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La Alpujarra: sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia

Pedro Antonio de Alarcón



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ArribaAbajoDedicatoria

A
LOS SEÑORES
D. JOSÉ DE ESPEJO Y GODOY (DE MURTAS)
Y
D. CECILIO DE RODA Y PÉREZ (DE ALBUÑOL)
Y A LOS DEMÁS HIJOS DE LA ALPUJARRA
QUE LO AGASAJARON EN AQUELLA NOBLE TIERRA
DEDICA ESTE LIBRO
EN SEÑAL DE AGRADECIMIENTO
A SU GENEROSA HOSPITALIDAD
EL AUTOR



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ArribaAbajoProlegómenos

Principiemos por el principio.

Muy poco después de haberme encontrado yo a mí mismo (como la cosa más natural del mundo) formando parte de la chiquillería de aquella buena ciudad de Guadix, donde rodó mi cuna (y donde, dicho sea de paso, está enterrado ABEN-HUMEYA), reparé en que me andaba buscando las vueltas el desinteresado erudito, Académico... correspondiente de la Historia, que nunca falta en las poblaciones que van a menos.

Recuerdo que donde al fin me abordó fue en las solitarias ruinas de la Alcazaba.

Yo había ido allí a ayudarle a los siglos a derribar las almenas de un torreón árabe, y él a consolarse entre las sombras de los muertos de la ignorancia de los vivos.

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Tendría él sesenta años, y yo nueve.

Al verlo, di de mano a mi tarea y traté de marcharme pero el hombre de lo pasado me atajó en mi camino; congratulose muy formalmente de aquella afición que advertía en mí hacia los monumentos históricos; tratome como a compañero nato suyo, diome un cigarro, mitad de tabaco y mitad de matalahúva, y acabó por referirme (con el más melancólico acento y profunda emoción, a pesar de ser muy buen cristiano y Cofrade de la Hermandad del Santo Sepulcro) todas las tradiciones accitanas del tiempo de los moros y todas las tradiciones alpujarreñas del tiempo de los moriscos, poniendo particular empeño en sublimar a mis ojos la romántica figura de ABEN-HUMEYA.

Yo lo escuché con un interés y una agitación indefinibles..., y desde aquel punto y hora abandoné la empresa de demoler la Alcazaba y di cabida al no menos temerario propósito de salvar un día las eternas nieves que cierran al Sur el limitado horizonte de Guadix, a fin de descubrir y recorrer unos misteriosos cerros y valles, pueblos y ríos, derrumbaderos y costas que, según vagas noticias (tal fue la fórmula de aquel genio sin alas), quedaban allá atrás, como aprisionados, entre las excelsas cumbres de la Sierra y el imperio líquido del mar...

Porque aquella región, tan inmediata al teatro de mis únicas puerilidades legítimas, y de la cual, sin embargo, todo el mundo hablaba sólo por referencia; aquella tierra, a un tiempo célebre y desconocida, donde resultaba no haber estado nunca nadie; aquella invisible comarca, cuyo cielo me sonreía   —9→   sobre la frente soberana del Mulhacén, era la indómita y trágica Alpujarra.

*
* *

Allí (habíame dicho en sustancia el amigo de las ruinas, y repitiome luego la Madre Historia) acabó verdaderamente el gigantesco poema de nueve siglos que empezó con la traición de D. Julián y que juzgó terminado ISABEL LA CATÓLICA con la toma de Granada; aquélla fue la Isla de Elba del desventurado BOABDIL, desde su memorable destronamiento hasta que se vio definitivamente relegado a los desiertos de la Libia; allí permanecieron sus deudos y antiguos súbditos, durante ochenta años más, legándose de padres a hijos odios y creencias, bajo la máscara de la Religión vencedora; allí estalló al cabo el disimulado incendio, y ondearon nuevamente entre el humo del combate los estandartes del Profeta; allí se desarrolló, lúgubre y sombrío, el sangriento drama de aquellos dos príncipes rivales, descendientes de Mahoma, que sólo reinaron para llevar a un desastroso Waterloo el renegado islamismo granadino; y allí fueron, no ya vencidos, sino exterminados, aniquilados y arrojados al abismo de las olas, sus últimos guerreros y visires, con sus mujeres y sus hijos, con sus mezquitas y sus hogares, único modo de poder extirpar en aquellas guaridas de leones la fe musulmana y el afán de independencia.- La nube de alarbes que entró por el Estrecho de Gibraltar como tromba de fuego, y que por espacio de ochocientos sesenta años recorrió tronando el cielo   —10→   de la Península, desbaratose, pues, entonces, y volvió de España al mar, en arroyos de lágrimas y sangre, por las ramblas y barrancos de la despedazada Alpujarra.

Buscar (para adorarlas poéticamente) en los actuales lugares y aldeas de aquella región, las ruinas de los pueblos que dejó totalmente deshabitados la expulsión de los moriscos; evocar en toda regla entre los nuevos alpujarreños, oriundos de otras provincias españolas, los encapuchados fantasmas de los atroces Monfíes o de los airosos caballeros árabes que componían la corte militar de ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO; seguir los pasos de estos dos régulos de aquellas montañas, y lamentar patéticamente los funestos amores del uno, la cruel desdicha del otro, las traiciones que los pusieron frente a frente, y las catástrofes que de aquí se originaron, todo ello en el propio paraje en que aconteció cada escena; saludar (o maldecir en nombre de un equívoco sentimiento cosmopolita) los campos de batalla inmortalizados por las victorias de los Marqueses de MONDÉJAR y de los VÉLEZ, del Duque de SESA y de don JUAN DE AUSTRIA, y discernir, con toda la severidad correspondiente, los calamitosos resultados que trajo a la común riqueza la política intolerante de FELIPE II y FELIPE III; -tal fue, en resumen, el interés histórico que ofreció desde entonces a mi imaginación la idea de un viaje a las vertientes australes de Sierra Nevada; interés histórico que, llegado que hube a la juventud, participó algo (no lo debo ocultar) de cierta filantropía, tan superficial y fatua como extensa, a la sazón muy de moda, y cuyo especial   —11→   influjo en el ánimo de los granadinos, para todo lo concerniente a los moros, paréceme bastante digno de disculpa.

*
* *

Semejante afán por aquel viaje subió luego de punto al estímulo de otra curiosidad vehementísima y de índole más real y permanente, que denominaré interés geográfico.

Sierra Nevada es el alma y la vida de mi país natal. A su pie, reclinada la frente en sus últimas estribaciones septentrionales y tendidas luego en fértiles llanuras, están, en una misma banda, la soberbia y hermosa capital de Granada y mi vieja y amada ciudad de Guadix; a diez leguas una de otra; aquélla al abrigo del elegante Picacho de Veleta, y ésta al amparo del supremo Mulhacén, cuyos ingentes pedestales se adelantan al promedio del camino con titánica majestad. Bajan de aquella Sierra, por lo tanto, los ríos que amenizan las Vegas de ambas ciudades, los veneros de las fuentes que apagan la sed de sus moradores, las leñas que calientan sus hogares, los ganados que les dan alimento y los abastecen de lana, cien surtideros de aguas medicinales, salutíferas hierbas y semillas, mármoles preciosos, minerales codiciados, y el santo beneficio de las lluvias, que allí se amasan en legiones de pintadas nubes y luego se esparcen sobre la tierra, no sin almacenar antes, en perdurables neveras y renovadas moles de hielo, el fecundante humor que ríos y acequias, pozos y manantiales destilan Y distribuyen   —12→   próvidamente durante las sequías del verano.

Pero ni en Guadix ni en Granada conocemos más que una de las faces de pizarra y nieve de aquella muralla eterna que se interpone entre sus campiñas y el horizonte del mar; muralla insigne por todo extremo en el escalafón orográfico; como que es la cordillera más elevada de toda Europa, si se exceptúa la de los Alpes. Hay que esquivarla, pues, para pasar al otro lado y trasladarse a la costa, y yo la esquivé, en efecto, repetidas veces, ora buscando en su extremo occidental el portillo del Suspiro del Moro, y bajando de allí despeñado hasta Motril, ora flanqueándola por Levante hasta ir a parar a las playas de Almería.

No se consigue, sin embargo, ni aun por este medio, ver el reverso de la Sierra, ni vislumbrar remotamente aquel espacio de once leguas de longitud por siete de anchura en que queda encerrada la Alpujarra. Lejos de esto, la curiosidad llega hasta lo sumo al reparar en el empeño con que la gran Cordillera, auxiliada por sus vasallas laterales, oculta su aspecto meridional y el fragoso Reino de los moriscos.- Sierra de Gádor, por una parte, y Sierra de Lújar, por la otra, cubren los costados de aquel inmenso cuadrilátero, dejando siempre en medio, encajonado e impenetrable a la vista, el secreto de Sierra Nevada, el principal teatro de las hazañas de ABEN-HUMEYA, las tahas de Órgiva, Ugíjar, Andarax y los dos Ceheles; regiones misteriosas, cuya existencia no puede ni aun sospecharse desde las comarcas limítrofes; tierras de España que sólo   —13→   se ven desde África o desde los buques que pasan a lo largo de la Rábita de Albuñol.

Sin gran esfuerzo os haréis cargo del nuevo atractivo que estas singulares condiciones topográficas le añadirían en mi imaginación a aquel país de tan románticos recuerdos. ¡Suprimir la Sierra; desvelar la Alpujarra,

si licet exemplis in parvo grandibus uti,



representábame un placer análogo al que experimentaría Aníbal al asomarse a Italia desde la cúspide de los Alpes, o Vasco Núñez de Balboa al descubrir desde lo alto de los Andes la inmensidad del Pacífico!

*
* *

Pues agréguese ahora la dificultad material de transportarse al otro lado del Mulhacén, o sea el infernal encanto de la incomunicación.

No habláramos de acometer la empresa de frente desde la ciudad de Granada. La Sierra, no es franqueable en todo el año, sino algunos pocos días del mes de Julio («entre la Virgen del Carmen y Santiago» -dicen los prácticos del terreno), y eso con insufrible fatiga y peligros espantosos... Cierto que por la parte de Guadix, casi al extremo de la cordillera, hay un Puerto, llamado de la Ragua (Rawa se escribía antes), al que conducen escabrosísimas sendas, y por donde es algo frecuente el paso en días muy apacibles, si bien nunca en el   —14→   rigor del invierno; pero, así y todo, se han helado allí, en las cuatro Estaciones, innumerables caminantes, de resultas de los súbitos ventisqueros que se mueven en aquel horroroso tránsito.

Quedaba el camino de Lanjarón, que es el ordinario y el histórico; mas, aunque fuese el menos malo (pues el entrar por la costa en el territorio alpujarreño no se avenía con mis ilusiones), todavía me lo pintaban áspero, difícil, arriesgado, pavoroso, sobre todo de Órgiva en adelante; verdadero camino de palomas, según la frase vulgar, sujeto a largas interrupciones y contramarchas a la menor inclemencia de los elementos.

Explicábame ya, por consiguiente, la singularidad de que la Alpujarra sólo fuera conocida de sus hijos; de que apenas existiese un mapa que la representara con alguna exactitud, y de que ni los extranjeros que venían de Londres o de San Petersburgo en busca de recuerdos de los moros, ni los poetas españoles que cantaban estos recuerdos de una gloria sin fortuna, hubiesen penetrado jamás en aquel dédalo de promontorios y de abismos, donde cada peñón, cada cueva, cada árbol secular sería de juro un monumento de la dominación sarracena.

*
* *

Mi viaje a África con aquel ejército (hoy ya casi legendario) que plantó la bandera de Castilla sobre la Alcazaba de Tetuán; mi larga residencia en aquella ciudad santa de los musulmanes, a la cual se   —15→   refugiaron, del siglo XV al XVII, innumerables moros y judíos expulsados de España; mis frecuentes coloquios, ora con Sabios hebreos que aún hablaban nuestra lengua, ora con mercaderes argelinos versados en el francés, ora con los mismos marroquíes, merced a nuestro famoso intérprete Aníbal Rinaldy; mis interminables pláticas con el historiador y poeta Chorby, en cuya casa encontré una hospitalidad verdaderamente árabe; aquellas penosas y casi estériles investigaciones a que me entregué con todos ellos respecto del ulterior destino de tantos ilustres moros españoles como desaparecieron en los arenales africanos, a la manera de náufragos tragados por el mar, todas aquellas aventuras, emociones, complacencias y fantasías que forman, en fin, gran parte del Diario de un Testigo de la Guerra de África, lejos de calmar mi ardiente anhelo de conocer la tierra alpujarreña, hiciéronlo más activo y apremiante.

Las tradiciones y noticias de los moros y judíos de 1860 acerca de la estancia de sus mayores en nuestro suelo eran menos inexactas y borrosas cuando se trataba de la Alpujarra, y de la Guerra de los moriscos, que cuando se referían a otros territorios y sucesos de Andalucía. El último héroe musulmán de España, ABEN-HUMEYA, inspirábales especialmente una profunda veneración, como si vieran en él un modelo digno de ser imitado en Ceuta y en Melilla por los marroquíes sujetos a la dominación cristiana.

Ni era esto todo: aquellos fanáticos islamitas, semibárbaros en su vida externa, místicos y soñadores   —16→   en lo profundo de su alma, dejábanme entrever, cuando la afectuosidad de una larga conferencia los hacía menos recelosos y desconfiados, esperanzas informes y remotas de que la morisma volviese a imperar en nuestra patria; y entonces, al expresarme la idea que tenían de la hermosura de estos sus antiguos Reinos, celebraban sobre todo la comarca granadina, y, nominalmente, algunas localidades alpujarreñas, avergonzándome de no haberlas visitado; ¡a mí, que las tenía tan cerca del pueblo de mi cuna!

*
* *

La historia, pues; la geografía: un culto filial a Sierra Nevada; no sé qué pueril devoción a los moros, ingénita a los Andaluces; la privación, los obstáculos, la novedad y el peligro, conspiraban juntamente a presentarme como interesantísima una excursión por la Alpujarra.

Sin embargo, cuantas veces la proyecté, y fueron muchas, otras tantas hube de diferirla, con pesar o remordimiento, ya para atender a menos gratos cuidados, ya para lanzarme caprichosamente a más remotas y noveleras expediciones.

Pero he aquí que de pronto, y cuando ya estaban algo amortiguados en mi espíritu ciertos entusiasmos y fantasmagorías de la juventud, circunstancias harto penosas condujéronme a realizar el sueño de toda mi vida.

Poco antes de empezar la última primavera, encontrándome en esta inmensa oficina llamada Madrid,   —17→   donde sólo hay aire respirable para los días de prosperidad y ventura, plugo a Dios enviarme uno de aquellos dolores que sólo se pueden comparar al embeleso de que nos privan...

¡Oí los pasos de los que se llevaban al cementerio una hija de mi corazón, y quedéme asombrado de no morir cuando me arrancaban el corazón con ella!...

Perdóneseme este primero y último grito con que profano la majestad de mi sentimiento; pero hubiera considerado más impío no ponerle a este melancólico viaje su verdadera y triste fecha...

Partida el alma, quebrantada la salud, mis noches sin sueño, volví los ojos, por consejo de personas amadas, hacia la Madre Naturaleza, eterna consoladora de los infortunios humanos...,

Y como un amigo mío queridísimo tuviese por entonces precisión de recorrer la Alpujarra, quedó convenido que iríamos juntos...

Ahí tenéis la historia de por qué se hizo este viaje.

Escuchad ahora la historia del viaje mismo.

10 de Marzo de 1873



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Lámina

Lámina I

El terreno se angostó al poco rato, formando una profunda garganta, y minutos después pasamos el imponente y sombrío Puente de Tablate cuyo único, brevísimo ojo, tiene nada menos que ciento cincuenta pies de profundidad.



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  [...]

HOMERO.-   Aunque yo me hubiera matado a fuerza de imaginar fábulas alegóricas, todavía habría podido suceder que la mayor parte de las gentes hubiesen tomado la fábula en un sentido demasiado próximo, sin buscar más lejos la alegoría.

ESOPO.-   Eso me alarma... ¡Me horrorizo al pensar si irán a creer los lectores que los animales han hablado verdaderamente, como lo hacen en mis apólogos!

HOMERO.-   Es un temor muy chistoso...

ESOPO.-   ¡Toma! Si ha llegado a creerse que los dioses, han dicho las cosas que vos les hacéis decir, ¿por qué no se había de creer que los animales han hablado de la manera que yo les hago hablar?

HOMERO.-   ¡Ah! No es lo mismo. Los hombres aceptan que los dioses, sean tan locos como ellos; pero no admiten que los animales sean tan sabios.


(FONTENELLE.- Dialogues des Morts.)                






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ArribaAbajoPrimera parte

El valle de Lecrin



ArribaAbajo - I -

Preparativos de viaje


Todo estaba dispuesto para marchar.

Era la mañana del 19 de Marzo de 1872, día de San José -en el Almanaque romano- y víspera de la entrada de la primavera en el hemisferio septentrional.

Hacía tres días que mi compadre y yo nos hallábamos en Granada.

Mi compadre era aquel excelente amigo de Madrid que iba a la Alpujarra a asuntos propios; -asuntos que, dicho sea de paso, respetaré y omitiré completamente.

Además, en Granada se había asociado a nuestra   —22→   expedición, accediendo a mis súplicas, cierto primo mío, más semítico que jafético, a quien quiero como a un hermano, camarada tradicional e indispensable en mis reiteradas excursiones a caballo por aquella provincia.

Todos teníamos relaciones en los pueblos alpujarreños, y habíamos escrito ya a nuestros respectivos amigos, después de hacer minuciosamente el plan del viaje, avisándoles el punto y hora en que nos prometíamos abrazar a cada uno.

Los criados habían salido el día anterior, a esperarnos en la Venta de Tablate; esto es, a seis leguas de Granada, al pie del flanco occidental de la gran Sierra...

Hasta allí iríamos en la Diligencia de Motril, que dejaríamos (o más bien ella nos dejaría a nosotros) en aquella venta, desde la cual arranca el camino de Lanjarón.

Y como el tal camino se convierte luego en sendas de palomas, según indicamos en los PROLEGÓMENOS, habíamos prevenido también que en Órgiva (donde haríamos noche) nos aguardasen mulos del país (calificados de irreemplazables para las asperezas extraordinarias), en los cuales nos proponíamos atravesar al día siguiente el famoso Puerto de Jubiley y lo más encumbrado de la Contraviesa.

Los caballos pasarían entonces a formar a retaguardia (éste era el plan a lo menos), de reserva para los senderos verosímiles, y especialmente para las ramblas, las playas y los ríos.

Por último: iban conmigo, como ayudantes de campo de mi memoria:

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D. DIEGO HURTADO DE MENDOZA, Caballero,

LUIS DEL MÁRMOL CARVAJAL, Andante en corte,

y GINÉS PÉREZ DE HITA, poeta y soldado; testigos presenciales los tres e historiadores especiales de la Rebelión y Guerra de los moriscos:

D. FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA, el preclaro apologista de Zoraya, vulgo Doña Isabel de Solís, y autor del drama titulado Aben-Humeya:

MAHOMA, autor de El Corán:

CONDE, historiador de la Dominación de los Árabes en España:

WASHINGTON IRWING

y WILLIAM PRESCOTT, orgullo entrambos de su patria y de la nuestra:

Los dos hermanos LAFUENTE ALCÁNTARA...

