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ArribaAbajoIlustración XIV

Lexicografía de La Araucana


En el programa de trabajo que formulamos en la advertencia que precede al texto de La Araucana, hubimos de omitir la indicación de que emprendíamos una edición crítica, en verdad, no por falta de voluntad, y aún de nuestros más vivos anhelos, sino porque comprendíamos que nuestro caudal no alcanzaba para tanto. A medida que avanzábamos en nuestra labor, la conveniencia de suplir semejante vacío fue imponiéndose en nuestro ánimo con tal fuerza, como no podía menos de ser, que, al fin y al cabo, hubimos de resolvernos a intentarla, y para ello no tuvimos más remedio que engolfarnos en la lectura de autores que brillaron en la época de Ercilla, único medio, -bien sabido es de todos- de explicar el empleo de ciertas voces, giros y modismos. De los clásicos, sin duda que en primer término al «divino» Garcilaso, que, al decir de Covarrubias, «con tanta autoridad y gravedad se puede alegar en comprobación de la lengua española, como Virgilio y Homero en la latina y griega»; y, en seguida, a Cervantes, y sobre todas, su obra maestra, tanto más, cuanto que en el Diccionario de Autoridades no había sido aprovechada   —172→   con la frecuencia a que, fuera de toda duda, es acreedora; luego, a los poetas que cultivaron por aquel tiempo el mismo género literario de Ercilla, y con preferencia, las epopeyas que tomaron por asunto la conquista de América; o la de alguno que en estas partes vivió, como Valbuena, por ejemplo, y que por haber seguido de cerca el modelo que les ofrecía la de nuestro poeta, nos presentaban un campo socorridísimo para el objeto que buscábamos; y, en general, descontados los escritores peninsulares, aquellos de quienes Cervantes decía en su Viaje al Parnaso que «del bien hablar son dueños», los que de cosas de América o en ella escribieron, pues de ese modo íbamos a lograr la doble ventaja de autorizar los dictados de Ercilla con ejemplos casi de ordinario ajustados a su texto, y apreciar también cuál fuera la suerte que hubiera corrido el habla castellana en las Indias: punto de no escaso interés para nosotros los nacidos en ellas, y que revela, en ocasiones, por causas fáciles de explicar, y, entre estas, en primer término, la falta de comercio literario, hijo del forzoso apartamiento en que vivieron, de cómo muchas voces que en la Península han caído del todo en desuso, aun se conservan en el valor y forma que se les concedían en el siglo XVI129; y luego, a la vez, como han ido, no pocas, desapareciendo de su empleo corriente en los escritores de la época de la conquista, y hasta muy posteriores, v. g., el padre Ovalle, escritor castísimo y fuente de autoridad en el lenguaje, y de quien hemos dejado perder no pocas tan expresivas como elegantes. En este orden, naturalmente debimos dar la preferencia a Pedro de Oña, que es el primer poeta chileno de nacimiento, y que, tratando de contraponerse a Ercilla en la narración de unos mismos hechos, hubo, necesariamente, de seguirle en sus dictados de la gramática y de las voces que acostumbró, como no podía menos de suceder, siendo, cual lo fue, maestro en el habla, de la que supo usar con brillo, pureza, elegancia y concisión, no inferiores, en verdad, a la inspiración poética de sus estrofas.

Los eruditos que se dedicaron a formar el primer diccionario de la Real Academia tanto lo comprendieron así, que desde la aparición   —173→   del primer tomo de la grande obra le colocaron entre los escritores con cuyos modelos habían de aquilatar la forma y valor de voces por ellos empleadas, citándole en no menos de 200 veces, en ocasiones no con tanto cuidado y acierto, que no se invoque su testimonio para algunas muy ajenas a su profesión de soldado y a sus calidades de poeta, y que, en otras, no se hayan interpretado equivocadamente sus conceptos130, o no se omitiesen ciertos vocablos por él usados y que más tarde habían de hallar y es de esperar que hallen en el léxico la acogida a que eran y son acreedores131.

  —174→  

Y, como era de esperarlo de las que, andando el tiempo, se engolfaron en el estudio de los orígenes y marcha de nuestra lengua, gramáticos, humanistas, preceptistas y lexicógrafos, desde el ilustre Bello hasta el doctísimo Cuervo, y sobre todos, este último, por la índole misma de su labor, siguieron los pasos de la Real Academia y citaron, para comprobar sus críticas y dictados, la obra del cantor de Arauco132.

  —175→  

El estudio del lenguaje de La Araucana nos revelará también que existen en él acepciones de palabras y modismos no contemplados hasta ahora; que, como observaba Ticknor, Urrea, Ercilla y otros «se familiarizaron de tal modo con el italiano, que llegaron a considerar el rico caudal de dicha lengua como propio»133: que, a veces, inventó de cosecha suya voces que le fueron criticadas, v. gr., lena, fida, libidino, soledoso, y otras que han pasado hasta ahora inadvertidas; y, por último, que muchos de los que eran considerados arcaísmos y relegados a la esfera de la poesía o hasta llegar a desaparecer de la lengua, han sido, en parte, rehabilitados, entre otros, por Meléndez y demás restauradores del buen gusto134.

Por cierto que en este orden lexicográfico puede irse muy lejos, multiplicar los ejemplos y anotar palabras y giros que se presenten más o menos oscuros; pero es conveniente no traspasar ciertos límites, para no llegar a parecerse a los comentadores humanistas de que hablaba el doctor Suárez de Figueroa, «que en cogiendo entre manos al miserable Virgilio, a Homero, a Persio o a cualquier otro, le desmenuzan y trillan hasta no dexarle hueso sano»135

No somos los llamados a juzgar si en la presente ilustración   —176→   hemos sabido detenernos en el punto preciso. Partimos de la base de que este estudio lexicográfico y en parte crítico va enderezado a las personas menos instruidas de que hablaba Bello, aunque no hasta llegar al extremo -tal lo creemos- de que toquen al «vulgo mal limado y bronco», a que aludía Cervantes136.

De seguro que para cierta clase de lectores habrá en estas notas muchas inoficiosas y redundantes, y, para otros, se echará de menos algún comentario pues, como decía con razón uno de nuestros poetas de la colonia,


Conforme son los gustos de lectores,
los unos ponen faltas, otros sobras:
que no dan gusto a todos todas obras.137



Y aquí nos viene de perlas lo que Rodríguez Marín, el más sobresaliente de los actuales comentadores del Don Quijote, declaraba con modestia (superior aún a sus merecimientos), a propósito del glosario con que ilustró las Poesías de Baltasar del Alcázar, que estas «ligeras notas son humilde fruto de las lecturas de su autor, mero aficionado [¡qué diremos nosotros!] a este linaje de estudios, y es claro que no poco podrá añadirse y enmendarse, porque en esta materia, como en todas las demás, nadie puede jactarse de saber mucho ni aún entre todos lo sabemos todo ». A intento de que salieran tan cabales y acertadas como lo deseábamos, hemos trabajado durante largas veladas, pues para alcanzarlo, siquiera en parte, forzosamente hubimos de tener presente aquella tan celebrada empresa de doña Catalina Manrique, «que nunca mucho costó poco»; y, sin ir más lejos, lo que hallamos en la misma Araucana -depósito admirable de tanta reflexión filosófica aplicable a todo género de estados- que no se apartó de nuestra mente mientras gastábamos las horas en estudiarla:


No sin grave trabajo, que sin esto
hacer mucha labor es excusado.138



Por último, es oportuno, con tal motivo, recordar lo que el más benemérito de los cronistas de América expresaba, puesto en caso análogo al nuestro, cuando dijo en son de disculpa, como la pedimos nosotros por nuestra insuficiencia, que «inteligencia grande ha de tener de poetas el que los comentare, y fáltame a mí para lo que tengo entre manos; por lo cual, si no bien acotare, resciba el lector mi voluntad, que es de acertar a decir lo que pide el texto»139.

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ArribaAbajoCanto Primero

Página XIII-penúltima línea:

[...] Viéndome huérfano de padres [...]


A pesar de que el léxico advierte que puede decirse huérfano por el que ha perdido a su padre y madre o alguno de los dos, parece que más fuerza revestiría la expresión si el poeta se hubiese limitado a escribir huérfano, sin otra especificación; pero en este caso se cometió un yerro de imprenta al poner padres, en plural, ya que, en realidad de verdad, en los días a que Ercilla alude, su madre era aún viva; y, siendo así, pues no había ni tenía para qué mentir, y mucho más dirigiéndose al monarca, sí que estaba bien que dijese huérfano de padre. El hecho es, sin embargo, que en las ediciones en que se reprodujo la dedicatoria en que se encuentra la frase, salió en esa forma, que, a nuestro juicio, debe enmendarse, poniéndola en la última que indicamos.



