siendo como son estos Indios Gayes los más belicosos y caribes de todas estas provincias: para que se conozca la infinita piedad de Dios, lo cual se confirmó; porque luego que entraron los religiosos, salieron de dicha Provincia de los Gayes dos Embajadores, enviados de su Cacique o Rey, pidiendo con instancia entrasen los religiosos a su Reino y Provincia a sembrar la Ley Evangélica, y a bautizarlos.

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En esta ocasión, Señor, me envió mi Prelado y Provincia por Definidor y Procurador General de ella, para que postrado a los reales pies de Vuestra Majestad diese cuenta, como lo hago, del estado en que se halla esta nueva conquista. Y tengo por cierto se habrá hecho en la entrada a la segunda Provincia grande fruto, por haber corrido su disposición por el celo, autoridad y religión del P. maestro Fr. Jerónimo Cevallos, Provincial actual, a quien se debe toda está nueva reducción hasta el estado en que hoy se halla, y que únicamente está entendiendo sólo en esta materia, en ocasión de buscar el descanso de su celda al trabajo de tantos años de Cátedra y Púlpito, que ha ejercitado con sobresalientes créditos en esta Provincia. Y al ejemplar de su celo se han movido, fervorizados y encendidos en el amor de Dios y de las almas, los sujetos más graves de mi Provincia, teniendo por único y principal fin esta nueva reducción, que Dios Nuestro Señor se sirva de continuarla hasta su última consecución para honra y gloria suya y mayor servicio de vuestra Católica y Real Majestad, a quien Dios guarde infinitos años para la protección y propagación de nuestra Santa Fe Católica.

Y aunque Vuestra Majestad sólo atiende a las utilidades espirituales, por dar puntual noticia de estas nuevas tierras, más que por otro motivo, doy cuenta a Vuestra Majestad cómo estas montañas están pobladas de árboles de canela, razón de llamarla Provincia de los Canelos, y de otros árboles que dan resinas preciosas. La tierra es muy rica y abundante de oro, aunque hoy no permiten sacarlo los recién convertidos, porque tienen un abuso supersticioso de sus progenitores gentiles, de que perecerán todos si dejan sacar los tesoros de sus tierras: lo cual se vencerá estableciéndoles bien en nuestra Santa Fe Católica, para que Vuestra Real Majestad tenga más medios para defender la Fe Católica.

Con la noticia de estas riquezas, han querido algunos españoles pretender derecho de encomenderos sobre   —57→   estos Indios, por decir están circunvecinos a las Provincias de los Quijos, de donde son Encomenderos. Y con efecto, entraron a dicha Provincia y los molestaron obligándolos a que apostatasen, y dejando el pueblo se retirasen a las montañas más ocultas; y que costó grandísimo trabajo a los religiosos buscarlos y reducirlos de nuevo.

Mas la Real Audiencia, con el celo y justificación que estila, los alegó a la Real Corona de Vuestra Majestad, dándonos Provisión Real, para que diez años no pagasen tributos, en conformidad de las Cédulas Reales, y para que así se facilitase la reducción de los demás, cuyo instrumento autorizado presentaré ante Vuestra Majestad a su tiempo, pidiendo lo más conveniente para que no se frustre esta Conquista.

Y porque para fin tan santo no falten Operarios, y no se diga: Messis quidem multa, operarii autem pauci, le parece a mi sagrada Religión fundar un Colegio, en que se enseñasen Gramática, Artes, dos Cátedras de Teología Escolástica, una Cátedra de Teología Moral y otra de Escritura: lo cual confirió y trató, así con la Ciudad de Quito, en su Cabildo y Ayuntamiento, como con el Cabildo Eclesiástico, Obispo y Real Audiencia: obligándose mi Religión a dar un Colegio fabricado en unas posesiones que tiene en la Plazuela de Santo Domingo, apreciadas en catorce mil pesos: obligándose juntamente a dar los Catedráticos y Rector para dicho Colegio, para cuyo sustento se obliga la Religión con una hacienda en particular, y con todas las de las Provincias en común, sin que se damnifiquen los demás Conventos, por aplicarles el mismo sustento, que tuvieran los religiosos en dichos Conventos: y que los Colegios seculares en todos los demás Colegios que están fundados en Indias y en el Seminario de San Luis de la Catedral de Quito, son Convictorios que paguen cada año cien pesos para su congrua sustentación.

En cuya atención, y habiendo primero satisféchose de esta materia la Ciudad, la Real Audiencia, Obispo,   —58→   Cabildo Eclesiástico, informan unánimes y conformes es conveniente dicha fundación, y lo suplican a Vuestra Majestad, así por la razón referida, como porque no se sigue perjuicio a la Ciudad: antes sí grandes utilidades, porque en toda esta Provincia no hay más de un Colegio que es el Seminario de San Luis, y ser grande la copia de la juventud que se aplica a las letras, y juntamente porque en toda esta Provincia no se lee la Doctrina del angélico doctor santo Tomás en estudios generales, siendo tan necesaria de saberse para la defensa de la Fe Católica: ni tampoco se damnifican, ni gravan los haberes Reales; pues no se pide a Vuestra Majestad más que la gracia de la licencia, y que fundando dicho Colegio se seguirá a Vuestra Majestad la utilidad de menos gastos en la conducción de Operarios Evangélicos, que tanto cuesta a Vuestra Majestad conducirlos.

Suplica a Vuestra Majestad se sirva de conceder dicha licencia, en atención que es del servicio de Dios, y de Vuestra Majestad, y de lo que la Religión de Santo Domingo ha servido a Vuestra Majestad en estas partes, siendo la primera que predicó la Ley Evangélica y derramó su sangre para propagarla en este Reino del Perú, y que apenas hay Provincia en las partes de la América, que no haya reducido a la Fe Católica mi Religión Sagrada, y que sólo a este fin me ha enviado a los pies de Vuestra Majestad, costeando los gastos en cerca de tres mil leguas de camino con manifiestos peligros de mi vida, y los trabajos que se dejan entender. Y caso que a Vuestra Majestad pareciere no ser suficientes los instrumentos de las rentas para la congrua sustentación, se suplica sea condicional la dicha licencia, porque no se retarde obra tan pía, en que recibirá merced.

Fr. Ignacio de Quesada,
de la Orden de Santo Domingo
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ArribaAbajoFray José de Maldonado, Orden de Frailes Menores, Comisario General de las Indias


ArribaAbajoRelación del descubrimiento del Río Amazonas

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Relación del descubrimiento del río de las Amazonas, por otro nombre del Marañón, hecho por la religión de Nuestro Padre San Francisco, por medio de los religiosos de la provincia de San Francisco de Quito.- Para informe de la Católica Majestad del Rey, Nuestro Señor, y su Real Consejo de las Indias.- Por el padre fray José Maldonado, natural de Quito, Comisario General de la orden franciscana de todas las indias

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El Gran Río de las Amazonas, por otro nombre Río del Marañón (si bien borrados éstos y otros nombres antiguos y gentiles el año de nuestra redención de mil y seiscientos y treinta y siete por el gobernador Jácome Raymundo de Noroña, y nombrado Río de San Francisco de Quito por haberle descubierto y navegado, en estos tiempos, religiosos de su sagrada y seráfica religión como a quien leyere este breve escrito constará). Este río, pues, es el mayor que los tiempos han descubierto, y las noticias alcanzado en el dilatado espacio del orbe; grande por su famosa posición, y mayor por su dilatado curso, pues corriendo por muchas leguas diversas provincias, recoge y bebe en sí las aguas de muchos y caudalosos ríos y arroyos; sus corrientes bañan y fertilizan el reino del Perú, Indias Occidentales, y según opinión de algunos, su nacimiento y origen es de la sierra de Vilcanota, treinta leguas más arriba de la ciudad del Cuzco, corte antigua de los emperadores de aquella espaciosa tierra, porque en lo más alto de ella hay un lago, si pequeño, de grandes manantiales puesto tan en medio de la cima de una cordillera que desagua por dos partes, la una al poniente y la otra al oriente; de esta última se forma a poco espacio la nombrada y prodigiosa laguna de Chucuito, la cual en circunferencia tiene más de ochenta leguas (distrito   —64→   grande, en junta de las aguas dulces). De la otra que vierte a la parte oriental se forma un río, que entrando por el valle de Urubamba, recoge las aguas todas de aquel nuevo y dilatado reino.

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Otros, con diversa opinión sienten que su principio es en las tierras del mismo gobierno de los Quijos, y si por lo que yo he visto tengo de aplicar mi sentimiento, esto último me parece más conforme porque en las sierras que dividen la provincia de Quito y la de los Macas, hay otras dos lagunas, la una en la falda de la sierra la cual divide sus corrientes a la parte occidental, y entrando por la provincia de los Puruaes va corriendo por entre los cerros que ciñen a Quito, declinando ya al oriente. La otra, está en la misma cordillera, no en lo más superior sino en una loma que hace más interior, a modo de puerto, y ésta vierte el agua como del cuerpo de un buey, a la parte del oriente y provincia de los Macas, en cuyo raudal que a pocas leguas es muy caudaloso le entran muchos y grandes ríos, y entre todos uno que se llama Aviñico el cual va tan explayado, que puesto un hombre a la una margen, el que está de la otra opuesta, apenas puede oír ni percibir sus voces aunque de muy alentado espíritu formadas; y conócese bien ser la anchura grande, pues minora los bultos de los cuerpos haciendo aparecer muy pequeños los que en su cuantidad son muy grandes; júntanse estos dos ríos, pasan por la ciudad de Sevilla de Oro y por las dilatadas provincias de los Gíbalos (Jíbaros) y otras naciones que confinan con los Quijos, en cuyas tierras toma diversos nombres, y en ellas le entra el otro río que nace de la laguna inferior, no menos caudaloso por haber ya recibido en sí otros muchos que vierten las cordilleras de Quito.

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De donde quiera que tome su primer ser, llega en su dilatación a tenerlo tan caudaloso que cuando entra en   —65→   el Mar del Norte, desagua en él sus corrientes por boca de ochenta y más leguas. Querer nombrar la multitud de provincias bárbaras, naciones gentiles y diversidad de indios que habitan las orillas de este poderoso río, lo que ha importado a la corona de España su descubrimiento y en lo porvenir importará su conquista, las riquezas que encierra, los frutos que produce, la fertilidad de la tierra que baña, la multitud de pescados que cría, la variedad de animales que sustenta, las frutas con que regala, los géneros preciosos que da, fuera para una larga historia y no para ésta sucinta relación; remítome a la que el muy reverendo padre Cristóbal de Acuña de la Compañía de Jesús ha sacado estos días, donde con serio estilo y verdad cierta especifica sus provechos. Y así dejando esta materia sólo pretendo de parte de la religión de mi padre San Francisco, representar lo que sus hijos han trabajado en su descubrimiento, abriendo puerta para su navegación, venciendo las dificultades que impedían sus senderos y rompiendo los pasos que cerraban su camino hasta llegar al fin.

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Nuestro Dios y Señor, luz que alumbra los entendimientos de los hombres, rayo que enciende las voluntades de los humildes y fuego que abrasa los corazones de sus siervos, alumbró y encendió el espíritu de cinco religiosos llamados, fray Francisco Anguita, fray Juan de Casarrubias, sacerdotes; fray Domingo Brieva, fray Pedro de Moya y fray Pedro Pecador, legos, hijos todos del santo convento de San Pablo de Quito en los reinos del Perú, para que abrazados en el amor divino aspirasen a la conversión de las muchas almas infieles y bárbaras, que habitaban en las dilatadas orillas, islas y Tierra Firme del Gran Río de las Amazonas (de que en aquella ciudad y Provincia de Quito y otras partes del Perú, había grandes y frecuentes noticias). Y con el celo santo que los estimulaba pidieron licencia para tan santa y piadosa jornada al Ministro Provincial de aquella santa provincia, que a la sazón era el reverendo fray Pedro Dorado,   —66→   cumpliendo así con el precepto de nuestra Regla que manda que los que quisieren ir entre moros y otros infieles, pidan licencia para ello a sus ministros provinciales.