MIGUEL, el gallardo historiador granadino,

y EMILIO, el discreto colector y traductor de las Inscripciones árabes de Granada:

MR. DOZY,

MR. ROMEY

y MR. SACY, sabios extranjeros, enamorados de la España moruna:

D. PASCUAL DE GAYANGOS, nuestro ilustre orientalista, acompañando, a fuer de buen traductor, a

AL-MAKARI, historiador árabe del siglo XVII:

D. FRANCISCO FERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ, cuyo sabio estudio sobre los Mudéjares le valió el ingreso y un laurel en la Academia de la Historia:

D. JOSÉ MORENO NIETO, el antiguo Catedrático de árabe, actual Rector de la Universidad de Madrid, tan versado en las cosas de los infieles como en las de los fieles:

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D. AURELIANO FERNÁNDEZ GUERRA, insigne literato, y al par investigador erudito de las antigüedades romanas de Granada:

Los hermanos D. JOSÉ y D. MANUEL OLIVER, que pronto demostrarán de nuevo, con un libro sobre la Granada árabe, toda la profundidad de sus estudios:

D. FRANCISCO SIMONET, consumado arabista cuanto dulce poeta cristiano.

D. JOSÉ AMADOR DE LOS RÍOS, el renombrado historiador de Los Judíos en España:

D. FLORENCIO JANER, cuyo trabajo sobre los moriscos fue justamente premiado por la Academia de la Historia:

Todos los demás ACADÉMICOS DE LA HISTORIA y así los pasados, como los presentes, como algunos de los futuros:

El alemán SCHACK, seguido de su galano traductor el eminente literato D. JUAN VALERA:

CASIRI el siro-maronita, Bibliotecario que fue del Escorial:

ABU-ZACARÍA, botánico y filósofo agareno:

IBN-ALJATHIB, poeta, geógrafo e historiador, príncipe de los ingenios arábigo-granadinos:

BEN-KATIB-ALCATALAMI,

ABU-SOFIAN,

ABULFADHL-BEN-XAFAT-ALCAIRAWANI,

y ABULATAHIA, altísimos poetas mahometanos, de quienes ya os recitaré algunos versos:

ABEN-RAGID, historiador concienzudo, muy mentado por los demás:

IDRISI, el gran geógrafo musulmán:

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IBN-HAYYAN,

XERIF,

ALEDRIX,

ABU-HARIRAT, y otros escritores orientales, cuyas obras han sido traducidas por los Sres. Gayangos, Fernández y González, Moreno Nieto, Oliver, Simonet, Mr. Dozy y demás arabistas mencionados:

El Veedor y Contador de la Alhambra en 1753, D. MANUEL NÚÑEZ DE PRADO, autor de una Relación Auténtica sobre la repoblación de La Alpujarra y otras tierras después de la expulsión de los moriscos; obra importantísima, que hojearemos en lugar oportuno:

MIÑANO, -maltrecho todavía de resultas de la brillante Corrección fraterna de D. Fermín Caballero,

y el merecedor de otra por el estilo, D. PASCUAL MADOZ, ambos geógrafos a la antigua:

D. JUAN BAUTISTA CARRASCO, el geógrafo a la moderna:

El insigne naturalista D. SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE, sapientísimo autor de la Historia natural de Granada, etc., etc.:

D. MANUEL DE GÓNGORA, el anticuario infatigable, ingenioso autor de las Antigüedades prehistóricas de Andalucía:

El Beneficiado ALONSO DEL CASTILLO, morisco de origen, Intérprete de Felipe II y Romanceador del Santo Oficio, cuyo Cartulario, publicado en 1852 por la Academia de la Historia, contiene algunas cartas de ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO, sumamente interesantes:

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MIGUEL DE LUNA, morisco también, historiador muy embustero, pero muy divertido por lo mismo:

HERNANDO DE BAEZA, de quien mi malogrado amigo Emilio Lafuente publicó, poco antes de morir, curiosísimas páginas, bajo el título de Relaciones de los últimos sucesos del Reino de Granada:

HERNANDO DEL PULGAR, Cronista de los Reyes Católicos,

El Licenciado FRANCISCO BERMÚDEZ DE PEDRAZA,

El CURA DE LOS PALACIOS,

El Maestro GABRIEL RODRÍGUEZ ESCABIAS,

FRAY MARCO DE GUADALAJARA,

CÓRDOBA Y PERALTA,

SALAZAR Y CASTRO,

ROBLES,

ZURITA,

ALONSO DE PALENCIA,

y otra infinidad de cronistas, poetas, militares, golillas, diplomáticos, inquisidores, prelados, ministros y hasta reyes, autores de manuscritos de todo linaje referentes a la Alpujarra, de los cuales algunos han sido publicados en la Colección de documentos inéditos y los demás esperan todavía la luz pública en los Archivos Municipales de Granada y de Guadix, en el gran Archivo de Simancas, en la Biblioteca del Escorial, en la Nacional, en la de Palacio, en la de la Academia de la Historia, en la del Duque de Osuna, etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc.1.

  —27→  

¡Personal inmenso y lucidísimo! ¡Comitiva digna de un sabio de primer orden! ¡Estado Mayor que me haría pasar a vuestros ojos por el Generalísimo de todos los autores aplicados, laboriosos y concienzudos habidos y por haber, si yo no tuviese ahora la honradez de confesar que... no todos los escritores susodichos me eran familiares; sino que... francamente... a unos sólo los conocía de vista; a otros sólo de oídas; a éste por citas que insertaba aquél; a aquél por referencias que hacía éste; a algunos por simples extractos de sus obras; a muchísimos bajo la fe de traducciones ajenas, y a varios de ellos por meros informes de caritativos amigos, más estudiosos que yo, a quienes había importunado, y sigo importunando, con incesantes preguntas orales y epistolares...!

Pero sea como quiera, habéis de convenir, amadísimos lectores, en que no iba a la Alpujarra mal acompañado...

Acompañadme también vosotros con una benévola atención, y este viaje será redondo.




ArribaAbajo- II -

En la Vega de Granada.- Los Llanos de Armilla.- El Mulhacén.- Un cadáver misántropo


A las ocho en punto arrancó la Diligencia.

La mañana estaba hermosa, fulgente, llena de anuncios de la primavera que iba a empezar...

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Esto... por lo que respecta al cielo; que en la tierra, es decir, en aquella magnífica Vega que pocos momentos después recorríamos, todavía era invierno, si bien un invierno granadino.

Los trigos, las cebadas, los centenos y las hortalizas mostraban alternados sus distintos verdes en espléndidas llanadas que se perdían de vista al Norte y al ocaso, mientras que, a mediodía y Levante, dejábamos atrás bosques de frutales y prolongadísimas alamedas, sin flores aún y sin hojas.

Los áridos esqueletos de sus ramas ofrecían un contraste muy filosófico con el perenne verdor de los olivos de Huétor y de los cipreses y laureles de la Zubia...- Pero todavía era demasiado pronto para filosofar.

Insensiblemente, fuimos subiendo de la junta del Darro y del Genil (donde Sor Ana de San Jerónimo había dicho:


[...] el abrazo de estos ríos,
en dulces de cristal amantes lazos,
me representa viva y tristemente
los que un tiempo formaron muchos brazos...)



hasta ganar los despejados Llanos de Armilla.

Y como, adrede, íbamos nosotros en el departamento posterior de la Diligencia, a fin de despedir los panoramas que fuésemos abandonando, e imaginarnos la emoción con que los mirarían por -última vez los moros y los moriscos, pudimos apacentar desde allí nuestros ojos en la contemplación, siempre nueva, de la incomparable Granada...

Desde aquel mismo sitio, y tal vez a aquella   —29→   misma hora, la devoraban con la vista los REYES CATÓLICOS la mañana del 2 de Enero de 1492, esperando, con afán patriótico y cristiano, a que apareciesen en la Torre de la Vela las Cruces de plata y su morado Estandarte, señal de que el CONDE DE TENDILLA se había entregado ya de la Alhambra, y de que sus Altezas podían adelantarse a tomar posesión de la Jerusalén de Occidente.

Y la verdad es que el año pasado, lo mismo que hace cuatro siglos; a pesar de los estragos del tiempo y de la constante decadencia local, la corte de BOABDIL, vista a aquella distancia (que permite todavía distinguir separadamente colinas, casas, iglesias, torres cristianas y torres moras, cármenes, arboledas y murallas; pero presentándolo ya todo en comprensivo y armonioso conjunto), ofrecía un aspecto embelesador, muy por encima de cuanto pueden excogitar poetas y pintores, y asaz digno de la codicia de todos los reyes de la tierra.

Mas no es cosa de entretenerse en descripciones prolijas cuando se viaja en Diligencia, máxime si ya están hechas admirablemente en verso y en prosa por escritores de punta, como acontece con la de Granada...

Prefiero, pues, hablar, antes de abandonarlos, de los humildes Llanos de Armilla, que de seguro no se han visto en otra.

*
* *

La privilegiada comarca granadina, por encerrar todas las bellezas naturales, encierra hasta la ascética y melancólica del desierto. No contento Dios   —30→   con reunir, casi a las puertas de la gran ciudad, nevadas montañas, cerros bermejos, las rocas moradas de Sierra Elvira, la feraz planicie de la Vega, jardines y bosques, y por último, ríos de todas clases (aquí el manso Genil fluyendo entre alamedas, allí el Darro mugiendo entre peñascos, acá el despeñado Dílar, allá el juguetón Alfacar, y el Monachil, y el Cubillas, y el Beiro, todos formando como una red de plata), puso también en aquella región los Llanos de Armilla, desconsolado yermo, enclavado, como un oasis negativo, en medio de una llanura siempre frondosa, para más lucimiento y realce del edén que lo rodea.

Ahora bien: allí han reñido muchas batallas los moros entre sí, y los moros con los cristianos: allí revistaban sus huestes D. FERNANDO y DOÑA ISABEL: allí hubo, en aquel tiempo, de día y de noche, citas, sorpresas, conciliábulos, desafíos, amantes coloquios, todos los lances propios de la soledad... (así los que refieren las crónicas, como los innumerables que no habrán tenido cronista): y allí no ocurre hoy maldita la cosa... mientras el sol está en el horizonte, a no ser algún simulacro de batalla o los cotidianos ejercicios de las tropas de la guarnición...

Pero los soñadores que, en noches de luna, cabalgan por aquella meseta, siguiendo los disparados caballos de apuestas amazonas, en busca de los puntos de vista más a propósito para contemplar a Granada a la mágica luz del astro de sus recuerdos, saben todo el fantástico hechizo que las memorias de otros tiempos comunican a tan esquivo despoblado...- Lo menos que se cree entonces cada uno es que   —31→   se llama GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, HERNÁN PÉREZ DEL PULGAR, o GARCILASO DE LA VEGA, y que va en pos de la REINA CATÓLICA, de DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA y de sus otras damas, haciendo reconocimientos militares y adorando de paso lo imposible...

*
* *

Mientras nuestra imaginación acariciaba estas añejas fantasmagorías, la Diligencia se acercaba al pie de Sierra Nevada, aunque procurando siempre dejarla a la izquierda en su marcha oblicua y llegar al viso del Suspiro del Moro.

El Picacho de Veleta, erguido encima de nosotros, y el Mulhacén, que asomaba más allá su frente augusta, ambos vestidos de nieves recientísimas sobre las eternas que los acorazan, eran, por lo tanto, el eje inmóvil que nos sujetaba y nos repelía a la par, como la mano a la piedra aprisionada en la honda, si bien parecía que ellos giraban por sí mismos para mostrarnos sucesivamente las diversas fases de su grandeza.

El Mulhacén, sobre todo, atraía nuestra ávida atención. Él era el protagonista del viaje; él había de ser el polo perpetuo de nuestras idas y venidas, y el fondo constante de cuantos vistosos cuadros esperábamos contemplar; él es rey de los montes alpujarreños... ¡aquél que, dominándolos a todos, descubre las dos orillas del Mediterráneo, como las de un lago de su imperio, mientras que por la otra parte registra con su mirada escrutadora hasta las soledades de la Mancha!

  —32→  

Así es que yo le decía muy por lo serio, con una indefinible mezcla de veneración, curiosidad y cariño:

-A tu otro lado voy: detrás de ti estaré mañana: mañana habré visto todos los misterios que me ocultas desde que nací.

*
* *

Al propio tiempo, esta denominación de Mulhacén que lleva la cúspide eminente de toda España, recordábame su patético significado.

Desde luego se comprende que es el mismo nombre del imprudente esposo que repudió a la altanera AIXA, el nombre del escarnecido padre del rebelado BOABDIL, el nombre del constante adorador de ZORAYA (Lucero de la mañana en habla mora, y lucero cuya hermosura fue tan fatal a los granadinos como la de Helena a griegos y troyanos), el nombre de MULEY HACEM, en fin, penúltimo Rey de Granada.

Pues bien: cuentan la tradición y las historias2, que, vencido y destronado el viejo MULEY HACEM por su indigno hijo, a quien la despechada AIXA, de áspero rostro y corazón de leona, había inspirado tan sacrílega usurpación; retirado con su fiel ZORAYA y con los hijos en ella habidos a un lugar escondido en las faldas de la Sierra3; viéndose   —33→   abandonado del resto del mundo, ciego, miserable, y próximo ya a la apetecida muerte, rogó a aquellas prendas de su alma que lo sepultasen en un paraje tan ignorado y solo, que no pudiese turbar nunca la paz de sus cenizas la vecindad de hombres vivos ni muertos; pues le causaban tal horror sus semejantes, que temía no dormir tranquilo si era enterrado cerca de otros cadáveres humanos.

ZORAYA y sus hijos cumplieron religiosamente esta solemne manda, sepultando los restos del infeliz MULEY HACEM en lo más alto de la Sierra, allí donde nunca posa el hombre su planta, ni llegan jamás los rumores de la vida. Para aquel sublime sarcófago, los hielos suministraron la urna de cristal, pirámides de alabastro las sempiternas nieves, y perpetua ofrenda las nubes, respetuosamente agrupadas al pie de él,

cual humo leve de quemado incienso.



Y allí está, y ha de estar hasta la consumación de los siglos, el misántropo Rey moro; y desde allí puede ver a un tiempo mismo (con los ojos de los poetas, se entiende) a Granada por una parte, conservando todavía la Alhambra y el Generalife, y por la otra, allende el mar, la cordillera del Atlas, que es la Sierra Nevada, del Imperio de Marruecos.

*
* *

Pero a todo esto la Vega se nos acababa: hacía rato que habíamos pasado el río Dílar y cruzado   —34→   por el alegre pueblo de Alhendín: la Diligencia emprendía el ascenso a unas lomas estériles y mansas; y la Sierra no nos presentaba ya su frente, sino que huía por nuestra izquierda, como un ejército derrotado, dejándonos paso libre al mediodía...

Ibamos, pues, a salir del horizonte granadino por el ya mencionado otero del Suspiro del Moro...

No había tiempo que perder. Era necesario abandonar al padre para acudir al hijo; esto es: era necesario olvidar a MULEY HACEM para acordarse de BOABDIL.




ArribaAbajo- III -

El Suspiro del Moro.- Granada a lo lejos.- Adioses de Boabdil.- Palabras de Carlos V


Cuando pasamos por la Venta del Suspiro del Moro eran las diez menos algunos minutos.

Estábamos a dos leguas y media de Granada.

Desde allí se distinguía, como desde un mirador, no sólo la ciudad, sino toda su comarca, toda su campiña, todo su cielo esplendoroso: panorama inmenso, deslumbrador, matizado de mil colores e inundado de una luz de paraíso, siquier velado en algunos puntos por tenues girones de transparente niebla, entre cuyas rotas gasas relucían las acequias y los ríos, como cintas de cristal, o salían, del seno de pardos olivares y de los pliegues de graciosas   —35→   colinas, modestos campanarios y azuladas columnas de humo, marcando la situación de numerosos lugares, aldeas y caseríos...

Granada, se veía blanquear a lo lejos, tendida en los cerros umbrosos de la Alhambra y del Albaicin, como una odalisca envuelta en cándido alquicel, echada sobre oscuros almohadones... Ya no se percibían sus pormenores y detalles... Sólo se divisaba una elegante ráfaga de blancura, intensamente alumbrada por el sol, bajo el risueño azul del purísimo firmamento.

Un paso más, y todo aquel cuadro de población, de vida, de riqueza, de hermosura, de actividad humana desaparecería súbitamente.- Delante de nosotros se prolongaba, girando hacia la izquierda, un angosto pasaje, árido y feo, pedregoso y sombrío, que contrastaba de un modo horrible con la maravillosa vista que estábamos contemplando...

Aquel crítico punto era, por consiguiente, el lugar en que BOABDIL dio el supremo adiós a la ciudad en que había nacido, que había sido suya, y que no debía de volver a ver en toda su vida.

*
* *

BOABDIL no llegaba del mismo Granada, sino del que había sido campamento de los cristianos; del Real de Santafé, situado en medio de la Vega.

Allí había permanecido desde la memorable mañana del 2 de Enero, en que entregó humildemente a los REYES CATÓLICOS, a las puertas de aquella capital que abandonaba para que la ocupasen ellos,   —36→   las llaves de la codiciada Alhambra y el anillo real de los Alhamares...

Durante los diez o doce días transcurridos desde entonces, el infortunado descendiente de cien monarcas, tolerado huésped en las ya desiertas tiendas de sus triunfantes enemigos, había ido enviando de noche a la Alpujarra (a aquel irrisorio Señorío que le dejaban como una limosna) todas sus riquezas y equipajes, con muchos súbditos fieles, resueltos a seguir su destino...- ¡Entre tanto, D. FERNANDO Y DOÑA ISABEL, príncipes venturosos, habitaban el palacio árabe de la Alhambra, donde el GRAN CAPITÁN y otros veteranos de la Conquista traducían a las damas de la corte las inscripciones poéticas de sus afiligranados patios y camarines!

*
* *

Era, pues, una mañana de mediados de Enero. La hora debía de ser entre las siete y las ocho, puesto que BOABDIL, según todos los historiadores, había salido de Santafé mucho antes de apuntar el alba, a fin de sustraer su ignominiosa partida a la humillante curiosidad de los pueblos de la Vega...

Iban con él su adusta madre, su dulce y bella esposa MORAIMA, su tierno hijo (que había estado como rehén en el campo castellano, y a quien ISABEL LA CATÓLICA llamaba el Infantico y quería mucho), una hermana, cuya figura no determinan las historias, y algunos visires, palaciegos y criados. ZORAYA, la otra viuda de MULEY HACEM, no pensó ni por un momento en acompañar a los proscritos,   —37→   sino que ya se proporcionaba, para ella y para sus hijos CAD y NAZAR un porvenir mucho más cómodo en la corte de los cristianos, cuya Religión fue la primera y había de ser la última de aquella aprovechada beldad, tan conocida luego con el nombre de DOÑA ISABEL DE SOLÍS4.

«Al llegar a aquella elevación (dice la Historia), BOABDIL refrenó su caballo y se detuvo embebecido mirando con emoción tristísima la ciudad de las hermosas torres, y centro en otro tiempo de su grandeza. El monarca infeliz alivió la amargura que rebosaba en su pecho derramando algunas lágrimas; y exclamando: "¡Allah Akbar! (¡Oh gran Dios!)", picó los ijares de su caballo y dio con hondos suspiros los últimos adioses a Granada.

»Se dice que AIXA, su magnánima madre, advirtió la debilidad del hijo y le reprendió diciendo: "Haces bien en llorar como mujer, ya que no has tenido valor para defenderte como hombre..."»


[...]
y mirando colérica a Granada,
huyó vencida, pero no domada.-


   Como el reo de muerte que a la vida
y al sol y al cielo con afán profundo
da el adiós de suprema despedida...
así BOABDIL, lanzado de aquel mundo
en que dejaba su ilusión querida,
«¡Adiós!» dijo con aye moribundo;
e inclinando la frente sobre el pecho,
huyó también, en lágrimas deshecho...
—38→
   Y tras él, en confuso torbellino
partieron todos; y del sol la lumbre
vio, de polvo entre un ancho remolino,
desbocada correr de cumbre en cumbre,
huyendo de su lóbrego destino,
a aquella fastuosa muchedumbre,
a quien la desventura daba en arras
un rincón en las agrias Alpujarras5.



*
* *

Estos antiguos versos míos (que estoy muy lejos de admirar) representan en este libro, no un ardid de mi pereza, sino un principio artístico y literario, que no deja de ser honesto, en virtud del cual me ha repugnado tratar dos veces un mismo asunto.

Y es que detesto las variaciones y las variantes. Para mí, los músicos que escriben dos o tres arias de tenor, a escoger, para una misma ópera, demuestran que no han sentido verdaderamente ninguna.- Es convertir el arte en oficio.

Y lo mismo digo de las segundas nupcias... de las mujeres.

Pero volvamos al Suspiro del Moro.

*
* *

Cuenta Fray Prudencio de Sandoval en su Historia del Emperador Carlos V, que cuando éste fue a Granada, en Junio de 1526, y vio la Alhambra por vez primera, exclamó generosamente:

¡Desdichado el que tal perdió!»

