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ArribaAbajoCapítulo I. De las figuras

I. En qué se diferencian las figuras de los tropos.-II. Qué cosa sea figura.-Las figuras son o de sentencias, o de palabras.-III. Las figuras de sentencias sirven no sólo para probar, sino también para mover los afectos.


I. Habiéndose tratado en el libro anterior acerca de los tropos, síguese el lugar que pertenece a las figuras, que en griego se llaman schemata; materia que por su misma naturaleza tiene conexión con la antecedente. Porque muchos han creído que éstas eran tropos; pues o ya tomasen éstos el nombre de que en cierto modo tienen su forma, o de que mudan la oración, de donde también se llaman movimientos: será necesario confesar que lo uno y lo otro de ellos se verifica también en las figuras. El uso es también el mismo. Pues añaden fuerza a las cosas y les dan gracia. Y no falta quien da a los tropos el nombre de figura. Por lo que es más necesario señalar la diferencia que hay entre estas dos cosas. Es, pues, el tropo un modo de hablar trasladado de la natural y primera significación a otra para el adorno de la oración, o, como los más de los   —84→   gramáticos lo definen, es una dicción trasladada de aquel lugar en que es propia a aquél en que no es propia. La figura, como por el mismo nombre se ve, es una manera de hablar apartada del modo común y más obvio. Por lo que en los tropos se ponen unas palabras por otras. Mas nada de esto acaece en las figuras. Pues la figura puede formarse en las palabras propias y por su orden colocadas.

II. Mas es grande la diferencia de opiniones que hay entre los autores sobre la fuerza de su nombre y cuántos son sus géneros y especies. Por lo que en primer lugar ha de considerarse qué es lo que debemos entender por figura, pues de dos modos se explica: por el primero entendemos cualquier forma del concepto, como sucede en los cuerpos, los cuales, cualquiera que sea su composición, tienen seguramente alguna figura. El segundo, que propiamente se llama esquema, quiere decir una mutación razonable en el sentido o en las palabras del modo vulgar y sencillo, como: nosotros nos sentamos, nos recostamos, miramos. Y así cuando alguno viene a concluir continuamente o con demasiada frecuencia en unos mismos casos, tiempos o números o pies, solemos darle por regla que deben variarse las figuras para evitar esta uniformidad. En lo cual nos explicamos de esta manera, como si todo modo de hablar fuese figurado. Y a más de esto, por la misma figura decimos en latín cursitare que lectitare; esto es, que de una misma manera se conjugan. Por lo que, según aquel primero y común modo de entender, ninguna cosa hay que no sea figurada.

Pero si se ha de dar el nombre de figura a una cierta forma exterior, o, por decirlo así, a una aptitud de la oración, será preciso entender en este lugar por esquema o figura aquello que en verso o prosa se aparta del modo sencillo y obvio de decir. Y de esta suerte se verificará que hay un modo de decir que carece de figuras, el cual vicio no es de los menores, y otro figurado. Dese, pues,   —85→   por cosa sentada que figura no es otra cosa que un nuevo modo de decir con algún artificio.

En dos partes se dividen las figuras, a saber: en figuras de sentencias y de palabras. Por lo que así como es necesario que toda oración se componga de concepto y de palabras, así también las figuras.

III. Mas como en lo natural es antes el concebir en el entendimiento las cosas que el producirlas, así debe tratarse antes de las figuras, que pertenecen al entendimiento; cuya utilidad, ciertamente grande y varia, no hay oración alguna trabajada en que con la mayor claridad no se descubra. Porque, aunque parece que la figura con que se dice cada cosa nada importa para probar, hace no obstante creíbles las cosas que decimos y se introduce poco a poco en los ánimos de los jueces por donde no se advierte. Pues así como en el ejercicio de las armas es fácil cosa ver no sólo las asestaduras del contrario y las estocadas rectas y que no llevan malicia, sino también el evitarlas y repelerlas, pero las que se dan por la espalda, y que son ocultas, son más dificultosas de observar, y la habilidad está en hacer creer que acometemos por un lado, cuando asestamos por otro, así también la oración que carece de este artificio pelea con gravedad, peso y ardor; mas cuando disimula y varía de intentos, se le permite acometer por los lados y por la espalda, evitar el golpe de las armas del contrario, y en cierto modo engañarle con la falsa asestadura. A más de esto, ninguna otra cosa hay más acomodada para mover los afectos273. Pues si la frente, los ojos y las manos contribuyen no poco al movimiento de los ánimos, ¿cuánto más contribuirá a que consigamos lo que pretendemos el adornado semblante   —86→   de la misma oración? Sirve, no obstante, muchísimo para la recomendación, ya haciendo amables las costumbres del orador, ya para ganar favor a la causa, ya para disminuir el fastidio con la variedad y ya para indicar algunas cosas con más dignidad o con más seguridad.



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ArribaAbajoCapítulo II. De las figuras de sentencias

I. Qué figuras sirven para probar. Interrogación. Prolepsis. Duda. Comunicación. Suspensión. Concesión.-II. Qué figuras hay acomodadas para excitar los afectos. La exclamación. Licencia. Prosopopeya. Apóstrofe. Hipotiposis. Ironía. Aposiopesis. Etopeya. Disimulo del artificio. Énfasis.-III. Explica qué cosa sea esquema (de donde las controversias se llaman figuradas), la cual se usa por tres razones. 1.ª Cuando es arriesgado el decir abiertamente lo que queremos. 2.ª Cuando no conviene. 3.ª Por solo adorno.


I. Comencemos por aquellas figuras con las cuales la prueba se hace más fuerte y convincente; cosa sencilla es el preguntar de esta manera:


Pero decidme, en fin, por vuestra vida,
¿Quién sois? ¿a qué venís? ¿de qué regiones
Salisteis?


(Eneida, I, 373).                


Mas hay figura siempre, y cuando la pregunta no se hace precisamente por averiguar, sino para dar más fuerza a lo que se dice. Porque ¿qué hacía ¡oh Tuberón! aquella tu espada desenvainada en el campo de Farsalia? (Pro Ligario, número 9). Y ¿Hasta cuándo has de abusar ¡oh Catilina! de nuestro sufrimiento? Y ¿no ves que tus designios están ya a todos patentes? Y finalmente todo este lugar. (Catilinarias, I, número 1). Porque ¿cuánto más fuego tienen estas preguntas que si se dijese: Ya hace tiempo que abusas de nuestra paciencia, y están patentes tus intentos? Preguntamos también   —88→   por otros motivos, como por aborrecimiento, al modo que Medea en Séneca:


¿A qué tierras me mandas me encamine?


(verso 453).                


O por compasión, como Sinón en Virgilio:


¿Qué tierra, ¡ay triste! habrá que ya me pueda
En su seno admitir? ¿Qué mares pueden
Servirme de refugio?


(Eneida, II, 69).                


Esta figura admite mucha variedad, porque sirve para la indignación:


¿Y no habrá quien de Juno
La deidad reverencie?


(Eneida, I, 52).                


Y para la admiración:


¡Oh hambre del dinero,
Sacrílega y maldita,
A los mortales pechos
¿A qué males no incitas?


A veces sirve para mandar de un modo más imperioso:


¿No haré que al punto se armen escuadrones?
¿No vendrá en pos de mí todo mi pueblo?


Alguna figura hay también en la respuesta, cuando al que pregunta una cosa se le responde a otra, porque hace más al caso: unas veces para agravar el delito, como preguntado el testigo si el reo le había dado de palos, respondió: y estando inocente. Otras veces para evitarlo, lo cual es muy frecuente. Pregunto si has quitado la vida a un hombre, y se responde: a un ladrón. Si te has apoderado de la heredad, responde: de la mía.

Mas no es desagradable la alternativa de preguntarse y responderse uno a sí mismo, como cuando dice Cicerón en defensa de Ligario: Mas ¿en presencia de quién digo yo esto? Ciertamente ante aquél que sabiendo esto me restituyó no obstante a la república antes de verme. De otra suerte está   —89→   dispuesta la interrogación en la oración de Cicerón en defensa de Celio: Dirá alguno: ¿Ésta, pues, es la enseñanza que das? ¿De esta manera enseñas tú a los jóvenes? y todo este lugar. Después dice: Yo, ¡oh jueces! si alguno ha habido de esta fortaleza de ánimo, de esta natural disposición para la virtud y para la moderación, etc. Cosa distinta de ésta es cuando, después de haber preguntado, inmediatamente se responde sin esperar respuesta del otro: ¿Te faltaba casa? Pero la tenías. ¿Te sobraba el dinero? Pero estabas necesitado. La cual figura llaman algunos sujeción.

Pero en las causas sirve de mucho la ocupación, que llaman prolepsis, cuando nos adelantamos a hacer la objeción que podían hacernos. Esta figura cae bien en las otras partes de la oración, y en particular en el exordio.

La duda da a la oración alguna probabilidad cuando fingimos que no sabemos por dónde comenzar, ni por dónde acabar, ni qué cosa diremos o callaremos; de lo que hay ejemplos a millares, pero entre tanto basta uno solo: A la verdad, por lo que a mí toca, no sé adónde volverme. ¿Diré que no fue una infamia de un tribunal sobornado, etc. (Cicerón, Pro Cluentio, número 4).

De la cual figura no dista mucho la que llaman comunicación, cuando consultamos a los contrarios mismos, como cuando Domicio Afro dice en defensa de Cloantila: Pero ella, temerosa, ignora qué es lo que se le permite a una mujer soltera y qué a una mujer casada; tal vez la casualidad hizo que os encontraseis con esta infeliz mujer en aquella soledad. Tú, hermano, y vosotros, amigos de su padre, ¿qué consejo es el que le dais? O cuando en cierto modo deliberamos con los jueces, lo que sucede muy a menudo, como: ¿Qué aconsejáis? Y a vosotros pregunto: ¿Qué convino hacer por último? Como cuando dice Catón: Decidme, ¿si vosotros os hubieseis hallado en aquel lugar, qué otra cosa hubierais hecho? Y en otra parte: Haceos cuenta que se trata un asunto común y que vosotros sois los principales que lo manejáis.

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Pero cuando usamos de la comunicación, añadimos al fin alguna vez alguna cosa no esperada, lo cual por sí es figura, como cuando Cicerón dice contra Verres: ¿Qué más? ¿Qué juicio es el que hacéis? ¿Pensáis acaso que fue algún hurto o algún robo? (Verrinas, VII, número 10). Después, habiendo tenido por largo rato suspensos los ánimos de los jueces, añadió a lo último lo que era mucho peor. A esto lo llama Celso sustentación. Y es de dos maneras; porque, por el contrario, sucede frecuentemente que después que hemos hecho concebir esperanza de cosas muy graves, descendemos a una cosa leve o que de ningún modo agrava el delito. Pero, por cuanto no tan solamente suelen hacerse por comunicación, otros le dieron el nombre de paradojos, esto es, admirable o impensada.

Casi del mismo principio dimana la figura que llaman concesión que la comunicación, cuando dejamos a la consideración de los jueces algunas cosas, y otras alguna vez también a los contrarios.

II. Mas las figuras, que son acomodadas para aumentar los afectos, se componen principalmente de la ficción. Porque fingimos que nos enojamos, que nos alegramos, que tememos, que nos admiramos, que sentimos, que nos indignamos, que deseamos y otras cosas semejantes a éstas. De aquí tienen su principio aquellas expresiones: Ya he quedado libre de cuidado: He vuelto en mí. (Cicerón, Pro Milone, número 47). Y bien va; y estas: ¿qué locura es ésta? (Pro Mur., 14). Y ¡oh tiempos! ¡oh costumbres! (Catilinarias, I, 2). Y, ¡Desdichado de mí! pues consumidas las lágrimas, persevera el dolor, no obstante, clavado en el corazón. (Filípicas, II, 64). Lo que algunos llaman exclamación, y la ponen entre las figuras de la oración. Siempre que estas expresiones son verdaderas, no son figuradas en el sentido de que ahora hablamos; pero siendo fingidas y compuestas con arte, deben, sin duda alguna, ser tenidas por figuras.

Lo mismo debe decirse de la oración libre que Cornificio   —91→   llama licencia y los griegos parresía. Porque ¿qué cosa menos figurada que la verdadera libertad? Pero bajo esta apariencia se oculta frecuentemente la adulación. Pues cuando Cicerón dice en defensa de Ligario: Comenzada la guerra ¡oh César! y aun hecha ya en gran parte, sin que ninguna fuerza me obligase, me fui por mi parecer y voluntad a aquel partido que había tomado las armas contra ti, no sólo mira al provecho de Ligario, sino que no puede alabar más la clemencia del vencedor. Pero en aquel concepto: Mas ¿qué otra cosa pretendimos ¡oh Tuberón! sino el poder nosotros lo que éste puede? pone admirablemente en buen estado la causa de uno y otro partido; y con esto se gana el favor del César, cuya causa había estado de mala calidad.

