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Juan del Valle y Caviedes como lector de Francisco de Quevedo

Pedro Lasarte





El poeta del virreinato del Perú, Juan del Valle y Caviedes, nace en España, en Jaén, en 1645 y -según su biógrafo Guillermo Lohmann Villena- se traslada de muy temprana edad al Perú, donde permanece hasta su muerte en 16981. En este ensayo quisiera aproximarme a un asunto que se reitera constantemente en manuales de literatura o en estudios sobre el autor pero que, en realidad, no se elabora en gran detalle. Se trata de la relación de dependencia literaria que el poeta virreinal pudo tener para con Francisco de Quevedo, con quien tiene muchos puntos de contacto. Emilio Carilla, por ejemplo, llama a Valle el «Quevedo limeño» (p. 223) y anota varias correspondencias entre los dos. De modo similar, aunque con cierta valoración negativa, Mariano Picón Salas lo llama un «Quevedo menor y mucho más lego» (p. 140).

Entre las obras de Valle y Caviedes hay varias referencias muy directas a que Quevedo -quizás en especial su sátira (pero no sólo)- era una importante presencia en el autor virreinal. Hay, por ejemplo, un poema en el cual expresa una relación con el peninsular que nos recuerda lo que Harold Bloom llamó la «ansiedad de la influencia». Es un texto cuyo título reza, con algunas variaciones en los manuscritos originales, «Los efectos del protomedicato de don Francisco de Bermejo sabrá el curioso en este romance, escrito por el alma de Quevedo, que anda penando en sátiras»2. Es una referencia consciente, algo jocosa, a su imitación del escritor español, pero imitación posiblemente compleja ya que «penar» era, y es, en el Perú, una referencia al «fantasma o alma que anda en pena» (RA)3. Este poema, como muchos otros de Valle, tiene como blanco satírico -algo muy tópico del género- a la medicina, profesión que también satiriza Quevedo en muchas ocasiones; entre ellas, por ejemplo, en El sueño del juicio final, El sueño del infierno, y El sueño de la muerte4, pero, como espero mostrar, entre los dos autores hay ciertas diferencias.

Ambos recogen tópicos satíricos muy semejantes, pero el escritor virreinal parece acercarse a la crítica de la medicina con mayor proximidad a su realidad social. No sólo se burla de la medicina en general, sino que ataca directamente a un número de médicos contemporáneos e identificados con sus nombres verdaderos. Para el caso de Quevedo, Ignacio Arellano ha mostrado que su sátira de la medicina se remonta a una tradición muy antigua, pero sugiere a la vez que esa tradición se recontextualiza en el momento del autor ya que, nos dice, hay en su obra una «hiperbolización de los atributos reales de médicos del siglo XVII»5. Algo igual veo en Valle y Caviedes, pero con una diferencia que lo impulsa a la agresión personal. Se sabe que Quevedo con su sátira llevó a cabo ataques ad hominem, pero eran ataques dirigidos a ciertos personajes que entroncaban con su vida y sus relaciones cortesanas o literarias como, por ejemplo, Góngora6. En el virreinato del Perú, algunos de los médicos satirizados por Valle y Caviedes tenían puestos de importancia, como el que va mencionado en el título del poema escrito por el «alma de Quevedo», es decir, Francisco de Bermejo, poema en el cual también se satiriza a otro médico, Miguel de Ossera. Lo que hay que notar es que estos dos personajes habrían formado parte -en Lima- de más de una controversia en lo tocante a sus herencias culturales -ya criollas o peninsulares- y, por lo tanto, sus correspondientes méritos para recibir puestos oficiales, como el del Protomedicato del Perú7. Quevedo y Valle y Caviedes se acercan satíricamente a la medicina, pero, como sugeriré, con propósitos diferentes. ¿Qué pudo pensar Valle y Caviedes sobre lo que hoy llamaríamos, si quisiéramos ser algo anacrónicos, su «dependencia» para con Quevedo? No nos olvidamos que la imitatio era todavía una práctica literaria de importancia, pero hay, sospecho, gato encerrado en la imitación vallecavediana.