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Y aunque el sobredicho Ministro Provincial vio que la demanda era justa y los dichos religiosos aptos e idóneos para ser enviados, no se determinó a darles la dicha licencia, hasta dar cuenta y comunicar este caso con el Presidente de la Real Audiencia, el señor Antonio de Morga y demás oidores de la ciudad de Quito, los cuales abrazando todos de conformidad esta santa determinación, mostraron tanto afecto y gusto que luego despacharon sus provisiones y cédulas reales, mandando a los gobernadores, corregidores y tenientes de la gobernación de Popayán, que todos favoreciesen, amparasen y acudiesen con lo necesario a los cinco religiosos, dándoles lenguas voluntarios, y demás avío necesario. Y aprovechándose el Padre Provincial de tan buena y oportuna ocasión, con providencia al parecer más que humana, en nombre de toda la seráfica familia de Nuestro Padre San Francisco, presentó un memorial en el cual ofreció su persona y las de todos sus religiosos a la dicha conversión y conquista del Río de las Amazonas, y la dicha Audiencia agradecida, aceptó esta oferta y en nombre de Su Majestad la admitió y recibió, dándose por servido de los buenos deseos que siempre la corona real ha experimentado en nuestra seráfica religión, de todo lo cual se hallarán instrumentos en la dicha Real Audiencia y en el archivo del convento de San Pablo de Quito.

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El año, pues, de nuestra salud de mil seiscientos y treinta y dos, por los fines de agosto salieron los cinco religiosos de su convento, llevando la bendición de su Prelado y los ojos y lágrimas de sus compañeros, y nombrándoles por su Comisario al P. fray Francisco Anguita.   —67→   Con feliz viaje llegaron a la ciudad de San Antonio de Pasto en la gobernación de Popayán, y después de apercibirse de lo necesario para tan incierto y dilatado viaje, solos y sin compañía alguna de soldados o religiosos de otra religión se pusieron en camino para la ciudad de Écija de los Sucumbíos que está a treinta leguas de mal camino de la ciudad de Pasto. Llegados a la sobredicha ciudad de Écija fueron bien recibidos de todos sus moradores, principalmente de Alonso Hurtado, Teniente de Gobernador, el cual, en virtud de las Cédulas Reales que llevaban, les dio canoas y por lengua un india llamado Pata. Y embarcados en el puerto que llaman La Quebrada del Pueblo, a dos días de navegación, desembocaron en el Gran Río Putumayo, con que ya nuestros religiosos tomaron posesión y se vieron en las deseadas aguas del nombrado Río de las Amazonas, por el cual navegaron once días y al cabo de doscientas leguas llegaron a la provincia de los Seños, indios de guerra, y desembarcando en el pueblo más principal que está algo la tierra adentro, los salieron a recibir los indios con grandes muestras de alegrías y contento y el que más fino se mostró en su agasajo, fue un cacique llamado Maroyo.

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Mas para que se vean las maravillas divinas y el buen pie con que entraron nuestros religiosos en aquellas provincias, contaré aquí en breve dos casos que les sucedieron: el primero fue que habiendo estado por tiempo de un mes, poco más o menos, en una pesquería como siete leguas apartada de los pueblos que estaban la tierra adentro, donde se hallaban muchos de los principales indios, y habiéndolos catequizado todos, por instrumentos de los lenguas que llevaban, cuando después llegaron al primer pueblo, hallando en la primera casa que entraron un niño en los últimos términos de la vida, pidiéronles los padres del dicho niño a los religiosos, que le bautizasen. Apenas recibió el agua del sagrado bautismo cuando expiró, siendo primicias de los frutos que aquellos   —68→   obreros enviaban al cielo. Y conócense bien los que empezaban a hacer, pues un cacique llamado Copaya, señor de un pueblo, luego que volvió al de la pesquería plantó una gran cruz en medio de la plaza, la cual hallaron después los religiosos y viéndola, de gozo, derramaron copiosas lágrimas dando gracias a Dios de que se empezase a venerar y adorar la señal de nuestra Redención.

El segundo es que ocho días después de llegados a este pueblo se les huyó una noche a nuestros religiosos el indio Pata, lengua, y se les volvió a la ciudad de Écija de donde lo habían traído, y a pocos días de llegado a su casa, llevado de una desesperación endemoniada, se ahorcó el miserable, castigo al parecer de haber dejado a los religiosos.

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Viéndose, pues, los cinco religiosos sin lengua (aunque no sin espíritu) que los ayudase, y que por estar solos no tenían modo ni camino de pasar adelante, determinaron volverse a la ciudad de los Sucumbíos y de allí a la provincia de Quito, lo cual pusieron por obra, llevando relación cierta y verdadera de todo lo que habían visto, y éste fue el primer descubrimiento que hizo la seráfica religión en el principio del dilatado Río de las Amazonas.

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El tornarse nuestros religiosos a la ciudad de Quito, no fue volver las espaldas al trabajo como cobardes, sino retirarse prudentes y echar pasos atrás para buscar la sazón alentados, y volver a su santo propósito y a las dificultades de la empresa más prevenidos. Bien se echó de ver, pues pasados pocos meses tornaron a pedir con instancia y nuevos fervores a su Provincial, que ya era el reverendo padre fray Pedro Becerra, que les diese licencia   —69→   para entrar segunda vez en el Río de las Amazonas, y en el mar de tanta infinidad e idolatría, como habían visto y experimentado. Dio el Padre Provincial la licencia con sumo gusto y alegría viendo que sus hijos no hubiesen perdido los bríos santos y resfriádose en el servicio de Dios y bien de las almas. Ofreciose luego la dificultad de si sería bien dar cuenta a la Real Audiencia de esta segunda entrada. Todos decían que no, atentos a que las reales cédulas y provisiones que aquellos señores de la Audiencia habían expedido en favor de nuestra sagrada religión el año de mil y seiscientos y treinta y dos, eran tan amplias y favorables, que en virtud de ellas, sin otras nuevas súplicas ni despachos, podían los religiosos entrar y salir en aquellas reducciones, como en cosa propia y dada por Su Majestad a esta sagrada religión.

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Con todo esto, el Padre Provincial lo consultó de nuevo y pidió su beneplácito al Presidente de la Audiencia. Y oyendo su demanda justa aquellos señores, como tan cristianos, deseosos del aumento de fe, como tan fieles ministros de Su Majestad, cuidadosos de la propagación de sus reinos, y como tan devotos de nuestra sagrada religión gozosos de los frutos espirituales que procuraba, unánimes y conformes dieron su consentimiento y volvieron a revalidar y confirmar las cédulas y provisiones ya dadas. Con lo cual salieron de la ciudad de Quito para la del Sucumbíos, a los principios del año de nuestra redención de mil y seiscientos y treinta y cuatro, cuatro religiosos llamados fray Lorenzo Fernández, Comisario, fray Antonio Caizedo, predicador, fray Domingo Brieva y fray Pedro Pecador, legos; los cuales llegados a la ciudad de los Sucumbíos y aviándolos Diego Suárez de Bolaños, Teniente General de la Provincia de Macoa, les dio un buen indio llamado Lorenzo, por lengua y cuatro españoles honrados para que fuesen su compañía, llamados Diego Lorenzo, Diego de Medellín y su   —70→   hijo, y Alonso Sánchez (que después tomó el hábito de esta sagrada religión).

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Y embarcados en el Río de San Miguel, que es uno de los que entran en el de las Amazonas, al cabo de ocho días de navegación llegaron a la Provincia de los Becavas, donde fueron recibidos de los indios con mucho agasajo y afabilidad, donde estuvieron obra de tres meses y medio. Y como el lengua era bueno, fue grande el fruto que en aquella provincia hicieron y mayores esperaban hacer. Ocupábanse en catequizar a todos y en bautizar a los niños. No hay más que decir ni encarecer, sino que en viéndose los indios heridos de muerte, ellos mismos se iban a los padres a pedirles el bautismo, como le sucedió a un indio encabellado y a otra india que la mordió una víbora ponzoñosa, la cual, con más ansia del bautismo que de la muerte, pidió a los religiosos que la bautizasen, y viendo, luego, que se moría, y no sólo ella quiso ser bautizada, sino también bautizasen a toda la casa y familia. Bautizaron la india, y al instante dio el alma a su Creador.

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Con esta bonanza iban, viento en popa, navegando las cosas de nuestra santa fe, cuando sin pensar se levantó una borrasca y tormenta deshecha movida por el demonio, pues sin saber cómo ni por qué, habiéndose una mañana salido por el pueblo los cuatro españoles, vinieron todos los indios de mano armada con estólicas, dardos y macanas y dando en la casa de los padres, rompiendo a unos las cabezas y atravesando a otros, los dejaron a todos por muertos; sólo a fray Pedro Pecador guardó Dios para remedio de los demás, pues habiéndole dado tres estolicazos, ninguno le llegó a la carne, de lo cual se quejaba el buen religioso con tiernas palabras de sentimiento, pareciéndole que eran culpas y pecados suyos   —71→   el no haber merecido derramar una gota de sangre por su Dios, cuando se hallaban sus compañeros bañados en ella. Este tal, los curó con grande caridad y mucha ciencia por saber la cirugía, para que se vea en todo cómo resplandece la Providencia divina.

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Viendo, pues, que ya el pueblo estaba alborotado mandó el Padre Comisario se aprestasen para salir de aquella provincia, como lo hicieron caminando dos leguas de tan grandes pantanos que les llegaba el agua a la cinta y aun se mezclaba con la sangre que les corría de las heridas, dejando con ellas regadas aquellas tierras para que después, mejor dispuestas con sangre cristiana, llevasen mejor fruto. Llegando al Río de San Miguel, de donde habían salido al cabo de grandes trabajos, por las heridas que todos llevaban, y después de haber convalecido de ellas se dividieron: el padre comisario fray Lorenzo Fernández con fray Domingo Brieva, fueron a la ciudad de Quito a pedir nuevo auxilio y favor a aquella Real Audiencia para proseguir la conversión.

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El padre fray Antonio Caizedo se quedó en los Sucumbíos; fray Pedro Pecador fue a pedir ayuda al Gobernador de Popayán para proseguir en la sobredicha conquista, el cual no se la dio y así se volvió a la ciudad de San Pedro de Alcalá de los Cofanes; y de allí con el capitán Juan de Palacios fue a la Provincia de los Encabellados donde, aunque llegados algunos, no pasaron de las primeras arenas ni vieron sus casas, por ser estos indios el asombro y temor de toda aquella tierra, los cuales luego que supieron que iba el dicho fray Pedro Pecador de paz, fueron tantos los que acudieron a verlo que pasaron de ocho mil: unos se hincaban de rodillas y otros se subían a los árboles para poder verle mejor.

