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Jacinto Jijón y Caamaño

Jacinto Jijón Caamaño

Julio Tobar Donoso (ed. lit.)



[Indicaciones de paginación en nota.1]



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Personalidad sorprendente la de Jacinto Jijón y Caamaño, personalidad que no sólo señorea el campo estrictamente científico, en que vamos a estudiarla de manera principal, sino que invade triunfalmente otros ámbitos que parecen ajenos, por naturaleza, al sabio, al especialista, al hombre de letras: político, profesor universitario, empresaria fabril, varón de acción católica, mecenas y munífico protector de las clases desvalidas, etc. Personaje completo en la vasta significación de esta palabra, ha dejado rutilante estela que hará imperecedera su memoria en los anales de la Patria.

Nacido en 1891, muere antes de frisar con los sesenta años, en plena actividad y fecundo ejercicio de una soberanía cívica que hacía augurar para él numerosos triunfos. No tuvo ocaso. Desapareció cuando   —14→   estaba en el zenit de la influencia y de la fama en los diversos órdenes en que le tocó actuar.

Todo le sonrió al nacer: la aristocracia de la cuna, la riqueza, el cuidado amoroso de ilustres progenitores. Fue por todo esto uno de aquellos raros ciudadanos que representan a la par las fuerzas vivas de la tradición y el genio del progreso. Se arraigan en el pasado, pero para vivificar el futuro con las más puras esencias espirituales.

Mas estos factores, en un mundo que cambia incesantemente como el de hoy, en una sociedad que no quiere mirar a lo pretérito y que vive descontenta de lo que fue, le habrían, tal vez, divorciado de sus contemporáneos. Su carácter, en cambio, le acercaba a ellos. Dotado del genio de la atracción y de la conquista, fue desde el colegio imán de condiscípulos y coetáneos. Nunca la soberbia y el egoísmo mancharon su espíritu; y la virtud y el amor sobrenaturales contribuyeron, a la par, a hacerle, por serena e indefectible vocación, jefe y caudillo en una u otra forma y diferente sentido.

No estuvo, al principio, seguro de su orientación intelectual. Creyose llamado a los estudios de Derecho y comenzó los cursos de esta carrera en la Universidad de Quito. A poco, el servicio cívico, en época de ingrato recuerdo y de graves temores internacionales, le tentó con sus poderosos señuelos. Fuese a Bolivia como adjunto de una Embajada extraordinaria, que tenía por encargo conseguir el reflorecimiento de antiguas amistades, casi muertas por nuestra inercia.

Mas su genio no era para eso. Su vocación real, sus gustos preferentes le encaminaban a los estudios científicos e históricos. Un grande hombre es siempre modelador de aficiones y encauzador de talentos: La fundación de la Sociedad de Estudios Históricos   —15→   Americanos, fue en manos de Monseñor González Suárez, el preclaro Arzobispo e historiador, un foco de luz para su época, un troquel de espíritus, un semillero de iniciativas, un despertador de ingenios. Jijón y Caamaño halló allí su molde definitivo y su llamamiento providencial. Seria él el continuador de la labor genial del mismo Prelado, su alter ego en los arduos estudios de prehistoria de la patria.