Aún son más atrevidas, y como dice Cicerón, de más alma las ficciones de las personas, que se llaman prosopopeyas. Porque no sólo varían la oración primorosamente, sino que también la avivan. Con éstas sacamos a plaza los pensamientos aun de los contrarios, como conversando entre sí; lo cual, no obstante, no se hace tan increíble, si fingimos que han hablado, lo que no es una cosa absurda el que les haya pasado por la imaginación. E introducimos nuestras pláticas con otros y las de otros entre sí con verosimilitud; y persuadiendo, reprendiendo, dando quejas, alabando y compadeciéndonos, proponemos como conviene las personas. Y aun se permite en esta especie de figura introducir los dioses y dar vida a los muertos. Las ciudades y los pueblos se introducen también hablando.

Pero en aquellas cosas que la naturaleza no permite, se hace más suave la figura de esta manera: Puesto que si mi patria, a quien amo yo más que a mi propia vida; si toda la Italia, y si toda la república se explicasen conmigo en estos términos: Marco Tulio, ¿qué es lo qué haces? (Cicerón, Catilinarias, I, número 18). Más atrevido es aquel otro modo: La cual trata contigo de esta suerte; y sin hablarte nada, en cierto modo te dice: Ninguna maldad se ha hecho ya hace algunos años de   —92→   que no hayas sido tú el autor. También es buena ficción la que hacemos representándonos delante de los ojos las imágenes de algunas cosas o personas, o cuando nos admiramos de que no les suceda lo mismo a los contrarios o a los jueces como: Me parece a mí. Y ¿No te parece a ti? Pero estas ficciones deben ser sostenidas con una grandeza de elocuencia. Porque las cosas falsas e increíbles por naturaleza, es preciso que, o muevan más porque exceden lo que es verdad, o que se tengan por fingidas porque no son verdaderas.

Mas muchas veces fingimos también las figuras de las cosas que no la tienen, como Virgilio la de la fama (Eneida, IV, 474); como Pródico la del deleite y la virtud (según cuenta Jenofonte274); y como la de la muerte y la vida, las que introduce Ennio en una sátira altercando.

Cuando el razonamiento deja de dirigirse al juez, lo cual se llama apóstrofe, causa también una moción extraña; ya cuando sorprendemos a los contrarios, como: Porque ¿qué hacía, ¡oh Tuberón! aquella tu espada en el campo de Farsalia? O nos movemos a hacer alguna invocación, como: Ya, pues, a vosotros, collados y bosques de Alba, a vosotros, digo, imploro, etc. (Cicerón, Pro Milone, número 35). O cuando nos valemos de ella para hacer odioso a alguno, como: ¡Oh leyes Porcias y leyes de Sempronio!

Pero aquello de poner una cosa, como dice Cicerón, delante de los ojos, se suele hacer cuando se cuenta un suceso, no sencillamente, sino que se demuestra cómo sucedió, y no todo, sino por partes; lo cual comprendimos en el libro anterior en la evidencia, cuyo nombre dio Celso también a esta figura. Otros la llaman hipotiposis, esto es, una pintura de las cosas hecha con expresiones tan vivas,   —93→   que más parece que se percibe con los ojos que con los oídos, como cuando dice contra Verres: Él mismo ya inflamado con su delito y furor viene a la plaza: llamas despedían sus ojos, y por todo su rostro despedía centellas su crueldad. Y no sólo nos figuramos lo que ya ha sucedido o actualmente está sucediendo, sino lo que ha de suceder o debía de haber ya sucedido. Cicerón trata este punto primorosamente en defensa de Milón, diciendo lo que hubiera hecho Clodio si hubiese logrado él ser pretor.

Algunos he encontrado que dan a la ironía el nombre de disimulo, el cual como no explica al parecer toda la fuerza de esta figura, nos contentaremos con el nombre griego, del mismo modo que lo hacemos con la misma figura. La ironía, pues, como figura, no se diferencia mucho por su mismo género de la ironía considerada como tropo, porque tanto en la una como en la otra se ha de entender lo contrario de lo que suenan las palabras; mas el que reflexione con más prudencia las especies, fácilmente comprenderá que son diversas.

Lo primero, porque el tropo es más claro; y aunque una cosa suenan las palabras y otro es el sentido de ellas, sin embargo, no finge otra cosa. Porque casi todas las circunstancias que lo rodean son sencillas y sin figura, como aquello que dice Cicerón contra Catilina: Por el cual desechado, te fuiste a vivir a casa de tu compañero Marco Marcelo, hombre muy de bien. Por último, en dos palabras consiste la ironía; así que el tropo es también más breve. Mas en la figura sucede que la ficción es de la intención, y tiene más de aparente que de clara o manifiesta; de manera que en el tropo las palabras son diversas unas de otras; pero en la figura es diverso el sentido de lo que las palabras suenan, como en las burlas, y a veces no sólo toda la confirmación o prueba de un asunto, sino también toda la vida de un hombre parece ser una continuada ironía, cual es la vida de Sócrates. Pues por eso se le dio el nombre   —94→   de Eirón; esto es, el que se hace el ignorante y que se admira de otros, como si fuesen hombres sabios; de manera que así como una metáfora continuada constituye la alegoría, así aquel tejido de tropos forma esta figura.

Ironía es cuando aparentamos mandar o permitir una cosa que en realidad no mandamos ni permitimos, como cuando Virgilio dice:


Ve, ve a tu Italia y reino deseado,
Hazte a la vela.


(Eneida, IV, 381).                


Y cuando concedemos a los contrarios aquellas cosas que no queremos parezca que ellos tienen. Esto se hace con más fuerza cuando nosotros las tenemos y el contrario no las tiene:


Y tú, Drances, me arguyes de cobarde,
Pues que tales montones de troyanos
Ha degollado tu valiente diestra.


(Eneida, I, 383).                


Lo cual vale lo mismo cuando en cierto modo confesamos, o una falta que nosotros no hemos cometido, o la que al mismo tiempo recae sobre los contrarios:


¿Consejo di al adúltero troyano,
Cuando metió en Esparta armada mano?


Y no sólo en las personas, sino también en las cosas, se usa esta manera de decir lo contrario de lo que uno quiere que se entienda: como todo el exordio de la oración en defensa de Ligario, y aquellas ponderaciones: A fe mía ¡Oh buen Dios!


Por cierto ese trabajo
Tienen ahora los dioses de llamarte.

(Eneida, IV, 359).

La aposiopesis, que el mismo Cicerón llama reticencia, muestra por sí misma los afectos, y aun el de la ira como:


Yo os juro... Mas las olas encrespadas
Importa sosegar


(Eneida, I, 139).                


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Ya el de solicitud o de cualquier suerte de escrúpulo. ¿Por ventura se hubiera él atrevido a hacer mención de esta ley, de la que Clodio se gloría haber sido el autor en vida de Milón por no decir en su consulado? Porque de todos nosotros... no me atrevo a decirlo todo. A cuyo tenor es lo que se contiene en el exordio de Demóstenes en favor de Ctesifonte.

La imitación de las costumbres de otros, que se llama ethopeya, o como otros más bien quieren mimesis, puede contarse entre los afectos menos vehementes. Porque ella sirve por lo común para burlas; pero se comete no solamente en los hechos, sino también en las palabras. Por lo que mira a los hechos, se acerca a la hipotiposis. Por lo que hace a las palabras, tenemos este ejemplo en Terencio:


Mas adonde tú ibas yo ignoraba:
Llevado se han de aquí la hija pequeña,
La madre la sacó en vez de la suya;
Por su hermana es tenida, y yo deseo
De donde está sacarla,
Y poder a los suyos entregarla.


(Eunuch., acto I, escena II, verso 74).                


Son también cosas gustosas y que contribuyen muchísimo a la alabanza, no sólo por la variedad, sino también por su naturaleza misma, aquéllas que, mostrando un cierto lenguaje sencillo y no estudiado, nos hacen menos sospechosos al juez. De aquí tiene su principio un como arrepentimiento de lo que uno ha dicho, como cuando Cicerón dice en defensa de Celio: ¿Mas para qué he introducido yo una tan respetable persona? Y aquellas expresiones de que usamos vulgarmente, como: Caí sin advertirlo. O cuando fingimos que preguntamos lo que hemos de decir, como: ¿Qué resta? Y pues ¿qué he omitido? Y cuando en el mismo lugar dice Cicerón contra Verres: También aún me resta un solo delito semejante. Y uno después de otro me va ocurriendo.

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De donde también resultan hermosas transiciones, no porque la misma transición sea figura, como Cicerón después de haber contado el ejemplo de Pisón, que había mandado a un platero le hiciese una sortija en su tribunal, refrescando en cierto modo con esto la memoria, añadió: Este anillo de Pisón me ha servido ahora de aviso, porque todo se me había pasado. ¿A cuántos hombres honrados os parece que ése ha quitado los anillos de oro de los dedos? Y cuando como que ignoramos algunas cosas: ¿Pero quién, quién decías era el autor de aquello? Dices bien, pues Policleto decían que era. Lo cual ciertamente no sólo sirve para este fin. Pues mientras a algunos les parece que hacemos una cosa, hacemos otra: así como Cicerón en este lugar echando en cara a Verres la gran codicia que tenía por las estatuas y pinturas, logra el que no le tengan a él por implicado en lo mismo. Y Demóstenes jurando por los que habían sido muertos en Maratón y en Salamina, pretende disminuir el odio que habían concebido contra él por el daño recibido junto a Queronea.

También se cuenta entre las figuras la énfasis, cuando de algún dicho se saca alguna cosa oculta, como en Virgilio:


Pues qué, ¿no pude yo pasar mi vida
Sin culpa a matrimonio no obligada
Cual fiera, que a ninguna ley rendida
Anda de selva en selva?


(Eneida, IV, 550).                


Porque aunque se queja Dido del matrimonio, sin embargo su pasión viene a declarar que el vivir fuera de matrimonio275 es más propio de fieras que de hombres. Otra especie de énfasis se encuentra en Ovidio cuando Mirra declara a su ama de leche el amor de su padre de esta manera:

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¡Oh feliz madre, dijo,
Por tal marido!


(Metamorfosis, X, 422).                


III. Semejante, o tal vez la misma es aquella figura de la que al presente hacemos muchísimo uso276. Pues ya es preciso venir a tratar de aquella especie de énfasis que es muy frecuente, y que creo se desea muchísimo, en la cual por una cierta sospecha queremos que se entienda lo que decimos, no lo contrario, como en la ironía, sino otra cosa oculta y que el oyente ha de adivinar en cierto modo; lo que los nuestros ya casi solamente llaman figura, de donde toman su nombre las controversias figuradas. Úsase de tres maneras. La primera, cuando hay poca seguridad en decir las cosas a las claras. La segunda, cuando no conviene. Y la tercera, que algunas veces se usa por hermosura, deleita por su misma novedad y variedad más que cuando la relación o narración se hace sencillamente.

4.º El primer modo de usar esta figura es frecuente en las escuelas. En las causas verdaderas que se tratan en el foro jamás ha estado sujeto el orador a esta precisión de callar algunas cosas; pero se encuentra algunas veces otro embarazo semejante y que es mucho más dificultoso para la defensa de algún pleito cuando se hallan de por medio personas poderosas sin cuya reprensión no se puede defender. Y por lo tanto debe esto hacerse con más tiento y circunspección; porque la ofensa, de cualquier manera que se haga, siempre es ofensa. Y la figura descubierta o manifiesta pierde el mismo constitutivo de figura277. Y por esta razón algunos no admiten esta doctrina; ya se entienda   —98→   o ya no se entienda la figura. Pero se puede en esto guardar un medio. Sobre todo se debe cuidar de que las figuras no sean manifiestas. Y no lo serán si se compusieren de palabras dudosas y que hagan un sentido en cierto modo ambiguo, como son las que se dicen de la nuera sospechosa. Me he casado con la que agradó a mi padre. Las mismas cosas han de mover al juez a que adivine lo que le queremos dar a entender, y para que sólo esto quede hemos de desechar todo lo demás; para lo que son también muy del caso los afectos, el modo de decir interrumpido con el silencio y con las detenciones. Porque de esta suerte sucederá que el juez se echará a adivinar aquel no sé qué que él mismo tal vez no creería si lo oyese, y lo creerá porque piensa que él es quien lo ha acertado.

