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ArribaAbajoCanto Segundo

19-1-2:


A la engañosa alteza desta vida [...]


Alteza, sinónimo de altura en su significación figurada de «elevación, sublimidad, excelencia», que bien pone Cervantes de relieve en este pasaje de Galatea (libro IV):


¡Oh pastoral bajeza,
más alta que la alteza
del cetro más subido y levantado!




19-1-3:


Que Fortuna los ha siempre ayudado [...]


Ejemplo citado por Bello en su Gramática, p. 206, de cómo «ciertos nombres abstractos (como naturaleza, fortuna, amor) que, tratándose en un sentido general, deberían llevar el artículo definido, lo deponen a veces por una especie de personificación poética».



20-1-4:


Del consumidor tiempo y su presteza [...]


Así había dicho también el maestro Fernán Pérez de Oliva en su Diálogo de la dignidad del hombre: «No hay piedra que tanto dure, ni metal, que no dure más el tiempo, consumidor de las cosas humanas [...]». Y repitieron don Francisco de Monsalve en su soneto que anda entre los preliminares de la Primera Parte del Romancero (Alcalá, 1587, 8.º):


Si el consumidor tiempo más ligero
a vos con pluma y alas se moviera [...]


Cervantes (Don Quijote, I, 214): «Y así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada, y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual, o la tenía oculta, o consumida»; y Suárez de Figueroa (El Pasagero, p. 357): «Hállanse estos bienes y felicidades esentos del fuero y juridición de la fortuna, de la muerte y tiempo, consumidor de las cosas terrenas».



20-2-5:

De crédito y honor los necesita [...]; el peligro le necesita; la razón nos necesita [...]


y en muchos otros lugares en que ese verbo está,   —201→   empleado como activo, en su acepción de obligar, compeler.

«[...] y Gonzalo Pizarro envió de nuevo un capellán suyo a requerir a Diego Centeno que lo dejase pasar y no lo necesitase a dar batalla [...]». Zárate, Conquista del Perú, p. 564.

Cervantes (Don Quijote, V, 300) empleó a necesitar en la misma acepción: «Dame, amigo, esa celada; que yo se poco de aventuras, o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar y me necesita, a tomar mis armas».

Antes que Cervantes, también Pedro de Oña lo trae (C. XV, 409):


No sólo rebatille de la entrada,
mas, que necesitado, a rienda suelta
al fresco Guayaquil diese la vuelta.


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 44:


Acomete algún caso peligroso
con cuerdo osar, mostrando su nobleza,
el hecho más sangriento facilita
y al enemigo abate y necesita.


Todavía Balbuena (El Bernardo, p. 281):


Que la hambrienta codicia y sed del oro
a insufribles tormentos necesita [...]


Álvarez de Toledo:


Acertado será necesitallos
de servicios, haciendas y caballos.



Pretende a la ciudad necesitalla,
y estando, que lo esté, cercalla luego [...]


Purén Indómito, pp. 47 y 150.                


«Dicen algunos en Chile, más viejos soldados que soldados viejos, que el principal medio para acabar aquella guerra y necesitar los enemigos a dar la paz, es el destruirles y talarles las sementeras». González de Nájera, p. 167.



20-3-1, 2:

«Notable es también la construcción elíptica del infinitivo en el pasaje siguiente de Ercilla:


»Del bien perdido al trabo ¿qué nos queda
sino pena, dolor y pesadumbre?
Pensar que en él Fortuna ha de estar queda,
antes dejará el sol de darnos lumbre.


»Para comprender en qué consiste la fuerza de esta construcción, que es singularmente expresiva, basta compararla con los ejemplos que siguen: "Pensar que otra alguna ha de ocupar el lugar que ella tiene, es pensar en lo imposible" (Cervantes); "Pensar que en Alemania se hallen tantos de esos maestros, es cosa excusada" (Ribadeneira); "Pues pensar yo que Don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de su tiempo, no es posible: que no dijera él una mentira si le asaetearan" (Cervantes). Interpónganse en el pasaje de Ercilla, después del tercer verso, las palabras no es posible, es pensar en lo imposible, o es cosa excusada, o algo semejante, y tendremos la locución de Cervantes y Ribadeneira».

Don Andrés Bello, cuyas son las palabras precedentes (Gramática, p. 265), vuelve a citar más adelante (p. 278) los dos primeros de estos versos, diciendo: «La conjunción sino, que generalmente supone negación anterior, se usa con propiedad en interrogaciones denegación implícita, ligando sustantivos con que y quién, adverbios y complementos de modo con cómo, de lugar con dónde, de tiempo con cuándo, etc.».



20-3-6:


Y es malo de mudar vieja costumbre [...]


Esta sentencia de Ercilla es frecuente encontrarla repetida en escritores de su tiempo, y aun casi con las mismas palabras. Juan Rufo, La Austriada, Canto I, hoja 11 v.


Mas, como lengua ni hábito mudaron,
y es mala de mudar vieja costumbre [...]


Barco Centenera, Argentina, hojas 110 y 111:


Y así, dexar costumbre muy usada
es cosa muy difícil y acabada.



Mirad ques la costumbre, y de qué suerte,
que dicen que mudarla es par de muerte.


Uno de los personajes que figuran en Persiles y Sigismunda, dice: «[...] donde vine a verificar aquel antiguo adagio, que vulgarmente se dice, que la costumbre es otra naturaleza y mudarla se siente como la muerte». Colec. Rivad., I, p. 578.



20-5-8:


Que en una hora perdió el honor y estado
que era mil años de afán había ganado.


Hipérbole empleada también por el poeta en boca de Lautaro en su arenga de la batalla de Tucapel (47-2-3):


Que la fama en mil años alcanzada
aquí perece y todos vuestros hechos.




21-3-8:


Con muerte y destruición del enemigo.


Destruición, que Cuervo (Apuntaciones, p. 492) califica hoy como propia del vulgo, y que es simplemente anticuada.

«Y porque se vea la destruición que hace en los enamorados pechos esta maldita dolencia de los rabiosos celos [...]». Galatea, lib. III, p. 116, y p. 143: «Pues deste amor, o desear la corporal belleza han nacido, nacen y nacerán en el mundo asolación de ciudades, ruina de estados, destruición de imperios y muertes de amigos [...]».



22-1-6:


Usados tras las fieras en la sierra [...]


De ocurrencia frecuentísima en el poema es este adjetivo usado en su significado de acostumbrado, ejercitado, tanto, que se le encuentra no menos de 40 veces. Así dijo: usado soldado (p. 88); usados en afrentas (p. 32); usadas mujeres (p. 473).

Algunos ejemplos tomados de otros autores nos manifestarán que era, en efecto, lo corriente antaño, que el léxico mantiene hoy.

Fernando el Católico en una su real cédula dirigida   —202→   a Pedrarias Dávila, en 19 de agosto de 1514, le decía: «[...] que todo será bien menester, segund la calidad de alguna de la gente que con vos pasó, que fue de los soldados que han estado en Italia, que, como sabéis, son usados a muy malos vicios y malas costumbres [...]». Medina, Núñez de Balboa, t. II, p. 62.

Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 101:


Las armas cada cual en que fue usado [...]


«[...] porque pocos hombres habrá que la osen comer, si la ven viva (excepto aquellos que ya en aquella tierra son usados a pasar por ese temor y otros mayores en efecto [...]». Oviedo, Sumario de la natural historia de las Indias, cap. VI.

«[...] allende de ser valientes hombres y muy usados en la guerra, son muy grandes traidores [...]». Núñez Cabeza de Vaca, Comentarios, etc., p. 559.

«Con esta nueva manera de batalla eran los nuestros con facilidad desbaratados, porque eran más usados a pelear cara a cara [...]». Enrique Garcés, Francisco Patricio De Reino, hoja 4 v.

En Chile encontramos empleada esta voz en tal acepción por Fernando Álvarez de Toledo:


Con un gallardo tercio de trescientos
usados en el belicoso juego [...]


Purén indómito, Canto XX, p. 391.                




22-2-2:


Tres mil diestros soldados señorea [...]


Señorear, voz de uso frecuentísimo en los antiguos escritores de la conquista de América y que se encuentra también en Cervantes.

«El cerro de Potosí, empínase y señorea todos los otros cerros que hay en su contorno». Acosta, I, p. 196.

«Por estas razones que dijo acabaron de enterarse los caminantes que era don Quijote falto de juicio, y del género de locura que lo señoreaba [...]». Don Quijote, I, 289.

Hoy se la considera anticuada.



22-5-1, 2:


Peteguelén, cacique señalado,
que el gran valle de Arauco le obedece [...]


Queda ya nota sobre el valor de señalado en la acepción en que se le ve aquí empleado; pero en estos versos es digno de llamar la atención el uso de que por quien, a cuyo respecto dice Suárez en sus Estudios gramaticales, p. 156: «A veces también sucede [...] que se encuentran frases en los buenos escritores, donde el que sería inexplicable, a no admitir que en su uso se han cometido descuidos indignos de imitación. Tal se observa [...] en este pasaje de Ercilla. Restableciendo el orden lógico, y diciendo... "a quien el gran valle [...]" quedará patente el oficio que en los respectivos casos desempeña el que, y de este modo será fácil determinar su carácter».



22-5-7:


Tomando el nombre del la Señoría [...]


Señoría en casos como este, dice el Diccionario de Autoridades, es «el dominio de algún estado particular, que se gobierna como República, como la Señoría de Venecia, de Génova, etc.». Cita ese verso de Ercilla y el siguiente pasaje de la Descripción de África de Luis del Mármol, lib. II, cap. 28. «Con el mesmo exemplo se rebelaron [...] y se hicieron Señorías particulares, no se gobernando por reyes sino por repúblicas».



23-1-6:


A ver si es menester mandar las manos [...]


Modismo que se olvidó de apuntar Covarrubias. El P. Ovalle habla de menear las manos en sentido idéntico al que le atribuye Ercilla a ese modismo: «[...] a lo cual respondieron brevemente que venían resueltos a no gastar el tiempo en razonamientos vanos, sino a menear las manos y pelear hasta morir o vencer [...]». (I, 149). «[...] porque, en cuanto a esto, son todos parejos y sólo aquel es más que se da mejor maña a menear las manos».

Mandar equivale en ese verso a gobernar, servirse de, como en este ejemplo de Zárate (Conquista del Perú, p. 516), en que mandar está empleado para significar dos cosas muy diversas: «[...] teniendo por cierto que la ida de sus sobrinos se había hecho por su mandado, o a lo menos que había podido ser sin que él tuviese noticia dello, porque posaban dentro en su casa, caso que se mandaban por una puerta diferente, apartada de la principal [...]».

«[...] Industriábanlos en exercicios de guerra, como tirar con flecha, fisga o vara tostada a puntería, a mandar bien una rodela y jugar la espada». Acosta, II, 142.



23-2-2:


Que eran del araucano regimiento [...]


Regimiento, que no vale aquí lo que cabildo o ayuntamiento, ni tiene tampoco sabor militar, pues importa tanto como decir que los indios Tomé y Andalicán formaban entre los que gobernaban o regían el pueblo, esto es, que eran caciques, como se especifica por la frase que le sigue:


Y otros muchos caciques acudieron [...]


Y por el empleo de esa misma voz en otro pasaje (26-3-6):


Podéis tener del mundo el regimiento.




23-2-5:


Todos con leda faz se recibieron [...]


Adjetivo que Ercilla usa dos veces más, y también en forma adverbial (151-5-8):


Pasaron ledamente algunos días [...]


Viene de la voz latina laetus, alegre, contento.

Ledo era ya anticuado en su tiempo, pues Covarrubias le llama «vocablo castellano antiguo» y cita en comprobación «una canción antigua que comienza:


»Vive leda, si podrás,
y no penes atendiendo [...]».


El Marqués de Santillana en su Comedieta de Ponza:

  —203→  

¡Benditos aquellos que, cuando las flores
se muestran al mundo, desciben las aves,
e fuyen las pompas e vanos honores,
e ledos escuchan sus cantos süaves!


Zapata en su Carlo famoso (Canto XXXII, hoja 175):


Tomó el Rey su mujer, ledo y gozoso [...]


voz que lleva, de letra de mano, en el ejemplar del poema que se guarda en nuestra Biblioteca Nacional la siguiente definición de un comentador anónimo: «alegre, plácido y contento».


Prometen de victoria el premio ledo
a quien sabe del tiempo aprovecharse [...]


Rufo, La Austriada, Canto II, hoja 31.                


Hállase empleada por Cervantes en Galatea, «Canto de Calíope», p. 226:


De ti, el dotor Francisco Díaz, puedo
asegurar a estos mis pastores,
que con seguro corazón y ledo,
pueden aventajarse en tus loores [...]


Y en el Viaje al Parnaso, cap. VI:


Esta que no halla mal que le suceda,
ni le teme, atrevida y arrogante,
pródiga siempre, venturosa y leda.


Pedro de Oña, que se precia de seguir los pasos a Ercilla como en un flaco rocín, echó mano no menos de cuatro veces de este adjetivo ledo (Arauco domado, Canto I, 13):


Y al indio con semblante ledo y blando [...]
les muestra el joven ledo su semblante [...]


Y, por fin, en (Canto XII, 298):


Encima de un tablón sentó la diestra
con tanta voluntad y leda cara
como si en la de alguno la asentara [...]


Laso de la Vega (Cortés valeroso, hoja 36):


No te metas en parte do no pueda
serte después Fortuna amiga y leda.


Fray Diego de Hojeda en su Cristiada:


Que ya más de una vez con rostro ledo,
con frente osada y ánimo constante,
despreciando la más excelsa nube
al tribunal subió que ahora sube.


«Ledo, por alegre, se usa mucho en verso, y así dice el Bachiller de la Torre: triste, ledo, lardo y presto. También dice el otro: "Vive leda si podrás". En prosa no lo usan los que escriben bien». Mayans y Siscar, Orígenes de la Lengua Española, p. 89.