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Este buen religioso en compañía del capitán Juan de Palacios, capituló paces con los indios por la Corona de Castilla, y ellos le prometieron de estar siempre a la devoción del Gobernador de los Cofanes, y por el consiguiente a la de su Rey y Señor. Hecho esto, se volvió a la ciudad de Quito a dar cuenta a sus prelados y a la Real Audiencia, de cómo aquellos indios quedaban ya de paz con otras relaciones tales; dándose la Real Audiencia en nombre de su Rey, por bien servida de la seráfica religión, ordenó al dicho padre fray Pedro Pecador que con treinta soldados, fuese a fundar un pueblo en la provincia de los Encabellados. Así se hizo, como diré en el descubrimiento siguiente.

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Llegados los dos religiosos, fray Lorenzo Fernández y fray Domingo Brieva a la ciudad de Quito, e informada la Real Audiencia del estado en que estaban las conversiones y descubrimientos del Río de las Amazonas, mandaron aquellos señores que en compañía del capitán Felipe Machacón, Teniente General de la Provincia de los Cofanes, fuesen cinco religiosos a fundar un pueblo en la Provincia de los Abixiras; en cumplimiento de lo cual, el año de nuestra salud de mil y seiscientos y treinta y cinco, a veinte y nueve de diciembre, día de Santo Tomás Cantuariense, salieron de la ciudad de Quito cinco religiosos que fueron el P. fray Juan Calderón, el P. fray Laureano de la Cruz, fray Domingo Brieva, fray Pedro de la Cruz y fray Francisco de Piña, los cuales llegaron a San Pedro de los Cofanes, donde estaba el sobredicho Capitán, y allí embarcados en Aguarico, a diez días de navegación, salieron al Río de las Amazonas.

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Y sabiendo en el camino que la provincia de los Abixiras no estaba bien dispuesta, ni el Capitán tenía soldados, ni orden para poblarla y que fray Pedro Pecador había dejado de paz los indios encabellados, determinó   —73→   el padre comisario fray Juan Calderón, dejar aquella derrota dudosa y entrarse en ésta de los Encabellados, que estaba segura. Así lo hizo, donde estuvieron por espacio de tres meses y medio solos los religiosos, porque no quisieron llevar en su compañía soldado alguno (ojalá después no hubieran entrado), que sólo sirvieron de inquietarla. El caso fue que al cabo de tres meses y medio llegaron fray Pedro Pecador y fray Andrés de Toledo con los treinta soldados que les había dado la Audiencia, para poblar en aquella provincia de los Encabellados.

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Así lo hicieron religiosos y soldados tomando posesión de aquella provincia en nombre de Su Majestad con todas las ceremonias y circunstancias que se acostumbran, poniendo por nombre al pueblo: Ciudad de San Diego de Alcalá de los Encabellados. Contentos y muy consolados en el Señar se hallaban en esta provincia los cinco religiosos y dos donados, catequizando a unos y bautizando a otros, de modo que ya sabían muchos el Padrenuestro y casi todos persignarse y decir: «Alabado sea el Santísimo Sacramento», que con esta salutación del cielo recibieron después a los portugueses en la ocasión que adelante se dirá. Los indios querían y estimaban a los religiosos y aunque fuese por fuerza, los llevaban a sus casas y regalaban con mucho cariño.

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Sucedió en este tiempo otra no menor contradicción del demonio para impedir los frutos que tanto le estimaban y fue: que el capitán Juan de Palacios maltrató a un indio principal, el cual ofendido, convocó a los demás y todos vinieron sobre los españoles con las armas en la mano. El Capitán, más imprudente que valiente, se abalanzó a ellos con espada y rodela, pero en breve le quitaron la vida y a nosotros la esperanza de poder   —74→   pasar adelante en aquella conversión; y aunque con la muerte del Capitán cesó por entonces la furia de los indios, pero quedaron tan temerosos y acobardados nuestros soldados, que luego trataron de desamparar la tierra, pareciéndoles, y no mal, que habiendo una vez perdido aquellos bárbaros el respeto a los españoles y muerto a su cabeza, no tenían ellos segura la suya.

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Mucho sintieron nuestros religiosos esta resuelta determinación y los que más mal la llevaron fueron fray Domingo Brieva y fray Andrés de Toledo, los cuales dijeron que las noticias que había de las dilatadas provincias, diversidad de número de gente que habitaba las orillas de aquel caudaloso río, eran grandes, y que no sería bien que teniendo la ocasión en las manos, la perdiesen; y que así, ellos dos se determinaban ir el río abajo; y que hallando ser como decía la fama, volverían o avisarían. A todos pareció bien este consejo, y así les previnieron una canoa y embarcándose en ello los dos religiosos, con su ejemplo se animaron seis soldados y dijeron que ellos también querían morir en la demanda y acompañarlos hasta la muerte.

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El año, pues, de nuestra redención, de mil seiscientos y treinta y seis, a diez y siete de octubre, vísperas del bienaventurado evangelista San Lucas, comenzaron su viaje los dos religiosos y seis soldados, tan desprovistos de todas las cosas de esta vida, que sólo llevaba cada uno para el sustento de viaje tan dilatado e incierto un puñado escaso de maíz, cumpliendo así la letra del Evangelio y consejos de Cristo nuestro redentor que se cantan aquel día, que por parecerme fue misteriosa profecía, me pareció ponerlas: «et misit illos vinos ante faciem suam, in omnem civitatem et locum, quo erat ipse venturus, et dicebat illis: Messis quiden, multa,   —75→   operarii autem pauci. Rogate ergo Dominum messis. Ut mittat operarios in messem suam. Ite ecce ego mitto vos sicut agnos inter lupos. Nolite portare saculum, neque peram, neque calceamenta, et neminem per vian salutaveritis, in quamcumque domun intraveritis primum dicite. Pax huic domui: et si ibi fuerit filius pancis requiescet super illum paz vestra: sin autem ad vos revertetur, in eadem autem domo manete edentes, it viventes, quae apud illos sunt, dignus est enim operarios mercede sua».

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Cumplió Dios su palabra, pues, en todo el viaje no les faltó el sustento ni lo necesario, antes les sobraron los mantenimientos durante su inaudito viaje con abundancia increíble. Y alguna vez que no conociendo la tierra cogieron del monte algunas yucas silvestres siendo así que eran venenosas, y tales que los naturales que las comen revientan, como después se supo por cosa averiguada, los religiosos y soldados las comieron sin recibir lesión alguna.

Y para que se eche de ver cuán milagrosamente los iba Dios sustentando y defendiendo y cuán agradable era el descubrimiento que estos dos religiosos franciscanos hacían en su nombre, pondré aquí sólo una maravilla de las infinitas que su Divina Majestad obró, que fue: que abriéndoseles un día la canoa y haciendo tanta agua que la ponían a peligro de anegarse, uno de los religiosos pasó la mano por encima de la abertura y luego quedó tan bien ajustada que nunca más por allí entró una sola gota de agua. De esta manera caminaron durmiendo todas las noches en tierra, tan seguros como si estuvieran en sus conventos, sin sucederles cosa adversa sino todas prósperas, todas felices.

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A cinco de febrero, día de nuestros santos mártires del Japón, año de mil seiscientos treinta y siete, descubrieron   —76→   y entraron en la fortaleza de Curupá, estalaje de portugueses, donde estaban para su defensa veinte soldados y por su capitán Juan Pereira de Cáceres. Querer decir el regocijo y contento que unos y otros recibieron viendo fenecido el descubrimiento que tanto se había deseado, fuera dilatar mucho esta relación. Mandó el Gobernador que la canoa la sacasen del río y la llevasen a la iglesia para perpetua memoria de aquel milagroso descubrimiento; y con ser pequeña por grandes diligencias que hicieron y fuerzas que añadieron, no fue posible el sacarla del agua. Viendo esta maravilla determinó el Capitán que llevasen la dicha canoa a una isla que estaba en frente del pueblo, pero sucedió otra mayor, pues con echarle veinte remeros, como si fuera una peña nacida en el agua o un encumbrado monte, no la pudieron menear, y así la dejaron en el mismo paraje donde ella varó con los religiosos.

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De allí pasaron en otra canoa a la ciudad del Gran Pará, dándoles el Capitán todo el avío necesario, y de allí los llevaron a la ciudad de San Luis del Marañón, donde fueron recibidos del capitán y del gobernador Jácome Raymundo de Noroña y de toda la ciudad con grandes regocijos y fiestas. Luego trató el sobredicho Gobernador en virtud de cédulas reales que tenía en que le mandaba apretadamente el Rey Nuestro Señor tratase de aquel descubrimiento del Río de las Amazonas, a que él ni sus antecesores no se habían atrevido por los muchos inconvenientes y dificultades que se dirán más adelante. Mas ahora viendo el camino abierto, con toda presteza y diligencia, se aprestó para la jornada enviando al hermano fray Andrés de Toledo a los reinos de España con los papeles y relaciones auténticas de que los dos religiosos de San Francisco y seis soldados de Quito habían descubierto el Gran Río de las Amazonas y que él se quedaba aprestado para entrar por él. El dicho religioso fray Andrés de Toledo llegó a Lisboa, presentó   —77→   sus papeles en el Consejo, hizo sus diligencias, habló a la Señora Infanta, y mientras venía el informe del Gobernador se vino a la ciudad de Salamanca donde al presente está.

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Despachado el hermano fray Andrés de Toledo a los reinos de España con relación cierta y verdadera de lo sucedido, por mandado del gobernador Jácome Raymundo de Noroña, se quedó fray Domingo Brieva para que fuese el Colón y piloto del descubrimiento, que en nombre de su Majestad intentaba hacer, para lo cual tuvo algunas contradicciones, si bien todas las venció la persuasión y eficacia que en ella puso el padre fray Luis de la Asunción, religioso de Nuestro Padre San Francisco y Comisario de aquellas partes; tanto fue esto que después confesaba el mismo Gobernador que si no fuera por los buenos consejos de ánimo que le infundió aquel padre, no hubiera intentado el descubrimiento, para que se vea que de todas maneras ayudaba nuestra seráfica religión.

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Aprestadas con brevedad cuarenta canoas y entrando en ellas setenta soldados y mil doscientos indios naturales de la tierra, con todos los pertrechos que pudo haber para tan penoso y largo viaje, nombró por General de toda la armada al capitán Pedro de Texeira, hombre alentado, de sana y buena intención, y por capellán al padre fray Agustino de las Chagas, religioso de Nuestro Padre San Francisco, de nación portugués y Presidente del Convento de San Antonio del Pará. Y para que se vea más clara la verdad de lo que he dicho y falta por decir acerca de que nuestros frailes fueron los que descubrieron y han hecho fácil la navegación de todo este río en estos tiempos, y que a ellos se les debe la gloria, pues sólo ellos pasaron los trabajos, diré lo que hizo el gobernador Jácome Raymundo de Noroña, y fue: que así en   —78→   los papeles auténticos que despachó a estos reinos de España, como en los que envió a la Real Audiencia de Quito, a que me remito, nunca llamó a este río: el Río Marañón o el Río de las Amazonas, sino el Gran Río de San Francisco de Quito, pareciéndole justo, y puesto en razón, que, pues los hijos del seráfico Francisco lo habían descubierto para perpetua memoria, sería bien darle el nombre del Padre y así ordenó que en todas aquellas provincias se llamase como se llama hoy y se debe llamar ajustadamente: El Río de San Francisco de Quito.

