Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Humanismo cristiano y Renacimiento en fray Luis de León

Javier San José Lera





Puede parecer una temeridad volverse a acercar a una figura tantas veces considerada por la crítica como fray Luis de León. La abundante bibliografía dedicada al escritor agustino, así como el hecho de que célebres críticos hayan ejercitado su inteligencia y erudición sobre la obra del profesor salmantino, deberían ser razones suficientes para poner freno a nuevas aproximaciones1.

Sin embargo, el acercamiento a la obra de fray Luis muestra enseguida lo necesaria que es aún una reflexión de conjunto que sitúe al autor en su contexto de ayer y permita acceder al lector de hoy a la consideración del fray Luis integral, para superar así la visión limitadora que el establecimiento del canon crítico impuso sobre el fraile agustino: cuando Quevedo en 1631 publicó las poesías de fray Luis, como arma arrojadiza contra los excesos culteranos de la poesía de algunos de sus contemporáneos, estaba dando el primer paso para la selección que ha determinado el gusto y el interés posteriores, ya que, con frecuencia, la valoración del poeta original ha llevado a postergar al inmenso prosista y, sobre todo, al fray Luis más apasionante, el que se integra en la cultura espiritual de su época como cumbre del humanismo cristiano español y del renacimiento literario.

Es mi intención en las reflexiones siguientes justificar esa afirmación tópica por repetida, y aproximarme para ello, al fray Luis que interesó más a sus contemporáneos, al que perseguían sus enemigos por atreverse a cuestionar la autoridad bíblica tradicional, como muestran las acusaciones del fiscal del proceso, al que reconocían sus amigos, al acercarse a declarar ante los tribunales de la Inquisición, como máximo intérprete de la Biblia2, o al que reverenciaban sus alumnos, llenando las aulas donde explicaba (distintas materias, pero sobre todo Sagrada Escritura) y al que leyeron en sus obras publicadas en vida, todas ellas en prosa, y todas ellas con un único centro de interés, la Biblia3.

De mis palabras anteriores puede ya desprenderse que el núcleo de mi acercamiento al insigne profesor salmantino, en esta reflexión divulgadora que nuestro anfitrión ha tenido la amabilidad de encargarme, es el que considero el centro de gravedad de sus intereses profesionales y literarios: la Sagrada Escritura.

Dos hechos no siempre atendidos de la biografía de fray Luis pueden servir como ejemplo de su dedicación e interés por el libro sagrado. En primer lugar, no debe olvidarse que cuando Luis de León acude a Salamanca, en 1542 con apenas catorce años4, lo hace movido por la fama del estudio salmantino, que, entre otras cosas, nutre de expertos en leyes a la burocracia de la Iglesia y del Estado, pero igualmente lo hace por decisión no propia, sino familiar, para ponerse bajo la tutela de su tío, Francisco de León, entonces catedrático de Leyes en Salamanca. Sin embargo, en 1556 y hasta 1557, ya con treinta años, cuando debe elegir el centro en el que completar su formación humana, opta por la Universidad de Alcalá, sin duda movido por el hecho de que allí existe una cátedra de Escritura que había fundado el Cardenal Cisneros según el signo de los tiempos, es decir, concediendo importancia decisiva al conocimiento de las lenguas clásicas y en concreto, para los estudios bíblicos, al hebreo, en contraste con los estudios de Teología en Salamanca, apegados aún a planteamientos escolásticos medievalizantes5. El prestigio en los estudios bíblicos de Alcalá era enorme, producto no sólo de los maestros que allí habían enseñado desde los comienzos del siglo, sino de los trabajos de elaboración de la gran obra bíblica del siglo XVI, la célebre Biblia Políglota Complutense en seis poblados volúmenes in folio, que algunos de mis alumnos aquí presentes pudieron ver en la Biblioteca salmantina. ¿Albergó Fray Luis el deseo de ocupar la prestigiosa cátedra de Biblia en Alcalá, para continuar la labor que desde ella había realizado el también agustino Dionisio Vázquez? No podemos hoy responder a esa pregunta, pero sí debemos valorar en su justa medida la decisión tomada por fray Luis de estudiar en Alcalá.

