
La
crítica deicida de Hostos o la incandescencia de
América37
Para mi hija
Tainahíl, que confesó al terminar |
Cuando platicamos de la tarea intelectual y -desde luego- literaria de Eugenio María de Hostos hablamos -con mayor propiedad aún que en el caso de Gabriel García Márquez- de la historia de un deicidio. Hostos, nutrido como muy pocos escritores por la adversidad más desvergonzada, curtido por la reciedumbre de su misión vindicante y sin asiento, auscultó a plenitud su propósito obsesivo, siempre bajo el signo de Urayóan, de aquel arauaco borinqueño que tuvo la osadía de atentar contra los dioses. Su obra es el esfuerzo faústico, sostenido, contra el imperialismo jano y escurridizo que mordía con una mandíbula en el Caribe y con la otra al Continente nuestro en su integridad. Su obra se define sobre todo por su voluntad de augurio, por el afán de liberar de colonialismos y neocolonialismos a los habitantes todos de las tierras desveladas y devastadas que llamó varias veces -fundador, inaugural- como Martí, Nuestra América.
A los críticos les molesta el desenfado con que se mueve Hostos por los parajes de sus certezas, en contraste con la oscura pero placentera incertidumbre de que vive hoy la intelectualidad de la era de la física cuántica. Hostos forjó en la ignota alquimia de su conciencia ese augurio impaciente que comentamos, esa utopía de emergencia que debía realizarse entre las ascuas de la fragua. Quemó las manos y consagró su cuerpo como consagró su espíritu -en sacrificio- a esa certidumbre. Y ofrendó a esos dioses imperiosos las sales de su dedicación y las linternas de su insomnio. Esa certeza se estremece en la pupila de su palabra escrita como una indignación. En ella, sólo el sol lo nombra.
En otras ocasiones hemos estudiado la obra literaria de Hostos. Hemos concluido que Hostos es uno de los más importantes escritores del Continente; que cultivó todos los géneros con contribuciones importantes en cada uno; que su importancia literaria hay que definirla dentro de los parámetros de la literatura comprometida, misional, liberadora; que su palabra está ungida por la preocupación constante por el porvenir de América38. Nos ocupamos ahora de su crítica, para lo cual será menester volver a comentar algunos aspectos de su teoría del arte y la literatura, así como algunos de los generadores ideológicos de su pensamiento.
La crítica suele enjuiciar con un poco de desplante y condescendencia no sólo la literatura de Hostos, sino también su crítica y su teoría de la literatura. Desde Antonio S. Pedreira39, hasta Adelaida Lugo Guernelli40, Matilde Díaz De Fortier41, Raquel Romeu y Fernández42, Hildred N. Waltzer43 y tantos otros, se ha difundido la idea equivocada que Luis M. Oraa implica en el título de su tesis de Maestría presentada en la Universidad de Puerto Rico: «¿Por qué Hostos renunció a la literatura?»44 Según estos críticos la obra literaria de Hostos lleva el lastre de una finalidad didáctica que la anula, o sostienen la tesis de la abominación de Hostos de la novela, la poesía y la literatura en general, por considerarlas malsanas. Otros, como David Lagmanovich, llegan a motejar el criterio crítico de Hostos como primitivo y deficiente45.
Para que pueda verse cuan inexactas son estas aseveraciones conocidas sobre la relación de Hostos y la literatura, repasemos algunas de las palabras del apóstol sobre el tema.
Comencemos indicando que sólo cinco años antes de la publicación por sus discípulos de su Moral social, Hostos afirmaba que:
«El arte [...] es, ni menos ni más, una de las formas de interpretación de la naturaleza. Desde ese punto de vista, está íntegramente comprendido en la evolución científica del entendimiento individual, y en el movimiento científico de la razón común»46. |
En la Moral social, precisamente, Hostos señala que el arte:
«[...] trae de continuo a la realidad, porque la realidad es el campo de lo bello, y en esa operación provoca y facilita la observación y examen del aspecto y las propiedades externas de las cosas. Haciendo eso -añade- el arte es moralizador, porque es educador de muchas fuerzas subjetivas, la sensación, la atención, la imaginación»47. |
Hostos, como puede
verse, está lejos de condenar el arte, caducado o ponerlo en
probatoria. En lugar de juzgar al arte anverso de la moral, como
sin más se afirma, formula el axioma según el cual
«ni la moral ni la crítica pueden
pedir al arte lo que no debe el arte dar»
. «El arte no demuestra -apuntó en el
Hamlet-, pero presiente»
, con lo cual
sitúa al arte como auxiliar de la razón en la
búsqueda de la verdad. No puede concluirse de esto que
Hostos considere malsana, per se, al arte o a la literatura. Antes
bien, analiza la esencia y la naturaleza del arte con todo el
respeto y la admiración que le merecen una variedad
considerable y significativa de obras aludidas por él,
pertenecientes a culturas heterogéneas de todas las
épocas; no deja de incluir la literatura en los planes de
estudios que crea en la República Dominicana y en Chile; no
renuncia jamás a la literatura.
Hostos tiene que
consignar, no obstante, ejerciendo el juicio crítico que es
consubstancial en él, el hecho de que «el arte tiene, además de sus funciones
intrínsecas, una función
moral»
48.
Y es en cuanto a tal función que deduce que no todo
arte, por serlo pretendidamente, es aceptable o bueno, es
moral.
Obsérvese
que esta conclusión hostosiana no viene a propósito
de comentarios de obras literarias. Hostos articula estas ideas
cuando está examinando el concepto de moral social.
Es decir, la moralidad es el sujeto, medio y fin de sus
observaciones, no la literatura que, en este contexto, es
sólo una variable tangencial. Siendo así, Hostos no
puede pasar por alto aquellas faltas a la moral en que incurre a
veces la literatura porque ese es de momento el eje determinante de
sus juicios. Adviértase que el concepto hostosiano de moral
no es el estrecho, doméstico y dogmático al uso, sino
aquel incendio generador de vida, libertad, conciencia solidaria y
justicia política que, «lejos de
la moral asustadiza que hasta en el arte espía el
pecado»
, explica en su Tratado de moral.
Adviértase además, que el problema particular de la
literatura con la moral viene como consecuencia de la dualidad del
signo lingüístico. La música es para Hostos
unívoca, mas la literatura está
inalienablemente atada con la idea que encapsulan sus
signos49.
Hostos tiene conciencia plena de que la palabra es un poder que
puede usar el absolutismo para oprimir o el revolucionario para
emancipar. La literatura, pondera Hostos, influye en el lector a
través de la selección que estructura al texto, y
así inhibe o alienta, o descubre vías a su
praxis -social, y desde luego, política-
concreta.
Desde una
perspectiva exclusivamente ética, Hostos le objeta al arte,
en primer término, «el culto de
lo bello por lo bello»
que finge ignorar su carga y su
descarga ideo logizantes, y que es otra forma de aludir a la frase
del arte por el arte cuando el modernismo apenas insinuaba sus
atisbos por el horizonte. De otra parte Hostos rechaza el
afán de popularidad y vanagloria individualista que lesiona
y niega el verdadero fin de un arte que ha de ser dación y
entrega, beneficio del hombre todo, esfuerzo apremiante y sin
descanso por la justicia y por el bienestar físico y moral
de todo hombre, sobre todo en la América colonial y
poscolonial, su América amarga. Sobre la espalda castigada
del continente, el arte y la literatura, como todo, queda definida
a sus ojos por su orientación y su demanda de esfuerzo,
sangre y libertad. «La justicia primero,
y el arte después»
, proclamó con Hostos
Martí, y tras ellos los adalides de la literatura
política décadas más tarde.