XIV-línea 11:

sabiendo que los naturales de Chile estaban alterados contra la Corona Real [...]


Más adelante, (59-1-3, 4):


Que si el rebelde Arauco está pujante
con todos sus vecinos alterados;


Y sucesivamente (207-1-3); (214-3-7, 8); (277-2-7):


El ánimo dispuesto a alteraciones



[...] si bien mirais la guerra
civil y alteraciones desta tierra.



Y las furiosas armas alteradas.


«Alterar la gente, dice Covarrubias, es causarle sobresalto, induciéndola a cualquiera novedad, miedo o espanto». En términos más precisos, Ercilla se vale de alteraciones para expresar rebelión, sublevación, alzamiento, significado que nos parece no se halla en el léxico, puesto que al definir ese sustantivo se limita a decir «acción y efecto de alterar o alterarse».

Ejemplos del empleo de esta voz se encuentran a cada paso en los documentos de la época colonial en América, y era de cajón en las provisiones de los corregimientos en Chile; así, para no traer a colación sino una de las últimas publicadas, que lleva fecha 14 de octubre de 1681, el Gobernador ordena que se aperciban las milicias «en las ocasiones que se ofrecieren de alteración de enemigos [...]».

Agustín de Zárate, Conquista del Perú (p. 467, ed. Rivad.): «[...] y aún de uvas hubiera abundancia si las alteraciones de la tierra hubieran dado lugar [...]».

Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 101 v.:


Muchos recaudadores ahorcaron
en esta alteración los conjurados [...]




XIV-líneas 12 y 13:

determiné de pasar en aquellas provincias.


Observa Cuervo que determinar, con de y un infinitivo, era el régimen corriente que correspondía a ese verbo conforme a la sintaxis de los siglos XVI y XVII. Así, sin ocurrir a otros ejemplos, bástenos con estos de Cervantes (Don Quijote, Parte I, c. 41): «[...] Con todo esto, determinamos de entrarnos la tierra adentro». «En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado natural de Murcia».



XVII-cuarta línea:

no tuviera ánimo para llevarla al cabo.


Más adelante, (170-1-7), también en el mismo valor de sustantivo, con el significado de término:

Llegar la empresa al cabo comenzada [...]


Cervantes, Don Quijote, t. IV, p. 191, edición de Rodríguez Marín, que será la que siempre citemos: «[...] y como ya la buena suerte y mejor fortuna había comenzado a romper lanzas y a facilitar dificultades en favor de los amantes de la venta y de los valientes delta, quiso llevarlo al cabo [...]».

«[...] Y estas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo». Don Quijote, VI, 273.

Cervantes dijo también (t. IV, p. 13) a cabo:«[...] y a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes [...]».

Hoy acostumbramos decir en Chile a cabo. «Llevar las cosas al cabo», declara Covarrubias (Tesoro de la Lengua Castellana, hoja 164 vlta.): «continuarlas hasta el fin».

«Alonso de Ulloa, hermano menor de Juan de Ulloa Sarmiento, principales caballeros de Toro, criado del Emperador, enfermó e hizo su testamento en Toro, porque llegó muy al cabo». Zapata, Miscelánea, p. 229.

«[...] sus gentes trataron la guerra que, por ser larga, y el rey inga haber tomado voluntad de la llegar al cabo, abajando con la nobleza del Cuzco, edificó otra nueva ciudad [...]». Cieza de León, Crónica del Perú, p. 423.

Nótese que se usa indistintamente llevar y llegar al cabo, según podrá comprobarse por los ejemplos citados. En Chile, Góngora Marmolejo prefirió el segundo de esos verbos (Historia de Chile, dedicatoria): «Con esta intinción quise llegar mi obra al cabo». Calvete de la Estrella también, y en dos ocasiones (Vida de Don Pedro Gasca, I, pp. 19 y 195): «Los cuales, vista la confusión de aquellos negocios y la dificultad y trabajo que había en averiguar la verdad, los dejaron, el doctor Acebes por no los osar emprender, y el Obispo de Lérida, por no poder llegarlos al cabo [...]». «[...] y, según él tenía el ánimo y voluntad de hacerlo, no dejara de llegarlo hasta el cabo, si Gasca con el favor de Dios y con su venida no lo atajara».

Cabo en su forma figurada vale, pues, fin, y así veremos, todavía, que Enrique Garcés dijo: «Por dar ya cabo a esta plática [...]». Patricio de Reino, h. 7 v.

  —178→  

Pero otras veces emplea Ercilla al cabo, modo adverbial, como se usa hoy en día (58-3-4); (60-2-6):


Al cabo era imposible que escapase [...]



Que al cabo, corrompida de avaricia [...]


Las Casas, Hist. de las Indias, t. III, p. 201: «Y por la misma manera parece que lo castigó Dios, saliéndole los vecinos del Cenú de paz, y no la guardando al cabo [...]».

El mismo, p. 398: «Prosiguió el clérigo en que se concluyese la población de las islas, de labradores, que se había comenzado en tiempo del gran Chanciller, y, aunque a pesar del Obispo, lo llegó al cabo [...]».

Rodríguez Marín en su citada edición, nota en la página 53 del tomo III, emplea la misma frase: «[...] no sé si al cabo me resuelva a dejar dormir para siempre estos malhadados frutos de mi paciencia [...]».

Al cabo es una frase favorita de Ercilla, de tal modo que se la encuentra usada no menos de en doce lugares de su obra, que no hay para qué citar. Era, es cierto, muy corriente.

Llevar al cabo se dijo por la Real Academia en su Diccionario llamado de Autoridades, frase no registrada en el de hoy, y aún no falta pasaje de este último (verbo empresa) en que se diga en él a cabo, apartándose del uso de los clásicos.



XVII-línea 17:

[...] espero que será parte para poder sufrir [...]


Parte, sustantivo, en su equivalencia de ayuda o eficacia, como en el lugar citado y en los siguientes versos (204-5-6; 343-4-6; 463-2-3):


Ni tu gente y amigos serán parte [...]



Apenas era parte a defendello [...]



Que no fue el gran tropel de gente parte.


Hemos desterrado, sin nada que la reemplace, esta voz sumamente comprensiva en su alcance, que es frecuentísima en los clásicos. Véanse estos ejemplos:

«[...] y verdaderamente podemos creer que sin especial socorro suyo no fuéramos parte para entrar en esta tierra [...]». Francisco de Jerez, Conquista del Perú, ed. Rivad., p. 333.

«[...] y no penséis que el atrevimiento que habéis mostrado en buscar a Marco Antonio, ha de ser parte para que no os estime y tenga en lo que mereciéredes [...]». Cervantes, Las dos doncellas, p. 209, t. I, Colección Rivadeneyra. Y en la misma página: «[...] y si las costumbres que en mí viéredes, después de ser vuestra, fueren parte para que me estiméis en algo, daré al cielo las gracias [...]».

Nuestro Pedro de Oña la usó en dos ocasiones en su Arauco domado, y bástenos con la siguiente, que tomamos del Canto XIV, p. 354:


Y estar así debió de ser gran parte
para que tan de espacio la miraran [...]


Del sustantivo partes, en su excepción de calidades, usado también por Ercilla, se hallará nota a la página 206.



XVIII-antepenúltima línea:

Y pues, como dije arriba, hay agora en España [...]


Agora, anticuado. «Vale tanto como en este tiempo presente. Y díjose agora, quasi hac hora. Algunas veces significa tiempo pasado, pero cercano, con la adición de poco ha, y agora de poco acá, y agora en nuestros tiempos», Covarrubias. En este sentido la empleó Ercilla (6-5-2) diciendo nuevamente agora, donde nuevamente no quiere decir segunda vez, sino «de poco acá», para valernos de la frase del autor que acabamos de citar. Luego trataremos de esa palabra.

Volviendo al agora, diremos que siempre aparece en La Araucana en esa forma, como es no poco frecuente en Don Quijote (IV, 241): «En materia ha tocado vuestra merced, señor Canónigo -dijo a esta sazón el Cura-, que ha despertado en mí un antiguo rancor que tengo con las comedias que agora se usan [...]». Y en el mismo volumen (313, 322), pero en boca de Don Quijote y de Sancho, respectivamente: «Agora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la Orden de la andante caballería; agora digo que veredes [...]». «En casa os las mostraré, mujer -dijo Panza-, y por agora estad contenta [...]».