Junto a la significativa elección de Alcalá, un segundo hecho biográfico incide en mostrar claramente el impulso bíblico que anima desde pronto al joven fray Luis. Cuando comienza a desarrollar su vida académica como profesor universitario en Salamanca, la primera cátedra a la que oposita, en 1560, es decir, con treinta y tres años, es la de Sagrada Escritura, que pierde en beneficio del que luego será gran amigo y compañero de penurias en las cárceles de la Inquisición, Gaspar de Grajal.

La Biblia, pues, inspira la formación y la vida académica del joven profesor fray Luis y la del hombre ya maduro que, absuelto de los graves cargos imputados contra él, regresa a la Universidad en olor de multitud y vuelve a concursar en público examen a la cátedra a la que aspiró desde su juventud, la de Sagrada Escritura, que gana ahora, con 52 años (diciembre de 1579), en proceso nada claro contra el dominico fray Domingo de Guzmán, hijo del célebre poeta Garcilaso de la Vega6. En la plática de oposición (en la que los candidatos debían exponer sus méritos y descalificar los de los oponentes), fray Luis expresa su dedicación a la Biblia:

«Las cátredas que he tenido de 20 años a esta parte no han tenido nombre de cátedras de Escriptura, pero en lo que he leído en ellas, he declarado y enseñado mucha Escriptura, como es notorio a mis oyentes . Mis cátredas tenían nombre de teulogía escolástica y en cualquier ocasión que se me ofreció, fue sagrada escriptura lo que leí en ellas»7.



Ya antes de obtener la cátedra, fray Luis contaba con prestigio como intérprete entre sus colegas, como muestra el hecho de que sea uno de los integrantes de la comisión universitaria que debe juzgar sobre la oportunidad de volver a publicar la controvertida Biblia del francés Vatablo. Y de las sesiones de aquella comisión surgieron, en buena parte, las disputas que llevaron al agustino a ser detenido una noche de marzo de 1572. Pero eso es otra historia en la que no voy a entrar ante este auditorio.

Si me he detenido, aunque brevemente, en el recuerdo de estos datos biográficos, ha sido para mostrar cómo la Biblia se encuentra en el centro de la vida de fray Luis. Miguel de la Pinta Llorente, editando el proceso de Alonso Gudiel había señalado cómo «la batalla de la ciencia y de la luz se planteaba en el campo de la exégesis escrituraria»8. No es casualidad por tanto que la dedicación de fray Luis a la Biblia, junto a la forma de acercarse al texto sagrado, nos permita ya situar al agustino en contacto con lo más avanzado del pensamiento humanista, que él hará, en nuevo impulso, renacentista.

Esa forma humanista de acercarse a la Escritura debe relacionarse con el desarrollo de la Filología. En efecto, la Filología se encuentra en la base de la gran revolución científica que tiene lugar desde mediados del siglo XV en Italia y a lo largo del siglo XVI en el resto de Europa. Un «nuevo espíritu filológico», en expresión de Jacob Burckhardt, alienta el desarrollo del humanismo, inicialmente reacción filológica contra la barbarie del latín escolástico, pero en definitiva, auténtica revolución científica9.

La filología renacentista se practica primero sobre los textos clásicos, a los que múltiples avatares habían ido incorporando elementos espúreos, y donde los hombres del renacimiento buscan modelos que imitar; pero en seguida también se aplica al texto bíblico, pues la Biblia constituye para los humanistas uno de los legados más preciados de la antigüedad y un objeto de trabajo de valor inapreciable. La turbulenta tradición textual de la Escritura, que la había hecho pasar por tres lenguas, ofrecía al humanista material apropiado para ejercitar las armas de la recién estrenada ciencia filológica. Hebreo, griego y latín se convierten en estudios imprescindibles para quien quiera acercarse a la Biblia desde planteamientos científicos o filológicos (léase humanistas), distintos de la ciega aceptación de las explicaciones alegóricas o morales de los Padres (al modo de los viejos escolásticos).

