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ArribaIlustración VI

La viuda de Ercilla


Doña María de Bazán, aunque única en la familia y criada por sus padres en el mayor regalo, se manifestó desde niña hija de obediencia ejemplar. A su hermosura, añadía una seriedad y discreción que cautivaban y dotes de carácter y educación, que había de realzar, todavía, con una extraordinaria afición a la lectura de obras históricas. Su alcurnia era distinguida y la posición que su familia ocupaba en la corte, de lo más espectable: su padre, Gil Sánchez de Bazán, guardajoyas de la Emperatriz, y su madre doña Marquesa de Ugarte, dueña de honor de la princesa doña Juana740. Además de reunir tales prendas, era rica.

Es fácil explicarnos por todo esto el entusiasmo que Ercilla sintiera por ella y las resistencias que en un principio encontró de parte de doña Marquesa, de quien hubo de solicitar su mano, y que la docilidad que mostró para ceder ante sus exigencias en materia de intereses, acompañada, en parte, de su audacia de rendido galán, supo vencer al fin. Su marido encontró en doña María una mujer dócil y que supo comprenderle, marchando siempre unidos en la vida, estimándose y respetándose mutuamente. Jamás fue obstáculo para sus aficiones aventureras y soportó siempre resignada y sin protestas las largas ausencias que el poeta hizo de su lado, sin más compañía en su casa que la de su dueña y criados; durante las últimas, casi de seguro, con la de una niña, llamada, cómo ella, doña María, hija natural de don Sancho de la Cerda, íntimo amigo de su marido; y a quien, en prueba de su cariño hacia ella, y acaso también como reconocimiento a los favores que debía a don Sancho, que tomó a su cargo las diligencias que hubo que practicar para el entierro de Ercilla y luego sus tareas de albacea, de éste, le obsequió, ya monja profesa en el monasterio de la Concepción de Guadalajara,   —298→   con un censo de treinta ducados de renta anuales, que por escritura pública se obligó a pagarle el mismo don Sancho de la Cerda.

Durante esas ausencias, que en ocasiones se prolongaron por meses de meses, fue ella la encargada por Ercilla de administrar sus negocios, confianza que acreditó ampliamente, dándole las cuentas más cumplidas y satisfactorias que pudieran esperarse, y de tal modo fue como logró iniciarse en la carrera de los negocios y en la administración de los cuantiosos intereses que le pertenecían por herencia de sus padres. Así, luego de enviudar, la vemos firmar sus cartas de pago por las rentas de los juros que le correspondían741, y ya cuando más adelante su género de vida no se lo permitió, para librarse de gestiones judiciales vendió algunos de los créditos que procedían de la herencia de su marido y le habían sido adjudicados en la partición de sus bienes742; y concluyó por dar su poder amplio a Francisco Salgado, que pasó a ser su hombre de confianza, para que le corriese con el cobro de sus réditos743. Siguiendo el ejemplo de su marido, en ocasiones hizo también alguna negociación destinada a incrementar su capital, si bien a veces más por la vía del comercio, que por las de simples préstamos a interés744.

Como consultor letrado eligió al doctor Juan Mancebón de Leca, clérigo distinguido, a cuyos servicios, que le remuneró debidamente, tuvo que ocurrir en dos graves asuntos que se lo ofrecieron745.

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Fue el primero, los litigios que se le suscitaron por las dos sobrinas de Ercilla que vivían en el mundo, a propósito del vínculo fundado a su favor por doña María Magdalena, su hermana (que en este lugar nos hemos de limitar a enunciar, pues por extenso los dejamos ya historiados), que, al fin, todas las partes interesadas hubieron de someter a compromiso, previa autorización que para ello concedieron a doña María los demás albaceas testamentarios746. En su consecuencia, cada uno de los litigantes presentó ante el árbitro un memorial de sus pretensiones747, y, con vista de ellos, se dictó la sentencia de 22 de abril de 1596, que fijó la cantidad en que debía estimarse el principal del vínculo, ascendente a 31704 ducados, de cuya suma se rebajaron partidas hasta dejarlo reducido a 27004, que doña María debía entregar a doña Iseo Arista de Zúñiga, como madre de don Pedro Hurtado de Mendoza, sucesor del vínculo748, y que pagó luego, parte de contado y parte cediéndole su poder para cobrar del Duque de Medinaceli y del Almirante de Castilla los censos y juros que ambos debían; transó, además, la cuantía de ciertos intereses que se le exigían, y le entregó, finalmente, el valor de los legados que Ercilla había hecho a doña Iseo y a su hijo, cediéndole el crédito que tenía contra el librero Juan de Montoya749. Así dejaba arreglado todo con ellos el 1.º de julio de 1596.

