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Acto segundo



ESCENA I
DOÑA JUANA.
Dos criados que están adornando el salón.
JUANA. (Al salir.)
¿Cuándo han de acabar ustedes?...
Si una se duerme en las pajas,
dejarán llegar la noche
sin estar lista la sala.
¿Qué gruñes tú?... Y tú, Domingo,
ve a ponerte la casaca
de librea..., la más nueva,
que está sólo apolillada...
¿No vas?... ¡Quien quiera gallegos,
en las costillas le caigan!
 
ESCENA II
DOÑA JUANA.
JUANA. (Mirándose a un espejo.)
¡Válgame Dios, cómo estoy!...
Tan sucia y desaliñada
que da grima...; con el polvo
tengo la cabeza blanca
como la nieve, y los ojos
no se me ven en la cara.
Mas así que me componga,
tan fresca y tan rozagante;
mi polonesa listada,
mi guardapié de soplillo,
mi collar y mi bufanda...
 
ESCENA III
DOÑA JUANA, DON CARLOS.

Entra éste con recato, en traje de camino; se acerca a DOÑA JUANA y la coge del brazo.

JUANA. (Con sobresalto.)
¡Animas benditas!...
CARLOS.                                      ¡Chito!
Que me pierde usted.
JUANA.                                        No es mala
la manera de llegar...
CARLOS. Perdone usted, doña Juana;
si estuvierais como yo...
JUANA. ¡Cierto que estoy para gracias!...
Con el susto que he llevado,
tiemblo como una azogada...
CARLOS. Siquiera escúcheme usted,
y luego en seguida haga
lo que quiera...
JUANA.                              Lo que quiero
es que me den calaguala
para ver si vuelvo en mí...
CARLOS. Señora, si eso no es nada...
JUANA. Para usted no, de seguro;
por otra burla pesada
malparí no ha treinta años...
CARLOS. Oiga usted una palabra,
por su vida...
JUANA.                           Bien, ¿qué hay?
CARLOS. Yo me hallaba en Salamanca...
JUANA. Al grano.
CARLOS.                       Y luego que supe
que esta noche...
JUANA.                                   ¡Y buena falta
hará el señor bachiller
en el duelo de su hermana!
CARLOS. ¿Qué me importa a mí su duelo?
JUANA. Al fin es cuñado, y hasta.
CARLOS. Supe que toman los dichos
a Luisita, que la casan...
JUANA. ¿Y viene usted a la boda?...
¡Pues es linda la humorada!
CARLOS. ¡Qué boda!... Por Dios, siquiera
óigame usted...
JUANA.                                  Si no acaba...
CARLOS. Yo la amo más que a mi vida...
JUANA. Pero ¿a quién?...
CARLOS. (Con vehemencia.)
                                   Ella me ama...,
o lo decía, a lo menos...
Mil veces me dio palabra
de ser mía, lo juró,
y yo en esa confianza
era el hombre más feliz,
cuando recibo su carta...
JUANA. ¿De quién?
CARLOS.                           De ella misma.
JUANA.                                                         ¡Dale!
Si no sé de quién se habla...
CARLOS. ¡Ahora salimos con eso!
JUANA. ¿Pues qué quiere usted que haga
si ensarta a un tiempo mil cosas
sin estar una enterada?
CARLOS. Pues bien: yo adoro a Luisita.
JUANA. ¡Santa Brígida me valga!
CARLOS. La adoro, y privarme de ella
es como arrancarme el alma.
JUANA. ¡Si mi niña lo supiera!
Ella que es tan recatada...
CARLOS. ¡Si nos queremos los dos!...
JUANA. ¡Querer a usted la muchacha!
CARLOS. Ella, ella misma, señora...
JUANA. ¡Sí, que a mí me la pegara!...
CARLOS. (Con impaciencia.)
Pues se la ha pegado a usted:
me hablaba por la ventana;
nos veíamos en misa,
en el paseo, en su casa;
me daba citas por señas;
me escribía a Salamanca;
me ha enviado su cabello;
aquí tiene usted sus cartas,
sus prendas..., que hasta este día
tuve en mi pecho guardadas... (Se las muestra.)
JUANA. (Santiguándose.)
¡Jesús!... ¡Jesús!... Dicen bien;
que ya nacen enseñadas;
y una muñeca de quince
da a una vieja cruz y raya.
¡Mire usted la hipocritilla!...
CARLOS. No perdamos en palabras
estos momentos preciosos...
JUANA. ¿Pues qué quiere usted?
CARLOS. Hablarla.
JUANA. A Luisita...
CARLOS.                           Un solo instante...
JUANA. Qué, ¿ya quiere enamorarla?...
CARLOS. No es eso...
JUANA.                             ¡Temprano empiezan
a hacerle a don Juan la barba!
CARLOS. ¡No es eso, por Dios! Quisiera
que usted aquí la llamara...
JUANA. ¡Yo!
CARLOS.                Sin que nadie lo sepa...
JUANA. Pues eso no más faltaba.
¡Meterme en la orden tercera
y salir luego emplumada!
CARLOS. Si no se trata de amores
ni de cosa alguna mala;
mi intención es sólo verla,
decirle adiós y dejarla
para siempre...
JUANA.                               ¡Ah!
CARLOS.                                            Devolverle
cabello, prendas y cartas...
JUANA. Siendo así... ¡Pero cuidado!...
CARLOS. Le empeño a usted mi palabra...
JUANA. Como ésas dan los mozuelos
y luego el diablo las carga.
CARLOS. ¡Vaya usted, yo se lo ruego!
Le juro a usted que si tarda
no sé qué será de mí...
JUANA. (Al irse.)
¡Pobrecillo!... Se le saltan
las lágrimas... Me recuerda
a mi Pedro de mi alma.
 