23-3-4:


A encenderse entre todos gran ruïdo [...]


Ruido, tomado en su acepción figurada de «litigio, pendencia, pleito, alboroto o discordia».



23-3-5; 23-5-8:


La razón uno de otro no escuchaba [...]



Y aquel que esta razón contradijere [...]


Y más adelante (454-5-8):


Comenzó su razón en tal manera [...]


Razón, en este caso en su significación del «concepto declarado por palabras»; relación, relato, diríamos hoy.

En la misma acepción dijo (564-4-1):


No acabó su razón el indio [...]


De ahí el modismo dar razón y que al recado verbal -que entre nosotros es tan frecuente- enviado con un criado, se le diga llevar razón, y que es sirviente de razón quien lo lleva.

Es sabido que más se acostumbra razones, en plural. Cervantes usó el singular: «Hasta aquí escribió Anselmo; por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida». Don Quijote, III, 276.

Y en la Ilustre Fregona (Colec. Rivad., I, p.195): «[...] a la traza y manera como cuando se enclavijan las manos, y en los dedos se escribe alguna cosa, que estando enclavijados los dedos se puede leer, y después de apartadas las manos queda dividida la razón, porque se dividen las letras, que en volviendo a enclavijar los dedos se juntan y corresponden de manera que se pueden leer continuadamente».


Queriendo por tres veces esforzarse
a decir su razón, quedó suspenso
con todas las palabras atoradas
a la pobre garganta y tierno pecho [...]


Villagra, Conq. de la Nueva México, hoja 203.                


Entre nosotros se decía también así en la época de la colonia:


Con esto su razón hecha, conclusa,
se afirma tan remiso en que perezca [...]


De razones sería inoficioso citar ejemplos.



23-4-3:


Aguijan a las armas, desgajando
las ramas al depósito obligadas [...]


Es sabido que el sentido primario de aguijar es picar, como cuando los carreteros aguijan a los bueyes con la picana, que decimos en Chile, y de ahí se pasó a la acepción genérica de «caminar aprisa»: verbo que con a expresa el objeto del movimiento, como lo demuestra Cuervo con este ejemplo de Ercilla y otros de varios autores.

Véase este del Viaje al Parnaso:


Yo, condolido del doliente caso,
en el ligero casco, ya instruido
de lo que he de hacer, aguijo el paso.


Ramas, repetido en cuantas ediciones se hicieron en vicia del poeta, y que Varez de Castro en la suya de 1597, creyendo que se trataba de un yerro tipográfico (que habría consistido en anteponer en la primera sílaba la r a la a, quedando así ramas, en vez de armas), pretendió salvar en esta última forma. Ya se ve que no tuvo razón, pues el contexto no lo permite.

Lo que el poeta ha querido dar a entender es que los indios observaban la práctica de colgar en tiempo de paz sus armas de las ramas de los árboles -tal como lo hacen hoy nuestros campesinos con las mazorcas de maíz-, y que, llegado el caso de usarlas, lo habían ejecutado con tal prisa, que desgajaban las ramas de que se sostenían, usando aquí ese verbo como transitivo, en la acepción notada   —204→   por Cuervo de «desgarrar o arrancar con violencia la rama del tronco» de que Ercilla nos ofrece otro ejemplo (574-5-7):


Donde comer la rama desgajada [...]




23-4-5:


Y dellas se aperciben, no cesando [...]


Apercibir, que vale aquí, como en la infinidad de veces en que el poeta usó de este verbo o de sus derivados, tanto como «prevenir, disponer, preparar lo necesario para alguna cosa»; sobre lo cual se hace conveniente llamar la atención, en vista de que en Chile se emplea por mucha gente como sinónimo denotar, caer en la cuenta, percibir, en una palabra, tal como tantos en España y en América, de que Amunátegui en sus Apuntaciones, t. I, p. 138 y siguientes, ofrece numerosos ejemplos: advirtiendo que la equivocación pudo venir de que muchas veces la agregacion o supresión de la a no altera el significado de las palabras, cosa que no resulta en el presente caso y que debe, por lo mismo, evitarse. Del correcto uso de tal voz podríamos presentar muestras a montones, pero bástenos con una de Cervantes y otra de Pedro de Oña. «De allí a quince días volvió a Madrid, como tenía de costumbre, con otras tres muchachas con sonajas y con un baile nuevo, todas apercibidas de romances y de cantarillos alegres [...]». La Gitanilla, p. 101, Colec. Rivad.


Quiero decir que el hombre como vive
así para la muerte se apercibe.


Arauco domado, Canto XVI, p. 405.                




23-5-1, 2:


El audaz Tucapel claro decía
que el cargo del mandar lo pertenece [...]


«En los escritores más ilustres, dice Suárez (p. 221), se hallan ejemplos de inconsecuencia en el uso del significado metafórico -(esto es, en el uso de las formas que expresan relación de coexistencia en lugar de las que denotan naturalmente pretérito)-, en una parte de un mismo pasaje se emplea la metáfora, expresándose la otra en la forma natural. Bello no censura esta falta de armonía, porque, aunque ella entraña cierto desorden, es adecuada a expresar, por lo mismo, la vehemencia e ímpetu de las pasiones. Por otra parte, este hecho es comunísimo en el lenguaje, hasta el punto de poder reputarse definitivamente sancionado». Tal es el motivo por el cual trae a colación estos versos de Ercilla, aunque deslustrando el valor expresivo del segundo, poniendo «de mandar», en lugar de del.



23-4-5:


Que, si va por valor, que lo merece [...]


Ir, usado en la acepción de considerar las cosas por un aspecto especial, como en esta frase que trae el léxico: «Si va por honestidad, ¿qué cosa más honesta que la virtud?».



24-1-8:


Y con él la ferrada gobernare» [...]


Ferrada, subentendida maza: sinécdoque de que usó en otros pasajes del poema, como en este (177-1-4):


Salta en la plaza, la ferrada en mano [...]


y de que se valió también Pedro de Oña en su Arauco domado, Canto VI, p. 156, hablando de un arma análoga usada por Caupolicán:


Antes que el indio alzase la ferrada [...]


El Diccionario de Autoridades define a ferrada «maza de hierro» y cita en apoyo de que tal es su significado precisamente este primer verso de Ercilla. El actual léxico: la «maza armada de hierro, como la de Hércules». En los dos pasajes del poema en que se registra esa voz, se alude a un arma usada por Tucapel, con lo cual es fácil caer en la cuenta que de hierro no tendría sino algunos anillos, que sería barreada, como dijo más adelante el poeta de la que esgrimía Rengo en cierta ocasión. Parécenos, pues, que en ambos versos ferrada (aunque sustantivado) tiene el valor de adjetivo, que el Diccionario ha convertido en sustantivo, cosa que se comprueba fácilmente ocurriendo a otros pasajes del poema en los que aparece que tal fue el sentir del poeta. Así (50-2-5; 185-1-8; 429-4-7):


Al sesgo la ferrada maza cala [...]



