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La agitación en el trono. El ascenso de Gordiano III

Juan Manuel Abascal Palazón



Los años que median entre la muerte de Alejandro Severo (235 d. C.) y el ascenso de Valeriano (253 d. C.) fueron especialmente turbulentos en lo que se refiere a la ocupación del trono de Roma. Proclamaciones, asesinatos, conjuras, etc. provocaron una tremenda inestabilidad en la que tomaron parte activa las cohortes pretorianas, algunas tropas auxiliares y las propias legiones. El final de la Historia de los emperadores romanos de Herodiano relata precisamente el asesinato de Balbino y Máximo, que conocemos también por la Historia Augusta, y la proclamación de Gordiano III (238-244). El relato que aquí recogemos se sitúa en la primavera del año 238 a. C. y constituye uno de los tantos ejemplos que se podrían poner de la virulencia de esta etapa de la que se suele hablar como el período de la anarquía militar.





«[6] Mientras mostraban su desacuerdo, los pretorianos se habían reunido y, como los guardianes de las puertas exteriores se habían retirado a su llegada, detuvieron a los ancianos emperadores, les quitaron las ropas y los sacaron desnudos fuera del palacio imperial, dándoles un tratamiento vejatorio y sometiéndoles a todo tipo de ultrajes...

[7] ... Hicieron arrojar a la calle sus cadáveres; luego, subieron a hombros a Gordiano, que no era más que César, y le proclamaron emperador a falta de otro candidato en ese momento. Dijeron a la plebe que habían asesinado precisamente a aquéllos a los que el pueblo había rechazado inicialmente para ponerse al frente del Imperio, y que habían elegido a Gordiano, un descendiente del primer Gordiano y un personaje que los mismos romanos habían impuesto...

[8] Tal fue el fin, indigno y escandaloso, que sobrevino a estos venerables y notables ancianos que, de origen noble, habían alcanzado el Imperio por sus méritos. En cuanto a Gordiano, tenía unos trece años cuando fue proclamado emperador y recibió la carga del Imperio Romano».


(Herodiano, Historia de los emperadores romanos desde Marco Aurelio a Gordiano III, 8, 6-8. Traducción propia a partir de la versión francesa de Denis Roques, París, 1990, pp. 210-211.)                






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