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ArribaAbajoXI. Ercilla en la campaña de Portugal

Muerte del hermano mayor de Ercilla.- Incremento de sus rentas.- Emprende dos nuevos viajes.- Su probable participación en la jornada naval de las Azores.- Romance en que la refiere.- Ercilla y Cervantes en Portugal.- Amistad del poeta con Cristóbal Mosquera de Figueroa y otros ingenios.- Su fama literaria.- Hace otra larga ausencia de su casa.- Muerte de su hijo don Juan de Ercilla.- Publicación de la Tercera Parte de LA ARAUCANA.- Dos sonetos que se escribieron contra ella.- Ercilla responde con otros.


Vuelto al sosiego de su casa, en ella estuvo ocupado sólo de sus negocios,- de los que en otro lugar hemos de hablar,- durante todo el año de 1579 y los primeros meses del siguiente. La enfermedad de su hermano don Juan, que en calidad de ayo del príncipe don Fernando, hijo de Felipe II, le acompañaba en su expedición a Portugal, ocurrida en Badajoz, es probable le obligara a salir de Madrid para atenderle y cerrarle los ojos en Almaraz el 26 de agosto de 1580, y entender luego en sus funerales, hasta dejarle sepultado en un convento de franciscanos situado no lejos de aquel pueblo385. Don Juan por su testamento le nombró su albacea y casi seguramente heredero de la mayor parte, si no de todos sus bienes. Como tal, al menos, le vemos dar poder en 8 de marzo de 1581 para cobrar el resto insoluto de los 400 ducados que aquel tenía de renta situados en la mesa episcopal de Zamora386, y pocos días más tarde, otro para percibir lo que le correspondía de sus gajes como limosnero mayor de la Reina y capellán de Felipe II387. Era algo más agregado a sus rentas.

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Ellas le habían permitido poco antes comprar un brinco de oro para su mujer y una sortija, que sería, acaso, para él388. Por fin, también le llegaban de las Indias, en nueve barras de plata, las cantidades que Juan Lozano Machuca, factor real de Potosí, le enviaba en pago de sus sueldos de gentilhombre lanza, quede tantos años atrás se le debían389, y con todo esto comenzó a llevar un tren de vida algo más desahogado, tomó a su servicio un italiano para que le sirviera de repostero390 y en su casa fabricó una escalera, comprando a su vecina doña Ana de Borgoña el permiso que para ello necesitaba391.

Por esos días pudo atender también al pago de los trescientos pesos de oro en que había comprado a Pedro de Soto en la Imperial, hacía ya de ello veinte años (junio de 1558) el caballo en que debió salir a la justa aquella de tan triste recordación para él392. Casi inmediatamente después tuvo que ausentarse de Madrid, según creemos, sin que sepamos de cierto con qué motivo, para permanecer fuera de su casa cerca de dos meses393.

Casi un año cabal más tarde hace de nuevo otro viaje, dando previamente poder, como de costumbre, a su mujer, el 18 de mayo de 1582394; pero esta vez sí sabemos a donde se dirigió, pues por una escritura de la misma índole le vemos que se hallaba en,   —148→   Lisboa el 16 de junio de ese año395. ¿Qué había ido a hacer allí? No es posible decirlo a punto fijo, pero tampoco es difícil de sospechar.