La labor de estudio filológico del texto bíblico va a comenzar no por aquellos libros bíblicos escritos en hebreo, sino por los griegos del Nuevo Testamento. Es Lorenzo Valla el nombre que surge vinculado a estos primeros estudios bíblicos renacentistas. Se trata en definitiva de someter la Biblia a un análisis filológico, como se hacía ya con otros textos clásicos, un análisis que trata de depurar el texto griego, cotejándolo con distintos códices, para evitar los errores de la traducción latina de San Jerónimo, la Vulgata, que se convertirá tras el Concilio de Trento en el texto canónico e incontestable. Al mismo tiempo se comienza a apreciar el valor estrictamente literario de la Biblia y se destacan sus excelencias poéticas.

El resultado de esta auténtica revolución intelectual es, como ha señalado con acierto Ciriaco Morón, el derrumbamiento del edificio teológico especulativo construido durante la Edad Media, al cuestionarse desde los nuevos descubrimientos textuales verdades esenciales mantenidas por la tradición. Es lógico, por tanto, que los teólogos conservadores, representantes de la ideología dominante, se opusieran abiertamente al nuevo método, que cuestionaba los principios sobre los que se establecía su dominio, al haber sido establecido además por un gramático, no por un teólogo. El enfrentamiento entre el obispo de Palencia Diego de Deza y el gramático Nebrija10, es sólo una muestra del espíritu general de confrontación entre teólogos y filólogos que recorre todo el panorama del humanismo español, y que contribuyó no poco a la escasa valoración social de estos últimos11. El descrédito oficial de Martínez de Cantalapiedra, Gaspar Grajal o fray Luis de León frente a sus adversarios salmantinos son manifestación del choque frontal de dos métodos diferentes de aproximación a la Escritura, uno moderno, humanista, que toma como punto de partida el conocimiento de las letras humanas, y otro anclado en la teología escolástica medieval.

La crítica textual aplicada a la interpretación de la Biblia, que es en Valla una consecuencia lógica del planteamiento radical del humanismo, que convierte la filología en la primera de las ciencias, se extiende a lo largo del siglo XVI. En España, Antonio de Nebrija, profesor de gramática en Salamanca, representa en este camino, al primer humanista cristiano, «el heredero de las audacias de Lorenzo Valla en materia de filología sagrada», en expresión de Marcel Bataillon12, si bien no se debe olvidar que Nebrija es gramático antes que teólogo.

En esta línea que procede del humanismo italiano de mediados del siglo XV se inserta, en parte, el biblismo de fray Luis de León. Será Erasmo de Rotterdam el encargado de insertar el método filológico en una reforma espiritual de sentido trascendente, que es la característica esencial del humanismo cristiano del XVI. Erasmo de Rotterdam pretende aplicar en su reforma el concepto de utilidad de la Escritura que preside buena parte de la obra de San Agustín (y no debe perderse de vista que fray Luis era agustino): allí puede el hombre aprender todo lo útil expresado con admirable humildad y encontrar reprensión de todo lo dañoso13, o, en palabras del propio fray Luis en La perfecta casada:

«En las quales, [las Sagradas Letras], como en una tienda común y como en un mercado público y general, para el uso y provecho general de todos los hombres, pone la piedad y sabiduría divina copiosamente todo aquello que es necesario y conviene a cada un estado»14.



Y en otro lugar (Expositio in Ecclesiastem):

«Las letras sagradas contienen no sólo la doctrina moral y sobrenatural, sino incluyen la semilla tanto de la filosofía natural como del resto de las artes y ciencias»15.



El conocimiento de la Biblia enriquece la espiritualidad del cristiano, por lo que es necesario hacérsela llegar no sólo libre de errores textuales (labor filológica en la que se empeñó el biblismo de principios de siglo, de Valla a la Políglota Complutense), sino traducida e interpretada de forma que sea comprensible para todos. Y esto se hace, en primer lugar, transmitiéndola en la lengua común, «porque no sé otro romance que el que me enseñaron mis amas, que es el que ordinariamente hablamos» (escribe durante el proceso). Y a esta labor se encamina la obra en prosa de fray Luis de León, desde el primer momento.