Y refiere Fray Antonio de Guevara, en sus   —39→   Epístolas familiares, que, como él entonces le narrase cuánto gimió BOABDIL en aquella loma a que sus suspiros dieron nombre, y el duro apóstrofe de la implacable AIXA, el César replicó:

Muy gran razón tuvo la madre del Rey en decir lo que dijo, y ninguna tuvo el Rey su hijo en hacer lo que hizo; por que, si yo fuera él, o él fuera yo, antes tomara esta Alhambra por sepultura, que no vivir sin reino en el Alpujarra».

Admirablemente hablado. Es muy verdad: BOABDIL no supo caer, lo cual es tanto más imperdonable, cuanto que al cabo demostró que sabía morir.

Pero, pésele a CARLOS V, a las Artes y a las Letras, AIXA no tuvo razón para acusar a su hijo de no haber sabido defender su reino.

Él lo había defendido espada en mano en cien combates, hasta que las discordias intestinas de su familia y de sus súbditos, atizadas precisamente por la misma rencorosa AIXA, así como el alternado auxilio que cada bando moro prestaba al ejército cristiano, le hicieron desesperar de la victoria y sacrificarse para terminar la guerra. -Suum cuique.

De todos modos, al perder nosotros de vista aquella mañana el cielo granadino, y considerar la infinita angustia con que el infeliz agareno le daría el postrer adiós, sólo tuvimos entrañas para compadecer su desdicha, fuesen cualesquiera sus delitos y los de su raza, que diría a este propósito un escritor transcendental, y prescindiendo también (momentáneamente) del derecho histórico, del interés patrio y de la conveniencia particular que asistían a sus vencedores...

  —40→  

Porque en aquel trance fatal (lo repito en prosa) el destronado y proscrito Rey se nos representaba como el condenado a muerte que, lleno de vida y juventud, hace un alto en las gradas del patíbulo y se despide para siempre de la luz del día y de todas las esperanzas que acarició en el mundo...

BOABDIL tenía entonces treinta años.




ArribaAbajo- IV -

Lo que fue de Boabdil


La melancólica esterilidad del callejón de montañas en que entramos luego, parecía imaginada por un autor dramático aficionado a transiciones violentas y contrastados cambios de decoración.

A nuestra izquierda se levantaba una inconmensurable ladera, casi vertical, sin árboles, sin riscos, sin arroyos, sin nieves y sin verdura. Asemejábase, hasta por el color, a una de las caras amarillentas de aquellas inmensas pirámides del Nilo que sirvieron de túmulo a otros reyes.- Era una estribación o antemural del costado de Sierra Nevada, que nos ocultaba la sierra misma, y que se llama el Cerro Maziar.

A la derecha se escalonaban unas terreras y colinas, también sin vegetación de ninguna clase, derivadas de la sierrecilla de Tejeda.

Al frente... nada: las paredes del propio callejón,   —41→   que culebreaba en ambos sentidos, sin el más breve asomo de horizonte, como el foso de una angulosa fortaleza.

Desde que pasamos del Suspiro del Moro ya no ofrecían interés alguno las contemplaciones retrospectivas...

Nos habíamos trasladado, por lo tanto, a la berlina de la Diligencia, con el afán de ir descubriendo terreno.

Pero como sabíamos que hasta llegar al Padul, distante del Suspiro unos dos o tres kilómetros, sólo hay que ver aquella monótona muralla con que principia el flanco de la Sierra, lanzamos nuestra imaginación en pos de BOABDIL, puesto que llevábamos el mismo camino, a fin de recordar qué fue de él en el amargo epílogo de su vida.

*
* *

El REY CHICO, que no era chico, sino de gentil estatura y apuesto continente, pero a quien los moros pusieron aquel apodo por alusión a su siempre menguado Reino, fuese a residir a Cobdaa, en el extremo oriental de la Alpujarra, lugarcillo delicioso, que tuvo honores de ciudad mientras fue su corte, y que hoy llaman el Presidio de Andarax sus ciento cincuenta y tantos vecinos.

Lo pactado en las Capitulaciones respecto de él   —42→   y de su familia, en un Tratado secreto, de diez y seis artículos, que existe en el Archivo Municipal de Granada, y también en el de Simancas, había sido lo siguiente: -LOS REYES CATÓLICOS aseguraban a BOABDIL, a su esposa, a su madre, a ZORAYA (la favorita de su padre) y a los hijos de ésta, todas las huertas, tierras, hazas, molinos, baños y heredamientos que constituían el Patrimonio real, con facultad de venderlos; afianzaban también a BOABDIL la posesión de sus bienes patrimoniales dentro y fuera de Granada, y le cedían por juro de heredad, para sí y sus descendientes (con la tácita condición de vivir en ellas), las tahas (distritos) de Berja, Dalias, Marchena, Boloduy, Lúchar, Andarax, Ugíjar, Órgiva, Jubiles, Ferreira o Ferreirola y Poqueira, (esto es, toda la Alpujarra y un poco más), con todos los pechos y derechos de sus pueblos (menos la fortaleza de Adra); y se obligaban, por último, a darle treinta mil castellanos de oro (unos cuatrocientos cuarenta mil reales).

Vivía, pues, a orillas del Andarax aquel régulo que había sido verdadero Rey; y vivía tranquilo, ya que no dichoso. Rico, espléndido, querido de sus súbditos, habíase consagrado exclusivamente al amor de su esposa, la mansa y hechicera MORAIMA (que tanto elogian los cronistas africanos), y al cuidado del Infantico, cuyos rastros pierden luego las historias6.- Su único esparcimiento era la caza de liebres con galgos, o de pájaros con azores,   —43→   que le hacía extenderse a veces seis y ocho leguas, hasta el término de sus dominios, por los campos de Berja, y de Dalias, y pasar semanas enteras fuera de su casa7.

Mas he aquí que los REYES CATÓLICOS juzgaron que la permanencia de BOABDIL en España podría ser inconveniente con el tiempo; y aunque ninguna queja abrigaban de él, ni respecto de sus pasos y conversaciones (que sabían diariamente, por tener comprado a su Ministro ABEN-COMIXA), propusiéronse obligarlo, ya que no podían compelerlo, a emigrar por siempre de nuestra tierra.

A las primeras proposiciones que se le hicieron, en Diciembre del mismo año de 1492, fundadas en argumentos especiosos, para que vendiese sus bienes y se marchase a África, el príncipe islamita se alteró mucho y dio esta sentida respuesta: -«Yo he cedido un Reino para estar en paz, y no he de ir a otro ajeno a estar en cuestiones8».

*
* *

Fácil es adivinar lo que pensaba BOABDIL al expresarse de aquel modo.

  —44→  

Indudablemente tenía ante la vista el ejemplo de lo que acababa de acontecer en África a otro príncipe de su propia sangre, que, como él, cedió un Reino (el de Guadix y Almería) a los REYES CATÓLICOS, a cambio de aquel mismo irrisorio Señorío de la Alpujarra; que, como él, residió algunos meses en aquella misma taha de Andarax (dos años hacía por entonces), y que, como él, viose también muy luego hostigado por sus Altezas para que les vendiese sus bienes y abandonase la tierra de España.

MULEY ABDALÁ EL ZAGAL9 (pues dicho se está que de tan valeroso e infortunado príncipe se trata) hubo al fin de acceder a ello, y embarcose con todos sus tesoros (año y medio hacía a la sazón), poniendo el rumbo a la costa de Marruecos... Al desembarcar en aquella tierra, la besó, creyendo que le sería más propicia; pero el Califa de Fez, so pretexto de castigar sus rebeldías contra MULEY HACEM y contra BOABDIL, apoderose de él, lo sepultó en una mazmorra, robole todas sus riquezas, e hizo que el verdugo le quemase los ojos10.

El ejemplo no podía ser más terrible, y se comprende bien que al sobrino del ZAGAL11 le repugnase   —45→   la idea de pasar a establecerse a África, a pesar de las muestras de afecto que recibía de todos sus soberanos, y muy particularmente del mismo Califa de Fez.

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* *

ABEN-COMIXA continuó, sin embargo (de acuerdo con HERNANDO DE ZAFRA, Secretario de los REYES CATÓLICOS), sembrando mayores recelos, augurios y amenazas en el ánimo de BOABDIL acerca de la suerte que le aguardaba en España; y entonces pidió éste a sus Altezas permiso para ir a Barcelona a exponerles sus temores y sus agravios, así como a rogarles que no se le importunara en su pacífico retiro... Pero los REYES, atentos sobre todo a la razón de Estado cuya , moral sui generis no cae bajo mi jurisdicción, eludieron sutilmente el mandarle licencia, y le dijeron que les enviara en su lugar a su Visir ABEN-COMIXA, que para el caso era lo mismo.

Cayó en la red el antiguo Rey de Granada, y COMIXA partió para Barcelona, donde, sin credenciales ni poderes de su amo12, aunque en nombre suyo, y sin que nadie se diese por entendido de aquella concertada informalidad, el pérfido moro otorgó con FERNANDO e ISABEL una Escritura pública, por la que BOABDIL y las princesas les vendían todos sus Estados y bienes patrimoniales en la cantidad de nueve millones de maravedises, obligándose a dejar la tierra de España para no volver más a ella...

  —46→  

Cuando tornó COMIXA a la Alpujarra y dio a entender a BOABDIL lo que había hecho, tratando de demostrarle que le convenía ratificar aquel contrato, el Rey, furioso, tiró del alfanje, y hubiera cortado la cabeza a su fementido consejero, a no interponerse y salvarlo las personas allí presentes.

Pero pasaron días... COMIXA, desde el lugar en que lo tenían resguardado de la cólera de su señor, inventaba mil alarmantes historias de intrigas, asechanzas y maquinaciones de los REYES CATÓLICOS contra BOABDIL, diciendo haberlas descubierto en su viaje a Barcelona; y con esto, y con los sustos naturales de las princesas, y sus lágrimas, y los consejos de toda aquella pequeña corte, que deseaba salir del protectorado de los cristianos, hubo bastante para que el príncipe, fácil y condescendiente de suyo, consintiera al cabo en ratificar la obra de su Ministro.

Quedó, pues, concertado que la familia real musulmana se embarcaría en cuanto terminasen los calores de aquel mismo año de 1493.

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* *

Durante los preparativos del viaje, murió de melancolía la excelente MORAIMA, la tierna esposa de BOABDIL...

¡Aciaga estrella la de aquel hombre, efectivamente desventurado13! ¡En el momento de partir para un destierro perpetuo, perdía a la dulce compañera   —47→   de su vida, al único ser que hubiera podido hacerle soportable la expatriación!

El ánimo se detiene contristado a considerar al mísero proscrito, sobre todo en el horrible trance de esconder el cadáver de su esposa en aquella amada y esquiva tierra que él iba a abandonar para siempre... ¡Acaso cavó por sí solo la negra sepultura, en su amante recelo de que llegase a ser descubierta y profanada algún día!...- Ello es que nadie ha sabido jamás dónde fue enterrada MORAIMA, ni ya es de temer que den con ella los anticuarios.

¡Triste BOABDIL! ¡Cómo envidiaría unas veces a la que había compartido con él el trono de Granada, al ver que ella se quedaba al fin en el suelo patrio, refugiada en el seguro asilo del eterno sueño! ¡Cómo la increparía otras, acusándola de egoísmo, ingratitud y abandono! -«¡No has querido seguirme!» -le diría-. «¡Has desertado de la batalla, dejándome solo, enfrente de mi destino!»

Y, a la verdad, la desaparición de MORAIMA en tal instante, más que un inevitable eclipse decretado por la muerte, más que aquella melancólica ausencia de los finados que van a aguardarnos a otro mundo, parecía una cruenta separación en vida; algo tan desesperado y tremendo como las despedidas al pie del cadalso, o como un divorcio no deseado por una de las partes.

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* *

Sucedió esto a últimos de Agosto.- En fin, a primeros de octubre, BOABDIL su madre, su hermana,   —48→   su hijo y algunos amigos y criados, salieron del puerto de Adra, en una carraca de Íñigo de Artieta, mientras que en otra carraca genovesa y dos galeotas iban hasta mil ciento treinta moros más, que huían espontáneamente de la dominación castellana.

Favorables viento y mar a su infortunio, facilitáronles el acceso a la costa de enfrente, y, al otro día, aquellos navegantes, que llevaban al suelo africano los tristes restos del Imperio muslímico-español, tocaron tierra en Caraza, a poca distancia de Melilla.

¡Por allí volvía a entrar en África, al cabo de ochocientos años, desheredada y llorosa, la hueste aventurera de TARIC, después de haber sido señora de casi toda la Península Ibérica!

Sin detenerse en Melilla, pasó BOABDIL a establecerse a Fez, cuyo Califa era su pariente y amigo, y donde vivió treinta y tres años más, muy considerado y querido de aquel soberano y de todos los marroquíes, en un alcázar que hizo construir por el estilo del de la Alhambra.

Es la única particularidad que se sabe de la segunda parte de su vida.

En cambio, se conocen las honrosas circunstancias de su muerte, y la alta manera como pagó la hospitalidad a su deudo y bienhechor.

En 1526, precisamente el mismo año que CARLOS V hacía mención de BOABDIL en la Alhambra granadina, encontráronse a orillas del Guadal-Hawit (río de los Esclavos) las tropas del citado Califa de Fez, MULEY HAMET EL BENIMERIN, y las hordas   —49→   bárbaras de los dos hermanos JARIFES, que le disputaban el trono, y que por cierto se lo ganaron en aquella jornada, fundando la actual dinastía de Marruecos.

La batalla fue reñidísima, y en ella mandó parte de la vanguardia del ejército de MULEY HAMET un guerrero de encanecida barba y principalísimo porte, el cual hizo prodigios de valor y temeridad, hasta que al cabo hubo de sucumbir al número de los enemigos, muriendo bizarramente con todos los que iban a sus órdenes.

El ensangrentado cadáver de aquel heroico anciano fue uno de los innumerables que arrastraron al mar las aguas del impetuoso río...

Desventurado hasta después de muerto, sus cenizas no durmieron en la tierra.

Era BOABDIL14.

[...]

¡Singular coincidencia! -Cuando los agarenos entraron en España, el último Rey godo, D. RODRIGO, cayó herido en las aguas del Guadalete, cuyas ondas arrastraron al mar su cadáver.- Ochocientos trece años después, el último Rey moro de España, BOABDIL, moría de la misma manera, y tenía también por sepultura los abismos del océano.

¡Qué cosas!



  —50→  

ArribaAbajo - V -

El Valle de Lecrin.- El Padul.- Las aguas y los montes.- La Fuensanta del Valle


Durante aquella nuestra excursión por los libros y apuntes que llevábamos a mano, el terreno había principiado a cambiar de fisonomía.

Ya estábamos saliendo del angustioso y desolado tránsito que separa la Vega de Granada del Valle de Lecrin. El horizonte se ensanchaba gradualmente, y la lontananza del camino ofrecía un aspecto más simpático y gozoso.

La divisoria de las aguas había quedado atrás. Todas las vertientes iban ya al Mediterráneo, y la misma Diligencia, como rindiendo también vasallaje al mar, distante todavía nueve leguas, empezaba a rodar cuesta abajo, con gran contentamiento de las mulas.

Del flanco de la Sierra, que siempre veíamos a nuestro lado izquierdo, y que ya no era tan árido y monótono, manaban lucientes chorros de agua cristalina, los cuales se repartían luego por los entrecortados barrancos del otro lado de la carretera, esparciendo doquier vegetación, vida y hermosura, como silfos bullidores ganosos de engalanar y enriquecer la comarca...

El panorama era cada vez más amplio a nuestro   —51→   frente y nuestra derecha... La temperatura se había dulcificado mucho...- Entrábamos en el Valle, llamado así por antonomasia en toda la provincia...

Y tan cierto era que en el Valle habíamos entrado, que pocos momentos después estábamos en el Padul.

Lámina

Lámina II

...aquella invisible comarca, cuyo cielo me sonreía sobre la frente soberana del Mulhacén.

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El Padul (donde se releva tiro) es una rica villa de 3235 habitantes, sobre nacimiento o muerte más o menos, perteneciente ya al partido judicial de Órgiva, y el primer pueblo del Valle de Lecrin.

Lecrin, en árabe, quiere decir alegría. Este solo dato os hará formar juicio de la amenidad y belleza del territorio que íbamos a recorrer; belleza y amenidad que seguirían creciendo, sempre crescendo, hasta llegar al célebre Lanjarón...

Pero no anticipemos las sorpresas.

El Valle mide tres leguas de máxima anchura, por cinco de longitud. Nosotros lo abordábamos por su parte superior, y teníamos que seguirlo a todo lo largo (costeándolo, como si dijéramos, a cierta altura), hasta que poco a poco bajásemos a su planicie y girásemos con ella hacia el Oriente, en busca de la limítrofe Alpujarra...

Pero esto es volver a adelantar los sucesos.

Forman la desigual cuenca del Valle, toda tapada de arboledas, sembrados y cortijos, los estribos laterales de Sierra Nevada y una hija suya denominada la Sierra de las Albuñuelas; y riéganla nada menos que cinco ríos, amalgamados a la postre en uno solo.

  —52→  

Porque el Valle no es una concavidad lisa, como suelen serlo todos los valles, sino que contiene fértiles colinas y hondonadas interiores en que se abrigan sus diferentes pueblos... según veremos más adelante.

Aquella privilegiada región goza fama en la misma Andalucía por su exquisito aceite, claro como el agua, por sus muchos y excelentes cereales, por sus ricas y variadas frutas, etc., etc.

Y digo etc., etc., en razón a que ya hablaremos de cada cosa en su lugar respectivo.

Contentémonos ahora con saber que en el Padul inaugurábanse tímidamente todos los encantos de aquel nuevo paraíso, ¡digno prólogo de la selvática Alpujarra! -La naturaleza, inmortal artista, seguía complaciéndose en ofrecernos transiciones y contrastes.

Y, sin embargo, la imaginación tenía también tristezas que evocar en aquella tierra de delicias. El Valle de Lecrin chorrea sangre de cristianos y agarenos. Diríase que todos sus pueblos actuales son los humeantes escombros de otros pueblos incendiados.

Sin ir más lejos, aquella misma villa de Padul fue totalmente despoblada y quemada por los moriscos, como un reducto peligroso, después de habérsela ganado a los cristianos en una recia batalla dada a sus puertas.

De modo que sus presentes moradores, aquéllos que fijaban en nosotros y en la diaria novedad de la Diligencia una tranquila mirada, como diciéndonos: «También esto es mundo, aunque para ustedes   —53→   sea un trámite», no eran descendientes ni de los vencidos ni de los vencedores en las refriegas de la Conquista y de la Rebelión. Eran, sí, nietos de los que, nacidos en otras comarcas, se establecieron como colonos en la región de las ruinas...

¡Qué soledad tan melancólica la que encuentra el alma en los pueblos así habitados! -«Hic Troja fuit» le dicen todos los azulejos de las calles.

Y, sin embargo, conste que el Padul es una villa alegre y aseada, donde además tuvimos la siempre agradable sorpresa de encontrar a un amigo, último inmigrante en aquella tierra de inmigrados.

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* *

-¡Al coche, señores! -gritó en esto el mayoral. Y salimos para Dúrcal, distante del Padul cosa de una legua.

Esta legua es interesantísima bajo el aspecto orográfico y fluvial.

La Sierra principia a suministrar al Valle, no delgados arroyuelos como anteriormente, sino verdaderos ríos.

Debajo del Padul está la Laguna, del propio nombre, que desagua en el Dúrcal.

Poco más allá pasamos sobre los dos brazos originarios del mismo Dúrcal, cuyas fuentes brotan a poca distancia, al pie del Cerro Caballo, bastión de la gran cordillera, que hace dar allí una brusca vuelta al camino.

Aquellas dos endebles hebras de agua son más lejos una sola y vigorosa corriente, que luego se   —54→   llama Río Grande y al cabo se transforma en el respetable Guadalfeo, tributario directo del mar.

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Todas estas efectividades brutales, que en los dichosos tiempos en que mi espíritu sólo se alimentaba de novelas, me hubieran parecido materialidades insulsas, iban cautivando poderosamente mi atención.