Como consecuencia de la conquista de Portugal, Felipe II resolvió llevar también a cabo la de las islas Azores, confiándole esa jornada a don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, a quien Cervantes llamó «rayo de la guerra, padre de los soldados, venturoso y jamás vencido capitán»396, con quien ligaban a Ercilla relaciones de amistad y hasta de parentesco por parte de su mujer doña María, según expresamente lo consignó en La Araucana. Don Álvaro había estado por esos días en Madrid, donde Felipe II le hizo una magnífica acogida y le nombró capitán general del mar Océano y de la gente de guerra del reino de Portugal. Ercilla resolvería entonces acompañarle en aquella empresa, que le permitiría, a la vez, arreglaren Lisboa lo relativo a la publicación subrepticia de su poema que un impresor inescrupuloso de aquella ciudad tenía noticia haber emprendido:397 que tales habrían sido los motivos de su partida de la corte; y cuando sabemos que su ausencia se prolongó por lo menos hasta mediados de abril del año siguiente398 y conocemos su espíritu aventurero y el deseo que ya de antes había manifestado de hallarse en una campaña naval y que ninguna otra cosa pudo llevarle allí, son circunstancias todas que nos inducen a pensar que en efecto se embarcó en las naves del mando del Marqués de Santa Cruz, como tantas otras «personas particulares, entretenidos y aventajados»399, y que, por tanto, ha debido de hallarse, si no en toda la campaña, por lo menos en la acción naval peleada a vista de aquellas islas entre la armada española y la francesa de Felipe Strozzi el 22 de julio de aquel año de 1582. Concurren, todavía, a robustecer esta suposición la circunstancia de que Ercilla haya contado con detalles minuciosos y como si hubiese sido testigo presencial aquella acción, y el que desde ese momento, quizás, deseando ampliar los horizontes de su lira, se propusiese escribir un poema sobre la campaña entera de Portugal, país acerca del cual de tiempo atrás manifestaba interesarse,400 y la historia   —149→   de cuya conquista realizada por el monarca a quien tenía consagrados sus desvelos le permitiría ensalzar aún más su nombre.

Sea que Ercilla escribiera la relación de aquel combate en los mismos días en que tuvo lugar, como lo hizo con gran parte de los hechos acaecidos en la guerra entre araucanos y españoles, o algo más tarde, es lo cierto que sólo vino a publicarse, allí en Lisboa, en 1586, y como, por de contado, el lector deseará conocer tal producción de nuestro poeta, punto menos que ignorada, se la presentaremos aquí:




Romance de don Alonso de Ercilla y Çuñiga


A los veintidós de julio.401
domingo por la mañana,
a vista de Sant Miguel,
cerca de Punta Delgada,402
doce millas una de otra403
se descubren dos armadas
de naves y galeones:
baxeles de muchas almas,
la una del gran Felipe,
otra de la inquieta Francia,
en número desiguales
pero de igual esperanza:
sesentas son las francesas,
veinticinco las de España;404
mas, el valor de las pocas
despreciaba la ventaja.
Del Marqués de Sancta Cruz
eran éstas gobernadas;
las más, de Felipe Estroci,405
Grande Mariscal de Francia.
Los dos Generales luego,
como ambiciosos de fama,
puestas en orden sus naves
se presentan la batalla,
y como diestros cosarios,
con las velas amuradas
el barloviento406 y el sol
procuran con grande instancia,
y así cerca uno del otro,
que una milla aun no distaban,
tirándose cañonazos,
los dos barloventeaban,
puesta en sea lugar la gente,
llenas de tiros las gavias;
tremolaban las banderas,
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los gallardetes y flámulas;
mil bélicos instrumentos
cerca y lexos resonaban
y en el agua removida
reverberaban las armas.
Así anduvieron tres días
sin trabarse la batalla.407
que al tiempo del embestir,
de miedo el viento calmaba;
pero llegada la hora
de los hados señalada,
para muchos la postrera
que no volvieran a Francia,
las armadas enemigas
de viento y fuerza llevadas
se embisten con igual ira,
pero no con igual causa,
disparando los cañones,
culebrinas y bombardas,
pasamuros y pedreros,
piezas gruesas de campaña:
la gran máquina del cielo
de arriba desencasada408
paresce venirse abajo
y arder toda en pura llama;
mas, por entre el humo y fuego,
las naves ya barloadas,409
hecho el efecto la pólvora,
vinieron a las espadas:
allí la furia francesa
y la cólera de España
se concertaron bien presto,
trabándose la batalla
cruda sangrienta, furiosa,
igualmente porfiada.
Viéranse golpes extraños,
heridas desaforadas,
cabezas, aun boqueando,
de los hombros apartadas;
otras hasta el pecho abiertas;
brazos y piernas cortadas,
cuerpos muchos magullados;
otros pasados de lanzas,
otros quemados de fuego,
otros muertos en el agua,
y con tempestad furiosa
llueven de las altas gavias
balas, piedras, lanzas, dardos,
armas de peso arrojadas,
ardiente pez y resina
y bombas alquitranadas,
mil fuegos artificiales,
que el mismo mar abrasaban.
La roxa sangre caliente
comenzó a teñir el agua.
El Marqués de Sancta Cruz,
que todo sobre él cargaba
como capitán prudente,
listo y solícito andaba,
cuándo a popa, cuándo a proa,
de aquesta y aquella banda;
exhorta, anima y provoca
con obras y con palabras,
haciendo apretar a muchos
los dientes y las espadas.410
A esta hora, «Sant Mateo»,
que era la nao almiranta,
tres gruesas naves francesas
estaban della aferradas
y con ímpetu furioso
le daban espesa carga;
pero el buen Marqués, que a todo
con ojos de argos miraba,
viéndola por todas partes
del enemigo apretada,
despreciando seas contrarios
y la contienda trabada,
haciendo virar las velas,
dando el timón a la banda
dellos se desase411 y vuelve
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a socorrer su almiranta,412
que, como alano entre gozques,
rompe por ellos y pasa,
embistiendo a los franceses,
que ya de verlo desmayan;
mas, don Lope,413 encarnizado,
del socorro le pesaba,
que de la honrosa vitoria
quisiera él solo la fama.
En esto, por todas partes
andaba igual la batalla
y la mar toda cubierta
de sangre, de gente y armas:
era espantoso el estruendo
y el rumor414 de la batalla:
tanto arnés despedazado
y rota tanta celada;
tanta voz, tantos heridos
que a un mismo tiempo expiraban,
y allí algunos, medio vivos,
peleaban en el agua;
mas, con gran furia a esta hora,
que ya de cinco pasaban415
que se comenzó el combate
y duraba la batalla,
la fortuna de FELIPE
atropelló a la de Francia;
quel valeroso Marqués,
a fuerza de pura espada,
venció de los enemigos
la almiranta y capitana,
prendiendo a Felipe Estroci,
que, en viéndole, rindió el alma.416
Visto los demás franceses
la victoria por España,
de los desmayados brazos
se les cayeron las armas;
¡abren el paso los nuestros
por medio de las gargantas!