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Salió, pues, la armada de las cuarenta canoas de la fortaleza de Curupá a veintisiete de octubre, víspera de San Simón y Judas, año de mil y seiscientos y treinta y siete, y con grande ánimo de todos, empezaron a navegar a vela y remo, con mayores alientos iban los soldados portugueses determinados a perder primero las vidas que volver atrás en lo empezado, hasta haberle dado glorioso fin. Cuatro meses habían navegado, en los cuales con ser tanta gente, no les faltó la comida de harinas, pescados, carnes y frutas en grande abundancia, porque no llegaban a parte donde los indios del mismo río no les ofreciesen con gran liberalidad sus rozas y sementeras de mandioca, maíz y otras legumbres, las cuales les pagaban con cuchillos, hachas, machetes y otras menudencias de menosprecio y valor. El fruto que el padre capellán fray Agustino de las Chagas hacía en lo espiritual fue grande, atento a que muchos de los indios que iban remando en las canoas eran gentiles, a los cuales el padre catequizó y bautizó, que serían en número de cuatrocientos cincuenta, de los cuales murieron algunos de enfermedades y tan largo camino, y los demás llegaron a Quito y volvieron en la siguiente jornada, con gran amor y caridad.

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Los soldados portugueses que al principio salieron con orgullos briosos de la ciudad del Pará, como se dilataba la navegación cada día iban amainando en el esfuerzo y desmayando más y más, hasta que claramente le dijeron al Capitán, una y muchas veces que se volviesen, porque los ríos que encontraban eran infinitos y acertar con el que habían de seguir, imposible, y esto con tanto aprieto, que no se ofrecía ocasión en que no hiciesen instancia en que iban errados y perdidos. Mas, el prudente Capitán, al medio del camino, y primer pueblo de los Omaguas, usó de una estratagema para aquietarlos y fue aprestar ocho canoas diciendo que ya se hallaba cerca del puerto y que sería bien que aquéllas se adelantasen a prevenirles el hospicio; y nombrado por cabo de las ocho canoas el coronel Benito Rodríguez; mandó que en una de ellas se embarcase fray Domingo Brieva, como el que sólo sabía el río y sus ensenadas, con orden que les dio de que fuesen descubriendo el camino y río principal, y que dejando maderos por señal y papeles escritos en cóncavos que en los maderos hacían y tornaban a cerrar con las cortezas de los mismos árboles sobre los cuales escribían, como dentro estaban los papeles que decían cómo y por dónde iban, hiciese lo restante de la armada, derroteros ciertos y seguros por donde regirse y gobernarse. Con esta traza caminaban, unos cuidadosos y seguían otros empeñados, hasta que todos llegaron con feliz y próspero viaje sin sucederles el menor fracaso o desastre, al cabo de ocho meses de embarcación, al deseado puerto de Payamino donde entraron el veinticuatro de junio, día del gran precursor San Juan Bautista, año de mil seiscientos treinta y ocho.

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Desembarcados aquí se fueron a la ciudad de Ávila de donde se adelantó el hermano fray Domingo Brieva a la ciudad de Quito, a dar cuenta a la Real Audiencia y a sus prelados del fin próspero que había tenido su descubrimiento, y de cómo quedaban en Ávila aquellos soldados portugueses y demás indios, necesitados de todo   —80→   género de mantenimiento. Hizo que la Real Audiencia enviase más de quinientos ducados de bizcocho, carne, tocino, quesos y otras cosas de refresco, y orden para que los portugueses más principales se fuesen a la ciudad de Quito, donde entraron dieciséis y fueron recibidos con grandes fiestas y regocijos, y el que mayores muestras dio de alegría, como más interesado en aqueste descubrimiento, fue el Convento de Nuestro Padre San Francisco. El general Pedro Texeira llegó después de algunos días a los Encabellados, y dejando allí su gente, él se partió para Quito, con que se renovaron las fiestas.

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La Real Audiencia dio aviso de todo esto al Virrey del Perú, que era el Conde de Chinchón, pidiéndole ordenase en lo que en aquel caso se había de hacer. El Virrey como tan atentado y prudente (que lo ha sido en sumo grado en todo su gobierno), decretó que a los portugueses se les diese todo el avío necesario, y que luego al punto se volviesen por el mismo río que habían venido, y que en su compañía enviase la Audiencia dos personas de satisfacción por la Corona de Castilla, para que vistas las cosas de aquel descubrimiento y enterados de todo, con fidelidad y verdad, pasasen a la Corte de Nuestro Rey a dar cuenta al Real Consejo de Indias para que su Majestad dispusiese en materia tan grave e importante lo que fuese servido.

A esta sazón, estaba en Lima el R. P. Pedro Dorado, Provincial que fue de la santa Provincia de Quito, y el primero que dio patentes para que se hiciese este descubrimiento, y sumamente alegre del buen fin que había tenido se fue al Virrey y pidió se sirviese de despachar decreto, y dar licencia para que todos los religiosos de la Provincia de Quito que quisiesen ir a la conversión de aquellos infieles descubiertos por nuestra sagrada religión, pudiesen embarcarse con los portugueses a emplear su buen espíritu en servicio de Dios y su Rey. El Conde de Chinchón no vino a esta demanda, por no parecerle   —81→   tiempo oportuno, hasta ver lo que en España se determinaba.

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Llegada la orden del señor Virrey trató la Audiencia de su ejecución, y dándoles a los soldados portugueses todo el avío necesario, mandaron que saliesen de Quito y se volviesen a la ciudad del Pará. Y entrando en acuerdo sobre la elección de las dos personas que por la Corona de Castilla habían de embarcarse para pasar a España y dar aviso a su Majestad, en breve determinaron que viniese en primer lugar el P. Cristóbal de Acuña, que entonces se hallaba cincuenta leguas de allí, religioso y profeso y actual Rector del Colegio de la Compañía de Jesús de la ciudad de Cuenca, muy aficionado del Presidente de aquella Audiencia, y juntamente el hermano del Corregidor de la ciudad de Quito, don Juan Vásquez de Acuña, el cual pretendía y pidió hacer esta jornada a su costa, que con tan buenos brazos y con el buen celo del dicho P. se facilitó su venida, poniéndose de buena voluntad por su religión, por su amigo y hermano a los trabajos que había de tener en navegar un río y provincias que no había visto en su vida y con gente que no conocía ni había tratado; y en segundo lugar al P. Andrés de Artieda, actual lector de Teología en el colegio de la ciudad de Quito.





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ArribaAbajoFray Bartolomé Ochoa de Alácano


ArribaAbajoInforme sobre las misiones franciscanas de las provincias de Caquetá, Putumayo y Macas de fray Martín de Huydobro de Montalván

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1739.- Informe del Padre Provincial de San Francisco de Quito sobre las misiones que tiene su religión entre los infieles de las provincias del Gran Caquetá, del Putumayo y del Gran Río de Macas

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Muy ilustre señor:

En cumplimiento del auto por V. S. proveído el día diez y ocho de Julio de este presente año de mil setecientos treinta y nueve, a continuación de la Real Cédula despachada del Pardo en veinte y seis de febrero de este mismo año, en la cual su Majestad, que Dios guarde, ordena informe V. S. el estado que tienen las Misiones que los religiosos de mi Seráfica Orden de esta Santa Provincia de Quito cultivan entre los Indios Payugagees y Putumayo, sus principios y progresos, del número de pueblos que tienen, cuáles son, y la necesidad que hubiere de enviar religiosos, con noticia de todo lo demás que pareciere conducente al más pleno conocimiento de la Real deliberación sobre este asunto: el cual se me hizo saber el día ocho del mes siguiente de agosto, para que enterado de todo lo contenido en dicha Real Cédula, informase   —88→   yo como Ministro Provincial de esta dicha Provincia la realidad de todo lo pretendido por su Católica Majestad. Digo: que habiendo con prolija solicitud recorrido los instrumentos auténticos, así de Reales Cédulas y Provisiones Reales de esta Real Audiencia, como de varios Informes Jurídicos del Cabildo de la Ciudad de Pasto, y demás papeles pertenecientes a los Archivos del Convento y de las referidas Misiones, ha constado de ellos: como de haber los religiosos de mi Sagrado Instituto conquistado espiritualmente a todos los Indios que habitaban las tierras llanas y descubiertas desde el Cabo de San Francisco en la costa del Mar del Sur, y desde el Río de Macará que divide la Jurisdicción del Obispado de Trujillo en los Valles, hasta las dilatadas Provincias de los Pastos y Popayanes, en el distrito de más de quinientas leguas, erigiendo todos los Pueblos y Doctrinas que hasta lo presente se conservan en las referidas Provincias, habiendo mediado con el tiempo el pasar unas a ser Villas y Ciudades, y otras a ser Cabezas de Obispados, con la gloria de ver también logrados sus afanes se enardecieron sus ánimos a continuar los propósitos de ganarle a Dios más almas y sujetarle a la Majestad Católica más vasallos; y así se empeñaron en descubrir y conquistar las innumerables almas infieles y bárbaras que habitan las dilatadas orillas, islas y tierra firme que baña el Gran Río de las Amazonas o Marañón, el cual después se llamó el Gran Río de San Francisco de Quito y su Provincia la Franciscana, en reconocimiento de haber sido sus primeros descubridores los religiosos franciscanos de esta dicha Provincia como se verá adelante.

Y dando principio a tan gloriosa empresa, obtenida la licencia del ministro provincial fray Pedro Dorado, favorecidos del Presidente de esta Real Audiencia el señor Antonio de Morga y demás Oidores, que con sus Reales Provisiones fomentaron el designio en virtud de un Memorial que dicho Prelado presentó en nombre de toda la seráfica familia, en el cual ofreció su persona y las de todos sus religiosos a la dicha conversión y conquista del Río de las Amazonas, la cual oferta aceptó   —89→   dicha Real Audiencia y en nombre de Su Majestad la admitió y recibió dándose por bien servido de los buenos deseos que siempre la Corona Real ha experimentado en mi Religión Seráfica en todas ocasiones. El año pues de nuestra salud de mil seiscientos treinta y dos, por los fines de agosto, salieron de este Convento Máximo de San Pablo de Quito, cinco religiosos de muy ejemplar virtud y celosos de la propagación de Nuestra Santa Fe Católica, que fueron el padre fray Francisco Anguita, Comisario de dicha Misión, el padre fray Juan de Casarrubias, el hermano fray Pedro de Moya, y los venerables fray Domingo Brieba y fray Pedro Pecador, hijos todos de esta Santa Provincia. Y habiendo arribado a la Ciudad de Écija de los Sucumbíos, que dista de la de Pasto treinta leguas de mal camino, solos y sin compañía de soldados o religiosos de otra religión, mas que la de un Indio intérprete o lengua, llamado Pala, se embarcaron en el Puerto que llaman la quebrada del río, y a dos días de navegación salieron al Gran Río Putumayo, principal miembro del celebrado de las Amazonas, donde tomaron la posición de su primer descubrimiento, y al cabo de doscientas leguas, llegando a la Provincia de los Ceños, desembarcaron en el pueblo principal que está algo la tierra adentro, donde les recibieron los Indios con grandes muestras de contento y alegría; señalándose entre todos más finos un Cacique llamado Moroyo. Y habiendo gastado el espacio de un mes en catequizarlos e instruirlos en los rudimentos de Nuestra Santa Ley, por medio del referido intérprete, y logrado para el cielo la primicia de un niño que a pedimento de sus padres murió bautizado: instigado del enemigo común, se les huyó el dicho Indio lengua, quien habiéndose tornado a la Ciudad de Écija, llevado de una desesperación endemoniada, se ahorcó miserablemente, castigado al parecer de haberles malogrado a los religiosos la cosecha que tenían entre las manos. Viéndose pues los cinco religiosos sin lengua, aunque no sin espíritu, que los ayudase y que por estar solos no tenían modo ni camino de pasar adelante, determinaron no volver las espaldas al trabajo como cobardes sino retirarse prudentes para buscar la   —90→   sazón atentados y volver a su santo propósito y a las dificultades de la empresa más prevenidos.

