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ArribaAbajoCanto Vigesimotercero

368-3-8; 471-2-6:


Dando y tomando en ello pareceres [...]



Sobre ello un rato dieron y tomaron [...]


Dieron y tomaron, o en la forma, más corriente hoy, al menos en Chile, de dares y tomares. En aquella empleó ese modismo -no sin cierta reserva- Cervantes: «[...] fueron y vinieron, dieron y tomaron, como suele decirse, sobre qué podía haber sido la causa del desmayo que le dio [...]». Las dos doncellas, p. 199, t. I, Colec. Rivadeneyra. En La tía fingida, Cervantes vuelve a emplear la frase: «Atracáronse las señoras: quedáronse los señores en la calle, pensativos y medio enamorados, dando y tomando brevemente en lo que hacer debían [...]». Pág. 246, tomo citado.

Tal frase figurada se encuentra en el léxico, y en sus dos formas de dar y tomar y dares y lomares, en el de Autoridades.

En Guzmán de Alfarache se halla empleada hasta tres veces, v. gr. (p. 299): «Ahí estuvimos dando y tomando grande rato sobre cuáles eran señas mejores [...]».

El P. Ovalle (I, 224): «[...] daban y tomaban sobre la materia, y el embajador de Portugal procuraba que no se diese oídos a Magallanes [...]».



369-1-1:


«Si solíades vengar, sacros varones [...]


Extráñase Ducamin de que, hablando Galbarino a una asamblea de caciques, les dé el calificativo de sacros, o sagrados, que tanto vale, por desconocer, de seguro, la acepción figurada que corresponde a esa voz, de «digno de veneración y respeto». Baste para persuadirse de ello, recordar que antaño siempre se daba al monarca español por sus súbditos el tratamiento de «sacra Majestad».



369-1-4:


Hicieron sombra ya vuestras banderas [...]


Por más que, aparentemente -puesto que el poeta dice que las banderas hicieron sombra-, pudiera entenderse la frase en el sentido propio de que llegaron a extrañas tierras, en realidad vale más que eso, ya que se quiso dar a entender, de manera figurada, que oscurecieron a los enemigos, acepción metafórica registrada en el Diccionario de la Real Academia.



369-3-7:


Y vuestra ilustre sangre resfriada [...]


Resfriar, figurado, por enfriar, entibiar. Así en Don Quijote (P. I, cap. 24): «[...] se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos [...]». «[...] ni asunto de su resfriado ingenio [...]». P. II, cap. 74.



370-3-5:


Poned a la fortuna el hombro fuerte [...]


  —358→  

Así como el léxico dio cabida a la frase arrimar el hombro, parece que debió hacer otro tanto con poner el hombro, que figura en el de Autoridades y la define: «Frase que, además del sentido recto de sustentar o llevar alguna cosa, traslaticiamente significa aplicar el mayor cuidado, atención y diligencia para conseguir lo que se solicita, o executar algo». He aquí el ejemplo que corrobora tal definición:


Si a glorias, también a penas
los llama, a lo cual atento:
ponga el hombro a la fatiga,
quien la mano puso al premio.


Mendoza, Vida de N. Señora, copla 537.                


Por desconocer el valor de tal frase, Ducamin incurrió en el error de dar a poner el significado de oponer.



370-5-3:


Retuvo luego la dudosa vida [...]


adjetivo que con el mismo valor volvió a usar en (527-3-5):


Y al mar dudoso y vientos entregada [...]


En estos pasajes dudoso no corresponde a las dos únicas acepciones que el léxico señala a dudar, cuales son: «Estar el ánimo perplejo y suspenso entre resoluciones y juicios contradictorios, sin decidirse por unos o por otros; y dar poco crédito a una especie que se oye», faltando, por consiguiente, ésta de incierto, problemático, que consta de los versos de nuestro poeta y de otras fuentes; así, Herrera dijo:


[...] el sangriento
conflicto del feroz dudoso Marte [...]


Lib. I, canción IV.                


Pedro de Oña en el Arauco domado, Canto XII, p. 308:


Al fin había de ser tu mano fuerte,
(le dice Tucapel), aquella mano
que a mi dudosa vida dio la mano
estando ya en las manos de la muerte [...]


Y en un pasaje de La Cristiada del P. Hojeda, que tuvimos ya ocasión de citar (95-4-2):


A donde la victoria está dudosa [...]




371-4-4:


Y del campo después toda la resta [...]


El léxico sólo da a resta la acepción de la operación matemática que lleva ese nombre, o la de residuo, que le corresponde en álgebra, que es la que en este verso tiene, por resto, que diríamos hoy.



372-1-8:


A tomar relación y lengua alguna.


Quedó nota (279-2-1) sobre el modismo tornar lengua, que aparece aquí nuevamente y que ha de repetirse todavía en varios pasajes más del poema. Respecto de la posposición de alguna en una frase afirmativa como ésta, «rarísima en lo antiguo, observa Cuervo, sería hoy inaceptable».



372-2-4:


Por un gran arcabuco y espesura [...]


Arcabuco, dice el léxico, «lugar fragoso y lleno de maleza». En América, en la época de la conquista parece que tenía un sentido más limitado y especial, según lo que se lee en este pasaje de las Elegías de Juan de Castellanos (pág. 106):


Taláronse los montes de riberas,
que por acá llamamos arcabuco [...]


«Con ser infinita tierra, tiene poca habitación, porque de suyo cría grandes y espesos arcabucos (que así llaman a los bosques espesos) [...]». Acosta, I, 168.



373-2-2:


Que la razón en sueños me dijera [...]


En todas las ediciones antiguas y modernas ha salido razón con minúscula, debiendo ser con mayúscula, pues está personificada; y por no haber advertido esta circunstancia, han pasado hasta ahora inadvertidos algunos conceptos que tocan muy de cerca a la vida del poeta, de que en otro lugar hemos hablado.



373-2-6:


Comencé de bajar por la ladera [...]


Comenzar de: régimen anticuado, del cual cita Salvá (Gramática, p. 278) un ejemplo de Hurtado de Mendoza: «comenzó de descontentarse». Cuervo, por su parte dice: «Con de, que representa el principio como punto de partida. Hoy está olvidada esta construcción». Son muchos, sin embargo, los ejemplos que cita de tal régimen.



373-4-2:


Labrando a mi caballo los costados [...]


Labrar la bestia, es término de albeitería y operación que se hace con un hierro ardiente. Ercilla quiso decir aquí, a nuestro entender, a modo de hipérbole, que allegó tanto las espuelas a su caballo, como si este hubiera sido labrado por el albéitar.

En el léxico no se halla tal acepción.


Pretina, cuerda, vara, soga y mano
le labraron las carnes de atauxía [...]


