
Ideas sobre el ciudadano en diálogo1
Me mueve a dar una idea de lo que es un Ciudadano, y sus deberes, por medio de este papel, por observar las escasas noticias que de ella tienen algunos de mis compatriotas: y afecto a proporcionarles todo el bien posible, he querido manifestarles el concepto que tengo formado del Ciudadano, y cuáles sean las obligaciones de éste; uniéndome íntimamente a las que prescribe nuestra santa religión católica, apostólica romana, que guardada con precisión y constancia por todos, sería bien excusado gastar tiempo en presentar ideas, ni dar declaraciones sobre este asunto.
P. ¿Qué quiere decir Ciudadano?
R. Habitante de un país culto, sujeto a religión, y a leyes establecidas, guardadas, y cumplidas con exactitud por todos los mismos que se convinieron en ellas.
P. ¿Cuáles son las cualidades de un Ciudadano?
R. Buena educación, amor constante a su patria, y conservador de su religión y sus leyes.
P. ¿Cómo se entiende la buena educación?
R. Que esté perfectamente enterado de su religión, de la historia de su nación, y que adquiera principios sólidos para poder mantenerse, no sólo a sí mismo, sino en provecho general de sus conciudadanos, ya dedicado a las ciencias, ya a las artes, a la agricultura, al comercio, a la milicia, etcétera.
P. ¿Cómo se entiende el amor constante a su patria?
R. Dedicándola todo su tiempo y sus trabajos, para aumentar su grandeza: defendiéndola con todas sus fuerzas y facultades, cuando peligre: e interesándose por el bien general de sus conciudadanos, antes que por el suyo propio.
P. ¿Cómo se conservará la religión y las leyes?
R. Respetando y obedeciendo a las respectivas autoridades recibidas por toda la nación, como depositarias de las bases o principios fundamentales de la paz, y sosiego interior del hombre; que son la religión y las leyes.
P. ¿Cuáles son las principales regalías de un Ciudadano?
R. La de la libertad e igualdad.
P. ¿Qué se entiende por regalía de libertad?
R. Que goza de ella en toda su extensión, excepto en lo que se opone a la religión, y a las leyes establecidas.
P. ¿Cómo se entiende la regalía de la igualdad?
R. Que estando adornado de las cualidades de ciudadano, se le considera en la nación apto para que se le conserven sus derechos; se le respete, atienda, y mire, sin necesidad de que concurran el interés, el favor, ni medios ilícitos para alcanzar aquello a que sus verdaderos méritos y disposición le hagan acreedor.
P. ¿El ciudadano libre puede hablar y escribir cuando tenga voluntad?
R. Puede hacerlo en todo aquello que no trastorne el orden público, y la tranquilidad general y particular, pues por el mismo orden de igualdad está en la obligación de respetar a sus conciudadanos, guardándoles sus prerrogativas, y tratándolos bajo el principio de no querer para otro lo que no se quiere para sí.
P. ¿Conque un ciudadano no puede hacer públicos los defectos, faltas, o delitos de los otros?
R. No ciertamente, a no ser que de ellos resulte un perjuicio general al estado, o a la religión, porque éstos deben manifestarse a las autoridades que puedan, y deban remediarlos.
P. ¿Luego si no son de esta clase, no pueden publicarlos, o denunciarlos?
R. Un ciudadano que advierte en otro un defecto de gravedad, o de que pueda resultar perjuicio de alguna consideración, debe amonestarle fraternalmente, proporcionando el tiempo y la oportunidad, si cree que su aviso le ha de aprovechar; pero si no hubiere esta esperanza, debe avisar a sus superiores, con el solo fin de que se le corrija, y enmiende, presentándose en persona, o haciendo una denunciación [sic] privada por escrito firmado de su mano, y de ningún modo por papeles anónimos, o misteriosos y enigmáticos, y mucho menos por pasquines, condenados por las leyes, y por la religión.