Pero aun cuando estas figuras sean muy buenas no deben ser frecuentes. Porque las figuras si se usan muy a menudo se manifiestan por su misma multitud, y además de no desagradar menos, tienen menos autoridad. Y no parece pudor sino desconfianza el no echar una cosa en cara claramente. En suma, de esta suerte con especialidad cree el juez a las figuras si hace juicio de que nosotros lo decimos sin querer. A la verdad alguna vez vine a dar con tales personas y también con un asunto tal (lo que más rara vez sucede) que no se podía desempeñar sino por este medio. Defendía yo a una reo que se decía había contrahecho el testamento de su marido, y añadían que los herederos la habían entregado una escritura al espirar su marido por la que le cedían los bienes del difunto, y era verdad. Pues como no pudiese por las leyes ser nombrada la mujer por heredera, hicieron esto, a fin de que le tocasen o viniesen a ella los bienes por medio de este tácito fideicomiso. Y esto era ciertamente fácil de entender si yo lo dijese claramente, pero en este caso perecía la herencia. Así que tuve que disponerlo de manera que los jueces entendiesen aquello como hecho, y los delatores no pudiesen   —99→   conocer cómo lo había dicho, y se verificaron ambas cosas. Lo cual no hubiera yo insertado aquí por no ser notado de jactancia, a no haber querido hacer ver que estas figuras tienen también lugar en el foro.

Con las figuras deben rebozarse algunas cosas que no se pueden probar. Porque alguna vez sucede que está clavada esta oculta saeta, y por lo mismo que no se manifiesta, no se puede sacar. Pero si se dice lo mismo claramente, se defienden, y es necesario probarlo.

2.º Mas cuando nos impide el respeto de la persona (que es el segundo género que hemos establecido), debemos hablar con tanta más cautela, cuanto es mayor la fuerza con que a los buenos les estorba la vergüenza que el temor. Y en este caso creerá el juez que ocultamos lo que sabemos, y reprimimos las palabras que en fuerza de la verdad se nos escapan. ¿Pues con cuánto menos odio mirarán esta desvergüenza en hablar mal aquellos mismos contra quienes peroramos, o los jueces o los que se hallan presentes si llegan a creer que nosotros lo repugnamos? ¿O de qué sirve el modo con que se ha de hablar cuando el asunto y la intención del que habla se comprenden?

Semejantes son a éstas las figuras celebradas entre los griegos, por medio de las cuales dan a entender con más suavidad las cosas desagradables. Así que es opinión que Temístocles aconsejó a los Atenienses que dejasen en poder de los dioses la ciudad278, porque era cosa dura decir que la desamparasen. Y el que quería se emplease el oro de las estatuas de la victoria en beneficio de la guerra, evitó la aspereza de la expresión con decir que era necesario aprovecharse de las victorias. Semejante es a la alegoría todo aquello que suena en las palabras una cosa y queremos que se entienda otra distinta.

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También está en disputa de qué manera es necesario responder contra las figuras. Algunos han sido de opinión de que se deben siempre descifrar por la parte contraria, a la manera que se abre una llaga para descubrir los males ocultos. Y esto debe en verdad hacerse con la mayor frecuencia, porque de otra suerte no se pueden deshacer las objeciones, con especialidad cuando la cuestión se funda en aquello a lo que las figuras se dirigen. Mas cuando solamente son injurias, el no hacer caso algunas veces es prueba de conciencia buena. Y también cuando las figuras fueren tan frecuentes que no se puedan ocultar, debe pedirse si se tiene confianza que los contrarios objeten claramente lo que quisieron dar a entender con aquel modo de decir figurado, o a lo menos no pretendan que los jueces no solamente entiendan, sino que también den crédito a lo que ellos mismos no se atreven a decir.

3.º El tercer género es en el que sólo se pretende dar más gracia al discurso. Y por lo tanto juzga Cicerón que no mira al punto cardinal de la controversia. Tal es aquella expresión que él mismo usa contra Clodio: Con cuyos arbitrios éste que tenía conocimiento de todos los sacrificios, creía poder por sí aplacar a los dioses fácilmente279. Pro domo sua. Género de decir es de muchísimo menos consideración, sin embargo de que se halla en Cicerón contra Clodio: Con especialidad a la que todos tuvieron más bien por amiga de todos que por enemiga de alguno. (Pro Caelio, 32).



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ArribaAbajoCapítulo III. De las figuras de palabras

I.- Dos especies de estas figuras, una gramatical. Alabanza de semejantes figuras. Se alegan algunos ejemplos.-II. Otra retórica, la cual se hace: 1.º, por aumento, duplicación, anáfora, epístrofe, simploce, repetición, la cual es de muchas maneras. Epanalepsis, epánodos, poliptoton, anadiplosis, sinonimia, expolición, polisíndeton y gradación; 2.º, por disminución, sinécdoque o elipsis, asíndeton, sinezeugmenon o adyunción; 3.º, o por semejanza, paranomasia, antanaclasis. O por igualdad, párison, omoyoteleuton, omoyóptoton, isócolon. O por los contrarios, antíteton.-III. ¿De qué manera se ha de usar de las figuras?


I. Las figuras de palabras no sólo son siempre varias, sino que se van mudando de cualquier manera que el uso prevalece. Y así si hacemos un cotejo del antiguo lenguaje con el nuestro, casi todo lo que hablamos es ya figura, como decir: huic rei invidere, no como todos los antiguos y principalmente Cicerón, hanc rem; e incumbere illi, no in illum; y plenum vino, no vini; y decimos ya huic, no hunc adulari, y otras mil cosas. Y ojalá que otros peores modos de hablar no prevaleciesen. Pero las figuras de palabra son de dos especies: a la una llaman modo de hablar, y la otra es muy acomodada para la colocación. Aunque una y otra convienen a la oración, puede no obstante la primera llamarse gramatical, y la otra retórica.

La primera resulta de las especies mismas de donde tienen los vicios del lenguaje su principio. Porque toda figura sería vicio si fuese casual y no buscada con estudio.   —102→   Pero por lo común se defiende por la autoridad, antigüedad, costumbre y muchas veces también por cierta razón; y por tanto, apartándose del modo de hablar sencillo y claro, es virtud si contiene alguna cosa probable que seguir. No obstante, en sola una cosa es útil sobre todo, y es que disminuye el fastidio que causa el modo de hablar diario y que se forma siempre de un mismo modo, y nos aparta del estilo vulgar de hablar. La cual si alguno usare con moderación y cuando el caso lo pida, será más gustosa la oración por estar como aderezada con cierta salsa; mas el que usare de ella con demasiada afectación, perderá aquella misma gracia de variedad. Sin embargo de que hay algunas figuras recibidas que casi ya este mismo nombre han perdido, las cuales, aunque fueren más frecuentes, ofenderán menos los oídos acostumbrados ya a ellas. Pues las escogidas y las que están fuera del vulgar estilo y por lo tanto son más excelentes, así como por su novedad excitan la atención, así fastidian con el mucho número, y ellas mismas muestran que no le han ocurrido de pronto al que está hablando, sino que por todos lados han sido buscadas, sacadas y recogidas de todos los escondrijos.

Así que las figuras se forman en los nombres por lo respectivo al género, porque Virgilio dice: oculis capti talpœ. (Geórgicas, I, verso 183). y timidi damae. (Églogas, VIII, verso 28). Pero es la razón por que uno y otro sexo se dan a entender con el uno de los dos. Porque cosa cierta es que tan masculinos son talpa y dama como femeninos. Y en los verbos, como fabricatus est gladium, e inimicus punitus est. Lo cual es menos de admirar, porque es de la naturaleza de los verbos expresar muchas veces de un modo que denota pasión lo que nosotros hacemos, como arbitror, suspicor; y por el contrario, de un modo que da a entender acción lo que nosotros padecemos, como vapulo; y por lo tanto es frecuente la variedad y los más se explican de uno y otro   —103→   modo: Luxuriatur, luxuriat: fluctuatur, fluctuat: assentior, assentio: revertor, reverto. Hay también figura en el número, o cuando un plural se pone después de un singular, como: Gladio pugnacissima gens Romani. Porque una nación se compone de muchos; o al contrario, como:


Quoi non risere parentes280
Nec deus hunc mensa, dea nec dignata cubili est.


(Églogas, IV, verso 62).                


Porque entre aquellos que no le halagaron, no admitió el dios a éste a su mesa ni la diosa a su lecho. Y por mutación de partes, como Persio en la sátira 10, del libro I.


      Y este
Nuestro vivir triste veía.


usando del infinitivo en lugar del nombre, porque quiere que por nuestro vivir se entienda nuestra vida. Usamos también del verbo en lugar del participio, como:


Magnum dat ferre talentum.


(Eneida, V, 248).                


En lugar de ferendum. Y del participio en lugar del verbo, como volo datum.

Estas figuras y las que les son semejantes, que se cometieren por mutación, aumento, disminución y orden, no sólo llaman la atención del que oye, sino que después que está movido por alguna notable figura, no le permiten que se entibie y tienen una cierta gracia por aquella semejanza que tienen con el vicio del lenguaje, a la manera que en las viandas algunas veces el agrio suele ser gustoso. Lo   —104→   que se verificará si no fueren de un número excesivo ni de una misma especie o juntas o frecuentes, porque así como no causan fastidio cuando se ponen con variedad, así tampoco lo causan cuando son raras las que se ponen.

II. Aquel género de figuras es más nervioso que no consiste precisamente en el modo de hablar, sino que da no sólo gracia, sino también fuerza a los conceptos.

1.º De los cuales sea el primero el que se hace por adición. Hay muchos géneros; porque las palabras se duplican, o para amplificar, como: Quité, quité la vida, no a Espurio Melio (Pro Milone, número 72); porque lo uno indica el hecho y lo otro lo afirma, o para compadecerse, como:


¡Ah Coridón, Coridón!


(Églogas, I, 69).                


Esta misma figura se convierte alguna vez en ironía para disminuir. Tal es la repetición de semejante duplicación después de alguna interjección, pero aun algo más vehemente: Los bienes ¡ay de mí! (porque apuradas las lágrimas, está el dolor, sin embargo, atravesado en el corazón), los bienes, vuelvo a decir, de Gneo Pompeyo sujetos a la voz cruelísima de un pregonero. (Filípicas, II, número 64). Vives, y vives no para deponer, sino para confirmar tu atrevimiento. (Catilinarias, I, número 1).

Y muchas comienzan con vehemencia e instancia por unas mismas palabras281: ¿Ningún cuidado te ha dado ni la tropa que está de guardia por la noche en el monte Palatino, ni las centinelas de la ciudad, ni el temor del pueblo, ni el concurso de todos los hombres de bien, ni este lugar, el más fuerte, en donde se tienen las juntas del Senado, ni la vista y semblantes de los presentes? (Catilinarias, I, número 1).

Y acaban con las mismas282. ¿Quién los pidió? Apio. ¿Quién los publicó? Apio. (Pro Milone, 59). Aunque este ejemplo pertenece   —105→   también a otra figura, cuyos principios y fines son entre sí los mismos: ¿Quién? y ¿Quién? Apio y Apio283. Cual es lo que Cicerón dice en el libro IV de su Retórica, número 20: ¿Quiénes son los que frecuentemente quebrantaron la alianza? Los cartagineses. ¿Quiénes son los que en la Italia hicieron una cruel guerra? Los cartagineses. ¿Quiénes son los que han desfigurado la Italia? Los cartagineses. ¿Quiénes son los que piden se les perdone? Los cartagineses.

También en las contrapuestas o comparativas suele corresponder una mutua repetición de las primeras palabras284: Tú velas por la noche, para dar la respuesta a los que te consultan; él, para llegar a tiempo con el ejército adonde intenta. A ti te pone en movimiento el canto de los gallos; a él el sonido de las trompetas. Tú entablas un pleito; él pone en orden de batalla el escuadrón. Tú cuidas de que los que van a consultarte no sean engañados; él de que las ciudades ni el campamento sean tomados. (Pro Mur., 22). Pero no se contentó el orador con esta gracia, sino que mudó al contrario la misma figura, diciendo: Él sabe y entiende cómo se han de rechazar las tropas enemigas; tú cómo se han de evitar las aguas que caen del cielo. Él se halla ejercitado en defender los términos; tú en gobernarlos.