Lope de la Vega, Dragontea, C. V.                


Pedro de Oña empleó en dos de sus obras este verbo en el valor indicado. En el Arauco domado (IX, 220):


Los ciento se adelantan orgullosos,
labrando los ijares cosquillosos
de fáciles caballos alentados [...]


Y en el Temblor de Lima, Lima, 1607, Francisco del Canto, 4.º, página última, esta vez en sentido figurado:


Parad, Canción, aunque el furor os labre
ambos ijares, pues el freno os tira
el no saber los ojos con que os mira
quien a sus alabanzas no los abre.


También Álvarez de Toledo, en términos del todo análogos a los del verso de Ercilla:


Dejando el viento atrás, labrando apriesa
a un caballo morcillo los costados [...]


Purén indómito, Canto XXIII, p. 466.                




  —359→  

373-5-2:


Sobreviniendo un aire turbulento [...]


Turbulento usado en sentido propio: turbio.



374-1-7:


Vi una pequeña y mísera casilla [...]


Casilla, como diminutivo de casa, de que se valió otra vez (544-5-8):


Chozas, casillas, ranchos y cabañas [...]


y que Cervantes empleó con mucho donaire en el siguiente pasaje de Don Quijote (V, 55): «Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas [...]», jugando del vocablo en el sentido en que se usa en la frase familiar y figurada de «sacar a uno de sus casillas».

En Chile no empleamos este diminutivo, que era corriente antaño y que tiene la especial acepción del «albergue pequeño y aislado del guarda de un campo, heredad, jardín, etc.». Así, dice Zapata (Miscelánea, p. 37): «[...] y latiendo y ladrando el gozque, aquel león animoso azórase y métese en una casilla [...]».

No se conocen más casillas entre nosotros que las del correo.



374-2-6; 517-1-7:


Andas de tus banderas foragido [...]



De gente foragida de la tierra [...]


Foragido reviste hoy la acepción única de «persona facinerosa que anda fuera de poblado, huyendo de la justicia», según define el léxico; pero antaño, como se nota en estos ejemplos de Ercilla, se aplicaba a la que andaba ausentada, que diríamos hoy, de su casa o pueblo, y que era extraña para las gentes entre quienes habitaba: forastera, en una palabra.

«Ya que venís foragido, prosiguió el huésped, entreteneos algunos días en este distrito, cuyos habitadores espero os serán agradables». Suárez de Figuera, El Pasagero, hoja 235 v.

El léxico escribe esa voz con j, si bien en la edición académica, como en todas las antiguas, salió con g; y así también en la nuestra.



374-2-7, 8:


Haré cuanto pudiere de mi parte
en buscar el remedio y escaparte.


El régimen de hacer con en resulta en este verso completamente anómalo, y hoy emplearíamos ciertamente para o por. Salvá (Gramática, p. 278), que lo registra en frases como estas: un retrato en mármol, estrago en los sitiadores, algo en regla, alto en algo, impresión en los oyentes, ni siquiera lo enuncia como arcaico en casos como el del verso de que se trata.



374-4-1, 3:


El venerable viejo y padre anciano
con un sospiro y tierno sentimiento
me tomó blandamente por la mano [...]


Viejo y anciano se nos antoja un simple ripio.

Tomar por la mano es régimen, al parecer, arcaico; se dice bien: por docto, por el mango, por la derecha, por su cuenta, por dicha, según los ejemplos que trae Salvá; y Cervantes, en caso análogo al de Ercilla, escribió de y por: «[...] tomando de la mano a la ventera [...]». Don Quijote, P. I, cap. 6. «[...] ella me asió por la mano, y me llevó a aquel arroyo que allí está [...]». Persiles y Sigismunda, libro I, cap. VI.



374-5-1:


Mi tierra es en Arauco, y soy llamado [...]


Tierra en su acepción de patria. Era vulgarísimo antaño y lo es hoy, emplear esa voz refiriéndola a un país cualquiera; así, el P. Ovalle decía, con relación a Chile: «[...] es gran riqueza de la tierra [...]». I, 14. Y Cervantes (Don Quijote, P. I, cap. 18): «[...] propuso en su corazón de dejar a su amo, y volverse a su tierra [...]».



374-5-6:


Siete campos vencí de solo a solo [...]


Campo en su acepción de encuentro, desafío, batalla.

«Campo, quedar por uno el campo, dice Covarrubias, es haber salido vencedor de la batalla o desafío».

«¡Varón, cierto, célebre y famoso y digno que de él se haga mención! el cual también había vencido por su persona muchos campos». Zapata, Miscelánea, p. 176.


Y campo a todos en su fe mantuvo [...]


Valbuena, El Bernardo, p. 276.                




375-1-2:


Y todo está sujeto a desvarío [...]


Y en este otro ejemplo, en que, hablando de un golpe de maza (476-1-6), al que quitó la fuerza el desvarío, se cae más fácilmente en cuenta de la acepión de desviación, variación, en que está usado. Anticuado en esa acepción.



375-3-1:


Así que tantos tiempos he vivido [...]


Tiempos, en plural, que vale época.



375-4-3:


Hace su habitación y vida extraña [...]


Otra de las veces en que, como decíamos, emplea Ercilla el verbo hacer, dándole toda la fuerza de actividad a que se presta, cuando nosotros escribiríamos tener y tal como dijo Cervantes (Galatea, Canto de Calíope, p. 230):


Muestra en un ingenio experiencia
que en años verdes y en edad temprana
hace su habitación ansí la ciencia
como en la edad madura, antigua y cana [...]


  —360→  

«[...] o creeré que Dios, por la mesma razón que dicen que mora en los cielos, en esta parte haga lo más de su habitación [...] ». Lib. VI.

«-No lejos de aquí -respondió el primo- está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño [...]». Cervantes, Don Quijote, VI, 120.

Véase este otro ejemplo, que tomamos del prólogo de Gabriel Laso a su Cortés valeroso: «[...] por medio de las cuales [las historias] se nos comunican los que sin ellas en el seno del olvido hicieran inútil y no debida habitación [...]».

De Barco Centenera (Argentina, hoja 214) es el siguiente:


Cuál hizo habitación con una estera,
el otro con un toldo pone tienda [...]




375-4-6:


Y es a su condición acomodada [...]


Condición, tomado aquí en su doble acepción de estado y de lo que se tiene por naturaleza en el ingenio y en el carácter. Más atrás (94-2-4) empleó Ercilla la misma palabra en un sentido muy diverso, según queda dicho.

Cervantes usó muchas veces de esta voz. Baste con dos ejemplos: «Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió de haber sido soldado los años de su juventud [...]». Don Quijote, IV, 7. «Y vuestra merced créame, y como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviese, y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala». Id., 282.