P. ¿Si un ciudadano es perseguido injustamente por un poder arbitrario, pueden salir a su defensa uno o más de sus conciudadanos?
R. Opino que pueden y deben hacerlo, por los medios prudentes de representaciones arregladas y convincentes, probando exactamente la inocencia del perseguido ante las respectivas autoridades.
P. ¿Y si éstas se desentendiesen, o no estimasen las representaciones?
R. Ya hay derecho para acudir al supremo gobierno, y aun hacer público el manifiesto abandono de aquellas en no administrar justicia; pero es preciso para ponerse en este caso, no tratar de defender más que a un verdadero ciudadano, del cual estén plenamente convencidos todos los demás que padece sin causa; pues no siendo así, están éstos en la obligación de hacer ver lo infundado de la defensa de los otros, por no concurrir en el defendido las cualidades de Ciudadano, o que efectivamente es criminal, y entonces se deben sostener con vigor las providencias del gobierno, y fijar la opinión pública en favor de éste.
P. ¿Cómo se debe conducir el Ciudadano con respecto a los extranjeros?
R. Lo mismo que con sus conciudadanos; pero con la diferencia de que si no fuesen ciudadanos declarados, convendrá no franquearse con ellos en los asuntos de la nación, y sin faltarles a la hospitalidad y buen trato, reservar de su noticia todo aquello que en algún tiempo pudiera producir perjuicio a la nación; como se ha visto con los franceses que, enterados de nuestras flaquezas e interiorizados en nuestros negocios políticos y domésticos, se han atrevido a atacarnos, cuando se llamaban los mejores amigos.
P. ¿De este modo será sospechoso el Ciudadano que muestre mucha amistad a un extranjero no Ciudadano, y estreche con él sus relaciones?
R. No convendrá adelantar el juicio contra nadie; pero será acertado inquirir con cuidado los principios, y si se puede, el objeto de aquella intimidad; y conocida que sea, si de ella resulta el menor daño al bien general o particular de la nación, se debe advertir de todo al gobierno.
P. ¿Está obligado todo Ciudadano a conocer a sus conciudadanos?
R. Bueno sería tener un completo conocimiento de todos, en su conducta, costumbres, y disposición; pero es poco menos que imposible: y por lo tanto, deberá todo Ciudadano dedicarse a conocer a aquellos sujetos que la opinión general ensalza.
P. ¿Y por qué a estos con particularidad?
R. Para convencerse si está bien o mal fundada aquella opinión, pues pudiera suceder estuviese ganada por medios ilícitos, o por un proceder estudiado y falso en sus fines.
P. ¿Y qué objeto puede tener el que quiere ganar la opinión general por estos extraños medios?
R. El dominar a sus conciudadanos, y hacerse dueño de los primeros empleos de la república, para sus intereses particulares.
P. ¿Conque esta clase de hombres son enemigos de la libertad e igualdad del Ciudadano?
R. No hay duda, pero regularmente su lenguaje es muy contrario a sus intenciones, porque son los que prometen más felicidades e independencia, y en llegando a dominar son tiranos inflexibles.
P. ¿Y cómo se conocen estos hombres?
R. Procurando inquirir con cuidado y certeza la educación que han recibido, la carrera que emprendieron, con qué clase de gentes han tratado, países que han recorrido, y sus procedimientos en los empleos o comisiones que han tenido a su cuidado.
P. ¿Pues qué influencia tiene la educación?
R. Mucha, porque es con ella como se forma el corazón del hombre, y el que la tuvo mala es muy difícil no se resienta de malas inclinaciones por cuidado que ponga en no manifestarlas; por eso la nobleza tuvo su verdadero origen en la buena educación.
P. ¿Conque todo el que se llama noble estuvo bien educado?
R. Al contrario, aquel que esté bien educado debe llamarse noble, porque como en todo entra la corrupción, se ha visto en todos tiempos fijarse ésta y las malas costumbres, en los que debieron estar preservados por su buena educación.
