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«La aventura de un fotógrafo en La Plata»

Marcela V. Walter Salas






A. Breve paréntesis para Dormir al sol

Entre el Diario de la guerra del cerdo y La aventura de un fotógrafo en La Plata median catorce años y otra novela, publicada en 1973: Dormir al sol. Preferí no ocuparme de este texto porque probablemente sea el menos comprometido con la realidad argentina aunque no se mantenga del todo indiferente a la misma. En 1973, después de tres gobiernos militares que siguieron al del Doctor Arturo Illia, se llama a elecciones populares y finalmente se levanta la proscripción del peronismo. Así como los intelectuales se habían fisurado -entre los que tratan de rescatar la barbarie y los que no- las fuerzas aunadas también estaban quebradas por dentro, escindidas entre militares «democráticos» y «antidemocráticos». El propio peronismo mostraba una enorme grieta: la filosofía de base del movimiento tenía una interpretación desde la derecha y otra desde la izquierda. Cuando Perón volvió a la Argentina en 1974, la «guerra» entre los bandos estalló en el mismo aeropuerto de Ezeiza, donde aterrizaría el líder exiliado desde hacía dieciocho años. La barbarie ya no estaba de uno u otro lado sino justo en medio, en la zona de enfrentamiento, en el punto irreconciliable.

Dormir al sol tangencialmente se ocupa de esta problemática argentina que en este momento no es otra que la falta de identidad, los núcleos divididos, los dobles mensajes. Aunque de manera menos trágica que en la realidad nacional, en la novela aparecen todos estos conflictos que, aunque enunciados de manera prematura, estallarán sin remedio. Es el juego del quién es quién, la búsqueda de la identidad, el enfrentamiento para demostrar cuál es la verdadera Diana, protagonista de la novela, o la verdadera Argentina, protagonista de la realidad. Lucio Bordenave, narrador y protagonista de Dormir al sol descubre que el alma de su mujer ha sido transmitida a una perra y que en el cuerpo de ella han puesto la de otra persona. También hay un juego de identidades con la hermana que es «exactamente igual a Diana pero morena». El mismo Bordenave tiene un doble discurso permanente, uno interior y otro exterior, en perpetua contradicción. En esa misma crisis se encontraba la Argentina cuando se publica la novela, los mismos núcleos que antes se enfrentaban unos a otros ahora tienen serios enfrentamientos internos. Del mismo modo en el que Lucio Bordenave emite un discurso diferente del que piensa, Perón echará de la Plaza de mayo a «los jóvenes imberbes», lo que incluía al grupo de extrema izquierda «Montoneros» cuyo lema era «Perón o muerte». La extrema derecha peronista, llamada la «Triple A», sale a matar jóvenes, los montoneros optan por la lucha armada y salen a matar a militares antiperonistas. Es la misma confusión que en la guerra del cerdo, en la que nunca sabemos si es del cerdo o al cerdo, o cuál de los grupos es el portador de las faltas o el verdadero culpable.

En Dormir al sol no aparecen los motivos que se han estado tratando en este trabajo, probablemente porque son constitutivos de la identidad argentina y porque exigen una «dirección hacia»: el viaje conduce a algún sitio, la valentía es una meta que exige una gran movilización para alcanzarla, el tema central de civilización y barbarie contempla la posibilidad de la síntesis o el esfuerzo de la separación. En ese momento en la Argentina no hay dirección, sólo un movimiento de ebullición y efervescencia en una caldera que muy pocos años más tarde, estallará. Por eso Dormir al sol anticipa en algo un momento histórico, pero no profundiza en él. La duda lleva a Luicio Bordenave a la locura y al aislamiento, a la pérdida de su identidad. Lo mismo pasará con Argentina: los enfrentamientos internos de las facciones acabarán en violencia y terrorismo. Los que vendrán a «poner orden», la sumirán como a Bordenave en la locura, el aislamiento y la falta absoluta de identidad.




B. La aventura de un fotógrafo en La Plata

En 1985, fecha de la publicación de esta novela, lo peor ya ha pasado para la Argentina. Perón murió en 1974, cuando estaban en su apogeo los enfrentamientos que ya mencionamos, y lo sucede su esposa, María Estela Martínez de Perón, (conocida como «Isabelita»), cuya ineptitud sumió al país en un período bastante oscuro. Su asesor, Jorge López Rega, ex cabo de la policía, fue el jefe encubierto de la Triple A y se recrudeció -al nivel de la violencia constante y los estallidos terroristas continuos- el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda peronistas. En 1976, una junta militar integrada por los comandantes Videla, Massera y Agosti, derrocó al gobierno de Isabel Martínez iniciando así casi una década de sangrienta dictadura que tuvo como saldo el empobrecimiento moral y económico de la Argentina, una generación de desaparecidos -probablemente aquellos que eran los jóvenes de la guerra del cerdo- y una sucesión de apatía política desconfianza y escepticismo.