En el Arauco domado de Pedro de Oña se encuentra a cada paso, y para no citar más de un ejemplo (Canto II, p. 48, edición de Valparaíso; Imprenta Europea, 1849, 8.º, que será la de que siempre nos valgamos):


¿Qué es esto, cómo agora te detienes?




1-1-8:


Pusieron duro yugo por la espada [...]


Es, indudablemente, reminiscencia de este verso el siguiente del Purén indómito de Álvarez de Toledo (Canto VI, p. 109):


Bravos hispanos, si en la edad pasada
vuestros bravos indómitos pudieron
poner el duro yugo con la espada
a aquestos mismos que hoy nos destruyeron [...]


No olvidemos, a propósito de esa frase, que parece copiada de Ercilla, lo que Cervantes consignaba entre los «Privilegios, ordenanzas y advertencias que Apolo envía a los poetas españoles»: «Item, se advierte que no ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtare algún verso ajeno, y le encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto y toda la copla entera, que en tal caso tan ladrón es como Caco».

Acerca del valor de esa preposición por, y del alcance y elegancia que reviste en este verso -que bien se muestra ya comparándola con la que en su lugar empleó Álvarez de Toledo, mudándola en con-, nótese lo siguiente:

«Si ni la lengua latina, ni la griega, ni otra alguna de las vivas se halla tan abundante de modismos como la castellana, asienta el P. Mir (Hispanismo y   —179→   Barbarismo, t. II, p. 457), especialmente es esto verdad respecto de los formados con la preposición por. Imposible será contarlos todos. Apoyamos algunos en sentencias clásicas, que muestran su vigor y elegancia [...]».

A los muchos ejemplos que cita el docto lexicógrafo, añadamos aquí el que queda de manifiesto en el verso transcrito, y estos otros, no menos elegantes y expresivos, (5-5-8); (10-1-3); (23-5-4); (333-4-1); (358-1-3):


Que alcanzan por aliento los venados [...]



Si viene a averiguarse por batalla [...]



Que, si va por valor, que lo merece [...]



Pero los jueces, por razón, no admiten.



Los bárbaros por pies los alcanzaban [...]


Verso este último que el poeta repitió al pie de la letra en el canto XXII (358-1-3).

Y en 355-segunda línea del sumario:

Cortan las manos por justicia a Galvarino [...]


«Es notable, dice con tal motivo Cuervo, el uso que hace Ercilla de un complemento con por para significar como medio empleado para el alcance una circunstancia especial en que se lleva ventaja al que va delante.

»Ercilla empleó en varias ocasiones de esta preposición causal, para demostrar, como observa el léxico, el medio de ejecutar una cosa: por señas, por escrito».

Otro ejemplo de autor americano:

«Una nave del obispo de Plasencia, que subió del Estrecho, refirió que siempre había visto tierra, y lo mismo contaba Hernando Lamero, que por tormenta pasó dos o tres grados arriba del Estrecho». Acosta, I, 63.



2-1-2:


De gente que a ningún rey obedecen [...]


Tanto en la edición príncipe como en las dos de Madrid de 1578 se usó el plural gentes, pero en todas las demás, inclusas la de Rosell y la de la Academia, quedó en singular.

Bien sabido es que, por un efecto de silepsis, los colectivos de número singular pueden concertar con un adjetivo o verbo en plural, cuando aquellos, como preceptúa Bello, significan colección de personas o cosas de especie indeterminada y el adjetivo o el verbo no forman una misma proposición con el colectivo. He aquí dos ejemplos de semejante concordancia en escritores anteriores a Ercilla.


Anduvieron de tal guissa
aquesta tan noble gente,
fasta cerca d'una fuente,
con plaçiente goço e risa.


Marqués de Santillana, Coronaçión de Mossén Gordi, estrofa IX, Madrid, 1852.                


Aquí, el singular del colectivo está asegurado por la rima, y la pluralidad del verbo, por la medida del verso.

«[...] mandó pasar muchas canoas con algunos cristianos y algunas lenguas, con ellas, para que los pasasen a la ciudad, para saber y entender qué gente eran [...]». Núñez Cabeza de Vaca, Comentarios, etc., p. 565.

El uso era vario. Cejador dice: «Debo advertir que en Cervantes y los clásicos, gente es de los nombres colectivos que más se emplean con verbo en plural». (La lengua de Cervantes, II, 547-8).



2-1-4:


Raras industrias, términos loables [...]


Industria, usado aquí y en otros varios pasajes en la acepción que le dieron siempre los escritores de antaño, aplicándola a movimientos ingeniosos del ánimo, de la voluntad y de la inteligencia, como destreza, maña, traza; de lo cual trae el P. Mir (Hispanismo y Barbarismo, t. II; p. 110) no pocos ejemplos, a que podría añadirse el citado de Ercilla y los otros a que aludíamos (14-1-2; 31-5-8; 192-2-6; 198-3-4; 203-4-3):


Ayudado de industria que tenía [...]



De rara industria y ánimo dotado [...]



Quita la fuerza que la industria tiene [...]



Por zanjas con industria hechas a mano [...]



Con industrias y avisos provechosos [...]


Y en no menos de cinco ocasiones más, que parecerá fatigoso recordar aquí. Acerca del modismo de industria, usado también por nuestro poeta, véase la nota correspondiente a la página 197.

Laso de la Vega en su Cortés valeroso (hoja 4 vuelta) ha vertido los dos conceptos expresados por Ercilla en este verso casi en frases idénticas, y aún, el segundo de aquellos, con las mismas palabras.


Los mañosos ardides en la guerra,
los términos entre ellos más notables,
algunos (aunque bárbaros) loables.


Otro tanto hizo Pedro de la Vezilla, que tan de cerca sigue a Ercilla, en su León de España, Canto I:


Diré también hazañas memorables
y en muertes sacras fortaleza extraña,
varios sucesos, triunfos admirables,
fuerzas violentas con furor y saña,
altos efectos, términos loables.


Y Rufo Gutiérrez, La Austriada, Canto XIX, p. 338:


El cuerpo de batalla está al gobierno
de Alibajá (caudillo memorable),
que era del gran Selin preciado yerno,
en guerra y paz de término loable [...]


Término ocurre frecuentísimamente en el Arauco domado de Oña. Véase este ejemplo en que juega del vocablo (Canto XV, p. 389):


En viéndole en sus términos metido,
no le guardará el término debido.


Volvió el poeta a usar de la voz término con el mismo calificativo, cuando dijo (337-4-5), hablando de Crepino, que era


De condición y término loable.


Término en la acepción que da motivo a esta   —180→   nota equivale, pues, a «forma o modo de portarse o hablar en el trato común», según lo define el léxico. Ercilla ha empleado esa voz muchísimas veces, diciendo, v. g., término furioso, galante, desdeñoso, alegre, etc., y todavía en otras acepciones que se verán más adelante.



2-1-7, 8:

Entre las razones que pasaron entre Don Quijote y el Caballero de la Selva, llegándole este a decir que, habiéndole vencido a él, su gloria, su fama y su honra se habían transferido a su persona, cita estos versos:


Y tanto el vencedor es más honrado,
cuanto más el vencido es reputado:


Sobre los cuales observa Rodríguez Marín (Don Quijote, t. V, p. 250, nota a la línea 11): «Estos versos, estampados como prosa en las ediciones antiguas, son de D. Alonso de Ercilla (La Araucana, Canto I); pero al citarlos de memoria Cervantes, no los recordó con exactitud»; en el poema dicen así:


Pues no es el vencedor más estimado
de aquello en que el vencido es reputado.


Versos que parece hubiese tenido presentes también el P. Ovalle, cuando dijo en su Histórica Relación del Reino de Chile (p. 24, t. II de nuestra edición) al poner en boca del cacique Cadeguala el siguiente concepto: «[...] desafiar quiero al maese de campo a que salga conmigo cuerpo a cuerpo, que acometer tantos como somos a tan poca gente del contrario, empañará la gloria del vencer, pues ésta es siempre tanto menor, cuanto es mayor la ventaja del que acomete».



2-2-2:


Esta labor, de vos sea recebida [...]