En cuya conformidad a los principios del año de treinta y cuatro, con nuevas providencias y despachos más amplios de la Real Audiencia, volvieron a entrar en la referida ciudad de Écija de los Sucumbíos, los religiosos siguientes: el padre fray Lorenzo Fernández, Comisario, el padre fray Antonio Caicedo, y los venerables padres fray Domingo Brieba y fray Pedro Pecador. Los cuales enviados de Diego Suárez de Bolaños, Teniente General de la dilatada y rica Provincia de Mocoa, que años después se perdió por el alzamiento de los Indios Andaquíes o Chamaes, con cuatro españoles y un Indio intérprete llamado Lorenzo, se embarcaron en el Río de San Miguel, que es uno de los que juntándose con el Putumayo engruesan en el de las Amazonas, y al cabo de ocho días de navegación llegaron a la Provincia de los Tupinambaes y Becabas, donde en el espacio de tres meses y medio, cogieron muchísimo fruto, catequizando a todos sus moradores y bautizando los niños y también los adultos, que cuando se sentían mordidos de alguna víbora ponzoñosa, con más ansias del bautismo que de la muerte, corrían a buscar a los religiosos para asegurar con este beneficio la eterna gloria a que ya aspiraban. Con esta bonanza iban viento en popa navegando las cosas de Nuestra Santa Fe, cuando de repente se levantó una borrasca y tormenta deshecha movida por el Demonio; pues sin saber cómo ni por qué, habiéndose una mañana salido por el pueblo los cuatro españoles, vinieron todos los Indios de mano armada, con estólicas, dardos y macanas, y dando en la casa de los padres, rompiendo a unos las cabezas y atravesando a otros, los dejaron a todos por muertos, siendo el más maltratado el venerable fray Domingo Brieba, a quien además de dos penetrantes heridas, le hicieron pedazos una pierna, lesión que le duró hasta la muerte; sólo al venerable fray Pedro Pecador guardó Dios para el remedio de los demás, pues habiéndole dado tres estolicazos ninguno llegó a la carne, de lo cual se quejaba el santo religioso con   —91→   tiernas palabras de sentimiento, pareciéndole eran culpas y pecados suyos el no haber merecido derramar una gota de sangre por su Dios, cuando se hallaban sus compañeros bañados en ella, pero despicó este sentimiento amoroso esmerándose en la caridad con que les curó, ayudado de la ciencia que sabía de cirugía. Viendo pues que el pueblo estaba ya alborotado, mandó el Padre Comisario se aprestasen para salir de aquella Provincia, como lo hicieron, tornándose al Río de San Miguel con grandísimos trabajos por las heridas que llevaban.

Después de convalecidos, acordaron el dividirse para volver juntos a continuar la misma empresa, encaminándose el padre comisario fray Lorenzo Fernández y el venerable fray Domingo Brieba a esta Ciudad de Quito a pedir nuevo auxilio y favor a la Real Audiencia, y el venerable fray Pedro Pecador a la de Popayán para implorar la ayuda de su Gobernador y por no habérsela dado se volvió a la Ciudad de San Pedro de Alcántara de los Cofanes, de donde con el capitán Juan Palacios, pasó a la dilatadísima Provincia de los belicosos Indios Encabellados, los cuales luego que supieron que iba de paz dicho venerable padre fray Pedro Pecador, fueron tantos los que acudieron a verle, que pasaron de ocho mil, hincándose unos de rodillas y otros, como Zaqueo por Cristo, se subían a los árboles para poderle ver mejor, y habiendo capitulado paces dichos Indios por la Corona de Castilla, se volvió a esta ciudad de Quito a dar cuenta de todo lo obrado a sus Prelados y a la Real Audiencia, la cual dándose en nombre de Su Majestad por bien servida de mi religión seráfica ordenó a dicho padre fray Pedro Pecador que con treinta soldados fuese a fundar un Pueblo en la Provincia de los referidos Encabellados.

Mientras esto se ejecutaba, habiendo llegado primero los dos religiosos fray Lorenzo Fernández y el venerable fray Domingo Brieba a informar a la Real Audiencia del estado en que se quedaban las conversiones y descubrimientos del Río de las Amazonas, consiguieron mandasen los Señores que en compañía del capitán Felipe   —92→   Machacón, Teniente General de la Provincia de los Cofanes, fuesen cinco religiosos a fundar un Pueblo en la Provincia de los Avigiras. En cuyo cumplimiento, el año de treinta y cinco, a veinte y nueve de diciembre, salieron de esta ciudad cinco religiosos, que fueron fray Juan Calderón, Comisario, fray Laureano de la Cruz, fray Pedro de la Cruz, fray Francisco de la Piña y el venerable fray Domingo Brieba, los cuales llegaron a la Ciudad de San Pedro de los Cofanes, donde estaba el sobredicho Capitán, y embarcados en el Río de Aguarico, a diez días de navegación, salieron al Río de las Amazonas, y sabiendo en el camino que la Provincia de los Abigiras no estaba bien dispuesta, ni el Capitán tenía soldados con que poblarla, y que el venerable fray Pedro Pecador había dejado de paz los Indios Encabellados, determinó el padre comisario fray Juan Calderón dejar aquella derrota dudosa, y entrarse en la de los Encabellados que estaba segura. Así lo hizo, apartándose del referido Capitán con solos los religiosos, donde al cabo de tres meses y medio arribaron también el venerable fray Pedro Pecador y fray Andrés de Toledo con los treinta soldados, que había dado la Real Audiencia, para poblar en aquella Provincia de los Encabellados; lo cual ejecutaron puntuales religiosos y soldados tomando posesión de aquella Provincia en nombre de Su Majestad, con todas las ceremonias y circunstancias que se acostumbran, poniendo por nombre al Pueblo la Ciudad de San Diego de Alcalá de los Encabellados. Donde fue tanto el fervor, con que los Indios se aplicaron a aprender la doctrina Cristiana, que en breve se pusieron capaces de recibir el bautismo. Los Indios querían y estimaban a los religiosos, y aunque fuese por fuerza los llevaban a sus casas y regalaban con mucho cariño, especializándose más con el venerable padre fray Pedro Pecador, quien desde la primera vista les robó las atenciones de su afición, respeto y veneración, la cual aun después de muerto se la conservan hasta los presentes tiempos, ocurriendo a pedirle a su incorrupto cuerpo remedio para todas sus necesidades de hambres, pestes y sequedades, con el seguro de que todo lo consiguen por su intercesión.   —93→   Tal era el cumplido lleno de sus virtudes, pues mereció en comprobación de ellas, que habiéndose retirado a lo más remoto de dicha Provincia, en la distancia de más de cien leguas, a lograr el fruto de su predicación, y hallándose ya sin hábito que le cubriese la piel sola que tenía pegada a sus mortificados miembros, fuese un Ángel el Portador, que desde el Coro de Quito, se lo llevase de mano del venerable padre fray Domingo Brieba, a quien estando en la Tribuna de su continua oración se le reveló la necesidad de su amado hermano y compañero en los trabajos, y en el espíritu, para que la remediase, como lo hizo, pidiéndole al Guardián del Convento un hábito, el cual volviéndose al mismo Coro se lo remitió con el celestial Correo que allí lo aguardaba. Estando las cosas de dicha Ciudad de San Diego en la tranquilidad referida, sucedió otra no menor contradicción del Demonio para impedir los frutos que tanto le lastimaban, y fue que el capitán Juan Palacios maltrató a un Indio principal, el cual ofendido convocó a los demás, y todos vinieron sobre los españoles con las armas en las manos. El Capitán más imprudente que valiente, se abalanzó a ellos con espada y rodela, pero en breve le quitaron la vida y a nosotros la esperanza de poder pasar adelante en aquella conversión. Y aunque con la muerte del Capitán cesó entonces la furia de los Indios, pero quedaron tan temerosos y acobardados nuestros soldados que luego trataron de desamparar la tierra, pareciéndoles, y no mal, que habiendo una vez perdido aquellos bárbaros el respeto a los españoles y muértoles su cabeza, no tenían ellos segura la suya.

Mucho sintieron nuestros religiosos esta resuelta determinación, pero como el espíritu de ellos era uno, se consolaron todos, resolviendo no desistir del comenzado propósito aunque fuese a costa de sus vidas, y así acordaron que el venerable padre fray Pedro Pecador con los demás religiosos prosiguiese en la reducción de los muchísimos Pueblos de que constaban la dicha Provincia de los Encabellados, y que el venerable padre fray Domingo Brieba en compañía de fray Andrés de Toledo   —94→   pasase a descubrir las más dilatadas Provincias, y la mucha diversidad de Gente que habitaba las orillas de aquel caudaloso río.

Así lo ejecutaron, embarcándose en una canoa los dos referidos religiosos en compañía de seis soldados, que movidos de tan heroico ejemplo, se animaron también a morir en la demanda y acompañarlos hasta la muerte; y comenzando su viaje el año de treinta y seis, a diez y siete de octubre, lo prosiguieron con tal felicidad, que experimentaron todos era muy del agrado de Dios, por las continuas maravillas que obraba con ellos Su Majestad, pues habiéndose embarcado con tan escasos bastimentos, que sólo llevaba para cada uno para sustentarse un puñado de maíz, con todo eso no les faltó en todo el viaje lo necesario, antes sí les sobraron los mantenimientos con abundancia increíble, y alguna vez que no conociendo la tierra, cogieron del monte algunas yucas silvestres, siendo así que eran venenosas y tales que los naturales que las comen al punto revientan, los religiosos y soldados las comieron sin recibir lesión alguna. Un día se les abrió la canoa en que iban embarcados con peligro de anegarse, y uno de los religiosos, que sin duda sería el venerable padre fray Domingo Brieba, cuyas virtudes fueron siempre extremadas, habiendo pasado la mano por encima de la abertura, quedó luego tan bien ajustada que nunca más entró por allí una sola gota de agua.

De esta manera caminaron durmiendo todas las noches en tierra tan seguros como si estuvieran en sus conventos sin sucederles cosa adversa sino todas felices: hasta que a cinco de febrero del siguiente año de treinta y siete descubrieron y entraron en la fortaleza del Curupá estalaje de portugueses, donde estaban para su defensa veinte soldados y por su capitán Juan Pereira de Cáceres, quienes con demostraciones de indecible júbilo recibieron a nuestros exploradores. Y habiendo mandado dicho Capitán que la canoa la sacasen del río y la llevasen a la Iglesia para perpetua memoria de aquel milagroso descubrimiento, por grandes diligencias que hicieron y fuerzas que añadieron, aun siendo pequeña, no   —95→   fue posible sacarla del agua. Viendo tan extraña maravilla, determinó que llevasen dicha canoa a una isla que estaba en frente del Pueblo, pero sucedió otra mayor, que habiéndole echado veinte remos, como si fuera una peña nacida en el agua o un encumbrado monte, no la pudieron menear, y así la dejaron en el mismo paraje donde ella varó con los religiosos. En otra canoa pasaron a la Ciudad del Gran Pará y a la de San Luis del Marañón, donde fueron recibidos con regocijos iguales del capitán y gobernador Jácome y Raymundo de Noroña, quien aunque tenía Cédulas Reales, en que apretadamente le mandaba Su Majestad tratase de aquel descubrimiento del Río de las Amazonas, ni él ni sus antecesores se habían atrevido por los muchísimos inconvenientes y dificultades que siempre habían concebido. Mas viendo entonces vencida la dificultad, con toda presteza y diligencia se aprestó para la jornada, enviando al padre fray Andrés de Toledo a los Reinos de España con papeles y recaudos autenticados de que dos religiosos de San Francisco y seis soldados habían descubierto el Gran Río de las Amazonas, y que él se quedaba aprestando para entrar por él. El dicho religioso fray Andrés de Toledo llegó a Lisboa, presentó sus papeles en el Consejo, hizo sus diligencias, habló a la Señora Infanta, y mientras llegaba el informe del Gobernador, pasó a la Ciudad de Salamanca a esperarlo.