La aventura se publicó en 1985 cuando, pese a que ya han pasado tres años de la recuperación de la democracia, con el gobierno radical del doctor Raúl Alfonsín, la tranquilidad aún no se había recobrado. Probablemente esta novela sea una reacción tardía de Bioy hacia la dictadura militar, desde la democracia. Así como en el Diario todavía había ecos de la crítica al peronismo a más de una década de su caída, La aventura es probablemente la respuesta al gobierno totalitario, pero sólo cuando se ha llegado a la otra orilla, en este caso, la democracia. Es decir que, aunque publicada en 1985 esta novela refiere claramente al período que va de 1976 a 1983.

El llamado «Proceso de Reorganización Nacional» que planteó la Junta militar, implicó secuestrar, torturar y asesinar en la clandestinidad a más de 30000 personas que supuestamente -ya que jamás hubo juicios ni pruebas- habían participado en actividades terroristas o subversivas. Este método que se mantuvo casi en secreto (aunque en realidad era un secreto a voces ya que los operativos se realizaban a veces en pleno día) generó terror, silencio y una gran paranoia. Si en Dormir al sol la pregunta es quién es quién o quién es uno mismo, en La aventura la pregunta implícita es quién es el otro y básicamente si ese otro es un enemigo oculto o potencial. Esta novela tiene el clima que tenía la Argentina durante esa década y que aún permanecía como un halo imborrable de temor después de tres años de democracia. En un reportaje de la revista Puro Cuento, hay un diálogo revelador entre Bioy y el periodista:

P: Yo diría que, aunque pudiera no parecerlo, su propia literatura ha sido comprometida, porque ha sido tremendamente apasionado.

ABC: Desde luego, desde luego...

P: La alusión en su obra creo que está presente en todo momento y en ese sentido creo que es superior a la de algunos de sus contemporáneos. Quiero preguntarle por cierto si ese hijo perdido en La aventura de un fotógrafo en La Plata tiene que ver con la tragedia que vivió el país durante la última dictadura ¿Es un desaparecido?

ABC: Pero naturalmente... Claro que sí... Es de algún modo simbólico de lo que paso. Esa realidad que me rodeaba me obligó a escribir mi historia. Que es como una metáfora, a mi manera, de lo que estaba pasando1.



Partiendo de esta confesión que reafirma la tesis de la referencia a la realidad argentina, trataré de verificar cómo se desenvuelven los tres motivos que hemos seguido.

En La aventura encontramos a Nicolasito Almanza, nombre de por sí risueño, al término de un viaje. Ha llegado al lugar deseado. El punto de origen es Las Flores, una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires, el punto de llegada, que le da el título al libro, La Plata, capital de la provincia y ciudad bastante populosa pero presentada en el libro como una aldea. Evidentemente Nicolasito viaja hacia la civilización donde lo «esperarán sorpresas». La ciudad lo deslumbra. Es típico el deslumbramiento que produce la ciudad en aquellos que llegan del interior, pero en este caso sólo resalta la ingenuidad del protagonista. Dice Trinidad Barrera:

Nuestro protagonista ve La Plata como un espacio parcial y fragmentado, su enfrentamiento novedoso a la ciudad provoca en él un efecto de extraposición, que lo hace percibirla como un objeto estético que registrará gracias a la máquina fotográfica [...] No existe en el joven integración con el espacio, ve desde afuera, filtra la realidad. El resultado es una ciudad fantasmagórica de nieblas y luces metálicas2.



Allí Almanza se encuentra con distintos grupos de «amigos» con los que se relaciona y a los que va guardando distintas «lealtades». Estos grupos son antagónicos entre sí, lo que sitúa a Almanza en una especie de campo de fuerzas opuestas. Esta situación, aunque lo perturba, parece agradarle también ya que le permite ser leal con todos y dudar de todos, pero su única felicidad consiste en hacer lo que debe: fotografiar.