El contenido bíblico de la obra de fray Luis es evidente. Si su prosa latina se vincula a la labor académica de catedrático de Escritura, desde su primer trabajo en prosa castellana, la Traducción y declaración del Cantar de los Cantares, obra escrita probablemente hacia 1561, se hace explícito el mismo contenido escriturario. La última obra de fray Luis fue la amplia Exposición del Libro de Job, que termina pocos meses antes de morir. Pero ninguna de las dos obras vio la luz hasta el siglo XVIII. Mejor suerte tuvieron sus otras dos obras en prosa, las únicas castellanas que vieron la luz en vida de fray Luis, publicadas juntas desde su primera edición en 1583 hasta la quinta impresión de 1603: De los nombres de Cristo y La perfecta casada. Bajo estos títulos parece no haber más que uno de tantos tratados teológicos sobre Cristo y un manual de comportamiento cristiano para la mujer en el matrimonio. Sin embargo, una y otra obra tienen un componente bíblico esencial. En el primero fray Luis, bajo la ficción del diálogo, desarrolla toda una teoría del acercamiento a la Escritura y expone amplios pasajes de libros bíblicos. El segundo no es otra cosa que una declaración moral del último capítulo de los Proverbios.

Pero lo que justifica el calificar a fray Luis de León como cumbre del humanismo cristiano, no es únicamente el tema bíblico de sus obras. Cientos de autores espirituales se acercaron a la Biblia en el siglo XVI para interpretarla en latín o parafrasearla en verso castellano. Sin embargo, muy pocos se acercan a ella para traducirla e interpretarla en castellano. He ahí la primera repercusión del radical humanismo cristiano que practica fray Luis de León y el indicio claro de su dimensión renacentista.

Se ha señalado cómo el uso progresivo de la lengua vulgar es característica inequívoca de una nueva mentalidad, la del humanismo renacentista16, aunque no podamos considerar en el mismo nivel todas las manifestaciones romances que se producen a lo largo del siglo, ya que hay notables diferencias entre el concepto nacionalista e incluso imperialista del idioma, de Nebrija en el Prólogo de su Gramática o el uso del romance estrechamente vinculado a la idea reformista de Erasmo a través de Juan de Valdés. Hay además un uso del romance que deriva del espíritu contrarreformista, aunque parezca paradójico, preocupado, por un lado, por terminar con la influencia nefasta de la literatura profana, y por otro, con la necesidad de desarrollar una literatura espiritual en romance, que prepare las almas a Dios. Dice fray Pedro de Vega:

«Muchos varones doctíssimos, zeladores del bien de las almas, desseando desterrar de las manos de la donzella, de la biuda, y a vezes de la monja, y de muchos otros las Dianas, Amadises y demás libros profanos (de los quales los menos dañosos están llenos de vanidad y mentiras), han escrito tratados santos en nuestra lengua vulgar; pero por la mayor parte son libros que no curan tanto de dar parto y exercicio al entendimiento, quanto de mover e inflamar la voluntad para las cosas de Dios»17.



Pero el empleo del romance en sermones y tratados de espiritualidad, tolerado y fomentado por Trento para la eficacia de la labor apostólica, y en un afán de mover a la devoción, contrasta con el freno que, como consecuencia de la estricta aplicación de las disposiciones conciliares, se impone a la traducción y declaración de la Biblia en vulgar y que se resume en la tajante sentencia del Índice de Fernando de Valdés al prohibir la «Biblia en nuestro vulgar o en otro qualquier traduzido en todo o en parte».

Se había conseguido emplear el romance en los libros espirituales destinados a mover la voluntad, como señalaba fray Pedro de Vega, es decir, aquellos en los que predomina el planteamiento ascético moral; el lograrlo emplear en la interpretación de la Escritura, campo reservado tradicionalmente al latín por tratarse de un género eminentemente académico y de indudable peligro espiritual, supondría extenderlo a los libros destinados a dar ocupación al entendimiento. A fray Luis de León estaba reservado ese paso decisivo en la progresiva incorporación del romance a la espiritualidad y con él, del espíritu renacentista a la cultura española: la práctica en castellano de la exégesis bíblica.