Al criticar
los devaneos de la fantasía, Hostos no confunde el
uso de la razón como facultad para transformar la realidad y
la razón como facultad meramente imaginativa y puramente
esteticista. La imaginación es para Hostos una de las
«operaciones de la
intuición»
que es, a su vez, una de las «funciones de la razón»
. Por
encima de la batalla que mucho después se daría
contra la torre de marfil modernista, Hostos incorpora la
imaginación que idea utopías redentoras y se proclama
definitivamente a favor de la literatura comprometida
cuando ésta es, además de bella, exacta, justa y
verdadera. Literatura y compromiso forman en Hostos una identidad
inalterable que no logran hollar los tópicos eternos de la
metafísica romántica en boga. Como se sabe, del
positivismo tomó Hostos, entre otras cosas, un casi absoluto
desdén por los apremios de la metafísica. Para Hostos
el artista, sumido en el inaplazable proyecto de
reconstrucción nacional, debe ser un propagandista de la
verdad que repara o ajusticia, un comprometido. Hay, pues,
un imperativo realismo crítico y ético en Hostos,
cónsono con todo el empirismo esencial de un pensamiento
inmerso en la tarea misional.
Otras objeciones
de Hostos tienden a renegar -en apariencia- de algunos
géneros, particularmente de la novela. Recuérdese que
también José Martí -como muchos otros
escritores del ochocientos-, autor de la novela Amistad
funesta, renegó de ella y del género mismo al
reparar en que casi no hay novela que, no sea vulgar y en que en la
novela «hay mucho que fingir»
.
En ambos próceres -Hostos y Martí- hinca esa urgencia
por la predicación revolucionaria que en Hostos no
cedió apenas- a las tentaciones de la literatura que
asombran empero en Martí. Pero el rechazo de Hostos -en el
Tratado de moral- no es al género, sí a su
realización decimonónica particular, ya se trate de
la novela romántica, la realista o la naturalista. Proscrita
durante la época colonial, la novela, según advino
tras la independencia, parecía no colmar las aspiraciones
libertarias puestas en ella. No obstante, Hostos habla del
género definido como un fenómeno sincrónico
del siglo. Nuevamente, más que estética, más
que de la novela en sí, Hostos pretende sobre todo
discernir los efectos psicosociales de ella a través de la
observación -que no debemos descartar con un a priori anacrónico- de
los efectos que a su juicio el género ejercía, de las
funciones que cumplía, y de las necesidades apremiantes de
los distintos proyectos de reconstrucción nacional en la
América nuestra. Rechaza también, por no ser
inconsecuente, la afición adicta a ellas típica de la
cultura hispánica según la simboliza para él
la locura de Alonso Quijano -el personaje- que no alcanza a
ocuparse de resolver sus problemas concretos y prácticos por
no huir de sus evasiones ilusionistas50.
Atiéndase que, en última instancia, Hostos rechaza la
modalidad, el -ismo en cuestión, no al
género como estructura literaria, algunas de cuyas obras
específicas elogia.
De la novela
romántica indica que ésta «enseñó a amar como sólo se
ama en el aire»
, de modo que «violenta los sentimientos, falsea las pasiones
y altera la noción intuitiva de las virtudes y los
vicios»
. Del realismo apunta que dio éste «de la sociedad un trasunto tan parcial que hizo
responsable de todo a la sociedad, irresponsable de sus torpezas o
sus culpas al individuo, víctimas del estado social a los
perversos, a los ignorantes, a los culpables, a los
criminales»
, de modo que «desproporciona las causas»
y «desconcierta la relación de medio y
fin»
. Del naturalismo anota que «ha empezado ya a hacer responsable de todo a la
naturaleza, y va a concluir por hacerla odiosa»
; «hace -además- el mal de desvirtuar el
fin que el arte literario puede y debe tener de concurrir con la
ciencia a la formación del sistema de pensamiento
contemporáneo»
51.
Sorprenden estos juicios de Hostos por lo audaces y, para muchos,
por lo atinados, según las conclusiones que sobre estos
temas hace la crítica actual. No olvidemos que Hostos como
maestro egregio, es un adorador de la verdad y un forjador del
carácter. Pero en el fondo, Hostos advierte además
-desde luego que en otros términos- el retraso y el
desfasamiento infraestructural y, desde luego, superestructural del
mundo latino en relación con el apogeo del norte que
reoccidentalizaba a América a través del
neocolonialismo52.
La inminencia postergada una y otra vez de la América que
puja por nacer a través de las páginas que la afirman
de Hernández en su Martín Fierro y por las
páginas que la niegan del Sarmiento y el Alberdi que
proponen sustituir nuestra población con europeos porque el
indio es tosco y feo, no cristalizaría sino hasta llegar a
las posturas ya lúcidamente antiimperialistas de
Martí, tal vez más explícitas y conocidas que
las de nuestro Hostos. Por eso Hostos rechazó de forma
más tajante y concienzuda las novelas que se
producían en el mundo hispánico que las novelas del
norte de Europa («sajonas, escandinavas
o teutónicas»
). Amén de señalar que
éstos atinaron con un «género de novela
moralizadora»
53,
añade que ésta no los distrae de la urgencia de
trabajar por transformar las condiciones materiales de vida de sus
comunidades, que era para él una prioridad inaplazable.
Recordemos, por otra parte, que estos juicios de Hostos nos resultan audaces y controvertibles más por la fuerza y contundencia de su enunciación, por una parte, y por las variadas consecuencias descolonizadoras que implican, por la otra, que por su novedad esencial. Hostos no se encuentra solo con ellos. Alejandro Tapia y Rivera denunciaba socarronamente los versómanos fusilables que anegaban las páginas periódicas con su literatura de ocasión o circunstancia y con su servilismo laudatorio incondicional a las autoridades. Antonio S. Pedreira54 y Otto Olivera55 nos refieren esa intensa batalla por gestar algo más que abortos literarios durante el siglo contra la devastación desoladora de la represión que consiguió a latigazos de censura, cárcel, destierro y compontes amortiguar la verticalidad del jíbaro impaciente que abre el decimonónico. Las pugnas entre el sentido utilitario de la ilustración, los afanes didácticos del neoclacisismo, los ensueños del primer romanticismo nuestro y el realismo crítico enanizado como bonsái, peleaban por el poco espacio permitido en los escasos, breves e intermitentes periodos constitucionales del régimen español en Puerto Rico. No era la apatía, como se dice, de un país condenado ciertamente al analfabetismo: era represión, escepticismo e impotencia. Y era también el rechazo a emular modelos exógenos e imperiales. El poeta maestro de Martí, Rafael María Mendive atacó desde las páginas de la Revista de La Habana en 1853 la doble influencia ética y estética de la literatura francesa por considerarla un atentado contra la moral ciudadana y la independencia literaria de Cuba. Decía Mendive:
«Lo que censuramos... es la esclavitud literaria en que una nación se coloca con respecto a otra... Censuramos... el gusto enfermizo y estragado que escoge, entre los modelos que aquella nación favorita nos presenta, los menos análogos a nuestra índole y a nuestra fisonomía nacional, los más opuestos a los preceptos y a las nociones de lo bello,... por último (y esto es o más deplorable), los más a propósito para corromper las costumbres, inflamar las pasiones maléficas, romper los vínculos más sagrados, y aflojar las riendas a las aspiraciones más viciosas y desarregladas»56. |
Sobre este aspecto Olivera nos recuerda que personalidades literarias de primera categoría, como Gertrudis Gómez de Avellaneda, coincidían al destacar la unicidad esencial de lo bello y lo bueno57.