Y es que cuando ya se ha vivido; cuando desde la cumbre de la edad empieza uno a discernir sintéticamente el casuismo de cada existencia humana y las vicisitudes generales de la Historia, la mente se recrea en hacer la sinopsis de los montes y las aguas; en ver, por ejemplo, dónde nacen los ríos, cómo se enriquecen, qué fatalidades físicas les trazan rumbo, por qué se convierten de vasallos en señores y de qué manera fenecen en el piélago insondable.

Adviértese entonces con filosófica humildad que las aguas influyen en la estructura de los montes casi tanto como los montes en el curso de las aguas. Estas raen y rebajan las cumbres de los cerros con la lima de las lluvias; los hienden y cortan en profundos barrancos; desgastan sus laderas; horadan y derrumban sus diques para abrirse camino; construyen colinas, deltas y barras con sus arrastres; forman valles y cañadas a su paso, y determinan la condición y aspecto de cada terreno, su aridez o su amenidad, su depresión o su altura.

Tales contingencias secundarias, y los primitivos fenómenos geológicos que edificaron caprichosamente   —55→   aquí o allí ésta o aquella cordillera, para que diese origen o leyes a las mismas nubes y calidad o fisonomía a cada comarca, llegan a parecernos otras tantas alegorías de las grandezas del mundo, del sino de los hombres, de los antojos de la suerte, de las revoluciones de los pueblos, de los decretos de la Providencia.- Son lágrimas de las cosas, dice Virgilio.

Mas ¿qué digo? Esos accidentes geográficos no son meras imágenes poéticas aplicables a los hechos de la Historia: son la Historia misma. El terreno decide del carácter de las razas: aguas y montes demarcan lo que considera su patria cada uno: quien dice montaña, dice frontera: el río se convierte en foso henchido de sangre cuando intenta pasarlo el extranjero: toda batalla tuvo por clave y objetivo la posesión o la conquista de un vado, de un desfiladero, de una eminencia.- La Historia es esclava de la Geografía.

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* *

Cerca ya de Dúrcal, hacia donde bajábamos resueltamente, vimos una graciosa quinta edificada en el zócalo mismo de la Sierra, especie de pensil babilónico, compuesto de escalonadas mesetas y cuajado de árboles en flor o de otros de verdura inmarcesible.

Entre las hojas de algunos de éstos, mostraban escandalosamente su olímpica hermosura, o más bien se avergonzaban de no hallar medio de esconderla, coloradas naranjas y amarillos limones, imagen fiel de aquellas cautivas orientales esterotipadas   —56→   por la pintura byroniana, que no consiguen tapar con sus cruzados brazos todos los tesoros de su pudor.

Aquel invernadero natural; aquella primera traición hecha, bajo el amparo de Sierra Nevada, a los vientos del Norte, a la altura sobre el nivel del mar y a la tiranía del Almanaque; aquella primera bocanada de aire tibio del mediodía, cuajada y convertida allí en flores y frutos de otras regiones; aquel paréntesis de amenidad, aquel escondite de primavera, llámase la Fuensanta del Valle.

Conste.

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Poco después, espaciose algo el terreno por el mismo lado, gracias a una breve condescendencia de la Sierra, proporcionándosele por tal medio una bonita vega al lugar de Dúrcal, que, sin aquella circunstancia orográfica, probablemente habría sido fundado en otro sitio, o no hubiera sido fundado en ninguna parte, resultando así un pueblo menos en el mundo.

Pero Dúrcal existe donde existe, y nosotros íbamos a entrar en él, pues ya divisábamos su campanario a poquísima distancia; lo cual significaba que habíamos andado otra legua y algunos metros más desde que salimos del Padul.



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ArribaAbajo- VI -

Ochenta años en seis kilómetros


Durante aquellos seis kilómetros, habíamos tenido también tiempo de hojear ochenta años de la historia del Reino de Granada, o sea desde la partida de BOABDIL para África hasta la sublevación de ABEN-HUMEYA... ¡de ABEN-HUMEYA, cuya romántica sombra debía de aparecérsenos de un momento a otro en la situación más crítica y solemne de su tormentosa vida!

Habíamos visto, pues, a los REYES CATÓLICOS despedirse temporalmente de su ciudad de Granada, dejando muy recomendado a las Autoridades (sobre todo la magnánima ISABEL) que fuesen benévolas y generosas con los muchos millares de moros que se quedaban allí guarecidos bajo la fe de las Capitulaciones, y que constituían el esplendor y la riqueza de aquella comarca.

Habíamos repasado luego aquellas Capitulaciones (mediante las cuales entregó BOABDIL a sus súbditos), y en ellas habíamos visto que «D. FERNANDO V DE ARAGÓN y DOÑA ISABEL I DE CASTILLA afianzaban a los islamitas completa seguridad de bienes y de haciendas, obligándose por sí, Y A NOMBRE DE SUS DESCENDIENTES, A RESPETAR POR SIEMPRE   —58→   JAMÁS LOS RITOS MUSULMANES sin quitar las Mezquitas y torres de Almuédanos, ni vedar los llamamientos ni sus oraciones, ni impedir que sus propios y rentas se aplicasen a la conservación del rito mahometano», y estableciendo además que «la justicia continuaría administrada entre moros por jueces de su propia religión y con arreglo a sus leyes»; que «todos los efectos civiles relativos a herencias, casamientos, dotes, etc., permanecerían atemperados a sus usos y costumbres»; que «los Alfaquís seguirían difundiendo la instrucción en escuelas públicas y percibiendo las limosnas, dotaciones y rentas asignadas para ello», y que «las contestaciones y litigios entre cristianos y moros se decidirían por Jueces de ambas partes»...

Habíamos admirado después la sabiduría y la templanza con que el virtuoso HERNANDO DE TALAVERA, primer Arzobispo de Granada, y el egregio CONDE DE TENDILLA, su primer Capitán General, pusieron en práctica el pensamiento de la gran ISABEL, procurando atraerse a los moros con afabilidad; reprimiendo las liviandades y las rapiñas de los aventureros advenedizos mezclados con los conquistadores; ejerciendo las obras de misericordia de la sublime Doctrina cristiana con los enfermos, huérfanos y menesterosos de la población infiel; haciendo que el clero aprendiese el árabe, en lugar de prohibir a los moros el hablar su lengua15, y enseñándoles a éstos el castellano, al par que los socorrían y   —59→   consolaban en sus desdichas, todo lo cual dio naturalmente por fruto que los musulmanes llegaran pronto a hacer una cariñosa confusión de ambas religiones, a querer entrañablemente al CONDE DE TENDILLA y al Prelado TALAVERA, a permitir que éste bendijese sus mezquitas y a llamarle el Gran Alfaquí, el Santo entre los Santos...

En seguida habíamos visto al rígido y vehemente Cardenal CISNEROS, lleno de impaciencia por aprovechar aquellas buenas disposiciones, y ansioso de realizar de un golpe las altas miras de la REINA CATÓLICA, presentarse súbitamente en Granada, con omnímodos poderes de sus Altezas; llevar a paso de carga la conversión de los moros de la capital, y proceder a bautizarlos de grado o por fuerza... siendo tantos (dicen los historiadores) los que acudieron a fingir que renegaban, movidos por el temor, por la novelería, o por adquirir el traje castellano que en el acto se les regalaba, que el CARDENAL hubo de contentarse con «agruparlos en pelotones y rociar sobre ellos el agua bendita con un hisopo»...

Y, como si esto no fuera bastante, habíamos visto a continuación al mismo CISNEROS, influido por el Inquisidor General FRAY DIEGO DEZA, sucesor de TORQUEMADA, hacer quemar en la plaza de Bibrambla más de un millón de manuscritos16 sobre política y religión musulmanas, recogidos violentamente en las casas de los moros, reservándose por fortuna aquel sabio Prelado los de ciencias naturales,   —60→   matemáticas y medicina, para la Biblioteca de su amada villa de Alcalá de Henares...

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Estas injustificadas violaciones del Tratado de 1492, perpetradas en vida de los mismos Reyes que lo habían suscrito (era el año de 1499), produjeron un terrible alzamiento en el Albaicin.

El caso principió de esta manera: Un Alguacil, llamado Barrionuevo, intentó obligar a una joven a que bajase a la ciudad a bautizarse: la joven gritó que ella era y quería ser mahometana: acudieron muchos moros: el Alguacil, lejos de intimidarse, los insultó arrogantemente, amenazándoles con la cólera de CISNEROS, y entonces los moros lo asesinaron, siendo su muerte la señal de la rebelión.

Barrearon las calles, dice el gran historiador Hurtado de Mendoza17 (así se llamaba entonces hacer barricadas): «Un grupo de sediciosos (continúa Lafuente Alcántara) se dirigió a casa de CISNEROS, que vivía en la Alcazaba, con propósito de asesinarlo; pero el CARDENAL armó a sus criados, aspilleró su casa y se defendió bravamente toda una noche».

A la mañana siguiente, el CONDE DE TENDILLA, que había deplorado, en unión de FRAY HERNANDO DE TALAVERA, los despóticos procedimientos de CISNEROS, aunque sin facultades para oponerse a aquel coloso, bajó de la Alhambra con tropas, se abrió   —61→   paso entre la muchedumbre, y salvó al futuro conquistador de Orán.

En seguida se dirigió al Albaicin, a ver de sosegar a los rebeldes, para lo cual les envió delante su adarga, con un escudero, en señal de paz y amistad; pero los moros, aunque mucho querían y veneraban al CONDE, apedrearon la adarga, en señal de rompimiento.

Diez mortales días se pasaron en inútiles negociaciones, sin resolverse el generoso TENDILLA a entrar a sangre y fuego en el barrio amotinado, cuando veía toda la razón de parte de los insurgentes, y sin que ellos pensasen tampoco en deponer las armas.

En tal situación, ocurrió una escena verdaderamente grandiosa, que recomiendo a los pintores.

El piadoso Arzobispo TALAVERA penetró solo, con una cruz en la mano, en la plaza principal del Albaicin, saltando las barricadas, sin previa señal de parlamento, y llenando de asombro a los musulmanes...- Estos vacilan al principio; luego se le acercan, humildes y afectuosos; le exponen sus agravios; escuchan sus consejos, y acaban por besarle la ropa...- Entonces el CONDE DE TENDILLA, a quien enteran de lo que ocurre, juega también el todo por el todo, entra en la plaza con una reducida escolta, y arroja su bonete de grana en medio de los enemigos...- Ellos lo alzan, lo besan y se lo devuelven...- Y la revuelta termina en nobles abrazos y afectuosas lágrimas.

No fue, sin embargo, estéril para la política de ISABEL aquella dulce victoria. El insigne TENDILLA pactó allí mismo con los moros que «sólo quedarían   —62→   con hacienda los que se hiciesen cristianos»; que «todos podrían conservar su hábito y lengua», y que «la Inquisición no se establecería en Granada en mucho tiempo»; en prenda de lo cual y de sus benévolas intenciones, el CONDE dejoles en rehenes a su esposa y a sus dos hijos pequeños.

Como veis, entre este noble león y el de Tarifa hay poquísima diferencia.

¡Y cuánto dice también aquel sublime rasgo, en favor de la hidalguía y la lealtad de los moros!

Todavía eran hombres...- Pronto los convertimos en fieras.

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Entre tanto, y desdichadamente para la paz, los cuarenta vecinos que constituyeron el gobierno del Albaicin durante aquellos diez días, habían huido a la Alpujarra y alzádola en armas, propagando luego el incendio de la rebelión por uno y otro lado de la costa.

No bien lo supo el REY CATÓLICO, acudió presuroso a Granada, censuró duramente los actos de CISNEROS, aprobando la conducta de FRAY HERNANDO y de TENDILLA; y, acompañado de éste, del GRAN CAPITÁN, de PULGAR, y de los entonces jovenzuelos ANTONIO DE LEIVA y HERNANDO DE ALARCÓN, salió a campaña y batió y sujetó a los rebeldes, no sin grandes trabajos y dolorosas pérdidas, sobre todo hacia la parte de Málaga y Ronda.

Por cierto que en una de estas expediciones fue en la que perdió tan heroicamente la vida el célebre D. ALONSO DE AGUILAR.

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«El resultado de aquellas costosas revueltas (observa un escritor), fue provocar la ira de los cristianos, privar de fuerza moral a los que aconsejaban tolerancia, y empeñar a FERNANDO e ISABEL en la promulgación de las leyes que imponían a todos los moros de España la obligación de convertirse a la fe católica (sic), o trasladarse a Berbería».

Los ismaelitas optaron por el primer extremo, al menos en apariencia; todos se declararon cristianos; y desde entonces empezó a llamárseles moriscos en vez de moros18.

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Los reinados de DOÑA JUANA y del EMPERADOR CARLOS V no alteraron la situación de las cosas. Los moriscos vestían, unos a la oriental y otros a la usanza de Castilla; conservaban todas sus prácticas y costumbres, menos el culto externo al Profeta, y seguían adorando al Profeta en lo profundo de su hogar y de su alma.

Muchas veces, es cierto, se intentó por el Santo Oficio y Autoridades granadinas acabar de cristianizarlos y castellanizarlos; pero ellos encontraron   —64→   siempre amparo y defensa, lo mismo en D. FELIPE el Hermoso, enemigo acérrimo de la Inquisición, que en el elevado espíritu del gran CARLOS.

Cuando éste fue a Granada, «vinieron a él (dice Fray Prudencio de Sandoval, en su ya mencionada Historia) D. Fernando Venegas, D. Miguel de Aragón y Diego López Benajara, Caballeros Regidores de Granada (los tres descendían de príncipes moros), y diéronle en nombre de los moriscos de todo el Reino un Memorial de agravios que recibían de los clérigos, de los jueces, de los alguaciles y escribanos. El cual Memorial, visto por el César, se escandalizó mucho de los cristianos que tal hacían. Puesto el negocio y leído el Memorial en Consejo, fue acordado que se enviasen visitadores para que supiesen de raíz la razón de aquellos agravios, y también cómo vivían los moriscos.- Fueron los visitadores D. Gaspar de Avalos, Obispo de Guadix, el doctor Quintana, el Canónigo Pedro López y Fray Antonio de Guevara. Anduvieron visitando el Reino y hallaron ser muchos los agravios que se hacían a los moriscos, y, junto con esto, que los moriscos eran muy finos moros. Veinte y siete años había que eran bautizados, y no hallaron veinte y siete de ellos que fuesen cristianos, ni aún siete».

El EMPERADOR contuvo a los perseguidores, y dictó algunas leyes para regularizar la situación de los perseguidos, pero mostrándose en todo tan benévolo con éstos, que, penetrados de gratitud los moriscos, alzaron bandera en auxilio del CÉSAR y en contra de las Comunidades, formaron una legión de   —65→   cuatro mil hombres, mandada por caudillos de su propia raza, y desbarataron a los Comuneros delante de los muros de Huécar...- ¡a los Comuneros, cuya causa era tan análoga a la suya!...

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Pero llega el reinado de FELIPE II, y los moriscos, lo mismo que los aragoneses y cuantos disfrutaban fueros y franquicias en toda España, principian a ser oprimidos de una manera insoportable.

Prohíbese a los primeros el uso de armas; se les veda tener esclavos negros; se les niega el derecho de asilo; se les exigen tributos especiales opuestos a los Tratados; los recaudadores los saquean; el clero los atropella; los soldados, no sólo los castigan a ellos, sino que injurian a sus mujeres cada vez que se acercan a sus casas en nombre de la ley, y «más eran (dice un historiador de aquel tiempo) los delitos que ellos cometían que los delincuentes que apresaban».

Irritados los moriscos, buscan represalias, y se dan a robar y matar cristianos, sobre todo en los campos y pueblecillos, y de aquí aquellos espantosos Monfíes (salteadores) de la Alpujarra y de otras Serranías, tan pintorescamente retratados por nuestro popular novelista D. Manuel Fernández y González.- Los Monfíes fueron los precursores de los verdaderos rebeldes beligerantes que poco tiempo después ganaban batallas en campo abierto a Capitanes renombrados en toda la Cristiandad.

A las fechorías de aquellos bandidos contestó   —66→   FELIPE II, oída una junta de guerreros, abogados e inquisidores, tomando las resoluciones siguientes...

Mas dejemos hablar al Tácito español, al severo y profundo Hurtado de Mendoza, contemporáneo de los hechos:

«El Rey (dice) les mandó dejar la habla morisca, y con ella el comercio y comunicación entre sí; quitóseles... el hábito morisco, en que tenían empleado gran caudal; obligáronlos a vestir castellano con mucha costa, a que las mujeres trujesen los rostros descubiertos, y a que las casas, acostumbradas a estar cerradas, estuviesen abiertas; lo uno y lo otro tan grave de sufrir entre gente celosa... Vedáronles el uso de los baños, que eran su limpieza y entretenimiento... Primero les habían prohibido la música, cantares, fiestas, bodas conforme a su costumbre, y cualesquier juntas de pasatiempo»...

Luis del Mármol, contemporáneo también, y más prolijo y material, añade otros pormenores curiosísimos, extractados de documentos oficiales, que nunca dejó de tener a mano.

Resulta de ellos que se ordenó a los moriscos que no tomasen, tuviesen ni usasen nombres ni sobrenombres de moros; -que, si los tenían, los dejasen luego; -que las mujeres no se alheñasen (esto es, que no se acicalasen el rostro con polvos de alheña); -que ninguno pudiese hablar, leer ni escribir en público ni en secreto en arábigo; -que entregasen todos los libros que estuviesen escritos en aquella lengua; -que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de vestido moro,   —67→   y, porque no se perdiesen del todo los trajes que estaban hechos, que pudiesen usar durante un año los que fuesen de seda, o tuviesen seda en guarniciones, y dos años los que fuesen de paño solamente; -que en los días de las bodas, que habían de hacerse al uso cristiano, tuviesen las puertas de las casas abiertas, y lo mesmo hiciesen los viernes en la tarde (el Viernes es para los islamitas lo que el domingo para nosotros), y que no hiciesen zambras ni leilas con instrumentos ni cantares moriscos, aunque en ellos no dijesen cosa alguna contra la Religión cristiana; -que en ningún tiempo usasen de baños artificiales; -que los que había se derribasen luego, -y que ninguna persona, de ningún estado y condición que fuese, pudiese usar de los tales baños ni en sus casas ni fuera de ellas.

Para la ejecución de la Pragmática en que se mandaba todo esto, comisionó el REY al licenciado D. PEDRO DEZA, del Consejo de la Inquisición, nombrándole Presidente de la Chancillería de Granada...

Se adivinará, pues, sin esfuerzo lo que entonces aconteció.

DEZA extremó cruelmente las órdenes de FELIPE II en la forma y manera de ejecutarlas, y los moriscos, después de apurar todos los medios suplicatorios (en lo que les ayudaron muchos personajes cristianos descendientes de los grandes guerreros de ISABEL); vista la implacable firmeza del Rey, y desesperando ya de poder vivir donde nacieron, se resignaron a perecer en aras de su Dios y desagravio de sus ofensas; decretáronse aquella especie de indirecto suicidio que hay en el fondo de la temeridad   —68→   de casi todos los regicidas; se abrazaron, como Sansón, a la columna de sus hogares, para hundirlos sobre su cabeza y sobre la cabeza de sus opresores; resolvieron, en fin, morir matando...; y matando murieron, como veremos después, sin que de ellos quedase en nuestra patria más que regueros de lágrimas y sangre, algunos nombres en la Historia, y daños y ruinas en el suelo.

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Desde que los descendientes de Agar tomaron esta suprema determinación, cesaron sus quejas, sus motines y toda resistencia activa o pasiva a los crecientes atentados de D. PEDRO DEZA y sus esbirros.- La Inquisición los creyó ya sojuzgados para siempre.

Pero el vulgo no se engañó, como no se engaña nunca en estas materias, respecto de aquella repentina inmovilidad de los moriscos...

«En el Albaicin se trama, alguna cosa»... decía el popular en los barrios de los cristianos, con voz de lúgubre presentimiento.