Para fray Luis, la utilización del romance para declarar la Escritura se justifica por el deseo de difundir la palabra de Dios comunicada a todos los hombres y por lo tanto, necesaria para todos. En la Dedicatoria al Libro I de De los nombres de Cristo escribe:

«Notoria cosa es que las Escripturas que llamamos Sagradas las inspiró Dios a los prophetas que las escrivieron para que nos fuessen en los trabajos desta vida consuelo, y en las tinieblas y errores della, clara y fiel luz; y para que las llagas que hacen en nuestras almas la passión y el peccado, allí, como en officina general, tuviéssemos para cada una proprio y saludable remedio. Y porque las escrivió para este fin, que es universal, también es manifiesto que pretendió que el uso dellas fuesse común a todos, y assí, quanto es de su parte, lo hizo, porque las compuso con palabras llaníssimas y en lengua que era vulgar a aquellos a quien las dio primero»18.



Se rompe así definitivamente la «servidumbre del latín», en expresión de Pedro Sáinz Rodríguez19, y la lengua vulgar, y con ella algo más decisivo como es la mentalidad renacentista penetra hasta los últimos reductos de la ciencia universitaria. Además, no podemos olvidar que a fray Luis le tocó vivir los «tiempos recios» de la Contrarreforma, y lleva a cabo su acción renovadora cuando el endurecimiento doctrinal impuesto tras el segundo decreto de la sesión cuarta del Concilio de Trento, va a convertir los estudios bíblicos en campo de peligro espiritual, y en sospechoso de heterodoxia a cualquiera que cuestione, aun desde la más estricta ortodoxia, el texto canónico. En este sentido, debe valorarse aún más la apuesta de fray Luis de León por un acercamiento a la Biblia inmerso en las corrientes humanistas. Era en el campo de la exégesis donde, como ya he señalado, se estaba librando la batalla entre tradición escolástica y renovación humanista.

El desarrollo de esa mentalidad en una nueva oleada que lleva del humanismo cristiano al renacentismo, impone a fray Luis el empleo de la lengua que es común a todos, para acercarse a la Biblia. Pero su labor innovadora no se detiene en ese único cambio fundamental. Además, la Biblia, texto básico para los cristianos, debía ser interpretada, ya que con frecuencia presentaba dificultades de comprensión. La interpretación de la Biblia llevada a cabo desde los tiempos de las primeras comunidades cristianas de Grecia se había codificado notablemente dando lugar a cuatro sentidos de interpretación clásicos (aunque en realidad reducibles a dos: los métodos espirituales frente al literal). Con frecuencia, los libros del Viejo Testamento se habían interpretado siguiendo el método alegórico que consistía en encontrar en los textos referencias escondidas a la presencia de Cristo, los sacramentos y la Iglesia, mientras quedaba relegado el sentido literal, que explicaba el texto en su contexto histórico y desde sus dificultades gramaticales20.

Fray Luis, siguiendo, por un lado, la línea de interpretación de la tradición rabínica española medieval, y por otro las corrientes de exégesis humanista, concederá un valor extraordinario a la interpretación filológica del texto bíblico y a las posibilidades semánticas («la preñez de sentidos», dice fray Luis) del original hebreo. Para ello parte de una traducción propia estrictamente literal, extraña para los oídos castellanos, pero llena de una gran capacidad de sugerencia poética, y atenta siempre al mínimo matiz expresivo de la lengua en que vierte. De esa traducción extraerá fray Luis la diversidad de sentidos posibles, necesarios para su exégesis, basándose en los diferentes significados de la raíz trilítera hebrea. Para todo ello, claro, es necesario un perfecto conocimiento de las lenguas clásicas y del hebreo, que fray Luis había estudiado en Alcalá con la dedicación de quien lo considera estudio esencial para su propósito, como él mismo declara con orgullo en su plática de oposición:

«Los que me conoscen y tratan saben que ha sido aqueste mi principal estudio desde mi primera niñez; y como fue aqueste estudio siempre mi fin, ansí apliqué a él los demás estudios. Y porque deseaba entender las letras divinas y sabía que para esto era necesario con la noticia de la teulogía escolástica y con la lición de los santos padres el conoscimiento de las lenguas y de la historia y de las demás letras humanas y con ellas también la elocuencia, no comencé a aprender los principios de la gramática griega o hebraica seis meses ha, sino desde mi primera edad»21.