Sería fácil ver en las palabras de Hostos en el Tratado de moral58 una condena de la novela de Cervantes. Dice allí Hostos:
Pero vemos en
otros textos observaciones que demuestran la excelente
comprensión de la importancia de la novela, y con ella, del
género mismo. Amén de un señalamiento incluido
en la misma obra59
en el cual afirma, a propósito de la escena de la guerra
de los dos alcaldes, que «España no ha salido del
Quijote; y todo lo que en él ridiculiza, zahiere o
maldice el buen Cervantes, todo se nos presenta todavía en
España o en lo que ha sido de España...»
comenta en una página de su Diario, a
propósito ahora de Puerto Rico, lo siguiente:
«Antes que Don Quijote, Sancho ha visto la realidad desnuda: un pueblo de esclavos blancos y de esclavos negros. Éstos, envilecidos por la esclavitud social; aquéllos, por la política; los últimos madurando su odio contra los déspotas; los primeros, rumiando su venganza contra sus amos...»60. |
Hostos ha puesto sus ojos donde corresponde, y ha visto cómo el drama esencial del Quijote es la derrota de los ideales y de las aspiraciones humanistas y democratizadoras del Renacimiento encarnadas en don Quijote y Sancho por el absolutismo político y religioso, medievalista y feudal del siglo XVII. La observación emerge evidente en un comentario que hace Hostos ante los monumentos de Córdoba en el volumen Mi viaje al Sur. Luego de transitar por la reforma y la contrarreforma, el Renacimiento, la libertad de conciencia fundada en Norteamérica, las hogueras del Santo Oficio y la expulsión de los judíos y los moriscos, articula Hostos lo siguiente:
«Por aquel tiempo, España decadente, a pesar de la armazón poderosa que aun encubría la impotencia del absolutismo teocrático y monárquico, gemía la pérdida que lloraba el mundo entero, y, con él vacilaba entre los ideales disipados. Cervantes que, como Shakespeare, había sido bastante original para dar a una forma propia más intensidad de pensamiento literario que la hasta entonces concebida al género de la literatura que cultivó, Cervantes había dicho alegóricamente en el Quijote por qué camino -la reforma del carácter por la extensión del sentido común-, se iba al ideal que dibujaba el porvenir...»61. |
Caso
inopinadamente interesante y distinto es el de Hostos con el
teatro. Ello es así porque, de arrancada, Hostos manifiesta
sentir favoritismo por este género literario. Ya sea en las
páginas que al tema dedica en el Tratado de moral,
ya sean otras páginas que exploran la situación del
teatro dominicano, o ya sean las páginas que comentan la
aparición de La cuarterona de Alejandro Tapia, su
entusiasmo por el género resulta evidente. Hostos destaca su
universalidad, en el sentido de que «es
el único género literario que está al alcance
de todo el mundo»
; destaca la sencillez de su cuna de
corral, zaguán y toda clase de solares yermos; destaca su
desprendida atribución que no reclama como condición
sine qua non
grandes presupuestos y que ha permitido desde Indochina, Siam y la
desvalida América, el desarrollo de la imaginación
para crear efectos e ilusiones tal como hace hoy -y él
aconsejaba entonces- el teatro pobre. Hostos no puede
rechazar la posibilidad de advertir la oportunidad que ofrece el
teatro para educar, conciente, como se indicó, de la
«infalibilidad de su
influencia»
sobre el individuo y sobre la
sociedad62.
Si bien, consiste en su convicción, critica al teatro europeo que invierte riquezas en la creación de efectos fatuos, de meros efectos técnicos justificables a su juicio sólo a base de la teoría del arte por el arte, no se le escapa que el teatro de América tiene mejor inclinación de servir a los propósitos de crear una literatura nacional, una literatura ya autóctona, americana. Es precisamente La cuarterona de Tapia la que le induce a expresar estas reflexiones desde fecha tan temprana como el 186763. A propósito de Tapia, y sin dejar de desaprobar la errónea ambientación de sus obras anteriores, Hostos apunta:
A todo concluye Hostos con un axioma terminante:
«A nuevo escenario, escenas nuevas». |
Para desanudar las desavenencias entre los críticos sobre la teoría hostosiana del arte se requería un poco más de imbricación, y mayor penetración en la complejidad -empero, sin paradoja- de una expresión de claridades menos evidentes de lo que parece porque tiene mucha tramoya enmascarada y porque baila en una medida no siempre advertida al son de determinadas pasiones. Además, había que evitar buscar donde no corresponde la teoría de la literatura y el arte de Hostos. En lugar de procurar el Tratado de moral donde, como vimos Hostos sólo pretende enunciar con precisión cómo incide la moral en el arte y la literatura, debió acudirse desde un principio a las ideas sembradas en sus trabajos de crítica literaria. Allí el verdadero rostro de sus ideas se muestra sin el antifaz mediato de sus ideas sobre moral.
El pensamiento de Hostos no es sólo la resultante de un eclecticismo enciclopédico o un enciclopedismo mestizo: es, además, la resultante de su genio avizor, creador de categoría y de destino. Carlos Rojas Osorio, en su libro reciente, Hostos: apreciación filosófica64, define las tendencias básicas de la filosofía hostosiana. Acudimos a él por tratarse de uno de los estudios más recientes realizados sobre el tema. He aquí nuestro resumen del mismo, a modo de inventario:
- Racioempirismo o defensa de la unidad de la razón y la experiencia. La razón, para Hostos, guía todo nuestro conocimiento no sólo en sus formas lógicas, sino también en la ética -cuyos juicios morales no son ciegos e irracionales, sino guiados por la razón- y en la función crítica, cuyo principal instrumento es la razón.
- Positivismo o restricción del conocimiento humano a la ciencia, con su secuela de negación de la metafísica y la religión como verdad, no como sentimiento.
- Agnosticismo o negación de la razón humana para conocer las causas y principios primeros.
- Naturalismo o defensa de la naturaleza como origen conocido de las cosas y del saber científico.
- Realismo, pues el conocimiento tiene como objeto la realidad y no lo fenoménico. Su realismo es empírico-racional.
- Ética idealista-personalista. La esencia de la ética hostosiana es la creencia efusiva en unos valores ideales. Como personalidad moral el hombre es un ser de derechos y deberes recíprocos.
- Humanismo más renacentistas que comtiano, como reconocimiento de la identidad del ser humano.
- Iusnaturalismo y antimaquiavelismo: la sociedad se establece por necesidad natural del hombre; el estado, por un contrato.
- Democracia representativa y federalista. Para Hostos la auténtica democracia ha de ser federativa y ha de permear todas las organizaciones menores de la vida social. Su economía política va intermedia entre el crudo capitalismo individualista y el socialismo utópico de entonces. Hostos sólo reconoce como auténtica la propiedad basada en el fruto del trabajo propio y, aunque es un derecho individual, es también una capacidad del Estado que ha de regular el bien colectivo.
Dentro de su propósito inalienable de procurar el bienestar de nuestra América, estas anuas del pensamiento hostosiano cumplieron fielmente su misión. Si la postración poscolonial de nuestra América Latina debíase en parte al enclaustramiento secular de su pensamiento que precipitó sus pueblos al aborto y favoreció su propensión a la devastación económica, social y política de sus comunidades, urgía oponer a las garras escolásticas de su lógica tradicional extranjerizante la fuerza constructiva y regeneradora de un racionalismo de estirpe revolucionaria, enraizado, además, en las convicciones más certeras de la Ilustración. La Ilustración promovió en América la liberación del hombre de su sensación de incapacidad, aventándolo a someter a la crítica más audaz toda creencia, a reconstruir su conocimiento empíricamente a partir de la realidad inmediata latinoamericana, a enlistarse en la cruzada de servir para mejorar la calidad de vida de los pueblos. Dentro de este ejercicio en libertad de la razón que no es agresiva aunque sí sea revolucionaria, la crítica hostosiana, igual que su pedagogía, no tenían otro fundamento: libertar con el auxilio incandescente de la verdad al hombre americano y transformar la precariedad material de su existencia. ¿Qué otra cosa significa la fábula de la pobre escuálida campesina al final de su ensayo magistral El propósito de la Normal?
Al establecer esta
paridad entre crítica y pedagogía reconocemos que la
crítica hostosiana estaba ungida de una misión social
irrenunciable de índole docente. Hostos distinguía
entre la función de la crítica en los países
desarrollados y la función de la crítica en los
países niños, o países infantes,
países que Corretjer llamó
ascendentes65.
«El papel de la crítica en los
pueblos que se forman -nos dice Hostos- no debe consistir en
retraer; consista en atraer»
. «Me parecía que a un arte incipiente
corresponde una crítica docente»
, señala en
otra ocasión.
