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ArribaAbajoVIII. El casamiento de Ercilla

Pintura que hace Ercilla de su novia.- Los padres de doña María de Bazán.- Arreglos de intereses que precedieron al matrimonio.- Exigencias de la futura suegra del poeta.- Anticípase la fecha del enlace «por justas causas y respetos».- Su celebración en Palacio.- Comienza Ercilla a dar cumplimiento a lo pactado en sus capitulaciones matrimoniales.- Sus gestiones para armarse caballero de Santiago.- Real cédula de Felipe II por la que manda sea Ercilla recibido en esa Orden.- Casa en que establece su vecindad en Madrid.


A los laureles de la gloria, Ercilla iba bien pronto a añadir la corona de floridos mirtos que debía proporcionarle el amor en su matrimonio con doña María de Bazán. Allá en Arauco, en el desvelo de una de sus noches de campaña, se la había mostrado Belona en sueños, desde la cumbre del alto collado a que fingía le había arrebatado. Contemplaba desde allí las hermosas damas que en su tiempo florecían en España:


Un amoroso fuego y blando hielo
se me fue por las venas regalando,
y el brío rebelde y pecho endurecido
quedó al amor sujeto y sometido;



y dejando ya por un momento de contarlas ásperas guerras sanguinosas, quiso informarse


De aquel asiento y damas tan hermosas,
en especial y sobre todas de una,
que vi a sus pies rendida mi fortuna;



para entrar en seguida a pintarla, diciendo que


Era de tierna edad, pero mostraba
en su sosiego discreción madura,
que a mirarme parece la inclinaba
su estrella, su destino y mi ventura;
yo, que saber su nombre deseaba,
(rendido y entregado a su hermosura)
vi a sus pies una letra que decía:
Del tronco de Bazán doga María.



Por más que hoy nos parezca un tanto extraño este desahogo íntimo respecto a la que había de ser su esposa, semejante proceder era corriente en aquellos tiempos y, para no recordar sino unos cuantos casos de esa índole, ahí tenemos a Fernández de Oviedo, que evoca con profundo respeto y acendrado cariño a su Margarita; a Jerónimo de Urrea, que nos pinta la felicidad de que gozaba al lado de su esposa, agradecido a la fortuna, que le


... dio por mujer
la hermosura y el valor,
la riqueza y la cordura;



a don Luis Zapata, a quien acabamos de mencionar como émulo y criticastro de nuestro poeta, que llega a serlo de verdad cuando se lamenta de la pérdida de la que había   —120→   sido compañera de su vida; y si hoy tal cosa fuera lícita, algo pudiéramos también decir nosotros...

Pero, ¿sería, acaso, todo aquello un sueño quizás vano?311 La visión que con tan hermosos colores se diseñaba ante él, seguía, sin embargo, labrando su espíritu e inclinándole más y más al amor hacia esa mujer; luchaba, antes de entregarse a él por entero, por romper los lazos en que se veía envuelto por aquellos «ojos fáciles», hasta que, haciéndose oír la voz de la razón, triunfa ésta por fin, para dar lugar por entero a ese amor, al cual quedó «sujeto y sometido».312

Decíanos, pues, Ercilla que su novia se llamaba doña María de Bazán313, que era de tierna edad314 y procedía del tronco de la familia de ese apellido315. Garibay, que la   —121→   trató muy de cerca, atestiguaba que «era una señora de mucha religión y virtudes y muy amiga de la lección de la Historia, sobre cuantas señoras había tratado en estos reinos»316: prenda que debió de ser rarísima en aquellos años y que justificaría de sobra, sin contar con su hermosura, su juventud y su fortuna, la elección de Ercilla. Al testimonio de aquel cronista y a lo que el poeta decía acerca de la seriedad de su novia, debemos agregar todavía lo que sobre las cualidades que la adornaban refería una de las monjas en cuya compañía vivió después de viuda, oído a ella misma en las conversaciones de la intimidad del claustro, que «era muy discreta y razonada», y que, por tal causa, «adquirió especialísimo aplauso entre los caballeros y señores de la corte»317. La vida entera de doña María, que podemos seguir paso a paso desde su matrimonio, acredita que tales elogios correspondían en un todo a la realidad.