P. ¿Y en qué puede influir deberse saber la carrera de los sujetos arriba citados?
R. Porque el que ha tanteado muchas, indica no haber sabido, ni podido seguir una para hacerse hombre provechoso en ella, y llevó fines particulares en sus mudanzas.
P. ¿Acaso todos pueden seguir la carrera que emprendieron sin contratiempos?
R. El hombre de bien regularmente sigue la que emprendió, aun no consiguiendo el fin que en ella se propuso.
P. ¿Luego no tiene libertad el Ciudadano para emprender otra carrera si le va mal en la que comenzó?
R. Nadie debe extrañar, ni puede impedir que un Ciudadano varíe su carrera; pero si la que toma de nuevo no corresponde a los principios que recibió, se hace muy sospechoso; v. gr. si un militar se mete a comerciante, a legista, a eclesiástico, sin haber saludado el comercio, las leyes, ni las divinas letras, regularmente será en la primera carrera un embrollón, en la segunda un juez de palo cuando menos, y en la tercera un violador de lo más respetable y sagrado que se conoce.
P. ¿Pues de ese modo no puede establecerse aquella igualdad de que cualquiera pueda optar al empleo que mejor le plazca?
R. Si hubiese hombres dotados de los conocimientos necesarios, para desempeñar los cargos de todos los empleos en todas las carreras conocidas, aquellos estarían en la perfecta igualdad para ser elegidos, y tener opción a servir y manejar todo asunto, hasta llegar a las mayores dignidades; pero como no hay la igualdad de principios, no la puede haber para optar a empleos y cargos, que no se pueden desempeñar.
P. ¿Y qué influye el trato de gentes para conocer al hombre?
R. Es una de las primeras observaciones; pues es innegable que más se fijan las máximas buenas o malas en el corazón con el trato de los hombres, que con los libros; y así éstos sin la voz viva de un maestro no prestan utilidad: conque si el trato es con perversos, no se aprende más que maldades y crímenes.
P. ¿Y el saber qué países ha recorrido el hombre a qué conduce?
R. Que si está impregnado de máximas, usos y costumbres de países viciados y corrompidos, es claro que ha de propender a introducir en el propio las mismas máximas, vicios, y costumbres, no nos faltan ejemplares en nuestra España, y por lo que hay algunos extranjerados [sic] repartidos por todas sus posesiones.
P. ¿Los procedimientos del hombre en sus empleos y comisiones, qué aclara?
R. Si tiene buena disposición, si tiene religión, pureza, probidad, desinterés, aplicación al trabajo, si es provechoso al bien general, y si da señales indudables de su constante honradez, cualidades que recomiendan sin réplica a todo aquel que las haya mantenido en los empleos y comisiones que sirvió, o que le hacen despreciable, si se apartó de dichas cualidades.
P. ¿Un militar es Ciudadano?
R. Sí, pero creo que es Ciudadano pasivo, y sujeto a leyes particulares.
P. ¿Qué se entiende por Ciudadano pasivo?
R. Que está exento de prestar su voto para toda especie de elecciones, ni tiene más voz que la que el gobierno tenga a bien darle, por ser conveniente en casos particulares.
P. ¿Y por qué se cree que el militar no debe tener el voto, ni más acción que la que se expresa, siendo un Ciudadano, y tan recomendable por el servicio que hace a la patria?
R. Porque el militar no debe tener otra representación, que la que por su constitución le está señalada en sus respectivas clases, y sería confundirlas, si se igualaran en cualquiera caso.