Quién la maza ferrada levantando [...]



Dando más furia a la ferrada maza [...]


y todavía, aplicándolo a un objeto diverso que el de aquella arma (496-4-1):


«Y sin recato la ferrada puerta [...]


En otros pasajes emplea ese adjetivo en su terminación masculina (71-4-8; 71-5-6):


Y el ferrado troncón metió por tierra [...]



Que no le erró el ferrado y duro extremo.


En cuanto recordamos, Cervantes empleó también en dos ocasioiles de tal voz, y siempre como adjetivo: «[...] entrad, hijos, que buena torre tenemos y buenas y ferradas puertas la iglesia, que si no es muy de propósito no pueden ser derribadas ni abrasadas [...]». Persiles, p. 645, ed. Rivad. «[...] y en lugar de espadas trajesen cuchillos tajantes de damasquino acero, como porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto más de dos veces». Don Quijote, V, 116.



24-4-1:


«Alto, sus, que yo aceto el desafío [...]


Alto es término de milicia, que aun se conserva y a que se añade, en ciertas circunstancias, alguno de los adverbios de lugar, ahí, allí, allá, revistiendo, carácter interjectivo, como en el presente caso. Por los ejemplos que citamos se verá que sus es también interjección.

«Ahora, sus». Frase calificada por Pedro Espinosa, Obras, p. 165, como mal sonante o vulgar.

Su uso era, sin embargo, muy frecuente. Valgan algunos ejemplos, comenzando por el siguiente de Cervantes:

  —205→  
CIPIÓN
Ya he dicho que sí.
EMBAJ. 2.º
Pues, sus, al hecho:
que guerras ama el numantino pecho.

Numancia, jorn. pri., esc. prim.                


Baltasar del Alcázar emplea no menos de cuatro veces esta interjección en sus Poesías (pp. 79, 130, 141 y 235). Véase en estos versos, tomados de su célebre Cena jocosa:


Pues ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.


«Sus, venga vianda, dijo el hidalgo pobre, muy contento con sus pollos, que pensó que se había salido de madre por el convidado». Zapata, Miscelánea, p. 329.

«"Sus, sus", dijo el Cardenal, e hízose luego la jornada, y al mismo tiempo del desembarcar se mostró la misma cruz sobre Orán». Zapata, Miscelánea, p. 421.

Del mismo, en su Carlo famoso, C. XV, hoja 73:


Pues ¡sus! volver quiero agora desta senda (sic)
a mis usadas lágrimas la rienda.


Diego de Mendoza (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 104):


Fuera!, que entro en el sexto. ¡Sus, buen pecho!


En América, Pedro de Oña la usó dos veces (Arauco domado, C. IV, p. 105, y C. X, p. 257):


Pues, ¡alto!, ¡sus! escuadra tenebrosa,
¿qué me detengo más?, ¿en qué me alargo? [...]



El indio le responde encarnizado,
pues, ¡alto!, ¡sus!, que filos tengo buenos [...]



¡Sus!, mis bravos leones, id a priesa
al mundo en tropa oscura y banda espesa.


Hojeda, La Cristiada, hoja 202.                


Conserva el léxico como de uso familiar esta interjección sus, que dice venir de suso y «se emplea para infundir ánimo repentinamente, excitando a ejecutar con vigor o celeridad alguna cosa».



24-4-4:


Que más quiero librarlo por la espada [...]


Existe en esgrima el término de librar la espada, que consiste en «no consentir el atajo del contrario, sino sacar la espada de debajo para tenerla libre», que, ciertamente, no es lo que el poeta quiso dar a entender en el verso que copiamos. Se acerca más a la acepción de librar que trae el Diccionario de Autoridades de que «por extensión vale poner al cargo y confianza de otro la execución o consecución de alguna cosa», definición que no corresponde con exactitud al «librarlo por la espada», cuyo sentido se aviene mejor con el de resolver, definir. En la acepción antedicha sí que están bien los siguientes ejemplos de Cervantes: «De todos estos sucesos no le pesaba mucho a Sinforosa, viendo que por ellos se detendrá la partida de Periandro, en cuya vista tenía librado el alivio de su corazón [...]». «[...] y pues ya está en Roma, adonde ella ha librado mis esperanzas [...]». «En esto de haber librado tus esperanzas en su venida a esta ciudad [...]». Persiles y Sigismunda, pp. 604 y 666. Y en este otro del P. Ovalle (II, 50): «No lo permita el cielo, que yo de mi parte salir quiero luego al punto a la venganza, y si no lo he hecho antes, ha sido sólo por librar en vuestro consejo, ayuda y valentía el mejor acierto [...]».

El obispo de Santiago de Chile don fray Gaspar de Villarroel empleó muy acertadamente ese verbo en el siguiente párrafo de sus Historias sagradas, t. I, hoja 72 v.:: «Una pobre señora francesa tenía un hijo solo, y librando en su ingenio todo su reparo, le susteníó a expensas de limonas y costuras en la Universidad de París, fundando en su estudio todo su remedio».



24-4-6:


A dos, a cuatro, a seis en la estacada [...]


Propiamente, estacada es un cierro de estacas, cuyo nombre se aplica con especialidad al que se usaba en los campamentos; figuradamente se dice entrar en la estacada, por entrar en campo al desafío. Ercillá empleó indistintamente, en esa acepción, estacada y estacado, convirtiendo a este adjetivo en sustantivo, por ejemplo (169-1-8):


Con grave paso entró en el estacado,


subentendiéndose campo cerrado. Y como en estos, en no menos de seis pasajes más, que ya don Miguel Luis Amunátegui mostró en las pp. 263-264 del tomo III de sus Apuntaciones léxicográficas.

He aquí cómo define Cervantes el comienzo de un desafío en esa forma: «Y llegado al puesto del combate y llegada la hora de comenzarle, después de haber hecho los padrinos de entrambos las ceremonias y amonestaciones que en tal caso se requieren, puestos los dos caballeros en la estacada, al temeroso son de una ronca trompeta se acometieron con tanta destreza y arte, que causaba admiración en quien los miraban». Galatea, lib. III, p. 90.

El mismo Cervantes nos ofrece ejemplo del modismo verse en la estacada, por «hallarse en grave aprieto», que aun usamos en Chile: «[...] que bien leyó en los ojos de Carducha que sin los lazos matrimoniales se le entregara a toda su voluntad, y no quiso verse pie a pie en aquella estacada; y así pidió a los jitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar». La Gitanilla, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 115.

Y en este ejemplo que tomamos de su Numancia, jornada III, escena II:


Un soldado se ofrece de los nuestros
a combatir cerrado en estacada
con cualquiera esforzado de los vuestros
por acabar contienda tan pesada.


Al frente del Canto XLIV del Orlando furioso, traducido por Jerónimo de Urrea, Venecia, 1553, 4.º, se ve el dibujo de un estacado, en que combaten dentro de él Rugero con Bradamante, en presencia de Carlo Magno y de una multitud de caballeros.