Quedábale todavía por ponerse a derecho con doña Leonor de Zúñiga, la otra sobrina de Ercilla, dama que después de haber estado viviendo recluida en un convento de monjas de Valladolid, se casó, a poco de muerto su tío, con don Galaor Osorio, y litigado luego con su hermana acerca de los derechos que pretendía tener al vínculo fundado por doña María Magdalena de Zúñiga, se avanzó hasta pedir ejecución contra los bienes y herencia del poeta por 25 mil ducados, suma a que ascendía aquél, según confesión de su viuda, y que pedía le entregase, negándole que fuese conforme a derecho la transacción celebrada con doña Iseo; para concluir al fin por firmar con ella otra, en la que, dando por válida la indicada, tomase doña María a su cargo la parte de la cobranza contra el Duque de Medinaceli, y a don Galaor y su mujer les diese desde luego 400 ducados en el juro de las salinas de Espartinas en dineros contados, y 380 como parte de los frutos corridos de los bienes de Ercilla. Lleva esta transacción   —300→   fecha 24 de octubre de 1596 y con ella pudo al cabo verse doña María desembarazada de los negocios y litigios de la familia de su marido750.

Antes de referir lo relativo al otro asunto de doña María a que aludíamos, cual fue la obra de la fundación del convento de monjas carmelitas de Ocaña, que le ocupó todo el resto de su vida, debemos dar cuenta de la intervención que por los días a que hemos llegado en estos apuntes biográficos le cupo en la edición de La Araucana que emprendió el licenciado Pedro Várez de Castro, destinada que estuvo a alterar por completo en su parte final la obra de Ercilla.

La había sacado el poeta a luz juntando las tres Partes, como queda dicho, en los primeros meses de 1590, con privilegio datado el año anterior para sí y sus herederos de que nadie pudiese reimprimirla antes de pasados diez, de los cuales se habían enterado ya muy cerca de los nueve, cuando Várez de Castro, que había ejercido en Alcalá el cargo de corrector de libros durante bastante tiempo y que por su frecuente trato con autores, libreros e impresores, debió de tomarle afición al arte tipográfico, resolvió establecer una imprenta en Madrid, como lo hizo en 1596. Conocedor, sin duda, del éxito que había alcanzado la obra de Ercilla y de que el privilegio para la impresión estaba para vencerse, se puso al habla con la viuda del poeta, mostrole ésta los fragmentos originales del poema sobre la conquista de Portugal que guardaba su marido, y luego, bajo de condiciones que no constan, pero sin duda con su anuencia, hizo una edición de La Araucana, en 1597, notable bajo el punto de vista de esmero en la corrección de pruebas y, sobre todo, porque salió con enmiendas y adiciones, de seguro de la mano de Ercilla, (que nunca cesó de limar sus versos mientras le duró la vida), y con la agregación, en forma de episodio, injertado al final del poema; de aquellos borradores, cuyo arreglo en tal disposición no es dable decir si fuera ejecutado por el poeta en persona o por Várez de Castro. El hecho es que desde entonces acá La Araucana quedó en el estado que la conocemos, y que, claro está, no pudo verificarse sin la comunicación de los papeles de Ercilla por su viuda, quien creyó añadir así un florón más a la gloria de su marido751.

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Hecho así cuanto le fue posible para conservar y enaltecer la memoria de su marido, quedábale aún como programa a que debía dedicar el resto de sus días el dar cumplimiento a la voluntad de sus padres, expresamente consignada en el testamento que en uno ambos habían hecho, hacía ya muchos años, en el cual, con previsión que resulta extraordinaria, se pusieron en el caso de que su hija pudiese morir sin descendientes, que, entonces, le ordenaban que los juros y rentas que le dejaban por entero, como a su única y universal heredera, «queden, decían, para memoria perpetua de que todos ellos se destribuyan y gasten en casar huérfanas, ó en ayudallas á doctar para que se metan monjas»752.