P. ¿Pues cuál podrá ser el resultado de igualarlas en las reuniones generales?
R. Destruir la subordinación y la disciplina militar, que son el fundamento de su constitución y sus leyes.
P. ¿Y no podría lograrse uno y otro, para que el militar no quedase sin acción?
R. Si todos los hombres tuvieran los principios debidos, para discernir la diferente representación que deberían tener, ya cuando tomaran la forma de ciudadanos activos, ya cuando la de militares, entonces podría conciliarse; pero es poco menos que imposible conseguir semejante política en quien carece de ideas grandes, que sólo se consiguen por un beneficio del Altísimo, y a fuerza de estudio, trabajo, y experiencia en el mundo.
P. ¿Luego el militar nunca puede tener representación de ciudadano activo?
R. Ínterin sea militar veterano, y se halle sirviendo, comprendo que sólo esté dedicado a su facultad.
P. ¿Y el militar de quién depende?
R. Del gobierno.
P. ¿Pues la nación no mantiene la fuerza armada?
R. Sí, pero entrega este poder al gobierno, para que por él se haga respetar de todos los enemigos de la nación y sostenga los derechos, la libertad e independencia de ella.
P. ¿Y ninguna otra autoridad puede disponer de la fuerza armada más que el gobierno?
R. Ninguna, pues aún las autoridades que disponen de alguna parte de ella, están sujetas a órdenes del gobierno, y con facultades limitadas para emplearla.
P. ¿Y qué consideraciones debe tener un Ciudadano a un militar?
R. Las mismas que a cualquiera de sus conciudadanos, y además aquellas que merece por el servicio particular que hace.
P. ¿Pues qué mayor consideración merece por su servicio, que el que hace cualquiera otro Ciudadano?
R. Porque por muy bien que pueda compensársele en pagas y honores, siempre supera el exponer su vida por los intereses de la nación a cada instante, y en todo el tiempo que a ésta sea necesario el militar.
P. ¿Pero ésta está siempre en peligro?, [¿] no tiene mucho tiempo de descanso?
R. Es verdad que no está siempre en peligro; mas tampoco el tiempo de descanso ha de emplearle en otra cosa, que en ejercitarse para la guerra, y no en otras ocupaciones ni extravíos, pues a no ser así, no puede llamarse militar, ni en la ocasión sabrá serlo, ni tiene mérito alguno el exponer su vida, sin provecho general a la nación que cuida de su subsistencia.
P. ¿Y el militar tiene algún predominio sobre los ciudadanos?
R. Ninguno, pues debe respetarlos y amarlos como a conciudadanos.
P. ¿Puede el militar tomar parte con su poder en las ofensas particulares que reciba un Ciudadano?
R. No puede, pues ya he dicho que está sólo atento a la voz del gobierno, a quien debe obedecer inmediatamente, y sostener sus providencias.
P. ¿Y si no fueren justas las providencias que le mandan sostener?
R. Al militar no le toca inquirir este punto; mientras que la autoridad que le manda es legítima, la obligación de aquel es obedecerla sin detención.
P. ¿Tiene acción un Ciudadano para quejarse contra un militar que no llena su obligación?
R. La tiene, pero hacia el gobierno y fundando su queja, que siendo justificada, no sólo debe ser atendida, sino gratificada, porque es descubrir un zángano, sobre inútil perjudicial a la nación.
P. ¿El militar retirado entra en la voz activa de Ciudadano?
R. Comprendo que debe entrar, si se retiró con honor de su carrera, si no, no.
P. ¿Qué se entiende con honor?
R. Que no fue separado de ella por cobarde, inaplicado o vicioso, sino por anciano, achacoso, herido, o necesario al frente de su casa, u otras comisiones que el gobierno tuvo a bien conferirle.
P. ¿El militar tiene también acción para quejarse contra un Ciudadano que no llena sus obligaciones?
R. El militar no debe atender a otra cosa que a perfeccionarse en su carrera, todo lo demás lo debe dejar al cuidado de la nación, sin mezclarse en los negocios generales, pues de lo contrario se haría sospechoso para todos en querer ganar opinión, no debiendo desear otra, que la de buen defensor de la patria en su estado militar.