Y así era efectivamente. Los moriscos más principales, los más ricos mercaderes, los nietos de los Abencerrajes y de otras familias ilustres, conspiraban sin cesar, con la cautela y la astucia propias de la raza semítica. Viejos astrólogos leían a las gentes sencillas y fanáticas misteriosos jofores, o sea profecías, de cercana libertad, en antiguos pergaminos librados de la quema del siglo anterior y de las pesquisas inquisitoriales. Conspirábase asimismo en la   —69→   Alpujarra y toda la costa, y la nieve de la Sierra aparecía todas las mañanas señalada por la babucha de atrevidos, incógnitos emisarios, que habían cruzado durante la noche aquellas pavorosas alturas, llevando mensajes a los Monfíes alpujarreños, o de éstos a los conjurados del Albaicin.

Al efecto de contarse y saber cuántos podrían empuñar las armas en un momento dado, inventaron el más ingenioso y pérfido artificio, cual fue aparentar que trataban de construir un Hospital de leprosos, a exclusiva costa de gente morisca, como la más plagada por aquella terrible enfermedad, y disponer, previo el oportuno permiso del Rey y de la Iglesia, que dos moriscos saliesen a recoger limosnas por todo el Reino de Granada.- Estos fueron formando circunstanciadas listas por pueblos y casas; y el número de cuartos que apuntaron como recibidos en cada una de éstas significaba, no la efectividad del donativo, sino el número de hombres de pelea que allí habían encontrado, a quienes dicho se está que se guardaron muy bien (salvo en casos especiales) de comunicar por entonces lo que se tramaba.

De este misterioso censo resultó que los moriscos de armas tomar eran unos cuarenta y cinco mil.

En cuanto a las Autoridades cristianas, no sospecharon de manera alguna el uso que los pretendidos fundadores del Hospital habían hecho de la licencia obtenida.- «El Rey y el Prelado (dice con este motivo Hurtado de Mendoza) tenían más respeto a Dios que al peligro.»

Conocedores ya de su fuerza, y después de maduras   —70→   deliberaciones, los conjurados del Albaicin creyeron llegado el caso de prevenir y armar toda la gente posible, para lo cual decidieron que «los casados descubriesen el plan a los casados, los viudos a los viudos, y los mancebos a los mancebos; pero a tiento, probando las voluntades y el secreto de cada uno».

Finalmente, respecto de la época en que debía estallar la sublevación, acordaron «que fuese en la fuerza del invierno, porque las noches largas les diesen tiempo para salir de la Montaña y llegar a Granada, y, a una necesidad, tornarse a recoger y poner en salvo».

¡Qué gente, santo Dios! ¡Preferían el invierno para pasar dos veces en una noche la Sierra Nevada!

«...Gente suelta, plática en el campo, mostrada a sufrir calor, frío, sed, hambre; igualmente diligentes y animosos al acometer, prestos a desparcirse y juntarse...; muchos en número, proveídos de vitualla, no tan faltos de armas que para los principios no les basten; y en lugar de las que no tienen, las piedras delante de los pies, que contra gente desarmada son armas bastantes».- Así retrata a los moriscos el historiador últimamente citado, o, por decir mejor, así se retrataban ellos mismos... pues las anteriores líneas son un extracto o referencia que hace Mendoza de un discurso que el viejo, rico y noble D. FERNANDO el Zaguer, que otros llaman ABEN-XAGUAR, verdadero director de la conspiración, dirigió a sus correligionarios, exhortándolos a desechar todo miedo.

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En suma: el día 1.º de enero de 1569 era el día fijado para el alzamiento.

A fin de año habrá mundo nuevo», decían los moriscos públicamente con una expresión indefinible.- Y las Autoridades, que se enteraban de esto, lo atribuían a que en aquella fecha espiraban los últimos plazos de la terrible Pragmática, por lo respectivo a lengua, ropas y demás usos orientales.

El plan era que los jefes de los Monfíes de la Alpujarra y del Valle, esto es, el DAUD y el PARTAL de Narila y el NACOZ de Nigüelas, con cuatro mil hombres escogidos entre los que ya campaban por su respeto en aquellas fragosidades, pasasen la Sierra Nevada durante la noche, entrasen en Granada por la cuenca del Darro, ganasen así fácilmente el Albaicin sin ser vistos, y sirvieran de núcleo a la rebelión de todos los moriscos de la Ciudad y de la Vega.

Mas he aquí que, según acontece casi siempre en tales casos, el movimiento se anticipó y estuvo para fracasar, por culpa de personas dotadas de mejor voluntad que entendimiento...- Así dirían ellos desde su punto de vista.

El día de Nochebuena por la mañana llegó al Albaicin, antes que a las Autoridades, la noticia de dos gravísimos atentados cometidos el día anterior en la Alpujarra, no ya por los Monfíes solamente, sino por gentes acomodadas y hasta entonces pacíficas; atentados cuya magnitud y arrogancia eran como una súbita revelación de que la tormenta estaba ya encima; o como el primer bramido del terremoto.

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Refirámoslos, o, más bien, copiemos la relación que de ellos hace un historiador de aquel tiempo; pues no tiene una letra de desperdicio.

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«Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos de la Audiencia de Uxíxar de Albacete (que los más de ellos estaban casados en Granada) ir a tener las pascuas y las vacaciones con sus mujeres; y siempre llevaban de camino (de las alcarías por donde pasaban) gallinas, pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban a los moriscos como mejor podían. Y como saliesen el martes veinte y dos días del mes de diciembre Juan Duarte y Pedro de Medina y otros cinco escribanos y alguaciles de Uxíxar, con un morisco por guía, y fuesen por los lugares haciendo desórdenes, con la mesma libertad que si la tierra estuviese muy pacífica, llevándose las bestias de guía, unos moriscos, cuyas eran, creyendo no las poder cobrar (más por la razón del levantamiento que aguardaban), acudieron a los Monfís y rogaron al Partal y al Seniz de Verchul que saliesen a ellos con las cuadrillas y se las quitasen. Los cuales no fueron nada perezosos, y el jueves en la tarde, veinte y tres días del mismo mes, llegando los cristianos a una viña del término de Poqueira, salieron a cortarles el camino y las vidas juntamente, sin considerar el inconviniente que de aquel hecho se podría seguir a su negocio: y matando los seis de ellos, huyeron Pedro de Medina y el Morisco, y fueron a dar rebato a Albacete de Órgiva;   —73→   y demás de éstos, a la vuelta toparon con cinco escuderos de Motril, que también habían venido a llevar regalos para la pascua, y los mataron y les tomaron los caballos».

Como veis, el primer atentado no fue chico.

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Pues el segundo fue mucho más grande.- Escuchad:

«El mesmo día entraron en la Táa de Ferreira Diego de Herrera, capitán de la gente de Adra, y Juan Hurtado Docampo, su cuñado, vecino de Granada y Caballero del hábito de Santiago, con cincuenta soldados y una carga de arcabuces que llevaban para aquel presidio; y, como fuesen haciendo las mesmas desórdenes que los escribanos y escuderos, los Monfís fueron avisados de ello y determinaron de matarlos como a los demás, pareciéndoles que no era inconviniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y prevenidos para lo que se había de hacer. Con este acuerdo fueron a los lugares de Soportújar y Cáñar (que son en lo de Órgiva), y, recogiendo la gente que pudieron, siguieron el rastro por donde iba el capitán Herrera; y, sabiendo que la siguiente noche habían de dormir en Cádiar, comunicaron con D. Hernando el Zaguer su negocio, y él les dio orden como los matasen, haciendo que cada vecino del lugar llevase un soldado a su casa por huésped; y, metiendo a media noche los Monfís en las casas, que se las tuvieron abiertas los huéspedes, los mataron todos uno a uno, que   —74→   sólo tres soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra; y, juntamente con ellos, mataron a Mariblanca, ama del Beneficiado Juan de Rivera, y otros vecinos del lugar.

»Hecho esto, los vecinos de Cádiar se armaron con las armas que les tomaron, y, enviando las mujeres y los bienes, muebles y ganados, con los viejos, a Jubiles, se fueron los mancebos la vuelta de Uxíxar de Albacete con los Monfís; y D. Hernando el Zaguer y el Partal fueron a dar vuelta a los lugares comarcanos para recoger gente.»

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Hasta aquí el ameno cronista19.- Concluyamos nosotros ahora nuestro sucinto resumen de los hechos.

No bien se supo en el Albaicin lo acontecido en la Alpujarra, FARAG ABEN-FARAG20, riquísimo comerciante y tintorero de aquel barrio, descendiente de los Abencerrajes, y uno de los jefes de la conjuración, concibió y ejecutó un temerario proyecto, que no consultó ni con sus más íntimos amigos. Marchó a los inmediatos lugares de Cenes y Pinos-Genil; reclutó unos doscientos malhechores musulmanes; púsose a la cabeza de ellos, y dio la vuelta al Albaicin, por excusados caminos, entrando en él a las doce de la noche del primer día de Pascua,   —75→   sin que aquel turbión de gente fuese visto ni oído de los habitantes de la ciudad.

El son de atabales y dulzainas y los gritos de ¡Viva Mahoma! sacaron de su sueño a los moriscos, los cuales, considerando aquello una imprudencia que podía frustrar todos sus planes, guardáronse muy bien de salir a la calle, y aún de asomarse a las ventanas...

Sólo un viejo musulmán sacó la cabeza por un ajimez, y preguntó a los alborotadores:

-¿Cuántos sois?

-Seis mil, -contestó enfáticamente el FARAG.

-Sois pocos y venís presto, -replicó el anciano, cerrando de golpe el ajimez.

Entonces aquel audaz y ambicioso personaje, cuyo excesivo celo y feroces instintos habían de ser siempre funestos a la causa de los moriscos, viendo que no adelantaban nada en el Albaicin, que se acercaba el día, y que en la ciudad sonaban campanas y trompetas, en señal de alarma de los cristianos, se marchó con su gente, tomó las faldas de la Sierra, a media altura, y corriose por ellas en busca del Valle de Lecrin.

Cuando salió el sol divisóseles desde Granada, caminando siempre a su vista, con pintados banderines y relucientes aceros, ganando cada vez puntos más escarpados de la cordillera, -que la noche anterior se había nevado hasta los estribos.

Ya habían marchado en su persecución muchas tropas, al mando del MARQUÉS DE MONDÉJAR, Capitán General del Reino, nieto y digno heredero de aquel buen CONDE DE TENDILLA de quien tanto hemos   —76→   hablado; pero los rebeldes llevaban mucha delantera e iban por un camino en que la caballería era inútil; y así fue que lograron meterse al cabo en el Valle de Lecrin sin que el MARQUÉS les diese alcance.

Una vez en el Valle los insurgentes, necesitábase nada menos que un ejército para poder atacarlos. Aquella pobladísima tierra, llena de defensas naturales, era toda de Mahoma...

Comprendiolo así MONDÉJAR, y regresó a la capital.

La guerra estaba planteada...

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En cuanto a nosotros, recorríamos ya las calles de Dúrcal, al son irrisorio de la destemplada corneta del postillón o delantero, asombrados de hallar tan pacíficos a los hombres y tan descuidadas a las mujeres, como si no acabaran de pasar por allí FARAG ABEN-FARAG y sus doscientos moriscos levantando en armas todo el Valle...

Y era que, al cerrar nosotros los libros, habían transcurrido de pronto trescientos tres años, dos meses y veinte días.



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ArribaAbajo- VII -

Dúrcal.- El día de San José.- La Madre de Andalucía.- Una emboscada.- Talará y Chite.- Panorama del Valle


En Dúrcal, lugar de 2266 habitantes, no se detiene la Diligencia; o, a lo menos, no se detuvo el año pasado. A pesar de esto, pudimos hacer algunas observaciones.

Una de ellas fue que, con motivo de estar situado el pueblo en terreno mucho más bajo que el Padul, no sólo era alegre como aquella villa, sino risueño, animado, bullicioso.- El Padul nos había ofrecido la serena placidez de la montaña: Dúrcal nos ofrecía el gracioso júbilo del llano.

Quizás consistiría también aquel aumento de regocijo en que era un poco más tarde; en que hacía menos frío que allá arriba; en que todo el mundo habría ya almorzado en Dúrcal, antes o después de Misa Mayor, y en que esta Misa habría sido de primera clase.- Recuérdese que era día de San José.- Los Pepes y Pepas del lugar (que de seguro serán innumerables), y sus parientes, compadres y otras cosas, no tenían, pues, ya que pensar más que en pasearse o en jugar a las cartas hasta la hora de comer, y en preparar los bailes para aquella tarde y aquella noche...

Con lo que pasaría el día de San José de 1872, como habían pasado tantos desde 1568, y aquellos   —78→   honrados labradores volverían a la otra mañana a sus acostumbradas faenas, y luego seguirían así más o menos años, devanando cada cual la madeja de su vida, hasta que uno por uno fuesen desapareciendo todos bajo la muda tierra, con el ovillo de su historia debajo del brazo, sin que por eso mermase nunca la población, -gracias esto último a los continuos zagalones que irían ascendiendo entre tanto a padres de familias y ocupando las vacantes de los muertos [...]

No de otra manera nosotros habíamos pasado por Dúrcal sin detenernos, y salido ya otra vez al campo, cuya pacífica soledad tornó a sonreirnos, como una patria recobrada.

Tal sonreirán también las primeras calles al prisionero puesto en libertad, -y los primeros astros al alma que va de la tierra al cielo.

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Por lo demás, aquel pueblo, importantísimo en su clase, encerraba suficientes recuerdos históricos para que yo pudiera escribir aquí muchas y muy entretenidas páginas. Habréis de permitirme, sin embargo, que no me meta en tal cosa. La Alpujarra nos llama hace ya harto tiempo, y nos hemos detenido demasiado en la exposición de las causas de la Rebelión de los moriscos, ad usum de los que no las recordasen.

Aquella exposición era absolutamente precisa para la inteligencia del sentido general de esta obra (que a mí mismo no se me alcanza), y sobre todo   —79→   para poner a su debida luz las romancescas figuras de ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO, a quienes me propongo retratar, no como historiógrafo, sino como mero artista...

Pero (quede dicho de una vez para siempre) yo no escribo, ni por asomos, la crónica de la Alpujarra, sino la crónica de lo que un viajero entristecido vio, pensó y recordó en aquel rincón del mundo, referida con el propio desconcierto de sus marchas, de sus conocimientos y de sus impresiones.

Esto me obligará únicamente a ir señalando con el dedo uno y otro paraje del camino, diciéndoos, como un epitafio ambulante: -«Aquí fue tal ciudad».- «Aquí yace tal héroe».

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Quedamos en que habíamos salido de Dúrcal.

Caminábamos, por consiguiente, hacia Talará (distante de allí una legua), bajando y subiendo lomas, pero siempre bajando mucho más que subíamos, y sin salir nunca de la gran cavidad general del Valle de Lecrin.

Sierra Nevada, nuestro constante espectáculo de la izquierda, se embellecía cada vez más, y volvía a acercársenos para que la admiráramos mejor...

¡Digna era por cierto de ser vista en aquel punto; y eso que sólo se nos presentaba de perfil; eso que aquél era aún, como si dijéramos, su aspecto exterior; eso que no podíamos distinguir todavía ni su espléndido desenvolvimiento meridional ni sus gigantescas cumbres!

  —80→  

Estas quedaban ocultas detrás de la eminencia secundaria del Cerro Caballo, a cuyo pie se deslizaba el camino.

Pero aquel Cerro, parte integrante de la Cordillera, nos enseñaba ya amenísimos barrancos, cuya verde frondosidad estaba como recogida con púdico recelo en las tajeas cavadas por los torrentes, contrastando aquellos oasis de abrigada y húmeda vegetación con las tersas moles de granito y de pizarras de una y otra ladera.

Doquier fluía el agua; doquier exudaba la próvida Atlántide la rica savia de sus venas; doquier veíase juguetear arroyos, cascadas y riachuelos, dioses menores dedicados a distribuir las mercedes de aquella olímpica deidad, reina y señora de las nubes y medianera poderosa entre los cielos y la tierra...

¡Oh madre!»... exclamé entonces, agradecido a tantos bienes como le prodiga a Andalucía aquella arca santa de fecundidad, alzada sobre todos sus valles y llanuras...

¡Oh madre!»... repito ahora...

Y este acceso lírico no pasa nunca de aquí; pues considero que, para cantar las virtudes de un peñasco, basta con semejante exclamación; sobre todo, después que Píndaro ha dicho: ¡Alto don es el agua!

Creo además conveniente reservar algunas galanterías para cuando departa mano a mano con el mismo Mulhacén desde los propios escabeles de su trono.

*
* *

A un cuarto de legua de Dúrcal pasamos sobre   —81→   el río Torrente, con el cual ya se había unido el Pleito, nacidos ambos cerca de aquellos barrancos misteriosos de que acabábamos de enamorarnos.

Entre el origen del río Torrente y el del Dílar, que brota al otro lado del mismo monte, sólo median algunos centenares de metros, y, sin embargo, estos dos camaradas de la infancia, hijos acaso de un mismo venero, no vuelven a verse ni aproximarse nunca, recorren comarcas contrapuestas, y cada uno va a morir a un mar distinto: el Torrente en el Mediterráneo, y el Dílar en el Océano; el primero por Motril, confundido con el Guadelfeo, y el segundo por Sanlúcar de Barrameda, revuelto con el Guadalquivir.

Así se bifurcan también los destinos humanos..., etc., etc., etc.

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* *

Cerca ya de Talará, cuyas campanas empezaban a decirnos con inocentes voces que allí había otro día de San José, cruzamos un arroyo que fluye al pie de una cuesta...

Entre aquella cuesta y aquel arroyo aconteció una de las más horrorosas matanzas de la guerra que hemos dejado planteada por el FARAG.

«Hoy se ven blanquear los huesos, no lejos del camino», -escribía D. Diego Hurtado de Mendoza tres años después.

Fue el caso que el NACOZ de Nigüelas, terrible cabecilla de Monfíes, entendió que debía pasar por allí un convoy de vituallas, con destino a Órgiva,   —82→   protegido por doscientos cincuenta soldados, al mando de un Alférez llamado MORIZ, «hidalgo, pero poco proveído y muy libre», dice el mismo historiador. Las atalayas moras avisaron oportunamente la salida de aquella fuerza, compuesta por cierto de extremeños, y el NACOZ apostó trescientos arcabuceros y ballesteros, parte en el lecho del arroyo y parte en las primeras casas del lugar, con orden de permanecer todos ocultos. Dejó pasar a los cristianos la primera emboscada, y, cuando los tuvo cogidos entre dos fuegos, los acometió a un tiempo de frente y por retaguardia, trabándose una espantosa refriega...

«Peleose en una, y otra parte (concluye el buen D. Diego); pero fueron rotos los nuestros, y murieron todos; con ellos el Alférez, por no reconocer; y aún dicen que borracho, más de confianza que de vino».

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* *

Bajo la impresión de este lúgubre recuerdo entramos en Talará, lugar tan gozoso como su nombre, que, según veis, se canta solo...

Tampoco se detuvo la Diligencia en Talará, cuyas 1007 almas (refiérome al Nomenclátor), con sus correspondientes cuerpos, están repartidas entre aquel lugar y otro pueblecillo de setenta y seis casas, anejo suyo, distante de él media legua, y denominado Chite.- Diríase que este nombre le manda callar al otro.

Pero Talará no callaba por eso; sino que entre el repique de las campanas, el cacarear de las gallinas   —83→   -que en aquella estación alborotan mucho entre diez y doce de la mañana (eran las once y media)-, las alegres voces de los muchachos y el vibrante martilleo del herrador, formaba en la serena atmósfera una especie de inarmónico concierto, no desprovisto, sin embargo, de cierta melodía moral para las finas orejas del espíritu.

Lo que no se oía era cantar a las gentes. Estábamos en Semana de Pasión, de lo cual no nos habíamos acordado en Dúrcal al suponer que los Pepes y Pepas pudieran bailar aquella tarde o aquella noche...

Cantaban, pues, únicamente los canarios y colorines enjaulados a la puerta o en los balcones de algunas casas; -a la puerta, si la casa era de planta campesina, y en los balcones, entre verdes macetas, si era de más encopetada construcción.

De cualquier modo, las mujeres, vestidas y peinadas con el esmero propio de un día tan clásico, hallábanse al lado de los pájaros y de las macetas, mientras que los hombres, todos armados de bastones de estoque, o de palos de diversos calibres, entraban y salían, paseaban por las calles, o conferenciaban en el tranco de algún establecimiento público.