Observa Amunátegui (lugar citado) que el Diccionario de la Real Academia «enseña que cercado, lechado, sagrado, sembrado, poblado y despoblado, pueden ser, no sólo adjetivos, sino también sustantivos.   —206→   Mientras tanto, no dice igual cosa de estacado, a pesar de hallarse en el mismo caso, y de la autoridad de Ercilla. ¿Por qué? Aún hay más. La Academia no da al verbo estacar el sentido correspondiente al sustantivo estacado. Debo advertir que, según el Diccionario, el palenque o campo de batalla se llama estacada. Así lo practican los escritores contemporáneos».

Véase Román, Dicc. de Chilenismos, t. II, art. Estacar.



25-1-2:


En medio destos bárbaros de presto [...]


De presto, modo adverbial, que vale con presteza, y cuyo uso por el bachiller Francisco de la Torre se miraba, todavía en su tiempo, como digno de notarse, seguramente por la procedencia italiana de ese vocablo.



25-1-3; 36-4-5:


Y con dificultad los despartieron [...]



La primera batalla se desparte [...]


«Despartir: meterse de por medio de los que riñen para ponerlos en paz: y a veces quien desparte lleva la peor parte». Covarrubias.

Despartir, usado frecuentemente en los antiguos escritores: «[...] apuñéanse y apaléanse hasta que están muy cansados, y entonces se desparten: algunas veces los desparten mujeres, entrando entre ellos; que, hombres no entran a despartirlos [...]». Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, etc., p. 536.

«Acordó de los despartir y cansar, dándoles lo que deseaban [...]». Las Casas, Historia de las Indias, III, 408.

«No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo [...]». Don Quijote, III, 260.

«Don Fernando despartió al cuadrillero y a don Quijote [...]». Id., id., 186.

«Entonces salen muchos que los desparten, y él mueve luego de allí a su paso largo [...]». Zapata, Miscelánea, p. 198. Y más adelante, p. 477: «[...] y apretó tan recio, que no le dejó ser señor de ella [la espada], sino que vinieron ambos a brazos, y en tanto acudió mucha gente que los despartieron».


No hay quien a despartillos parte sea,
el uno porque a tanto no se atreve,
y el otro porque, haciendo lo que debe,
acude en su lugar a la pelea.


Arauco domado, V, 132.                


El P. Ovalle (I, 360): «[...] con lo cual se despartieron a hacer cada uno lo que le tocaba».



25-1-8:


A razonar así tomó la mano [...]


«Tomar la mano. (Para negociar o hablar)». Correas, Vocabulario de refranes, p. 161.

Son frecuentes los ejemplos que de este tomar la mano se encuentran en Cervantes:

«Admiradas quedaron Galatea y Florisa de la extremada voz de la hermosa Nisida, la cual por parecerle que por entonces en cantar Timbrio y los de su parte habían tomado la mano, no quiso que su hermana quedase sin hacerlo [...]». Galatea, lib. V, p. 200. «Pero los primeros que en esto tomaron la mano fueron Elicio, Aurelio [...]». Id., lib. VI, p. 212.

«Dar la mano a otro para que hable, dice Covarrubias, es género de cortesía».



25-2-3:


A pesarme de veros pretensores [...]


A pesarme, sin duda que equivale aquí a dolerme. Pesar, verbo neutro, en su forma figurada, tiene el significado de doler, y el léxico observa que se usa sólo en las terceras personas con los pronombres me, te, se, le, etc.



25-3-7:


Mejor fuera esa furia ejecutalla [...]


Como dice luego sentillo, resistillo, formas anticuadas, por ejecutarla, sentirlo, resistirlo.

Cabalmente el primero de esos verbos en la propia forma fue usado por Cervantes en Don Quijote (III, 320): «[...] o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento [...]».



25-4-5:


¿Teniendo tan a golpe a los cristianos [...]


En la edición príncipe y en la de Salamanca falta la segunda a del verso.

Este modo adverbial a golpe se encuentra en el léxico de la Academia sólo en su aplicación a la agricultura y falta en la que lo emplea el poeta en el verso citado, donde quiere decir a mano, a tiro, al alcance.



25-5-6:


Lanzad de vos el yugo vergonzoso [...]


Trae Bello a cuenta este verso cuando dice en su Gramática, p. 53: «Hay en la segunda persona plularidad ficticia cuando se dice vos por , representándose como multiplicado el individuo en señal de cortesía o respeto»; pero ahora no se usa este vos sino cuando se habla a Dios o a los santos, o en composiciones dramáticas, o en ciertas piezas oficiales, donde lo pide la ley o la costumbre.

»En los demás casos, vos por vosotros es hoy puramente poético». Y aquí viene la cita del verso que queda copiado.

Complétese esta advertencia con lo que dice Cuervo de nos, que anotamos más atrás (11-3-7, 8).

Al ejemplo que trae a colación Bello, podemos añadir otros dos que se encuentran también en La Araucana (86-5-6); (110-4-2):


Siendo vos los autores desta gloria [...]



Por vos de sus cimientos levantado [...]




  —207→  

25-5-8:


Que para redemirnos ha quedado [...]


Redemir es anticuado, por redimir, lo que se advirtió en el Diccionario de Autoridades y se omitió en el léxico vigente. Pero no es esto lo más digno de notarse en esa voz; nos referimos a que en las ediciones de Sancha y de Rosell, se hizo a nos complemento de ha quedado, escribiendo: «nos han quedado», alterando el pensamiento del poeta y quitándole gran parte de la fuerza de expresión que reviste con el enclítico.



26-1-7, 8:


Cortad, pues, si ha de ser desa manera,
esta vieja garganta la primera.


Ejemplo que trae Bello (Gramática, p. 152) para mostrar que, «si el verbo, no precedido de negación, está en segunda pesona, y el atributo depende de la voluntad de la misma persona, empleamos el imperativo».

El sabio gramático ha puesto a la moderna en su cita, de esa por desa, que fue como lo dijo Ercilla.



26-3-1:


«Pares sois en valor y fortaleza [...]


En el coloquio que pasaron el Canónigo con don Quijote acerca de los caballeros andantes, decía aquel, al llegar a tratar de los doce Pares de Francia y de las hazañas que les atribuía el Arzobispo Turpín: «porque la verdad dello es que fueron caballeros escogidos por los reyes de Francia, a quien llamaron pares por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía».

Jugando de esta voz dijo el mismo Cervantes: «[...] que ni sabemos ni hemos podido saber deste par tan sin par en hermosura, de dónde vienen ni a dónde van». Persiles y Sigismunda, p. 597, t. II, Colec. Rivad.

Y en el Viaje al Parnaso, cap. II:


Miguel Cejudo y Miguel Sánchez vienen
juntos aquí, ¡oh par sin par! en éstos
las sacras musas fuerte amparo tienen.


Cristóbal de Virués en El Monserrate, canto XI:


Con este par, oh! Fama, no compares
aquellos tus famosos Doce Pares.


Pares vale, pues, en el verso citado tanto como iguales, que es lo que significa también el adjetivo latino de donde se formó.



26-3-3:


De linaje, de estado y de riqueza [...]