Es posible que estos grupos con los que Almanza se integra (o a los que fotografía) representen los grupos antagónicos de la Argentina previa y contemporánea a la dictadura. Lo primero con lo que Almanza tropieza es la familia Lombardo cuyo padre tratará de utilizarlo y sus dos hijas, Julia y Griselda, de seducirlo. Puede ser que la familia Lombardo represente lo que los jefes militares llamaban la subversión. Pero dentro de esa gran masa indiferenciada para los militares había por lo menos dos partes. Una la de los grupos organizados, algunos de ellos involucrados en la lucha armada (Montoneros, Ejército Revolucionario Popular, Juventud Peronista, etc.) y por otro lado, toda la juventud intelectualizada, alentada y dirigida por muchos de los hombres del 55, que se acoplaron activa e ideológicamente a los grupos revolucionarios. En este último grupo convergían jóvenes de diversas tendencias (los ya previstos por Bioy en el Diario) que fueron las verdaderas víctimas de la represión militar. A éste se lo ha catalogado de «albóndiga» primero, ya que constituían una masa mixta pero amalgamada en sus ideales, más tarde se los trató de «idiotas útiles» refiriéndose al empleo que hicieron de ellos los grupos organizados y finalmente de «carne de cañón» porque fueron en su mayoría los caídos.

Los Lombardo, especialmente el padre, que realizan actividades oscuras y están constantemente intrigando y tratando de aprovecharse de Almanza representan a los grupos organizados de la llamada subversión. Tanto Almanza (que a pesar de involucrarse se mantiene a salvo tras su cámara) como Laura y Lemonier, entran dentro del segundo grupo. La descripción de Lemonier corresponde a la del joven intelectual un poco ridiculizada:

Fue a sentarse con ellos un muchacho de poca estatura, menudo, de frente ancha, que debía de ser joven, casi un chico. Un chico avejentado con anteojos de cristales gruesos3.



Lemonier no calla sus pensamientos y esto lo ubica entre las víctimas:

La Plata tiene la mejor de todas las tradiciones: la del país grande y próspero que fuimos [...]. Es claro que entre nuestras más auténticas tradiciones está una que te regalo: la de los malos gobiernos.

-¿Todos te parecen malos? -preguntó Mascardi-. ¿No serás medio anarquista?4



La barbarie, en este punto de la historia del país y desde el discurso oficial, es la oposición, la crítica, el pensamiento. Lo que antes caracterizaba a la civilización como un elemento primordial se encarna ahora en la supuesta barbarie. La fuerza bruta, que primaba en el concepto de barbarie, tiene lugar en la «civilización». Ya se ha mencionado que, caído el régimen peronista y en base a cierto renacimiento cultural, los polos de civilización y barbarie comenzaban a desaparecer. Veinte años más tarde están mezclados y confundidos. He citado ya a Maristella Svampa que dice refiriéndose a otra época una frase que muy bien se aplica a ésta, «Ya no se trata tanto de autolegitimarse como agente de civilización sino de justificar la captura del poder a causa del salvajismo de las masas». El llamado proceso de reorganización nacional que no debía controlar masas, intentó controlar el pensamiento, justificó la captura del poder con un discurso oficial falaz y se apropió del salvajismo que achacaba a sus enemigos para exterminarlos.

Para representar esta parte de la historia hay otro grupo oscuro en la novela: el de los represores, entre los que -en diferentes grados- se encuentran: Mascardi, doña Carmen, Pedrito (que aparece sólo una vez), el funebrero Lo Pietro y su empleado. Mascardi, que es el único amigo de Almanza cuando llega a La Plata, es un claro representante de la represión. Esto se comprueba en el primer diálogo que sostienen, hablando de la patrona de la pensión. Dice Mascardi:

Conmigo mansita, mansita. Claro que soy de la policía y quien te dice que la vieja no me tenga su respeto. No te preocupes, a vos también te va a respetar5.



Apenas más tarde cuando lleva a comer a su amigo, Mascardi dice:

-Si alguien viene a conversar con nosotros, ni te acuerdes que soy policía. Este elemento mira con malos ojos al chafe.

-Los que te conocen ¿por qué van a desconfiar?

-Esta gente está muy quemada, te digo más: el sector estudiantil está infiltrado por espías de toda laya6.



Almanza se siente a menudo perseguido por Mascardi y éste siempre parece saber más de lo que debería, como si tuviera de alguna manera la posibilidad de inmiscuirse en la vida de los que lo rodean.

Todo esto que fue verdaderamente trágico en la historia argentina, está narrado de una manera casi risueña. No es que Bioy le reste importancia -por el contrario, le está dedicando una novela- sino que está poniendo énfasis en el desconcierto de Almanza, que en realidad se deja llevar sin saber nunca demasiado bien qué está pasando realmente a su alrededor. Dice José Miguel Oviedo:

Almanza se ve reclamado por tensiones cada vez mayores, envuelto en pugnas que no entiende, instalado en una realidad crecientemente sospechosa: ¿es cada amigo un traidor y cada confidente un enemigo que conspira a sus espaldas? El aislamiento mental de Almanza aumenta continuamente y eso lo hace más dependiente de la información que recibe de los grupos rivales de amigos y enemigos7.