Pero más digno de notarse que ninguno, es este otro pasaje, en el que habla precisamente de la condición de los magos o mágicos (VI, 326):


«Y puesto que es de los encantadores
de los magos o mágicos contino
dura la condición, áspera y fuerte [...];


muy al contrario de la que caracterizaba a los chilenos, al decir del P. Ovalle (I, 311): «Los hijos de españoles naturales de esta tierra son muy dóciles, de muy noble condición, amorosos y apacibles y en los ejercicios de letras prueban muy bien [...]» etc., etc.

De los cuatro refranes que trae Correas en su Vocabulario (p. 354) en los que aparece esta voz, bástenos copiar el siguiente, que expresa bien el alcance que tiene: «Condición es de los hombres juzgar mejor de las cosas ajenas, que de las propias mesmas».

«De ahí procede, que así en los frutos de la tierra como en ingenios, es aquella tierra [Chile] más allegada a la condición de Europa que otra de aquestas Indias». Acosta, I, 81.



376-1:

Compárese esta descripción del poder de Fitón con la más breve que Luis Zapata da en su Carlo famoso, Canto VI, hoja 18 vlta., del de Thireo:


Y con señales ya, y con cercos mudos
hacía en muy poco tiempo cosas fieras:
el sol cubría, y hacía a los vientos crudos
de súbito tomar nuevas carreras;
revolvía el ancho mar, y dél desnudos
los pescados saltar en las riberas;
forzaba aun hablar simple a una figura,
los elementos, él y la natura.




376-3-5:


Al fin por su saber y encantamentos [...]


Encantamento, que vale también encantamiento, según el léxico, si bien sólo lo vemos usado hoy en esta última forma.

En la de encantamento se halla con bastante frecuencia en Don Quijote. He aquí una de las veces: «[...] y que si no parecía, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella». III, 268. Y más tarde la usó también en Persiles y Sigismunda, p. 656, ed. cit.: «[...] y haciendo Saldino rueda de los que con él habían bajado, les dijo: Señores, esto no es encantamento [...]».



376-3-7:


Y alcanza por los astros influentes [...]


Influente, como influyente, participio activo de influir.



376-4-2:


El poder deste mágico adivino [...]


Adivino, usado como adjetivo, de que también se ofrece ejemplo en Don Quijote, P. II, cap. 25: «Señor huésped, ¿hay posada?, que viene aquí el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra»: circunstancia que se olvidó de apuntar el léxico de la Academia.



376-5-2:


Y atando a mi caballo de la rienda [...]


«Dícese atar el caballo de la rienda o por la rienda. (cp. Llevar de la mano, tomar por el cuello), en cuanto se mira la rienda como parte del caballo enjaezado». Así Cuervo, que cita este otro ejemplo: «Hallan el caballo / De Girafar por la rienda atado a un pino». Saavedra, Moro Expós., 2.



377-1-8:


Llevándome trabado de la mano [...]


No empleamos hoy en Chile el verbo trabar para lo que en este verso se quiere significar, pues diríamos tomado o asido de la mano; pero en lo antiguo así se decía siempre. Ejemplos: «[...] abrazó Ricardo al gobernador, y respondió a todos los parabienes que le daban: trabó de la mano a Cornelio [...] y teniendo asimismo de la mano a Leonisa, dijo [...]». Cervantes, El amante liberal, Colec. Rivad., t. I, p. 133.

En este otro de Persiles y Sigismunda: «Pasmado y atónito tendió también la mano su tío de Isabela, y trabó de la de Andrea [...]». Pág. 660, t. I, Colec. citada.

«[...] se fue adonde el Duque y la Duquesa aun no habían vuelto en sí, y trabando de la mano al Duque, le dijo [...]». Don Quijote, VII, 87.

«Concertó con él que le enviaría algunos amigos,   —361→   y los que le trabarían del dedo pulgar serían los que se querían ir y podría confiarse de ellos». Calvete, Vida de Gasca, I, 310.

Mendoza Monteagudo en sus Guerras de Chile, Canto VI, p. 123:


Llamando a Iván su amigo en tono humano
le dijo así, trabándole la mano [...]




377-3-2:


Los penetrantes ojos virtuosos,


calificativo que aplica también a una fruta (574-3-4):


Que produce la murta virtuosa.


A pesar de su forma similar, parece que este adjetivo no tiene en ambos pasajes el mismo valor. Virtuosa, aplicado a una planta, es, al decir de Covarrubias, aquella rica de savia o jugosa.

Ojos virtuosos creemos que debe entenderse en el sentido de tener alguna virtud especial, una cualidad determinada y extraordinaria y a veces inverosímil, que se hacíavaler o se usaba para un fin dado.

Cervantes pintó de mano maestra lo que debe entenderse por virtud en esta acepción de virtud de los ojos:


Quien ha visto la tierra prevenida
con tal disposición que cuando llueve,
cosa ya averiguada y conocida.
De cada gota en un instante breve
del polvo se levanta, o sapo o rana,
que a saltos, o despacio, el paso mueve:
tal se imagine ver (¡oh! soberana
Virtud) de cada gota de la nube
Saltar un bulto, aunque con forma humana.


Viaje al Parnaso, cap. II, p. 289.                


Y en este ejemplo de Zapata: «Es cierto que lo que falta a un sentido, se reparte luego a los otros, que, como el agua que sale de una fuente, tapado un caño, ha de ir a henchir a los otros, ansí el sentido principal, la virtud que había de enviar a los cinco, envía a los cuatro cuando se le cierra una puerta para los demás [...]». Miscelánea, p. 120.

Acaso, podríamos decir otro tanto de lo virtuoso de la murta, con más propiedad que la significación que le atribuye Covarrubias, y como lo dijo Cervantes (Viaje al Parnaso, p. 303):


Las yerbas su virtud la presentaban,
los árboles sus frutas y sus flores [...]



[...] porque también son médicos, y tienen
noticia de las hierbas virtuosas.


Castellanos, Hist. del N. R. de Granada, I, 63.                



Mas ¡ay! triste de Enone, que con tanta
fuerza y virtud de yerbas, no hay ninguna
que me aproveche [...]


Mexía, Parnaso Antártico, hoja 67.                


Virtud la empleó Ercilla en varias ocasiones en la acepción de fuerza y vigor. Así dice (397-1-8; 471-1-5):


Gallarda y singular prueba hacía,
de su valor, virtud y valentía [...]


exactamente como cuando dijo (402-4-6):


Mas la fuerza y virtud tan conocida
de aquella audaz caballería [...]


Y todavía con más fuerza y encarecimiento (434-3-2):


Valerosa nación, invicta gente,
donde el extremo de virtud se encierra [...]


Finalmente (471-1-5):


Que la virtud del brazo conocida.