Siendo la raíz reci, de su original latino recipere, debió siempre decirse recibida; pero, como observa Bello (nota a la página 127 de su Gramática), «pareció algo dura la sucesión de dos sílabas de vocal débil» y la i se cambió en e. Añade con mucha exactitud que «esta causa de anomalía obraba en muchos más verbos que ahora». De algunos de ellos veremos ejemplos en La Araucana más adelante. Concretándonos por el momento a recebir, so n muchísimas las veces en que así se ve usado en Don Quijote; una, por ejemplo: «Llegué al lugar donde era enviado; di las cartas al hermano de don Fernando; fui bien recebido, pero no bien despachado [...]». (III; 27).

Pedro de Oña no emplea tampoco otra forma. Baste esta muestra:


De los terribles golpes y heridas
en los tronantes yelmos recebidas.


Arauco domado, Canto X, p. 260.                




2-2-5:


Es relación sin corromper, sacada
de la verdad [...]


Corromper en su acepción figurada de «estragar, viciar, pervertir, corromper las costumbres, el habla, la literatura».


Se tomó posesión de aquella tierra
en vuestro insigne, heroico y alto nombre,
haciendo en esta causa cierto escrito,
que aqueste será bien que aquí le ponga
sin corromper la letra, porque importa,
por ser del mismo General la nota.


Villagra, Conquista de la Nueva México, hoja 119.                


Pretendiendo lo mismo que Ercilla, dijo Gabriel Laso de la Vega en su Cortés valeroso, hoja 89 v.:


Y de artificio la verdad desnuda [...]




2-2-6:


De la verdad cortada a su medida [...]


Cortado a la medida, frase que bien se deja entender lo que significa y sobre la cual conviene llamar la atención, puesto que en Chile se la reemplaza por el atroz galicismo de sobre medida.

Expresión es que muchas veces se toma en sentido figurado, como lo dijo nuestro poeta, y otros de no menos celebridad, en los siguientes versos:


Yo no nací sino para quereros:
mi mal os ha cortado a su medida [...]


Garcilaso, Sonetos.                



Y con mil presupuestos (aunque aviesos)
cortas a tu medida los sucesos.


Rufo, La Austriada, Canto XXII, h. 394.                



Como un hábito justo
cortado a la medida de tu gusto.


Baltasar del Alcázar, Poesías, p. 183.                


Don Lope de Salinas en las Flores de poetas ilustres de Espinosa, p. 217:


No más, canción, que has sido
cortada a la medida
del libro de una vida
que, por mis manos, al cuchillo entrego.


Ercilla volvió a usar de la misma frase al hablar de que su digresión acerca de la historia de Dido (521-5-8) venía


Cortada a la medida del camino.




2-4-7:


Dad orejas, señor, a lo que digo [...]


Dar orejas, advierte el léxico, es frase anticuada, figurada, que se ha trocado en dar oídos. El Diccionario de Autoridades trae este verso en comprobación de aquel uso.

La voz oreja resulta hoy menos digna del lenguaje poético, pero no disonaba en tiempos de Ercilla, como bien se muestra por el empleo que de ella hizo Rioja (o quienquiera que sea) en su admirable epístola moral:


Más precia el ruiseñor su pobre nido [...]
Que halagar lisongero las orejas
de algún príncipe insigne [...]




2-5-1:


Chile, fértil provincia, y señalada [...]


Hablando de la fertilidad de Chile dijo después de Ercilla un poeta nacional:


Es fecundo el sitio, de manera
que Chile puede bien llamarle ajeno,
—181→
y si es lugar legítimo chileno,
de su prosapia fértil degenera:
adonde no hay quebrada ni ribera
en que Favonio y Céfiro sereno,
parleras aves, árboles y fuentes
no tengan como en éxtasis las gentes.


Oña, Arauco domado, C. IV, p. 92.                


Señalada vale aquí tanto como insigne, famosa... Ercilla volvió a usar de esta voz, poniéndola en boca de Caupolicán cuando se hallaba en el patíbulo (556-4-3):


[...] que un hombre como yo tan señalado [...]


que, de acuerdo con el léxico, importa tanto como «distinguirse o singularizarse, especialmente en materias de reputación, crédito y honra».

He aquí dos ejemplos que nos ofrece Zapata en su Miscelánea (pág. 11): «Y eran estos siete que digo: Solón, Cilón, Cleóbulo, Thales, Bias, Pittaco y Periandro, que demás de sus sabidurías, eran virtuosísimos y excelentes capitanes, y muy señalados en gobiernos y cargos [...]». «Defenderla era imposible; tomó un valentísimo medio, que fue salir y morir peleando como un caballero tan señalado», pág. 44. Y este otro del mismo autor en la dedicatoria de su Carlo famoso: «Y a mi patria, no dexando por mi parte en olvido tantos hombres como en España en estos tiempos ha habido señalados [...]».

Agustín de Zárate, Conquista del Perú, p., 471, ed. Rivadeneyra: «[...] en servicio suyo hicieron dos caminos en el Perú, tan señalados, que no es justo que se queden en olvido [...]».



3-1-1:


Es Chile norte sur de gran longura [...]


Ejemplos del empleo de esta voz longura en su significado anticuado de longitud:

«Y por ninguna manera podían tampoco vivir gentes en esta longura de sierras [...]». «[...] Considerando ser toda esta longura de tierra poblada de gentes bárbaras [...]». Cieza de León, Crónica del Perú, pp. 388 y 393.

«Tenía sus casas reales las más señaladas y mejor hechas que hasta entonces se habían visto en todas estas islas, y en lo poco que se sabía de la tierra firme; la longura dellas era de ciento cincuenta pasos [...]». Las Casas, Historia de las Indias, t. III, p. 77.

En Cervantes (Don Quijote, V, 283): «[...] Admiróle la longura de su cuello [...]».

Juan Rufo en La Austriada, Canto I, h. 10:


Son dezisiete leguas de longura,
que miran a levante y al poniente.


Describiendo también a Chile, decía González de Nájera (Desengaño, p. 6): «Es en su disposición prolongado y angosto, la cual longura corre norte sur [...]».



3-1-3:


Tendrá del leste a oeste de angostura
cien millas por lo más ancho tomado [...]


En la edición príncipe salió de Leste, que en las posteriores, entre ellas la última hecha en vida de Ercilla (1589-1590), se trocó por del. Adviértase, sin embargo, que poco más adelante (4-2-3) se ha conservado la forma primera, que sólo en la de Salamanca de 1574 se enmendó nuevamente por del. Con aquella lección pudiera pensarse que se cometió una errata, agregando la l final del artículo en la contracción a la primera letra del sustantivo este; pero no hay tal, pues leste se decía antaño. El uso era vario, como se ve. El P. Ovalle escribía de leste. Histórica Relación, segunda edición, t. I, p. 1.

Lo curioso que hay que notar en el primero de esos versos es el sentido que se da a la voz angostura, empleada para hablar, precisamente, de la idea de anchura, cuya originalidad, hace manifiesto Ducamin (página 4, nota 2), se pone aún de relieve por el verso que sigue al en que figura. «Es feliz, añade, aplicada a Chile, tan largo y angosto. Puede haber sido inspirada por el Orlando Furioso (7-15-3), donde el Ariosto describe así la mano de Alcina:


»Lunghetta alquanto e di larghezza angusta».




3-1-7:


Hasta do el mar Océano y Chileno [...]


Este adverbio relativo de lugar do, equivalente al actual donde, hoy es permitido pero sólo en verso, como observa don Andrés Bello (Gramática, p. 94). Se encuentra frecuentísimamente empleado en La Araucana, sobre todo en la Segunda Parte.

Cervantes escribió do, hablando en prosa: «[...] con que cada día da señales de la clara y generosa estirpe do deciende [...]». Dedicatoria de la Galatea. Y en la misma (pág. 54, ed. de Baudry, 1841, por Fernández de Navarrete): «Por do claro se conoce la diferencia que hay de tiempos a tiempos [...]».

Muy reconocidos debemos quedarle a Ercilla por haber llamado al Pacífico «Mar Chileno», tal como otros poetas designaron al Mediterráneo con el nombre de Mar de España. Álvarez de Toledo repitió el calificativo de Ercilla (Purén indómito, Canto XIII, p. 262):


Como en aqueste Mar Chileno undoso [...]




3-2-8:


Que, abriendo este camino, le dio nombre.