En el tejido de estos puntos de partida está la estética hostosiana definida por la tríada de lo verdadero, lo bueno y lo bello; y la crítica, como ejercicio de la razón que procura juicios exactos y que no huye de lo bello ni lo niega, no olvida tampoco el bien social que es norte de sus pasos. Hostos ha señalado, en lo que corresponde a la crítica de las artes liberales, que:
Y añade:
«Los que cultivan el primer género de crítica contribuyen sin duda al progreso de la sensibilidad humana, que es donde radica el instinto de lo bello, y en ese sentido cumplen el fin de la crítica reparadora, puesto que contribuyen a esclarecer las consecuencias efectivas del arte»66. |
La función
de lo útil en la literatura, es decir, la
definición del valor del arte y la literatura por su
función ancilar o instrumental, ya lo hemos discutido en
otras oportunidades67.
Sí importa aquí destacar el hecho de que Hostos ni
siquiera niega el valor de la crítica estilística en
cualesquiera de sus modalidades. No obstante, advierte que «el segundo género de crítica
contribuye de una manera más activa al fin
moral»
68,
que para Hostos fue el alfa y el omega. Su oposición a la
actitud meramente esteticista determina que su crítica -lo
mismo que su literatura- muestre poco interés por el estilo
y mucho por la creatividad descubridora.
Son, pues, dos las
vertientes instrumentales de que hablamos: la literaria, que puede
cumplir o no una función docente; la crítica, que, a
su vez, puede asumir o no un carácter docente. Hostos se
propuso, con su crítica, develar la dimensión
educativa de las obras que estudió porque el arte puede -y
debe- cumplir también esa función. Ese es,
precisamente, uno de los fundamentos que definen la literatura y la
crítica decimonónicas en Puerto Rico y en toda
Hispanoamérica. Uno de nuestros primeros críticos
literarios, el puertorriqueño Manuel Fernández
Juncos, avaló el criterio docente que Hostos le
impartió a su crítica en sus propios
escritos69.
Así, aunque Hostos alegase en alguna ocasión que, tal
como son hoy, ni la poesía ni la literatura -en general- son
educadoras, podía no obstante elogiar a Goethe, Leopardi,
Byron y Hugo porque en su opinión, precisamente, reformaron
la poética al incursionar en la realidad como debe hacerlo
un arte docente, un «arte
libertador»
.
Recordemos, por
otra parte no distante, que Hostos vivió con un sentido de
urgencia extraordinario, presente en su vida desde 1866, cuando a
los 27 años se preguntaba: «¿Es tiempo todavía de ser
hombre?»
70.
Más aún: Hostos, como Martí, vieron una
dicotomía entre el acto y la palabra. Aquella curiosa
expresión de Martí en el prólogo a sus
Flores del destierro que alude a la «expresión»
como «hembra del acto»
, ya había
alcanzado en Hostos formulación axiomática desde 1873
cuando, en el prólogo a La peregrinación
afirmaba: «Las letras son el oficio de
los ociosos o de los que han terminado ya el trabajo de su
vida»
71.
En la obra de Hostos, aún más que en la de
José Martí, todo -y sobre todo su palabra-
quedó subordinado al imperativo de actuar, efectivamente, en
aras de disolver toda injusticia. «Bien
concebido, bien intentado»
72
ha sido uno de los principios que determinaron toda su
praxis.
Si Hostos, finalmente, se mostró en algún sentido idealista con la literatura y el arte, fue porque era capaz de imaginar lo ideal y de definir el deber del arte; si se mostró, por otra parte, realista, fue porque conoció y reconoció la realidad objetiva del arte y de sus obras. Pero el ejercicio real de su vida, su praxis concreta, lo llevó indefectiblemente a intentar llevar la realidad hasta lo ideal que concibió, tal como hizo consigo mismo. En esto último no hay ni idealismo ni realismo: sólo la ígnea roca de una revolución.
La crítica de Hostos era, pues, del todo desusual e inesperada. ¿Cómo, sino, considerar las páginas solares de su Hamlet o de su Plácido? Apenas empieza éste último Hostos observa:
«Bajo el pie de la coacción lucha el cohibido, y del contraste entre la fuerza vencedora y el derecho no vencido, surge la vocación poética de la sociedad, hecha carne, hecha hueso, hecha hombre, hecha individuo en el poeta lírico»73. |
El maestro Pedro Henríquez Ureña observó en varias ocasiones el magisterio de Hostos sobre el escritor y crítico de águila y sol que fue Martí. Y ello a propósito precisamente del Plácido. Don Pedro llega a decir lo siguiente:
«Entre los escritores modernos de la América hispánica, Martí leyó ciertamente a Hostos y a Montalvo, a cuyo linaje espiritual pertenece. El ensayo de Hostos sobre Plácido, comparado con una página de Martí en su madurez adolescente, es como un cuadro de Tintoretto que anuncia al Greco»74. |
Este tomo recoge ocho de esos trabajos suyos de crítica sobre poetas; cuatro sobre teatro; dos sobre narrativa; tres sobre artes plásticas; cinco sobre música. Vemos en ellos el heterogéneo descubrir de presencias que se captan sólo con el instrumento del genio. Su crítica excede el procedimiento descriptivo y estilístico hasta negarlo. Su crítica es la lenta revelación de los trasfondos que determinan la estructura. La estructura de la obra de ficción de Hostos está generada desde dentro: las urgencias del contenido esculpen, desde el fondo, las formas. Así, la crítica de Hostos busca los vectores invisibles de la profundidad generadora en la psicología del arte, en la sociología del texto, en los agentes todos implicados en el resultado interdisciplinario como una radiografía. Cuando los factores políticos, morales, psicológicos y sociológicos no fueron suficientes, su Exégesis examinó también los efectos lingüísticos, sensoriales y estéticos. Rufino Blanco Fombona ya había advertido lo siguiente:
«En sus trabajos exclusivamente literarios se descubre la inclinación a la frase mórbida, coloreada, voluptuosa. De los poetas habló en frases de poeta. Se comprende que siente la poesía con intensidad. La explica buceando en el corazón de los aedas y extrayendo la perla de hermosura. Pero como le asiste constantemente una idea de mejora humana, a veces, para explicar la perla, estudia el mar»75. |
No olvida Hostos lustrar -románticamente- los quilates de la poesía en Armonías, buscando más que al hombre (Ventura Ruiz Aguilera) al poeta. En Guillermo Matta busca, en cambio, al hombre que es su amigo, mientras advierte que la educación literaria no conviene a la América Latina, porque está urgida de cultivar la razón para reconstruirse. En Carlos Guido Spano Hostos hace un esfuerzo explícito por separar al hombre y al poeta, para analizar ambos. Como se ve, los títulos de sus trabajos delatan su pretensión de destacar a los autores como seres humanos y no las obras, como otras modalidades críticas prontas a enajenar al autor de sus obras. Es en este trabajo sobre Guido Spano, donde improvisa una curiosa fórmula de un programa temático ideal para la poesía latinoamericana de 1874, seguramente revelador:
- Sondear en el pasado para alborozarse con el triunfo de la razón, la ciencia y la conciencia;
- Sondear el porvenir para anticipar las glorias futuras de los dos continentes;
- Descender al abismo del coloniaje para oponerle la esperanza de la independencia;
- Buscar inspiraciones fuera de los enclaves coloniales donde se refugió el carácter de la patria;
- Indagar en la entraña americana la causa de la visión nuestra de una libertad más racional y democrática que las europeas;
- Tratar de encontrar los planos para las reconstrucciones nacionales entre los materiales toscos de nuestra realidad;
- Amar el sufrimiento de la mujer menospreciada y el deber de libertar su conciencia y su dignidad;
- Acariciar el deber de educar y dirigir hacia la libertad la razón naciente en los niños;
- Cantar la redención por el trabajo;
- Cantar a la familia que representa el porvenir y la libertad del continente;
- Interpretar nuestra naturaleza característica y vigorizante.
Parte considerable de ese programa parece haberlo encontrado en la biografía crítica de Plácido, el poeta cubano Gabriel de la Concepción Valdés, que le sirve a Hostos para realizar un proyecto maestro: a través del análisis psicológico y sociológico de los poemas, lograr la imagen política y moral más veraz de la depravación del coloniaje español en las Antillas.