Al mismo tiempo que se preparaba para recoger su herencia de luz y gloria, se ocupaba en otras tareas útiles para el bien general. Cofundador y tercer Presidente del Centro Católico de Obreros, hizo lo que treinta años antes, en Francia habían realizado el Conde Alberto de Mun y el Marqués de la Tour du Pin: servir al pueblo, organizar a la clase obrera; trabajar por la unión, en los principios de la Encíclica Rerum Novarum, de los artesanos de Quito. Y así fue como en manos de un grupo de aristócratas e intelectuales nació la primera sociedad interprofesional católica, copia de la de Francia. Si poco propicio el modelo, la sustancia de la idea era excelente y el amor que la inspiraba, digno de aplauso y de encontrar nuevas formas adecuadas de acción, que darían más tarde vida al sindicalismo obrero católico antes de que le imprimieran urgencia los estímulos socialistas. Luego partió a Europa, acompañado por su madre y otro miembro meritísimo de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios históricos americanos, don Carlos Manuel Larrea. Allí aprendió idiomas, indispensables para ahondar en el conocimiento de las disciplinas científicas en que se había especializado; allí robusteció su caudal de saber y adquirió obras valiosísimas que enriquecieron luego su sin rival biblioteca americanista, verdadero emporio de tesoros imperecederos en tales ramos; allí publicó sus primeros libros y folletos: El Tesoro del Itschimbía y Los Aborígenes de la Provincia de Imbabura en la República   —16→   del Ecuador, sin economizar costos. Este último se vinculaba estrechamente, como el hijo a su madre, con la sabia monografía del señor González Suárez, Los Aborígenes de Imbabura y el Carchi. Pero si los dos trabajos se asemejaban sobremanera y patentizaban igual sed de saber y de descubrir los arcanos de nuestro pasado, el de Jijón y Caamaño venía a constituir el primer fruto de un nuevo método: el de las excavaciones, llevadas a cabo sistemáticamente en tres lugares diversos: las haciendas del Hospital y San José en Imbabura y el pueblo del Quinche, en Pichincha2. La segunda obra no sólo pone de manifiesto al saber geográfico, arqueológico y antropológico del autor -saberes íntimamente enlazados entre sí-, sino su profundo conocimiento de los métodos científicos modernos. El autor se muestra caudaloso dueño de todos los datos que la ciencia exige para el estudio del problema básico: el de la cronología de las diversas áreas culturales, sobre el cual apunta ya importantes conjeturas. En este libro se esboza también severa crítica de la obra del P. Juan de Velasco, intitulada Historia del Reino de Quito, considerada hasta entonces como indiscutible. Jijón concluye que es una fábula.

Las Academias premiaron tan importantes aportaciones a la prehistoria ecuatoriana con las más altas recompensas y nombramientos.

Vuelto al Ecuador comenzó Jijón y Caamaño su nueva actividad científica que, con brevísimos paréntesis   —17→   originados por vicisitudes políticas y expatriaciones forzadas, duró hasta su muerte y que constituye, sin duda, la obra más copiosa que un sabio seglar ha erigido en el campo de la prehistoria ecuatoriana. Si monumentum requires circumspice, se podría decir sin temor. El mejor monumento que puede honrar a Jijón es el de su propia bibliografía. Y es preciso advertir que ésta, reducida al principio a la prehistoria y sus ciencias auxiliares, poco a poco se ensancha hasta penetrar en todos los períodos de la historia ecuatoriana y en los escabrosos dominios de la prehistoria continental. No sólo intensifica su obra personal, sino que promueve la venida de ilustres especialistas, como Max Uhle, cuya permanencia e investigaciones costea con egregia munificencia. Jijón ha sido, sin duda alguna, el más esclarecido Mecenas de los estudios e investigaciones científicos en el Ecuador.

Fundado el Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos americanos en 1918, elevada muy luego ésta a la alta categoría de Academia Nacional, Jijón, Presidente y protector de ella, publicó, en cada número, sabias monografías que iban esclareciendo diversos aspectos ignorados o superficialmente conocidos de la prehistoria ecuatoriana y continental e hizo, a la par, llamamiento eficaz a todos los especialistas de América para que diesen a la luz, en el mismo órgano, el resultado de sus trabajos, pues estaba convencido de que ni la historia, ni la prehistoria entregarían sus secretos sino en virtud de la labor tesonera y solidaria de todos los investigadores de América. Muchos de éstos acudieron al llamamiento amistoso de Jijón y Caamaño y honraron el Boletín con importantísimos estudios. Él mismo inició su participación en dicho órgano con un boceto biográfico del Vizconde de Kingsborough, gran investigador del pasado de   —18→   México. Ese boceto estaba encaminado, no sólo a honrar a un personaje que había trabajado abnegadamente por descubrir los soterrados misterios de la cultura precolonial de nuestros países, sino para llamar la atención hacia el deber que corría al Continente de apoyar con generosidad a los especialistas que se aventuraban en este operoso campo y no dejarlos morir... ¡en la cárcel!