Estado vale como calidad de las personas.



26-3-5:


Y en singular por ánimo y grandeza [...]


Singular en su acepción figurada de «extraordinario, raro o excelente», como en la frase interjectiva tan corriente: ¡cosa singular!



26-4-6:


Sustentare en el hombro sin pararse [...]


A los chilenos que usan a cada momento este verbo pararse en el sentido de «estar o ponerse de pie», hay que advertirles que vale aquí sin pararse lo mismo que «no detenerse, proseguir sin interrupción», tal como decimos «corrió sin pararse», por llegar sin descanso alguno al fin de la meta señalada.



26-4-7:


Y pues que sois iguales en la suerte [...]


Algo se precisa el valor que tiene aquí suerte con lo que el poeta dijo más adelante (337-4-6; 347-1-4):


Valor, suerte y linaje conocido [...]



Por los hombres de suerte y suficiencia [...]


«Mas, como entre ellos había muchos hijosdalgo y hombres de buena suerte, no quisieron que esto pasase sin dar parte al Gobernador [...]». Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, etc., p. 521.

«Túvose por cierto que algunos principales de la ciudad, por salir de la sujeción de Antonio de Robles, que era hombre de baja suerte y entendimiento y de poca edad, escribieron a Diego Centeno [...]». Zárate, Conquista del Perú, p. 556.


Al fin ellos querían dar de agudo
en ambos pueblos en un mismo día,
y al Guzmán y a los hombres de más suerte
hacer entrega dellos a la muerte.


Castellanos, Elegías, Parte III, p. 499.                


«[...] no digo de Gonzalo Pizarro, más de una persona vil y de muy menos suerte, estado y condición que él era». Calvete, Vida de Gasca, I, 297.

Suerte equivalente aquí a estado o condición. Así dijo también Zapata, empleando esta voz en una frase consagrada por el uso: «Fue un hombre en estos reinos del Andalucía, natural de Huelva, de baja suerte, hijo de un cardador [...]». Miscelánea, p. 29.



26-5-3:


Y puesto ya silencio al parlamento [...]


Vuelto a usar una vez más (123-5-3):


Mientras duró el soberbio parlamento [...]


La arenga o discurso que se pronuncia ante una reunión de gente se llama parlamento, como se ve ya por los antiguos documentos, verbi gratia, cuando en las instrucciones a su apoderado le dice el Obispo del Darién que manifieste al Rey que «esta costa de gobernador y oficiales es embarazo sin ningún provecho y que [para] ninguna cosa sirve este parlamento sino a hacerse vanos [...]», refiriéndose a lo que entre ellos discutían y acordaban. Medina, El descubrimiento del Océano Pacífico, t. II, p. 439.


Les hizo un parlamento concertado
con sólidas palabras sustanciales,
como lo hiciera aquel romano Julio
con toda la retórica de Tulio.


Oña, Arauco domado, IX, 237.                


Barco Centenera (Argentina, hoja 121):

  —208→  

Entre los suyos hizo llamamiento,
y desque a todos juntos los tenía
les hizo un concertado parlamento [...]


Si bien en el uso de los buenos escritores se aplica a lo que llamaríamos hoy razonamiento, como en los dos ejemplos que siguen:

«Llegué a ver lo que mandaba, hízome un largo parlamento, diciendo ser criada de cierta señora casada muy principal [...]». Alemán, Guzmán de Alfarache, p. 125, ed. Baudry.


Muchas veces tuvimos parlamento
que nuestro casamiento sumptuoso
fuese [...]


Urrea, Orlando Furioso, Canto VIII, p. 71.                


Durante la época de la colonia en Chile se aplicó esa voz casi exclusivamente para designar a las solemnes reuniones que los jefes españoles celebraban con los caciques araucanos, a fin de ajustar los términos de paz.

El P. Ovalle (I, 151): «Para hacer estas juntas eligen un campo, el más ameno y apacible, donde llevan mucha abundancia de chicha, que es el vino usual que siempre han tenido; estando ya todos juntos y habiéndose refrescado, o, por mejor decir, calentado y avivado con el calor del vino el militar furor y espíritus vitales, se levanta en medio de todos el que, o por ancianidad, o por otro título, le toca hacer el parlamento y proponer el fin de la junta, y con grande elocuencia (que son en esto muy señalados) le propone, trayendo todas las razones y motivos que le persuaden».



27-1-2:


Que parece sin término notada [...]


Término, en su acepción de reflexión, consideración, como en el ejemplo que sigue:


Bramante, un feroz bárbaro inhumano,
sin término, lealtad, ni cortesía [...]


Valbuena, El Bernardo, p. 194.                


Recuérdese a propósito de esta voz lo que dijimos en 2-1-4.



27-1-5:


De leyes y ordenanzas abundosa [...]


Abundosa, que se nos antoja mucho más elegante que abundante, según escribiríamos hoy en Chile; si bien, como observa Cuervo, «hoy casi no se usa fuera del estilo elevado». En la misma forma que Ercilla la empleó Cervantes en su Galatea:


Claro, abundoso y conocido Ebro [...]


Francisco de Jerez (Conquista del Perú, p. 322, ed. Rivad.): «[...] y por ser esta isla bien poblada y rica y abundosa de mantenimientos, pasó el Gobernador a ella [...]».


En el campo venturoso,
donde con clara corriente
Guadalaviar hermoso,
dejando el suelo abundoso
da tributo al mar potente [...]


Gil Polo, Canción que comienza con la quintilla citada.

El doctor Agustín de Tejada (Flores de poetas ilustres, p. 28):


Tú, que en lo hondo del heroico pecho
mides, con el cuidado congojoso,
cuanto mide con luz el sol dorado,
ya del indio, de perlas abundoso [...]



En la provincia fértil y abundosa
por donde el Betis baña el reino hispano [...]


Rufo, La Austriada, Canto I, 5.                


Pedro de Oña en el Arauco domado (Canto III, p. 68):


Mandóseles que nada en él parasen,
por ser tan regalado y abundoso [...]


aludiendo al pueblo de Santiago.

Diego Mexía en el Parnaso Antártico, hoja 48 v.:


Que para hartar tu pecho sanguinoso,
de Neptuno los muros eminentes
te darán pasto de hombres abundoso.




27-1-8:


Sin allegar a tanto rompimiento.


Allegar, en su forma anticuada por llegar. En el mismo sentido empleó Ercilla esa palabra en otros lugares de su obra (194-5-3):


Mas cuando a estas razones allegaba [...]


Así, por ejemplo, decía Cieza de León (Crónica del Perú, p. 363, ed. Rivadeneyra): «Pasados estos llanos y montañas de suso dichas, se allega a las muy anchas y largas sierras que llaman de Abibe».

Pero una vez la usó en el sentido de «recoger y adjuntar en uno», como define Covarrubias, al decir en (527-1-7):


Hizo en torno allegar la demás gente [...]


Y también (586-4-7, 8):


Allegándose en todas las naciones
gentes, pertrechos, armas, municiones.