Dar nombre es frase que tiene varias acepciones. En la que aquí la empleó Ercilla, vale, según la definición del Diccionario de Autoridades, que cita para ello este verso, «poner nombre a alguno o a alguna cosa, para que por él se distinga y conozca». Y comprueba, además, tal definición con las siguientes palabras de Solís: «Por residir en él la Corte y la Nobleza, dio su nombre a toda la población». Historia de Nueva España, lib. III, cap. 13.



4-1-7, 8:


Del tempestuoso mar y viento airado,
encallando en la boca la ha cerrado.


  —182→  

Tratando del verbo airar, nota Cuervo, citando los siguientes versos de La Araucana (255-1-6, 7):


Que del furioso Cierzo repentino
iban la vía siguiendo, las airaba,


que en sentido metafórico «dícese de las cosas inanimadas cuando muestran tal agitación o impetuosidad que parecen movidas de ira o de enojo». En tal forma volvió nuestro poeta a usarlo más adelante (556-4-4):


Ni airados mares, ni contrarios vientos.


... la ha cerrado. «Emplearíamos el subjuntivo, advierte Ducamin, ya que con el indicativo el autor da su hipótesis como un hecho, aunque la hipótesis sea inverosímil. Pero nos hallamos en el dominio poético».

Estos dos versos salieron en la edición príncipe en forma bastante diversa, salvando con ella el poeta su afirmación con un «acaso», que no conservó en la redacción definitiva.



4-2-2:


Y baña la del oeste la marina [...]


Diez veces aparece esta voz marina como sustantivo en el poema, en ocho de ellas con el valor que le corresponde de playa, o tierra junto al mar; pero en este verso y en el que se encuentra en el Canto VI (101-2-7):


Del un lado le bate la marina [...]


resulta, empleada como adjetivo, subentendiéndose agua, y significando así el mar.



4-2-7:


Venus y Amón aquí no alcanzan parte [...]


Nos hemos apartado de la lección de la Real Academia, que dice Amor, como cualquiera podría creer que es la voz de que el poeta quiso valerse, y así lo han venido repitiendo las ediciones modernas, porque todas las del siglo XVI, con excepción de la de Madrid, 1597, donde por yerro salió Amán, traen Amón. Decir Venus y Amor parece, desde luego, una redundancia. Veamos quién fue Amón para que así podamos inferir cuál debió ser el pensamiento del poeta, si es que se valió de esta voz, y para ello hemos de ocurrir a Covarrubias, casi contemporáneo de Ercilla, quien nos dirá lo que sobre ese personaje se sabía en aquellos tiempos. Dice así: «Ammón, muchos han tenido este nombre. Fue Ammón hijo de Lot: el cual hubo en su hija menor. Deste decienden los Ammonitas. Génesis, cap. 19. Otro Ammón rey de Judea. Cerca de los Gentiles Ammón se llamaba Júpiter en figura de carnero, que en tal era venerado en Lybia, por razón de haberse aparecido a su hijo Líbero o Baco, andando él y su exército por los desiertos de Arabia, muy cerca de ahogarse todos de sed: y escarbando con la patilla en el arena, descubrió una fuente de donde pudieron beber y repararse, y por esto le edificaron allí un templo que tuvo por nombre del dios Júpiter Ammonio, que vale tanto como arenario, porque en griego ammon vale arena. Algunos dicen que en lengua egypcia, Ammón es lo mesmo que Júpiter. Otros que aquel templo de Júpiter tomó el nombre de un pastor, que fue el primero que le edificó. Pero, dexadas todas estas fábulas, lo más cierto dicen ser Ammón lo mesmo que Chammón, o Cham, hijo del patriarca Noé, depravador de la verdadera religión, y inventor de la superstición a en aquellas partes de África... y así él haber edificado aquel templo».

En otro lugar, el mismo Covarrubias dice: «A Iúpiter Amón retrataron los de Libia con cuernos en un famoso templo que le hicieron, dizen, que caminando Baco por aquellos desiertos arenosos de la Libia, o África, tuvo con su exército gran sed, y pidiendo socorro a su padre Iúpiter, se le apareció en figura de carnero y le mostró una fuente donde bebiesen: y por esta ocasión le erigieron aquel templo en el mesmo lugar [...]».

Si en estos pasajes, preciso es confesarlo, no está muy en claro cuál pudiera ser la cualidad -buena o mala- simbolizada por Amón y bajo su nombre expresada por Ercilla, a no ser que, pecando de un tanto maliciosos, la atribuyamos a los cuernos con que ese dios se representaba; todavía podemos hallar en escritor tan autorizado como Cervantes, que en medio de una larga tirada en que trae a cuento a muchos personajes, ya mitológicos o ya de las antiguas historias, dice: «Veamos; pues, quién sino este amor es aquel que al justo Loth hizo romper el casto intento, y violar a las propias hijas suyas? Este es, sin duda, el que hizo qué el escogido David fuese adúltero y homicida; y el que forzó al libidonoso Amón a procurar el torpe ayuntamiento de Thamar, su querida hermana [...]», Galatea, lib. IV, p. 147. Ya se ve así, por este pasaje, que Amón andaba traído en boca de los contemporáneos de Ercilla como representación y tipo del amor libidinoso, cuyo significado, bajo el nombre de Amón, traduce delicadamente lo que el poeta quiso -en nuestro concepto- decir: Venus, el amor, en general, y Amón, aquel que sale de los ordenados límites de lo permitido.

En cuanto a la frase alcanzar parte, que es la que el léxico trae como tener parte, nos parece más expresiva que esta última y la hallamos empleada en América por Mexía (Parnaso Antártico, hoja 35):


Maldad hice y muy grande en hospedarte,
mas, esta mi maldad, para las gentes
de mérito y virtud alcanza parte.


Recuérdese lo dicho en XVII-17.



5-1-2:


Por donde su grandeza es manifiesta [...]


Por donde, caso en que este adverbio se refiere a un concepto anterior y precedido de preposición, vale tanto como lo cual, según lo expresa Cuervo.

Así se encuentra en varios pasajes de Don Quijote, por ejemplo: «[...] El pífaro y los tambores volvían a sonar, por donde entendieron que la Dueña Dolorida entraba». VII, 25.



  —183→  

5-1-6; 14-2-2; 42-4-1:


Que tuvo a Chile en tal estrecho puesta [...]



Por hambre, sed y frío en gran estrecho.



Lo que jamás hicimos en estrecho [...]


«Estar puesto en estrecho, estar en necesidad y en peligro». Covarrubias. El léxico de la Academia: «Poner a uno en estrecho de hacer una cosa. fr. Apremiarle para que la haga». En verdad que se nos antoja más exacta la definición de Covarrubias. Se decía, acaso mejor, estar en aprieto.

Ercilla escribió también (327-5-6):


Que el tiempo estrecho a nadie reservaba [...]


donde estrecho vale tanto como escaso, limitado, corto, breve, angustiado. No se halla en tal significado en el Diccionario.

Ejemplos de estas acepciones se encuentran en los siguientes autores:


Que a Europa y Asia puso en tanto estrecho [...]


Urrea, Orlando Furioso, Canto IX, p. 79.                



Yo, que me hallo puesto en tanto estrecho,
en sus ojos atento y contemplando,
le digo [...]


Gutierre de Cetina, Obras, I, p. 236.                



Sienta yo en tal estrecho tu grandeza [...]


Herrera, Canción «Al sueño».                



Y si en gran estrecho antes nos tuvieron
en muy mayor entonces nos pusieron.


Zapata (Carlo famoso, canto XIII, hoja 61 vlta.                



Ansí que por no vernos en estrecho
con otros riesgos más particulares,
debemos esperar un tiempo hecho
primero que partamos destos mares [...]


Juan Castellanos (Elegías, p. 27).                



Habían caminado largo trecho,
sin osarse parar un solo punto,
porque si esto cesara en tal estrecho,
la pausa y el morir llegara junto
y alguno que la hizo en tal estrecho,
entre el yelo quedó yerto y difunto.


Rufo, La Austriada, Canto II, hoja 29 v.                



Así nunca te halles en estrecho
tal, que en la redondez deste horizonte
ames alguna dama y sin provecho.


Mexia, Parnaso Antártico, hoja 57 v.                


Cervantes en el Viaje al Parnaso:


Allí con rabia y con mortal despecho
el otomano orgullo vio su brío
hollado y reducido a pobre estrecho.
A cuya imitación Apolo ha hecho
que los famosos vates al Parnaso
acudan, que está puesto en duro estrecho.