Pasemos primero, entonces, a un poema en el que la persona satírica de Valle y Caviedes, autodenominándose «doctor de médicos», le aclara al lector que su vituperación de la medicina ha de tomarse en serio. Esto, claro está, no sin una típica mueca burlona:


   No son capricho mis versos,
como los médicos piensan
y publican que es manía
y agudo ingenioso tema.
Y porque vean se engañan,
traeré aquí los que cooperan
conmigo en este dictamen,
para apoyo de mi idea.


(43, vv. 141-148)8                


Y de inmediato el poema enumera una serie de escritores y satíricos que se han enfrentado con la medicina. Hay cuarenta, desde San Agustín, pasando, entre otros, por Sócrates, Plutarco, Diógenes, Cicerón, Tito Livio, Juvenal, Epicteto, Alfonso el Sabio, Quevedo, Cáncer, Villamediana, hasta llegar a parar en el dramaturgo Moreto. Lo que es notorio es que en este poema, en el cual se enumera la tradición, Quevedo es sólo uno de cuarenta, y merece sólo cuatro versos. Hay que preguntarse, entonces, si esto no es un intento de relativizar la importancia de Quevedo en su obra.

Regresemos al poema que se dice haber sido escrito por el «alma de Quevedo». De allí se rescatan varias coincidencias tópicas entre los dos autores. Un primer ejemplo sería la burla de la pretensión de las vestimentas prescriptas por ley para los médicos: sus ropas, adornos, anillos y collares; y también una mofa del uso de latinajos y aforismos por parte del llamado «médico latino»9. En Valle leemos los siguientes versos, en burla del médico Bermejo:


   Empuñó el puesto, y muy grave,
dando al Cielo gracias, dijo:
gratias a Deum en su
mal latín de solecismos.
[...]
Autorizose de galas,
y multiplicando anillos,
añadió esta liga docta
a su ignorante esportillo.
Nuevo aderezo a la mula,
también de gala le hizo,
porque lo bruto quedase
de todo punto vestido.


(44, vv. 9-32)10                


Sin negar que éstas son burlas tópicas, no nos olvidamos que Valle sí tenía presente a Quevedo. No sería descabellado pensar en algún eco o recuerdo de ciertos pasajes del Sueño de la Muerte del autor peninsular: «fueron entrando unos médicos a caballo en unas mulas [...] guantes en infusión, doblados como los que curan; sortijón en el pulgar con piedra tan grande, que cuando toma el pulso pronostica al enfermo la losa». Y allí mismo añade Quevedo que los médicos

ensartan nombres de simples que parecen invocaciones de demonios: buphthalmos, opopanax, leontopetalon [...] petroselinum [...] Y sabido qué quiere decir esta espantosa barahúnda de voces tan rellenas de letrones, son zanahoria, rábanos y perejil, y otras suciedades11.