En Soledad hace el elogio primerizo del que sería uno de los poetas más importantes de la República Dominicana (Gastón Deligne). Además, advierte sobre el carácter docente que ha de tener la crítica en los pueblos infantes, o niños, o ascendentes. Por eso nunca, aconseja Hostos sobre este particular en El argumento de Bartrina, debe seguirse dócilmente a la Europa ajena. En Poesías de la señorita Perdomo se ocupa de los aspectos formales. En Salomé Henríquez Ureña, de la mujer heroica más que de la poetisa, ya que estas palabras las pronunció en el aula tras conocer el inesperado deceso de su gran amiga dominicana. En Lo que no quiso el lírico quisqueyano (a propósito de José Joaquín Pérez) Hostos muestra su curiosidad por la identidad que ve entre el oído hispánico y el metro octosílabo del romance.
El teatro, como hemos señalado, fue una de sus muchas pasiones. No sólo fue dramaturgo consistente con seis títulos a su haber76, también apadrinó una tentativa de teatro nacional dominicano con la Nenería de la Cumbre, esfuerzo que él confiesa en su artículo De teatro nacional77 y que le reconoce la historia de la literatura del país hermano78. La crítica del teatro pone en evidencia la fascinación que sentía Hostos -no por el autor, sino- por las obras -y particularmente los personajes- de Shakespeare. De los cuatro trabajos sobre el género, tres versan sobre el autor inglés. Para Rufino Blanco Fombona:
«Nada existe en castellano hasta ahora, a propósito del Hamlet, que pueda parangonarse con la obra de Hostos. Nada que se le acerque. El crítico americano desmonta la maquinaria del inglés formidable; estudia, analiza, disocia los caracteres antes de presentarlos en acción. Nadie, ni Goethe, comprendió ni explicó mejor el genio de Shakespeare, ni el alma de Hamlet. Voltaire, tan perspicuo siempre; ¡qué pequeño luce junto a Hostos cuando ambos discurren a propósito del dramaturgo dramaturgo británico! Moratín, ¡qué microscópico! ¡Qué palabrero y lírico Hugo!»79. |
Tanto en Romeo
y Julieta como en el Ensayo crítico sobre
Hamlet Hostos muestra su sabiduría en el campo de la
psicología. Ello es indispensable porque, a su juicio, en
Shakespeare «la estética responde
a la sicología»
. Carlos Rojas80
ha explorado este aspecto del saber hostosiano casi olvidado que
bufa sus truenos por estas páginas. Contrariando la
noción huera extendida sobre lo que es salud mental, Rojas
encuentra en Hostos la idea central según la cual el
sentimiento y la conciencia del bien no necesariamente se tienen
que someter a la razón de la realidad, sino a la
inversa.
«Es posible para el hombre honesto -apunta Rojas- el combate mediante el cual se empeña en enfrentarse a la realidad no para ceder a sus requirimientos sino para impulsar su transformación a la luz de los más nobles ideales del bien y la justicia»81. |
En este punto, Hostos y Hamlet intercambian sus rostros y nos descubren la verdadera urdimbre de lo trágico.
Estos estudios hostosianos sobre el teatro desbordan la mera crítica de los personajes hecha en diálogo con Goethe y Leandro Fernández de Moratín: el análisis ausculta la estructura, el fondo filosófico, los monólogos y los diálogos, los aspectos psicosociales. En el Rossi en Hamlet le añade Hostos al análisis las dimensiones propias de una representación. Hostos se fija en la adecuacidad de la traducción, en algunos efectos, en la actuación, y en la verdad de la representación en relación con la verdad del texto.
Entre los artículos sobre arte destaca En la Exposición. En este trabajo Hostos improvisa una teoría estética coherente que no admite las confusiones que causan sus páginas sobre el tema en el Tratado moral. Puede comprobarse aquí que la tríada hostosiana de lo verdadero, lo bello y lo bueno que hemos comentado no tolera la simplificación que se le atribuye a las ideas estéticas de Hostos que, por demás, poseía una considerable cultura, incluso musical. Hagamos un breve inventario de los axiomas formulados En la Exposición:
- El arte es indiferente a la moral, porque el arte verdadero no puede ofender nunca a la moral. El arte es esencia como es forma, y en el arte, como en la realidad que reproduce, la forma es contenido de una esencia: divorciar la esencia de la forma, la forma de la esencia, es despreciar el arte.
- Hay un pecado de injusticia en juzgar con el criterio de la moral absoluta un efecto de arte.
- Enemigo del error como es el arte, yo no he podido considerarlo nunca como hecho individual y tengo una irrefrenable propensión a contemplarlo como fenómeno social.
- Sentimiento, voluntad, entendimiento, son fuentes de belleza, de bondad y de verdad, y de ellos nacen el arte, la moral y la ciencia [...]. Desarrollar su sentimiento, su voluntad, y su entendimiento es perfeccionarse; por eso a todo paso, a todo adelanto, a todo perfeccionamiento de la humanidad corresponden florecimientos del arte, de la moral y de la ciencia.
- La estatuaria y el politeísmo eran solidarios: muerto el politeísmo, la divinización de la forma humana debía ceder su puesto a la divinización mística de las virtudes impalpables y a la casi divinización de la razón, que impalpable en sí misma como la virtud inmaterial, ha creado, como ésta, formas de arte más completas, más varias, más espirituales.
- Lo bello es buscado y es amado hasta por lo que es diforme y horrible. La naturaleza y la humanidad hacen lo mismo: buscan y engendran los contrastes para producir la belleza y la armonía. Idéntico procedimiento es el del arte.
- Si la naturaleza a simple vista tiene poca afición a la geometría, el arte tiene horror a las formas repetidas.
- Hace ya tiempo que ando buscando por América latina un poeta que cante con alma americana nuestros dolores y placeres, nuestras alegrías y tristezas, nuestras esperanzas y nuestros desalientos, nuestro pasado y porvenir, y es cosa extraña que el poeta más latinoamericano que conozco sea un pintor. Los americanos imitadores (buenos y malos) de los líricos europeos se van a Europa hasta cuando quieren cantar a América.
- Pero como el arte es la libre e individual interpretación de la realidad, ya sea ésta humana y subjetiva o natural y objetiva, la facultad inventiva se alía únicamente con la realidad, y no consiste en prescindir de ésta, sino en completarla verosímilmente con los complementos estéticos que lleva el artista en su fantasía, en su modo peculiar de sentir y de expresar lo bello y en el conocimiento que tenga de las leyes generales de la naturaleza o del espíritu y en la forma original propia suya, que da a las verdades observables y observadas.
- El miedo a la libertad de conciencia, que es una de nuestras tristes herencias de la educación colonial, hace que pueblos e individuos de América latina, satisfechos del derecho escrito de creer libremente, no lo practiquen.
Hostos nos ofrece en cada crítica algo más que una radiografía que penetra hasta la armazón oculta de las obras o de los autores que examina. Su expresión es presa viva, definida lo mismo por la precisión de su lógica implacable que por la vitalidad de su corazón impetuoso. Esta humanización resultante de la palabra que se indigna, palpita y se desangra, es un valor estético casi nunca reconocido en su literatura.
Asombra encontrar tan vivo al hombre que fue Hostos entre estas páginas que con tanta frecuencia y audacia le sirvieron de pretexto, no para explicar al otro, sino para explicarse a sí mismo. Es una constante esa fuerza radiante de la interioridad hostosiana, que no es, por otra parte, exclusivamente suya. Cada página es, ciertamente, una encarnación de sí mismo, pero acompañado de toda su recua incandescente de destino. Hostos identificó su espíritu de tal forma con la suerte y el porvenir de las Antillas, que no podemos comprender a Hostos sin examinar -como él hizo con Plácido- las penurias del Caribe intervenido. Como Moisés, vivió cara a cara con los dioses de su martirio, y sintió toda su vida sobre su pecho la garra helada de su aliento colonizador. ¿Por qué entonces deben extrañarnos esas certidumbres suyas confundidas en demasía con la docencia- que son la medida más exacta de su voluntad deicida, de su linaje urayoán?