Muy corriente en esa forma. Ejemplos: «En este tiempo vino a Cuba nueva cómo eran llegados a esta Isla Española los jueces de apelación, y acordaron los quejosos de Diego Velásquez de hacer sus informaciones secretas y allegar sus memoriales [...]». Las Casas, III, 10.


Que conoscieron luego en allegando
nosotros, nuestras armas y vestidos [...]


Zapata, Carlo famoso, Canto XV, hoja 72 v.                




27-3-3:


Que era un macizo líbano fornido [...]


Salió este Que en las ediciones antiguas, leyéndose Quera en una sola palabra, pues, de otro modo, resultaría una sílaba de más en el verso, y así se suprimió en las de Sancha, Rosell y de la Academia y reconocemos que no debió ponerse.

Por efecto de una metonimia, Ercilla designó en este verso y en varios otros lugares de La Araucana al pino con el nombre del monte Líbano, que está poblado de ellos, formando un sustantivo que no se halla en el léxico. Es frecuente encontrar designado de la misma manera a ese árbol, tanto en los poetas como en los prosistas.

  —209→  

Al infelice Taugo el coselete,
(que era de fuerte líbano tostado)
pasa de una mortífera estocada.


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 42.                



Y abate gruesos líbanos al suelo,
llevándose los céspedes en vuelo.


Oña, Arauco domado, p. 253.                


González de Nájera, Desengaño, p. 28, hablando de los de Chile, dice: «Los árboles dignos de verse son los líbanos», que describe en seguida, manifestando que se trata de la araucaria imbricata, que produce los gustosos piñones de esta tierra.



27-3-4; 106-4-7; 156-1-2:


Que con dificultad se rodeaba [...]



A todos con los ojos rodeaban [...]



Rodea el brazo dos veces, despidiendo [...]


Verbo que emplea frecuentísimamente el poeta en la acepción de recorrer con la vista, que diríamos hoy en este primer verso; o dar vuelta, al referirlo al brazo, en el segundo. Es lástima que no le usemos en Chile, aquí donde hemos conservado el rodeo. Véanse algunos ejemplos de antiguos escritores. Zapata en su Carlo famoso, Canto XIV, hoja 68 v.:


Que es del mundo señor de cabo a cabo
por donde el cielo está o el sol rodea [...]


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 47:


La vencedora espada rodeando [...]


Vicente Espinel (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 251):


El orbe tiene, y con su luz excede
a cuanto el sol rodea [...]


«En algunas partes ellas traen unas mantillas desde la cinta hasta la rodilla rodeadas [...]». Oviedo, Sumario de la natural historia, p. 482.

«En la Nueva España (que sin duda es de lo mejor que rodea el sol) [...]»; «y así a Hernando Cortés, como él refiere en una carta al emperador Carlos V, le llamaban hijo del Sol, por la presteza y vigor con que rodeaba la tierra». Acosta, I, 161; II, 8.


¡A Júpiter pluguiera soberano
que nuestra juventud sola se viera
con todo el bravo ejército romano
a donde el brazo rodear pudiera!


Numancia, jornada II, esc. I.                




27-4-3:


Y encima de los altos hombros puesto [...]


Dice Cuervo, al citar este verso, que alto, por extensión, significa «abultado, prominente, aunque no sea en dirección vertical». Acaso más aún que eso, vale aquí, metafóricamente, fuerte, resistente.



28-1-3:


A nueve horas dejarle le conviene [...]


Esta preposición a tiene aquí el mismo significado que después de, refiriéndose al tiempo, cuyo valor es fácil comprobar con otros ejemplos, que tomamos de Cuervo:


Yo he de ir a Valladolid
a cinco días o seis
que descanse en Salamanca.


Lope, El bobo del colegio, 2, 4.                


«A pocas manos, alzaba tan bien por el as cortado, como Rincón su maestro». Cervantes, Novelas, 3.



28-2-1; 163-4-3:


De los hombros el manto derribando [...]



Airosamente el manto derribando [...]


Derribar el manto, significa en este caso, además del hecho material mismo, el aprestarse a la lucha, según el modismo que trae Covarrubias: «Derribar la capa, disponerse para echar mano a la espada, y reñir».



28-5-4:


Sin gente a la ligera había llegado [...]


«A la ligera. (Por ir desembarazado)». Correas, Vocabulario, p. 503.


Volví la vista, y vi por la ladera
del monte un postillón y un caballero
correr, como se dice, a la ligera.


Cervantes, Viaje al Parnaso, cap. IV, p. 308.                


Observa Ducamin (p. 272) a propósito de este pluscuamperfecto de indicativo había llegado, que está empleado aquí en el valor de pretérito, caso frecuente que ocurre en los romances del siglo XVI.



29-1-1; 395-1-3:


Era este noble mozo de alto hecho [...]



Y de la heroica empresa y alto hecho [...]


Ducamin cree (p. 317) que sólo por efecto de la rima habría empleado aquí Ercilla el singular por el plural, que, a su juicio, resultaría mejor; opinión de que no participamos, porque el verso perdería en elegancia y en fuerza la dicción.

Alto, en sentido figurado, tanto como «superior, excelente».


Gentil mozo era Alzardo y arrogante,
por gran fuerza estimado, y de alto hecho [...]


Urrea, Orlando furioso, Canto XI, p. 108.                



Viniendo así a perder, por desdichado,
una ocasión tan alta y oportuna [...]


Gutierre de Cetina, Obras, t. I, p. 29.                


En un soneto del licenciado Luis Martínez de la Plaza (Calderón, Flores de poetas ilustres, p. 132):


Todo, en alto silencio y en profundo
sueño, sepulta su mayor fatiga,
y el cuidado suspende en dulce calma:


Que resulta elegantísimo y muy expresivo a la vez, como cuando Cervantes dijo que la batalla de Lepanto era «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros».

En cuanto al sustantivo hecho, he aquí algunos ejemplos que servirán para demostrar el uso y valor que tenía antaño, de acuerdo con lo que Ercilla estampó en no pocos lugares de su obra.


Iban tan a lo cierto con su hecho
al paso que las cosas procedían,
que árbitros en el daño y el provecho
siempre una balanza nos ponían.


Rufo, La Austriada, Canto I, fol. 15 v.                


  —210→  

Muy corriente era también la frase hacer, ejecutar o salir con su hecho, y de que usó también Ercilla (202-1-7):


Hiciéramos un hecho y una suerte [...]


de que nos ofrecen muestras escritores españoles y americanos.


Pidieron éste a gran priesa
para ejecutar su hecho,
porque vieron que en el pecho
traía la cruz de Montesa.


Cervantes, Trato de Argel, jorn. II, esc. II.                


«Disteo, viendo que con tanto deseo le buscaban, por hacer mejor su hecho y lo que adelante oiréis, se llegó al paje [...]». Pérez, Segunda Parte de la Diana, hoja 193.


Con el hecho saldrás que yo pretendo,
si tú quisieres darte buena maña [...]


Álvarez de Toledo, Purén indómito, C. XI, p. 225.                



Y nunca he sido en ello de provecho,
acaso hará Dios con él su hecho.