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Entraba la armada victoriosa por las aguas del Tajo para fondear frente a Lisboa el 10 de septiembre. Allí se quedó Ercilla todavía bastante tiempo aprovechando seguramente su permanencia en esa ciudad para arreglar lo relativo a la edición subrepticia de su obra hecha en esa ciudad por un librero inescrupuloso, según decíamos, ni le faltó ocasión tampoco de realizar algún negocio de los que acostumbraba, prestando al Marqués de Denia la suma de 1,500 escudos417. Sino allí también, por lo menos durante la campaña de Portugal, debió de tratar a Cervantes, que a fines de 1580 llegaba a Badajoz de regreso de su cautiverio de Argel para tomar parte en la expedición a aquel reino, que Felipe II, después de convalecer en esa ciudad de la grave enfermedad que había tenido, iniciaba el 5 de diciembre, para entrar en Lisboa el 29 de julio del año siguiente con los cortesanos españoles que le habían seguido y los que se le reunieron en Thomar. Cervantes era un desconocido aún en las letras, pero las alusiones que a Ercilla hizo en su Galatea bajo un nombre arcádico, y que había de publicar en 1584, prueban que intimó con él, para recordarle, por último, en elogiosos términos en su obra maestra.

Empero, con ningún escritor se ligó más estrechamente entonces que con Cristóbal Mosquera de Figueroa, que figuró en la jornada de las Azores con el carácter de auditor general de guerra (y éste es otro antecedente para creer que Ercilla tomó parte en ella), y a cuya buena amistad debió el pomposo elogio de su persona que escribió para él en 1585, y a que el poeta dio preferente lugar entre los preliminares de la Tercera Parte de La Araucana cuando ésta salió a luz: amistad que perduró entre ambos durante el resto de la vida del poeta y que aún le sobrevivió a su muerte.