Aunque de «tierna edad», era ya dama de la reina doña Isabel, (tercera mujer de Felipe II), e hija única de Gil Sánchez de Bazán y de doña Marquesa de Ugarte, hallándose por entonces huérfana de padre, que había perdido en fines de 1568, y bajo la curaduría de su madre.

Gil Sánchez de Bazán había ocupado en la Corte el cargo de guarda-joyas y guarda-ropas de Felipe II, quien le tenía también hecha merced de la escribanía mayor de rentas del marquesado de Villena, empleo que le producía una entrada no despreciable, y que un año antes de su fallecimiento vendió a Gonzalo de Portillo, vecino y regidor de Valladolid318. En unión de su mujer doña Marquesa, testó dejando ambos por única y universal heredera a su hija doña María, poniéndose en el caso, como si hubieran adivinado lo porvenir, de que ésta no tuviera descendencia, que, en, tal evento, todos sus bienes debían quedar para «memoria perpetua de que se destribuyan y gasten, decían, en casar huérfanas o en ayudallas a doctar para que se metan monjas», de las que fueren sus parientes319. Aunque otorgado en salud, el hecho fue que   —122→   Sánchez de Bazán fallecía muy poco después, como decíamos, y su viuda, por si y a nombre de su hija, entraba de lleno en la administración de la herencia y en la consiguiente cobranza de sus rentas320.

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Parece que en un principio las pretensiones de Ercilla no encontraron buena acogida, al menos de parte de doña Marquesa, que esperaba para su hija un matrimonio más ventajoso; pues aunque se presentaba con el prestigio que le tenían merecido sus hazañas en la guerra de Arauco, que su nombre corría ya célebre por la reciente publicación de su poema, no era, sin embargo, lo bastante rico en bienes de fortuna;321 pero, dispuesto a pasar en ese orden por todas las exigencias de su futura suegra, -que era para ella lo principal,- llegaron, por fin, a un acuerdo, y en 7 de enero de 1570 se extendían entre la madre y la hija, por una parte, y Ercilla, por la otra, las capitulaciones bajo las cuales había de celebrarse el matrimonio.

Comenzó doña Marquesa por exigir, que pues ella era, según disposición testamentaria de su marido, usufructuaria de todos los bienes, que hubiese de continuar   —124→   en ese carácter, y que, siendo para ello preciso licencia y facultad Real, mientras se obtenía, doña María se contentase con lo que pareciese bastante para su sustentación, que, «como hija tan obediente que siempre lo ha sido», aceptó sin vacilar: prueba manifiesta de por sí de que jamás pudo ser óbice para ella la falta de riquezas de su novio, señalándole desde luego las rentas en que debía percibirlas.

A esta entrada, se añadió como dote un millón de maravedís, que el Rey le daba para ayuda a su casamiento como dama de la Reina, que Ercilla debía cobrar «para que con ello aderezase su persona y casa». Se computaba, asimismo, en ese orden, lo que se esperaba que por igual causa señalase a doña María su Majestad y la Serenísima Princesa de Portugal.

Las joyas, vestidos, ropa blanca, aderezos de casa, sin que Ercilla pusiese oposición a aceptar cuanto se le entregase, los recibiese previa tasación «y como se le diese ordenado por letrado de la dicha señora doña Marquesa».

El novio, por su parte, daba en arras tres mil ducados, obligándose a sacar autorización Real para que, aunque no cupiesen dentro de la décima parte de los bienes libres de que podía disponer, todavía fuese válida esa promesa; que los cinco mil ducados, cuya cobranza gestionaba Ercilla en el Perú como sueldos devengados, los diese y entregase a doña Marquesa para que sirviesen de aumento de dote a doña María, comprometiéndose a emplearlos en juros, pero debiendo quedar para ésta o sus herederos, «porque el dicho señor don Alonso desde agora le hace donación dellos». A efecto de cobrarlos, Ercilla debía extender a su suegra el poder que le pidiese y otorgar la respectiva escritura de donación entre vivos irrevocable a favor de doña María.