Las palabras que ocupan el medio pueden corresponder también, o a las primeras, como:


Te nemus Angitiæ; vitrea te Fucinus unda, etc.


(Eneida, VII, verso 759).                


O a las últimas, como: Esta nave cargada del saqueo de Sicilia, siendo también ella misma parte del pillaje, etc. (Verrinas, VII, 43). Y ninguno ha dudado que lo mismo puede hacerse repitiendo por una y otra parte las palabras del medio.

Corresponden también las últimas a las primeras, como:   —106→   Muchos y graves tormentos se han inventado para los padres, y para los parientes muchos. (Verrinas, XVII, 118285).

También es especie de repetición aquella que repite lo que una vez ha propuesto, y lo divide, verbigracia:


Llevé a Pelias y a Ifito a mi lado:
De los cuales, Ifito
Estaba ya pesado por los años;
Pelias entumecido
Por la herida fatal del duro Ulises.


(Eneida, II, verso 435).                


A la epanodos, así llamada en griego, dan los latinos el nombre de regressio286. En ella se toman unas mismas palabras no solamente en un mismo sentido, sino también en el contrario, verbigracia: La dignidad de los caudillos era casi igual: no era tal vez igual la de aquellos que los seguían. (Cicerón, Pro Ligario, número 49).

A veces se varía esta repetición por casos y por géneros287; verbigracia: Magnus est labor dicendi, magna res est! Pater hic tuus? patrem hunc appellas? patris tu hujus filius es? De este modo se hace por casos la figura que llaman poliptoton.

La última palabra de la sentencia que antecede y la primera de la que sigue son frecuentemente una misma288: De la cual figura usan los poetas con más frecuencia: verbigracia:

  —107→  

Haréis vosotras, musas,
Los versos más magníficos a Galo;
A Galo, cuyo amor tanto en mí crece,
por horas, etc.


(Églogas, X, verso 72).                


Pero no pocas veces la usan los oradores; verbigracia: Éste no obstante vive. ¿Vive digo? Antes bien vino al Senado. (Cicerón, Catilinarias, I, 2).

Júntanse también palabras que significan una misma cosa289; verbigracia: Lo cual siendo así, prosigue ¡oh Catilina! lo comenzado: sal alguna vez de la ciudad. Abiertas tienes las puertas; marcha. (Catilinarias, I, 10). Y contra el mismo en otra parte: Marchó, salió, se abrió paso, se escapó. (Catilinarias, II, número 1).

Y no sólo se amontonan las palabras, sino también los conceptos, que vienen a ser unos mismos290; verbigracia: La ofuscación del entendimiento y ciertas tinieblas originadas de los delitos, y las encendidas hachas de las furias le han excitado a éste. (Cicerón, Pro Milone). También se juntan las que significan unas mismas cosas y diversas; verbigracia: Pregunto a mis enemigos si se ha hecho pesquisa de esto; si se ha averiguado, descubierto, quitado, destruido, aniquilado por mí. (Catilinarias, II).

Este ejemplo forma también otra figura291, la cual, por carecer de conjunciones, se llama disolución, y es muy del caso cuando hacemos mayor instancia, pues se inculcan las cosas de una en una y se hacen como muchas. Y, por lo tanto, hacemos uso de esta figura no sólo en cada una de las palabras, sino también en las sentencias, como Cicerón dice contra la junta de Metelo: Mandé llamar, asegurar y presentar al Senado a los que eran acusados; en el   —108→   Senado se hallan presentados. Y todo este lugar. Contraria a ésta es la figura que abunda en conjunciones292. Aquella otra se llama asíndeton, ésta polisíndeton.


Consigo el africano pastor lleva
Su casa, y su hogar, también sus armas,
Y perros de Laconia, y la cretense
Aljaba, etc.


(Geórgicas, III, verso 344).                


Una y otra de estas dos figuras vienen a ser un amontonamiento de palabras. El principio es uno solo, porque da más fuerza y eficacia a lo que decimos, y hace que lleve consigo una cierta vehemencia, como de afecto, que con frecuencia se excita vivamente.

La gradación, que se llama climax, tiene más claro y afectado el artificio y, por lo tanto, debe ser más rara. Y esta misma es también de las de adición, porque repite lo que se lleva dicho y, antes de pasar a otra cosa, se detiene en las primeras. Sáquese el ejemplo de ella del muy conocido griego293: Y no sólo no he dicho esto, pero ni aun lo he escrito; y no sólo no lo he escrito, pero ni aun he desempeñado la comisión de mi embajada; y no sólo no la he desempeñado, pero ni aun he persuadido a los tebanos. Hay, sin embargo, ejemplos latinos eruditos: Africano virtutem industria, virtus gloriam, gloria œmulos comparavit. (Retórica, 4).

2.º Mas las figuras que se hacen por disminución tienen principalísimamente su origen de la brevedad y novedad; de las cuales una es la sinécdoque294, cuando alguna palabra que se ha quitado se entiende bien por las demás, como cuando dice Celio contra Antonio: Stupere   —109→   gaudio grœcus, porque al mismo tiempo se entiende cœpit.

Otra figura hay por disminución295, de la que poco ha se ha hecho mención, a la que se le quitan las conjunciones.

La tercera se llama sinezeugmenón, esto es, adyunción, en la cual hacen relación a solo un verbo muchos conceptos, cada uno de los cuales, si se pusiese solo, echaría menos el verbo. Esto sucede, o poniéndolo delante de manera que a él se refiera lo demás, como: Venció la liviandad a la vergüenza, la osadía al temor, la sinrazón a la razón. (Pro Cluentio, número 15). O sacándolo por ilación, de manera que se comprendan en él muchos conceptos, como: Neque enim is es, Catilina, ut te aut pudor unquam a turpitudine, aut metus a periculo, aut ratio a furore revocaverit. (Catilinarias, I, número 22). Puede también el verbo ocupar el lugar medio de manera que se refiera a las primeras palabras y a las siguientes.

3.º El tercer género es de aquellas figuras que, o por alguna semejanza de las palabras, o por tenerlas iguales o contrarias, se llevan tras sí la atención y mueven los ánimos. Tal es la que llaman paronomasia, que en latín se dice agnominatio296.

Semejante a ésta es la antanaclasis, que es la contraria significación de una misma palabra. Quejándose Proculeyo de un hijo suyo, que le deseaba la muerte, y el hijo se   —110→   excusase, diciendo que no la deseaba: Antes bien te suplico, respondió, que la desees297. Cosa semejante a ésta se entiende, no del mismo, sino de diverso sentido, si dices que es digno del suplicio aquél a quien tú creíste digno de suplicio. De otra manera también unas palabras mismas se ponen o en diferente significación, o con la sola imitación de hacerlas largas o breves, lo cual, aun en las chanzas, es una cosa fría, y me maravillo a la verdad de que se ponga esto entre los preceptos; y así yo pongo ejemplos de ello más bien para evitarlo que para que se imite. Amari iucundum est, si curetur nequid insit amari. Avium dulcedo ad avium ducit.

Más elegante es lo que se pone para distinguir la propiedad de una cosa, como: Hanc reipublicœ pestem paulisper reprimi, non in perpetuum comprimi posse. (Catilinarias, I, 30). Y las que por las proposiciones pasan a significar lo contrario, como: Non emissus ex urbe, sed immissus in urbem esse videatur. (Catilinarias, I, 27). Mejor es, y de más fuerza para la oración, aquello que no sólo hace gustosa la figura, sino que también da más alma al sentido, como: Emit morte immortalitatem. Con la muerte compró la inmortalidad. Aquella otra expresión: Non Pisonum, sed pistorum, y ex oratore orator, son menos considerables; pero la más ruin de todas es ésta: Ne patris conscripti videantur circumscripti. Raro evenit, sed vehementer venit. Así sucede que algún concepto vehemente y agudo recibe alguna hermosura, que no disuena, si se funda en una palabra distinta. ¿Y por qué me ha de impedir a mí el pudor usar de un ejemplo de dentro de casa? Mi padre, contra aquel que había dicho se immoriturum legationi, que había de morir en la embajada, o concluirla bien, y después de gastados pocos días había vuelto sin haber hecho cosa alguna, dijo: Non exigo uti immoriaris   —111→   legatione; immorare. No te pido que mueras en la embajada, sino que te detengas. Pues el sentido mismo tiene fuerza, y en expresiones que tanto distan entre sí, hacen en298 gustosa consonancia una voz, con especialidad si no es traída con violencia, sino que en cierto modo se ofrece naturalmente, haciendo uso de lo uno como de cosa propia y tomando lo otro del contrario.

Gran cuidado tuvieron los antiguos en ganarse el aplauso en el decir, por la igualdad de las palabras y por la contrariedad de ellas. Gorgias fue en esto desmesurado, e Isócrates afluente en la primera edad. Tuvo también en esto sus delicias Marco Tulio; pero no sólo moderó este gusto, nada ingrato (si no fuere con exceso redundante), sino que al asunto, que por otra parte era de poca consideración, le dio gravedad con el peso de las sentencias. Porque una afectación que por su naturaleza es fría y vana, si viene a parar en conceptos de agudeza, parece natural, no sobrepuesta.

Casi de cuatro maneras son las palabras iguales unas a otras. La primera es cuando se busca una palabra semejante a otra o no muy desemejante, como:


Puppesque tuæ, pubesque tuorum.


(Eneida, I, 403).                


Y Cicerón, en defensa de Cluencio (número 4): De esta manera en esta infeliz fama, como en alguna perniciosísima llama. Y en otra parte: Non enim tam laudanda spes, quam res est. O cuando hay igualdad por la consonancia de las últimas sílabas, como: Non verbis, sed armis. Y siempre que esto ocurre en conceptos agudos causa hermosura, como: Quantum possis, in eo semper experire ut prosis. Esto es lo que los griegos llaman parison, como los más han creído.

La segunda, llamada omoyoteleuton299, consiste en que rematando de un mismo modo una cláusula, colocadas las   —112→   palabras de un mismo sonido en la última parte, haga semejante el remate de dos o más sentencias, verbigracia: Non modo ad salutem eius extinguendam, sed etiam gloriam per tales viros infringendam. (Cicerón, Pro Milone, 5).

La tercera es la que termina en unos mismos casos, y se llama omoyóptoton300, como se halla en Afro: Amisso nuper infelicis auœ, si non prœsidio inter pericula; tamen solatio vitœ inter adversa. Aquéllas parecen las mejores en las que los remates de las sentencias corresponden a los principios, como en este ejemplo: prœsidio, solatio.

Han de constar también de miembros iguales, que es el cuarto modo, el cual se llama isocolon, verbigracia: Si quantum in agro, locisque desertis audacia potest, tantum in foro atque iudiciis impudentia valeret: ésta es isocolon, y contiene también la omoyóptoton: non minus nunc in causa cederet Aulus Cœcina Sexti Ebutii impudentia, quam tum in vi facienda cessit audaciœ (Cicerón, Pro Coecin., I)., isocolon, omoyóptoton y omoyoteleuton. Júntanse también a estas figuras aquella otra cuya gracia he dicho que consiste en repetir unos mismos nombres en casos diferentes: Non minus cederet, quam cessit301.

La contraposición llamada antíteton se hace de varias maneras. Porque se hace cuando de una en una las palabras se oponen unas a otras, como: Venció a la honestidad la liviandad, al temor el atrevimiento, y a la razón la locura. (Cicerón, Pro Cluentio, número 15). Y ya cuando de dos en dos se oponen a otras dos, como: No es propio de nuestro ingenio; propio es de vuestra protección. (Pro Cluentio, 5)., y cuando las sentencias se oponen a las sentencias, como: Domine en las juntas, esté humillado en los tribunales. Aborrece el pueblo romano el privado lujo, y hace aprecio de la pública magnificencia   —113→   (Pro Murena, 6). También se hace tomando aquella figura por la que se repiten los conjugados y se llama antimetábole, como: No vivo para comer, sino que como para vivir; y la que en Cicerón está mudada de tal suerte que teniendo mutación de caso remata aun de un mismo modo: Vt in iudiciis, et sine invidia culpa plectatur, et sine culpa invidia ponatur. Lo cual termina con el mismo tiempo del verbo, como cuando Cicerón dice de Sexto Roscio: Etenim cum artifex eiusmodi sit, ut solus dignus videatur esse, qui scenam introeat; tum vir eiusmodi est, ut solus videatur dignus, qui eo non accedat.

