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El Club Literario de Lima es el órgano oficial de la cultura limeña de la época. Fundado originariamente bajo el nombre de Sociedad de Amigos de las Letras por el periodista y orador Cesáreo Chacaltana, el poeta y funcionario Luis B. Cisneros, el militar Juan Norberto Eléspuru, el historiador literario Félix Cipriano Coronel Zegarra, los intelectuales Ricardo Heredia, Enrique Ramos y Natalio Yrigoyen, la institución recibe desde entonces el apoyo del Presidente de la República, gracias a cuya subvención pública sus primeros Anales, dirigidos por Heredia, en el año 1874. Años después, bajo la presidencia de Simeón Tejeda, la Sociedad se transforma en Club Literario, y con el tiempo en el Ateneo de Lima. La prensa del momento asigna a las Veladas de Gorriti el espacio de «lo nuevo» en el campo cultural limeño, oponiéndolas al Club, en la medida en que ellas ofrecen una apertura que incorpora a un público más amplio, el de los jóvenes escritores y los intelectuales consagrados. Confrontadas así con el círculo estrecho de «la academia peruana», las tertulias son festejadas por su carácter de taller, donde los nuevos escritores pueden ensayar sus producciones.

Sin embargo, revisando la lista de sus participantes y la de los que conforman los miembros del Club, se puede comprobar que los intelectuales destacados que asisten a las tertulias de Gorriti son también representantes beneméritos de esa institución. Es el caso del mismo Ricardo Palma, Corpancho, Gamarra, entre algunos otros. Me detengo particularmente en el análisis de la relación entre estos espacios alternativos para la cultura limeña, y en el rol que ejercen uno y otro en la comunidad intelectual del momento, en El taller de la escritora, mimeografiado.

 

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El escritor ecuatoriano Numa Pompilio Liona, el chileno Prendes, un anónimo poeta cubano que bajo el seudónimo de El Solitario brinda a los compañeros de tertulias un «Canto Bélico» a su tierra, y la escritora boliviana Mercedes Belzú de Dorado -hija de Gorriti y el General Belzú-, participan de manera permanente de las veladas y representan a través de sus producciones la literatura de sus respectivas patrias.

 

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La existencia de la escritora Emma Berdier es una invención de Juana Manuela Gorriti y el escritor argentino Bernabé Demaría, que se ha convertido en una leyenda en Buenos Aires. En esta ocasión Gorriti traslada a Lima el nombre de la misteriosa escritora, agregando una vuelta más al mito que había forjado ya en la ciudad porteña e intentando así ampliar sus límites al escenario americano. Ver al respecto el trabajo de Cristina Iglesia: «La caja de sorpresas. Notas sobre biografía y autobiografía en Juana Manuela Gorriti», en El ajuar de la patria, Buenos Aires: Feminaria, ed. 1993.

 

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A tal punto, que cuando busca escribir una leyenda nacional, como es el caso de Lucía Miranda, apelará a la genealogía europea: Eduarda reescribe el mito inventando para Lucía una novela hacia atrás: la vida de su madre y de su abuela; en otras palabras, su abolengo. Así incorpora a la leyenda nacional la cuota europea prestigiosa que considera necesaria para fundar la epopeya americana.

 

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Esto constituye un tópico para la cultura argentina. Algunas décadas después Victoria Ocampo será denominada por Ortega y Gasset la «Gioconda americana». La denominación intenta señalar un oxímoron que conjuga la fina cultura europea y las raíces americanas y convierte a Victoria en una dama exótica del Sur. Los interlocutores porteños estarán orgullos de poder exhibir al mundo una imagen que los identifica una vez más con lo mejor de ambos mundos.

 

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En rigor, Gorriti se ve doblemente favorecida: el 19 de junio de 1872 el gobierno argentino dispone, mediante la Ley 513, pensionar a las viudas e hijos de los guerreros de la independencia; en septiembre del siguiente año la Ley 639 amplía estos beneficios a las mujeres descendientes de militares que lucharon a las órdenes de Güemes. Las leyes la obligan a permanecer en el país para poder gozar de sus alcances. La decisión de radicarse en Buenos Aires expresa en parte las necesidades materiales de la escritora; de la misma manera que el pedido reiterado de licencias para poder regresar ocasionalmente a Lima, señala una vez más la dificultad de Gorriti por abandonar la tierra peruana, que fue su hogar durante largos años.

 

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Mary Louise Pratt, Imperial eyes. Travel Writing and Transculturation, New York: Routledge, 1992.

 

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Gorriti anuncia más de una vez la radicación definitiva en Buenos Aires y vuelve a marcharse a Lima; la primera ocasión por el fallecimiento de su hija Mercedes, la segunda porque la reclaman sus amigos peruanos.

 

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La Alborada del Plata presenta su primer número el domingo 18 de noviembre de 1877. El 13 de enero del año siguiente, cuando cuenta con nueve emisiones, Gorriti anuncia sorpresivamente el traspaso de la dirección que había estado en sus manos hasta el momento, a las de la escritora entrerriana Josefina Pelliza de Sagasta, quien por su parte, había participado hasta entonces como colaboradora, junto a otras mujeres escritoras como Lola Larrosa, Zoraida y Raimunda Torres y Quiroga. La última entrega conocida de la publicación es de mayo de 1878.

 

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Gorriti convoca a Clorinda Matto a la Asociación Literaria de Lima para incorporarla en calidad de miembro, recibiéndola en una velada especial el 28 de febrero de 1877, cuando la joven escritora tenía recién veintitrés años. Así se vincula al círculo que cuenta con la presencia de escritores tan destacados como Ricardo Palma, la propia Gorriti, Mercedes Cabello, o Numa Pompilio Liona, entre otros.