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ArribaAbajoXV. Disposiciones testamentarias de Ercilla

Principales cláusulas del testamento de Ercilla.- Legados a sus parientes y servidores.- Modificaciones establecidas en su codicilo.- Sus albaceas testamentarios.- Inventario de sus bienes.- Fray Sebastián de Villoslada.- Fortuna que dejó Ercilla.- Almoneda de Ercilla.- Gananciales de doña María de Bazán.


En el testamento que hizo Ercilla no hay, propiamente, institución de heredero, y en cuanto a sus legados, se refieren todos a personas de su familia y criados. A doña María de Bazán, como era natural esperarlo, hacíale el más cuantioso, diez mil ducados, para que su importe le sirviese de ayuda al monasterio que pensaba fundar, exigiéndole como condición, puramente nominal y que, más que otra cosa, da testimonio del intenso afecto que le profesó, el que le enterrase donde ella tuviese su sepultura. En este orden disponía, asimismo, que los huesos de su hermana María Magdalena, que se hallaban en depósito en el convento de San Francisco, se trasladasen también al lado de los suyos.

A su sobrina doña María Hurtado de Mendoza, 1500 ducados, que le sirviesen para su casamiento; a doña Leonor de Zúñiga, a quien siempre había distinguido con su aprecio y que vivía encerrada en un convento de monjas en Valladolid, 200 ducados para auxilio de su sustento; a las dos que eran monjas, treinta ducados de renta anuales de por vida a cada una; y, finalmente, a doña Iseo Arista de Zúñiga ocho mil reales, porque rogase a Dios por él, pidiéndole que le perdonase si no podía mandarle más.

Legados más o menos considerables, excluyendo siempre de ellos el luto, que debía costeárseles, consignó para sus criados; que, entre pajes, mozos de cocina, dueña de doña María, repostero y otros de más rango, sumaban no menos de trece, número que prueba el tren de casa que llevaba. De ellos merecen recordarse Agustín de Canedo, su paje, que le había servido con gran fidelidad y amor, hasta lograr por completo su confianza y le acompañaba por lo menos desde hacía seis años; Ulrico Ledrer, el alemán de quien solía valerse cuando celebraba alguna escritura en que no quería aparecer él; y Juan Ruiz Cotorro, que se decía también «criado de Su Majestad», (pues era ujier de cámara de Palacio) y se hallaba al servicio de la familia, después de haber sido de la de doña María, desde 1571559.

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En su codicilo modificó un tanto estos legados, cercenando en parte algunos de ellos, añadió uno de tres mil reales para don Pedro Hurtado de Mendoza, su sobrino, declarando que no se alargaba a más por cuanto había de sucederle en su mayorazgo, y otro de 500 ducados para el monasterio de Valvanera, donde estaba el enterramiento de sus padres, con la condición de que estuviese siempre colocado sobre la sepultura un paño negro de luto, con el hábito de Santiago de grana colorada; renovó el poder para cobrar dado a doña María de Bazán y, por último, añadió un nombre más al de los albaceas testamentarios que tenía nombrados.

Pero, aparte de estas disposiciones, en las horas que mediaron entre el otorgamiento del poder para testar y su codicilo, dictó al padre Sebastián de Villoslada, que lo escribió de su letra, un memorial de apuntamientos, que firmó también don Sancho de la Cerda, y en cuyo poder quedó, cerrado y sellado. No se sabe lo que contuviera, si bien la forma reservada en que se hizo y a última hora, dejan la sospecha de que debía de referirse a Rafaela de Esquinas, la que había sido su amante en los años que precedieron a su casamiento con doña María de Bazán. El servicio que a Ercilla había de prestar el padre Villoslada se lo remuneraba anticipadamente con un buen legado al monasterio de Valvanera, de benedictinos, orden a la que pertenecía.