III. Acerca de las figuras añadiré en breves palabras que, así como puestas a su debido tiempo adornan la oración, así también son la cosa más inútil si se usan sin moderación. Algunos hay que no haciendo caso alguno del peso de las cosas y de la fuerza de las sentencias, se persuaden de que son muy consumados oradores con sólo corromper de esta manera aun las vanas expresiones, y por lo tanto no dejan de juntarlas; y es una cosa tan ridícula hacer uso de las tales expresiones que carecen de concepto, como buscar vestido y ademán en lo que no tiene cuerpo.

Pero ni aun las figuras que dicen bien en la oración se han de usar con demasiada frecuencia. Porque el mudar de semblante y volver los ojos, vale mucho en la acción; pero si alguno no cesase de poner el semblante de una manera extravagante y mover continuamente los ojos y la frente se le reirían. Y así la oración ha de tener un como semblante derecho302, el cual así como no debe dar en   —114→   estupidez por falta de acción y movimiento, así también se ha de contener con más frecuencia en aquel aspecto que le dio naturaleza.

Mas sobre todo se debe tener presente para perorar qué es lo que requiere el lugar, el tiempo y la persona. Porque la mayor parte de estas figuras sirven para deleitar. Mas cuando hay que pelear con las armas de la atrocidad, del odio y de la compasión, ¿quién sufrirá a uno que se irrita, que llora y que suplica con contraposiciones y con palabras que terminan de una misma manera y son en todo semejantes? ¿Y más cuando en estos casos el cuidado de las palabras desacredita a los afectos, y siempre que se ostenta el artificio se juzga que se falta a la verdad?



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ArribaAbajoCapítulo IV. De la composición

I. Por qué escribe acerca de la composición después de Tulio. Refuta la opinión de los que están empeñados en que la oración desaliñada es más natural y varonil. Sirve la composición para la delectación y para la moción de los afectos. También tuvieron cuenta con ella los antiguos.-II. De dos maneras es la oración, la una atada y la otra suelta. En la composición se atiende al orden, juntura o conexión y número.-III. Del orden en cada una de las palabras y contextura de ellas.-IV. De la unión. Ésta se halla en los incisos, miembros y períodos. Primeramente de la unión en las palabras, y después de los incisos y algunas cosas acerca de los miembros.-V. Del número oratorio. 1.º En qué se diferencia del poético. División de éste. 2.º Se hace elección de palabras para la composición. Razón de los pies más dificultosa en la prosa que en el verso. 3.º El oratorio resalta en el fin y en el principio: también sirve en el medio. 4.º No haya verso alguno en la prosa. 5.º De los pies y de su estructura. 6.º De qué manera se ha de procurar que la composición sea numerosa. 7.º De qué especie de composición, y en qué lugar se ha de usar; y en este mismo lugar trata de los incisos, miembros y períodos.


I. A la verdad no me atrevería a escribir acerca de la composición después de Marco Tulio (quien no sé si trabajó más parte alguna de esta materia), a no haberse atrevido los hombres de su mismo tiempo a reprenderle aun por escrito este modo de colocar las palabras303, y a no   —116→   haber dejado escrito muchas cosas pertenecientes a esto mismo. Y así en lo más me conformaré con Cicerón, y me detendré menos en aquellas cosas en que no hay que dudar: en algunas quizá me apartaré algún tanto. Porque aun cuando mostrare el juicio que yo hago, dejaré no obstante libre a los lectores el suyo.

Y no ignoro que hay algunos que excluyen todo el cuidado de la composición, y están muy empeñados en defender que aquel lenguaje áspero y que carece de estudio tiene unas veces más de natural y otras también más de varonil. Los cuales si no llaman natural sino a aquello que tuvo su primer principio de la naturaleza, y cual era antes de llegar a su perfección, toda esta arte de perorar se destruiría. Porque ni los primeros hombres hablaron según esta regla y cuidado, ni supieron conciliarse la atención con los exordios, ni enseñar con la narración, ni probar con las razones, ni mover con los afectos. Pues de todas estas cosas carecieron, no de sola la composición; de todo lo cual si es cierto que ninguna cosa les era permitido mejorar, tampoco les fue cosa precisa trocar las chozas por las casas, o las zamarras por los vestidos, o los montes y selvas por las ciudades. ¿Qué arte, pues, lo fue ya desde su principio? ¿Qué cosa no adquiere perfección con el ejercicio? ¿Por qué razón amugronamos las vides? ¿Por qué las cavamos? ¿Y por qué escardamos las tierras? Pues la tierra todo lo cría. ¿No amansamos los animales? Pues ellos nacen indómitos. Digamos, pues, que aquello es sobre todo más natural que la naturaleza permite que se haga con la mayor perfección.

¿Mas de qué modo puede la composición tener más fuerza que teniendo unión y buena colocación? Pues si los   —117→   cortos pies, como los sotadeos, galiambos304, y algunos otros que con casi igual libertad se oponen a la majestad de la oración quitan la fuerza a las cosas; ¿no debe esto atribuirse a vicio de la composición? Por lo demás, cuanto más impetuosa es la corriente de los ríos por una madre inclinada, y que ninguna detención ofrece que la de las aguas que se quebrantan y van como violentas por entre los peñascos que les impiden su corriente, tanto mejor es la oración que tiene unión y que circula con todas sus fuerzas que la que es escabrosa e interrumpida. ¿Por qué razón, pues, se ha de juzgar que con la hermosura se le quita el nervio a la oración, siendo así que ninguna cosa hay que sin el arte tenga alma, y que del arte es siempre inseparable compañera la hermosura? ¿Pues por ventura no vemos ir primorosísimamente dirigida la lanza que despidió con toda arte? ¿Y cómo cuanto más acierto tiene la mano de los que tiran las saetas con el arco, tanto más agraciado es el hábito que adquieren? Pues en el ejercicio de las armas y en toda lucha, ¿qué golpes son los que evita o da con el debido acierto aquél que en los movimientos no observa regla alguna y ni una cierta medida de los pies? Por lo que la composición en las sentencias hace, según mi juicio, lo que la correa en la lanza y el nervio en el arco, que se disparan con mayor vehemencia.

Así es que todo hombre por muy erudito que sea, está persuadido de que ella sirve muchísimo, no sólo para deleitar, sino también para mover los ánimos. Lo primero, porque ninguna cosa puede llegar al corazón cuando inmediatamente ofende al oído, que es como la primera entrada;   —118→   y lo segundo, porque naturalmente somos inclinados a la música. Porque de otra manera no sucedería que las voces de los instrumentos músicos, aun sin hablar palabra, excitasen no obstante en quien los oye ya unos ya otros movimientos. En los sagrados fuegos no de una misma manera se ponen en movimiento y se serenan los ánimos, y diferentes tonos usan cuando han de tocar a la arma que cuando han de suplicar teniendo doblada la rodilla, y no es el mismo el toque de las trompetas cuando marcha el ejército a batalla que cuando tocan a la retirada. Fue costumbre de los pitagóricos excitar sus ánimos al son de la lira después de haber despertado, a fin de estar más animosos para trabajar; y para conciliar el sueño solían del mismo modo serenar antes las potencias al son de la misma lira para poner en tono los alborotados pensamientos del alma.

Pues si la música y los compases de ella tienen una cierta oculta fuerza por la composición, la que la oración tiene es vehementísima; y cuanto va a decir el expresar un mismo pensamiento con estas o aquellas palabras, otro tanto hace al caso con qué composición se han de unir unas palabras mismas en el discurso del período, o con cuáles se ha de concluir. Porque sola esta virtud hace recomendables a algunas palabras que encierran pocos conceptos, y son de una mediana elocución. Por último, cada uno desuna y trastorne lo que a su parecer está dicho con nervio, dulzura y elegancia; y verá cómo le falta toda la energía, suavidad y hermosura. Cicerón desune algunos períodos en su Orador: Nam neque me divitiœ movent, quibus omnes Africanos, et Lœlios multi venalitii, mercatoresque superarunt. Múdense algún tanto de manera que diga: multi superaverunt mercatores venalitiique; y después los períodos siguientes, los cuales si de aquella manera se trastornaren, será lo mismo que arrojar dardos quebrados o puestos al través. Corrige el mismo lo que juzga que   —119→   compuso Graco con más dureza. A él le está bien esto: nosotros contentémonos con ordenar las palabras más desunidas que se nos ofrecieren. Porque ¿a qué fin se han de buscar ejemplos de lo que cada uno puede experimentar por sí mismo? Sólo tengo por suficiente el notar que cuanto más hermosas sean las expresiones que se trastornaren, ya por su concepto y ya por la elocución, será la oración tanto más deforme. Porque por la misma claridad de las palabras se conoce el descuido de la colocación.

Por lo que así como confieso que los oradores han rayado hasta lo sumo en el modo de componer, así también soy de dictamen que los antiguos tuvieron también cuenta con la composición, en cuanto a lo que hasta entonces habían adelantado. Así que Cicerón, aunque autor grave, no me persuadirá que Lisias, Herodoto y Tucídides se cuidaron poco de ella. Quizá no seguirían el mismo estilo que Demóstenes o Platón, sin embargo de que aun estos mismos fueron entre sí desemejantes.

Pues no era regular el corromper aquel estilo sutil y extraño que usa Lisias con otro género de decir más numeroso, porque hubiera perdido la singular gracia que en él se advierte de un estilo sencillo y nada afectado, y al mismo tiempo se hubiera hecho inverosímil. Porque él escribía para otros; no era él mismo el que lo hablaba, de manera que por acomodarse a las personas parecía en sus discursos desaliñado y descompuesto, que es lo mismo en que consiste la composición.

Pero a la historia, que debe contar los hechos con ligereza y prontitud, le hubieran sido menos convenientes las cláusulas detenidas y la debida respiración en las acciones y el modo de comenzar y concluir las sentencias. En los razonamientos encontrarás también algunas que rematan de un mismo modo y otras al contrario; mas en Herodoto verás cómo todas no sólo corren con suavidad, sino que el mismo dialecto causa tal placer, que parece abraza   —120→   en sí también los tonos de la música. Pero acerca de los estilos trataremos poco después. Ahora diremos lo que deben aprender primero los que quieran componer bien.

II. Ante todo, pues, la oración es de dos maneras; una trabada y unida, y la otra libre como la que se usa en los razonamientos y en las cartas, a excepción de las que tratan de alguna materia que es sobre su esfera como de la filosofía, de la república y cosas semejantes. Y no digo esto porque aquel lenguaje suelto no conste también de algunos y tal vez más dificultosos pies; porque en el lenguaje común ni en una carta no se admite esta concurrencia de vocales ni la falta de número305, sino porque no tiene fluidez ni conexión, ni deducen unas palabras de otras, de manera que en él más bien debe decirse que el enlace es menos ajustado, que el que carece de él enteramente. En los asuntos de menos consideración no dice mal también alguna vez aquella misma sencillez que consta no de ésta sino de otra armonía y la disimula contentándose con sólo dar más fuerza a la oración ocultamente.

Mas aquella otra oración continuada y conexa se compone de tres partes: de incisos, que los griegos llaman comas, de miembros o colones y período, que es lo mismo que círculo, rodeo o continuación o conclusión. Y en toda composición deben necesariamente concurrir estas tres cualidades: orden, unión y armonía.

III. Sea, pues, lo primero acerca del orden. Éste consiste en tener cuenta con cada una de por sí de las palabras y con la contextura de ellas. Cada una de por sí consideradas son lo que ya dijimos que los griegos llaman asíndeton   —121→   o sin unión ni conjunciones. En ésta se debe cuidar que la oración no disminuya el concepto, ni a una expresión de mucha alma se sustituya otra de menos energía, como decir ladrón en vez de sacrílego, o desvergonzado por ladrón. Porque deben aumentarse y elevarse los conceptos como lo que bellísimamente dice Cicerón (Filípicas, número 63): Tú con esas fauces, con esos lomos y con esa firmeza de todo el cuerpo propia de un gladiador. Porque después de una grande se sigue otra mayor. Pero si hubiera comenzado por todo el cuerpo, no era bien descender a los costados y a las fauces. Hay también otro orden natural, que consiste en poner antes los varones que las hembras, el día que la noche, el Oriente que el Occidente: mejor que al revés. Algunas palabras hay que mudado el orden se hacen superfluas, como cuando se dice: hermanos mellizos; pues si se pone antes la palabra mellizos, ya no es necesario el añadir hermanos. Escrupulosa y excesiva fue la observación de algunos de que los nombres estuviesen delante de los verbos, los verbos asimismo delante de los adverbios, los sustantivos delante de los adjetivos y pronombres; pues frecuentemente se ponen también al contrario, no sin hermosura. También es demasiada superstición dar la primacía de orden a las cosas según el tiempo de cada una de ellas, no porque frecuentemente no sea esto lo mejor, sino porque a veces son de más consideración las cosas que han sucedido antes, y por lo tanto se deben contar después de las de menos importancia.