No le faltaba
razón a Francisco Manrique Cabrera cuando apuntaba que
Hostos «cuidaba demasiado de vivir al
exacto nivel de sus palabras»
. Su palabra nos da, pues,
la medida del hombre, y la medida del hombre que se ofrenda a su
videncia es la del profeta de una epifanía continental.
José Ferrer Canales afirmó en los actos del
sesquicentenario que Hostos era «el
heraldo de un porvenir de justicia aún no
alcanzado»
. Su palabra es el augurio que inaugura en
sí el imposible que construye. Es el testamento de una
consagración que se atrevió a quemar las naves y a
enfrentar la inmolación. Es la predicación de un hado
sin la fortuna de Martí, de un hado que no obstante su fardo
de tragedia y obstinadas videncias, venció en sí y
venció de sí al forjar para nosotros lo que a nuestra
luz de autopsia es un imposible, y al sostenerlo incorruptible e
inmaculado, para nosotros, hasta su muerte.

Las nuevas Obras completas de
Hostos son, en efecto, obras nuevas82
La afirmación contenida en el título de estas líneas podría parecer, aún desde un primer plano, una paradoja irresponsable cuando no una de esas falacias infladas de la publicidad. Lejos de ser así, la novedad anunciada adquiere un valor absoluto cuando la consideramos atentos a los numerosos elementos combinados por primera vez en este nuevo proyecto que realizamos. Aunque estos elementos en verdad fraguan en esta edición un producto insólito, una primicia que en su conjunto es inédita, no han logrado sin embargo sacudir la idea prevaleciente de que la nueva edición de las obras de Hostos que prepara el Instituto de Estudios Hostosianos (IEH) es todo lo contrario: sólo una reimpresión de las Obras completas publicadas en el 1939.
Tal vez algunos de los títulos hasta ahora publicados -La peregrinación de Bayoán, Tratado de Sociología, Diario, Ciencia de la Pedagogía, Cuento. Teatro. Poesía. Ensayo-, títulos muy próximos a los conocidos, hayan contribuido a popularizar la imagen errónea. Lo cierto es que el proyecto concebido por Julio César López -primer editor-jefe de esta edición y director fundador del Instituto de Estudios Hostosianos- estuvo imbuido desde su germinación por una concepción tan radicalmente dispar a la edición existente que tuvo dificultad para ser aceptado por la familia de este apóstol de la libertad creadora, este profeta de la antillanidad.
Podemos resuminar la radical originalidad de esta edición en siete instancias. La primera es que esta edición ha redefinido los tomos que componen el conjunto a partir de conceptos de mayor interés y relevancia en el contexto actual, pero tomando en cuenta la propiedad y la coherencia de sus contenidos. El producto ha sido una rearticulación del pensamiento de Hostos generadora de nuevos frutos, de derivados no contemplados en la edición de 1939 sino de forma atomística o tangencial. Volúmenes como el de Literatura, Europa, América, Educación, Derecho, Filosofía, Idioma o Geografía son prueba fehaciente de ello.
En segunda instancia: se han relocalizado los materiales incluidos en los distintos tomos de la edición de 1939 para que correspondan a la redefinición señalada en primer término. De esta manera la fragmentación de los temas cardinales de la obra hostosiana queda anulada en un cuerpo de textos asociados, de intertextualidad evidente, en trabazón de referencias mutuas, del cual brotarán efervescentes tomos imprevistos. Así, por ejemplo, tomos tentativamente titulados La idea de América; La lucha por la Las Antillas; Puerto Rico (Madre-Isla) I; Puerto Rico (Madre-Isla) II; o el ya publicado Ciencia de la Pedagogía.
En tercera
instancia, esta edición se anuncia como «crítica»
. Con ello se quiere
aludir a varias cosas. Una de ellas, es que trae numerosas
anotaciones de interpretación, de identificación de
alusiones y referentes, de señalamientos
bibliográficos y biográficos, de cotejo de versiones
y estudio del texto, de probables o indudables fuentes, de contexto
histórico. Estas anotaciones son un auxilio de valor
inapreciable para el lector de hondo calado. Otra de ellas, es que
esta edición ha revisado cuando ha sido posible los textos
de la edición el 1939 con las ediciones originales, con
manuscritos de Hostos o con otras ediciones para producir el texto
más fiel posible a Hostos. El resultado ha sido el
descubrimiento de omisiones, sustituciones y adiciones, de
diferencias casi innumerables en muchos casos. Esto, a nuestro
juicio, es por sí mismo una cuarta instancia.
Otra, vinculada también al concepto de edición crítica, es que cada volumen -y muchos tomos dentro de cada volumen- trae un estudio preliminar preparado por un especialista de reputación reconocida en el tema. Estos estudios enmarcan el área temática discerniendo desde una perspectiva diacrónica o extemporánea, enriquecida con los desarrollos más recientes de cada disciplina intelectual, los aspectos más imperecederos de la obra hostosiana, a la vez que aclaran sus lagunas ocultas, los derivados superados por nuestras actuales certidumbres de época, los secretos amordazados.
Además, sexta instancia, cada tomo trae una serie de índices que facilitan el cotejo de toda referencia. Un índice de contenido, un índice de materias, un índice onomástico, un índice de toponímicos, un índice de títulos, y un índice de ilustraciones, facilitan la consulta rápida y le imparten a los textos una nueva herramienta de indudable valor pedagógico.
Empero, la novedad
probablemente más importante sea la incorporación a
las Obras completas de centenares: (1) de textos
virtualmente inéditos, publicados algunos en
periódicos españoles, chilenos, argentinos, peruanos,
principalmente; (2) de manuscritos nunca publicados; (3) de
borradores de trabajos publicados o nunca publicados. En
algún caso hay un texto singular como la novela La tela
de araña; o un tomo inédito del Diario
escrito en francés. De esta manera, las Obras
completas del 39, que quedaron incompletas pocos años
después con la aparición del llamado «volumen XXI»
editado por los hijos de
Hostos con el nombre de España y América,
figurarán mucho más completas, confiablemente
más, no empece el hecho de que, a pesar del esfuerzo por
localizar todos los textos originales y manuscritos de Hostos
dentro y fuera de Puerto Rico, al día de hoy ha sido
imposible dar con parte considerable de los originales utilizados
en la edición del 39 para realizar el cotejo necesario, y ha
sido también imposible localizar algunos remanentes aislados
nunca incluidos, de cuya existencia sabemos.
Las tareas descritas constituyen una misión permanente del IEH. Confiamos que cuando el presente proyecto culmine con dos tomos de índices y bibliografía, las Obras completas (edición crítica) de Eugenio María de Hostos que preparamos sean todo un acontecimiento cultural de valor inmarcesible, un homenaje singular, casi único, dentro del ámbito cultural no sólo hispanoamericano, sino universal.

Hostos según Ruano83
Podría
pretender que escribo estas líneas sólo como un
puertorriqueño orgulloso de las «luchas emancipadoras»
de una
legión bicentenaria de forjadores de la nacionalidad
puertorriqueña; podría pretender que escribo
sólo como un historiador y crítico de la literatura
puertorriqueña, o como un creyente en el derecho de
autodeterminación de los pueblos, o como un estudioso de la
obra de Hostos, o sencillamente, como director del Instituto de
Estudios Hostosianos. No lo hago porque no creo que podamos
fragmentar de esta manera nuestra conciencia, y porque de todas
formas el producto final sería muy parecido. Quiero aclarar,
no obstante, que esta respuesta que creo necesario publicar acerca
de la obra del profesor Ruano, sale en efecto de la mano del
director del Instituto de Estudios Hostosianos (IEH), pero no es una
respuesta «oficial» del Instituto, porque en realidad
sólo soy un colaborador en una tarea de investigación
que involucra a muchas personas con las cuales no he discutido
aún los méritos de esta controversia.