El hombre vaga, bulle, milita, propende a escaparse continuamente: la mujer es la piedra fija del hogar.- Si no hubiera mujeres propias, no habría ciudades, villas ni aldeas: a lo sumo, habría campamentos.

Cuando hacíamos esta última reflexión, tan edificante y cristiana, estábamos ya fuera de Talará,   —84→   que supongo no nos honraría con un recuerdo tan duradero como el que yo he guardado de nuestro tránsito por su calle Mayor, Real, o como se llame.

Lo que sí me atrevo a apostar es que la atención y las conjeturas de que son objeto, durante algunos minutos, en aquel pueblo y en todos los de carretera, cuantos viajeros los atraviesan en coche o a caballo, no ceden en viveza y fantaseadora inventiva a las composiciones de lugar que íbamos nosotros haciendo por los lugares del Valle.

¡Ah! Lo desconocido será siempre el reino de la poesía; y el desconocido, o la desconocida, nunca dejará de tener aires de protagonista de drama.

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* *

Por Chite no pasamos: Chite no está en la carretera.

Esta circunstancia constituye todo un mundo moral y social de diferencia entre Talará y su anejo. ¡En Chite será posible ignorar lo que pasa en el globo, será posible la incomunicación, serán posibles la inocencia, la fe, la paz, la tranquilidad y su ventura!...

Y por eso se llamará ¡Chite!... sinónimo de ¡silencio!

Lámina

Lámina III

La privilegiada comarca granadina, por encerrar todas las bellezas naturales, encierra hasta la ascética y melancólica del desierto.

¡Delirio! ¡Ilusión! ¡Pura broma! La ventura, la tranquilidad, la paz, la fe y la inocencia no están ya de resto en el fondo de los campos. En la aldea más escondida ha penetrado un vientecillo glacial que viene de los desiertos del ateísmo, y que seca en el alma de los más zafios labriegos y de los pastores   —85→   más incultos y solitarios aquellas santas y modestas flores -la humildad, la paciencia y la esperanza- que perfumaban antes las asperezas de su vida; de donde vemos ahora a todos los que desheredó la fortuna, tristes, huraños y como rencorosos, despojados de toda benevolencia, de todo respeto, de todo temor, de todo lazo interno con el fatal e irremediable organismo de la sociedad humana.- Tanto peor para Chite, y también para las grandes metrópolis, impulsoras de ese soplo de muerte; -pues en el pecado llevarán la penitencia.

*
* *

Al salir nosotros de Talará, la Sierra giró bruscamente hacia Levante.

Era que había concluido su flanco: era que ya estábamos al otro lado de ella.

Sin embargo, lo muy bajo del camino que seguíamos y la interposición de algunas lomas nos estorbaban todavía ver la cara austral de la cautelosa cordillera y el horizonte de la Alpujarra...

El camino dio luego la misma vuelta que la Sierra; mas, antes de darla, pasó por un dilatado mirador natural, desde el que vimos al descubierto todo el Valle de Lecrin, cuya cuenca, a partir de aquel punto, se extiende hacia Levante.

Largo rato hacía que no nos habíamos asomado a la ventanilla que daba al Valle, por atender exclusivamente a la montañosa decoración del otro lado, o a los pueblecillos en que se había ido metiendo la Diligencia como Pedro por su casa; y a fe   —86→   que hubimos de holgarnos de ello en tal momento, puesto que así fue mayor nuestro asombro al considerar de golpe toda la magnificencia a que había llegado aquella feracísima comarca.

Tratábase ya de una vasta elipse de muchas leguas de irregular perímetro, circuida de cerros de diversos colores y cuajada toda ella de arbolado, viñas, praderas, cortijos, lugares y riachuelos.

Se diría que era la Vega de la Granada, reapareciendo a nuestros ojos más en pequeño, y rizada por colinas y collados; pero igual en vegetación y hermosura...

Era verdaderamente el Valle de la Alegría.

En medio de él veíamos un pueblo, casi tapado por un bosque de frutales en flor y de naranjos y limoneros cargados de fruto.

Más que un pueblo del mapa, parecía un huerto oriental, un nido paradisíaco, o un vergel mitológico: el sitio de recreo de un príncipe de Las Mil y una noches, o la isla sagrada de una diosa del Olimpo...

Era Pinos del Rey, o Pinos del Valle (que de los dos modos se llama), -por donde no habíamos de pasar de manera alguna, ¡aunque sólo distaríamos de él un kilómetro!...

¡Ah! Las carreteras son implacables -cuando se viaja en coche.

Por eso deseábamos tanto que transcurriese una hora, a fin de montar a caballo y campar por nuestro respeto.

Al Sur del Valle, los montes que lo cierran se deprimían ya un poco, franqueando a la vista un   —87→   cielo de infinita lontananza, cuya diafanidad luminosa tenía un encanto indescriptible.

Era el cielo del mar.

El mar mismo, aunque sólo distaba de allí cuatro leguas escasas, no podía descubrirse todavía. Estábamos en terreno muy bajo. Pero no debía de ponerse el sol aquella tarde sin que viéramos azulear la llanura del Mediterráneo...

Y no porque hubiésemos de acercarnos aún más a la costa en el resto del día... (no: ya caminaríamos siempre a Levante hasta llegar a Órgiva); sino porque, mientras la Diligencia bajara luego sin nosotros a la orilla del mar, nosotros subiríamos las primeras cuestas de la Alpujarra.

Pero volvamos a las filas.

Ya habíamos dejado a nuestra izquierda (sin verlo, aunque cruzamos a dos kilómetros de él) el lugar de Mondújar, todo escondido en un pliegue de la Sierra...

Allí fue donde pasó sus últimos años y espiró, tan amargado como referimos, el viejo Rey MULEY HACEM, el misántropo después de muerto21.

Finalmente, delante de nosotros había aparecido un pueblo de pintoresca perspectiva, situado en una posición deliciosa, defendido de los vientos de Norte por un disforme cerro llamado Mataute, y rodeado también de todo género de árboles floridos...

¡Era Béznar!



  —88→  

ArribaAbajo- VIII -

Tres leguas en tres minutos.- Una mañana de nieve.- Una espada y una daga.- Quién era D. Fernando de Valor


¡Béznar!...- Para explicar estas admiraciones ortográficas, tengo que recordaros algunas escenas históricas, tan interesantes y tan nimiamente conservadas por los cronistas, que, más que Historia, parecen capítulos de una novela de Walter Scott.

Yo no inventaré cosa alguna, ni en este ni en ningún caso. Los escritores de la época me dan todo el trabajo hecho... Mi único oficio será elegir, cuando sus versiones no concuerden, la que me parezca más verosímil.

Con que empecemos por retroceder tres leguas en el camino que acabamos de andar.

*
* *

La mañana del 24 de Diciembre de 1568 (día de Nochebuena y Viernes; esto es, festividad a un tiempo para cristianos y Musulmanes), sería cosa de las ocho u ocho y media, cuando penetraron en el Valle de Lecrin, viniendo de Granada, tres singularísimos viajeros, -singularidad que consistía en el mero hecho de viajar juntos.

Eran un caballero cristiano, una mujer morisca y un esclavo negro.

  —89→  

La noche anterior había nevado mucho, y el cielo amenazaba nevar más. Cerros, camino, valle, laderas, todo estaba igualmente blanco.

La nieve del camino no ofrecía huellas de que nadie hubiera transitado todavía por allí aquella mañana.

Las tres indicadas personas iban, a la sazón, cuesta abajo. El caballero se había apeado y llevaba el caballo del diestro. La morisca seguía a caballo. El esclavo marchaba un poco detrás.

Al caballero nos lo retrata del siguiente modo el historiador Ginés Pérez de Hita: «...Era mancebo de veinte y dos años. Era de poca barba, de color moreno, verdinegro, cejunto, los ojos negros, grandes; gentil hombre de cuerpo: mostraba en su talle y garbo ser de real sangre (como era verdad que lo era): tenía los pensamientos reales, procedía realmente: era de todos los moros granadinos muy estimado y respetado: era Veinticuatro de Granada.- Doy señas de él porque le vi, vestido de luto, en compañía de los demás Veinticuatros, en las honras de la Serenísima Reina Doña Isabel de la Paz, mujer de nuestro Católico Rey D. FELIPE Segundo; y entonces supe quién era y cómo se llamaba».

De la morisca sólo dice la Historia que aquel viajero «la traía, por amiga» (es la frase de Mármol); esto es, que era «su querida», como en lenguaje más moderno manifiesta Lafuente Alcántara.

Estos y otros historiadores convienen además en cuanto hemos indicado; es a saber, en que los dos   —90→   amantes iban solos en el momento a que nos referimos; en que él llevaba su caballo del diestro y en que el esclavo los seguía respetuosamente...

No sería, pues, muy aventurado de nuestra parte suponer que la mahometana era de hechicero rostro, y que el joven Regidor granadino marchaba pegado a los pies de la caballera beldad, con una mano apoyada en sus rodillas, mientras que ella se inclinaba dulcemente para mejor mirarse en los ojos de su raptor o robado y escuchar sus lisonjeras pláticas.- Tal es al menos la postura académica en semejantes casos.

Pero caminaran así o menos amarteladamente, ello fue (volviendo a lo histórico) que en aquel punto y hora, al torcer una revuelta del camino, se encontraron de manos a boca con un hombre, jinete en una mula, que subía a todo correr la nevada cuesta que ellos bajaban...

Este hombre, que tenía trazas de eclesiástico, aunque no llevaba ropa de tal, iba sumamente azorado y descompuesto, mirando atrás con angustia, como quien teme ser perseguido.

Ver y reconocer a nuestro caballero fue en él una misma cosa; por lo que principió a gritar inmediatamente:

-¡Alto! ¡Alto, señor D. FERNANDO! ¡No siga adelante vuestra señoría! ¡Vuélvase a Granada!...

El llamado D. FERNANDO lo reconoció al mismo tiempo, y le dijo tranquilamente, avanzando todavía algunos pasos:

-¡Hola, señor Beneficiado! ¿Qué diantres le   —91→   ocurre a vuestra merced?

Y volviéndose a su amiga, que había hecho alto, añadió:

-Es el Beneficiado de Béznar.

La morisca se sonrió levemente.

-¡Nada! ¡Nada, señor D. FERNANDO! -continuó el sacerdote, parando su mula-. Monte vuestra señoría a caballo y vámonos a Granada. Fuera una imprudencia que vuestra señoría diese un paso más por este camino. Los Monfíes han levantado en armas toda la Alpujarra, y vienen ya sublevando los pueblos del Valle...

Al oír estas nuevas, estremeciose el joven de un modo convulsivo y volvió la cara hacia la morisca, que se había puesto pálida como una difunta.

Dos miradas fulmíneas se cruzaron entre sus ojos y los de ella, mientras que el Beneficiado continuaba:

-Sí, señor; sí, señora; hay sobrado motivo para asustarse. ¡Esta es la fin del mundo!... Los Monfíes lo entran todo a sangre y fuego... Se cuentan horribles asesinatos cometidos ayer hasta en los ministros del altar... ¡Por misericordia de Dios he podido yo escapar de Béznar!... ¡A caballo, a caballo, señor D. FERNANDO, y huyamos de esos forajidos!

Cuando el clérigo pronunciaba estas últimas palabras, ya estaba el mancebo sobre la silla, en la cual hacía por cierto la más gallarda figura. Alargó, pues, la mano al sacerdote, sonriéndole afablemente, y le dijo:

-Muchas gracias, señor Beneficiado. Que vuestra merced lleve buen viaje.

  —92→  

Y echó a andar por la cuesta abajo, asegurándose en los estribos e igualando y tanteando las riendas, como quien se dispone a correr con gana.

La morisca y el esclavo salieron detrás de él.

-Pero ¿adónde va vuestra señoría por ahí? -preguntó lleno de asombro el pobre Beneficiado de Béznar.

-¡A Béznar! -contestó D. FERNANDO, picando ya espuelas y partiendo como una exhalación...

-¡Ave María Purísima! -repuso el buen padre de almas, santiguándose devotamente y golpeando con los talones los ijares de su mula.

Dos horas después, este Beneficiado -célebre, aunque sin nombre ni apellido-, refería en Granada, la anterior escena, que por él llegó a conocimiento de la Historia.

*
* *

Pero, por mucho que aprieten a sus caballos D. FERNANDO y su compañía, con quienes nos proponemos entrar en Béznar, han de tardar algunos momentos en darnos alcance...

Y digo algunos momentos solamente, porque, cuando se han empleado ochenta años en seis kilómetros, como nosotros los empleamos desde el Padul a Dúrcal, nada tendrá de extraordinario que, por la inversa, una cabalgata recorra ahora diez y siete kilómetros en tres minutos.

Aprovechemos, pues, este tiempo en referir otra escena que le había ocurrido el día anterior en Granada a aquel mismo apuesto joven; por donde vendremos   —93→   en conocimiento de toda la importancia del al parecer sencillo hecho que acabamos de relatar.

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* *

D. FERNANDO DE VALOR (que así se llamaba el amante de la morisca), Señor de Valor, -lugar de la Alpujarra, -era, según acabamos de ver, uno de los veinticuatro Regidores perpetuos del Ayuntamiento de Granada, o Caballero Veintiquatro, que se decía entonces; cargo elevadísimo, propio de magnates de esclarecida alcurnia, y hereditario como un vínculo, aunque también alienable, dadas ciertas calidades en el comprador.

D. FERNANDO había heredado la Veinticuatría de su padre D. ANTONIO, o más bien de su abuelo D. HERNANDO, pues su padre, que aún vivía, lo que había hecho era cedérsela... por las razones que expondremos en otro lugar...

Pero no: expongámoslas ahora mismo, que hacen más al caso.

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D. ANTONIO DE VALOR Y CÓRDOBA, caballero ilustre y rico, de arrebatado carácter y animoso corazón, creyéndose un día insultado en Ayuntamiento por otro Concejal que discutía con él sobre los negocios públicos, echó mano a la espada para vengar su agravio dentro del mismo Cabildo, cosa que no lo fue dado llegar a hacer, pues lo sujetaron y desarmaron sus compañeros.

  —94→  

Pero aquella mera tentativa, aquel simple desacato, bastó para que lo procesasen con todo rigor y lo condenasen nada menos que a galeras; de lo cual dedujo la opinión que sus enemigos y los tribunales se habían aprovechado de aquella ligera falta, como de un pretexto, para satisfacer a poca costa otros rencores particulares, religiosos y políticos, que se abrigaban contra el D. ANTONIO, -hombre tan popular como temido, que pasaba por desafecto a su Majestad el Rey y por adversario de la Santa Inquisición.

Hallábase, pues, el buen caballero, en la época a que nos referimos, encerrado en la Cárcel Alta de Granada («a falta de galeras», dice un historiador), mientras que su hijo, por cesión suya, ejercía el cargo de Concejal en aquel mismo Ayuntamiento que tan contrario acababa de mostrarse al apellido de VALOR.

Mas no era esto lo único que (según el runrún de las gentes) hacía nuestro D. FERNANDO en lugar y representación de su animoso padre...

Desde que D. ANTONIO DE VALOR Y CÓRDOBA fue con tal sevicia castigado, empezaron a amanecer en las calles de la capital, cosidos a puñaladas y muertos, hoy uno, mañana otro, casi todos aquellos de sus enemigos que se habían erigido en sus jueces...; y el rumor público, siquier en voz muy baja, atribuyó desde luego aquellos asesinatos misteriosos al joven Señor de VALOR, -más temido y popular todavía que su mismo padre.

Yo no sé si esta sospecha sería fundada. La Historia no ha conseguido averiguar lo cierto. Paso, por   —95→   consiguiente, sobre el particular como sobre ascuas, y vuelvo a mi otra relación.

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* *

Así las cosas, la víspera del precitado día de Nochebuena, cuando más preocupados se hallaban los cristianos viejos de Granada con las fechorías de los Monfíes alpujarreños y el sospechoso marasmo de los moriscos del Albaicin, D. FERNANDO entró en la Casa-Ayuntamiento, armado de espada y daga, como entonces era uso entre los nobles.

Hasta aquí no había nada que decir, pues sobre calidad de D. FERNANDO no cabía duda; pero era el caso que, desde el lance ocurrido con su padre, se había establecido en toda España que los Veinticuatros dejasen sus armas en poder de los porteros antes de penetrar en las Salas Consistoriales, y el joven, fuera por distracción, fuera deliberadamente, sólo se desciñó aquel día la espada, conservando la daga a la cintura, y de este modo se presentó en Cabildo.

«Un Caballero Veinticuatro, Alguacil Mayor perpetuo de Granada, llamado D. PEDRO MAZA (cuenta el historiador Ginés Pérez de Hita, aquel mismo que ya nos ha retratado a D. FERNANDO, por haberlo conocido personalmente), viendo que D. FERNANDO DE VALOR había dejado la espada, y no la daga, le dijo:

»-Señor D. FERNANDO: mal lo hace vuestra merced, no dejar la daga con la espada, como lo hacen los demás Caballeros.

  —96→  

»D. FERNANDO le replicó diciendo:

»-Por cierto, señor D. PEDRO, que, no advertido en ello, no lo he hecho; mas muy poco importa que yo entre con daga en el Ayuntamiento, pues de mí no hay que recelar, especialmente siendo tal Caballero que bien podría entrar con espada y daga.

»-No niego eso, -dijo D. PEDRO-; que ya se sabe que, por ser tal, tiene vuestra merced y sus pasados privilegio Real para poder llevar armas y traellas en partes vedadas y no vedadas; mas muy bien sabe vuestra merced que es uso y costumbre en todos los Reinos y Señoríos de Su Majestad que ningún Caballero, por delantero que sea, puede meter ningún género de armas en la Sala del Ayuntamiento: y así no es justo que vuestra merced las meta, pues hay otros tan buenos como vuestra merced, y no las meten.

»A estas palabras se indignó D. FERNANDO mucho contra D. PEDRO, y le dijo:

»-Ninguno hay que sea tan bueno como yo ni que con más libertad las pueda meter en cualquiera parte.

»D. PEDRO Se enojó mucho con esto que D. FERNANDO le dijo, y, atreviéndose a su oficio de Alguacil Mayor, le dijo a D. FERNANDO:

»-Pues, por el oficio que tengo, debo de derecho quitarle la daga, que no puede tenerla en la cinta sin tener la espada; y le tengo de hacer por ello denunciación.

»Y diciendo esto, se llegó a D. FERNANDO y le quitó la daga de la cinta.

  —97→  

»D. FERNANDO, ardiendo en ira, viendo que por ser Alguacil no se la podía defender, se la dejó tomar, diciendo:

»-Vos lo habéis hecho como villano; y juro por la Real Corona de mis pasados, de quien soy digno, que yo tome tal venganza de vos, que mi agravio quede bien satisfecho, y aún de algunos que han consentido que la daga se me quite...

»El Corregidor que oyó estas palabras, mandó que lo prendiesen; mas D. FERNANDO con gran presteza, por no ser preso, salió de la Sala y fue donde estaba su espada, y, tomándola, sacándola de la vaina, les dijo a los porteros, que le querían prender, que se tuviesen; si no, que los mataría. El Alguacil Mayor le quiso echar mano; mas no lo pudo hacer, porque D. FERNANDO, como era mozo muy suelto, se desvió afuera, y tomando la escalera, que era llana y ancha, en solos dos brincos la salvó toda.

»Llegando al zaguán, halló su caballo, que lo tenían sus criados aprestado, y, sin poner el pie en el estribo, se puso en la silla, y, apretándole las piernas, salió de las Casas del Cabildo con tanta presteza como un rayo; de tal forma, que D. PEDRO ni los porteros y otros alguaciles que allí había pudieron tener derecho del.

»Sus criados, visto el alboroto, y que no podían seguir a su señor, se metieron en la Capilla Real, que está muy cerca de las Casas del Cabildo...

»...Se presume que D. FERNANDO DE VALOR estaba en la conjuración del levantamiento del Reino, por haber ido aquel día al Ayuntamiento   —98→   a caballo y por haber querido entrar con la daga, para por ello tener aquella ocasión de salirse de Granada...»