Por sus albaceas testamentarios nombró, en primer término, a su mujer, al conde de Fracambuz, (Frackemburg) «embajador de la Majestad del Emperador» de Austria, al padre Villoslada, a don Sancho de la Cerda, a don Pedro de Guzmán, y en su codicilo añadió a estos nombres el de don Álvaro de Córdoba.

Nada tenemos que decir del Conde de Francambuz, cuya persona no se ve figurar para nada en el desempeño de su cargo y que es de presumir por eso no lo aceptara. Don Sancho de la Cerda, con quien le ligaban a Ercilla estrechas relaciones de amistad ya en 1586, según dejamos indicado, desempeñaba una alta posición en la corte por su puesto de mayordomo de la Emperatriz y era comendador del Llavín en la Orden de Alcántara. Tenía una hija, llamada doña María de la Cerda, monja entonces en el monasterio de franciscanas de Guadalajara, a quien la había criado doña María de Bazán, lo que deja suponer que hubiese vivido desde niña en casa de Ercilla, y a la que su viuda, luego de muerto el poeta, le hizo donación de un censo de treinta ducados de renta anuales, impuesto sobre bienes de su padre560.

Don Pedro de Guzmán era de la Cámara del Príncipe, caballero de la Orden de Santiago, hermano del Conde de Olivares; y a quien, en Agosto de 1591, se le ve figurar en el séquito del Rey en San Lorenzo561.

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Fray Sebastián de Nájera, o de Villoslada, como se le llamaba comúnmente, por ser oriundo de Villoslada de los Carneros, había visto la luz allí el 18 de enero de 1537, y era hijo de don Pedro de Nájera y de doña Juana López. Estudió artes y teología en la Universidad de Alcalá de Henares y con ocasión de un viaje que hubo de hacer a Zaragoza, se graduó de bachiller en la primera de esas facultades en esa ciudad, para volver a seguir sus cursos de teología en Alcalá. Allí, por causa de un desafío que tuvo con un condiscípulo, abrazó el estado religioso, habiendo tomado el hábito de San Benito en el santuario de Valvanera -y de allí, acaso, sus relaciones con Ercilla-, cambiando su apellido de familia, después de enterar un año de noviciado, por el del pueblo de que procedía. Ordenado de sacerdote, predicó en Soria, Nájera y otros pueblos de Castilla, Galicia y Portugal, hasta ser elegido prior del monasterio de San Benito de Valladolid y abad del de Nuestra Señora del Bueso. Retirose al de San Martín de la Cogulla y luego emprendió la reforma de la Orden, de cuya empresa daba noticia en carta de 3 de mayo de 1588, hasta ser nombrado por Felipe II para el mismo objeto en Portugal, en lo que gastó año y medio, y de regreso a Madrid, el mismo monarca le designó para obispo de Palencia, cargo que no quiso aceptar (1592), para salir electo en el capítulo de ese año abad del monasterio de San Juan del Poyo; de donde pasó con el mismo cargo, por nombramiento Real, a serlo el primero del priorato de San Martín de Madrid. Tal era el testamentario y hombre de toda la confianza del poeta562.

El último de los testamentarios, en su designación, aunque no por el empeño con que ejerció el cargo impuesto a su amistad por Ercilla, se llamaba don Álvaro de Córdoba, gentil-hombre que era, como don Pedro de Guzmán, de la Cámara del Príncipe563.

La primera diligencia en que todos los testamentarios del poeta hubieron de intervenir fue, como era de derecho, en el inventario de los bienes que había dejado, y, previa autorización judicial concedida con especialidad a doña María de Bazán, naturalmente la llamada a entender en él, se inició el 5 de diciembre -a los seis días de la muerte de Ercilla-, y se continuó en él, el 8 y el 10, en que se le dio remate: inventario minuciosísimo, que insertamos entre los Documentos, y sobre el cual, ya que   —210→   el lector podrá registrarlo allí en sus detalles, nos limitaremos a hacer notar algunas de sus partidas que merecen llamar la atención.