De regreso Ercilla en Madrid en los primeros días de abril de 1583, continuó por algún tiempo su vida de los negocios y en ejercicio de sus funciones de examinador de los libros que para ese efecto se le pasaban por el Consejo, que había comenzado a desempeñar, por lo que se sabe, desde 1580, cuando ya su fama literaria parecía definitivamente consagrada por la publicación de la Segunda Parte de su poema, y a la que codyuvaba la posición social que ocupaba. Tales funciones le pusieron en contacto con los principales poetas de su época, al menos de los que residían en Madrid.   —153→   Es de presumir también que para ello concurriría su asistencia a alguna de las academias literarias, todas particulares, que entonces se reunían allí, y especialmente a la que el Marqués del Valle tenía abierta en su casa; de tales modos, pudo entrar en relaciones con Fernando de Herrera, de quien habló con verdadero entusiasmo en la aprobación que prestó a sus Anotaciones a las Obras de Garcilaso; con Pedro de Padilla, que terminó su carrera del mundo metiéndose fraile carmelita; con López Maldonado, Gabriel de Mata, Vicente Espinel, que le recordaría más tarde con encomio en su Casa de la Memoria; el portugués Duarte Díaz, que, sin duda, llegó a intimar con él y su mujer, pues a ella le dirigía un soneto pidiéndole que interpusiera su influencia respecto del poeta para que le despachara la aprobación de uno de sus libros; con Cristóbal de Mesa, el futuro autor de Las Navas de Tolosa, que tampoco se olvidaría de él; con el preceptista Sánchez de Lima, que en sus lecciones sobre el arte poética presentaría su Araucana como modelo;418 y, finalmente, fuera de otros ingenios que sería largo citar, con Gabriel Lasso de la Vega , el más notable de los imitadores que tuvo su poema bajo el punto de vista literario, y que, gran admirador de Hernando Cortés, cuyas hazaña celebró largamente, dice cabida en su Elogio de los tres varones, impreso en 1610, a la octava que Ercilla tuvo modo de colocar en su Araucana en alabanza de aquel ascendiente del magnate que con tan elevados y desinteresados propósitos les reunía en su casa y a quien quiso, sin duda, corresponder así su amable hospedaje419. Sus relaciones de intimidad con el cronista Garibay las hemos puesto ya de manifiesto y aún debemos recordar también, a ese respecto, que en 1590 sacó de pila, en unión de doña María de Bazán, a uno de sus hijos, como había hecho antes con otro del secretario real Juan de Vivanco420.

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Con tales antecedentes de renombre literario, de su posición entre los grandes, de su misma fortuna, de la respetabilidad de su hogar, de la aureola que le formaban sus hazañas militares, de su trato afable y cortesano, de su conversación, que tenía que resultar llena de amenidad por tantas y tantas cosas como había visto en sus largas peregrinaciones por los dos Mundos, no tiene, pues, nada de sorprendente que su nombre se pronunciara con respeto y en forma casi legendaria, hasta el punto de que, andando el tiempo, y haciéndose eco del prestigio que alcanzaba, Quevedo llegara a decir por boca de uno de sus personajes, que se jactaba de sus relaciones literarias. «Hombre soy yo que he estado en una posada con Liñán y he comido más de dos veces con Espinel; y que había estado en Madrid tan cerca de Lope de Vega como lo estaba de mí, y que había visto a don Alonso de Ercilla mil veces»421.

Pues, a pesar de todo eso y de que se veía ya en los comienzos de la vejez (su campaña a Portugal la había terminado cuando iba a enterar los 50 años) y que su situación de fortuna estaba asegurada, sin hijos que solicitasen su aumento, todavía le vemos hacer una larga ausencia de su hogar, llevando hasta lo último y confirmando así el adagio de que genio y figura permanecen hasta la sepultura. Ya sabemos que indicio cierto de esas ausencias eran los poderes para representarlo en sus asuntos de intereses que extendía a su mujer, y con uno de ellos, amplísimo, nos encontramos haberlo firmado el 20 de febrero de 1585, en que se contiene bastante a la larga la enunciación de los créditos que entonces tenía pendientes a su favor422; dos días más tarde le hallamos aún en Madrid423, pero ya en 22 del mes de marzo comienza doña María a actuar en su nombre424 y sigue obrando en ese carácter hasta el 21 del mismo mes del año siguiente425. ¡Un año entero de ausencia! ¿A dónde había ido? ¿Con qué propósito salió de su casa? ¿Cuáles eran las causas que tanto tiempo le retuvieron fuera de ella? Debemos confesar que por más, que hemos tendido la vista en dirección a sus negocios de intereses, o los de la milicia o de estado y a los de su familia, ya bien reducida entonces, no logramos en un principio atinar con una explicación plausible que nos diera la clave de ese problema: ¿Pensó alistarse entre los que habían de formar la Invencible Armada? Faltaba mucho todavía para que se hallase en estado de hacerse a la mar. ¿Los asuntos de doña María de Ercilla, la única hermana que le quedaba y que vivía por entonces en sus propiedades de Bobadilla ó en Nájera, reclamaban su presencia allí? Pero, aun en esta remota hipótesis, nunca podría explicarse por ella que faltase de su hogar durante un año. ¿Llegó de esa vez a Alemania, únicamente en busca de que se le pagase la cuantiosa suma que cobraba allí de la dote de su hermana y de los dineros que decía haber «emprestado para servicio de Su Majestad»426   —155→   Sería de creer que no, pues en el poder que dejaba a su mujer expresamente hace alusión a que pudiera percibirlos. Pero, en el hecho, tal fue lo que pasó, según vino a saberse más tarde, cuando litigando con los que pretendían suceder a Ercilla en el vínculo fundado por su hermana doña María Magdalena, doña María de Bazán así lo declaró, agregando que el resultado de sus gestiones para aquella cobranza, objetivo de su viaje, había sido favorable, aunque en los gastos de ida y estada en Alemania tuvo que desembolsar no menos de tres mil ducados427.