P. ¿El militar tiene más libertad que un Ciudadano en su vida pública y privada?
R. Debe guardar la misma conducta que el Ciudadano más perfecto; y debe ser formal, circunspecto, amable, moderado, nada entrometido, y ciego entusiasta por el bien y felicidad de su patria, sin necesidad de expresar su entusiasmo con baladronadas, y por conversaciones de pasatiempo, sino aplicándose al estudio de la guerra, y al uso de sus armas, para manejarlas en la ocasión con gloria segura.
P. ¿Cómo debe manejarse un padre, para conseguir que sus hijos sean perfectos ciudadanos?
R. Instruyéndolos profundamente en la religión y en las leyes establecidas.
P. ¿Cómo se les instruirá en la religión?
R. Por medio de sus ministros, a quienes deberán venerar con todo su corazón, pues faltando este principio, no se fijan en él las saludables máximas del Evangelio.
P. ¿Cómo se instruirán en las leyes?
R. Por medio de las escuelas establecidas por el gobierno al efecto, y a las que deben hacer concurrir los padres a los hijos, para que sean útiles a la patria.
P. ¿Y bastará esto para que sean perfectos ciudadanos?
R. No, es forzoso que los padres manifiesten en su conducta pública y privada los mismos principios y sentimientos que quieren estampar en el corazón de sus hijos; sin este ejemplo se borrarían y desaparecerían las mejores nociones recibidas en las escuelas.
P. ¿Y el Ciudadano que no eduque de este modo a sus hijos, en qué incurre?
R. En el delito de infractor a la religión y a las leyes, y se declara enemigo de su patria, y de sus conciudadanos, por afecto al desorden y a la corrupción de costumbres.
P. ¿Y qué debe hacerse con un hombre semejante en este caso?
R. El gobierno cuidará de corregirle, o le separará de la sociedad por dañoso o perjudicial en ella.
P. ¿Y si el gobierno no tuviese noticia de la conducta de un semejante Ciudadano?
R. Se le debe advertir siempre, donde esté el fomento del mal, pues importa mucho que no se nos contagien nuestros propios hijos, no disimulando un mal tan nocivo, violento y destructor.
P. ¿Y bastará advertir al gobierno?
R. También convendrá huir del trato y comunicación de sujetos semejantes, hasta que se conozca su enmienda.
P. ¿Y todo Ciudadano ha de educar a sus hijos sobre el principio de una sujeción continuada?
R. De ningún modo, pues no se opone a la buena educación y constante aplicación, el que se le proporcione a los jóvenes la correspondiente distracción, con tal que sea útil, y honesta.
P. ¿Y qué clases de diversiones son más adoptables a la juventud, sin que pueda resultar perjuicio?
R. Las de correr parejas, cintas, etcétera, a caballo sabiendo manejar éste, y las de la carrera a pie, vestidos en trajes sencillos y airosos, a fin de dar soltura y actitudes al cuerpo, sin afectación ni estudio ridículo; también deben divertirse en el juego de esgrima, si hubiese buenos maestros de ella, porque no habiéndolos, es perjudicial contraer vicios en el manejo de las armas; y que creyendo los jóvenes que están perfeccionados en este ejercicio, se arriesgan, se hacen temerarios, y quedan burlados, con descrédito de su honra, y tal vez con pérdida de su vida.
P. ¿Y no pueden divertirse en otra cosa?
R. Sí, en representaciones teatrales, teniéndose cuidado de escogerles las piezas; es decir, que sea de buen ejemplo su argumento, que estén bien escritas y correctas, ya sean trágicas o cómicas, también en óperas de música selecta, si están preparados para cantarla por nota, que es mejor que por el oído solamente.