Hasta aquí Pérez de Hita.

De lo que cuentan los demás historiadores se deduce que D. FERNANDO pasó aquella noche escondido en una almazara de la Vega, adonde fueron a juntársela la morisca y el esclavo, saliendo al amanecer del día siguiente para el Valle de Lecrin, a cuya entrada lo hemos visto desatender bravamente el medroso consejo del Beneficiado de Béznar.

*
* *

Pero a todo esto, no sabemos todavía a punto fijo quién era D. FERNANDO DE VALOR, ni qué significaba aquello de la Corona Real de sus pasados, ni de dónde provenían su popularidad y el temor que inspiraba a las Autoridades granadinas.

Sepámoslo todo de una vez.

D. FERNANDO DE VALOR, a quien los moriscos del Albaicin llamaban D. FERNANDO MULEY (Muley es una especie de tratamiento árabe que vale tanto como señor, o más bien monseñor, y que sólo se da a los príncipes reales), era a la sazón: según el grave Hurtado de Mendoza, «un mancebo rico de rentas, callado y ofendido»; -«un mozo pródigo y liviano», según el complaciente Mármol; -y «un joven de notoria resolución y firmeza y eminentes cualidades para constituirse cabeza de la rebelión», según el concienzudo Lafuente Alcántara, -el cual dice también que «su familiaridad con   —99→   los jóvenes más livianos de Granada, su lujo, sus prodigalidades y sus obsequios a una morisca de quien estaba enamorado, habían consumido sus rentas cuantiosas y obligándole a contraer deudas». Finalmente, este mismo escritor, compilador discretísimo de casi todos los cronistas árabes y cristianos del Reino de Granada, termina el retrato del personaje con que andamos a vueltas, poniéndole la siguiente nota: «Su carácter es altamente interesante, a pesar, de los duros epítetos con que lo han calificado los historiadores contemporáneos suyos. Sus aventuras y sus hazañas, porque también las realizó, se han presentado de una manera poética por Ginés Pérez de Hita».

Despréndese de todo lo apuntado que D. FERNANDO DE VALOR era exteriormente, en la alta sociedad granadina, ni más ni menos que lo que, antes y después de él, han sido en todas partes los jóvenes de moda y calaveras de buen tono, mixtos de próceres y de políticos: lo que Alcibiádes en Grecia, lo que el adolescente César en Roma, lo que Byron en Londres y en Italia: un escándalo, una esperanza, un escollo y un ídolo juntamente, así para los buenos como para los malos, así para las mujeres como para los hombres, así para la moral como para la patria.

Ahora: si además de esto, subrepticiamente, asesinaba o mandaba asesinar, a los farisaicos perseguidores de su padre, cuenta es esa que habría que abrirle por separado, y que sólo Dios, sabedor de la verdad, podría ajustarle en definitiva.

En fin, -y aquí entra lo más interesante,   —100→   -D. FERNANDO DE VALOR era nieto, como hemos dicho, de D. HERNANDO DE VALOR, contemporáneo de la Conquista de Granada, el cual, al hacerse bautizar entonces con este nombre, trocó su condición de Príncipe moro por las grandes mercedes que le hicieron los REYES CATÓLICOS, dándole privilegios de armas y acostamientos de lanzas, con aventajados sueldos...

Ahora bien: aquel príncipe moro, pariente muy cercano de BOABDIL, y descendiente en línea recta de los ABDERRAHMANES que reinaron en Córdoba, procedía de la egregia estirpe de los OMMIADES, cuyo apellido de familia era HUMEYA, nombre de uno de los nietos de MAHOMA, hijos de su hija22.

Por consiguiente, el joven D. FERNANDO, el Regidor fugitivo, el amante de la morisca, el viajero del Valle de Lecrin, contaba entre sus abuelos al mismísimo PROFETA, y no al través de una prolongada y oscura genealogía, perdida en la noche de la fábula, sino tan clara y distantemente como el actual Duque de Medinaceli desciende de los Infantes de la Cerda, o el Duque de Frías de los Condes de Haro.

Y, por consiguiente también, aquél a quien el pobre Beneficiado de Béznar aconsejaba que se volviese atrás y que huyese de los Monfíes; aquella señoría, al parecer tan castellana y tan católica, era el ídolo de los irritados moriscos, era la esperanza de sus agravios, era el que por su estirpe sagrada, por su regia categoría y por sus prendas personales,   —101→   ambicionaban para jefe; era el que tal vez fue tachado por algunos de indiferente a los dolores de su raza, al verlo disipar su juventud en fiestas y amoríos, confundido con los aristócratas cristianos; era el que tornó a captarse la adoración supersticiosa de todos los descendientes de los moros, no bien empezó a creérsele autor de aquellas desastradas muertes de los enemigos de su padre; era el REY deseado de los conspiradores, el anunciado de los astrólogos, el temido de los que veían condensarse la rebelión musulmana; era, en fin, o había de ser desde aquel día, el trágico personaje que conoce la Historia bajo el sangriento nombre de ABEN-HUMEYA.

*
* *

Pero han transcurrido los tres minutos y las tres leguas que nos separaban de él...

¡Helo que llega a toda brida; pasa como un relámpago; nos deja atrás, sin curarse de nosotros, y penetra en Béznar, seguido de la morisca y del esclavo!...

¡Todavía es D. FERNANDO DE VALOR!... sigámosle... Entremos en Béznar detrás de él...

Los momentos son preciosos para todos.- ¡El insensato corre al trono y a la muerte!...- Nosotros vamos a cambiar el último tiro... para llegar adonde nos esperan los caballos de silla.



  —102→  

ArribaAbajo- IX -

En Béznar.- Naranjas y limones.- De Regidor a Rey


Cuando algunos instantes después hicimos alto en la Administración de Diligencias, sita en el centro del pueblo, nadie nos dio muestras de haber visto entrar a ABEN-HUMEYA y sus acompañantes, ni pudimos sacar en claro dónde vivían los VALORIS, -a cuya casa sabíamos fijamente que habían ido de posada.

¡Son tan recelosos y disimulados los moriscos!...

Pero ¡ah! no... El disimulado era el tiempo. Me acontecía lo mismo que en Dúrcal con FARAG ABEN-FARAG: que entre mis visiones históricas y la realidad presente habían transcurrido tres siglos como por ensalmo.

Así es que Béznar estaba muy tranquilo, celebrando también cristianamente su día de San José con el asueto y atavío de sus moradores; que no profanando todo un día de Nochebuena con abominaciones mahometanas, como aquel viernes de 1568 en que yo creía encontrarme...- Y así se explicaba también que el lugar estuviese lleno de sol y regocijo, que no encapotado y lúgubre; florido, que no nevado; en primavera, que no en invierno.

¡Tanto mejor para nosotros, que no lo habríamos pasado muy bien, a fuer de verdaderos católicos,   —103→   apostólicos, romanos, si hubiéramos aparecido por allí aquel infausto día en que el padre Beneficiado tuvo que poner tierra por medio entre él y sus feligreses, metamorfoseados de pronto en fanáticos y crueles islamitas!

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Béznar, el Béznar de hoy, con el cual tenía que contentarse nuestra sed de emociones, es un lugar de 807 habitantes, repartidos entre la genuina población de este nombre, que comprende 72 casas, el Barrio Bajo, que se compone de 63, y el barrio de la Jábita, que sólo cuenta 32.- Pertenece también a este pueblo la Venta de Tablate, distante de él dos kilómetros, donde debíamos dejar la Diligencia.

Dijimos del Padul... que era alegre; de Talará... que era gozoso; de Dúrcal... que era risueño.- De Béznar digo... no ya que se sonreía, sino que se reía a carcajadas.

En efecto: nada más alborozado que aquel pueblecillo, situado en medio del Valle, cuya espléndida lozanía verdegueaba al final de todas sus arábigas callejuelas.

Las casas, generalmente pobres y de aspecto morisco, disimulaban su vejez bajo una flamante capa de cal, como en las ciudades africanas, y hacían olvidar su modestia con las flores, con las jaulas de pájaros, con las ramas de naranjos y limoneros y con las emperejiladas mujeres que decoraban sus balcones, sus puertas, las tapias de sus corrales y las cercas de sus huertecillos.

  —104→  

El crescendo de hermosura del Valle de Lecrin había, pues, llegado casi al summum..., y me quedo en el casi, porque aún nos faltaba ver a Lanjarón...

Béznar es uno de los emporios de naranjas del mediodía de Europa. Su mercado sirve como de bazar a los innumerables miles de ellas que se cautivan a poquísima costa en los bosques y huertas de las cercanías y en sus propios alrededores.

Perdonadme esta insistencia en comparar a las naranjas con las cautivas destinadas a extranjeros harenes; pero el símil es tan exacto y tan mío, que tengo empeño en que lo admitáis.

Estudiad, si no, el ulterior destino de estas princesas del reino vegetal, de estas rústicas diosas de nuestra tierra, de estas hijas de nuestro sol...

Encontrámoslas aquí apiladas de cualquier modo en plazas y calles: cómpranlas luego mercaderes de otros países; enciérranlas en lujosos estuches, envuelta cada cual en una finísima bata de papel de seda; condúcenlas por camino de hierro o en barco de vapor a Berlín, a Londres o a San Petersburgo, y allí veselas (¡qué horror!) empingorotadas, como en un trono, en áureos fruteros, entre caloríferos y perfumadas bujías, ostentar su hermosura en los triclinios de los bárbaros del Norte y regalar el gusto de tal o cual Sardanápalo aforrado en inultas pieles... de otros animales por su estilo.

Y lo mismo digo de los limones.

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Ya veis que, en pago de vuestra indulgencia, he   —105→   defendido a la raza latina y maltratado cruelmente a sus émulas del Septentrión.

Confiado ahora en el agradecimiento de que, por ende, os supongo poseídos, voy a volver en busca de nuestros émulos del Sur, los fieros islamitas, esperando me dispenséis no los trate con tanto rigor como a los paisanos de Shakespeare, de Mikiewicht, de Goëthe, de Thorwaldsen, de Gogol y ¡¡de Bismark!! -No es prudente enemistarse a la vez con todo el mundo.

Mas ¿dónde encontrar ahora a ABEN-HUMEYA?

Que está en Béznar con nosotros, es indudable; pero buscarlo en las actuales casas del lugar, ya hemos visto que es imposible.

Recurramos, pues, a las perennes páginas de la Historia.

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   Un nuevo Rey entre ellos levantado
DON FERNANDO DE VALOR, se decía:
saliose de Granada, y concertado
quedaba de volver al otro día.
El día de la Pascua han señalado
que torne con pujanza y morería,
y que den en Granada lo primero,
que será el Albaicín buen compañero23.



El noble SEÑOR DE VALOR se apeó en casa de su pariente el VALORI, corifeo del lugar y jefe de una dilatada parentela.- Podía decirse que estos VALORIS   —106→   eran los amos del pueblo, compuesto casi exclusivamente de moriscos, o, por mejor decir, de recalcitrantes islamitas.

Todos ellos estaban ya en armas, y abiertamente rebelados al compendioso grito de ¡Viva Mahoma!

Recibieron, pues, con los brazos abiertos, y como a un nuevo Enviado de Alá, al joven descendiente del Profeta; celebraron aquella noche una junta; y ¡oh sacrílega coincidencia! a la misma hora en que toda la Cristiandad conmemoraba el sublime misterio de Bethleem, aquellos perros eligieron Rey de Granada, en odio a los cristianos, al que desde entonces se llamó MULEY MAHOMET ABEN-HUMEYA.

«Vistiéronle de púrpura (dice Hurtado de Mendoza), y pusiéronle a torno del cuello y espaldas una insignia colorada a manera de faja. Tendieron cuatro banderas en el suelo, a las cuatro partes del mundo, y él hizo su oración, inclinándose sobre las banderas, el rostro al Oriente (Zalá la llaman ellos), y juramento de morir en su ley y en el Reino, defendiéndola a ella y a él y a sus vasallos. En esto levantó el pie, y, en señal de general obediencia, postrose ABEN-FARAG en nombre de todos y besó la tierra donde el nuevo Rey tenía la planta. (A éste hizo su Justicia Mayor.) Lleváronle en hombros y levantáronle en alto, diciendo: Dios ensalce a MAHOMET ABEN-HUMEYA, Rey de Granada y de Córdoba. Tal era la antigua ceremonia con que elegían los Reyes de la Andalucía, y después de Granada».

En el precedente relato padece un error el insigne Hurtado de Mendoza. ABEN-FARAG no estaba   —107→   ni podía estar en Béznar la noche del 24, en que eligieron su Rey los moriscos. Y la prueba es que, como hemos visto, el fogoso tintorero salía de Granada a, la misma hora con dirección a Cenes, en busca de la gente con que entró en el Albaicin el 25 a media noche, para oír aquella despreciativa frase de «Sois pocos y venís presto» que apuntamos más atrás.

Cuando el impaciente conjurado del Albaicin llegó verdaderamente a Béznar fue en la mañana del 27, tercer día de Pascua...

...«Asomó (dice Mármol) por un viso FARAG ABEN-FARAG con sus dos banderas, acompañado de los Monfíes que habían entrado con él en el Albaicin, tañendo sus instrumentos y haciendo grandes algazaras de placer, como si hubieran ganado alguna gran victoria. El cual, como supo que estaba allí D. HERNANDO DE VALOR y que le alzaban por Rey, se alteró grandemente, diciendo que cómo podía ser que, habiendo sido él nombrado por los del Albaicin, que era la cabeza, eligiesen los de Béznar a otro. Y sobre esto hubieran de llegar a las armas. FARAG daba voces que había sido autor de la libertad y que había de ser Rey y Gobernador de los moros, y que también era él noble, del linaje de los Abencerrajes. Los VALORIS decían que donde estaba D. HERNANDO DE VALOR no había de ser otro Rey sino él. Al fin entraron algunos de por medio y los concertaron de esta manera: que DON HERNANDO DE VALOR fuese el rey y FARAG su Alguacil Mayor, que es el oficio más preeminente entre los moros cerca de la persona real. Con esto   —108→   cesó la diferencia, y de nuevo alzaron por Rey los que allí estaban a D. HERNANDO DE VALOR y le llamaron MULEY MAHAMETE ABEN-HUMEYA, estando en el campo debajo de un olivo. El cual, por quitarse de delante a FARAG ABEN-FARAG, el mesmo día le mandó que fuese luego, con su gente y la que más pudiese juntar, a la Alpujarra y recogiese toda la plata, oro y joyas que los moros habían tomado y tomasen, así de iglesias como de particulares, para comprar armas de Berbería. Este traidor, publicando que Granada y toda la tierra estaba por los moros, yendo levantando lugares, no solamente hizo lo que se le mandó, mas, llevando consigo trescientos Monfíes salteadores de los más perversos del Albaicin y de los lugares comarcanos a Granada, hizo matar todos los clérigos y legos que halló captivos, que no dejó hombre a vida que tuviese nombre de cristiano y fuese de diez años arriba, usando muchos géneros de crueldades en sus muertes»...

También hay una equivocación en la anterior reseña, que consiste en decir que la proclamación de ABEN-HUMEYA en Béznar tuvo lugar debajo de un olivo.

La escena bajo el olivo, tradicional en toda la Alpujarra, ocurrió en Cádiar, como veremos más adelante, y fue, no ya la proclamación, sino la solemne coronación del soberano en presencia de todos los caudillos y personas principales de su improvisado Reino, -que crecía como la espuma.

Por lo demás, las preinsertas palabras de Mármol, el historiador más adverso a ABEN-HUMEYA,   —109→   dejan ya deslindadas la responsabilidad de este príncipe y la de su cruel Justicia, o Alguacil Mayor, en los horribles martirios de cristianos que presenció aquellos días la Alpujarra24 y que serán el eterno baldón del Alzamiento de los moriscos.

Estas ferocidades inauditas sólo se deben imputar al inhumano tintorero, al demagogo de aquella rebelión, tipo repugnante y harto conocido, por ser igual al que ha deshonrado y deshonrará eternamente todas las Revoluciones, lo mismo en París que en la Alpujarra, lo mismo en el siglo XVI que en el siglo XIX.

En cambio, no nos faltarán más adelante ocasiones en que hacer justicia a la clemencia y magnanimidad del que había dejado de ser D. FERNANDO DE VALOR; el cual, si fue duro y cruel otras veces, extremado por la adversidad y por las bárbaras necesidades de la guerra, no rayó más allá que el Duque de Alba y otros venerados capitanes de aquellos tiempos.

Y si me equivoco y me lo demostráis, me importará poquísimo; que yo no soy el defensor nato de los infieles.

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Con que partamos, y perdonad si ahora sufre una muy larga interrupción la leyenda documentada   —110→   de ABEN-HUMEYA; -leyenda que es la Historia particular de la Alpujarra como estado autónomo; leyenda mal conocida de la generalidad de las gentes, por la parcialidad de unos escritores, por la ligereza de otros, por las contradicciones que se notan entre ellos y por la escasez de los libros que los ponen en claro; leyenda admirablemente sentida, y sin embargo, desfigurada, en la materialidad de los hechos, por el ilustre Martínez de la Rosa en aquel drama que me atrevo a calificar de Elogio del Rey Morisco; leyenda, en fin, que continuaremos y terminaremos nosotros, confundida con la de ABEN-ABOO, cuando recorramos las fragosidades alpujarreñas y la augusta soledad de Sierra Nevada.

Por la presente, reclaman toda nuestra atención misterios de otro orden y curiosidades de otro género...- ¡Para algo más que para leer y depurar historias humanas hemos dejado nuestro gabinete de Madrid! -La inmortal Naturaleza nos aguarda amorosamente al otro lado de aquesos últimos cerros de dominio público, dispuesta a hablar a solas con nuestro fatigado espíritu. El arcano geográfico que inquirimos hace tiempo, está para descifrarse a nuestros ojos. La incógnita Alpujarra escucha ya nuestros pasos detrás de esa ondulante cortina. La gran Cordillera va a mostrarnos de un momento a otro sus nevadas espaldas. El Picacho de Veleta, por ejemplo, sólo espera para decirnos «Así soy por el revés» a que nos pongamos de puntillas, como hizo el Renzo de Manzoni para descubrir desde la llanura de Pavía la catedral de Milán... El almuerzo y los caballos nos aguardan, en fin, en la Venta (que   —111→   sólo dista dos o tres kilómetros), y tenemos hambre, mucha hambre, y necesidad también de estirar nuestros entumecidos remos...

Partamos, partamos, sí: entre otras cosas, porque ya está enganchado el nuevo tiro, y el mayoral en su trono, y el zagal abriéndonos la portezuela, y el postillón, con la cabeza vuelta hacia nosotros y la corneta en los labios, aguardando impaciente el «¡¡¡Arréeee!!!...» del automedonte para anunciar al mundo, con su trompeteo, que la Diligencia de Motril abandona el lugar de Béznar.




ArribaAbajo- X -

El Puente de Tablate.- Llegada a la Venta.- ¡A caballo! -Lanjarón.- Adiós al mundo


Al sonar las Ave Marías; esto es, a las doce en punto, salimos de aquel deleitoso pueblo, último de la carretera para nosotros.

El terreno se angostó al poco rato, formando una profunda garganta, y minutos después pasamos el imponente y sombrío Puente de Tablate, cuyo único, brevísimo ojo, tiene nada menos que ciento cincuenta pies de profundidad.

El Tablate, más que río, es un impetuoso torrente que se precipita de la Sierra en el río Grande, abriendo un hondísimo tajo vertical, tan pintoresco como horrible.

  —112→  

Aquella cortadura del único camino medio transitable que conduce a la Alpujarra es una de las principales defensas de este país, su llave estratégica, el foso de aquel ingente castillo de montañas.

Así es que con este foso acontece lo que con el llano de Las Navas de Tolosa, lo que con el Guadalquivir por la parte de Alcolea, lo que con el paso de Roncesvalles y demás campos de batalla repetidamente históricos: que se han dado y habrán de darse en lo sucesivo muchas acciones cerca de él y subordinándose siempre el plan de campaña al perpetuo fenómeno topográfico.

Ya dije más atrás que la Historia es esclava de la Geografía.