A este ensayo siguieron muchos otros, en cada uno de los cuales patentiza Jijón y Caamaño el acervo abundantísimo de su sabiduría científica, su incoercible libertad de espíritu y su criterio personal, incapaz de dejarse seducir únicamente por el argumento de autoridad, por venerable y secular que fuese. En el mismo primer volumen del Boletín apareció su Examen crítico de la veracidad de la Historia del Reino de Quito, que levantó ardiente polémica, no apagada hasta hoy. Es verdad que seguía parcialmente los razonamientos de Monseñor González Suárez en varios de sus últimos estudios; pero Jijón iba mucho más lejos que él y armado de nuevos argumentos e investigaciones personales, como los ya anotados, destruía leyendas, amorosamente celadas por los ecuatorianos y robustecidas con el reciente parecer de sabios como los Joyce, Saville y Rivet. No vacilaba, en fin, en barruntar que el benemérito P. Juan de Velasco, había seguido métodos semejantes a los que empleó su colega Román de Higuera para enaltecer las glorias de Toledo. La acusación era desmedida y muchos tocaron justamente rebato.

Honrosa, en cambio, para Jijón fue la reparación que hizo de la acerba censura con que había herido la reputación del autor de la Historia del Reino de Quito. No modificó, en sustancia, de criterio; consideró como antes que la unidad política, anterior a la dominación incásica, de la sierra ecuatoriana era un   —19→   mito; pero ya no hizo pesar sobre Velasco la invención. Si en el Examen Crítico había defendido a Collahuazo, en Antropología Prehispánica del Ecuador, techó sobre él la responsabilidad de la supuesta superchería y reconoció paladinamente que «Velasco, hombre de buena fe, probo, escrupuloso, pero crédulo, debió ser víctima de un engaño» (pág. 40).

Puede decirse que a partir de 1919 el saber arqueológico de Jijón comienza a dar extraordinarios frutos en trabajos monográficos de incalculable valía que, como era natural, fueron retocados y enmendados alguna vez posteriormente; pero que ya acreditaban la magistral hondura y extensión de sus conocimientos. En ese año aparece la Contribución al conocimiento de las lenguas indígenas que se hablaron en el Ecuador... y el Volumen I de La Religión del Imperio de los Incas, dedicado a los Fundamentos del Culto (huacas, conopas, apachitas, montes, rocas, cuevas y minas doradas), estudio exhaustivo que, por desgracia, no concluyó. Siempre insatisfecho de sus trabajos, a pesar de la pasión y competencia con que a ellos se entregaba, cambió de plan y, en parte, de métodos y se contentó más tarde con publicar, a modo de apéndice, el Compendio-Historial del Estado de los Indios del Perú, del célebre Lope de Atienza, haciendo inmenso servicio a la bibliografía americana. Basose Jijón en un manuscrito conservado en la Colección Muñoz, de la Real Academia de la Historia.

En el siguiente año da a la luz su Nueva contribución al conocimiento de los Aborígenes de Imbabura fruto de recientes excavaciones metódicas hechas con la fraterna y preciosa colaboración de Carlos Manuel Larrea. Juntos habían editado en 1918 Un Cementerio Incásico en Quito y Notas acerca de los Incas en el Ecuador, que robusteció la fama común. No sólo analiza Jijón con admirable escrupulosidad el   —20→   corpus de la cerámica imbabureña; sino que entra a escudriñar con sorprendente perspicuidad la civilización misma, en sus variadísimos aspectos, de dichos aborígenes. Corona el estudio el examen magistral antropogeográfico de las culturas de Imbabura y de sus enlaces, parentescos y afinidades.

Desde 1921 a 1924 publica en el Boletín el afamado estudio sobre Puruhuá, contribución al conocimiento de los aborígenes de la provincia del Chimborazo, basado en extensas y prolijas investigaciones en el valle de Guano y en los alrededores de Riobamba y de Ambato. Sigue en él el método que había presidido en sus anteriores monografías; y ensaya ya el establecimiento de un orden cronológico de culturas, comenzando por las de Proto-Panzaleo, I y II, siguiendo por los períodos de Tuncahuán, de Guano y de Elén Pata, cada uno de los cuales es objeto de prolijo y finísimo análisis. El sabio antropólogo esboza conclusiones provisionales acerca de las relaciones de la última cultura con la de Tiahuanaco y la de Centro América. El segundo tomo versa acerca del período de Huavalac y los Puruhaes, contemporáneos de los Incas. Luego entra, a título de ensayo (parece obra definitiva) a esclarecer los delicados problemas relativos a las lenguas habladas en Puruhá y a sus ignoradas conexiones con otras de mayor trascendencia continental.