P. ¿Y qué utilidades sacan los jóvenes de estas representaciones?
R. Muchas. Primera: Entretener a los de su edad, y otros de la más avanzada, con una diversión honesta y tranquila. Segunda: Perfeccionarse en la pronunciación, y verdadero sentido de las palabras en el idioma patrio. Tercera: Acostumbrarse a hablar en público sin zozobra, encogimiento, ni temor bajo. Cuarta: Agitar los sentimientos, y producirlos con expresión noble e interesante. Quinta: Dulcificar el corazón, representando acciones de compasión, y amor filial, paternal, y conyugal; hacerle magnánimo, representando las de liberalidad y desinterés; impertérrito y grande, si heroicas y patrióticas. Sexta: Mover el ánimo y sujetar las pasiones a lo más provechoso, por la imitación de las virtudes representadas con viveza sobre la escena. Séptima: Tomar afición a las bellas letras, y perfeccionarse en la oratoria, poesía, y música.
P. ¿Pues no opinan muchos que el teatro es perjudicial?
R. Según quien habla, y cuando se habla, así debe entenderse. Los ministros del altar los condenan, según que comúnmente se practican, y por los abusos que en ellos se cometen. Los padres de familia, cuando observan que el teatro presenta mal ejemplo en sus representaciones, o que en la concurrencia no se guarda orden y compostura, siendo dicha concurrencia el atractivo, y no la escena. Si hablan los maestros sobre el perjuicio, es cuando notan que los jóvenes no le toman por diversión, sino por vicio, y descuidan sus obligaciones por el espectáculo. Y si el gobierno, es porque el pobre no se aficione en términos de expender su limitado jornal, con perjuicio de sus hijos. Y últimamente, si la buena opinión general la reprueba, es cuando se conoce que el teatro no presenta más que malos ejemplos, vicios y desórdenes.
P. ¿Pues de ese modo es diversión dañosa?
R. Hacer la proposición tan general es una preocupación. Si el teatro se maneja por gentes aficionadas, de buenos principios, escogiendo las piezas, y no tomando la diversión ni por oficio, ni por hábito, no hay perjuicio, ni hay qué temerle; antes produce las ventajas que dejo referidas, y otras muchas, por los males que se evitan.
P. ¿Qué males se evitan?
R. Se evitan muchos, si la diversión del teatro se acomoda a las horas en que se da punto a las obligaciones; pues si no, cada uno las emplea según está preparado su espíritu; y todo aquel que no las dedica a Dios, o a una sociedad de hombres virtuosos, regularmente las acomoda para el juego, para la murmuración, para el amor profano, o para especulaciones, o tramas abominables.
P. ¿Pero la distracción del teatro sólo se podrá efectuar en los pueblos grandes?
R. Ni tampoco se necesita en los pequeños, porque las costumbres no llegan al grado de corrupción que en aquellos; y generalmente compuestos los pequeños por labradores y artesanos, las horas de ocio en estos son justamente las de descanso, que emplean para el preciso reposo de sus miembros fatigados del trabajo corporal, ejecutado casi sin intermisión en todas las demás horas del día.
P. ¿Los labradores y artesanos no pueden hacer salir a sus hijos de este rudo y pesado trabajo?
R. Nadie se los estorba; pero parece natural que sus hijos sigan en las mismas ocupaciones de sus padres, especialmente cuando éstos no tienen proporciones para procurarles otra carrera, porque aun cuando el gobierno procure tener escuelas generales dando de gracia los estudios, como aquellas han de estar precisamente establecidas en pueblos grandes, el mantenimiento de los hijos de los pobres en ellos es dificultoso o imposible, y esta imposibilidad les señala la necesidad de contentarse con ser labradores, o artesanos como sus padres, que no dejan de lograr ventajas muy grandes en su carrera.