Y en Persiles y Sigismunda, p. 628, edición Rivadeneyra: «Considerad, señores, el apretado peligro en que me vi anoche: el desposado en la sala esperándome, y el adúltero, si así se puede decir, en un jardín de mi casa atendiéndome para hablarme, ignorante del estrecho en que yo estaba [...]».

Nótese en el primero de los versos citados de Ercilla el género de puesta, aplicado a Chile, masculino ciertamente en prosa, pero que por licencia poética, en que se alude a su significado de provincia o nación, se cambia en femenino, y de que respecto de Chile, cabalmente, nos ofrece Lope de Vega el siguiente ejemplo en su Laurel de Apolo:


Si propia a Escocia nuestra lengua fuera,
pues que por serlo en la remota Chile [...]




5-2-3:


Con tanta fama, crédito y conceto [...]


Conceto, anticuado por concepto, empleado aquí en su acepción de «crédito en que se tiene a una persona o cosa».



5-2-6:


Cual presto se verá en la carta mía [...]


El mismo Ercilla nos ha dado más adelante el valor que debemos conceder a la voz carta, cuando dijo (534-2-8):


De «carta» la llamó «Cartago» Dido:


esto es, papel o pergamino en que se escribía, acepción hoy anticuada y que encontramos empleada por Garcilaso en su égloga III:


Y lo que siento más es que la carta
donde mi pluma tu alabanza mueva [...]


Así, nota Azara, comentando este verso, que carta está empleada aquí por papel, en su significación latina o italiana.

¡A fe que Ercilla era perfectamente exacto al hablar de carta, cuando sabemos que algunas estrofas de su poema las escribió en pedazos de cuero!



5-2-8:


Poséenla diez y seis fuertes varones [...]


Acaba Ercilla de hablar de las veinte leguas que contenían los términos de Arauco; de modo que es probable que el poeta dijera poséenlas, pero que en edición alguna; antigua al menos, salió en tal forma. Ni es posible referir ese artículo a la palabra Arauco, que es masculina, y, por consiguiente, hay que suplir la idea de tierra que envuelve ese verbo.



5-4-1, 2:


Sólo al señor de imposición le viene
servicio personal de sus vasallos [...]


Imposición, carga o tributo, por regla general, voz que, acompañada de la preposición de, reviste la acepción, notada por Cuervo (II, 768, d) de señalar «bajo el concepto de origen, el móvil que impulsa a un acto, la circunstancia que conduce a tal o cual resultado». Véase confirmado el caso de Ercilla en este ejemplo de Cervantes (Don Quijote, II, 266): «[...] siendo mi padre vivo, a él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda».

Servicio personal, en términos generales, como lo indica su nombre, es el que se presta con la persona; pero, aplicado a los indios de América, sobre todo en sus relaciones con los españoles, reviste caracteres bien marcados por las leyes y la práctica, cuyo señalamiento atañe al campo histórico. Es acreedor, nos parece, a que se le ponga en el léxico.



5-4-4; 9-5-7:


Puede por fuerza al débito apremiallos [...]


  —184→  

No puede en cuanto al débito eximirse [...]


Débito define el léxico que vale lo que deuda, sin otra acepción especial que cuando se aplica a los cónyuges. A tal responde este pasaje de Valbuena, El Bernardo, ed. Rivadeneyra, p. 246:


Cuarenta damas de las más hermosas
[...]
Estas le habían de asistir forzosas,
de ricas telas de oro aderezadas
a un cruel servicio y débito ordinario,
o con forzado gusto o voluntario.


En el presente verso y en el ejemplo que ponemos en seguida se verá que reviste la fuerza de obligación en general, cumplimiento de un deber:

«[...] pues lo último de potencia que puede hacer es descargar sus arcabuces contra el escuadrón de caballos que les acomete, el cual, cerrando con ellos, y no teniendo más de sus espadas, no son parte a resistir el ímpetu del caballo, que a sola la pica es concedida, y así es fuerza que, faltándoles este favor, siempre sean rotos, si de la parte de los caballos se hace el débito». Diálogo militar del Maestre de Campo Francisco de Valdés, Madrid, 1578, 4.º, hoja 19.



5-4-8:


Que son maestros después desta dotrina [...]


«Este, ese, esto, eso, nota don Andrés Bello, y las formas integras del artículo definido se juntaban en lo antiguo con la preposición de, componiendo como una sola palabra: deste, desta, destos destas, desto; dese, desa, desos, desas; del, della, dellos, dellas, dello: práctica de que ahora sólo hacen uso alguna vez los poetas».

Valga esta observación general para las innumerables veces en que tal ocurre en La Araucana, como ya pasó con dello y con dellas en el prólogo, pág. XVII.

Por lo relativo a dotrina, conste que así se decía antaño, por doctrina, de que podríamos fácilmente citar infinitos ejemplos.



5-5-5:


Y al puesto y fin del curso revolviendo [...]


Puesto es aquí sustantivo y vale «el lugar, sitio o paraje señalado para la ejecución de una cosa»; y revolver, «volver a andar lo andado».



5-5-7, 8:


Vienen a ser tan sueltos y alentados


Volvió el poeta a usar de la misma expresión (77-5-8):


Pensando allí alcanzarlos por aliento [...]


Concepto que vertió en forma casi idéntica Barco Centenera (Argentina, hoja 75 v.):


Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan
corriendo por los campos los venados [...]


Alentados. Véase lo que expresamos más adelante (68-2-2) al tratar de desalentados. Anticiparemos desde luego en apoyo del significado que reviste esa voz el siguiente pasaje de la Historia de las Indias del P. Acosta (II, p. 110): «[...] y desde muchachos los criaban en exercicio de correr, y procuraban fuesen muy alentados, de suerte que pudiesen subir una cuesta muy grande corriendo y sin cansarse».

Alcanzar por aliento nos parece que equivale en este caso a decir de un resuello, por el mucho correr.

Núñez Cabeza de Vaca (Comentarios, etc., p. 560): «[...] y son tan ligeros y recios, que corren tanto tras los venados, y tanto les dura el aliento, y sufren tanto el trabajo de correr, que los cansan y toman a mano [...]».

Ejemplo de suelto citado por el Diccionario de Autoridades para manifestar que «vale también ligero y veloz».



6-1-7:


Y el que sale en las armas señalado [...]


La edición académica ha enmendado al, pero sin razón, pues, como ya lo dijo Ducamin, media en esta frase la figura de retórica llama anacoluta frecuente en el latín, y que consiste en emplear un relativo sin su antecedente, o en comenzar por una construcción y terminar por otra.

Acaso también pudiera estimarse que media en esta construcción un idiotismo de la lengua, de lo que nos ofrecen abundatísimas muestras los refranes: «El amigo nunca le pruebes». (Correas, 77). El, acusativo. «El que paga lo que debe, lo que le queda es suyo». (Id., 92). El, dativo.

Ya encontraremos en el poema construcciones análogas.



6-2-7; y 175-2-4:


Esta ilustra, habilita, perficiona [...]



Niervos, edad perfecta y experiencia [...]


Perficionar, anticuado, pero usado todavía en América por Diego Mexía en 1610, cuando al hablar de la influencia de la poesía sobre las artes y las ciencias, escribe:


Estas las comprehende en su clausura,
las perficiona, ilustra y enriquece [...]


Parnaso Antártico, hoja II.                


El léxico contempla respecto de esta voz edad, los calificativos de tierna, adulta, provecta, madura y viril, pero no este de perfecta, que, en verdad, no era de Ercilla, pues que la había empleado ya Garcilaso en uno de sus sonetos:


Sabed que en mi perfecta edad y armado,
con mis ojos abiertos me he rendido
al niño que sabéis, ciego y desnudo;


Y lo repitió más tarde en América el P. Hojeda (La Cristiada, hoja 50):


Mas luego conservó silencio santo
hasta los años de su edad perfeta [...]


Perfeta, por perfecta, como salió en la edición príncipe, en la de Salamanca, 1576, y en la de Zaragoza, 1577, para volver a la forma arcaica en todas las posteriores. Cervantes usó todavía perfeción,   —185→   perficionar y perfeto, como en el siguiente pasaje de Don Quijote (V, 295), en el que se ven las dos últimas: «[...] La razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, sacarán un perfetísimo poeta».

Y todavía, en 1618, Suárez de Figueroa (El Pasagero, fol. 130): «Las Cortes y Universidades perficionan los sugetos para la inteligencia de los negocios, exercicio de cortesía, despejo de acciones».