Doña Marquesa hizo que se declarase también que la renta que daba a su hija era mucho mayor de la que le correspondía, y que «de cualquier manera que sea y aunque fuese mucho más cantidad la que le pertenece», doña María renunciaba a cuanto pudiera tener derecho por ese capítulo, obligándose juntamente con su novio a extenderle, en caso necesario, escritura de renunciación «con las cláusulas, fuerzas y juramentos necesarios». Ambos se obligaban también a que sacarían licencia Real para que se vinculasen en el hijo mayor que les naciese los dos tercios de la renta total de la herencia de Sánchez de Bazán.

Finalmente, Ercilla se comprometía a obtener autorización del Rey para obligar «los bienes de su mayorazgo e vínculo» para la seguridad de la paga y restitución de la dote de doña María y de las arras que le mandaba, con cláusula de hipotecarlos por escritura en forma «como se le diese ordenada por parte de la dicha señora doña Marquesa».

Lograba, pues, ésta así, imponer su voluntad y triunfaba en toda la línea ante la obediencia de su hija y la más rendida deferencia de su futuro yerno, y para asegurar más su victoria, estableció aún la declaración expresa de que el matrimonio se celebraría cuando fuese ordenado. Evidentemente, lo que perseguía con ello era que Ercilla diese primeramente cumplimiento a lo que se había comprometido en las capitulaciones.

Las cosas continuaron en este estado más de siete meses. Ercilla, como regalo de boda a su novia, había mandado hacer un collar de oro con perlas, rubíes y diamantes, por valor de 600 ducados, para que le fuese entregado el 1.º, de agosto, que recibió, en efecto, ese día322, y, de acuerdo con lo estipulado con su futura suegra, el 23   —125→   de ese mes procedía a firmarle la cesión de sus sueldos devengados en el Perú y la donación intervivos a favor de doña María, quien firmó también la escritura323, y aun más, le dio «poder en causa propia»324 para que en su nombre cobrase de don Fadrique de Portugal los doce mil ducados que por arreglo de cuentas celebrado entre ambos y que aquél tenía impuestos a censo sobre su baronía de Sollana, le pertenecían, para que, cobrados, los emplease en juros impuestos a su favor y al suyo propio325. En otro documento posterior, Ercilla declaraba que no le había sido posible obtener aún la licencia Real que se le había exigido para poder hipotecar su mayorazgo326.

Así marchaban las negociaciones entre Ercilla y doña Marquesa, cuando «por justas causas y respetos» se resolvió celebrar sin más demora el enlace. No habíamos cavilado poco acerca de cuáles hubieran podido ser esas «justas causas y respetos», sin atinar a resolverlo, cuando llegó a nuestras manos el manuscrito de la monja confidente de doña María en sus días de la vejez, que vino a revelárnosla. «Sucedió, cuenta, que estando [doña María] en un sarao que se hacía delante del Emperador, [Rodulfo], en que entraban las damas de Palacio y los caballeros y señores de la corte, don Alonso, llevado del sobrado afecto, hizo una demostración que obligó a ser precisa la boda...». Cuál fuera, bien puede presumirse, pero, en todo caso, tan compromitente, que ya doña Marquesa no pudo postergar por más tiempo la boda de su hija que así el diablo deshizo en un instante aquella madeja tan artificiosamente urdida por ella, -y procedió luego a hacer entrega a su futuro yerno de las joyas de oro y plata, vestidos y otros aderezos de casa y de los documentos relativos a los juros327, que   —126→   debía comenzar a cobrar desde el día 1.º de septiembre próximo venidero; prueba de que la fecha del matrimonio se fijó para ese día o alguno inmediatamente anterior328. Lo que sí sabemos de cierto es que se verificó en Palacio y que fueron padrinos de la boda el archiduque Rodulfo, más tarde emperador, que se educaba entonces en Madrid, y la «mesma Princesa»329, con asistencia de las infantas doña Isabel y doña Catalina, hijas de Felipe II.