Hay, entonces, una coincidencia tópica entre los dos segmentos citados -algo que Carilla, sin embargo, ve como imitación directa (pp. 225-226)-. Son, sin duda, coincidencias, pero, sugiero yo, con una diferencia importante. Si en el caso de Quevedo se trata de una sátira general de los médicos, ya sea tópica o sobre las prácticas medicinales de su momento, en Valle y Caviedes la temática crítica -o ideológica- recae fuertemente sobre el Perú y sus conocidas contiendas entre criollos y peninsulares12. Don José Miguel de Ossera y Estella -uno de los médicos satirizados en el poema- había nacido en Zaragoza y había sido médico de don Juan José de Austria antes de llegar al Nuevo Mundo -hacia 1688- con el séquito del virrey Conde de la Monclova; esto en calidad de Médico de Cámara. Luego, rápidamente, alcanza el cargo de «Protomédico de Lima». El poema de Valle se mofa de la inteligencia de este médico, diciéndonos que «Protoverdugo de herencia / Osera a Bermejo hizo, / por su última y postrera / disposición de jüicio» (44, 104). En estos versos la referencia a la «postrera disposición» o agilidad mental de Ossera se lee, escatológicamente, como una última evacuación intestinal. Aquí la visión burlesca de Valle parece asumir una voz anti-peninsular al unirse a ciertas críticas del momento que alegaban que este médico Ossera, habiendo venido de España, «desconocía el temperamento de la tierra y la virtualidad de los fármacos locales»13. Por otro lado, Francisco Bermejo y Roldán, el otro médico satirizado en el poema por su despliegue de vestimentas y latinajos, después de mucha solicitud a la corona, también alcanza el puesto de Protomédico de Lima en 1692. Este otro era un hidalgo criollo y personaje de importancia dentro del sistema virreinal peruano; es decir, un buen representante de la hidalguía criolla que ejercía presión para asumir lugares de importancia y poder. La visión satírica de Valle, sin embargo, como hemos visto, arremete también contra el criollo (recordemos los versos ya leídos sobre la ostentación en el vestir y el hablar).

Ahora, como he mostrado en otro lugar, aunque a primera vista esta doble crítica podría verse como una contradicción ideológica por parte del poeta virreinal, no lo es: más bien forma parte del proceso satírico de Valle y Caviedes, quien no toma una posición crítica unidimensional, sino que recoge las múltiples y contradictorias opiniones y voces que se escuchaban en su contorno virreinal peruano14. Lo que nos concierne aquí, sin embargo, es apuntar que el eco satírico que se podría escuchar de Quevedo, en Valle y Caviedes se nutre de un referente propiamente americano. Se «americaniza», por así decirlo. Veamos.

Hay otro poema que reiteradamente se ha visto como «emulación» por parte de Valle y Caviedes. Se trata de una tópica burla de la prostituta infectada por la enfermedad venérea. En palabras de Emilio Carilla

Caviedes imita en diversas oportunidades poemas quevedescos. No exagera, sin embargo, los préstamos, préstamos que, por otra parte, se mezclan ingeniosamente a la pluma ágil de «el poeta de la ribera» [es decir, Valle]. Un ejemplo: el romance A la bella Arnada esta calcado en gran parte sobre uno de Quevedo (Cura una moza en Antón Martín la tela que mantuvo).


La comparación o préstamo lo halla Carilla en el cotejo de las siguientes estrofas. En Valle y Caviedes:


   Purgando estaba sus culpas
Arnada en el hospital,
que estos pecados en vida
y en muerte se han de purgar...


Y en Quevedo,


   Tomando estaba sudores
Marica en el hospital,
que el tomar era costumbre
y el remedio es el sudar...


(Carilla, pp. 224-225)                


A pesar de posibles coincidencias entre los dos autores, es claro que, como en el caso anterior, también se trata de tópicos literarios. Esté o no imitando directamente a Quevedo en esos poemas -algo posible- es importante ver que Valle y Caviedes nuevamente recontextualiza la herencia literaria en una situación crítica directamente relacionada al virreinato.

En otro lugar, aunque no en lo tocante a Quevedo, ya me había acercado a este poema sobre la mujer sifilítica, titulado «A una dama que por serlo paró en la caridad»15. No voy a repetir mi análisis, que mostraba una visión bastante particular de la misoginia de Valle, pero sí vale la pena sugerir que, aunque sea o no una imitación directa de Quevedo, sí es una imitación que se remonta, por extensión, a esa «alma» o «sombra» de Quevedo que andaba penando al escritor virreinal; y es un poema que conlleva un jocoso suplemento referencial sobre los conflictos que se daban en torno a la minería en el virreinato del Perú. Los versos del poema de Valle pasan revista jocosa y grotesca a los estragos del llamado mal de bubas, en estrecha relación con el negocio de la prostituta y su deseo de recuperar la lozanía que le permitiese continuar sus ganancias. La metaforización que usa el poeta combina varios códigos: la sexualidad, la enfermedad y sus posibles curaciones, el negocio y la minería. Reitero que no voy a repetir mi análisis, pero hay que mirar algunas cosas de cerca. En Quevedo la referencia a la cura de la sífilis de la mujer, como vimos arriba, es la «de tomar sudores», y -añadimos- tal cura se llevaría a cabo con el llamado «palo santo» o «guayaco» traído de las Indias (recordemos, como lo hace también Carilla, el conocido episodio del soldado que tomaba «sudores» en el Coloquio de los perros de Cervantes).