Este viaje que así hemos llegado a descubrir había de ser también el último de Ercilla. Muy pronto dos desgracias de familia iban a amargar sus días, ocasionándole una de ellas el más grande dolor que hasta entonces hubiera experimentado después de perder a su madre; la muerte de su hermana doña María, ya entonces viuda hacía tiempo, acaecida en uno de los primeros meses de 1586, dejando muy escasos bienes de fortuna y cuatro hijas, dos de las cuales se metieron monjas; y la de su hijo natural don Juan de Ercilla, joven de veinte años, que pereció en el naufragio de la nave San Marcos, que formaba parte de la Invencible Armada, cuando en 1588 se dirigía a Inglaterra428.

Posiblemente, esta pena le hizo coger de nuevo la pluma para proseguir o por lo menos para acelerar la continuación de La Araucana, tanto más de creer, cuanto que en la parte anteriormente publicada parecía haberla dejado ya de la mano y que esas últimas páginas aparecen impregnadas de una profunda melancolía y son el depósito de sus desengaños, de sus esperanzas defraudadas y de su arrepentimiento por la vida que tan sin rienda en el mundo había llevado, según sus palabras. Debió de tenerla concluida en los comienzos de la primavera del año siguiente de 1589 como es fácil deducirlo de la real cédula de licencia y privilegio para Castilla de toda la obra, que obtuvo en San Lorenzo a 13 de mayo, para cuya solicitud cuidó esta vez de agregar, por lo que la experiencia de lo ocurrido en Portugal le dejara, otra para que sin su consentimiento no se imprimiese allí, datada el último día de noviembre, fecha muy inmediata a la en que debió de darse a luz. Salía esa Tercera Parte adornada de varias piezas laudatorias, obras de un marqués, de un doctor y de un poeta y de una o dos señoras429, una de las cuales demostró con la suya cuán lista era, pretendiendo pagar así cierta deuda que tenía con Ercilla. Como las anteriores, la encabezaba una dedicatoria a Felipe II.

Tanto fue también esa vez el éxito, que en lo que restaba de aquel año se emprendió   —156→   la edición de toda la obra en un cuerpo y que, por ser hecha ante la inmediata inspección del poeta y la última que él corrigiera antes de morir, cabe considerarla como la más autorizada430, y que muy luego en Zaragoza se hizo la de la última Parte publicada para añadirla a las restantes impresas allí.

No faltaron, en cambio, dos poetas envidiosos de tal fama, que entre sus íntimos divulgaron, ya que en público no les era dado hacerlo sin descubrirse, sendos sonetos contra la obra y su autor. Hállanse en un códice de la Biblioteca Nacional de Madrid431 reproducidos que fueron en algunos ejemplares impresos con ligeras variantes432 y dicen como sigue:




Del condestable de Castilla a la tercera parte de La araucana


Parió tercera vez la vieja Arzilla
y hurtaron el oficio a la partera
dos damas, un Marqués, Porras, Mosquera,
Los más altos ingenios de Castilla.