Observa a este respecto don Andrés Bello (Gramática, p. 24) que «los sustantivos abstractos se derivan a menudo de nombres o verbos. Pero algunas no tienen sus primitivos en nuestra lengua, como virtud, que viene del nombre latino vir (varón), porque al principio se entendió por virtud (virtus) lo que llamamos fortaleza, como si dijéramos varonilidad». Podría añadirse que el vigor, según se verá del siguiente ejemplo: «[...] los tiempos de agora mucho al contrario son de los pasados [...]; y esto debe causar la constelación del mundo ser tan envejecida, que, perdida la mayor parte de la virtud, no puede llevar el fruto que debía [...]». Amadís de Gaula.

Tal como dijo Cervantes: «Y sé yo decir que el que él escogió de venir a la guerra le había sucedido tan bien, que en pocos años, por su valor y esfuerzo, sin otro brazo que el de su mucha virtud, subió a ser capitán de infantería [...]». Don Quijote, IV, 112.

En esta estrofa y en las cinco que siguen, Ercilla siguió de cerca a Lucano en la descripción de los ingredientes que componían la botica de Fitón, según lo iremos notando. Así, por lo respectivo a este verso: Viscera [...] lyncis [...] (lib. VI, v. 672).



377-3-3:


En cierto tiempo y conjunción sacados [...]


Conjunción de los astros.



377-3-4:


Y los del basilisco ponzoñoso [...]


Basilisco, una especie de serpiente de la cual hace mención Plinio, lib. 8, cap. 21: «Críase en los desiertos de África, tiene en la cabeza cierta crestilla con tres puntas en forma de diadema, y algunas manchas blancas sembradas por el cuerpo; no es mayor que un palomo, con su silvo ahuyenta las demás serpientes, y con su vista y resuello mata. Llamose régulo, o por la diadema que tiene en la cabeza o por la excelencia de su veneno e imperio que tiene en las demás serpientes ponzoñosas. Hace dél mención Lucano, lib.. Covarrubias.

Existía la creencia de que el basilisco mataba con su vista, y así dijo Cepeda (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 118):


[...] De la ofendida diosa inexorable,
los hilos de oro convirtió en culebras,
cuya vista mortal de tanto efeto
le fue a la fiera Aleto,
que hurtando el oficio al basilisco,
mataba al que miraba [...]



Porque el basilisco empece
al hombre de lo mirar.
—362→
Del ojo deste animal
vapores muchos estiran,
los cuales a los que miran
les engendran mucho mal:
esta es causa general;
si ques ver otro misterio,
mira lo que Antón Hainerio
prueba por regla especial.


En las pp. 392-393 del tomo I de la Historia natural de Cayo Plinio Segundo. Tradvcida por el licenciado Gerónimo de Huerta, Madrid, 1624, fol., se hallan contadas muy por menudo las consejas tan corrientes entonces sobre tales supuestas cualidades del basilisco, acerca de las cuales sería ocioso insistir. Recordemos, sin embargo, porque aun subsiste la de que el vulgo, como recuerda Covarrubias «tiene recibido que de un huevo que pone el gallo nace el basilisco [...]».

En la acotación: «Lo que Hainerio prueba es que, si el hombre vee primero el basilisco que el basilisco le vea, mata al basilisco, y al contrario, si vee primero el basilisco al hombre, muere el hombre y no el basilisco».

El licenciado Alonso López de Corelas, médico, Trezientas preguntas de cosas naturales. En diferentes materias. Con sus respuestas y alegaciones de auctores..., Valladolid, Francisco Fernández de Córdoba, 1546, 4.º, hoja 16 (s. f.) vlta.

Observa Ducamin que este verso es una interpretación del de Lucano, IX, 725:


Ante venena nocens, late sibi submovet omne
vulgus, et in vacua regnat basiliscus arena;


pero, en verdad, el poeta se limitó a consignar lo que era ya corriente en la opinión del pueblo.



377-3-6, 7:


Espumajos de perros, que rabiosos
van huyendo del agua [...]


En Lucano, VI, 671:


[...] spuma canum, quibus unda timori est [...]




377-3-8:


Del pecoso chersidros cuando es viejo [...]


«En las aguas del mar y en los estanques, lagos y ríos se crían también culebras de la misma suerte que en la tierra: a éstas llamaron algunos griegos, hydros, y otros chershydros, porque viven en la tierra y en el agua [...] Es esta culebra pintada de varios colores» (y de aquí que el poeta la calificara de pecosa). Huerta, en su obra que acabamos de citar, I, p. 405.

Jáuregui en La Farsalia, P. II, hoja 45, al hablar de los áspides que se crían en la Libia, menciona también el de que se trata, castellanizando un tanto el nombre:


Inovando terror al sol y al día
se engendró allí famélico y sediento
el quinoris, la dipsa y el quelidro,
y en mar y tierra el morador quesidro.


Adviértase que Ercilla, previene Ducamin, conserva la forma latina, y que debe preferirse la castellanizada: quersidros.

A fin de evitar al lector la fatiga de las continuas llamadas al poema de Lucano, transcribiremos los versos 670-680 del libro VI y 708-723 del IX, en que se halla la enumeración de las alimañas de que se hace mérito en La Araucana:


Huc quidquid fetu genuit Natura sinistro
miscetur. Non spuma canum, quibus unda timori est.
Viscera non lyncis, non durae nodis hyaenae
defuit, et cervi, pasti serpente, medullae;
non puppim retinens, euro tendente rudentos,
in mediis echeneis aquis, oculique draconum,
quaeque sonant feta tepefacta sub alite saxa;
non Arabum volucer serpens, innataque rubris
aequoribus custos pretiosae vipera conchae,
aut viventis adhuc Libyci membrana cerastae,
aut cinis Eoa positi Phoenicis in ara.



At non stare suum miseris passura cruorem,
squamiferos ingens Haemorrhois explicat orbes;
natus et ambiguae coleret qui Syrtidos arva
Chersydros, tractique via fumante Chelydri;
et semper recto lapsurus limite Cenchris;
pluribus ille notis variatam pingitur alvum,
quam parvis tinctus maculis Thebanus Ophites;
concolor exustis, atque indiscretus arenis
hammodytes; spinaque vagi torquente Cerastae;
et Scytale sparsis etiam nunc sola pruinis
exuvias positura suas; et torrida Dipsas;
et gravis in geminum surgens caput Amphisbaena;
et Natrix violator aquae, Jaculique volucres;
et contentus iter cauda sulcare Pareas;
oraque distendens avidus spumantia Prester;
ossaque dissolvens cum corpore tabificus Seps.


Sentimos no disponer de la traducción de Lucano hecha por Martín Laso de Oropesa, impresa por primera vez en Lisboa en 1541, para haber ofrecido al lector este trozo del poeta latino en romance.