P. ¿Pues qué ventajas logra un labrador y un artesano con un trabajo tan pesado?
R. Las que no alcanza ninguno de los que tienen empleos más visibles y de más pompa, porque éstos tienen sobre sí la pensión de llenar cargos de responsabilidad y conciencia, que siempre amargan su corazón, conociendo que por bien que los desempeñen, queda mucho que hacer para lograr la tranquilidad del labrador y artesano, que acaban la obra diariamente, sin escrúpulos ni remordimientos que le perturben la quietud del espíritu. El juez, duda si interpretó mal o bien tal ley, y si resultó por lo tanto injusta la sentencia. El comerciante, si en su trato procedió con toda buena fe, y si su especulación le producirá una quiebra. El empleado público, si informó bien en los asuntos de tal o tal necesitado, y descubierto queda arruinado. El militar, si está o no preparado para servir las armas con utilidad, llega la guerra, y deja en la orfandad a una dilatada familia, y tal vez sin estimación por una desgracia. El hombre que manda, cargado de los escrúpulos y cuidados de todas las demás clases del estado, y sin instante que no tenga cavilaciones e ideas contrincadas y opuestas, que no le dejan ver cerca la esperanza del descanso, ni de la menor satisfacción, porque jamás puede contentar al bueno y malo a un mismo tiempo. El eclesiástico, fijando su consideración en el contraste de los vicios y virtudes, sin reposo por destruir los primeros y arraigar las segundas, estudiando continuamente, y trabajando con un celo sin términos en la salvación del hombre, tan rebelde a recibir los consejos para la salud espiritual. En fin, todos son menos felices que el labrador y artesano, en cuanto a sus trabajos, siendo el de éstos menos penoso y más llevadero que el de los otros, rodeados de criados, comodidades, y abundancias que no compensan jamás, ni una de las menores desazones del espíritu. No por esto debe el hombre arredrarse: el que tiene disposición, y principios sólidos para emprender una carrera está en la obligación de trabajar en ella con constancia, en favor de la patria y de sus conciudadanos.
P. ¿Conque es indispensable para tener alguna representación en la nación, estudiar, tener educación buena y conducta ejemplar?
R. No hay remedio: al que le falten estas circunstancias no debe exponerse a manejar negocios en que quede avergonzado.
P. ¿Pues todos los que manejan los negocios públicos tienen aquellas circunstancias?
R. De conocerse algunos que les faltan, resulta la osadía de pretender otros lo que no pueden ni podrán jamás desempeñar; y unos y otros comprometen a la nación, y son enemigos implacables del orden y de la virtud, respecto a que no pueden resistir que se haga comparación del hombre bueno con ellos.
P. ¿Y a éstos por qué se les permite que se introduzcan a figurar lo que no pueden?
R. Nadie puede privarles que aspiren a los mayores cargos; pero tampoco deben extrañar que no los consigan, cuando el voto unánime de los ciudadanos los deseche, y declare poco aptos para lo que solicitaron.
P. ¿Pero el común de los ciudadanos toma acaso parte en estos asuntos?
R. Debe tomarla, y si no ¿por dónde caminan para hacer las elecciones de parroquia, de partido y de provincia?
P. ¿Pues no es suficiente tomar el camino que señalen para estos casos aquellos sujetos que dicen conocen a los que deben ser elegidos?
R. No basta; es necesario que cada cual esté perfectamente convencido de que los que se proponen para las elecciones son aptos para el asunto, pues de otro modo es dejarse llevar de la opinión de unos pocos, que formando partido procuran sacar electores según les acomoda para sus fines particulares, y regularmente contrarios al bien general: resultando que el que se sujetó a extender su voto sin otro conocimiento, se privó del derecho de darle según su verdadero concepto; y no usó de libertad, que con arte le quitaron los que trataron de formar partido.
P. ¿Acaso debe hacerse sospechoso el que busca votos para que la elección recaiga en el sujeto que él señale?
R. No cabe duda; y aun ofende la delicadeza del Ciudadano que quiere ganar a su partido, puesto que le supone incapaz de elegir por sí mismo; y además, le expone tal vez a contribuir al mal general, en el que queda envuelto el engañado, cuando ya no hay remedio, y se descubre el fin que se propusieron los engañadores.