Ha habido, pues, muchos Puentes de Tablate, quemados unos, volados otros, y todos cubiertos de sangre de fenicios, cartagineses, romanos, godos, árabes, moriscos, austriacos o franceses, y, por supuesto, de españoles de todos los siglos.

Circunscribiéndome al período histórico de que más suelo ocuparme en esta obra, pudiera citar varios hechos de armas ocurridos a los dos lados de aquella sima; pero me limitaré a recordaros uno sólo; verdaderamente interesante.

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El 10 de Enero de 1569: es decir, diez y siete días después de la elección de ABEN-HUMEYA; hallándose ya éste en el corazón de la Alpujarra, y alzada en su favor la mitad del Reino granadino, el MARQUÉS DE MONDÉJAR, que había salido de la capital   —113→   en busca de los insurgentes, con una división de dos mil infantes y cuatrocientos caballos, llegó a la vista del Puente de Tablate...

«Los rebeldes (dice un historiador), en número de tres mil quinientos, capitaneados por GIRÓN DE ARCHIDONA, por ANACOZ y el RENDATI se habían atrincherado en la cuesta y colinas que dominan por la parte de Lanjarón, y cortado el Puente de Tablate, que facilita el paso de un barranco profundísimo. El MARQUÉS llevaba ordenada su gente en batallones y protegida por una manga de arcabuceros y una vanguardia de corredores.

»Al llegar a los visos inmediatos al Puente, se divisaron las partidas moriscas, formadas bajo banderas blancas y coloradas, con ánimo de defender el paso. El MARQUÉS se adelantó con los arcabuceros y rompió el fuego, que fue contestado; pero como los arcabuces cristianos hiciesen estrago en los enemigos cedieron éstos y se alejaron algún trecho, en la persuasión de que era imposible pasar por el puente desbaratado.

»Dio ejemplo a los soldados y terror a los moriscos un fraile francisco, llamado FRAY CRISTÓBAL MOLINA, el cual, con un crucifijo en la mano izquierda, una espada en la derecha, los hábitos cogidos en la cinta y una rodela a la espalda, llegó al paso, se apoyó en un madero, saltó, y, cuando todos esperaban verle caer, se admiraron de contemplarle salvo en la orilla opuesta.

»Siguiéronle dos soldados animosos: uno cayó y murió en lo hondo: el otro fue más afortunado. Recompusieron éstos los maderos al abrigo del fuego   —114→   de los arcabuceros; facilitaron el paso a otros, y, últimamente, rechazados los moros, y consolidado el puente con tablones y piedras, pasó toda la división con caballos, carros y artillería, y se alojó en Tablate. El MARQUÉS peleó como soldado en primera línea, y, a no haber sido por la fortaleza de su coraza, que le aplastó una bala, hubiera perecido.»

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En cuanto a nosotros, pocos momentos después de pasar, sin peligro alguno, el Puente de Tablate, tuvimos también la dicha de llegar sanos y salvos a la Venta del mismo nombre.

Esta Venta, llamada además de Luis Padilla (no sé si por referencia a su fundador, a su propietario o a su inquilino), ocupa una posición tan estratégica, bajo el punto de vista hostelero, como el Puente bajo el punto de vista militar.

Aquel paraje es un foco de caminos (un fondac, que dirían los moros), donde se cruzan todos los días los viajeros y trajinantes de la costa, los de Granada, los del valle y los alpujarreños.

Para la Alpujarra, sobre todo, la tal Venta es, ya que no su puerta, una especie de aduana o portazgo avanzado sobre las vías oficiales de los hombres.

De allí arranca la senda de lo desconocido.

En prueba de ello, la Diligencia, no bien nos dejó en tierra, siguió adelante hacia el Sur, para bajar como despeñada al Mediterráneo, mientras que nuestro camino amarilleaba hacia el Oriente, al   —115→   modo de una flotante cinta, y desaparecía luego entre las montañas en busca de Lanjarón...

Pero entremos en la Venta.

¡Líbreme Dios de describirla! ¿Quién habla de ventas después de haber leído el Quijote? ¿Qué pintor se atrevería a tratar de nuevo los asuntos pintados por Velázquez?

Sólo os diré que allí encontramos a nuestros respectivos escuderos (granadinos del Albaicin... de pura raza); que éstos nos tenían ensillados los caballos, antiguos conocidos nuestros; que el almuerzo nos aguardaba sobre la mesa, gracias a nuestra previsión, y que almorzamos (a la navaja, por supuesto) como se almuerza a la una de la tarde, cuando se está viajando desde las ocho de la mañana.

En tan grata operación nos hallábamos (si ustedes gustan, lectores, se mejorará), cuando llegó en busca nuestra, para introducirnos en la Alpujarra (y procedente de aquel florido lugar de Pinos del Valle que nos había parecido a lo lejos un nido de amores), el primero de los distinguidos alpujarreños que habíamos de tener el honor de conocer en nuestra expedición.

Éste era un ilustrado y amabilísimo joven, tan bizarro como discreto, a quien no tardamos en querer muy de veras...

Reciba, pues, el afectuoso saludo que le dirijo en estos renglones... y la paz, que dicen en la Morería.

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A las dos en punto montamos a caballo.

  —116→  

¡Oh delicia! -¡Ya estaba bueno!

Disimuladme este ex abrupto. Es como una reminiscencia de la especie de resurrección que sentí entonces. Es un testimonio de agradecimiento y cariño al más ilustre de los animales. Es una debilidad disculpable en un convaleciente. Es una vaciedad más del presente libro, -que en nada puede perjudicaros.

Pero, ya que he entrado en materia, elevaré la cuestión y diré que a los simples mortales nos sucede lo contrario que a Anteo. Anteo recobraba su vigor cuando tocaba con los pies en la tierra, y nosotros solemos recobrar la salud y la alegría tan luego como nos vemos a caballo, con la ascética soledad de los montes a nuestra disposición...

Y no es aquello de


   ¡Un caballo! ¡Un caballo y campo abierto...
y déjame frenético correr!...



que dice a gritos el Adam de El Diablo Mundo...

No. Ya no siente nadie la superabundancia de vida del héroe de Espronceda, ni necesidad, como él, de desbravar su alma...

Es pura y simplemente que, al poner el pie en el estribo, parécenos que reivindicamos nuestra libertad, como el pájaro que se evade de su jaula.

¡Ah! No lo dudéis: el hombre nació para centauro, y, por consiguiente, el caballo es su complemento providencial.

En equivalencia, el hombre es el complemento del caballo.

Y, si no, decidme: -prescindiendo de la cuestión   —117→   estética, -¿comprendéis a este noble animal sin un jinete encima? ¿No os parece un ser miserable, como el hotentote sin religión, ropa ni ley? ¿No habéis reparado en la ufanía con que lleva el caballo al caballero, una vez ajustado entre ellos el consorcio, o sea el tratado ofensivo y defensivo? ¿Habéis visto un corcel en la guerra, en la entrada triunfal de un héroe, o pasando por la calle donde vive la novia del jinete... es decir, de su asociado? -En los tres casos diríase que el engreído cuadrúpedo procede por cuenta propia.

[...]

Resultado de todo: que partimos...

Pero ¡con qué emoción! ¡con qué júbilo! ¡con qué entusiasmo!

¡Baste decir que estábamos a media hora de Lanjarón, y a tres cuartos de hora de la Alpujarra!...

Arrancamos, pues, al galope.

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La legua que hay entre el Puente de Tablate y Lanjarón tiene todavía honores de camino carretero; y no sólo los honores, sino también el ejercicio, puesto que la recorre todos los días, a saltos mortales, un coche especial, que sale de Granada con tan azarosa predestinación. De un modo o de otro, aquel camino se esconde desde luego entre los enormes y adustos contrafuertes de la gran Sierra, como si todo estuviese ya consumado; como si ya hubiera concluido el Valle de Lecrin; como si no debieran reaparecer los horizontes del... siglo; como si ya hubierais tomado el hábito de alpujarreño...

  —118→  

Sin embargo, hay momentos en que se notan indicios de que aún falta que ver algo relacionado con las profanas alegrías que se han dejado atrás. Adivínase (apuremos la anterior metáfora) que aún se tiene que pasar por aquella simbólica ostentación de las glorias de la vida y de los bienes terrenales que precede a la fúnebre ceremonia de ciertos votos monásticos.

Todo esto quiere decir que de vez en cuando encontrábamos en el camino largos convoyes de naranjas y limones, procedentes de aquella presunta austera soledad, -mientras que, a la puerta de tal o cual cabaña o cortijo, alzábanse, al lado de carros vacíos, altísimas pirámides... de más limones y más naranjas.

El criadero debía, pues, de estar muy cerca.

¡No estaba lejos! Repentinamente, -como cuando, al acabar una brillante sinfonía, después de una pausa o de un pianissimo, estalla de nuevo la interrumpida stretta finale, y el imponente tutti del graduado crescendo llega al fortissimo y al strepitosso, semejando una tempestad de armonía; -así, pero no así, sino de un modo más sorprendente, que diría un poeta épico; -al revolver de una loma; al esquivar un viso; cuando menos lo esperábamos... apareció a nuestros ojos Lanjarón.

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¡Alto y parada! -y procuremos enumerar ordenadamente, aunque sin echar pie a tierra, todos los prodigios que resume esta palabra «Lanjarón», célebre   —119→   en el mundo por la hermosura, fecundidad y riqueza del edén que lleva tal nombre y por la virtud de las aguas que allí se toman.

Vamos por partes.

Ante todo, descartemos los datos históricos y estadísticos, como muy ajenos al cuadro que me propongo bosquejar.

Por fortuna, mis datos estadísticos se reducen a lo siguiente.- Lanjarón encierra 2872 almas, número que se duplica en las temporadas de aguas y baños con los enfermos que acuden de toda la Península en busca de sus fuentes medicinales, particularmente de una magnesiana y de otra acídula ferruginosa, que son las que tienen más nombre.

Comentario:

«El hígado es el lazareto de la bilis», ha dicho lord Byron: es así que las aguas de Lanjarón son prodigiosas contra las afecciones hepáticas; luego Lanjarón es el antídoto de la tristeza, y hubiera bastado por sí solo a darle al Valle su nombre de Valle de la Alegría.

(Para comprender toda la lógica del anterior argumento es preciso ser muy melancólico).

En cuanto a la historia de Lanjarón, está como resumida en dos hechos... que no desmerecen entre sí, y que siempre debieran publicarse como yo los voy a publicar, -el uno detrás del otro.

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El Viernes 8 de Marzo de 1500, durante la primera rebelión de los entonces recién conquistados   —120→   granadinos, el mismo FERNANDO EL CATÓLICO atacó el Castillo de Lanjarón, defendido por un terrible y célebre capitán negro, quien tenía a sus órdenes nada menos que trescientos musulmanes escogidos.

Los cristianos, con un denuedo heroico, asaltaron el Fuerte bajo una lluvia de balas y saetas, obligando a entregarse a toda la guarnición; pero el capitán negro, por no rendirse, se arrojó desde lo alto de una torre, y murió.

«Con esto (dice un cronista), y con la voladura de la mezquita, de Lanjarón, llena de rebeldes, se sometieron todos, y fueron bautizados»...

Primer hecho.

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Segundo hecho:

Era el 28 de Diciembre de 1568, o sea el día siguiente al de la proclamación de ABEN-HUMEYA en Béznar...

Pero oigamos a Luis del Mármol:

«Luego como en Lanjarón (dice) se entendió el desasosiego de los moriscos, el licenciado Espinosa y el bachiller Juan Bautista, Beneficiados de aquella Iglesia, y Miguel de Morales, su Sacristán, y hasta diez y seis cristianos, se metieron en la Iglesia; y llegando ABEN-FARAG les mandó poner fuego, y el Beneficiado Juan Bautista se descolgó por una pleita de esparto, y se entregó luego al tirano, el cual le hizo matar a cuchilladas, y prosiguiendo en el fuego de la Iglesia la quemó, y se hundió sobre los que estaban dentro. Y haciéndolos sacar de debajo de las ruinas, los hizo llevar al campo, y allí   —121→   no se hartaban de dar cuchilladas en los cuerpos muertos: tanta era la ira que tenían contra el nombre cristiano.»

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Con que soltemos ya la pluma y cojamos los pinceles. Dejemos a los hombres, y contemplemos a la Madre Naturaleza. Olvidemos las enfermedades físicas y morales que recuerda esa villa, y digamos todas las excelencias del cuadro que acababa de aparecer a nuestros ojos.

En primer lugar, descubrir a Lanjarón implicaba haber descubierto ya también el que tantas veces hemos llamado «revés de Sierra Nevada». No de toda la Sierra ciertamente...; pero sí de una de sus cúspides más importantes, de la segunda en categoría, de la más popular acaso; del Picacho de Veleta, en fin, heredero inmediato de la corona del Mulhacén.

En efecto: estábamos, por la banda del Sur, al pie del afortunado monte a cuyo lado opuesto habíamos dejado a Granada hacía pocas horas... ¡Sólo que allá el galante coloso se eleva gradualmente sobre la hechicera ciudad, merced a una serie de transacciones con la llanura, mientras que en Lanjarón lo veíamos levantarse sobre nosotros casi verticalmente, áspero, altivo, abrumador, en toda la plenitud de su tiránica potestad!

Enterados de esto, imaginaos ahora las siguientes maravillas, acumuladas una sobre otra, como una edificación de titanes, desde la hondura del   —122→   Valle de Lecrin hasta la región que rara vez logran escalar las nubes.

Poned en todo lo alto, destacándose en la inmensidad del cielo, a doce mil seiscientos ochenta pies de elevación, un disforme y atrevido cono de intacta nieve.- Es el Picacho, el elegante califa de la Sierra, feudatario del inaccesible Gran Señor de aquel imperio.

Debajo del cono de nieve, colocad, aunque no las veáis, una meseta y unas hondonadas interiores, donde hay misteriosas lagunas, nacimientos de grandes ríos y resguardados ventisqueros.- Todo aquello es el famoso Corral del Veleta.

Desgajad de esa especie de plataforma otro monte, o sea un nuevo cuerpo de tan inconmensurable edificio.- Es Cerro Caballo, magnate del susodicho califato, cubierto también de nieve ante el rey.

Suponed, por último, en medio de este monte una segunda meseta, donde se encuentran mármoles parecidos al ámbar y al nácar, el llamado jaspe verde de Granada (que no es otro que la serpentina)25 y todos los tesoros que enumeráremos más despacio cuando estudiemos a fondo la próvida Cordillera...- De aquella segunda plataforma arranca el Cerro patrimonial de Lanjarón.

Este Cerro, loma o estribo, que todavía principia donde nunca ha reinado la primavera, y termina, debajo de nosotros, donde nunca ha reinado el invierno, no tiene tal vez igual en el mundo. Él solo, independientemente de la inmensa estratificación   —123→   que acabamos de reseñar, ofrece el aspecto de una ciclópea torre de pisos, por el estilo de esas torres de Babel que se atreven a dibujarnos los ilustradores de la Biblia; o, más bien, simula un descomunal anfiteatro convexo, más alto que ancho, en cuyas gradas ha escalonado la Naturaleza una prodigiosa exposición de todo el reino vegetal.

Allá arriba, donde un perpetuo frío achica los robles, las encinas y los castaños, se crían el liquen del Spitzberg, la sablina de Noruega, el quebrantapiedras de Groenlandia y los sauces herbáceos de Laponia. Más abajo, donde los castaños y las encinas se agrandan, y aparecen ya los cerezos y manzanos silvestres, con los tejos, el boj, los aceres y los alisos, prodúcense la salvia, una manzanilla especial, la mejorana, el ajenjo, y otras plantas aromáticas y alpinas. Luego siguen los morales, los fresnos y las higueras: después los olivos, las vides y los granados: a continuación los naranjos y los limoneros; y, por último, la africana pita, la higuera chumba, el plátano de América y la palmera de los desiertos de Arabia.- Añadid a esto, en ordenada progresión, todos los demás frutales, flores, semillas y cereales de las tres zonas en que se divide la Tierra, pues de ninguno falta allí un ejemplar, y formaréis una leve idea de la riqueza de aquel vergel, tan curioso como productivo.

Pues ¿qué diré de su hermosura?

Contábannos allí (y harto lo adivinábamos nosotros) que cuando dos meses después, en mayo, tienen pámpanos todas las vides y hojas todos los árboles (hasta aquéllos que vegetan en las eternas   —124→   nieves), Lanjarón es un sueño de poetas...

Lo que yo puedo asegurar es que, en marzo, cuando lo vimos nosotros, parecía un verdadero paraíso; pues, en la base del cerro, todo era ya verdor, y hasta fruto; en su cumbre, abundaban aquellos árboles que no pierden sus hojas en el invierno; y, en la parte intermedia, los almendros, los guindos, los cerezos, los perales y los durasnos, si no tenían hojas, tenían algo mejor: tenían flores, -ora cándidas, ora rosadas, ora bermejas, asemejándose a esos árboles fantásticos que creemos inverosimilitudes de la escenografía.- Combinad ahora todo esto con infinidad de espumosas cascadas, con las pintas rojas de las naranjas o las amarillas de los limones, con los vistosos matices de las piedras, con el blanco de la nieve y con el azul del cielo; agregad, en primer término, las bruscas líneas de las casas, la torre de la iglesia y el humo de los hogares, sirviendo como de alma humana a aquel portentoso conjunto; figuraos, en fin, al sol y a la sombra, con sus poéticos pinceles, armonizando colores, dulcificando tintas y estableciendo el pintoresco claroscuro de una composición tan prodigiosa, y tendréis otra leve idea del arrebatador espectáculo que había aparecido ante nuestros ojos.

Podía decirse que aquello era una fusión de las cuatro Estaciones, la síntesis del Valle y de la Alpujarra, un resumen de todas las maravillas de la Madre Sierra, la compendiosa sinfonía de todo nuestro viaje...

Y otras muchas cosas más podían decirse; pero nosotros dimos aquí punto a nuestra contemplación,   —125→   pues nos devoraba la impaciencia por seguir marchando...

¡Cómo no... si ya estábamos a pocos minutos de la Alpujarra!

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Fuera ya de Lanjarón, ganamos de una trotada cierto célebre viso, que siento no tenga nombre propio, desde el cual se disfruta la más recomendada vista de aquel delicioso pueblo y se descubre también (por la vez postrera) todo el ameno Valle de Lecrin...

Pero nosotros no teníamos ya ojos, ni tranquilidad, ni tiempo para contemplar con la delectación que se merece aquella extensa y radiante perspectiva; sino para darle, cuando más, un rápido y solemne adiós; para saludar en ella el último asomo del mundo que íbamos a dejar; para despedirnos de los horizontes conocidos, y ver de llamar luego nuestro espíritu a sí propio, a fin de entrar con el debido recogimiento en el horizonte inexplorado, en la tierra misteriosa, en la región de aquellos sueños y curiosidades que enumeré al comienzo de este libro...

Porque (¡loor a Dios, que es digno de loores!) iba a llegar el momento presentido: del lado allá de la altura en que nos despedíamos del Valle... principiaba la Alpujarra: dejar de ver una comarca y empezar a ver la otra, sería una cosa misma: bajar la cuesta, distante pocos pasos, que se encuentra al reverso de aquella loma, equivaldría, en fin, a penetrar en la inexpugnable ciudadela de ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO, en el amurallado imperio de   —126→   Sierra Nevada, en los dominios de la leyenda y de la poesía, en el escenario de las lúgubres tragedias humanas y de las terribles convulsiones geológicas, en el palenque de las catástrofes y los cataclismos.

La escabrosa senda en que habíamos entrado (los caminos de ruedas habían concluido ya definitivamente) parecía, pues, un largo rótulo, trazado sobre aquella crítica eminencia, y que en el rótulo se leía tal o cual imitación del más conocido... digo, del más citado terceto de Dante:


Per me si va [...]
Per me si va [...]
Per me si va [...]



Colocando iba yo mentalmente hemistiquios de mi cosecha en lugar de estos puntos suspensivos, cuando dio una repentina vuelta el sendero, y Lanjarón y el Valle desaparecieron a nuestros ojos.

Estábamos en la Alpujarra.

Lámina

Lámina IV

¡Qué soledad tan melancólica la que encuentra el alma en los pueblos así habitados!




 
 
FIN DE LA PRIMERA PARTE
 
 


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