El hecho es que tal fue la fuente de que dispuso Ercilla para redactar estas estrofas de su poema, añadiendo algo de Plinio, especialmente, y, entre otros conceptos que se irán notando, los de estos versos (377-3-5; 377-5-1, 2):


Sangre de hombres bermejos enojados [...]



Moho de calavera destroncada
del cuerpo que no alcanza sepultura;


cuya procedencia no hemos logrado descubrir, por más que, sin duda alguna, se trata de supersticiones corrientes entre el vulgo cuando el poeta escribía.



377-4-2:


La coyuntura de la dura hiena [...]


Otro rasgo tomado también de Lucano (VI, 672): durae nodus hyaenae [...].



377-4-3, 4:


Y el meollo del cencris, que se cría
dentro de Libia en la caliente arena.


«Hay otra serpiente ferocísima [...] llamada cencris o acancia, y algunos la suelen llamar león, porque, hiriéndose ella misma con su cola, irrita su ferocidad [...]». Huerta, lugar citado, p. 407.

También reminiscencia de Lucano (VI, 673): [...] cervi pasti serpente medullae [...].



  —363→  

377-4-5:


Y un pedazo del ala de una arpía [...]


Arpia, ave fabulosa así llamada, que tenía el rostro de doncella y el resto del cuerpo como pájaro de rapiña.



377-4-6:


La hiel de la biforme anfisibena [...]


«La anfisbena o anfisibena (como Lucano escribe) es una serpiente que se cría en los desiertos de Arabia [...] Son estas serpientes iguales por todas partes, de tal suerte que con dificultad se puede conocer cuál sea la cabeza o la cola, mayormente viendo que se mueve hacia la una y hacia la otra parte, de donde entendieron algunos que tenían dos cabezas, y así lo escribieron Plinio, Solino y Lucano». Huerta, t. I, p. 407.

Y de ahí, que Ercilla la llamara biforme. Trillo y Figueroa en su Neapolisea, hoja 79 v.:


No de la niebla los biformes hijos;


que comenta en la hoja 126: «Biformes, epitecto de los centauros, hijos de la niebla:


»Centaurusque biformis adest, pelagique puello».


No es raro encontrar en los escritores de antaño citas y comparaciones en las que se alude a esta serpiente, por ejemplo:


Racional el Francés Anfisibena,
repartido el esfuerzo venenoso,
por las campañas de Sicilia amena
mintió floridos mayos cauteloso [...]


Trillo y Figueroa, Neapolisea, hoja 83, y comentario:

«La Amphisibena es serpiente de dos cabezas; críase en los desiertos de Libia», de la cual Lucano, libro IX, donde:


Et gravis in geminum surgens caput Amphisibaene.


En el siguiente pasaje de La Farsalia de Jáuregui, Parte II, hoja 40 v., figuran, además, varias otras de las que Ercilla apunta, y aun tres que bien hubieran podido hallarse entre el repuesto de las que tenía Fitón:


El jáculo volante, la farea,
que enhiesta como báculo camina;
la natriz, que en el mar fondos pasea,
y la cerasta de flexible espina,
la sepis, que con más fuego pelea;
el hermodite, que sagaz se inclina,
y la piel no distingue de la arena;
la del rostro biforme anfisibena.
La sangre de Medusa, pues en este
sitio produjo al basilisco armado
en lengua, y ojos de inflamable peste,
aun de las sierpes mismas recelado:
allí se jacta de tirano agreste,
lexos hiere en ofensas duplicado,
pues con el silvo y el mirar temido
lleva muerte a la vista y al oído.




377-4-7:


Y la cola del áspide revuelta [...]
que da la muerte en dulce sueño envuelta [...]


El léxico da como análogos áspid o áspide, masculino, y lo describe diciendo ser serpiente venenosa, propia de Egipto, pequeña, de color verde amarillento, con manchas pardas y cuello dilatable; sin contar con la víbora, así también llamada, que habita en los Pirineos y gran parte del centro y norte de Europa.

En Lucano (IX, 701):


Aspida somniferam tumida cervice levavit [...]




377-5-3, 4:


Carne de niña por nacer, sacada
no por donde la llama la natura [...]


El pasaje que motiva esta aclaración dice en el poema latino como sigue (VI, 558-9):


Vulnere sic ventris, non qua natura vocabat,
extrahitur partus [...]


a que se alude de nuevo (VI, 710):


Si quis, qui vestris caput extaque lancibus infans [...]


Pasaje el primero que lleva el siguiente comentario de Lemaire (ed. de París, 1832, p. 50, t. II): «Sic solet maga per vulnus extrahere utero partum, quem aris magicis imponat».



377-5-6:


Y la espina también descoyuntada
de la sierpe cerastas [...]


Cerastas dice en las ediciones de La Araucana, pero, según Covarrubias, debe ser cerastes, sobre la cual cuenta lo que sigue: «No sólo los animales cuadrúpedos tienen cuernos, pero algunos pescados dicen tenerlos, y algunas serpientes, como es la cerastes, que dellos tomó el nombre [...]».

«La ceraste, llamada de los hebreos scheefifon y de los griegos cherastis (el cual nombre le dan también los latinos), es una serpiente muy semejante en el cuerpo a la víbora, pero diferenciase della en dos cuernecillos que tiene, por lo cual la dieron este nombre de ceras, que entre los griegos significa cuerno». Huerta, I, p. 406.

En poesía hallamos empleada esa voz por Jáuregui al describir en La Farsalia, P. II, hoja 42, el lago cubierto de serpientes:


El ponzoñoso ardor refrigeraba
la ceraste en las ondas que calienta [...]



De mí propia seré fiera cerastes;
seré de tal Leandro infeliz Ero [...]


Suárez de Figueroa, España defendida, Madrid, 1612, 8.º, folio 243 vlto.                


También procede de Lucano (VI, 689):


Aut viventis adhuc libyci membrana cerastae.




377-5-7:


Lengua de la hemorrois, que aquel que hiere [...]


«Hay otra serpiente algo semejante a la ceraste llamada hemorro [...] En este género llaman al macho hemorro y a la hembra hemorrois, y diéronles este nombre por el efeto que se sigue de su mordedura, que es morir el hombre vertiendo sangre, no solamente por las narices y boca, sino por todas las partes del cuerpo [...]». Huerta, I, p. 406.



  —364→  

378-1-2:


La superflua natura ha producido [...]


Si superfluo es lo «no necesario, que está de más», el aserto puede pasar como simple ficción poética, pues más ajustado a la verdad habría sido calificarla de pródiga o fecunda.



378-1-5:


Y de la seps los dientes ponzoñosos [...]