P. ¿Pues no alcanza a todos el beneficio de que los elegidos sean hombres sanos, hábiles, y amantes del orden y el bien general?
R. Es bien claro, pero los malos estudian y sutilizan el modo de destruir las buenas elecciones, porque entonces quedan más al cubierto sus feos procederes, y no temen ser confundidos y arrojados de la sociedad; antes ganando opinión, se ponen en el caso de dar la ley, aumentando el número de los malos, que se dejan llevar de promesas y felicidades, que nunca llegan, y son precipitarlos en una completa ruina, puesto que ningún delito queda sin castigo, temprano o tarde, o por mano de la justicia humana, o por la divina.
P. ¿Conque es preciso obrar con mucha precaución en esto de elecciones?
R. Es constante. Si se hacen malas, no hay que quejarse de los males que sobrevengan; y no los habrá, o serán de poca molestia si se ac[i]erta en los nombramientos, y es preciso observar por regla general, que el hombre de bien no busca partidos: tiene en la tranquilidad de su espíritu todo el partido que necesita para vivir sin temor, y para salvarse; y de esta clase deben ser los preferidos, aunque ellos lo resistan.
P. ¿Pero todos conocen esta clase de hombres?
R. Todos, el que no los conozca, será porque no quiera, pues la virtud resplandece desde muy lejos, aunque la envidia, y todos los vicios juntos se reúnan para empañar su brillo.
P. ¿De hacerse bien, y en tales sujetos las elecciones, seríamos felices?
R. Es tan seguro, que más pareciera la nación una familia de hermanos que un conjunto de familias extrañas, y seríamos envidiados, al ver que los ricos o por naturaleza, o por trabajo de sus manos, eran unos depositarios de bienes, con los cuales socorrían continuamente al impedido, al desgraciado y al inepto; que los sabios extendían sus luces en favor de la patria; que las artes, la agricultura, el comercio, y la milicia prosperaban, premiando el sudor, y las fatigas de estos sustentantes de la abundancia y de paz.
P. ¿Acaso el labrador, el artista, el comerciante y el soldado necesitan premios para llenar sus deberes?
R. Deben llenarlos sin necesidad de premios; pero su carrera es de muchas quiebras, y conviene alentar a los que la siguen, para que trabajen con constancia, y adelanten sus conocimientos. Los ricos frutos de la tierra ni se descubren, ni se afinan, sino por la laboriosa mano del labrador honradísimo, y la del artista; y sus descubrimientos y penosa ocupación debe premiarse. Las ventajas de la introducción y extracción de frutos y producciones nacionales, adquiridas por la costosa fiel especulación del comerciante celoso por el engrandecimiento de su nación, piden de justicia un premio de la mano de esta misma nación que se enriquece. La paz que ésta posea o que haya ganado con gloria, por sus armas siempre victoriosas, siempre respetables, empeña a esta propia nación a distinguir con benéfica mano al que con su sangre y su misma vida la produjo tan gran beneficio, que es el soldado. Sin estas cuatro columnas, bien sostenidas, bien consideradas y bien remuneradas, no hay nación, ni representación, ni felicidad.
P. ¿A lo que queda referido se reducen únicamente las ideas sobre el Ciudadano?
R. Son tocadas muy ligeramente las que he querido explicar según las concibo; pero si me aseguro de que se reciben con gusto por mis conciudadanos, me esforzaré a ampliarlas, añadiendo otras que me parezcan más útiles, sobre el mismo asunto; y si puedo, me contraeré al país que habitamos, conforme me vaya instruyendo por mí mismo de los usos y costumbres de él, y que forme opinión del carácter de los naturales, que creo no está muy acorde con la de algunos que los representan como unos entes, y yo veo al hombre aquí como lo he visto en cuantas tierras he pisado, que no han sido pocas.
El Amante del Bien General