Hizo y no sin razón gran maravilla
Ver que parió esta dama una quimera:
Fenisa Lusitana, india más fiera
que los horrendos monstruos de Padilla.

Hallóse al parto Marte furibundo
y el libidino amor que injustamente
impuso a doña Dido el Mantűano;

Espabiló tanto el caso a todo el mundo,
que a España inficionó súbitamente,
peyéndose de miedo un araucano.



Mitre, discurriendo sobre quien fuera el Condestable de Castilla a quien se le atribuía el soneto, cree que no pudo ser otro que Don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli, el mismo que contribuyó, en 1578, con un soneto también, en elogio de Ercilla. Tal cosa no nos parece probable, a no ser que hubiera mediado entre el poeta y el magnate algún disgusto de tal naturaleza, que sus antiguos aplausos hubieran de convertirse en amarga censura, y aún así, en alma bien puesta semejante cosa no cabía.

¿Qué hubiera motivado, por otra parte, tal enemistad? Envidia literaria no podía mediar entre ambos, y las relaciones de negocios que cultivaron se limitaron a un censo que el poeta tuvo impuesto sobre las salinas de Espartinas de propiedad del Duque, el cobro de cuyos réditos, -de que éste quizás no llegara a enterarse, ya que había de correr por mano de su mayordomo,- se verificó en condiciones perfectamente normales.

Argumentamos en el supuesto de que el Duque fuera en realidad el Condestable de Castilla, prestando fe al aserto del escritor argentino; pero, ¿es ese el caso? Podemos afirmar desde luego que no, pues el título de Condestable de Castilla estaba vinculado en la Casa de los Fernández de Velasco desde el año de 1473, por merced de Enrique IV hecha al Conde de Haro, y por los días en que apareció la Tercera Parte de La Araucana (1589) lo servía don Juan Fernández de Velasco, sexto de su familia en aquella dignidad433, quien, precisamente el año antes, había partido a servir a Felipe   —157→   II de capitán general a las fronteras, de Francia y costas de la mar con motivo de la «venida del inglés» y luego al gobierno de Milán434.

Basta, nos parece, la simple enunciación de estos hechos para caer en cuenta de que tal atribución no es posible, desde luego, por la fecha en que debió de escribirse el soneto, cuyo autor, siendo el Condestable, ni siquiera estaba en España; ni por la calidad de su persona pudo ocuparse en cosa tan nimia como ese soneto y poco honroso, además, cual era la sátira mordaz de una pieza literaria, gloria de las letras españolas.

El nombre del Condestable no pasaba, pues, de ser una superchería, que sólo los incautos podían tragar. Y si hemos de creer al adagio, el autor del soneto debemos buscarlo entre los del oficio de Ercilla -como bien lo dejó éste comprender en su respuesta,- porque hay una suya, o al menos que pasa por tal, -que se ha conservado también en viejos papeles de la Biblioteca Nacional de Madrid, y que dice como sigue:



Demos gracias a Dios que ha proveído
persona que, con tal cuidado y veras
examine los partos y parteras,
cómo y cuándo y las veces que han parido.

Préciase de poeta y de leído,
es gran componedor de obras rateras,
y en especial en coplas pedoneras
se muestra aquí elegante y resabido.

Es mordaz, mofador, ejecutivo;
es, a su parecer, gran cortesano
en las cosas de burlas y de fuego:

Tiene el sentido de oler tan vivo,
que peyéndose en Chile un araucano,
el pedo en las narices le dio luego.



No puede caber duda después de esto: el mal intencionado y envidioso crítico «preciábase de poeta y de leído», era «gran componedor de obras rateras», y, «a su parecer, gran cortesano en las cosas de burlas y de fuego».

Aventurada resulta adelantar una hipótesis cualquiera, con medianas probabilidades de acierto, acerca de quién fuera aquel émulo de Ercilla. Por si alguna tuviera, -y apréciala el lector en lo que estime pueda valer,- allá va ésta.