ESCENA IV
CARLOS.
CARLOS. (Paseándose con agitación.)
La veré..., me oirá..., sabré
qué es lo que dice la ingrata;
y si se atreve siquiera
a mirarme... Ella esperaba
traspasarme el corazón
y reír de mi desgracia
en los brazos de otro hombre...
¡De otro hombre! No, te engañas.
¡Mientras yo viva, ninguno
te poseerá! Mucho tarda...
¡Ella es..., ella...; oigo sus pasos
y hasta el aliento me falta!
 
ESCENA V
DON CARLOS, DOÑA LUISA.
LUISA. (Acercándose con timidez.)
¡Eres tú, Carlos! ¿Qué quieres
de esta infeliz?... Ten siquiera
lástima, ya que otra cosa
a tus ojos no merezca.
¡No respondes!... ¡Habla al menos,
no te hagas, Carlos, violencia!
¡Por mucho que tú me digas
más me ha dicho y con más fuerza
mi corazón!
CARLOS.                         ¿Me has escrito
tú esta carta?... Dí, contesta:
¿es tuya?...
LUISA.                         Escúchame antes...
CARLOS. ¿Es tuya?...
LUISA.                         Si tú supieras...
CARLOS. ¿Es tuya?... Pero ya leo
en tu rostro la respuesta.
Tú la has escrito, tú misma...
¿Por qué motivo lo niegas?
Mírame; yo estoy tranquilo,
¿no lo ves?... No te doy quejas.
¿De qué?... ¡Quien fía en mujeres,
qué otra recompensa espera!
LUISA. Oye al menos...
CARLOS.                              ¿Y a qué fin?...
Sin escuchar tu defensa
yo te disculpo... Tu madre
ha redoblado en mi ausencia
ruegos, súplicas, instancias;
tú, sola, débil, expuesta
a mil duros tratamientos,
sólo has cedido a la fuerza...
¿No es verdad?...
LUISA.                                ¡Carlos, por Dios!
CARLOS (Con amarga ironía.)
Si la vida te pidieran
la hubieras dado por mí,
mas faltar a la obediencia
de tu familia, privarla
de las ventajas que espera
de este enlace... Di: ¿es muy rico
ese hombre?... ¿Por qué tiemblas?
Habla, responde.
LUISA.                                  ¡Dios mío!
CARLOS. ¿Y te cubres de vergüenza
el rostro? Al asesinarme
debiste, aleve, tenerla.
LUISA. (Dejándose caer sobre la silla con una congoja.)
No puedo más...
CARLOS. (Sobresaltado.)
                                  ¡Luisa! ¡Luisa!
¿Qué tienes?... Habla siquiera,
desahoga tu corazón;
véngate de mis ofensas...
Si te amo más que a mi vida,
¡cómo quieres que te pierda
y tenga juicio!...
(Híncase de rodillas y le besa la mano con la mayor ternura; ella empieza a volver en sí.)
                                    Soy yo...
Mírame, Luisa, no temas...
¿No me conoces?... ¡Tu Carlos!...
¡Tu Carlos!... No, no me creas,
no nació para ser tuyo
este infeliz. ¿Por qué sueltas
la mano?... Déjame al menos
que contra el pecho la tenga,