En 1927 publicó Jijón la separata de Puruhá, que en realidad es obra distinta, pues introdujo importantísimas modificaciones en el texto primitivo aprovechando recientes trabajos e investigaciones realizados tanto dentro como fuera del País. Puruhá no es un trabajo para el vulgo: constituye un tesoro inestimable de ardua ciencia, que difícilmente puede superarse.

Infatigable en extender el campo de su saber, durante el mismo periodo que hablamos, dio a la publicidad   —21→   otros trabajos conexos con los anteriores y tan doctos como La Edad de Bronce en la América del Sur. Regalos áureos fueron asimismo su Disertación acerca del establecimiento del Colegio de San Fernando y su brillante y definitiva síntesis sobre la Influencia de Quito en la emancipación del Continente Americano. Ya no era mero especialista en la prehistoria del Continente, sino el historiador de genio, que había modelado sus austeros criterios de veracidad y crítica en el irrompible y acerado troquel de su sapientísimo maestro, Monseñor González Suárez.

Simplemente aparente es el paréntesis que a la actividad científica pudo imponer su participación de la política, que se inicia en 1924. Ausente del Ecuador, no abandona sus estudios predilectos y antes bien amplía y abrillanta su cultura. En el Perú realiza felices excavaciones metódicas en el grupo de huatas, situado en las inmediaciones de Lima, desde el 15 de marzo hasta el 11 de Julio, con un gran equipo de trabajadores. Resultado luminoso de esta labor, tan abnegada como noble, es el libro Maranga, acaso el más hermoso -en su parte externa y en el lujo de su presentación- de los editados por Jijón y que no puede menos de constituir un modelo de esta clase de estudios.

No fue Maranga el solo resultado de su permanencia como desterrado político en el Perú. Publicó también Notas de Arqueología Cuzqueña, a modo de testimonio y concreción de su viaje de estudios a esa interesantísima parte de la vecina República en 1928. En el Perú debió de componer, en fin su primer esbozo de síntesis prehistórica, Una gran marea cultural en el N. O. de Sudamérica, notable así por la audacia de sus conceptos, como por la selecta erudición y la valía de los métodos empleados. El sabio autor prescinde, una vez más, así del método descriptivo,   —22→   como del simplemente geográfico, incapaces ambos de dar el cuadro completo de la realidad prehistórica; y emplea ante todo el histórico, el único que proporciona base invulnerable para la formulación de hipótesis verdaderamente científicas.

«A la luz de todas las observaciones juntas en las páginas precedentes -concluye el eminente compatriota-, aparece más clara la cronología prehistórica del N. O. de Sudamérica. A una población primitiva, con cultura semejante a la de los actuales Fueguinos o a la de los pescadores primitivos de Arica, habría sucedido otra, cuya civilización era erradicación de la arcaica (Protopanzaleo I, Preprotolima); luego, nuevas olas culturales, conexionadas con el avance hacia el Sur de los Chorotegas, antes del año 100 anterior a Jesucristo, habrían producido una nueva fecundación (Proto-panzaleo II); vinieron después otras mareas, entre ellas la más importante derivada del arte chorotega, ya influido por el de los Mayas del antiguo imperio (100-600 A. D.), que se extendió por una gran región de América o influyó en los estilos de Chavin y Tiahuanaco; y otras conexionadas más bien con otras culturas superiores de más al norte, que obraron casi simultáneamente, o poco después».


(Pág. 196)                


Entre sus trabajos inéditos está uno que intituló Estudios hechos sobre las inmediaciones de Lima en 1924.

No cabe duda de que Jijón ha sido, entre los sabios arqueólogos americanos de nuestra generación, uno de los que más adelante han llevado sus sólidos ensayos tendientes al establecimiento de la verdadera cronología prehistórica, fundada en decisivas investigaciones personales.

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Vuelto al país, cuando ya la vida cívica tomaba derroteros más claros y democráticos, Jijón y Caamaño compartió su tiempo entre la ciencia y la política, en la que llegó a ocupar las más altas situaciones: Jefe de partido, Senador, miembro de la Junta Consultiva de Relaciones Exteriores, primer Alcalde de Quito, candidato a la Presidencia de la República, etc.