Sería inoficioso que repitiéramos aquí lo que en otro lugar expresábamos ya acera del concepto en que Ercilla era estimado por los que como él cultivaban las Musas: los testimonios públicos que encontramos esparcidos en tantas obras se produjeron con rara unanimidad, como no podía menos de serlo, en abono de sus grandes calidades de poeta y estilista, realzadas todavía con el prestigio de sus hazañas en Arauco, desde Gabriel Lasso de la Vega hasta Cervantes -por no repetir lo que sobre ello sabemos. Hubo uno de esos, sin embargo, que no en público -porque tal cosa no era posible- pero sí en un libro escrito en aquel tiempo y que ha salido a luz en nuestros días, sin atreverse a nombrar a Ercilla aunque con señas inequívocas de que a él quería referirse -dejó escapar en él más de un pasaje de crítica y censura hacia   —158→   La Araucana: ya se habrá adivinado que queremos aludir a Don Luis Zapata, el autor del Carlo Famoso. ¿Conviénenle a él algunas de las señas que Ercilla da en su soneto respecto al autor del que se pretendía hacer pasar como obra del Condestable de Castilla? Ciertamente que se preciaba de poeta y de leído, como aquella obra y su traducción del Arte poética de Horacio bien a las claras lo manifestaban, todavía con el agregado de que la principal de aquellas bien pudiéramos apreciar que entraba en la denominación de las rateras -en su acepción de rastreras, claro está,- tanto, que, según recordará quien haya leído el escrutinio de la librería de don Quijote fue de aquellas que el cura consideró que no valía siquiera la pena de examinarlas. Cortesano también lo era, indudablemente, puesto que había estado en palacio en calidad de paje de la emperatriz doña Isabel desde los 11 hasta los 17 años de su edad, y frecuentado en seguida la corte de Carlos V en más de una ocasión. No podríamos decir, en continuación de este examen, si era «mordaz y mofador», aunque de ello daba muestra el soneto que examinamos, que más prueba no necesitamos para el caso si a él hubiera de referirse la alusión a Ercilla, a quien veía ensalzado por todos como autor de un género literario que él había cultivado también y en cuyos versos, a pesar de no figurar en ellos sino ciento cincuenta españoles y en el campo enemigo como general un indígena elegido para mandar a sus compatriotas por la resistencia y el vigor que manifestara en una ocasión de prueba, él, que había tomado por escenario la Europa entera, ejércitos numerosísimos de la flor y nata de la caballería y como héroe a la personalidad más notable de su tiempo, veía su obra desdeñada ante la de su émulo. Tenía, en verdad, motivos para sentirse envidioso y enconado contra quien le arrebataba así la gloria que se imaginara debía estar toda de su parte. ¿Nos equivocamos, acaso, en vista de esto, al suponerle autor del soneto? Es posible.

Pero no fue ese el sólo detractor, que así entre las sombras, tuviera la aparición de la última parte de la obra de Ercilla. Hubo, asimismo, otro poeta, que se le designa bajo el apodo del Jurado de Córdoba, cuya obra, un soneto también, no conocemos, y esto es lo de menos cuando poseemos la respuesta que Ercilla le dio. Consérvase, igualmente, en el códice a que aludíamos y dice así:




Del mismo [Ercilla] contra el jurado de Córdoba


Decid que es sosa y cosa que ha sacado
un soneto sin son un chocarrero,
charlatán, vagamundo y gallofero,
y, con ser calabaza, muy pesada.

Gran necio de repente y de pensado,
hablador, importuno, palabrero,
que con sólo llamarle majadero,
apuesto que diréis que es el Jurado.

Díganle que un espirito le avisa
no se meta en demandas ni respuestas,
en si el palo fue nebro o fue membrillo:

Deje estar La Araucana y a Fenisa:
guárdese, no le lleve el nebro a cuestas
y el vacío le mida el colodrillo.



Ya se ve por la respuesta de Ercilla que este su segundo crítico no tenía, en su concepto, ni con mucho la estofa del primero, y sin conocer su soneto, bien se deja comprender que iba especialmente enderezado contra la invención del poeta acerca de la elección de Caupolicán y a su episodio de Dido. En este caso nos parece que   —159→   es más fácil descubrir a ese su segundo émulo, como que Juan Rufo se firma en la portada de La Austríada «Jurado de la ciudad de Córdoba».

Convengamos también en que este segundo soneto de Ercilla vale menos que el otro, y que son azás duros los calificativos que propina al que Cervantes colocaba a su lado por el valor poético de su obra.

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