Como Almanza se sentían muchos argentinos durante esta época, en un clima opresivo en el que sucedían cosas no muy claras pero que debían aceptarse sin remedio.

Doña Carmen, la dueña de la pensión, es una espía permanente y confesa. No sabemos con qué motivo pero sí sabemos que respeta a Mascardi. Ella misma lo confiesa con una contradicción que bien se puede interpretar como una parodia de la indecencia que implica espiar: «Sepa bien que desde la ventanita de mi pieza lo estoy espiando. Queda bien sentado entonces que ésta es una casa decente»8.

Un tal Pedrito, descrito sólo como «un muchacho de campera», llega al restaurante donde almuerzan Almanza, Mascardi y Lemonier. El segundo lo presenta a los demás y él se limita a «escudriñar a Lemonier con atención y desconfianza»9. Un poco después, Lemonier desaparece. Supuestamente se lo ha llevado la policía. Su compañera, Laura, responsabiliza a Mascardi, al que acusa de estar en complicidad con Pedrito. Mascardi nunca reconoce su culpa y cuando Almanza lo interpela, él se jacta de haber intervenido para que lo dejen en libertad. Almanza desconfía.

El funebrero Lo Prieto y su «mono» son en realidad cómplices de Lombardo y es éste quien envía a Almanza a la funeraria, la primera vez para buscar un sobre que no sabemos qué contiene. La segunda vez nunca sabremos con qué motivo aunque Almanza cree que es para que Lo Pietro lo convenza de recuperar al hijo desaparecido de Lombardo, para que éste cobre un seguro de vida. Pero esta segunda vez se produce una escena que se puede considerar también una especie de parodia de los operativos de represión que se realizaban durante esta época y que implicaban prácticamente a toda la población.

Almanza es atacado por el enorme empleado de Lo Pietro, que empuña una jeringa. Este personaje está constantemente asociado con un mono: «Entrevió entonces la cabeza con el pelo engominado, peinado para atrás, del gigante que parecía un mono» o «Porque a más de Lo Pietro está el mono, un verdadero gorila»10. Conviene en este punto recordar algunas cosas. El tradicional apelativo «gorila» se utilizó en Argentina en principio para designar a los antiperonistas, y luego al igual que en otros países se trasladó a los militares y finalmente a todo matón o guardaespaldas. En segundo lugar, éste es un represor encubierto (a diferencia de Mascardi que es oficial) probablemente representante de los grupos parapoliciales que llevaban a cabo los operativos. Finalmente conviene ver que está relacionado no con la oficialidad sino con Lombardo a quien hemos considerado representante de los grupos revolucionarios organizados. Julia, quien será la amada de Almanza, lo previene «Lo Pietro es el compinche malo»11. Esto genera cierta confusión y una evidente sugerencia de lo relativo de los límites entre los grupos antagónicos.

El último de los grupos que resta identificar es el que conforman Gruter y su asistente Gladys. Es posible que éstos representen al ciudadano común que como Almanza se ve rozado por lo que sucede sin intervenir directamente. Tienen también alguna conexión con la Iglesia ya que llaman a la familia Lombardo «el mismo satanás» y a Gladys le brota a veces una «vocecita» como de poseída, que advierte a Almanza de los peligros diabólicos que ofrece la mentada familia. Frente a la actitud represiva del gobierno militar, más bien subterránea y secreta al menos en su parte más brutal, tanto la Iglesia como el ciudadano común se vieron desconcertados y en una gran mayoría se unieron al discurso oficial considerando diabólica a la subversión y origen de todos los males del país. Esta actitud fomentó el colaboracionismo y generó una frase que se oyó durante mucho tiempo «si se lo llevaron, algo habrá hecho».

Es posible que Nicolasito Almanza represente al grupo dentro del cual Bioy se siente integrado. Sabemos que ya desde El sueño de los héroes y mucho más en el Diario de la guerra del cerdo, hay una duda acerca de las virtudes del grupo al que pertenece, también hay cierta admiración por la zona de la barbarie. En esta novela se reconoce una posición intermedia. Ya no se trasluce el intelectual reaccionario que asocia populismo con barbarie, ni el viejo resignado que prefiere su mezquindad a la falta de motivaciones de la juventud. El héroe es parte de una sociedad en peligro de desintegración y siente simpatía o lealtad, según el caso, por los grupos antagónicos que lo circundan y un rechazo evidente por toda forma de represión. Almanza, por sobre todas las cosas, está dedicado a lo suyo: es fotógrafo, profesión que obviamente podemos asociar con la de escritor. Su misión es hacer buenas fotografías. Bioy declara que su compromiso con la realidad, por más fatídica que esta sea, consiste en escribir. No puede tomar un partido definitivo, sencillamente se aboca a retratar el momento especial que merece ser retratado.