En Chile se conservaba aún a mediados del siglo XVII la forma anticuada, v. gr., el P. Ovalle decía pera perficionan. Histórica relación del Reyno de Chile, segunda edición, t. I, p. 74.

También vemos a Hojeda emplear esa forma, escribiendo en Lima a principios del siglo XVII (La Cristiada, hoja 151 v.):


Del Cielo baja, el aire perficiona [...]


De niervos hablaremos luego (12-1-4).



6-3-6;


Destar a punto de armas proveídos [...]


Y segunda vez emplea el mismo modo adverbial (451-1-6):


Con los que más a punto se hallaban [...]


«Estar a, o en, punto, define el léxico: fr. Estar próxima a suceder una cosa», citando el ejemplo de «estar a punto de perder la vida». Perfectamente; pero vale aún estar a punto: preparado para la ocasión, estar listo, que diríamos en Chile, como lo demuestran estos versos de La Araucana y los siguientes ejemplos:

«Pues visitando una compañía de ellos, que es preguntar qué armas, qué caballos, qué aderezos a punto traen [...]». Zapata, Miscelánea, p. 34. «[...] apercibiéndoles que no se descuidasen, y tuviesen a punto su gente». Zárate, Conquista del Perú, Colec. Rivadeneyra, p. 553. «[...] fuera gran temeridad la de Diego Centeno, acometer a tomar una ciudad en que por lo menos había quinientos soldados a punto de guerra [...]». Id., p. 556.

«Estaban soldados y gente de aquella isla muy a punto y con ánimos determinados de morir o defender la tierra». Calvete de la Estrella, Vida de don Pedro Gasca, t. I, p. 30.


Estaban como espíritus guerreros,
para guardar la celestial entrada,
puestos a punto [...]


Hojeda, La Cristiada, hoja 34.                


Acepción que vemos confirmada en este pasaje de Don Quijote (V, 253): «Despertáronlos y mandáronles que tuviesen a punto los caballos, porque en saliendo el sol habían de hacer los dos una sangrienta, singular y desigual batalla [...]».

Resulta, pues, mucho mejor esta otra definición que da el Diccionario de Autoridades: «A punto. Con la prevención y disposición necesaria para que una cosa pueda servir al fin a que se destina».

En el verso siguiente (437-2-1), a punto vale al instante, al momento, y se nos figura que habría sido preferible, por consiguiente, decir al punto.


Abriéronse en llegando el mago a punto [...]




6-4-2:


Son picas, alabardas y lanzones [...]


Lanzón, de lanza, aumentativo, conforme a la regla de que en tal caso la terminación on convierte en masculinos los nombres femeninos de cosa; pero, en realidad, no se verifica así con lanzón, que tiene un significado propio, pues era una lanza corta y gruesa, con hierro largo y ancho, según Covarrubias. El que usaba el Caballero de la Triste Figura era de esta clase: «Salió, en esto, don Quijote, armado de todos sus pertrechos, con el yelmo, aunque abollado, de Mambrino en la cabeza, embrazado de su rodela y arrimado a su tronco o lanzón». (III, 307).



6-4-4; 154-5-2:


De la fación y forma de punzones [...]



Que no hay quien su fación y forma diga [...]


Fación, doblemente anticuada, en su acepción de hechura, del verbo latino facio, a diferencia de fación, por el semblante, rostro, usado de ordinario en plural, que viene de facie. En su tercer significado como término castrense, que sale de factio, lo hallamos en los siguientes pasajes de Cervantes:


Así os incite con virtud secreta,
que despierte los ánimos dormidos
en la fación que tanto nos aprieta.


Viaje al Parnaso, cap. VI.                


«Por otra parte, mostraba señales de heridas que, aunque no se divisaban, nos hacía entender que eran arcabuzazos dados en diferentes rencuentros y faciones». (IV, 297).

En su segunda acepción y en la forma faición aparece en el Parnaso Antártico de Mexía (hoja 77):


En todas las faiciones importantes
(salvo en las de engañar) oh ¡cosa rara!
son ambos a su padre semejantes.



Porque hizo soltar la artillería
(que a cargo suyo en La Real estaba)
cinco veces, en la áspera porfía,
fación que a nuestras cosas importaba [...]


Rufo, La Austriada, Canto XXIII, 419.                


«[...] hizo don Juan de Pineda valerosas faciones [...]». Calancha, Corónica moralizada, Barcelona, 1638, p. 476.

Y por fin, en la empleada por el poeta en los dos versos citados, en el Sumario de la natural historia de las Indias de Fernández de Oviedo, p. 496: «[...] y las puntas de las alas tienen cortadas al través, de la fación o manera de las puntas de los machetes victorianos [...]».



6-4-6:


Dardos, sargentas, flechas, y bastones [...]


Sargenta, dice el léxico, se llamaba «la alabarda que llevaba el sargento»: definición, en verdad, muy poco satisfactoria y que no responde a un arma especial, como parece deducirse del contexto de ese verso y de los que citamos en seguida:

  —186→  

Las manos de arcos, picas, ocupadas,
de pedernal sargentas enastadas.


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 180 v.                



Pues otro que jugaba una sargenta,
con guarnición y borlas de oro y plata
nombrábase Francisco de Zapata [...]


Oña, Arauco domado, C. XV, p. 392.                




6-4-7, 8:


Lazos de fuertes mimbres y bejucos,
tiros arrojadizos y trabucos.


Como es de suponer, esta voz bejuco por su procedencia indígena -cosa que no menciona el léxico de la Academia-, fue usada primeramente por los que escribieron de cosas de las Indias, correspondiendo, por de contado, la primacía a Fernández de Oviedo. Dice este, Historia de las Indias, ed. de la Real Academia (t. I, p. 164): «[...] Bexucos, que son unas venas o correas redondas que se crían revueltas a los árboles (y también colgando dellos) como la correhuela: los cuales bexucos son muy buena atadura, porque son flexibles e taxables, e no se pudren, e sirven para clavazón e ligazón en lugar de cuerdas y de clavos para atar un madero con otro, e para atar las cañas asimismo [...] Estos bexucos que he dicho o ligazón, se hallan dellos cuantos quieren, e tan gruesos e delgados, como son menester. Algunas veces los hienden para hacer atar cosas delgadas, como hacen en Castilla los mimbres para atar los arcos de las cubas: y no solamente sirve el bexuco para lo que es dicho, pero también es medicinal: e hay diversos géneros de bexucos, como se dirá en su lugar adelante [...]».

Véase también la definición que trae Alcedo, Diccionario geográfico, t. V, p. 25.

«Francisco Compañón se ofreció a pasar a la otra banda del río a buscar gente y comida, y pasó con algunos por cierto puente que hicieron de ciertos bejucos y raíces, que ataron algunos nadadores de las ramas de los árboles». Las Casas, Hist. de las Indias, t. III, p. 236.

El autor de las Guerras de Chile (Canto I, p. 8) dijo como Ercilla, copiándole el último verso:


Los lazos de los mimbres, los bejucos,
tiros arrojadizos y trabucos.


Pedro de Oña, Arauco domado, C. X, p. 244:


Capaces balsas hace dar al río
de gruesas vigas, toscas, mal doladas,
con el bejuco y cáñamo trabadas.


Ercilla volvió a emplear esa voz (187-3-4):


Con los fuertes bejucos amarrados.

Y Cervantes en Persiles y Sigismunda, p. 561, t. I, Colec. Rivad. (el mismo ejemplo que trae el Diccionario de Autoridades): «[...] entre los cuatro llegaron en él a la marina, donde tenían una balsa de maderos, y atados unos con otros con fuertes bejucos y flexibles mimbres».

En Chile la vemos empleada aún a mediados del siglo XVII, según puede verse en este pasaje de Álvarez de Toledo:


Hicimos una fuerte palizada
con bejucos fortísimos trabada.


Purén indómito, Canto XXIII, p. 461.                


Parece que esa voz procedía de Haytí y Cuba. Según Lenz, Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lugares indígenas, t. I, p. 146, la palabra araucana correspondiente a bejuco sería voqui.

El nombre que dan los modernistas y decadentes al bejuco es liana, del francés liane. Véase Román Dicc. de Chilenismos, boqui y liana.

Agustín de Zárate (Conquista del Perú, p. 495) compara los bejucos a los sarmientos de parra y dice que tienen sabor de ajos.