«La serpiente llamada seps es también algo semejante a la ceraste, y fue llamada así de sipo, verbo griego que significa podrecer, por el efeto que causa con su veneno». Huerta, I, p. 407.



378-2-2, 3:


El corazón del grifo atravesado,
y ceniza del fénix, que en Oriente [...]


No vale, por cierto, la pena de gastar papel en recordar todo lo que los antiguos referían del grifo, que el lector curioso hallará contado, en el Plinio de Huerta, I, p. 818. En cuanto a lo de las cenizas del fénix, es cuentecillo tan vulgar, que anda en boca de los estudiantes y aprendices de poetas. El comentador del gran naturalista romanolo trae muy acotado en la p. 669 del tomo I de su libro.



378-2-5, 6:


El unto de la scítala serpiente,
y el pescado echineis, que en mar airado [...]


Seguimos valiéndonos de la obra de Huerta para estudiar el arsenal venenífero de Fitón, que habría dicho Lope de Vega. «La serpiente llamada scital [...] es tanta la variedad de colores, que tiene en el lomo, que dexa a los animales que la ven embelesados mirándola; y así, aunque es tarda en su movimiento, a aquellos que no puede asir andando, los ase atónitos, estando quedos contemplando su pintura».

El pescado echineis o naucrates, en griego, así llamado porque detiene las naves, o en latín remora, que significa lo mismo, cualidad de que dieron testimonio los que aseguraron haber detenido la de cinco remos del Emperador Cayo César. Los boticarios en lo antiguo le atribuían cualidades medicinales.



378-3-4:


Y las piedras del águila preñadas [...]


Covarrubias en su Tesoro, p. 24, nos dará la explicación de esta frase enigmática y, al parecer, absurda en su sentido. Dice, pues, que «el águila que lleve en el pico una piedra, de hechura de un huevo, significa la mujer que está de parto y con peligro».

Otro escritor anterior a Covarrubias aclara también de por qué se las llamaba así, y aún las describe: «La piedra del águila es de color pavonado, como de corteza de castaña: dícese así porque el águila la lleva a su nido. Es esta piedra preñada, porque, moviéndola, suena dentro de otra piedra». Lvgares comvnes de conceptos, dichos y sentencias, en diuersas materias. Compuesto por el Licenciado Ioan de Aranda, vecino de León, Sevilla, Juan de León, 1595, 4.º, fol. 195.

Ercilla quiso así decir que en la botica de Fitón también se hallaban de esas piedras. No es el único nuestro poeta que ha empleado esta frase, pues, Cervantes hace decir a Fátima, en El trato de Argel, jornada IV, escena I:


Al brazo este sartal será revuelto
de las piedras preñadas que en el nido
del águila se hallan [...]


Véase en los versos de Lucano trascritos, el que dice:


Quaeque sonant feta tepefacta sub alite saxa:


lo que quiere decir: guijarros que suenan cuando son calentados por el águila que empolla. Esas piedras las llamaban aetites, y también gagates, según Lemaire, obra citada, II, p. 58.



378-3-6:


Menstruo y leche de hembras azotadas [...]


Un tanto espinoso resulta el comentario de este verso. ¿Cuál sería el de las azotadas, cuando de las muy honradas, Plinio aseguraba que eran bastantes a que con «su presencia se acedan los vinos, con su tocamiento se hacen estériles los árboles, sécanse los enxertos; abrásanse en los huertos las plantas; las frutas de los árboles en que se sientan se caen; ofúscase y escurécese el resplandor de los espejos en que se miran; el hierro agudo se embota; pierde la blancura el marfil; muérense las abejas en las colmenas; el metal y el hierro se llena de orín y moho; los aires cobran mal olor; hace rabiar a los perros que lo gustan y entonces es su mordedura de insanable remedio»?

De tan terroríficos efectos, sólo queda hoy en pie -entre las cocineras- que ni las tortillas ni los huevos, cuando se baten, llegan a levantarse o esponjarse...



378-4-4:


Vi salir un anciano consumido [...]


Consumido, esto es, flaco, aniquilado, deshecho. Así dijo Cervantes, Galatea, libro II, p. 70: «Bien sé que desearéis saber, señoras, quién es el enemigo que a tan valeroso caballero, como es el que os he pintado, tiene puesto en tal extremo; pero tambien sé que en diciéndoosle, no os maravillaréis sino de cómo no le tiene ya consumido y muerto su enemigo es amor, universal destruidor de nuestros sosiegos y bienandanzas [...]».


De aspecto grave, venerable en todo,
del tiempo y su aspereza consumido,
aunque en su traza, compostura y modo
bien daba a conocer lo que había sido [...]


Valbuena, El Bernardo, p. 271.                




379-4-3:


Que en las indas regiones extendido [...]


Indas, ajustándose a la etimología de lo perteneciente o que se refiere a las regiones que baña el río   —365→   Indo, de donde se dijo Indias. En la misma forma usó el adjetivo Pedro de Oña (Arauco domado, Canto IV, 103, y XI, 266):


Que es el metal de fértil indo suelo [...]



Se ven así quebrar las indas olas [...]




380-2-4:


Todo de arriba abajo me miraba [...]


«De arriba abajo, fuera del sentido natural, se usa para denotar toda la extensión de la dirección perpendicular, y de ahí pasa a significar completamente, por entero». Cuervo, Dicc., p. 30. Y cita, además de este verso de Ercilla, los dos siguientes ejemplos de Cervantes: «Comenzó a mirar de arriba abajo al bueno del músico». Nov. ejemp., 10. «Cuchillada le hubieran dado, que le abrieran de arriba abajo como una granada [...]». Don Quijote, P. II, cap. 32.

Y continúa el gran lexicógrafo: «Algunos escriben de arriba a bajo, o peor todavía, de arriba a abajo; [...] ni uno ni otro tiene fundamento. En ambos casos es el adverbio abajo en su acepción primordial de dirección, y, por tanto, no puede separarse, ni tampoco acompañarse de una partícula que ya envuelve. No sucede lo mismo en de alto a bajo, en que se contraponen dos nombres, como si se dijera de rico a pobre; y, por tanto, no sería acertado escribir abajo, como se halla en algunas buenas ediciones. Si se antepusiera el artículo a alto, cambiaría del todo el caso y se escribiría del alto, de lo alto abajo, como del monte abajo».



380-2-5:


Al fin, con voz pujante y expedida [...]


Expedida, anticuado, por expedita, y que usó en dos ocasiones más (385-1-4; 579-1-3):


Lengua más expedida y voz pujante [...]



El expedido término y lenguaje [...]



¡Oh cuitado de mí, cuán fácilmente
con expedida lengua y rigurosa
el sano da consejos al doliente!



Y luego con voz clara y expedida
soltó la rienda al verse minucioso.


Garcilaso, égloga II.                