Tomás Candis, pasó bien el Estrecho,
mas no toma jamás en Chile puerto,
que piensa de hacer mejor su hecho
Hallando algún navío sin concierto.


Barco Centenera, La Argentina, hojas 116 y 215 v.                



Y el nuevo Visorrey se fue acercando
y cual el tentador que con cubierta
de grande santidad, sólo atendía
a salir con su causa y con su hecho.


Villagra, Conq. de la Nueva México, hoja 46 v.                


«Ahí está Chile, o por mejor decir, Arauco y Tucapel, que son dos valles que ha más de veinte y cinco años, que con pelear cada año y hacer todo su posible, no les han podido ganar nuestros españoles cuasi un pie de tierra, porque, perdido una vez el miedo a los caballos y arcabuces, y sabiendo que el español cae también con la pedrada, atrévense los bárbaros, y éntranse por las picas, y hacen su hecho». Acosta, II, 226.



29-1-4:


Áspero y riguroso, justiciero [...]


Nótese que en la edición príncipe y en la de Salamanca se puso coma después de áspero, suprimiendo la y, y que el sentido de la frase se desvirtúa totalmente en otras ediciones, quitada esa coma y dejada la conjunción, para quedar, así, en la primera lección, los tres calificativos equiparados, y en la segunda el verso en esta forma:


Áspero, y riguroso justiciero [...]




29-1-5:


De cuerpo grande y relevado pecho [...]


Relevado, que escribiríamos hoy levantado, y que, acaso, podría pasar como de sabor a galicismo, aunque sin razón.

Enrique Garcés en su soneto a Rodrigo Fernández:


Columna cristalina, transparente.
De mil historias lindas relevada.


«Cuanto a derecho, un huso; en pierna y pie buena proporción, fornido de espalda, pecho relevado, talle no corto, con cintura estrecha». Suárez de Figueroa. El Pasagero, hoja 174 v.

El P. Ovalle (I, 102): «[...] un crucifijo [...] en el cual se ven clara y distintamente los brazos, que, aunque unidos con los de la cruz, se relevan sobre ellos [...]».



29-1-8:


Y en casos de repente reportado [...]


Téngase presente que la frase adverbial de repente se refiere a casos.



29-2-3:


El caso en esta suma referido [...]


Suma en la acepción de «lo más sustancial e importante de una cosa»; y así vemos que Cervantes dijo (Galatea, lib. V, p. 172):


Que no puedo reducir
tanto mal a breve suma.




29-3-4:


Que es el Caupolicano más valiente [...]


Es bien conocida la regla de la gramática que establece que los nombres propios de personas -y pongamos en este caso de Caupolicán, el patronímico, que sigue la misma suerte- no admiten el artículo definido; de la cual sólo se exceptúan algunos personajes italianos, cuando decimos «el Ariosto», «el Petrarca», «el Tasso»; o bien, cuando se ofrece nombrar a dos o más individuos de quienes anteriormente se ha tratado. Tal es lo que enseña Bello; a cuyos preceptos pudiera añadirse una tercera excepción, cual es, lo acostumbrado para designar a ciertos personajes prominentes en el teatro y en la arena, v. g., «el Guerrita» (que no es apodo sino apellido), «la Guerrero», etc. Tal piensa también Ducamin.

La práctica seguida por Ercilla a este respecto es aun más ajustada, si cabe, a los cánones de la lengua, pues, cuando se vio en la precisión de nombrar a aquellos poetas italianos, lo hizo sin anteponerles el artículo, y escribió (244-15):


Dante, Ariosto, Petrarca [...]


Más aun: cuando, conforme a tales dictados gramaticales, se requiere el artículo «en los epítetos y apodos como distintivos y característicos de ciertas personas a cuyo nombre propio se posponen», lo ha suprimido también, diciendo (447-1-5):


Mas Fernando Católico glorioso [...]


Por todo esto, pues, resulta bien extraño que en el verso que comentamos diga «el Caupolicano», que no designaríamos hoy, a no ser en el caso de considerarlo como de tal excelencia sobre los demás jefes araucanos, que ninguno pudiera siquiera comparársele, constituyendo así una nueva excepción, que corre parejas con la del teatro y demás indicadas.

Hubo escritor en Chile que a mediados del siglo XVII escribía en la misma forma para designar al héroe de su cuento: nos referimos a fray Juan de   —211→   Jesús María, o quienquiera que sea el autor de las Memorias de Chile y de don Francisco de Meneses, que a cada paso nombra a éste «el Meneses».

Todavía otra observación respecto de valiente, aplicado en aquellas circunstancias al célebre cacique araucano, en las cuales no se hacía caudal alguno del valor; de modo, que valiente hay que considerarlo aquí en la acepción de que se trató más atrás (8-4-4) cuando el poeta dijo «valientes estacas».



29-5-3:


Como si fuera vara delicada [...]


Delicado en esta acepción, define Cuervo (II, 877 e), vale «delgado y sin nudos o asperezas». Pruébalo (como el Diccionario llamado de Autoridades) con este ejemplo de Ercilla y otros de varios autores, de entre los que citaremos a Garcilaso y a Cervantes:


Luego sacando telas delicadas,
en lo más escondido se metieron
y a su labor atentas se pusieron.


Égloga III.                


«Traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal». Don Quijote, II, cap. 35.



29-5-6:


De ver el fuerte cuerpo tan nervoso [...]


El léxico da a nervoso como sinónimo de nervioso, cual se dice hoy, pero aquella forma era la única usada en tiempos de Ercilla; así, sin salir de Chile, Pedro de Oña, Arauco domado, p. 213:


Con esto pone fin a sus razones,
dejando con la plática nervosa
dispuestos a emprender cualquiera cosa [...]


González de Nájera, Desengaño, p. 41: «Ni tampoco se les deben atribuir a estos indios tan recios y nervosos miembros, que excedan en ello a los españoles [...]».



29-5-8; 139-4-5:


La color a Lincoya se le muda [...]



Como creció la seca y las calores [...]


Las calores femenino, tal como lo acostumbra todavía el vulgo entre nosotros, y que, como observa Cuervo en sus notas a la Gramática de Bello, página 347, al par de sabor, color, es «reliquia de la tendencia antigua de la lengua a hacer de este género los sustantivos en or, quizá a influencia del provenzal y del francés. Berceo dice la olor, y el marqués de Santillana hace lo mismo con dolor, claror, langor, furor».

Adviértase, sin embargo, que en la misma Araucana se hizo en una vez (350-5-6) masculino a color:


Y su escuadrón de aquel color vestido.


Sería inoficioso recordar aquella «color perdida» de que hablaba el gran lírico, y así como femenina la vemos empleada por Gutierre de Cetina en España y por el P. Hojeda en América:


Aquel rumor que de improviso suena,
como de la experiencia está entendido,
robando la color, turba el sentido.


Cetina, Obras, I, p. 22.                



Mira los arreboles encendidos
y orlados de bellísimas colores [...]


La Cristiada, hoja 252 v.                


Seca, que vale en este caso lo que sequía.