Al servicio de la Patria llevó el caudal de su saber histórico, núcleo vital de su pensamiento cívico. El libro que publicó como exposición programática, Política conservadora, (2 vols. 1929 y 1934) es luminosa síntesis de sus ideas, pero también de sus conocimientos sociológicos, históricos y geoantropológicos. No hay aspecto del país que no esté allí doctamente analizado. Puede el lector disentir en la parte práctica, pero nunca desdeñar el fundamento científico de sus afirmaciones. Desentraña la realidad a la luz del pasado y de criterios perennes; y va en busca del porvenir sobre la firme base de la tradición nacional, que no quiere verla desustanciada o bastardeada por ideales foráneos.

Este libro político-científico se enlaza de manera vital con otro, rigurosamente histórico, Sebastián de Benalcázar, donde campean, a la par, riguroso análisis de las fuentes históricas, investigación profunda y vigoroso examen de los fundamentos étnico-geográficos de nuestro país, de las raíces económico-feudales del vivir nacional y del abolengo religioso de la raza. El lenguaje, un tanto duro en los primeros escritos del especialista, se vuelve ya castizo y elegante. El relato va acompañado de numerosos y desconocidos documentos, que figuran, ora en el cuerpo de la obra, ora en apéndices. La obra se compone de tres grandes tomos, que vieron la luz sucesivamente en los años 1936, 38 y 1949. El segundo lleva como primer Apéndice un estudio de capital importancia   —24→   acerca de Las Naciones indígenas que poblaron el occidente de Colombia, al tiempo de la conquista, según los cronistas Castellanos, apéndice que constituye una monografía independiente.

En 1941 principió Jijón la edición de otra obra magna El Ecuador Interandino y Occidental, en la cual quiso hacer la síntesis de sus anteriores trabajos y de los resultados obtenidos en sus investigaciones, corrigiendo hipótesis que, como él mismo dice con sabia y ejemplar modestia, «resultaron después o incompletas o erróneas». Natural, lógico e inevitable -añadió para que nadie se llamase a engaño-, era que muchas de sus deducciones hubiesen merecido rectificación.

Quizás, sin embargo, constituía todavía empresa prematura la labor de síntesis, por fundada que apareciese después de veinte años de incesante investigación, cotejo de fuentes y contraste de opiniones personales con las de ilustres especialistas de fuera y dentro. Y decimos prematura porque los cuatro volúmenes gigantescos del Ecuador están atestados de datos de primerísima mano, de análisis vigorosos de lenguas y dialectos hablados en el territorio ecuatoriano, etc. Los materiales aportados para el estudio de estas lenguas son abundantísimos y cuesta sobremanera creer que pudiera acopiarlos un solo hombre. Y no contento con labrar esa monumental arquitectura lingüística, inicia luego el descubrimiento de otros filones de riqueza, las lenguas del sur de Centro América y el Norte y Centro del Oeste de Sudamérica, para llevar a cabo la labor agobiadora de desentrañar el enlace de los idiomas.

La verdadera síntesis la hizo Jijón mismo en su libro inédito Antropología Prehispánica del Ecuador, que no alcanzó a revisar personalmente y que fue   —25→   publicado por los amorosos cuidados de su esposa e hijo en 1952. Había sido escrito en 1945, cuando comenzaba la larga enfermedad que debilitó sus energías físicas, pero no alcanzó a amenguar su pasión por la ciencia.

No obstante faltarle esa última mano, que sólo el autor puede dar a su obra predilecta, la Antropología Prehispánica del Ecuador constituye genial ensayo de reunión y aquilatamiento de todos los elementos dispersos en las anteriores monografías, aladeados ya los detalles que avalora y sopesa el especialista, pero innecesarios para el hombre medio, anheloso de encontrar, en breves páginas, la esencia de las numerosas culturas en que se dividió nuestro país antes de la conquista. Tan aplaudida obra pone de resalto la inteligencia de su autor, que fundía cualidades diversas, las del que descompone y del que junta, del que se eleva de lo particular a lo general y de lo general vuelve a lo particular, del que se remonta a las causas y primeros principios de los seres y de ellos desciende a los efectos, abrazando los factores opuestos en una sola visión luminosa y sintética.