De nuevo, en su ámbito de intérprete profesional de la Escritura se muestra con plena conciencia de su dimensión, el humanismo radical de fray Luis, que encuentra en las letras humanas el trampolín imprescindible para acceder a las divinas y con ellas a la perfección moral del hombre.

Además, esas letras humanas no sólo suponen el estudio y conocimiento de la gramática original, sino también la práctica de la elocuencia en la lengua propia. De su maestro Melchor Cano ha aprendido fray Luis la necesidad de presentar los escritos teológicos en una lengua elegante (orationis splendore)22, ya que las letras humanas son utilísimas para el teólogo23 pues de esta forma se incrementa la eficacia del discurso y se puede combatir con iguales armas a quienes rechazan el contenido de los razonamientos escolásticos por su forma bárbara. Es el concepto de «elocuencia eficaz», que fray Luis conoce y aplica. Dice en la Exposición del Libro de Job:

«...al que razona conçertada y provechosamente, los oyentes, como inferiores y sujetos le oyen, y con la copia de sus palabras escogidas y bien puestas, cae en sus oydos dellos; y de los oydos passa al alma, y cría en ella juiçios y voluntades y movimientos buenos y santos, y óyenle con sed y con gusto, y apeteçen oyrle si calla, y quando calla le piden y demandan que hable»24.



El «razonamiento concertado» de fray Luis supone en quien escribe un conocimiento exhaustivo de la retórica clásica y de las posibilidades expresivas del idioma propio. Y además implica un elitismo muy en la línea del Humanismo triunfante de comienzos de siglo, aristocracia intelectual que se enfrenta a los simples, a quienes piensan que

«hablar romance es hablar como se habla en el vulgo, y no conocen que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice que así como los simples tienen su gusto, así los sabios y graves y los naturalmente compuestos no se aplican bien a lo que se escribe mal y sin orden»25.



Pero junto a este orgullo de quien se sabe superior (que anuncia ya en cierto sentido el elitismo intelectual barroco y jesuítico de Gracián), la renovación renacentista de la prosa tiene una dimensión estética y retórica donde se manifiesta con fuerza la síntesis entre la eloquentia christiana y la tradición clásica que en la prosa castellana de fray Luis se resuelve en armonía renacentista, en la que Cicerón y San Agustín se dan la mano.

La conciencia artística del poeta que hay en fray Luis le lleva a la creación de una prosa que se convierte en expresión de la armonía universal, ya que:

«si crió a todas las demás cosas con orden, y si las compuso entre sí con admirable harmonía, no dexó al hombre sin conçierto, ni quiso que viviesse sin ley ni que hiçiesse disonançia en su música»26.



Todo en el Universo está ordenado, ya que, lo dice el libro de la Sabiduría, «Todo lo dispusiste en medida y ritmo y peso» (Sab. XI, 21). Ese orden universal engendra armonía, paz, «una orden sossesagada» como dice fray Luis en Nombres siguiendo a San Agustín27. Todo en la Creación recuerda su origen divino, de ahí que el hombre, obra máxima, exprese su aspiración a lo perfecto; y la perfección consiste para fray Luis en que «todo» se ajuste a su orden preciso:

«como la cuerda en la música, devidamente templada en sí misma, haze música dulce con todas las demás cuerdas sin dissonar con ninguna, assí el ánimo bien concertado dentro de sí, consuena con Dios y dize bien con los hombres, y, teniendo paz consigo mismo, la tiene con los demás»28.



Dentro de ese «todo» debe contemplarse cada una de las obras del hombre y, desde luego, su lenguaje. Así, si la poesía, reflejo de la inspiración divina, y lenguaje en que se escribe la palabra de Dios, es un lenguaje compuesto y ordenado29, entonces, la explicación en prosa de la misma palabra divina no puede ser sino reflejo armónico de su Obra. Este es el fundamento estético de elaboración de la prosa de fray Luis, en el que se hermanan en simbiosis humanista Pitágoras, los neoplatónicos y San Agustín. Y desde esta perspectiva debe contemplarse la continua labor creadora de fray Luis, el esfuerzo por encontrar la expresión justa,

«porque pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido dellas, y aun cuenta a vezes las letras, y las pesa y las mide y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende dezir, sino también con armonía y dulçura»30.