que la estreche entre las mías,
que la bese y la humedezca
con mis lágrimas... ¿No sientes,
Luisa mía, cómo queman?
LUISA. Déjame, Carlos, por Dios...
CARLOS. ¡Dejarte!
LUISA. (Levantándose y mirando azorada.)
                    Si alguien nos viera...
CARLOS. ¿Y qué importa?... Ya no es tiempo
de disimulo y reserva.
¿No van a saber hoy mismo
que nos amamos? ¡Te alejas
de mí y ocultas el rostro!
¿Qué es esto, Luisa; te pesa
que te recuerde tu amor,
tus palabras, tus promesas?...
Habla, explícate, no tardes,
ni un instante te detengas.
¡Antes que sufrir tal duda,
la muerte misma quisiera!
Mas tu silencio me basta,
no más. (Hace ademán de irse.)
LUISA.                  Oyeme...
CARLOS.                                       ¿Qué intentas
decirme?
LUISA.                  Sólo pedirte
por Dios que no me aborrezcas...,
que no maldigas la hora
en que por la vez primera
me viste..., que me perdones,
si no por mí, por la pena
que me está ahogando... ¿No quieres
ni cine ese consuelo tenga? (Va a arrojarse a sus pies.)
CARLOS. (Suspendiéndola.)
¿Qué haces, Luisa?
LUISA.                                  Dime al menos
que me perdonas...
CARLOS.                                      Contesta
antes...
LUISA.                  ¿Qué quieres de mí?
CARLOS. ¿Y a qué saberlo deseas,
si tu propio corazón
no te lo dice?...
LUISA.                             Si vieras...
CARLOS. Nada tengo ya que ver;
sólo exijo una respuesta
terminante y ahora mismo,
Dime, Luisa: ¿estás resuelta
a ser mi esposa o a serlo
de otro hombre? Si te queda
rastro al menos de mi amor,
si mi vida te interesa,
si no quieres ver la ruina
de quien no tuvo en la tierra
más bien, más dicha, más gloria
que esperar en tus promesas,
no vaciles un instante;
resuélvete, corre, entra
y ve a arrojarte a los pies
de tu madre; llora, ruega,
confiésale nuestro amor,
dile que depende de ella
nuestra suerte, nuestra vida;
yo mismo... (Ella hace ademán de detenerle.)
                        No me detengas:
no voy, ya lo sé.
LUISA.                                    ¡Dios mío!
CARLOS. ¡Mas oye, y siempre recuerda
lo que ahora voy a decirte!
¡Son las palabras postreras
que oirás de mí en este mundo!
Yo te pierdo, mas no creas
que otro hombre va a gozarse
en mi desdicha y mi afrenta...
Ve, perjura, ve a ofrecerle
amor y constancia eterna,
invocando al mismo Dios
que invocó tu falsa lengua...
Aquí, en su casa, en la calle,
donde quiera que le vea,
en el templo, en el altar,
antes que tu esposo sea
le arrancaré el corazón
y mil vidas que tuviera.
 