En 1956, o sea seis años después de su llorada desaparición, sus ilustres deudos publicaron Las Culturas Andinas de Colombia, cuyo mérito principal consiste en la sabia interpretación, a la luz de las conclusiones a que había llegado en anteriores estudios en el Ecuador y el Perú, de las investigaciones de afamados especialistas. No es, por lo mismo, producto de examen personal de los rastros y huellas que han dejado las culturas primitivas en el territorio colombiano, sino una especie de contraste y acrisolamiento de juicios acerca de problemas insuficientemente estudiados, a cuyo conocimiento aporta, en varios casos, definitivo concurso. Aunque Jijón y Caamaño no había practicado investigaciones personales en el país hermano, lo   —26→   había recorrido con ese su ojo penetrante, a fin de hacer oportunamente el cotejo y parangón expresados.

Este trabajo, como lo comprenderá el ilustrado lector, estaba preparado por otros anteriores sobre las lenguas y culturas de Colombia. Lástima grande fue, a no dudarlo, que su esposa e hijo no lograran encontrar, entre los papeles de Jijón y Caamaño, el mapa lingüístico y étnico del Occidente Colombiano, que había elaborado para el indicado libro.

A más de los grandes estudios que acabamos de pasar en revista con penosa rapidez, sin detenernos a ponderar en detalle sus cualidades sorprendentes, nos dejó Jijón y Caamaño innumerables estudios menores, algunos de los cuales vieron la luz en el propio Boletín de la Academia y después fuera de él. Todos ellos llevan el sello de su paciencia benedictina y de esa brillante profundidad que fue como la característica de su genio científico.

Practicó la magnificencia en el uso de las riquezas con los pobres, con las instituciones católicas y con la Iglesia, y, a la par, con la ciencia. No sólo costeó por siete años el Boletín de la Academia, la más bella entonces entre las revistas de su género en América hispana y aun en Europa, sino que publicó numerosas obras ajenas, sin reparar en costos. Entre esas publicaciones nos es grato señalar las siguientes:

Escritos de Espejo. Tomo II. (Con prólogo de Homero Viteri Lafronte).

Miguel Cabello Balboa. Obras. Vol. I, 1945 (Lleva introducción del mismo señor Jijón y Caamaño).

Carlos Emilio Grijalva. Toponimia y Antroponimia del Carchi, Obando Túquerres e Imbabura. 1947 (Id.)

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Juan de Miramontes Suázola. Armas Antárticas. 1921 (2 tomos. Id.)3.

Santiago de Tesillo. Restauración del Estado de Arauco. Edición Facsimilar: 1923.

Javier Alegre. Memorias para la historia de la Provincia que tuvo la Compañía de Jesús en Nueva España. México. 1940 y 41. Con introducción de Jijón Caamaño.

Solemne Pronunciamiento... 1930

Sería incompleta esta breve reseña de sus méritos científicos, si no mencionásemos la formación de la Biblioteca americanista y el Museo que llevan su ilustre nombre, ambos únicos en su género. Enriqueció la primera con numerosas obras raras, adquiridas a todo precio, sin economizar sacrificio alguno, en Europa y América, sin que jamás pusiese tasa en eso de lograr que estuviesen a la mano todos los elementos indispensables para sus estudios propios y los ajenos. El Museo, con sus grandes secciones, la artística y la antropológica, es la prueba viva no sólo de sus valiosísimos hallazgos e investigaciones dentro y fuera del país, sino de sus afanes por la formación de un Instituto que llenase la falta del oficial existente, en otros lugares.

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La selección que hemos hecho de diversos estudios publicados durante cerca de cuarenta años de labor científica da, a lo que creemos, idea aproximada de la extensión de su saber y forma un cuerpo de doctrina homogénea acerca de la evolución de la nacionalidad, desde sus primeros orígenes hasta la emancipación. Viene, por lo mismo, a llenar grave vacío en nuestras letras.

Raro privilegio el de estos hombres que, como Menéndez Pelayo, sin haber escrito la historia general de un pueblo, han dejado una cantera de sabiduría, de donde pueden extraerse con facilidad las piedras vivas que han de servir a los que la forman de jalones fundamentales, a lo largo de los cuales cabe trazar con seguridad y brillo perdurable las grandes líneas de sus anales.





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