Estas palabras, repetidas por cuantos han querido referirse a la conciencia artística del agustino, cobran encarnación visual al revisar los pocos autógrafos de fray Luis que la tradición textual ha transmitido. La suerte puso en mis manos uno de ellos, el más extenso, el más precioso, que se guarda en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca y contiene la Exposición del Libro de Job31. Los avatares de este manuscrito dan buena muestra de los intrincados caminos que determinan la difusión de la obra literaria. Fray Luis termina la obra meses antes de morir, (el 8 de marzo de 1591 pone el punto final a su trabajo y muere el 23 de agosto). Su sobrino, fraile profeso en la misma orden, es encargado para preparar la obra para su impresión, pero quizá por falta de dinero o de tiempo la publicación se retrasa, a pesar de los esfuerzos desde Bruselas de la Madre Ana de Jesús, destinataria de la dedicatoria de la obra. Entre tanto, el hecho de tener la traducción al castellano del libro de la Biblia, despierta los recelos de la Inquisición, suspicaz con cuanto tiene que ver con fray Luis, y solicita el manuscrito para revisarlo más detenidamente, en busca de heterodoxias doctrinales. Así pues, el manuscrito de fray Luis abandona su puesto en la biblioteca del convento salmantino y es enviado a la Corte donde reposa largo tiempo en los estantes de la Inquisición primero y en los de la biblioteca del Convento de agustinos de Madrid después. Mientras tanto, el convento salmantino sufre sucesivos incendios devastadores que convierten en ceniza los volúmenes de la riquísima biblioteca y los numerosos autógrafos luisianos que allí se custodiaban; y a la postre se arruina el convento entero, que convertido en polvorín por las tropas napoleónicas, acabó volando por los aires, borrando la pólvora las huellas de la casa conventual donde vivió fray Luis de León en Salamanca. Por esta vez, el celo inquisitorial permitió que se salvase de la masacre bibliográfica el manuscrito citado, que había sido depositado en Madrid, y que fue restituido a la Universidad de Salamanca a mediados del siglo XIX. El códice fue utilizado como ornato del féretro en que se trasladaron los restos de fray Luis, rescatados de las ruinas de San Agustín tras una detectivesca investigación. Y en la Biblioteca Universitaria de Salamanca reposaba definitivamente el códice, en una paz poco perturbada por quienes antes que yo trabajaron sobre sus folios, hasta que, como dije, la suerte lo puso entre mis manos.

El manuscrito de la Exposición del Libro de Job permite sorprender a fray Luis en su escritorio, en el momento de dar a luz la obra, que se va haciendo ante los ojos del lector por debajo de las numerosísimas correcciones, añadiduras, interpolaciones, etc. Y en el análisis de esas correcciones descubrimos los fundamentos retóricos de la prosa de fray Luis. Así, después de haber reflexionado sobre su actitud renovadora ante la Biblia y haber establecido los fundamentos bíblicos de su estética, podremos completar el recorrido por la incardinación humanista y renacentista del profesor salmantino.

Cualquier español que en el siglo XVI pasara por la Universidad debía conocer, antes de emprender estudios superiores, los rudimentos de la retórica, que se había convertido en disciplina definitoria del ideal humanista32. El estilo retórico se había convertido desde hacía tiempo en el distintivo del escritor culto, cuyo ideal representa en el renacimiento español la prosa de Cicerón. El escritor latino había establecido en varias de sus obras los principios estilísticos que debían regir la composición retórica: «¿Qué mejor forma hay de escribir que en latín correcto, claro y elegante?», dice Cicerón33. Claridad y propiedad de la expresión, orden en la composición y belleza fónica de la frase son los tres hilos con los que se teje la prosa de fray Luis. Y a conseguirlos se encaminan las correcciones que continuamente introduce al componer su obra.