ESCENA VI
DOÑA LUISA, DON CARLOS, DON JOAQUÍN.
DOÑA LUISA corre a detener a DON CARLOS, y al momento de salir éste se encuentra con DON JOAQUÍN.
LUISA. Aguarda...
JOAQUÍN.                         ¡Carlos, tú aquí!
CARLOS. Déjame...
JOAQUÍN.                      Pero ¿qué es esto,
Luisita?
LUISA.                 ¿Dónde me oculto?...
JOAQUÍN. (Deteniendo a DON CARLOS.)
No te vas sin que primero
lo sepa todo... ¿Tan poca
confianza te merezco?...
Vuelve, Carlos, vuelve en ti...
LUISA. Hasta de mí misma tengo
vergüenza...
JOAQUÍN.                         Mas ¿qué ha pasado?
CARLOS. Lo sabrás.
JOAQUÍN.                        Dímelo...
CARLOS.                                               Luego...
JOAQUÍN. Ahora mismo...
CARLOS. (Desasiéndose de sus brazos.)
                               Cuando esté
vengado ya y satisfecho.
 
ESCENA VII
DOÑA LUISA, DON JOAQUÍN.
JOAQUÍN. ¡Luisa!...
LUISA.                       ¡Dejadme, por Dios!
JOAQUÍN. No quiero ser indiscreto;
pero aún más que las palabras
me dice vuestro silencio.
LUISA. Está bien..., cuanto queráis;
si compasión os merezco,
dejadme, por Dios, dejadme
a solas con mi tormento.
JOAQUÍN. Mas ¿a qué viene ese llanto?...
Si os oyen desde allá dentro
y se entera vuestra madre...
LUISA. ¡Mi madre!...
JOAQUÍN.                             Templad al menos
esa agitación; calmaos...
LUISA. ¿A quién en el mundo vuelvo
la cara? ¿A quién, infeliz?...
JOAQUÍN. A un amigo verdadero,
que hará cuanto usted le diga...
(DOÑA LUISA se vuelve y le estrecha las manos.)
Hago sólo lo que debo
y no más. Ha muchos años
conozco a Carlos; le quiero
como merece, y si él
me fiara su secreto,
nunca llegara este caso...
Pero, al fin, aún hay remedio
y es necesario intentarlo...
LUISA. (Sobresaltada.)
¿Qué vais a hacer?
JOAQUÍN.                                   Lo primero
es el hablar con mi tío...
LUISA. ¡No, por Dios! Ved cómo tiemblo
tan sólo de imaginarlo...
JOAQUÍN. Por algún medio indirecto...
LUISA. No, jamás.
JOAQUÍN.                    Tiene buen fondo,
es honrado y caballero...
LUISA. Ya lo sé...; por eso mismo
es mayor mi sentimiento.
JOAQUÍN. No querrá hacer infelices
a dos seres que nacieron
uno para el otro...
LUISA.                                  ¡Ay!
JOAQUÍN. Y en cuanto sepa el afecto
que os tenéis...
LUISA.                              Nunca, jamás;
morir mil veces prefiero.
JOAQUÍN. ¿Y decís que amáis a Carlos?
LUISA. ¡Ojalá le amara menos!
JOAQUÍN. Pues entonces, ¿qué queréis
hacer?
LUISA.              Ni sé lo que quiero,
sólo os pido por favor
que calléis este secreto
a todos..., y a vuestro tío...
JOAQUÍN. Pero entonces...
LUISA.                                     Yo os lo ruego...
JOAQUÍN. Bien, lo haré...; pero pensad
que vuestra dicha va en ello...
LUISA. Lo sé...
JOAQUÍN.                Que si calláis hoy,
mañana ya no hay remedio.
LUISA. Lo sé...
JOAQUÍN.                      Y por toda la vida...
LUISA. Ahogaré mis sentimientos
como una mujer honrada.
JOAQUÍN. No lo dudo; mas pensemos
si se encuentra algún arbitrio
antes que llegue ese extremo...
Carlos...
LUIS. (Con suma inquietud.)
                  ¿A dónde habrá ido?
Iba de cólera ciego,
fuera de sí, y es capaz...
Id pronto en su seguimiento,
buscadle y decidle...
JOAQUÍN.                                      ¿Qué?
LUISA. ¡Que hartas desdichas padezco
sin que me dé más pesares!
JOAQUÍN. Pero ¿le doy a lo menos
alguna esperanza?...
LUISA.                                        Id,
no tardéis; irá ya lejos...
JOAQUÍN. ¿Y qué le digo?
LUISA.                                 Decidle...
¡Que hasta mi vida aborrezco!
(DON JOAQUÍN se va por la puerta del foro y DOÑA LUISA se echa abatida en una silla.)
 