En cuanto al motivo de civilización y barbarie se han confundido los polos y en cuanto al del viaje, en lugar de cerrar el círculo -como sucede en el Diario- se deja abierto permanentemente porque ahora se tiene plena conciencia del valor de la misión. Nicolasito Almanza sigue viaje, a pesar de haber encontrado el amor, porque su único destino es tomar fotografías. Pero el motivo del coraje está ausente, al menos en su forma más literal, en esta novela. Es posible que el mayor coraje radique en poder seguir confiando y desconfiando y en dejarse llevar por la propia, insustituible misión. Esto no es casual ya que el coraje, por esta época ya no era un mito deseable sino un pasaporte seguro a la tortura y a la muerte. No sabemos qué se ha hecho del hijo de don Juan Lombardo. No queda claro si ha sido víctima de un filicidio, si sencillamente huyó o si encamó el coraje al enfrentarse radicalmente a la imposición del padre. Al igual que a Lemonier, la sinceridad le cuesta la vida o provoca su ausencia o su «desaparición». Una ausencia no aclarada como fue la de muchos argentinos que si no eran secuestrados debían marcharse al exilio bajo amenaza de muerte.

Falta consignar dos elementos importantes en esta novela, dos fotografías que Bioy toma de la realidad nacional. La primera es la reconciliación final. Al acabar la novela, a instancias de Almanza, los grupos antagónicos se reúnen en una cena de reconciliación. El más llamativo de estos reencuentros es el de Lombardo con Mascardi. Evidentemente, Bioy se refiere a la posible conexión entre los grupos revolucionarios, especialmente a sus jefes, y a la represión. Es verdad que así como muchas de las 30000 personas que se consideran desaparecidas no habían participado jamás en ninguna actividad política igualmente fueron víctimas, los jefes de algunos de los grupos verdaderamente involucrados en actos terroristas, como Mario Firmenich, jefe de los Montoneros, permanecieron indemnes y salvaron la vida. Sólo Laura y Lemonier, verdaderos representantes de la juventud idealista, no acuden a la cena.

El segundo elemento que persiste durante toda la novela como un fantasma acuciante es el problema económico. Durante la época de la dictadura a la que la novela se refiere, el malestar económico estaba hábilmente disimulado, al principio por la censura y la represión. Luego vinieron las fiestas populares como el Mundial de fútbol de 1978 con sede en la Argentina cuya victoria fue celebrada en medio de la algarabía popular. Más tarde fue la construcción de enormes autopistas por las cuales el país terminó de endeudarse y finalmente una guerra contra Inglaterra por la soberanía de las Islas Malvinas que concluyó en desastre. Pero ya en épocas de democracia, cuando Bioy escribió la novela, las consecuencias de la mina se hacían sentir y hacían tambalear al gobierno Alfonsinista. Nicolasito Almanza recorre toda la novela y las calles de La Plata, acosado por la falta de un dinero que nunca termina de llegar. Sufre las necesidades propias de la pobreza: pasa hambre, siente temor a ser desalojado, le faltan de materiales para trabajar. En esa situación se encontraba la Argentina en el 85, acosada por el fantasma de la hiperinflación, que terminaría en una verdadera crisis económica en el 89. Es inevitable que Bioy refleje esto en su novela. La llegada de la ayuda económica propicia tanto el viaje de Almanza, que puede seguir adelante, como la reconciliación entre los grupos.

Una vez más la mujer, Julia, a pesar de ser un hito y de abrir un nuevo espacio en la vida de Almanza -Al igual que Clara en El sueño y Nélida en el Diario- no consigue detener el destino del hombre, a pesar de que este no es aciago como en el caso de Gauna o resignado y solitario como en el caso de Vidal, sino vocacional. Esta novela marca el momento de mayor claridad con respecto a la relación de los textos con la realidad argentina. La misión es captar la escena y transmitirla. Daniel Martino cita un prólogo de Bioy a un libro de fotografías que dice:

Por medio de su cámara el fotógrafo sustrae del río del tiempo el mundo que lo rodea. Puede afirmarse que el fotógrafo es artista cuando descubre los momentos más expresivos de la verdad de ese mundo, su modelo, y consigue perpetuarlo hermosamente y tal cual es, como si le robara el alma12.







 
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