En fray Luis34, la claridad expresiva («...para que no solamente digan con claridad lo que se pretende dezir...») se consigue mediante la cuidada disposición de los elementos de la frase y un perfecto control de la composición («...porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar...»), evitando repeticiones no rítmicas, anacolutos, anfibologías, etc., y buscando siempre una simplificación de las estructuras. Esta tendencia, que podría ponerse en relación con el principio de naturalidad propugnado como ideal de época por Valdés, entra en confluencia con el principio de selección, que tampoco es extraño entre los ideales renacentistas. En este punto, se constata en la prosa de fray Luis una potenciación de las conexiones entre las palabras a través de figuras verbales: antítesis, paralelismos -anáforas, quiasmos, repeticiones-, asíndeton, polisíndeton, isocolon, etc., que contribuyen poderosamente al ritmo de la frase, generando un auténtico ritmo semántico. De esta forma, naturalidad y selección se dan la mano en la prosa de fray Luis en cuidado equilibrio renacentista.

Al mismo tiempo procede a una cuidadosa selección de las palabras («...de las palabras que todos hablan, elige las que convienen...») para conseguir no sólo una expresión clara, sino poéticamente atractiva («... para que no solamente digan con claridad lo que se pretende dezir sino también con armonía y dulzura...»).

Por último fray Luis cumple con los preceptos clásicos preocupándose por el adorno de su prosa, que no se consigue (como tampoco el de su poesía) mediante la metáfora brillante. Cuando utiliza un símil, con frecuencia, lo hace con un valor más instrumental que ornamental35. El adorno de la prosa le viene impuesto a fray Luis por su propia estética de la armonía: el ritmo, el número, como él mismo dice en flagrante cultismo será su gran logro artístico, del que se muestra más orgulloso:

«Y si acaso dijeren que es novedad, yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que escriben en esta lengua poner en ella número, levantándola de su decaimiento ordinario. El cual camino quise yo abrir...»,



porque es el que más esfuerzo le cuesta: «que de las palabras que todos hablan elige las que convienen y mira el sonido dellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa y las mide y las compone...». Estas palabras de fray Luis pueden sonar a exageración orgullosa de quien quiere dar a valer sus logros artísticos; sin embargo, se puede comprobar en sus autógrafos la ajustada precisión de las mismas: el esfuerzo del gran escritor por cuidar la disposición de los acentos, la medida de las frases, o la confluencia de sonidos cacofónicos para, mediante la combinación de sílabas átonas y tónicas y de miembros del periodo de similar extensión, conseguir esa armonía formal que pretende ser espejo de la armonía cósmica se convierte en una constante de corrección estilística36.

La sensación de armonía y de equilibrio que transmite la prosa de fray Luis, basada en la perfecta integración de ritmos y estructuras, es el punto de llegada de un proceso de esfuerzo continuado que nada tiene que ver con la espontaneidad:

«porque las escritturas que por los siglos duran, nunca las ditta la boca: del alma salen, adonde por muchos años las compone y examina la verdad y el cuidado»37.



La prosa española queda ya con fray Luis preparada para dar sus frutos más maduros, esos que se estaban ya fraguando en el ingenio de aquel Cervantes que confesaba en el Canto a Calíope de La Galatea su admiración y reverencia por el agustino:


Quisiera rematar mi dulce canto
en tal sazón pastores, con loaros
un ingenio que al mundo pone espanto
y que pudiera en éstasis robaros.
En él cifro y recojo todo quanto
he mostrado hasta aquí y he de mostraros
fray Luis de León es el que digo
al que yo reverencio, adoro y sigo.



Ideología, estética y retórica se dan la mano en la obra del insigne profesor salmantino para generar la más preclara expresión del Renacimiento literario español. Teología y poesía conviven en fray Luis incluso cuando escribe en prosa, haciendo justicia a la alabanza de Lope de Vega en El Laurel de Apolo:


Tu prosa y verso iguales
conservarán la gloria de tu nombre.



He querido repasar aquí, aun breve y torpemente, al verdadero fray Luis, poeta y prosista insigne, biblista excepcional y, sobre todo, humanista cristiano y espíritu renacentista radical e íntegro. Este es el fray Luis que conocieron y admiraron (u odiaron) sus contemporáneos, el fray Luis que prefirió (parafraseando el lema de otro célebre profesor salmantino, Unamuno) antes la verdad que la paz, y que pagó con la cárcel su osadía intelectual; el fray Luis, en fin, que llevó a esa Salamanca (que hoy nos ha convocado tan lejos de su esplendor dorado) y a su Universidad al punto más alto de su prestigio y de su fama.





 
Indice