Cosa bellísima es cerrar el sentido de la oración con el verbo si lo permite la composición, porque en los verbos está la fuerza del razonamiento. Pero si esto disuena al oído, esta razón debe ceder a la armonía, como muy frecuentemente sucede entre los más consumados oradores griegos y latinos. Porque sin duda todo verbo que no cierra bien el período es hipérbaton. Esto mismo está admitido entre los tropos o figuras que sirven para dar firmeza   —122→   a la oración. Pues los verbos no se conforman con la medida de los pies, y por lo tanto se mudan de un lugar a otro para juntarlos en donde vienen mejor: como en una fábrica de piedras toscas, aun su misma desigualdad hace que unas piedras se adapten a otras y queden acomodadas. Sin embargo, aquel razonamiento es el más bien acabado en que concurren el buen orden, competente unión, y además de estas virtudes una oportuna armonía en el remate de los períodos.

Pero hay algunas digresiones que son demasiado largas; como en los anteriores libros hemos dicho, y a veces son por su composición defectuosas, las cuales se dirigen solamente a resaltar y manifestarse más en la oración, como son aquéllas de Mecenas: Con el sol y con la aurora muchísimas cosas toman el color rojo. Durante los sacrificios movió el agua los fresnos. Ni aun yo solo entre los más infelices vería mis exequias. Esto último entre todo lo dicho es el mayor despropósito, porque en un asunto triste es inútil la composición.

Muchas veces se encierra algún concepto grave en una palabra que, si se oculta en medio de la oración, suele pasarse sin advertirlo y confundirse con las demás que acompañan; mas colocada en la cláusula se le señala al que está oyendo y se le queda impresa, cual es aquella expresión de Cicerón: Ut tibi necesse esset in conspectu populi Romani vomere postridie. Múdese esto último y tendrá menos alma. Pues de todo el hilo de la oración está aquí como la mayor agudeza en añadir a la necesidad de vomitar, que por sí es una cosa fea y que ya nada deja que esperar, esta otra deformidad de que no podría detener la comida al día siguiente.

Esto me parece que se debía decir como en compendio acerca del orden, el cual si es defectuoso, aun cuando la oración tenga unión y competente cadencia, con razón no obstante se dirá que carece de composición.

  —123→  

IV. Síguese la unión; ésta se halla en las palabras, incisos, miembros y períodos. En todas estas cosas hay virtudes y vicios. Y para seguir el orden ocupan el primer lugar aquellas palabras que aun a los ignorantes les parecen dignas de reprensión; tales son aquellas que juntas dos entre sí de la última sílaba de la palabra que precede y de la primera de la que sigue, forman algún nombre que tiene fealdad306. Después se sigue el concurso de las vocales, el cual, cuando se verifica, es preciso abrir frecuentemente la boca para la pronunciación de ellas, y la oración se hace pesada y dificultosa. Muy mal sonido harán las palabras largas en que se juntan entre sí unas mismas letras. También será notable la abertura de boca para la pronunciación de aquellas que se pronuncian con todo el hueco y extensión de la boca. La E es una letra más llena, la I de menos sonido, y por lo tanto en las palabras causa el vicio de mayor obscuridad. Menos errará el que colocare las breves después de las largas, y aun el que anteponga una breve a una larga. El tropiezo de dos breves es muy pequeño, y cuando se juntan unas después de otras, serán más ásperas según se pronunciaren con semejante o con distinta abertura de boca.

Sin embargo, no se ha de temer esto como si fuera un gran delito, y no sé cuál es peor en esto, si el total descuido o el demasiado cuidado. Porque el temor es preciso que impida la vehemencia de decir y que retraiga de lo mejor. Por lo que así como es efecto de negligencia este concurso de vocales, así también lo es de apocamiento el temer en todas las cosas. Y con razón gradúan todos por demasiado solícitos en esta parte a los imitadores de Isócrates, y con especialidad a los de Teopompo. Pero Demóstenes y Cicerón se portaron con moderación en esta parte. La concurrencia pues de las vocales, que se llama sinalefa,   —124→   hace también la oración más suave que si todas las palabras concluyesen con su terminación, y alguna vez parecen bien las palabras para cuya pronunciación es necesaria la abertura de la boca, y dan alguna grandeza a la oración, como: Pulchra oratione acta omnino iactare. Además de esto las sílabas de su naturaleza largas, y por decirlo así más crasas, gastan también algún medio tiempo entre las vocales como si se hiciese una parada. Sobre lo cual usaré principalmente de las palabras de Cicerón: Tiene, dice, aquélla como boqueada y concurso de vocales una cierta pesadez que indica descuido no desagradable de un hombre que se afana más por lo principal del asunto que por las palabras. (Cicerón, Orator, 77).

Pero también las consonantes, y con especialidad aquellas que son más ásperas cuando se juntan en las palabras, hacen mala consonancia, y las que terminan en s teniendo cerca la x cuyo sonido es más triste si se tropiezan dos a un tiempo, como ars studiorum. Que fue el motivo que tuvo Servio para quitar la letra s siempre que estaba al fin de la dicción y se había de encontrar con otra consonante. Lo que reprende L. Afranio y lo defiende Mesala. Pues creen que Lucilio no usa de la misma final cuando dice: Serenu' fuit, et dignu' loco. Antes bien Cicerón en su Orador dice que muchos de los antiguos hablaron de este modo. De aquí tuvo su principio el decir belligerare po' meridiem, y aquella expresión de Catón el Censor die' hanc, suavizando igualmente la m con la e. Lo que los ignorantes suelen mudar cuando lo encuentran en los libros antiguos, y queriendo reprender la ignorancia de los copiantes, hacen patente la suya. Y aquella misma letra siempre que está en el fin de la dicción y de tal manera tropieza en la vocal de la palabra que se sigue que pueda confundirse, aunque se escribe, es poco lo que se expresa, como: Multum ille. Quantum erat. De suerte que casi da el sonido de alguna nueva letra. Porque no se quita, sino que se   —125→   oculta, y tan solamente sirve como de alguna señal entre las dos vocales para que ellas mismas no se junten.

También se debe cuidar de que las últimas sílabas de la palabra que antecede no sean las mismas que las primeras de la siguiente, para que ninguno se maraville de que esto se ponga entre los preceptos, sepa que a Cicerón se le escapó esta expresión en las cartas: Res mihi invasœ visœ sunt, Brute. Y en verso: Oh fortunatam natam me consule Romam!

Las dicciones de una sola sílaba, si son muchas, harán muy mala unión; porque es preciso que la composición cortada en muchas cláusulas parezca que va a saltos. Y por la misma razón debe evitarse la concurrencia de palabras y nombres cortos, y al contrario también de las largas, porque causan una cierta pesadez en la pronunciación.

Iguales defectos son si se juntan muchas palabras que terminan en unos mismos casos, o muchos verbos en unos mismos tiempos, o nombres que tienen una misma declinación. Ni es bien que después de un verbo se sigan otros verbos, o unos nombres después de otros y cosas semejantes, porque aun las mismas virtudes del lenguaje se hacen fastidiosas, sin el auxilio de la hermosura que les da la variedad.

La unión de miembros o incisos no se ha de observar del mismo modo que la de las palabras, sin embargo de que en éstas se juntan también los extremos con los principios. Pero es muy del caso en la composición saber qué palabras se han de anteponer a otras. Pues el decir: Vomitando pedazos de comida que apestaban a vino, se llenó todo el seno y todo el tribunal (Filípicas, II, 63).307, y, por el contrario (pues   —126→   usaré frecuentemente de unos mismos ejemplos, aun de cosas diversas, para que se hagan más familiares): Las peñas y soledades corresponden a la voz, las bestias fieras muchas veces se amansan y se paran con el canto: este modo de hablar sería más elevado si se invirtiese; porque, aunque es más conmoverse las peñas que las bestias, tiene, no obstante, su hermosura esta composición.

V. Pero pasemos a tratar de la armonía. Toda composición, medida y unión de voces se compone de números (por números quiero que se entienda el ritmo) o de metro; esto es, de con cierta medida.

1.º Aunque el ritmo y el metro se componen de pies, sin embargo, no es poco en lo que se diferencian; porque los ritmos, esto es, los números, constan de espacios de tiempo, y los metros también de orden; y, por lo tanto, lo uno parece de cantidad, lo otro de calidad. El ritmo es igual, como el dáctilo, porque tiene una sílaba igual a dos breves. La misma fuerza tienen otros pies, pero a sólo él se da este nombre. Y aun los muchachos saben que para la pronunciación de la sílaba larga se requieren dos tiempos, y para la de la breve sólo uno. O es séxcuplo308, como el peón, cuya fuerza consiste en una larga y tres breves, y el opuesto a él, que se compone de tres breves y una larga, o de cualquier otro modo, unidos tres tiempos a dos hacen un séxcuplo. O doble, como el yambo, porque se compone de una breve y una larga, y el opuesto a él. Llámanse métricos   —127→   estos pies; pero hay esta diferencia, que en el ritmo es cosa indiferente que el dáctilo tenga las primeras sílabas breves o las siguientes, porque sólo el tiempo se mide de manera que desde el principio hasta el fin conste de los mismos espacios; en el verso no se podrá poner un anapesto o un espondeo por un dáctilo, ni un peón comenzará y acabará del mismo modo por breves. Y no sólo no admite un pie por otro el orden de los metros, sino que ni aun un dáctilo por un espondeo, o al revés. Y así si mezclas de otro modo los cinco dáctilos continuos o seguidos que están en aquel verso 1.º del libro 10 de la Eneida:


Panditur interea domus omnipotentis Olimpi,


destruirás el verso.

2.º Mas la colocación debe juntar las palabras que ya ha aprobado, elegido y como señalado para sí; pues aun las ásperas, unidas entre sí, son mejores que las que nada significan. Sin embargo, vengo bien en que se elijan algunas, con tal que sea de aquellas que tienen igual significación y fuerza; puédense añadir, como no sean superfluas, y quitar si no son necesarias, y, aun por razón de las figuras, mudar los casos y los números, cuya variedad usada frecuentemente por razón de la composición suele ser gustosa, aun cuando carezca de armonía. También cuando la razón pide una cosa y otra la costumbre, úsese en la composición cualquiera de las dos cosas que se quisiere: Vitavisse o vitasse, deprehendere o deprendere. Tampoco negaré la concurrencia de las sílabas, y todo lo que no perjudicare a las sentencias o a la elocuencia. Mas en esto, lo que principalmente es necesario es el saber qué palabra es la que cuadra mejor en cada lugar. Y aquél compondrá mejor que hiciere esto únicamente por razón de la composición.

El orden de los pies es mucho más dificultoso en la prosa que en el verso. Lo primero, porque el verso se contiene   —128→   en pocas palabras; mas la prosa tiene muchas veces más largos rodeos; lo segundo, porque el verso es siempre semejante a sí y sigue de un mismo modo; mas la composición prosaica, si no es varia, no sólo ofende con la uniformidad, sino que se tiene por afectada.

3.º Todo el cuerpo de la composición (y para decirlo así), toda su contextura está también llena de números. Porque no podemos hablar sino por sílabas breves y largas, de las que se componen los pies. Sin embargo, en las cláusulas es en donde con especialidad se echa menos, si es que falta, y si no es donde más se descubre. Lo primero, porque todo sentido tiene su término y obtiene su natural espacio, del cual se separa en el principio del que sigue; lo segundo, porque los oídos, escuchando una voz continuada, y llevados como del torrente de las palabras que se van sucediendo unas a otras, juzgan mejor cuando aquel ímpetu ha parado y les ha dado lugar de discernir. No sea, pues, una cosa dura ni precipitada aquélla con que los ánimos en cierto modo respiran y se recobran. Esta cadencia es el asiento de la oración; esto es lo que el oyente espera, y por esto es por lo que se dan las aclamaciones.