La cura que recibe la «dama» limeña, sin embargo, es otra: es la que se hacía con el frote de mercurio, asunto que le lleva a Valle y Caviedes a elaborar un serie de chistes en torno a la descripción de la mujer en términos astrológicos v. g. la estrella, los luceros, Venus, y Mercurio)16. Cito una estrofa:


   De su estrella se lamenta
porque en luceros peligra,
si cuanto causó la Venus
con el mercurio no quitan.


(81, vv. 33-36)                


Pero más importante para nuestro asunto aquí, es la siguiente estrofa:


   A puro azogue, presume,
la tiene de volver piña
[...]
la que tiene más estacas
que todas las de las Indias.


(81, vv. 89-96)                


La dama peruana, estropeada por el llamado «mal de bubas», desea recuperar la juventud que su profesión requiere, y se imagina que el azogue puede ser la solución para convertirla nuevamente en una fruta fresca, en una «piña». Es una fruta, sin embargo, que se halla cubierta de espinas, algo que en el poema de Valle alude a las marcas que la mujer tendría en la cara, pero aun de mayor importancia es el hecho de que se trata de una fruta americana -y bautizada así por Gonzalo Fernández de Oviedo17-. Pero la palabra piña, según el Diccionario de Autoridades, era también «una porción de plata pura»; es decir, la depurada por el azogue. Hay, entonces, una burla de la «pureza» de la dama, pero en diálogo semántico con su sexualidad y la naturaleza americana. Tal cruce se observa también en el siguiente verso, donde leemos que la mujer tiene «más estacas que todas las de las Indias». ¿A qué se refiere el poema con tener estacas? Podría ser una alusión fálica, o una referencia jocosa a las espinas de la piña con la cual se quiere asociar, pero la palabra «estaca» también tenía una significación relacionada a la riqueza minera del Nuevo Mundo, y del Perú. En el Diccionario de la Academia leemos que «estaca» indica la «pertenencia de una mina que se concede a los peticionarios mediante ciertos trámites»18. Sobre el cuerpo de la dama se escriben y se inscriben, entonces, las riquezas y las enfermedades del nuevo continente. De inmediato, el posible diálogo que establece el poema entre las bubas y las abundantes venas minerales del Perú se intensifica cuando leemos que, en el caso de esta «dama»


   Venganza es de las estafas,
si a sus amantes decía:
«El alma den», cuyo azogue
devengó Huancavelica.


(81, vv. 101-104)                


Estos versos del poema hacen referencia a la competencia que existía, en la época, entre las minas peruanas de Huancavelica y las españolas de Almadén. La dama o prostituta le pide a sus clientes que «el alma den», expresión que reverbera sobre la explotación económica, el desvarío moral, y, quizás, la muerte como resultado final del contagio venéreo. El poema de Valle enlaza, entonces, un tópico literario, usado por -entre muchos otros- Quevedo, con una realidad muy americana.

Atemos algunos cabos. Tanto este último poema como el anterior donde se burlaba de la ropa y los latinajos de los médicos, han sido vistos por varios críticos como ejemplo bastante directo de la influencia de un autor sobre el otro. Lo que observamos, sin embargo, si es que hay imitación directa, es que se trata de una imitación que al recontextualizar los temas en una realidad americana, expresan la contradictoria situación del sujeto novomundano en relación con el peninsular. Se podría pensar, entonces, que estos ejemplos textuales conllevan ecos -conscientes o no- de esa «sombra» de Quevedo que -como nos dice Valle- andaba penando su producción literaria. Me atrevo a conjeturar que sí. Pero, ¿se trata acaso un deseo de sobrepujar, o criticar la escritura de Quevedo? ¿Habría algo en la producción tan copiosa de su precursor que le podría haber disgustado a Valle? No lo creo.