Los trabucos a que el poeta se refería no son las armas de fuego conocidas hoy por ese nombre, sino una especie de máquinas usadas en Europa antes de la invención de la pólvora, que disparaban piedras muy gruesas.

Las define Covarrubias, y su recuerdo permaneció, sin duda, por largo tiempo, pues vemos a Cervantes emplear esa voz en Don Quijote (I, 274) como término de comparación bien conocido: «[...] en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio; los arroja de sí como un trabuco». Y en la jornada I de Pedro de Urdemalas:

PEDRO
Arrojárame mi amo
con un trabuco de sí [...]



6-5-2:


De los cristianos nuevamente agora [...]


Nuevamente, que no quiere decir de nuevo, segunda vez, sino recientemente, significado que tenía siempre o casi siempre antaño. Hay multitud de obras en cuyas portadas se lee que han sido escritas o salen nuevamente a luz, por ejemplo, en La Crónica del Perú de Cieza de León: «Véase el libro que ahora nuevamente ha impreso el padre Andrés Pérez [...]». Ovalle, I, 229.

Ercilla la empleó en dos pasajes más del poema (170-3-2; 203-1-8):


Había en la plaza un hoyo hacia el un lado,
engaste de un guijarro, y nuevamente
estaba de su encaje levantado [...]



Comienza a reforzarle nuevamente [...]




6-5-3; 22-1-8:


Que el contino ejercicio y el cuidado [...]



Que cinco mil gobierna de contino [...]


De las ocho veces en que esta voz aparece en La Araucana, es curioso que en una esté escrita continuo (422-3-7):


Y el furioso y continuo movimiento [...]


sin que sea errata, pues en todas las ediciones se lee así, de donde parece deducirse que ya en 1578 comenzó a dejar su forma anticuada, si bien en todo caso, esta es una verdadera excepción del uso general, que exigía contino, diciéndose también a la contina. Ejemplos de estas dos maneras nos ofrece el P. Las Casas «[...] el poco descanso que de contino tenían [...]». Hist. de las Indias, t. III, p. 109. «En este daño e inconveniente incurren los más nobles y más   —187→   ricos, principalmente, por causa de andar a caballo a la contina». Id., p. 108. Cervantes, Don Quijote, III, 188: «Así que no excusarás con el secreto tu dolor; antes tendrás que llorar contino [...]»: voz que motivó el siguiente comentario de Rodríguez Marín: «Contino, como adverbio, continuamente. Es forma que Cervantes usó con frecuencia. Hállase, por ejemplo, en el cap. VII del Viaje del Parnaso, en la jorn. I de El trato de Argel, en la I de El laberinto de amor, etc.»

Muestra de continuo hallamos en Don Quijote (IV, 29), publicado, como es sabido, más de diez años después del fallecimiento de Ercilla:


Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.


Y en el mismo volumen, p. 249: «[...] pues no es posible que esté continuo el arco armado, ni la condición y flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación».

El de contino lo hallamos en las Poesías de Baltasar del Alcázar con bastante frecuencia (pp. 89, 154, 192):


Pero, como buen vecino,
preguntó al mancebo un día
por su arreo y qué hacia
el en casa de contino.



Vivo Pan, pues de contino
la vida entera nos dio.



Y alegre de contino
eternizar en tu memoria el pino.


En América, a fines del siglo XVI, Pedro de Oña usaba todavía de contino, (Arauco domado, C. X, 246):


De suerte que los indios que miraban
tuvieron de contino algún señuelo [...]


Y entre nosotros, mediado aún el siglo XVII, decía Monteagudo, Guerras de Chile, C. VII, p. 134:


Tiénese por mejor y lo es contino
juzgar, que no probar, de un caso fiero [...]



Que aqueste de contino fue mi oficio
y éste ha de ser contino mi ejercicio.


Canto V, p. 100.                


Y Álvarez de Toledo (Purén indómito, C. II, p. 40):


Y es porque tras el raudo bien camina
el espacioso mal a la contina.


Observa Cuervo (Diccionario, t. II, p. 475) que contino «no pertenece hoy al lenguaje común», citando otros dos pasajes de La Araucana en que este adjetivo aparece empleado como adverbio, tal como acontece con mucho, poco, infinito, cierto, y que equivale entonces a continuamente, sin intermisión.



7-1-1, 2:


Tienen fuertes y dobles coseletes,
arma común a todos los soldados [...]


Versos que cita el Diccionario de Autoridades en comprobación del uso de arma, como instrumento bélico en general, ya sea ofensivo o defensivo.



7-1-5:


Grevas, brazales, golas, capacetes [...]


«Las grebas, (así con b), dice Covarrubias, eran la armadura de las piernas, desde la rodilla hasta la garganta del pie». Usábalas don Quijote: «Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar, si las grebas no lo estorbaran». (I, 228).

Don Luis Zapata cuenta en su Miscelánea, p. 67, que dormía algunas veces con grebas para enflaquecer las piernas.

Fernández de Oviedo en sus Quinquagenas, p. 515, describe así la manera que tenían los caballeros para ponerse y quitarse la armadura, de la cual formaban parte muy principal las grevas. «El hombre darmas, o justador, se comienza a armar desde los pies hasta la cabeza, e, cuando se desarma, comienza desde la cabeza, e lo primero que hace es quitarse el yelmo, e así cuando se comenzó a armar se puso primero las espuelas, e después de calzadas, asiéntanle las grebas, e por el calcañar de la greba sale el asta de la espuela, por cierta muesca o abertura, que para ese efecto la greba tiene en el talón hecho, e después proceden las armas restantes, hasta que, al fin, toma el yelmo, e, aquél enlazado, cabalga a caballo, o vase a pie, si el combate ha de ser a pie, con las armas ofensivas que más le conviene llevar».

Aún hablaba de ellas Monteagudo, Guerras de Chile, C. VIII, p. 155:


Y cuántos, confiados en sus grevas,
murieron, cual Milón, haciendo pruebas!


¿Cuál es, desde luego, la ortografía que corresponde a grevas, con v o b? El Diccionario de Autoridades usó de la primera, en vista de ser voz tomada del francés grèves, citando como ejemplo, en comprobación, a nuestro Padre Ovalle, que dijo (tomándolo, evidentemente, de Ercilla, a quien los académicos no tuvieron presente y que escribió -él o su corrector de pruebas- greuas): «Usan de fuertes y duros coseletes [...], grevas, brazales, golas, capacetes»; y estos versos de las Obras pósthumas, divinas y humanas de Félix de Arteaga, o sea de fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, disfrazado bajo este segundo apellido:


Arma el arnés que olvidaste,
desde la greva a la gola [...]


Y así siguió escribiéndose en las ediciones posteriores, hasta la cuarta, en la que se cambió la v por la b, y que se ha mantenido hasta la última, dándose por etimología, ya indicada a modo de complemento en la príncipe, pero, preguntándose si viene del latín, ocrea; siendo digno de notarse que en la edición académica de La Araucana se usase greva, que es también la que nosotros adoptamos, conformándonos con su procedencia francesa.

Léese, en efecto, en el Larousse: «La palabra gréve designaba antaño la pierna y también la parte de la armadura que la protegía [...]». Añádese allí que esa voz procede de la baja latinidad, grava, de origen céltico.

A Barcia no hay que tomarlo en cuenta esta vez, porque sencillamente disparata al hablar de la etimología de aquel vocablo.

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El uso que los indios de Chile hacían de los capacetes, parece que debieron de tomarlo de los peruanos, y los fabricaban de la siguiente manera, según la describe Francisco de Jerez (Conquista del Perú, p. 334, ed. Rivadeneyra): «Algunos dellos traen capacetes grandes, que les cubren hasta los ojos, hechos de madera, en ellos mucho algodón, que de hierro no pueden ser más fuertes». Pero dejemos las cosas en este punto, que pertenece a la parte histórica, de que en otro lugar tratamos.

La gola era una pieza de las antiguas armaduras, «que se ponía sobre el peto para cubrir y defender la garganta».

El brazal, como lo indica su nombre, era otra de esas piezas, destinada a proteger el brazo.



7-1-8:


Que no basta ofenderle el fino acero [...]


En La Araucana se encuentran varios casos como este, en que se ha suprimido la a cuando la palabra antecedente o inmediata termina o sigue con la misma sílaba, por efecto de omisión mecánica o haplología, que dice Rodríguez Marín (Don Quijote, I, 126, nota). De aquí, por tanto, que deba suplirse esta preposición, tal como se hizo en las ediciones de Sancha y Rosell.