En los principios de los períodos se requiere igual cuidado que en las cláusulas, porque en ellos está con atención el que está oyendo, y es más fácil observar las cantidades en el principio de los períodos, porque no dependen de los precedentes, ni tienen conexión con ellos, sino que toman un principio nuevo; mas la cláusula, aunque esté compuesta y sea numerosa, perderá toda su gracia, si llegamos a ella con alguna precipitación. Porque siendo grave, según parece, la composición de esta expresión de Demóstenes: Proton men o andres athenaioi tois theois eucomai pasi, cai pasais; y aquella otra, que sólo Bruto, que yo sepa, es quien la desaprueba, siendo del agrado de los demás; Can mepo balle mede toxeue: no falta quien reprende a Cicerón en estas dos expresiones: Familiaris cœperat esse   —129→   balneatori: y non minus dura archipirata. Porque balneatori y archipirata es un remate semejante a pasi, cai pasais, y a mede toxeue; mas en los períodos de Demóstenes las primeras palabras que preceden a la cláusula son más majestuosas, más ordenadas y sonoras que las de Tulio. Concluye éste estos períodos con dicciones de cinco sílabas cada una, lo cual, aun en los versos, es una cosa muy lánguida; y no sólo cuando se juntan de cinco en cinco las sílabas, como en éste de Horacio (Sátiras, I, verso 100): Fortissima Tyndaridarum, sino también cuando se juntan de cuatro en cuatro, cuando el verso concluye con estas palabras: Apennino, armamentis y Oriona. Por lo que esto debe también evitarse, para no usar al fin de palabras de muchas sílabas309.

En las palabras que se ponen en medio de la cláusula no es necesario cuidar que tengan entre sí unión, sino que no sean pesadas ni largas, y con la unión de muchas breves no se pronuncien como a saltos y causen un sonido casi como el de las sonajas de los muchachos, lo que en esta parte es uno de los vicios más grandes. Porque así como los principios y las cláusulas son de muchísima consideración siempre que el sentido empieza o acaba, así también en los medios se hacen algunos esfuerzos, que ligeramente hacen su pausa, como el pie de los que corren, aunque no se detiene, imprime su huella. Así que no sólo es conveniente que los miembros y los incisos estén bien trabajados, sino que aquel espacio que hay entre ellos, aunque sea continuado y no deje lugar a pausa, debe tener un cierto orden, a causa de las pausas imperceptibles que sirven como de grados para la pronunciación. Porque ¿quién dudará que es de solo un sentido y de una sola   —130→   respiración esta expresión de Cicerón (Pro Cluentio): He advertido ¡oh jueces! que todo el discurso del acusador está dividido en dos partes? Y, sin embargo, las dos primeras palabras, las tres inmediatas, las otras dos que siguen y las tres últimas tienen sus ciertos números que detienen el aliento. Considerando esto al modo con que los rígidos observadores del ritmo pesan estas menudencias, según que las sílabas son graves o agudas, largas o breves, lentas o veloces, la composición que de la unión de ellas resulta será, o rigurosa o licenciosa, perfectamente regular y periódica, o sin conexión alguna.

Algunas cláusulas hay también defectuosas y que quedan como en el aire si así se dejan; pero suelen juntarse y sostenerse con las siguientes, y con esto la continuación corrige el vicio que estaba al fin. Esta cláusula: Non vult populus Romanus obsoletis criminibus acussari Verrem (Cicerón, Verrinas, VII, 116), es una cosa dura si así se deja; pero cuando se continúa con las palabras que se siguen, aunque de su naturaleza distintas, es a saber: Nova postulat, inaudita desiderat, sigue bien el hilo de la oración. Si se dice: Vt adeas, tantum dabis, cerrará mal la cláusula, porque la última parte es de un verso trímetro. Sigue diciendo: Vt cibum, vestitumque intro ferre liceat, tantum. Todavía está en el aire el sentido; pero se afirma y se sostiene en la última: Recusabat nemo.

4.º Muy grande fealdad es si toda la oración se comprende en un verso, como también es deformidad si fuere verso parte de ella; asimismo la parte posterior queda suspensa en la cláusula, o además la primera en la entrada de ella. Pues lo contrario parece bien muchas veces, porque hay ocasiones en que la primera parte de un verso cierra muy bien, con tal que sea de pocas sílabas, con especialidad del senario y octonario. Esta expresión: In Africa fuisse, es principio de un senario y cierra el primer período en defensa de Quinto Ligario. Esse videatur, que es muy   —131→   frecuente, es principio de un octonario. Las últimas palabras de los versos vienen bien en el principio de la oración: Etsi vereor, iudices, y animadverti, iudices. Pero los principios de los versos no vienen bien a los principios de ella. Tito Livio comienza con el principio de un hexámetro: Facturusne operœ pretium sim. Pues así lo escribió, y está mejor que de la manera que se corrige. Tampoco los remates de los versos vienen bien con los de la oración, como cuando Cicerón dice: Quo me vertam nescio, que es el remate de un trímetro. Peor es concluir con el de un hexámetro, como cuando dice Bruto en las cartas: Neque enim illi malum habere tutores aut defensores, quamquam sciunt placuisse Catoni.

5.º Pero por cuanto he dicho ya que la oración consta de pies, también es necesario insinuar acerca de ellos alguna cosa; cuyos nombres, puesto que se dice que son varios, es preciso fijar el nombre que se le ha de dar a cada ano. En esto seguiré a Cicerón; pues éste imitó a los autores más excelentes de los griegos, a excepción de que me parece que no pasa de pies de tres sílabas, sin embargo de que usa del peón y el docmio310311 de los cuales el primero se compone de cuatro sílabas y el segundo de cinco. Sin embargo, no disimula él mismo que algunos los tienen por números y no por pies, y con razón, porque todo pie que pasa de tres sílabas se compone de muchos pies. Pues luego, constando cuatro pies de dos sílabas cada uno y ocho de tres, llamaremos espondeo al que consta de dos largas; pirriquio o, como le llaman otros, periambo, al que consta de dos breves; yambo, al de una breve y una larga, y al opuesto a éste, que se compone de una larga y una breve, nosotros lo llamaremos coreo, así como otros   —132→   lo llaman troqueo. Mas de los que se componen de tres sílabas, el dáctilo consta de una larga y dos breves; y es constante que el anapesto le es igual en los tiempos, pero al revés. Una sílaba breve, puesta entre dos largas, forma un anfímacro; pero más frecuentemente se le da el nombre de crético. El anfíbraco se compone de una larga entre dos breves; y el baquio de una breve y dos largas: mas si consta de dos sílabas largas delante de una breve, resultará el palimbaquio, que es al contrario. El troqueo, que quieren que se llame tribraquio los que al coreo dan el nombre de troques se compone de tres sílabas breves; el moloso de tres largas.

Todos estos pies entran en la prosa. Pero según que cada uno de ellos es más lleno por sus tiempos y más pausado por las sílabas largas, hacen la oración mucho más grave: las breves la hacen ligera y acelerada. Lo uno y lo otro hace al caso en algunas ocasiones. Porque si cuando es necesaria la ligereza se usan sílabas largas, resulta una cosa pesada y llena de flojedad, y si cuando se requiere pesadez se usan las breves, con razón será desaprobada por su precipitación y ligereza.

Mas en las letras y en las sílabas no se muda su naturaleza, pero importa saber cuál se junta mejor con otra. Así que las sílabas largas tienen, como ya he dicho, muchísima autoridad y gravedad, y las breves ligereza; las cuales si se mezclan con algunas largas corren, mas si se juntan con otras breves parece que van saltando.

Y no sólo importa saber qué pie es el que cierra la cláusula, sino también cuál antecede, y hacia atrás no se han de repetir más que tres, y esto si es que no tuvieren más que dos sílabas (aunque no se ha de tener en esto la escrupulosa observación de los poetas), ni menos de dos, porque de otra suerte será pie y no número. Puede, no obstante, ponerse un solo dicoreo, si uno solo es el que consta de dos coreos; y asimismo un peón, que consta de un coreo   —133→   y de un pirriquio, el que se cree que es acomodado para los principios, o al contrario, el que se compone de tres breves y una larga, y que es el que asignan para la cláusula; de los cuales dos únicamente hablan los escritores de esta arte, dando el nombre de peón a todos los demás, de cualesquiera cuantidades que sean, que pertenezcan a la oración. El pie docmio, que se compone de un baquio y de un yambo o de un yambo y un crético, es en las cláusulas grave y majestuoso.

El espondeo, del que usó muchísimo Demóstenes, es también siempre pesado de su naturaleza: si le precediere un crético, dirá muy bien; como en esta expresión: De quo ego nihil dicam nisi depellendi criminis causa. (Tullius, Pro Cæl., número 31). Que viene a ser lo que dije arriba, que importa mucho saber si en sola una palabra se comprenden dos pies, o si uno y otro están libres. Porque así sale la expresión fuerte diciendo Criminis causa: floja si se dice archipiratœ; y más lánguida si precede un tribraquio, como facilitates, temeritates. Porque en la misma división de las palabras hay un cierto tiempo oculto, como en el espondeo que está en medio de un pentámetro; el cual, si no se compone del fin de una palabra y del principio de otra, no hace verso.

El dicoreo cerrará la cláusula si se le junta el mismo pie, lo que con muchísima frecuencia usaron los asiáticos. De lo cual Cicerón pone este ejemplo: Patris dictum sapiens, temeritas filii comprobavit. (De Oratore, número 211). El coreo debe tener delante de sí un pirriquio, como: Omnes prope cives virtute, gloria, dignitate superabat. (Cicerón, De Oratore, número 214).

También la cerrará el dáctilo, si la observación de la última no lo hace crético, como: Muliercula nixus in littore. Delante del dicho dáctilo vendrán bien un crético y un yambo, pero mal el espondeo, y peor un coreo. Cierra asimismo la cláusula el anfíbraco, como: Quintum Ligarium   —134→   in Africa fuisse (Pro Ligario, número 1)., a no ser que le queramos dar más bien el nombre de baquio.

El crético es el mejor para los principios, verbigracia: Quod precatus a diis immortalibus sum. (Por Murena, número 1)., y para las cláusulas, como: In conspectu populi romani vomere postridie. (Filípicas, II, número 65). Se ve claramente qué bien dicen delante de él, o un anapesto, o aquel que parece más acomodado para el remate, que es el peón. Pero el mismo se sigue después de él, como: Servare quamplurimos. (Cicerón, Pro Ligario, número 38).

Cuando yo he puesto los pies que anteceden no he establecido una ley de modo que no puedan ser otros, sino que solamente he mostrado lo que comúnmente suele suceder, lo cual al presente parece lo mejor. Y a la verdad vienen muy bien dos anapestos juntos, cual es el fin de un pentámetro o el ritmo312, que de él trajo su nombre, como: Nam ubi libido dominatur, innocentiœ leve prœsidium est. Pues la sinalefa hace que las últimas sílabas tengan el sonido de una sola. Mejor estará teniendo delante un espondeo o un baquio, como si mudares las mismas palabras Leve innocentiœ prœsidium est.

6.º Mas no tratamos aquí todo este punto con el fin de que el orador, que debe ser corriente y fluido en hablar, se envejezca en la medida de los pies y pesando las sílabas; porque esto no sólo es propio de un hombre miserable en la elocuencia, sino también de quien se ocupa en las mayores bajezas; y que el que se afanare en el cuidado de estas cosas, estará siempre distante de las que son más excelentes; puesto caso que abandonando el peso de las cosas y despreciando su hermosura, se ocupará, como dice Lucilio, en acomodar piedrecillas o azulejos, y los juntará entre   —135→   sí de modo que hagan juego y formen figura. ¿Por ventura el hacerlo así no resfría el ardor y detendrá la rapidez de la oración? A la manera que el cochero cuando enseña a los caballos a correr hace menor su carrera, y cuando arregla sus pasos a compás no puede caminar con tanta ligereza: como si los números no se hubiesen aprendido de la misma composición. Así como ninguno pondrá duda en que la poesía, que al principio era una cosa grosera, se fue formando de la medida del oído y de la observación de iguales cuantidades, y después se inventaron en ella los pies. Así que el mucho ejercicio de escribir nos adiestra de tal manera en esto, que aun de repente podamos componer algunas cosas semejantes.

Pero no tanto se debe atender a los pies como al conjunto de ellos; así como los que componen un verso atienden precisamente a su total cadencia, no a las cinco o seis partes de que el verso se compone. Porque hubo versos antes que se observase que lo eran. Y a este propósito dice Ennio:


En versos se explicaban los poetas,
Que en otro tiempo Faunos y adivinos
Cantaban ignorantes de las reglas313.


Pues el mismo lugar que en el poema tiene la versificación, tiene la composición en la prosa314. Los oídos son los mejores jueces de ella, los cuales advierten las expresiones   —136→   llenas, echan menos las que no lo son, les ofenden las ásperas, las suaves les agradan, les hacen impresión las vehementes, aprueban las que son ciertas, advierten las defectuosas, y miran con fastidio las redundantes y superfluas. Y por lo tanto los sabios entienden el modo de componer, mas los ignorantes sólo perciben el gusto que de él resulta.