Digo
«controversia» porque me propongo hacer unos
comentarios en torno a algunos puntos de vista que sobre Hostos ha
venido publicando Argimiro Ruano, profesor del Recinto
Universitario de Mayagüez, autoproclamado «desmitificador»
«del mito biensonante»
que sobre
«Eugenio María Hostos»
-como quiere él llamarle-, han construido a pesar de Hostos
mismo, un grupo, tal vez algo nutrido, de estudiosos de su obra. Me
decido a publicar estas observaciones por varias razones. Entre
ellas, porque rechazo la soberbia de quien carece de pruebas para
sostener muchas de sus alegaciones; porque Ruano parece tener
éxito relativo al persuadir con su fraude crítico a
muchos puertorriqueños que de alguna manera patrocinan sus
publicaciones; porque he sido reiteradamente aludido y difamado por
el señor Ruano; y porque creo tener alguna responsabilidad
ante el país, como miembro del Instituto, de aclarar
innuendos infundados.
La obra del
señor Ruano sobre Hostos parece haber sido incitada por los
preparativos para la celebración del sesquicentenario en el
1989. Quiso participar en el proyecto de conferencias, informando
su disponibilidad para hablar sobre Hostos, el revolucionario.
Aunque no sabemos si llegó a dictar esta conferencia ni si
la publicó, sí sabemos de su libro Hostos
según Hostos (1988) y de algunos artículos suyos
aparecidos en revistas. El libro fue abandonado una tarde en las
oficinas del IEH por Josemilio
González, tan indignado que se negó a depositarlo en
un rincón de su casa. Una reseña de este libro
escrita por el Dr. Carlos Rojas Osorio,
autor de un importante libro titulado Hostos:
apreciación filosófica, aparecido en esos
años (1988), fue publicada en un número
monográfico dedicado a Hostos de Exégesis,
revista del Colegio Universitario de Humacao, esa «publicación universitaria del
este»
, como la llama el señor Ruano, quien
evasivamente rehúsa llamar por su nombre a las personas y
las publicaciones que injuria. Las observaciones de Rojas fueron
recibidas por Ruano con inusitada acritud. Comparto las
observaciones que sobre esta obra de Ruano hace el Dr. Rojas, por lo que no regreso sobre mojado.
Los trabajos sobre Hostos del señor Ruano testimonian claramente su gran capacidad de trabajo y su interés sin mengua en Hostos. Indudablemente, Ruano ha considerado y explorado una considerable cantidad de aspectos de la vida y obra del autor mayagüezano. Es innegable, además, que sus obras exponen vertientes de gran interés, muchas de ellas poco consideradas, con novedosas aportaciones otras. Pero de ello a afirmar, como lo hace en su Biografía de Hostos -I, 42-, que su biografía debe tener «prioridad» sobre los veinte tomos de las Obras completas de Hostos de 1939, hay un universo de soberbia. Como éste último, podríamos hacer un inventario inagotable de exabruptos intelectuales del señor Ruano que resultan intolerables. Enlistemos algunos de ellos:
- Ruano sostiene insistentemente que su obra sobre Hostos es la única -o casi la única- aportación novedosa que produjo el Sesquicentenario, porque lo más de lo producido es el recitatorio de los forjadores de su mitología, la obra de los «relacionistas públicos» del «mito biensonante».
- Ruano sostiene que la obra de Hostos no mereció otra cosa que la oscuridad y el olvido, y que si en alguna medida ha salido a la luz, ha sido gracias a los «inventores» del mito de Hostos. Entre ellos, los propios hijos de Hostos, José Balseiro, Gabriela Mistral, Juan Bosch, José Ferrer Canales, Antonio S. Pedreira, Julio César López, y muchos más. En su Biografía de Hostos (I, 32.) señala Ruano: «En realidad su vigencia bibliográfica fue modesta, y, de hecho, es necesaria la tarea constante de que la oscuridad no acabe con él después de muerto, como le dio tanto que hacer estando vivo». Añade poco después: «Se parte de que Hostos no se ha impuesto, ni se impone, por sí mismo; de que hay que darlo a conocer». (34)
- Su interpretación de La tela de araña adolece de los mismos dos males fundamentales de su obra de interpretación en general. El primero, es una incapacidad profunda para distinguir la biografía de la ficción novelística, es decir, un empeño ciego por interpretar literalmente como biografía las páginas de sus novelas. El segundo, es una incapacidad para leer e interpretar críticamente los diarios de Hostos, a pesar de los esclarecidos trabajos escritos sobre el tema, particularmente los de la Dra. Gabriela Mora.
Ruano se resiste a
aceptar que la ficción novelística no puede ser
considerada reflejo mecánico y sin distorsión de la
biografía, lo que no quiere decir que nosotros neguemos que
exista relación en absoluto. A su juicio, La tela de
araña, sometida a concurso según parece en el
1864, puede dar margen a anotaciones como las siguientes: si en el
texto un personaje exhala humo de tabaco, Ruano anota al calce:
«Eugenio María es, desde joven,
fumador habitual. Es también excesivamente adicto al
café. Al dinero que gasta en eso, tiene que sumar el que le
cuestan las medicinas para aliviarse de los cólicos por su
adicción. Lo consigna en sus Diarios dos
años más tarde»
(La tela de
araña, 57); si en el texto de una novela se habla de
maldecir, es suficiente para que Ruano anote: «En los años que le aguardan,
también Eugenio María maldecirá más de
una vez»
(63). Ruano no tiene reparos en señalar
como verdad matemática sin residuo: Bayoán = Hostos.
Tampoco cree necesario matizar que si Hostos describe en La
peregrinación de Bayoán a un padre, la
descripción para Ruano es, ipso facto, la imagen fiel y exacta que
Hostos tiene en su conciencia de su propio padre.
Sobre el segundo
mal de Ruano habría que destacar que éste hace una
interpretación muy literal y poco contorneada de las
declaraciones de Hostos en el Diario. Parece Ruano creer
que es el primer lector de sus intimidades, porque parece ser el
primero en extraer de su lectura interpretaciones tan poco
reflexivas. Para Ruano, los diarios de Hostos reflejan un ser
atormentado, indeciso, titubeante, soberbio, egoísta,
incapacitado, lleno de remordimientos. Para Ruano, Hostos es un
personaje sin mayores méritos intelectuales que fue incapaz
de ingresaren las instituciones universitarias españolas.
Para Ruano, las ideas de Hostos parecen no tener luz propia, sino
ser sólo un pálido remedo de las doctrinas de la
intelectualidad española. «Hostos
no consigue hacer carrera alguna»
apunta Ruano (II, 92);
«Y es que con esa aureola doctoral se
pasea Hostos por Sudamérica. Hasta se le ofrece
cátedra de Filosofía y Literatura en Buenos Aires,
cuando, en realidad no había pasado del bachillerato, si es
que llegó a terminarlo»
(II, 93); «Como tantos fracasados más en la
historia de las aventuras políticas, se refugia en el
magisterio en el exilio. Consigue ser aclamado como
reformador escolar en Santo Domingo, pero no sin opositores que
denuncian públicamente la inconstitucionalidad de un
profesor sin título profesional, y pagado por el Estado sin
ser ciudadano del país»
. Esta última joya
de Ruano trae la siguiente nota al calce: «¿Fue durante la controversia que alguien
eliminó información comprometedora en los archivos de
la Universidad Central?»
(II, 93).
No se trata de que
neguemos absolutamente la pertinencia de estos temas, sino del
sentido chato, desembuido de contextos, desarticulado de las
complejidades que le otorgan otro relieve y peso a estos temas. El
Diario de Hostos exige una lectura interdisciplinaria,
pues desborda la psicología de texto básico combinada
con catecismo con los que lo asume Ruano. Escribir el
Diario es para el propio Hostos, más que una
terapia, el laboratorio psicoanalítico donde fragua su
conciencia y su carácter titánicos, la
singularísima sonda -real, no de cine- de uno de los hombres
más exitosos en la historia en la formación del
«hombre completo»
que quiso
ser. Todos los que han examinado a fondo los trabajos de Hostos
concluyen reconociendo la creación de un pensamiento propio,
innovador, coherente, naturalmente nutrido de muchas fuentes, pero
radicalmente distinto. Es increíble sostener -si se tiene en
cuenta su obra total, la altura de las metas y la dificultad de sus
propósitos, el despliegue pleno de su actividad derramada en
tantos países- la tesis de que a Hostos debe
juzgársele como un ser fracasado, necesitado de
títulos de papel para hacer valer el poder generador de su
pensamiento; o la tesis de que Hostos «malgastó en
autodidactismo»
el capital que su padre le enviaba desde
Mayagüez. Es increíble, a menos que se sostenga la
tesis fundamentándola en una moral doméstica,
aldeana, de esas que buscan frenéticas pecadillos de
papel.