Aprestas pues por dicho gobernador Jácome Raymundo de Noroña cuarenta canoas, y entrando en ellas sesenta soldados y mil y doscientos Indios naturales de la tierra, nombró por General de toda la armada al capitán Pedro de Texeyra, por Capellán al padre fray Agustino de las Chagas de mi Seráfica Orden, y por Norte, Colón, Guía y Piloto al venerable padre fray Domingo Brieba, y ordenando que el Río se llamase de allí en adelante, no Marañón ni Amazonas, sino Río de San Francisco de Quito, y la Provincia la Franciscana, en reconocimiento de que solos los frailes de San Francisco y no otros fueron los primeros que descubrieron y han hecho fácil la navegación de todo ese caudaloso río,   —96→   y que a ellos solos se les debe la gloria, pues solos ellos pasaron los trabajos en su descubrimiento como consta de los mismos papeles auténticos que dicho Gobernador despachó a los Reinos de España y de los que remitió a esta Real Audiencia.

Con singular regocijo se despidió la prevenida armada de la fortaleza del Curupá, a veinte y siete de octubre del año de treinta y siete, y al cabo de cuatro meses de camino, en que el Padre Capellán logró bautizar quinientos y cincuenta Indios infieles que bogaban las canoas, habiendo llegado al primer Pueblo de los Omaguas, a quienes al pasar había dejado de paz el venerable fray Domingo Brieba, ordenó el Gobernador, para sosegar el tumulto que ya los soldados intentaban por la demora del camino, que se adelantase ocho canoas, y que en una de ellas con el coronel Benito Rodríguez se adelantase el venerable fray Domingo Brieba, como el que solo sabía el río y sus ensenadas, para que fuesen abriendo el camino, y que por las señales que fueren dejando en las playas, se gobernase el resto de dicha armada. Con esta traza caminaban unos cuidadosos y seguían otros empenados, hasta que entrándose por el Río Napo, que es otro principal miembro del de las Amazonas, y que también se llamó de San Francisco, llegaron todos con feliz y próspero viaje, al cabo de ocho meses de embarcación, al deseado puerto de Payamino, donde entraron el día veinte y cuatro de junio del año treinta y ocho. Desembarcados en dicho puerto, pasaron a la Ciudad de Ávila en la Gobernación de Quijos, de donde se adelantó el venerable padre fray Domingo Brieba a dar cuenta a la Real Audiencia y a sus Prelados del fin próspero que había tenido su descubrimiento. Los Señores de la Real Audiencia dieron aviso de todo al Señor Conde de Chinchón Virrey del Perú, pidiéndole a Su Excelencia ordenase lo que en aquel caso se debía hacer, y habiendo decretado que a los portugueses se les diese todo el avío necesario, y que luego al punto se volviesen por el mismo río que habían subido, y que en su compañía enviase dicha Real Audiencia dos personas de satisfacción por la   —97→   Corona de Castilla para que vistas las cosas de aquel descubrimiento, con fidelidad y verdad pasasen a la Corte a dar cuenta a Su Majestad para que dispusiese en materia tan grave e importante lo que fuese servido: ejecutose dicha orden eligiendo en primer lugar al reverendo padre Cristóbal de Acuña, que entonces se hallaba en la distancia de cincuenta leguas, religioso profesor y Rector del Colegio de la Compañía de Jesús de la Ciudad de Cuenca, muy aficionado del Señor Presidente, del ilustrísimo señor obispo don fray Pedro de Oviedo, y por consiguiente de su hermano el corregidor de la Ciudad don Juan Vásquez de Acuña, el cual pretendía y pidió hacer esta jornada a su costa; y en segundo lugar al reverendo padre Andrés de Artieda de la misma esclarecida Compañía de Jesús.

Sabida esta resolución por el General de la Armada Portuguesa y otros portugueses principales, que de Ávila dejando a los demás se habían trasladado a esta Ciudad, pasaron a este mi Convento y hablando al reverendo padre fray Martín Ochoa, Ministro Provincial entonces, le pidieron con grandes encarecimientos y afectos nacidos del alma, que por amor de Dios, y por lo que debía a la majestad católica del señor Felipe IV, no permitiese que en aquel viaje tan peligroso los desamparase el hábito de San Francisco, y que ya que por el Decreto de la Real Audiencia no podía llevar todos los religiosos franciscanos que ellos quisieran y habían menester pues en solos dos Provincias había setecientos Pueblos que pedían la predicación del Santo Evangelio, que por lo menos les diese para su consuelo al padre fray Domingo Brieba, religioso a quien todos veneraban por sus muchas virtudes y buen ejemplo, y a quien debían el haber llegado a salvamento por haber sido su norte y guía en aquel descubrimiento, y tener tan entero conocimiento y noticia de aquellas dilatadas tierras y enmarañados ríos por haber sido el primero y que más veces lo había surcado, y que así el capellán de su Armada fray Augustino de las Chagas como el Gobernador del Marañón, Jácome Raymundo de Noroña lo había de sentir con muchísimo   —98→   extremo. Movido de estas piadosas cuanto eficaces razones acordó dicho Ministro Provincial concederle su paternal bendición y licencia en una patente, cuya copia está dando voces de crédito y verdad de todo lo referido, al venerable padre fray Domingo Brieba para que pasando en la referida armada que había conducido se encaminase también a la Corte a dar cuenta de parte de la Religión de Nuestro Padre San Francisco, al Rey Nuestro Señor y su Real Consejo de Indias del principio medio y fin de dicha jornada.

Con esta Providencia se partió dicho venerable padre fray Domingo Brieba el día cinco de marzo del año de treinta y nueve, un mes después que se habían adelantado los portugueses y los reverendos padres de la Compañía de Jesús, y apenas llegó a la Provincia de los Quijos, cuando don Francisco Mogollón de Obando, Gobernador de aquel Partido, le notificó una Provisión de la Real Audiencia en que le mandaba a dicho padre la Cancillería que en ninguna manera pasase adelante ni se embarcase con los portugueses sino que volviese luego a su Convento de San Francisco de Quito y que de no hacerlo así se le aplicasen las penas contenidas. Pero no pudieron éstas como violencias humanas que intentaban ofuscar las luces de la verdad, resistir los divinos decretos, pues el mismo Gobernador que le notificó dicha Real Provisión, atendiendo a que sería de gran servicio al Rey Nuestro Señor, que quien tantas veces había andado aquellas tierras, le hiciese relación de ellas, atemperó la severidad del mandato y permitió que en el Río de San Francisco de Napo se embarcase en compañía del general Pedro Texeyra, que por Divina Providencia se había detenido con su Armada. Al comenzar el viaje los dos reverendos padres de la Compañía de Jesús, en virtud de unos recaudos que llevaban del ilustrísimo señor don fray Pedro de Oviedo, quisieron entrar por Capellanes de dicha Armada Portuguesa, a lo cual se les opuso el padre fray Agustino de las Chagas, diciendo que él había salido por Capellán de aquella gente desde la Ciudad del Gran Pará, nombrado y con licencia de quien se la pudo dar, y que allí no tenía jurisdicción el Señor Obispo de Quito, añadiendo   —99→   otras razones más, con las cuales dichos reverendos padres como tan doctos y ajustados a razón desistieron de su intento. En buena conformidad iban ya prosiguiendo su viaje, cuando al desembarque que hace el Río Yurúa para incorporarse con el Río de San Francisco de las Amazonas a la banda del Sur, tuvo el General algunas confusas y falsas noticias de que los holandeses habían ganado las Ciudades del Marañón y del Pará, por lo cual dicho general Pedro Texeyra determinó tomar posesión de aquel gran río en nombre del católico rey de las Españas y emperador de las Indias el señor Felipe IV con todas las ceremonias y solemnidades necesarias, fundando un Pueblo con el nombre de San Antonio de Padua y apellidando la Provincia la Franciscana, la misma diligencia hizo más adelante en la boca del Río Negro, llamando aquel sitio Ávila, sin descuidarse de hacer lo que debían el padre Augustino de las Chagas y el venerable fray Domingo Brieba, pues cuando todos los soldados plantaban árboles en señal de la posesión que tomaban en nombre de Su Majestad, ellos también enarbolaron otro que fue el Santo Árbol de la Cruz en una grande y vistosa playa en nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de la Iglesia Romana.

De allí pasaron a la Ciudad del Gran Pará, donde en su convento se quedó el padre capellán fray Augustino de las Chagas, y el venerable padre fray Domingo Brieba, de la Ciudad de San Luis del Marañón, se embarcó para España, y tocando en las Terceras entró en Lisboa a trece de Octubre el año de cuarenta, de donde pasó a la Corte a informar al Rey Nuestro Señor y a su Real Consejo de Indias, del principio progreso y estado en que dejaba las sobredichas conversiones, en que se habían empeñado los religiosos de esta Provincia, y el descubrimiento que habían hecho del Gran Río de San Francisco de Quito. Y aunque a los principios no tuvo cabimiento ni entrada en el Real Palacio la verdad de su sincero informe, ya por la poca recomendación del sujeto para los humanos ojos, pues era un pobre lego de San Francisco, pero no para los divinos que apreciaban lo   —100→   heroico de sus virtudes, y ya porque las solicitudes contrarias protegidas de grandes alas le tenían con anticipación ganada la puerta para embarazarle el paso. Mas habiéndose hecho cargo de patrocinar al desvalido el reverendísimo padre fray Joseph Maldonado, Comisario General entonces de todas las Indias Occidentales, así por las obligaciones de su oficio como por desempeñarlas de haber sido hijo de esta Santa Provincia, recabó por fin el que dándose por bien servida la Católica Majestad se tornase a este su Convento dicho venerable padre fray Domingo Brieba con despachos favorables para la prosecución de las referidas conversiones. Y habiendo el año de cuarenta y cuatro arribado a esta portería, y por lo avanzado de sus años y lo estropeado que llegó de tan prolija y dilatada peregrinación, junto con la lesión que padecía de una pierna desde que los Indios Becabas a macanazos se la baldaron, no pudiendo pasar en persona a lograr los frutos que entre los infieles habían dejado, se contentó con sacrificarle a Dios sus deseos y retirarse a la Tribuna del Coro donde de día y de noche estaba embebido en continua oración, para desde allí cooperar con los demás Ministros Evangélicos, que se afanaban en convertirlos al conocimiento de Nuestra Santa Fe Católica, de donde también se correspondía con el venerable padre fray Pedro Pecador, a quien por misterio angélico le socorría sus necesidades.

Así se fueron continuando las reducciones de dichos infieles con algún adelantamiento en los años siguientes, hasta que pasaron de esta vida a lograr el premio de sus muchos merecimientos los dos venerables padres fray Domingo Brieba y fray Pedro Pecador, con cuya falta se resistieron notablemente los progresos de dichas conversiones, pues faltos de Ministros que los contuviesen se revelaron los Pueblos que hasta entonces se habían erigido en el espacio de cincuenta y cuatro años.