No habían transcurrido aún sino unos cuantos días desde su matrimonio cuando Ercilla, en continuación de lo prometido en sus capitulaciones; lograba presentar a su suegra la licencia del Rey para que pudiese hipotecar su mayorazgo como garantía de la dote que había recibido de su mujer, ya que los tres mil ducados que le dio en arras no hallasen cabida dentro de los bienes de su libre disposición, «con tanto, rezaba esa real cédula, que de todos los dichos juros, joyas, vestidos y plata labrada de suso declarado que ansí os dan en dote, con la dicha vuestra mujer, solamente podáis disponer a vuestra voluntad de dos mill ducados dello, y todo lo demás restante es nuestra voluntad questé en pie para seguridad e restitución del dicho dote e que no podáis disponer dello por ninguna causa que sea, por vos ni por la dicha vuestra mujer, sin particular licencia nuestra...»330

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Y por su parte, añadía: «Otrosí, en cumplimiento del capítulo que trata de dichas arras en la dicha capitulación, por virtud de la dicha licencia y facultad Real y della usando, por honra del sacramento del matrimonio y de la persona, bondad, virginidad y linaje de la dicha señora doña María de Bazán, por esta presente carta, en aquella vía e forma que mejor ha lugar de derecho, otorgo y conozco que doy y dono y mando en don y arras y donación proter nuncias a la dicha señora doña María de Bazán los dichos tres mil ducados».

Por fin, declaraba que el total de lo que por bienes de su mujer había recibido ascendía a 7,339 764 maravedís331: bonita suma en aquellos tiempos y que justificaba sobradamente el calificativo de rico que se daba a aquel matrimonio.

Deseoso siempre de agradar á doña Marquesa y de no faltar en cosa alguna a lo estipulado con ella, en 22 de febrero de 1571, él y su mujer le dieron poder para que pudiese cobrar para sí las rentas de los juros situados en las alcabalas de Toledo, y otra de 400 ducados de censo que pagaba el Duque de Alba332.

Arreglados sus asuntos de intereses en la forma dicha y en perfecta armonía con su mujer y doña Marquesa, Ercilla dirigió sus miras a otro objetivo, cual fue el de ingresar en la Orden de Caballería de Santiago. A tal propósito se dirigió al monarca en solicitud de que despachase la real cédula del caso para que se mandase recibir la respectiva información de limpieza de sangre, habiéndola obtenido de Felipe II, en Madrid, el 12 de julio de 1571, dirigida a don Pedro Morejón, caballero de la dicha Orden, para que juntamente con cualquier freile della, les decía: «Sepades que don Alonso de Ercilla nos ha hecho relación que su propósito y voluntad es de ser en la dicha Orden y vivir en la observancia y so la regla y disciplina della, por devoción que tiene al bien aventurado apóstol señor Santiago, suplicándonos le mandásemos admitir y dar el hábito e insignea de la dicha Orden, o como la nuestra merced fuese; y porque la persona que ha de ser recebida en la dicha Orden y darle el dicho hábito ha de ser hidalgo, así de padre como de la madre, al modo y fuero de España, y tal, que concurran en él las cualidades que los establecimientos de la dicha Orden disponen, fue acordado que debíamos dar esta nuestra carta...» 333

Probablemente, para asistir al tomar esta información, o mejor, quizás, a señalar los testigos que habían de ser llamados a declarar, Ercilla resolvió trasladarse a los lugares en que vivían, a cuyo efecto, sin duda, dio poder general a su mujer en 18 de mayo de aquel año,334 si bien por no haberse dictado aún la real cédula a que hacemos referencia, permanecía todavía en Madrid en 6 de junio de aquel año, fecha en que extendía otro documento análogo a Mendoza de Arteaga, vecino de Bermeo, para que pudiese cobrar del emperador Maximiliano los doscientos tallares de renta anuales que estaban situados en la ciudad de Inspruck, por cuenta de los dos mil que había donado a su hermana doña María Magdalena cuando se casó; y de la Emperatriz, los ocho mil ducados... que le fueron señalados a aquella por igual causa; y,   —128→   finalmente, que solicitase para sí le «mandase hacer merced, en pago y remuneración de los servicios que yo he hecho, decía, a los serenísimos Príncipes de Bohemia, sus hijos, mis señores, en el tiempo que han estado y residido en el reino de España...»335 demanda que no hallamos, en verdad, cómo justificar, cuando sabemos que uno de aquellos príncipes le había dispensado la honra de apadrinarle en su boda y que Maximiliano ya le tenía decorado con el título de gentil-hombre de su Boca y consignada a su favor una mediana renta.

Para que los comisionados Reales tuvieran alguna norma a que ajustarse en las declaraciones que habían de recibir, Ercilla les pasó, redactada de su mano, una minuta de su genealogía y de los sitios en que pudieran cumplir con su cometido336.