Una vez que doña María perdió ya la esperanza de tener descendencia, comenzó a pensar en la mejor manera de ajustarse a este mandato de sus padres, sin ocultárselo a su marido, que no pudo menos de aprobar sus proyectos y que por su postrera voluntad quiso también contribuir a que se realizaran, consignando para ello en su testamento un cuantioso legado, sin más condición, en verdad puramente nominal, pero bien significativa de su afecto, de que le enterrase junto con ella753. Y dándole a la voluntad de sus padres, bien sacadas las cuentas de la fortuna con que contaba, que era más crecida de la que ella recibiera, y consultádolo con personas idóneas, extendió su proyecto hasta fundar un monasterio de monjas. Su primera idea de semejante fundación habría querido realizarla en Madrid, cosa que no se le concedió por la Orden de los Carmelitas, cuya había de ser, por existir ya allí el de Santa Ana, «y así tomó resolución de fundarlo en la villa de Ocaña»754.

En cuanto al dinero que había de emplear en él, su línea de conducta se la trazó desde el primer momento, dedicado para ello el que le correspondía por herencia de sus padres, sin tocar para nada lo que le pertenecía por la de su marido, que reservaba para otra fundación análoga755.

Seis meses después de la muerte de Ercilla, y cuando aun no se le había entregado por entero su haber en la herencia, en 16 de agosto de 1595 firmaba ya una escritura con fray Juan de Jesús María, definidor de los Carmelitas, expresamente autorizado   —302→   para ello por fray Elías de San Martín, general de la Orden, y previa consulta del Definitorio, que «vino bien en todo, por las muchas y grandes calidades que en aquella fundación concurrían, así en parte de la hacienda que se daba, como de fundador tan ilustre y liberal, que no pidió más recompensa de su donación que el interés de servir á Santa Teresa en sus hijas»756.

Comprometíase a dar 700 ducados de renta anuales757, que empezarían a correr desde el momento en que las monjas destinadas a la fundación entrasen en Ocaña; para labrar el monasterio, diez mil en ese mismo día, y otros siete mil dentro de tres años; cuatro mil para la plata y ornamentos, en los cuales se contarían los que ella misma entregaría hechos758; 300 ducados de renta para dotar tres capellanes que todos los días de la semana, menos uno que tendrían libre, aplicasen las misas que dijesen «por la dicha doña María y sus difuntos». Pedía, en cambio, que durante su vida tendría el patronazgo del monasterio, que había de pasar después de sus días al Marqués de Santa Cruz que se llamase de su apellido; que había de poder entrar y salir y estarse en él en su hábito de viuda «tantas cuantas veces quisiere é por bien tuviere, sin empedimento alguno, é queriendo estar más de asiento en el dicho monasterio, ha de traer vestido conforme al hábito de la dicha Orden, pero sin obligación alguna á la regla y observancia de relixión»; y, además de otras condiciones secundarias relativas a «las nueve fiestas de Nuestra Señora, de las cuales tres habían de ser con grande solemnidad é música, la que hubiese en el lugar», en sufragio de su alma, y a la recepción de ciertas monjas sin dote, y a «que en la capilla mayor del dicho monasterio se haya de hacer é haga entierro para la dicha señora doña María de Bazán y el señor don Alonso de Ercilla, su marido, con su bulto de piedra759 é un letrero é armas de la dicha señora doña María, tan solamente en la pared, del lado del evangelio»; y recordando, sin duda, la recomendación de Ercilla respecto a la traslación de los restos de su hermana doña María Magdalena, que allí también, durante sus días se pudiese enterrar quien ella quisiese. Fue, asimismo, deseo expreso suyo, que las monjas fundadoras fuesen la madre María de San Jerónimo, priora que era del monasterio de Carmelitas de la ciudad de Ávila, que sería la vicaria, Ana de San Bartolomé, su compañera, sor Ana del Espíritu Santo e Isabel de la Cruz, priora y subpriora, respectivamente, residentes entonces en Madrid760.

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Hízose la ratificación de este contrato por el padre General de la Orden y los Definidores de Toledo en 19 de agosto del mismo año761; se obtuvo también la real provisión necesaria para la fundación, la cual fue presentada al Ayuntamiento de Ocaña el 30 de septiembre, y con ello se dio principio a la obra.

«Hecho todo con las expuestas formalidades, vinieron como fundadoras la priora María de San Jerónimo, del Convento de Ávila, que reunía la circunstancia de ser prima de Santa Teresa, la venerable Ana de San Bartolomé y la sub-priora Isabel de la Cruz, de Madrid. De Toledo vino Sor María del Santísimo Sacramento, y del convento de Medina del Campo Juana de Jesús y María de la Visitación.

»Todas las anteriores y virtuosas mujeres hicieron su entrada en Ocaña el día 22 de Noviembre de 1595, y el día 26 se colocó con la mayor solemnidad el Sacramento en las que hasta entonces fueron casas de Agustín Sánchez de la Hermosa, que se hallaban en la calle de Acebedo, después del Romano y hoy de la Libertad, frente de la de Peco, cuyo sitio, aunque no espacioso, dió lugar suficiente para iglesia, oficinas y habitación»762.