Mas como la causa era de Dios y el empeño de mi Religión Seráfica, que nunca ha conocido excesos en los ahincados fervores de servir a entrambas Majestades, reverdeció el espíritu y celo de los antepasados, en los religiosos   —101→   siguientes, el reverendo padre fray Martín de San Joseph, Comisario de dichas Misiones y después Ministro Provincial de esta Santa Provincia, el padre fray Juan de Céspedes, el padre fray Martín de Maya, el hermano fray Domingo del Carmen y el hermano fray Antonio de Jesús, para que con nuevos fervores restableciesen eficaces los quebrantos antecedentes.

Con esta resuelta determinación, el año de ochenta y seis, se encaminaron dichos religiosos al primer Pueblo de los Oas en la Gobernación de los Quijos, que años antes habían reducido los religiosos precedentes, y habiendo fundado en la Laguna de Yupage un Pueblo que les sirviese de escala, se embarcaron en el Río de San Francisco de Napo, en cuyas dilatadas márgenes y riberas habiendo pasado varios contratiempos, consiguieron pacificar la Provincia de los Avigiras el año de ochenta y nueve, en tiempo del Reinado del señor Carlos II de gloriosa memoria, donde se fundaron los siguientes Pueblos con más de seis mil almas bautizadas: el de Nuestra Señora de Guadalupe de los Avigiras e Icaguates, el de la Encarnación de Avigiras, el de San Buenaventura de los Avigiras, y más adelante en la región de los Caguas el Pueblo de Santa Rosa de Viterbo de Caguas con la vecindad de más de cuatro mil almas. Y en la Provincia del Curaray, el Pueblo de Nuestro Padre San Francisco de Curaray. Y en la de los Coronados el Pueblo de San Diego. Y entre los Encabellados el Pueblo de San Pedro de Alcántara, para cuya conservación y adelantamiento libró Su Majestad el Real Despacho hecho en Madrid a diez y ocho de noviembre del mismo año ochenta y nueve en virtud del informe que entonces hizo a su Real Majestad, estando en su Corte, el reverendo padre fray Alonso Sánchez como Procurador General de dichas Misiones.

Y porque en este tiempo se les consignaron las Misiones del Río Napo y del Gran Río de San Francisco a los reverendos padres de la esclarecida Compañía de Jesús, igualmente fervorosos en la propagación de Nuestra Santa Fe Católica entre los infieles de aquella comarca, dejando   —102→   así fundados los referidos Pueblos, se trasladaron los religiosos de mi Seráfico Instituto a traficar y recorrer las Provincias y ríos de su primer descubrimiento en las Provincias de los Sucumbíos, donde se aplicaron de nuevo con tal fervor a reducir sus moradores, que ya el año de noventa y tres a catorce de febrero, en las riberas del Río Putumayo, lograron fundar el Pueblo del Nombre de Jesús de Nansueras, y tres leguas más adelante el Pueblo de Santa María de Maguagees, y como seis leguas más adelante el Pueblo de Santa Clara de Yaybras, y en otra igual distancia del Pueblo de San Diego de Alcalá de Yantaguagees. Y el año siguiente de noventa y cuatro en la Provincia de los Oyos, que quiere decir Murciélagos, sobre las márgenes del Río Acuysía, que tributa sus aguas al mismo Putumayo, se fundó el Pueblo de San Joseph de los Cuevos que al presente se denomina de Aguesé por la traslación del sitio. Ese mismo año se pacificaron los Viguagees y sacados de tierra adentro se fundó con ellos a las riberas del Putumayo el Pueblo de San Antonio de Padua de los Viguagees; por el mismo tiempo se dieron de paz los Penes y de oficio propio salieron de su región a poblarse en el Putumayo y se erigió el Pueblo de San Bernardino de los Penes; y tierra adentro de su situación, en la distancia de dos leguas, se fundó el Pueblo de Nuestro Padre San Francisco de Piacomos. El año siguiente de noventa y cinco, cerca del encuentro que hace dicho Río Putumayo con el Gran Río de San Francisco, se redujeron las Provincias de los Cenuguages, de los Punies, y muchísimas de los Icaguates y Encabellados que habitaban la tierra adentro, y también los Pioenes. Y de la parte de la Provincia de Mocoa, que baña el Gran Río del Caquetá, y que con distancia de cuatro días de camino confina con la de Sucumbíos, se pacificaron las Naciones de los Neguas, de los Caguis y de los Coreguajes, habiendo desde este tiempo tomado posesión dichos religiosos de las Misiones de dicha Provincia de Mocoa y del Gran Caquetá. El año siguiente de noventa y cuatro, informados los religiosos de este Convento Máximo de la falta de operarios que había en dichas Misiones, por cuyo defecto se   —103→   les malograba mucha cosecha, pues había ya allá más Pueblo que religiosos, resolvieron pasar a tener parte en el mérito de tan glorioso empleo el venerable y reverendo padre lector jubilado fray Juan Montero, el hermano fray Antonio de San Joseph, el hermano fray Joseph de Jesús, el padre fray Juan Vitorino, el venerable padre fray Juan Benites de San Antonio, y el hermano Antonio Conforte, y habiéndose adelantado dicho venerable padre fray Juan Benites de San Antonio y el hermano fray Antonio Conforte, y del Pueblo de San Buenaventura de los Avigiras, ha arribado al puerto de San Miguel de Sucumbíos, para de allí pasar río abajo a incorporarse con los religiosos que trabajaban en la boca del Putumayo; a los ocho días de su partida, le asaltaron el alojamiento unos Indios piratas de la Provincia del Gran Caquetá llamados Tamas y por otro nombre Payugagees, que habían pasado a hostilizar las riberas del referido Putumayo, quienes revestidos de diabólica saña quitaron las vidas a un Indio cristiano llamado Nicolás, al hermano Antonio Conforte y al venerable padre fray Juan Benites, religioso de vida muy ejemplar y extremada mortificación, quien con espíritu profético, en el Pueblo de San Miguel, predijo a sus moradores lo cercano de su dichosa muerte, la cual la abrazó con tal seguridad de ánimo, que sin que lo alterasen los repetidos golpes de tostados dardos y aguzadas cucharas con que pasaron el pecho, hincado de rodillas con un Cristo en las manos, entre amorosos coloquios, rogando por sus homicidas, entregó su espíritu en manos de su Criador a 18 de enero de 1695.

Ese mismo año, mientras el reverendo padre comisario fray Martín de San Joseph, a pedimento del Cabildo de la Ciudad de Pasto, estaba fervorosamente entendiendo en la pacificación de los Andaquíes Yaguanungas, el Chautaes, quienes habiendo arrasado las Ciudades de Symantas y de Mocoa en las Provincias del Gran Caquetá, defraudándole a Su Majestad los crecidísimos quintos de finísimo oro que le rentaban sus ricas minas, se atrevían también a saquear los demás Pueblos   —104→   comarcanos, cautivando muchas mujeres españolas, en la cual reducción gastó dicho Reverendo Padre Comisario el tiempo de catorce años sin efecto alguno por entonces, por no haber aún llegado el que la Divina Providencia tenía destinado para su Vocación, como se verá adelante; arribaron por fin al río Putumayo los restantes compañeros que seguían al venerable padre fray Juan Benites; y en las riberas del Río de San Miguel de la Coca, fundaron el Pueblo de San Pedro de Alcántara; y sobre el Río Putumayo, el venerable y reverendo padre jubilado fray Juan Montero fundó el Pueblo de los Amoguages, donde habiendo trabajado, en la enseñanza y doctrina de sus moradores a satisfacción de su fervoroso celo, años después reconociendo que Dios le llamaba para sí, comenzó a entonar con sonora y entera voz el Credo, y al Incarnatus est expiró cantando como cisne de la gloria. Y tres leguas más adelante de dicho Pueblo se fundó el de la Concepción de los Guaniguages; y tierra más adentro, como cosa de cinco leguas, fundaron el Pueblo de San Cristóbal de los Yayguagees; cuatro leguas más adelante fundaron el Pueblo de Nuestra Señora de Chiquinquirá de los Pyacomos; y un día más abajo de camino fundaron el de San Juan de los Ayamacenes; deseando reducirse a Pueblos y tener cada uno religioso que los doctrinen las naciones siguientes: los Ayamas, los Yaybarai, los Ocaguages, los Ciameacos; los Zuyges, los Zyroquies, los Humayares, los Vitomees, los Ybicuros, los Curusaguas, los Masacees, los Sensetaguas, los Allamas, los Taumeas, los Sorimanes, los Sensecuges, y otras naciones más retiradas.

De los cuales progresos, que se continuaron hasta el año de mil setecientos y diez y seis, informada la católica y real majestad de nuestro rey y señor don Felipe V, que Dios guarde, por relación que en su Real Consejo de Indias hizo el Padre Comisario de dichas Misiones fray Lucas Rodríguez de Acosta, expidió Su Majestad dos Reales Cédulas, ambas del Pardo, a cinco de julio del mismo año de diez y seis, la una en orden a que se den por esta Real Audiencia las providencias conducentes   —105→   al adelantamiento de dichas Misiones; y la otra en que está inserta la del señor don Carlos Segundo, fecha en Madrid a diez y ocho de noviembre del año pasado de ochenta y nueve, a cuya continuación corrobora Su Majestad y mándase ejecute lo mismo que entonces se había acordado en beneficio de dichas Misiones y en subsidio de los religiosos que en ellas se empleaban. Después, el año siguiente de diez y nueve, a pedimento del reverendo padre fray Juan del Rosario, que, como Procurador significó la necesidad que dichas Misiones tenían de religiosos, se dignó Su Real Majestad conceder por su Real Cédula de veinte de abril de dicho año, una Misión compuesta de veinte cuatro religiosos de Corona y dos legos.