Mas algunas cosas hay que no pueden enseñarse por determinada regla, verbigracia: Si el caso con que comienza el período tiene alguna aspereza se ha de mudar; pero ¿puede darse regla del caso adonde y de donde hemos de pasar? Las figuras variadas muchas veces sirven de mucho a la composión aunque sea mala. ¿Cuáles son estas figuras? No sólo las de palabras, sino también las de sentencias. Pues qué, ¿hay alguna regla acerca de esto? Es preciso aprovecharse de ella en ocasiones, y según las circunstancias que concurran se ha de deliberar. Y a la verdad las mismas cuantidades que en esta parte son de la mayor consideración, ¿qué otros jueces pueden tener como no sea el oído? ¿Por qué unas expresiones con menos palabras han de ser bastante o demasiado llenas, y otras con más, breves y cortas? ¿Por qué causa en los períodos, aun cuando ya ha concluido el sentido, sin embargo, todavía parece que queda algún vacío? No ignoráis ¡oh jueces! que ésta ha sido en estos días la conversación del vulgo y la opinión del pueblo romano. (Cicerón, Verrinas, III, 1). ¿Por qué en esta oración usa más bien de la palabra hosce que de hos, no habiendo aspereza en decir de aquella manera? Tal vez no daré la razón y echaré de ver que está mejor. ¿Por qué no había de haber sido suficiente con que hubiera dicho Cicerón sólo sermonem vulgi fuisse, permitiéndolo la composición? Ignoro la causa, pero así como lo oigo, conoce el alma que esta expresión no es llena sin esta duplicación. Débense, pues, juzgar por el sentido. Y si pudieres tal vez discernir cuál es lo majestuoso, y cuál   —137→   lo agradable; lo harás mejor si te gobiernas más bien por la naturaleza que por el arte, y en la misma naturaleza hallarás arte.

7.º Lo que es absolutamente propio del orador, es el saber en qué ocasión ha de hacer uso de cada uno de los géneros de composición. Esta observación es de dos maneras: la una que se refiere a los pies, y la otra a los períodos que se componen de los pies. Y de éstos trataremos primero. Dijimos, pues, que hay incisos, miembros y períodos.

El inciso315, según mi dictamen, será cuando el sentido   —138→   cierra sin llenar el número: los más lo tienen por parte del miembro. Tal, pues, es el que usa Cicerón (Orator, 223). ¿Te faltaba casa? Pero la tenías. ¿Te sobraba el dinero? Pero estabas necesitado. También se hacen los incisos de cada una de las palabras, como: Dijimos, queremos poner testigos. La palabra dijimos es inciso.

El miembro es un concepto acabado con orden de palabras, pero separado de todo el cuerpo del período, y que por sí ninguna fuerza tiene. Porque este miembro, Oh callidos homines! es perfecto; pero separado de los demás, no tiene fuerza; como las manos, pies y cabeza, separados del cuerpo. Lo mismo debe decirse de este otro miembro: Oh rem excogitatam! Oh ingenia metuenda! ¿Cuándo, pues, comienza a formar un cuerpo? Cuando llega el último remate, a saber: Quem, quœso, nostrum fefellit, id vos ita esse facturos? el que Cicerón juzga ser muy breve. Y así los incisos y los miembros casi siempre van interpolados y les falta el remate.

Muchísimos son los nombres que Cicerón da al período, tales son el de rodeo, círculo, comprensión, continuación y circunscripción. Dos son los géneros de períodos: uno sencillo, cuando un solo concepto se explica con un largo rodeo de palabras; y el otro que consta de miembros e incisos, y tiene muchos conceptos. Presentes estaban el carcelero y el verdugo del pretor (Verrinas, 117), y lo demás que sigue. Todo período tiene por lo menos dos miembros. La mitad del período parece que tiene cuatro; pero admite más frecuentemente. La medida que para esto usa Cicerón   —139→   es, o la de cuatro versos senarios, o concluir con la medida del mismo aliento. Lo que se debe observar es que deje perfecto el sentido; que sea claro de manera que se pueda entender, y nada desproporcionado para que se pueda conservar en la memoria. El miembro que es más largo de lo justo es pesado, y siendo más corto de lo regular no es majestuoso.

Siempre y cuando que fuere necesario perorar con vehemencia, con instancia y fortaleza, hablaremos por miembros separados y cortados. Pues esto vale muchísimo en la oración; y de tal manera se debe acomodar la composición a los asuntos, que en los ásperos se usen también necesariamente miembros ásperos, y que el oyente se horrorice igualmente que el que está hablando. En las narraciones usaremos también por lo regular de la división de miembros; y si usamos de períodos, les daremos mayores intervalos, o, para decirlo así, nudos más largos; exceptuando aquellas narraciones que se hacen no tanto para enseñar cuanto para el adorno, como en la oración de Cicerón contra Verres, el rapto de Proserpina. Porque en estas narraciones conviene que el contexto de la oración sea suave y fluido.

El período es acomodado para los exordios de los asuntos de importancia, cuando la materia requiere que se muestre solicitud o hacer algún elogio de una persona o mover a compasión. Asimismo en los lugares oratorios y en toda amplificación, pero se requiere que sea cortado en las reprensiones y numeroso en las alabanzas. En los epílogos viene mucho mejor, mas en toda la oración se debe usar para que sea más numeroso el estilo de la composición, cuando el juez no sólo está hecho cargo del asunto, sino que también está prendado de la oración y se rinde al orador y se deja llevar del deleite que le causa.

Para la historia no tanto se requiere una composición numerosa como un cierto rodeo y contextura de la oración.   —140→   Porque todos sus miembros tienen conexión a causa de ser seguida y fluida, como los hombres que aseguran el paso teniéndose agarradas las manos mutuamente, los cuales contienen y son contenidos a un mismo tiempo. Todo género demostrativo tiene los períodos más extensos y más libres; el judicial y forense, así como es vario por su materia, así también lo es por la misma colocación de las palabras.

En cuyo lugar debo tratar de la segunda parte de las dos de que poco ha hice mención. Porque ¿quién duda que hay expresiones que requieren suavidad, otras viveza, otras sublimidad, otras vehemencia y fuego y otras gravedad? ¿Y que para las graves, sublimes y adornadas son más del caso las sílabas largas? De manera que las suaves requieren un más largo espacio para su pronunciación, las sublimes y adornadas piden también la claridad de voces más bien que sus contrarias. Mejor acomodaría yo los pies más breves a los argumentos, divisiones y chanzas y todo lo que se asemeja más al estilo familiar.

Así que compondremos el exordio con variedad y según la naturaleza del asunto lo pidiere. Porque el ánimo de un juez se prepara con variedad; unas veces queremos que tengan compasión de nosotros, otras queremos ser modestos, otras fuertes, otras graves, otras suaves; unas veces queremos mover y otras exhortar a la diligencia y cuidado. Estas cosas, al paso que son diversas por su naturaleza, requieren asimismo también una distinta manera de componer. ¿Usó acaso Cicerón de unos mismos períodos en el exordio que compuso en defensa de Milón que el que dijo en favor de Cluencio y de Ligario?

En la narración son necesarios unos pies más lentos y por decirlo así más modestos, y con especialidad que estén mezclados de nombres. Porque así como muchas veces los versos la hacen más cortada, así también otras la hacen más subida; pero ella siempre se dirige a enseñar y a   —141→   imprimir las cosas en los ánimos, lo cual no es obra que se hace con apresuración. Toda la narración debe constar a mi parecer de miembros largos y períodos cortos.

Las razones fuertes y vehementes se expresan también en pies acomodados a su naturaleza, pero no como las que se componen de troqueos, los cuales son más breves, pero carecen de energía. Pero aun cuando estén mezcladas de breves y de largas, sin embargo no han de ser más las sílabas largas que las breves. Aquellas expresiones sublimes que se componen de palabras magníficas y claras, requieren también la grandeza del dáctilo y del peón, y aunque éstos por la mayor parte se componen de sílabas breves, sin embargo son bastante llenos por sus cuantidades. Por el contrario las ásperas se avivan más con los yambos, no sólo porque se componen de dos sílabas y por lo tanto tienen, digamos así, más frecuente pulsación o movimiento, lo cual se opone a la suavidad, sino también porque en todas sus partes se levantan, y pasando de las breves a las largas reciben aumento. Y por lo tanto son mejores los yambos que los coreos, los cuales constan de sílabas que pasan de largas o breves. Las cosas humildes, cuales son las que se usan en los epílogos, requieren sílabas largas y menos sonantes.

Finalmente, para acabar de una vez, la composición ha de ser por lo común del mismo modo que la pronunciación. ¿Acaso no manifestamos regularmente sumisión en los exordios, a no ser que sea preciso poner en movimiento al juez sobre el delito que se agrava o llenarle de indignación? En la narración ¿no usamos de palabras llenas y expresivas? En las razones ¿no tenemos viveza y somos prontos aun en el mismo movimiento de los afectos, así como en los lugares y descripciones numerosos y afluentes y de ordinario en los epílogos humildes y sumisos?

También tiene sus ciertos tiempos el movimiento del   —142→   cuerpo316, y la música usa de compases no menos para el baile que para el canto. Pues qué, ¿la voz en la pronunciación no se acomoda a la naturaleza de las mismas cosas de que hablamos? ¿Cuánto menos de maravillar es esto en los pies de que se compone la oración, debiendo manifestar las sublimes majestad, las suaves lentitud, las vehementes rapidez y fluidez las delicadas? Y así, cuando es necesario, aparentamos también hinchazón, como la que se contiene con especialidad en los espondeos y yambos:


Hyperoargus sceptra mihi liquit
Pelops...317.


Las expresiones ásperas y que sirven para injuriar reciben nueva fuerza aun en el verso con los yambos:


Quis hoc potest videre? Quis potest pati,
Nisi impudicus, et vorax, et aleo?


(Catulo, 29).                


Y hablando generalmente, en caso necesario, menos malo es que la composición sea dura y áspera que afeminada y sin nervio, como se ve en la de muchos, y cada día la hacemos más numerosa, dándole una uniforme cadencia como en el baile que se hace al compás de los instrumentos. Y ninguna composición habrá tan buena que deba ser siempre uniforme y constar siempre de unos mismos pies. Porque es una especie de versificación el observar en todos los discursos una misma regla, y esto causa tedio y fastidio, no sólo por la manifiesta afectación (cuya sospecha debe evitarse en extremo), sino también por la uniformidad. Y cuanto la composición tiene más dulzura dura menos; y el que se halla muy ocupado en el   —143→   cuidado de ella, tanto más crédito pierde y no hace impresión alguna ni causa conmoción, y el juez no puede darle crédito o compadecerse o enojarse por su medio, cuando piensa que está tan desocupado que se emplea en atender a los números. Y por esta razón algunos principios318 deben de intento proponerse con sencillez, y el mayor esmero consiste en que no parezca que se han trabajado con estudio.

Pero en la composición no hemos de usar más largas transposiciones de palabras que lo que sea necesario, para que lo que hiciéremos para agradar con ella no parezca que es estudiado con este fin319. Y ciertamente ninguna palabra omitiremos que sea acomodada y del caso para la suavidad. Porque ninguna habrá tan dificultosa que no se pueda cómodamente insertar en la composición; pero en evitar tales palabras no buscamos la hermosura, sino la facilidad de la composición. Sin embargo, no me maravillo de que los latinos se dedicasen más a la composición que los atenienses, aunque tienen en las palabras menos variedad y gracia. Y no diré yo que fue falta en Cicerón el haberse algún tanto en esta parte separado de Demóstenes. Mas el último libro explicará cuál sea la diferencia de nuestra lengua y de la griega.

La composición (pues me doy prisa a concluir el libro, que ya pasa del límite que me había propuesto) debe ser hermosa, gustosa y varia. Las partes de que se compone   —144→   son orden, unión y armonía. Debe tenerse cuenta con lo que se añade, quita y trastorna. Su uso ha de ser según la naturaleza de las cosas de que hablamos. Grande debe ser el cuidado que en la composición se ha de tener; pero de tal manera que sea mayor el que se ponga en los conceptos y en acomodar las expresiones. El disimulo de este cuidado ha de ser particular, para que los números o pies que forman los períodos parezcan como nacidos, y no que han sido traídos y arrastrados violentamente.