Un oteo a la crítica en torno a la obra de Quevedo -y una mirada sumaria a su obra- muestra que en realidad las preocupaciones del autor en torno a la Indias Occidentales, es decir, América, se concentran más que nada en una reflexión moral y crítica -estoico-cristiana- sobre la codicia, emblematizada por el conquistador que llega al Nuevo Mundo. Las lecturas que pudo hacer Valle de Quevedo, entonces, no le darían razón para quejarse del autor español y su aproximación ideológica hacia el Nuevo Mundo. Si bien el autor peninsular pudo tener una visión convencional de la época sobre la inferioridad del indígena19, su escasa referencia al Nuevo Mundo no comparte las denigraciones que algunos peninsulares hacían del criollo. Sugiero aquí -algo que debe seguir elaborándose- que la relación de Valle hacia Quevedo es, por un lado, de orden literario, pero, por otro, al hablarse de una «sombra que anda en pena», es decir, molestando, pareciera aludir a posibles complejidades en torno a la relación o apreciación que el escritor del Nuevo Mundo tenía ante sus precursores, o contemporáneos peninsulares.

Para argumentar este último punto valdría la pena recordar ciertas quejas del contemporáneo peruano de Valle, Juan de Espinosa y Medrano, «el Lunarejo». Éste se lamentaba de la situación marginal del letrado o escritor virreinal peruano con relación al peninsular. En su conocido despliegue de envidiable erudición, su Apologético en favor de don Luis de Góngora, por ejemplo, en la dedicatoria al Conde Duque de Olivares, le recuerda que vive muy «distante del corazón de la monarquía», y añade que, por lo tanto, él y sus compatriotas se hallan «poco alentados del calor preciso con que viven las letras, y se animan los ingenios» (p. 126). Simultáneamente, en su advertencia al lector, recuerda que los criollos como él viven «muy lejos [...] y, si no traen las alas del interés, perezosamente nos visitan las cosas de España»; y de inmediato se percibe una nota de sarcasmo: «¿Pero qué puede haber bueno en las Indias? ¿Qué puede haber que contente a los europeos que desta suerte dudan? Sátiros nos juzgan, tritones nos presumen, que brutos del alma: en vano se alientan a desmentirnos máscaras de humanidad» (p. 127). La queja de Espinosa y Medrano se dirige, en parte, a la poca importancia o reconocimiento que se le da al hombre de letras en el virreinato del Perú. La posición criolla de Espinosa y Medrano no es anti-española. Su libro se abre con una alabanza a la corona y al Conde Duque de Olivares y, recordemos, se trata de una defensa de Góngora. El Lunarejo, sin embargo, aquí, y también en su «Prefacio al lector» del volumen correspondiente a la Lógica, de su Philosophia Tomisthica, en palabras de Mabel Moraña, expresa una incipiente «voluntad de identificación de un estilo hispanoamericano de época, de claras connotaciones ideológicas»20.

Ahora, no propongo que Valle y Caviedes exprese una inseguridad o queja similar a la del Lunarejo, pero sí creo que mirando bien su producción poética, tanto satírica como seria, se puede rescatar una toma de conciencia en torno a la conflictiva relación que el ejercicio de su escritura pudo tener para con la creación literaria peninsular; relación que se posa sobre la memoria o alma de Francisco de Quevedo. Finalmente, hay que sugerir que esta escritura doble, que imita pero que imita con cierta preocupación, nos lleva a recapacitar, en un sentido más general, sobre las relaciones culturales de dependencia entre la periferia virreinal y la metrópolis peninsular que se daban en el momento y que se intensificaron con el pasar del tiempo.






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