No contenta aún con esto, doña María, bien fuera porque no se encontrara el número de capellanes que había señalado, o porque las monjas deseasen tenerlos de su Orden, procedió a dar los pasos necesarios para que en Ocaña se fundase también un convento de frailes carmelitas. A ese intento, en 30 de septiembre de 1598 compró una huerta y casa extramuros de la ciudad, de valor de unos cuatro mil ducados, y con esta base y los recursos en dinero de que podía echar mano, restó de la renta de sus juros, y que ascendían a 500 ducados en el que tenía sobre los bienes del Almirante de Castilla; de 200 en los del Duque de Medinaceli, y 15870 reales en los del Conde de la Coruña, haciendo donación de todo ello para que en aquel sitio se fundase el convento, que habría de llamarse de San Alberto de la Concepción, dos de cuyos frailes irían los días de fiestas principales a decir la misa mayor al de las monjas y a confesarles y predicarles, todo desde el día en que allí se estableciesen: donación que fue aceptada bajo de ciertas limitaciones y salvedades por el representante de la   —304→   Orden el 19 de enero de 1599763, y admitida en último término por el Provincial dos días después764.

De sobra había cumplido así con el encargo que sus padres le hicieron al dejarle toda su fortuna, pero quedábale aún por cumplir la cláusula especial del testamento de ambos para que el quinto de sus rentas lo emplease en casar huérfanas de las de su parentela, o meterlas monjas en algún convento. Doña María optó por lo segundo, y a ese efecto y especialmente con el de obtener ciertas prerrogativas para sí, reducidas en su mayor parte a que se le permitiese vivir, acompañada de una criada, en el mismo convento, despachó a su costa un emisario a Roma, remunerándole cumplidamente el viaje765, y ya con la licencia de Su Santidad, el 27 de mayo de 1602, efectuando para ello expresamente viaje a Madrid desde Ocaña, donde vivía hacía ya algún tiempo, hizo donación, recordando ante todo en ella el encargo de sus padres, de 127 mil y tantos maravedís de renta, suma a que ascendía aquel su quinto, al convento de Recoletas Franciscas para ayuda a la fundación del que proyectaban en la capital; con más un oratorio grande de plata que tenía, o, en su defecto, 700 ducados en dinero, y otras cosas de sacristía, con condición de que recibiesen en él, sin más carga, una de las parientas más cercanas que tuviere por parte de padre o madre, celebrar por su memoria las fiestas de Santa Apolonia y Santa Lucía; «y más, tiniendo licencia y breve de Su Santidad para poder entrar y salir y dormir y comer en el dicho monasterio que ansí se fundase todo el tiempo que quisiere, lo he de poder hacer, con una criada la que yo quisiere»766.

Firma de doña María de Bazán

Tal fue la forma en que doña María de Bazán empleó la herencia de sus padres y supo redimir la forma en que su marido había hecho mucha parte de su fortuna... En sus últimos años, tal vez desde muy luego de fundado el convento de monjas en Ocaña, desprendida ya de la administración de los pocos bienes terrenales que le quedaban en manos de Francisco Salgado, se fue a vivir largas temporadas dentro de su clausura. Quien tuvo ocasión de saberlo, a la vez quedaba testimonio de su trato humilde y apacible y manso, asevera que allí dio grande ejemplo, acudiendo a los actos de comunidad como si fuera religiosa; llevaba debajo de su traje ordinario el sayal de las monjas «y era menester grande cuidado en la prelada, porque nunca pedía lo que había menester, aunque más viejo estuviese lo que le servía de abrigo». Dormía en un jergón de paja, ayunaba mucho y en ciertas ocasiones, a pan y agua. En una de las veces en que tuvo que hacer viaje a Madrid; probablemente con motivo de la nueva fundación que proyectaba, cayó gravemente enferma, y dispuso entonces su testamento «con singular discreción y cristiandad», dejando por heredero a su convento de monjas de Ocaña, como ella lo llamaba, y por albaceas, entre otros, a sus fieles servidores Juan Ruiz Cotorro y Francisco Salgado. Falleció en aquella ciudad, el 10 de marzo de 1603. Conforme a lo dispuesto por ella, su cuerpo fue llevado, junto con el de su marido y el de doña María Magdalena de Zúñiga, en   —305→   una fecha que desconocemos, a su sepultura del convento, donde todos juntos reposan hoy767.

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