380-4-3:


Me metió de la mano a otro aposento [...]


A tal ejemplo del modismo de la mano que el P. Mir (Hispanismo y Barbarismo, t. I, p. 511) trae en su abono, puede añadirse este otro, también de La Araucana, en que hay un por en vez de de (437-4-5):


Metiome por la mano en una clara
bóbeda de alabastro [...]




380-5-3:


Que el color entrepuesto y variado [...]


«Entrepuesto, dice el léxico, p. p. irregular, anticuado de entreponer», y al tratar de este verbo, lo da como anticuado, por interponer; en nuestro caso diríamos, por consiguiente, interpuesto, y si se ocurre a la definición de aquel verbo, nos encontramos con que dice: «poner una cosa entre otras»; luego, valdrá entrepuesto, lo mismo que variado, alternado un color con otro.



381-1-1; 447-1-3:


Sobre colunas de oro sustentadas [...]



Fijó las dos colunas vitorioso [...]


«Columna, o como vulgarmente decimos coluna», asienta Covarrubias. El mismo calificativo le da Cuervo, Apuntaciones, p. 492, refiriéndolo a nuestros días. El hecho es que, contra la afirmación de aquel lexicógrafo, se halla empleada esa voz en escritores como Cervantes, Alcázar, Oña, etc.


Cada cual de por si será coluna,
que sustente y levante el edificio
de Febo sobre el cerco de la luna.


Viaje al Parnaso, cap. II, p. 287.                


Y Cervantes empleó esa voz, no solamente en el verso, sino también en prosa, v. gr.: «Haz cuenta, traidor y desalmado hombre, quienquiera que seas, que los despojos que de mí has llevado, son los que pudiste tomar de un tronco o de una coluna sin sentidos [...]». La fuerza de la sangre, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 167.

Y en Don Quijote (I, 19): «[...] atado a una coluna de un patio [...]».


Tiéneme a una coluna Amor ligado
do el más rico y soberbio techo carga [...]


Baltasar del Alcázar, Poesías, p. 31.                



Coluna a quien el Paro parias debe [...]


Arauco domado. C. V, p. 117.                



Lisas colunas, bultos entallados
de engarces y labores esmaltados.


Así se escribía todavía en Chile esa voz a mediados del siglo XVII. Guerras de Chile, C. VI, p. 116.



381-1-7:


Donde se vía el extremo y excelencia [...]


Por efecto de elisión en medio del vocablo, se decía antaño vía por veía. Cfr. Hanssen, Gramática histórica, p. 45.

El P. Ovalle (I, 197): «[...] y comenzó la navegación con no menos confianza y aliento, que admiración de los que de tierra le vían alejarse de ella [...]».



381-2-3:


Estaba una gran poma milagrosa [...]


En la edición príncipe y en la de Madrid, 1578, 8.º, Ercilla había escrito: «un globo o bola poderosa», que cambió por poma en la en 4.º de aquel mismo año.

Hoy decimos en Chile un «pomo de olor», pero su forma correcta es la femenina, y así la escribió también el P. Ovalle (I, 285): «[...] y así, está todos estos ocho días hecha la iglesia una poma de olor [...]».

Poma en su acepción de manzana, de cuya forma procedió el darse el nombre a tal género de vasos, según su origen latino, la empleó Calderón de la Barca:

  —366→  

El áspid era, sin duda,
el que con humano rostro,
bien que inhumana hermosura,
me dio la hechizada poma [...]


Auto sacramental de La vida es sueño.                




381-3-8:


Comenzó de enseñarme, así hablando [...]


Quedó ya advertido que en lo antiguo se usaba este verbo comenzar con el régimen de.



381-4-7, 8:


Los ha puesto su próspera fortuna
en el más alto cuerno de la luna.


Hablose ya lo relativo a esta expresión hiperbólica, que data por lo menos desde los tiempos de Virgilio en la literatura; ahora añadiremos un ejemplo de un autor chileno:


Pero para que diese mayor salto
en los cuernos le puso de la luna.


Álvarez de Toledo, Purén indómito, Canto XIX, p. 375.                




383-4-2:


¡Oh gran Plutón, retor del bajo infierno [...]


Retor, forma arcaica, por rector, que se puso en las dos ediciones de Madrid, 1578, volviéndose en las posteriores a la primera lección, como se halla varias veces en la misma página en Don Quijote (V, 34): «El Arzobispo, persuadido de muchos billetes concertados y discretos, mandó a un capellán suyo se informase del retor de la casa si era verdad lo que aquel licenciado le escribía [...]».

«Es cosa abominable venga quien es agravado del peso de las culpas a ser juez de las estrañas, y más duro que todo, y ver hecho retor de otras vidas, al que ignora tener moderación en la suya». Suárez de Figueroa, El Pasagero, hoja 195 v.

Pedro de Oña en América escribía ya rector en 1597 (Arauco domado, Canto IV):


Ocurren al Rector de los dañados [...]




383-4-5, 6:


¡Oh Demogórgon, tú que lo postrero
habitas del tartáreo reino eterno [...]


Sería ocioso que habláramos de Plutón y del Cancerbero, figuras mitológicas de todos conocidas. Orco es uno de los nombres del dios de los infiernos, lo mismo que Plutón, según unos, y que suele confundirse también con Carón. La voz orco se usa, de ordinario, para designar las regiones infernales.

«Demogórgon, divinidad o genio de la tierra, que los antiguos representaban bajo la forma de un anciano sórdido y cubierto de musgo. Habitaba en el centro de la tierra, donde tenía por compañeros a la Eternidad y al Caos. Habiéndose remontado en el aire, dio la vuelta a la tierra y formó el cielo. Arrojó en este cielo un poco de barro ardiente, que formó el sol. El Sol y la Tierra se casaron, y de esta unión nacieron el Tártaro y la Noche. La Discordia, Pan, las Parcas, etc., nacieron también de Demogórgon. Estas fábulas no fueron corrientes en la Grecia primitiva. Este genio fue adorado especialmente por los arcadios, quienes no osaban pronunciar su nombre: tan profunda era la veneración que le tenían». Larousse.



383-4-7:


Y las hervientes aguas de Aqueronte,
de Leteo, Cocito y Flegetonte!


Hervientes, que ha conservado su vocal radical e, antes de pasar a cambiarla en i.

Aquerón, río del Epiro, llamado por Homero uno de los del infierno por la apariencia muerta de sus aguas.

Leteo, otro de los ríos del infierno, vocablo que en griego significa olvido. Las almas de los difuntos bebían de sus aguas después de haber estado confinadas durante algún tiempo en el Tártaro, y tenían la particularidad de hacerles olvidar cuanto habían hecho, visto u oído antes.