Con vista de estos antecedentes, Morejón, acompañado del licenciado Fernando Flores, freile de la Orden, se transladaron primeramente a Bermeo, donde iniciaron sus tareas el 10 de agosto de aquel año, es decir, menos de un mes después de haber sido despachada la Real cédula a ellos dirigida. En tres días tomaron allí las declaraciones de once testigos, y enseguida se encaminaron a Nájera y sucesivamente a Bobadilla, Baños de Riotovia, Arenzana, Mohave, Tricio, Huércanos, Uruñuela, Cenicero y Fromesta, terminando sus diligencias en los últimos días de septiembre. La información de que eran portadores fue vista en Madrid el 22 de noviembre del mismo año «y la dieron por buena los del Consejo de la Orden, que presidía el Marqués de Villanueva».337

Si nuestra hipótesis respecto a lo que motivara la ausencia de Ercilla de Madrid fuese exacta, resultaría que se había regresado poco antes (el 12 de septiembre) de haber concluido sus tareas en Bermeo Morejón y Flores, pues de nuevo se le ve figurar en aquella ciudad el 15 de dicho mes338.

Logrado ya el que su información de limpieza fuese aprobada, hubo de dirigirse de nuevo al monarca para que le admitiese y mandase dar el hábito e insignias de la Orden, ya que su intención era de «ser en la dicha Orden y vivir en la observancia y so la regla y disciplina della por devoción que tenía al bien aventurado apóstol señor Santiago», como en efecto lo obtuvo por una Real cédula de Felipe II, fecha 29 de noviembre de aquel 1571, por la que, «acatando su devoción y los servicios que nos ha hecho y esperamos que nos hará de aquí adelante», decía el Rey, y a que por la información constaba que concurrían en él las calidades que los estatutos de la Orden disponían, cometía, al mismo tiempo, sus veces a don Francisco de Rojas y Sandoval, marqués de Denia y comendador de la encomienda de Paracuellos, para que, juntándose con algunos comendadores y caballeros de ella, armase a don Alonso «con los autos e cerimonias que en tal caso se acostumbran»; y, armado ya, ordenaba al   —129→   doctor Julián Ramírez, su capellán, «que le dé el hábito e insinia della, con las bendiciones y según e cómo la regla de la dicha Orden lo dispone: e, dado el dicho hábito, como dicho es, al dicho don Alonso de Arcilla, que vaya a estar e residir y esté e resida en nuestras galeras seis meses cumplidos y que dello tome testimonio del nuestro Capitán General dellas, y con él se vaya al convento de Uclés y esté en él el año de su aprobación, aprendiendo la regla de la dicha Orden y las asperezas e ceremonias y las otras cosas que como caballero della debe saber, y que el Prior de dicho convento le reciba y tenga en él, y le haga instruir en las cosas susodichas y que ayunase los veinte días antes que el dicho año se cumpla, nos enviéis el testimonio que el dicho don Alonso de Arcilla llevó de la residencia en las dichas galeras, juntamente con relación de sus méritos e costumbres para que, si fuesen tales que deba permanecer en la dicha Orden, mandemos recibir dél la profesión expresa que debe hacer, o proveer en ello lo que según Dios y orden deba ser proveído...»339

En cumplimiento de esta orden, un mes más tarde, el 31 de diciembre de 1571, el Marqués armaba caballero de la Orden a Ercilla en la iglesia de San Justo en Madrid, «con los autos e ceremonias que se acostubran»340, y en seguida el doctor Ramírez le daba el hábito e insignia correspondiente con las bendiciones y demás formalidades acostumbradas341. Para dar cumplimiento a los restantes requisitos que en la real cédula se contenían, Ercilla hubo de esperar todavía bastante tiempo la ocasión en que sus negocios le permitieran ausentarse de Madrid.

Ya por aquellos días (8 de octubre de 1571) había trasladado su habitación a la casa que con poder de su suegra compró para ella en la plaza llamada del Conde de Puñoenrostro o del Cordón342, en la parroquia de San Justo, -y de ahí, sin duda, por qué recibió el hábito en la iglesia de ese nombre,- y en cuya casa vivió hasta el fin de sus días.

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