Mientras dicha Misión se aprestaba, que por entonces se frustró con la muerte de dicho reverendo padre fray Juan del Rosario, de vuelta ya de la Corte, entró a continuar la labor de las Misiones del Putumayo y la de los Tamas o Payugagees pertenecientes a Mocoa, el referido padre comisario fray Lucas Rodríguez de Acosta, llevando en su compañía al reverendo padre fray Matheo Valencia, al padre fray Miguel Marín y al hermano fray Juan Garzón, y porque llevados dichos religiosos del fervor que les condujo quisieron reformar algunas costumbres desordenadas con que se habían viciado los Indios hasta entonces poblados, por falta de la continua asistencia de los pocos religiosos que ha tiempos recorrían sus poblaciones, y también porque pretendieron que los Indios más antiguos en el Cristianismo saliesen a esta Ciudad a recibir el Santo Sacramento de la Confirmación, como en otra ocasión lo habían hecho, los Indios Pennes, saliendo con su mismo cacique don Juan Penne de bajo de la conducta del padre fray Agustín Álvarez, exasperados dichos Indios de la nueva reforma de sus depravadas costumbres en orden a la pluralidad de las mujeres que cada uno quería tener, y concibiendo que el sacarlos de sus regiones sería para trasladarlos a otras poblaciones, como consta de una información auténtica que en la Ciudad de Pasto se hizo, y   —106→   los más cierto instigados de la diabólica sugestión, se conspiraron a sacudir el suave yugo de Nuestra Católica Ley, matando a todos los religiosos que los doctrinaban, como con efecto lo hicieron, quitando las vidas al referido padre comisario fray Lucas Rodríguez de Acosta los Indios Ceones, al padre Miguel Marín los Indios Ocorasos, al hermano fray Joseph de Jesús, misionero de más de treinta años, los Indios Pyacomos, que el mismo había criado, y al hermano fray Juan Garzón los Indios Encabellados. La cual tragedia sucedió el día veinte y dos de mayo del año veinte y uno, rebelándose todos los demás restantes Pueblos, que con tantos afanes se habían fundado en el decurso de ochenta y siete años, librándose sólo de esa rebelión los dos Pueblos de San Diego de los Yantaguagees y San Joseph de Aguese, en cuya fidelidad se refugiaron los religiosos que escaparon de tan deshecha tempestad, lastimados y sentidos de ver malogrados sus trabajos, pero con la esperanza en Dios de que perseverando en sus propósitos lograrían más sazonados frutos regados con la sangre de sus hermanos, la cual esperanza no les salió en nada fallida, como se ha experimentado hasta el tiempo presente; pues habiendo el año subsiguiente de veinte y cuatro, al año y meses en que la primera vez indignamente fui electo Ministro Provincial de esta Santa Provincia, remitido a las Misiones del referido Putumayo al reverendo padre definidor fray Buenaventura Villapanilla, al padre fray Pedro de Guisado, al padre fray Juan Guillermo del Castillo, al padre fray Javier Soto, al hermano fray Domingo Luna y al hermano fray Thomás Méndez, para que unidos con los religiosos que escaparon, se empeñasen en el restablecimiento de aquellos perdidos Pueblos, lo cual ejecutaron con tal fervor y eficacia que todo cedió en mayor honra y gloria de Dios y en crédito de mi Religión Seráfica. Y para que con más operarios se lograse mejor el intento pretendido, ocurrí al reverendísimo y venerable padre fray Juan de Soto, de gloriosa memoria, que en la ocasión era Comisario General de todas las Indias Occidentales, notificándole a Su Reverendísima la necesidad que dichas Misiones tenían de   —107→   religiosos para su adelantamiento, junto con el desconsuelo en que quedaba de habérseme frustrado las diligencias que puse en planta al ingreso de dicho mi primer gobierno, enviando para que condujese una Misión competente un religioso al propósito, el cual por haber estado el Mar del Norte embarazado con ingleses de corso, no pudo pasar de Portovelo, y Su Reverendísima me consoló con carta que tengo presente con la segura noticia de que había conseguido del Rey Nuestro Señor la merced de una Misión compuesta de treinta religiosos, la cual también se frustró como la que estuvo prevenida el año pasado de diez y nueve con indecible sentimiento de esta Santa Provincia, por hallarse sumamente necesitada de religiosos europeos que cultiven dichas Misiones y que alternen los oficios pertenecientes a la Nación, para lo cual en los tiempos presentes sólo fueron bastantes de treinta a cuarenta religiosos.

Por ese mismo tiempo, al segundo año de dicho mi primer gobierno, recibí en dos ocasiones cartas del Cacique de Mocoa y del Capitán de los Indios Yaguanongas de la celebrada Provincia del Gran Caquetá, que muchos años antes con exterminio total de los vecinos cristianos se había revelado, los cuales en nombre de sus vasallos y parciales me pedían encarecidamente les enviase religiosos que los doctrinasen y bautizasen; y conjeturando que ya se había cumplido el tiempo destinado a coger en aquella dilatada Provincia compuesta de muchísimas Naciones, los deseados frutos que en tiempo del reverendo padre fray Martín de San Joseph con el cultivo de catorce años aún no se había podido sazonar, remití al padre lector en Sagrada Teología fray Martín Huydobro de Montalván, que es actual Secretario de Provincia, y al padre fray Juan Miranda, para que enterados de la sinceridad del ánimo de dichos Indios, me la participasen, y que entonces daría la providencia de más operarios, como se hizo; pues habiéndose fundado de primer instancia los Pueblos siguientes: el de San Antonio de Padua del Gran Caquetá con ochenta y tres Indios Mocoas, el del Arcángel San Miguel de los Yaguanongas sobre el Río de la Fragua con setenta y seis vecinos, el   —108→   de San Rafael de los Mandures sobre el Río Mandur con noventa y dos vecinos, el de San Luis de los Andaquíes o Choroaes en las cabeceras del Río de la Damaxagua con cincuenta y nueve vecinos, el de Nuestra Señora de los Ángeles de los Chufíes sobre el Río Chufía con ochenta vecinos, el de Santa Clara de los Xayos sobre el Río Xayo con ciento catorce vecinos; con la noticia de estos progresos remití también a los religiosos siguientes: al padre fray Bernardino Semanate, al padre fray Javier Soto, que de las Misiones de Sucumbíos en el Putumayo pasó con el hermano fray Tomás Méndez, y al padre fray Agustín Terán, quienes después de haberse compartido en los Pueblos ya fundados, pasaron a fundar el de San Bernardino de los Caguanes en la junta que hace el Río Caguan con el Gran Caquetá, con la vecindad de seiscientas y treinta y seis almas, y prosiguieron pacificando las Naciones de los Sapallos, de los Hachas, de los Lusones, de los Tamas o Payugagees, con esperanza de que también se reducirán las restantes naciones que en numerosas tropas se dilatan por las riberas de dicho Río Caquetá hasta confinar con las del Orinoco y las de la Guayana, por ser dicho río originado de la Provincia del Dorado que es la de Iscansee.

Informados los religiosos que estaban en las Misiones del Putumayo de los progresos tan felices de la Provincia convecina del Gran Caquetá, con gloriosa emulación se empeñaron en la reducción de las Naciones que les pertenecían, con tal eficacia que hasta el año de treinta y siete consiguieron tener reducidos y corrientes, por la docilidad que en sus moradores hallaron, constreñidos del temor de que todos los que habían concurrido a la sublevación pasada y muerto a los sobredichos religiosos, todos habían acabado desastrosamente, unos ahogados, con parótidas que les hincharon las gargantas hasta sofocarlos, y otros a las crueles manos de los Andaquíes y Yaguanongas, los siguientes Pueblos: el de San Pedro de Alcántara de los Amoages, en el encuentro que hace el Río Putumayo y de San Miguel con el Río de Guamoes, con la vecindad de ciento ochenta y seis almas, el de   —109→   Nuestra Señora de los Dolores de los Maceros sobre el mismo Putumayo con noventa y siete vecinos, el de Santiago de los Ocomecas con la vecindad de más de quinientas almas, el de San Juan Bautista de los Cunsas Encabellados con trescientos vecinos, el de San Antonio de los Ocoguages con la vecindad de ciento y cincuenta almas, el de San Juan Capistrano de los Huynos con doscientas y setenta y dos almas, el de Santa Rosa de Viterbo de los Oyos con más de seiscientos vecinos, el de San Salvador de Orta de los Emos con noventa y siete vecinos, el de Santa Colecta de los Censeguages con doscientas y veinte y tres almas, el de San Buenaventura de los Curiguges con ciento y diez y seis vecinos. Y el año próximo pasado de treinta y ocho, en que sin mirar mis desméritos me eligieron segunda vez Ministro Provincial, se fundó el Pueblo de Santa Cruz de los Mamos con la vecindad de ochenta y nueve almas.

Éstos son los Pueblos que hasta la presente se han fundado y se conservan en los dos Misiones del Gran Caquetá en Mocoa y del Putumayo en Sucumbíos, sin los dos Pueblos de San Joseph de Aguesé con noventa y cuatro vecinos y el de San Diego de los Yantaguages con ciento y tres almas que desde que se fundaron han perseverado constantes en la observancia de Nuestra Ley Evangélica, y también el Pueblo de San Miguel de Sucumbíos, que de Ciudad de Écija que antes era, ha parado en Pueblo corto de cincuenta y seis vecinos, el cual por merced de Su Real Majestad, que Dios guarde, se concedió a mi Religión Seráfica para escala y puerto de dichas Misiones, las cuales en el estado presente mutuamente se están dando las manos para ayudarse, por haberse ya abierto camino corriente de la de Putumayo a la de Caquetá, y de ésta a la Ciudad de Almaguer, por Oñai se ha principiado a tener comunicación y correspondencia con los de dicha Ciudad y los de Popayán, con la inspección que dichos vecinos tienen de volver a entablar los Reales de Minas, que en la Provincia de Caquetá con adelantamiento de los Reales haberes suelen antiguamente estar corrientes.

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De manera que por todos son veinte y uno los Pueblos que están corrientes al presente: siete en las Misiones del Gran Caquetá y catorce en las del Putumayo, fuera de las demás naciones que entrambas Misiones están pacificadas con deseos de fundarse en Pueblos, como lo han hecho los demás, que por ser pocos los operarios no se ha efectuado, y fácilmente se conseguiría si Su Majestad, que Dios guarde, hiciera el beneficio de concederle a esta necesitada Provincia una Misión de treinta a cuarenta religiosos que los ha menester, así para la alternativa de los oficios de la Orden, como ya dije, como para el adelantamiento y propagación de Nuestra Santa Fe Católica, no sólo en las sobredichas Provincias del Putumayo y Caquetá, sino también en las Provincias de la Ciudad asolada de Logroño y de los belicosos Jíbaros que pueblan las riberas del Gran Río de Macas en la Ciudad de Sevilla del Oro donde el año pasado de treinta y tres, a pedimento de don Alejandro de Escalante Gobernador de dicha Provincia de Sevilla de Oro de Macas, pasó a reducir los referidos Jíbaros, por la experiencia que de tratar con los infieles de Caquetá tenía, el padre lector en Sagrada Teología y actualmente secretario de Provincia fray Martín Huydobro de Montalván, con feliz efecto de haber convertido y bautizado en dos años y medio las Naciones de los Chiguazas, Miripusas, y Osocomas, cuyos Caudillos eran Quinintes y Hatchuamba, con orden que esta Real Audiencia le dio a dicho Padre de que se poblara con los ya bautizados en los llanos y faldas del volcán de Sangay, que está en la otra banda de dicha Ciudad de Macas, lo cual por entonces no se pudo efectuar, ya por la contradicción que los Señores Curas Clérigos hicieron a dicha nueva población, alegando quedarían sin feligreses, pasándoles todos a lograr las utilidades de aquellos fértiles y abundantes llanos de Sangay, que por temor de dichos Jíbaros no los disfrutaban, y ya porque con la epidemia de las viruelas, con que entonces se apestó esta Provincia, murieron los más de dichos Jíbaros bautizados, si bien se conservaba el ánimo de los demás dispuesto al cultivo de la predicación evangélica. Y ésta es la verdadera razón y serie del principio   —111→   y progresos y estado de las sobredichas Misiones que mi Religión Seráfica tiene en esta Provincia de San Francisco de Quito, y de todo lo demás pretendido por Su Majestad, que Dios guarde, en su Real Cédula, de cuyo contenido enterado, informo todo lo sobredicho a V. S.

Concuerda este traslado con el Informe original que nuestro muy reverendo fray Bartholomé de Alácano hizo siendo segunda vez Provincial de esta Santa Provincia, que se remitió a la Corte de Madrid para que Su Majestad se enterase de todo lo que por la Cédula al principio referida pretendía. Va cierto, corregido y concertado. A que en lo necesario me remito. Y porque conste lo firmé en diez días del mes de setiembre de mil setecientos y treinta y nueve años, y lo signé en testimonio de verdad.

(f) Fray Martín Huydobro de Montalván
Secretario de la Provincia

En testimonio de verdad:
(f) Fray Thomas Suárez Pacheco
Ex-Definidor y Notario Apostólico

En testimonio de verdad:
(f) Fray Manuel Guerrero
Notario Apostólico





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