Cocito, río también del Epiro. Su nombre vale en griego llorar y lamentarse, lo que, agregado a la insalubridad de sus aguas y de su inmediación al Aquerón, hizo que los poetas le llamasen asimismo uno de los ríos infernales.

Flegetón, el cuarto de esos ríos nombrados por Ercilla, cuyas aguas quemaban, como lo indica tal voz en griego.



383-3-3:


Que aun temen ver las ínferas deidades [...]


Trae el léxico como adjetivo poético inferno, na, que vale infernal, pero nada nos dice de este ínfero, en el cual debemos ver un latinismo: inferus, a, um: lo que está debajo; adjetivo que San Jerónimo sustantivo, aplicándolo al infierno.



393-5-4:


Vuestras frentes de víboras crinadas [...]


Crinado, adjetivo poético. Que tiene largo el cabello. Herrera en su Elegía IX y en su canción a don Juan de Austria, dijo así:


Rubio Febo y crinado, que escondido [...]



En el sereno polo
con la suave cítara presente
cantó el crinado Apolo
entonces dulcemente
y en oro y lauro coronó su frente [...]


En América, Pedro de Oña (Arauco domado, C. II):


Alecto, a vos, Tesifone y Megera,
de ponzoñosas víboras crinadas [...]


El P. Hojeda escribió crisnado (La Cristiada, hoja 229):


Y peinando las hebras ponzoñosas
de la frente, de víboras crisnadas [...]


Don Javier de Burgos en su traducción de la oda II del libro III de Horacio:


Del can informe, que hórrida cabeza
alza crinada de serpientes ciento [...]




  —367→  

384-2-6:


Poco a poco moverse comenzaron [...]


Así en todas las ediciones, sin la preposición a, que hace falta y suplió Rosell.



384-1-1:


«¡Y tú, Hécate ahumada y mal compuesta [...]


Hécate es en la mitología lo mismo que Proserpina o Diana. Llamose Luna en el cielo, Diana en la tierra y Hécate o Proserpina en los infiernos. Se la suponía presidir en las cosas de magia y encantamientos, y se la representaba de ordinario en figura de caballo o perro y algunas veces con tres cuerpos y tres rostros con un solo cuello. Su poder se extendía sobre los cielos, la tierra y el mar y los infiernos, y reyes y pueblos la miraban como causante de su prosperidad.



384-4-5:


Todos humildemente le salvaron [...]


De salva, recibir o saludar a alguno con muestras de recocijo y acatamiento como a superior, según su origen de hacer la salva, Ercilla formó este verbo salvar. En otra parte dijo (467-4-5):


Donde fuimos con salva recibidos [...]


No quiere, ni con mucho, decir que se dispararan cañonazos, como se acostumbra hoy, cuando se hacen salvas, que era el modismo corriente antaño y lo es ogaño. Cervantes nos ofrece varios ejemplos de salva, tres en Don Quijote, IV, 255: «Acaba ya de preguntar; que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho». «[...] Sancho [...] esperaba a que su señor hiciese la salva [...]» (VIII, 76); y otra en El casamiento engañoso, p. 270, de la edición de que nos valemos, ya dicha: «[...] y, si la convalecencia lo sufre, unas lonjas de jamón de Rute nos harán la salva [...]».

Y por fin, en El licenciado Vidriera en este donosísimo párrafo: «[...] y añadió más. ¿Qué es ver a un poeta destos de la primera impresión, cuando quiere decir un soneto a otros que le rodean, las salvas que les hace, diciendo: vuesas mercedes escuchen un sonetillo que anoche a cierta ocasión hice, que a mi parecer, aunque no vale nada, tiene un no sé qué de bonito?».

«[...] y llegados cerca, los salvamos». Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, etc. p. 547.


Y aqueste virtuoso caballero
hizo la salva y él bebió primero.


Castellanos, Elegías, p. 153.                


«Hacer la salva, dice Clemencín, comentando aquel pasaje del Quijote, es empezar la comida o bebida. Se tomó esta expresión de la antigua etiqueta usada en los palacios de los príncipes y magnates de que el maestresala o pregustator probase los manjares y bebidas antes que sus señores; y se llamaba hacer la salva porque daba a entender que aquella ceremonia los ponía a salvo de alguna traición».

¡Cosa curiosa! ¡Un poeta de la época de la colonia cuenta que entre los araucanos se usaba de la misma práctica y por los propios motivos que entre los señores feudales:


Pero es entre ellos ley o mandamiento
que el señor del convite esté obligado
a hacerle la salva al convidado.
Para que se carezca de sospecha
que no les dan veneno con la chicha,
fue aquesta ley expresa entre ellos hecha
hacer la salva que ya tengo dicha.


Purén indómito, Canto X, p. 407.                


El P. Ovalle se vale en muchos pasajes de esa expresión: «Con esto hago la salva a todos los insignes capitanes y valerosos soldados del reino de Chile [...]». Pág. XXXVI. Y muy especialmente merece notarse el siguiente, que tiene estrecha relación con lo dicho por Clemencín: «[...] porque es costumbre entre estos indios nunca beber uno solo lo que le dan, sino que, habiendo hecho la salva el que brinda, bebiendo primero un poco, bebe luego el brindado, y sin acabar éste el vaso, lo da a otro [...]». Página 160.



384-4-8:


Las armas de los fieles coligados.


Dice Cuervo: «Coligar, sale de la partícula co, lo mismo que con, y del verbo ligar, y no debe perderse de vista que nada tiene que ver con coalición (confederación, liga, unión), derivado del latín coalitus, participio de coalescere, crear junto con (alguna cosa) unirse, compuesto de co y alo, alimentar». Apuntaciones críticas, p. 502, edición de Bogotá, 1881, 8.°.

Dijo ya Covarrubias: «Liga, significa algunas veces la confederación [ya se ve que es la misma palabra empleada por el lexicógrafo bogotano], o de príncipes, o de personas particulares».

Lo más natural parece, pues, que derivemos a coligados del verbo latino colligare, que traduce perfectamente el concepto de atar en uno, desechando, por lo mismo, como del todo impropia la forma coaligar, que no pasa de ser un galicismo. De ahí que los escritores de buena cepa -y unánimes en esto los de antaño- dijeran coligados, como por ejemplo Solís en la Historia de México, lib. II, cap. 19: «Temiendo que nos coliguemos con sus rebeldes [...]».

Caso conocemos, sin embargo, en que se ve empleada la forma colegado, como en éste de Rufo, La Austriada, canto XXIII, hoja 420 v.:


Tres piedras son tres fuerzas colegadas [...]




384-5-8:


De cañones de bronce y pavesadas.


Pavesada, dice el léxico, vale empavesada, que en este caso se aplica al reparo o defensa que se hacía con los paveses o escudos a bordo de las naves.