ESCENA VIII

DOÑA LUISA.
LUISA. Pobre Luisa, ¿qué será
de ti?... Mientras más lo pienso,
más dolor siento en mi alma...
Amo a Carlos, y le pierdo;
amo a mi madre, y la engaño;
me quiere un hombre, le aprecio,
y también voy a mentirle...
Voy a decirle que es dueño
de un corazón... que no es mío
y que está por otro ardiendo.
 
ESCENA IX
DOÑA LUISA, LA CONDESA.
Esta última abre con sigilo la puerta de cris tales y corre después atolondrada
CONDESA. ¿Estás sola?
LUISA. (Levantándose sobresaltada.)
                             ¿Quién?...
CONDESA.                                                              Soy yo...
¡Mira, Luisa, qué adefesio!...
(Enseña un tocado que trae en la mano.)
Yo misma me he horrorizado
al ponérmelo al espejo... (Lo tira.)
LUISA. ¿Qué haces, mujer?
CONDESA.                                      Pues ¿qué quieres?
¿Que vaya a espantar al duelo?...
Hurté el bulto a mí cuñada,
que está más negra que un cuervo,
sin que pegue el albayalde
en aquel áspero cuero...
Y me he entrado por la puerta
falsa por verte un momento...
¿No me lo agradeces, Luisa?... (Acercándose a ella.)
Pero ¿qué tienes?
LUISA.                                      No tengo
nada...
CONDESA.                  No es verdad...; si estás
toda temblando..., y advierto
que hasta te falta la voz...
LUISA. No es nada...
CONDESA.                              Dímelo presto...
así, en mis brazos, así...
Bien puedes abrir tu pecho
conmigo... ¿Qué tienes?... Habla...
LUISA. ¿A qué?
CONDESA.                  Sentirás consuelo
comunicando tu pena;
que aunque soy loca, no tengo
mal corazón; tú lo sabes...
LUISA. Tu hermano...
CONDESA.                            Sigue... Ya entiendo.
¿Ha venido?...
LUISA.                             Sí..., ha venido...
Me ha llenado de improperios,
me ha insultado... ¡Sabe Dios,
Leonor, que no lo merezco!...
CONDESA. No te aflijas, hija mía...
LUISA. El va a hacer un desacierto,
según salió...
CONDESA.                            No lo temas...
LUISA. Los ojos echando fuego,
más pálido que la muerte...
Y si halla a don Juan me temo
que suceda una desgracia...
CONDESA. No tengas ese recelo;
él no dará ningún paso
sin ir a verme primero...
LUISA. ¿Y si no va?... No le has visto
como yo... ¡Si daba miedo!
CONDESA. Sosiégate y no te apures;
ese primer movimiento
es natural; pero al fin
escuchará mis consejos...
LUISA. Pues ve, corre...
CONDESA.                                        Bien; ya voy...
LUISA. Si no está allí, manda luego
a buscarle...
CONDESA.                       Así lo haré...
LUISA. Dile que vaya al momento,
que le esperas, que estás mala...
CONDESA. Bien.
LUISA.                Y tenle allí sujeto,
a tu lado.
CONDESA.                     Bien está...
LUISA. Si se expone al menor riesgo...,
te lo digo con mi alma:
¡mira, Leonor, que me muero!...
CONDESA. ¿Y cómo te dejo así?...
Quieres que vaya, y te veo
en un estado...
LUISA. (Sollozando.)
                              No..., no...
CONDESA. Y si aquí permanecemos,
es fácil...
LUISA.                        Tienes razón...
CONDESA. Ve a tu cuarto con pretexto
de vestirte...
LUISA.                         ¡Buena estoy
para pensar ahora en eso!...
CONDESA. ¿Y qué has de hacer, si es preciso? (Dándole el brazo.)
Ven, hija mía; te dejo
allí y me vuelvo a mi casa...
LUISA. Vamos...; ni tenerme puedo...
CONDESA. ¡También voy yo con un gusto!...
Pero no tiene remedio;
cada cual a su papel:
tú, a tu boda; y yo, a mi duelo.
(Entran por la puerta de cristales.)

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