Escudado de un loable esfuerzo por desmitificar, olvida Ruano que, en el caso de Hostos, si bien se han hecho atribuciones inciertas y se han publicado afirmaciones del todo erróneas que deben ser corregidas, no es lo mismo destruir los mitos que sostienen la hegemonía de un país sobre otro o de una clase sobre otra, que desvirtuar la aportación que pueden hacer iconos loables en la lucha de resistencia y en la gesta de liberación de un país intervenido, país que sólo con esfuerzo titánico rescata del olvido los hechos y las figuras memorables porque el régimen reprime todo aquello que con potencialidad de emblema pueda inflar el orgullo nacional. Ignora Ruano al país colonizado, la situación de los próceres y de las gestas nacionales, la persecución, la prohibición de las banderas, los compontes, las carpetas, la ley de la mordaza, la sangre derramada. ¿Qué implicaciones ideológicas tienen estos inusitados olvidos?
El contexto
teórico verdadero de Ruano se pone en evidencia cuando
consideramos su manera de sopesar el valor de los actos de Hostos,
sus palabras, su obra literaria e intelectual. La óptica
hispanista -europeísta- le impide considerar adecuadamente
la situación del puertorriqueño en el siglo XIX, la
forja de la conciencia nacional puertorriqueña, el
carácter y el valor de las obras que contra corriente
surgen. Ruano no tiene reparo en rematar sin advertencias que
Hostos es un autor «español»
; Ruano establece como
contexto único de comparación las obras de la cultura
española, cuando es sabido que las grandes obras de la
literatura hispanoamericana muestran desde su arranque rasgos
específicos que la separan de la metrópoli y la
distinguen de la «imaginación
colonizada»
que etiqueta la producción cultural
del montón.
Pero lo más significativo de este asunto es que para apoyar su labor desmitificadora y devaluar la vigencia de Hostos en toda Hispanoamérica, Ruano no sólo esconde la inmensa bibliografía -única entre los puertorriqueños- de Hostos; no sólo esconde la interpretación forjada al calor de toda una vida de estudio de la obra de Hostos de figuras respetables como Margot Arce de Vázquez, José Ferrer Canales, Francisco Manrique Cabrera, Josemilio González, Manuel Maldonado Denis, Julio César López, Rufino Blanco Fombona, José Martí, Antonio Caso, don Pedro y Camila Henríquez Ureña, Juan Bosch, entre tantos; no sólo esconde las innumerables aportaciones de lo más exquisito de la intelectualidad de Nuestra América, aportaciones que trajeron, a propósito del Sesquicentenario, centenares de estudiosos de todas las direcciones del orbe, sino que distrayéndonos con nimiedades insubstanciales que finge haber descubierto (como si Hostos se escribe con la ache o sin ella, o si el IEH no es serio porque no escribe el nombre de Hostos sin el «de» que, no obstante, usaba su padre), se apoya en lo más retrógrado y fascistoide del pensamiento dominicano que sobrevivía amargamente durante la época de Trujillo.
Dice Ruano:
«Los intelectuales dominicanos de turno
señalan, sin embargo, notables censuras a la personalidad
histórica del Hostos final, el pedagogo. "Su escuela no
produjo un solo tipo ejemplar, ni una mentalidad de primer orden.
Considero una desgracia nacional el retorno al positivismo crudo de
Hostos en 1880" (Peña Batlle)»
(I, 34). Y busca
refuerzo con citas de Andrés Avelino y de Robles
Toledano.
Este Manuel A.
Peña Batlle afirmó que la escuela nacional dominicana
se inspiraba aún -a principios de la década de 1950-
en las ideas y sistemas del pensador antillano. Sin embargo,
«calificó como fracaso la obra de
Hostos por antiespañol y anticatólico»
.
Estas expresiones remedan la resucitación del
espíritu de aquel célebre antagonista que en tiempos
de Hostos lo combatió con saña por darle a la
educación un sesgo laicista, «positivista»
y «racionalista»
: el presbítero
Francisco Javier Billini, abogado de la educación
tradicional, dogmática y escolástica.
En 1951 el
Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina,
«Padre de la Patria Nueva» desde 1930, promulgó
la Ley Orgánica Nacional No. 2909, ordenando una
educación «basada en los
principios de la civilización cristiana y de
tradición hispánica»
. Esta ley se produjo
dentro del contexto de un «Concordato en hora feliz suscrito
con la Santa Sede». A propósito de esta
anulación del sistema educativo hostosiano, El
Caribe hizo una encuesta «entre
notables intelectuales dominicanos»
-46 en total- acerca
de la influencia de Hostos en la vida dominicana y la vigencia de
su influencia laicista en la trayectoria social del país y
en la educación. La lectura de las respuestas a esta
encuesta (La influencia de Hostos en la cultura
dominicana. República Dominicana: Editora del Caribe,
1956) evidencian que a pesar de que bajo el trujillismo no
había espacio para que se afirmara lo contrario -claro en
las loas y aplausos a los cambios proclamados por el
generalísimo, que sobre todo al final de todos los trabajos
se reproducen invariable y unánimemente-, las respuestas no
siguen, osadamente, el patrón «contrario al radicalismo de la excesiva tesis
antihostosiana de Peña Batlle»
(Emilio
Rodríguez Demorizi). Así, por ejemplo, Porfirio
Herrera Báez señala:
Pero examinemos de cerca las respuestas de los antagonistas de Hostos en los cuales se apoya Ruano. La respuesta de Andrés Avelino, para ser debidamente apreciada, hay que considerarla en un contexto más amplio:
¡Hermoso!
La respuesta del
presbítero Dr. Óscar
Robles Toledano es aún más interesante. Al principio
advierte que desea ser justo y objetivo en la dilucidación
de su respuesta porque, dice, «deseo
acertar»
. Añade:
(127) |
Este
presbítero Robles Toledano pretende que, a través de
una recopilación de citas del propio Hostos, sea él
mismo quien, «sin embozar su pensamiento
les rompa el encanto (a sus discípulos) y deshaga el
mágico prestigio, al declarar y confesar por sí
mismo, que es positivista, agnóstico, materialista,
anticatólico, antiespañol y amante apasionado de
federaciones y confederaciones»
(!) (127). No es capaz,
sin embargo, de negar que «la capacidad
receptiva de Hostos no tenía límites. Era singular su
virtud para transformar en idea propia y vivificar con su propio
calor cuanto leía y estudiaba»
. Todo el texto de
este antagonista refleja este asombro y respeto. No obstante,
termina concluyendo:
(141-142) |
Emilio Rodríguez Demorizi, en el mismo libro, reconoce sin temor a represalias lo siguiente:
(15) |
La obra de Ruano me trae espontáneamente a la memoria a aquel secretario de los últimos diez años de Goethe, autor de la célebre obra Conversaciones con Goethe, Johann Peter Eckermann, de quien se duda con frecuencia si entendió siempre rectamente el pensamiento de Goethe que pretende transcribir, puesto que existía una evidentemente enorme desproporción entre las fuerzas intelectuales de ambos. Ruano, como ex-sacerdote, parece demasiadas veces portavoz de una reacción católica que olfatea pecados por todas partes, y como español, parece asimismo portavoz de una reacción hispanizante que ridiculiza los esfuerzos revolucionarios de sus colonizados. En cuanto a esto, no tiene siquiera el mérito de enarbolar teorías propias. Podríamos considerarlo el remedo oscurantista de un pálido reflejo decimonónico, la voz epigonal y mortecina del padre Billini.