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La casa de las siete cabezas (Tradición malagueña)

Narciso Díaz de Escobar



Al poeta Salvador González Anaya.










I

Entre hermosos edificios,
tiene Málaga la bella,
sostén de sus hospitales,
amplia casa de comedias1.
Luce en ella su talento
aquel Francisco Correa
que en corrales cortesanos
años atrás aplaudieran,
y en la rica Andalucía
logró fama verdadera.
Con él está Luisa Robles2,
comedianta que celebran
desvanes y camarines
por su gracia y gentileza,
que tiene rostro de ángel,
y tiene voz de sirena.
Ya ha comenzado la loa,
y los aplausos con ella,
cuando a su rico aposento
el Alcalde Mayor llega.
Es Don Pedro Olavarría3,
noble, de ilustre ascendencia,
más temido que estimado,
en la ciudad malagueña,
pues siempre fue su justicia,
más que piadosa, severa.
Su esposa, que le acompaña,
luce galas y preseas4. —26—
y es imán de muchos ojos
y pasto de muchas lenguas,
que comentan y repiten
secretos de la Alcaldesa.
Enmudecen comediantes,
haciendo sus reverencias;
se descubren los oyentes,
según los bandos ordenan,
y sólo gentil mancebo
aquel mandato desprecia,
revolviendo sus espaldas
y cubriendo su cabeza.

Es Don Álvaro de Torres,
el más audaz calavera,
el galán entre galanes,
favorito de bellezas.
Es aquel afortunado,
de quien maldicientes cuentan,
que mereció los favores
de la orgullosa Alcaldesa.
Esta, que notó el desprecio,
hace a su esposo advertencia,
y van y vienen golillas5,
y se oyen frases y quejas,
hasta llegar al insulto
que con voz alta y enérgica,
dirige el noble mancebo,
del propio Alcalde en ofensa.
Burlando a los alguaciles
que harto temerosos llegan,
deja Don Álvaro el patio
y se refugia en la escena,
donde damas le protegen,
y comediantes le cercan.
Allí acuden los golillas,
y es vana la resistencia6,
pues el galán, prisionero,
su espada por fin entrega,
mientras acaba la loa
y comienza la comedia,
una de las más hermosas
de Don Francisco de Leyva7
aquel autor malagueño
cuyas creaciones eternas
reverdecieron laureles
de Tirso y Lope de Vega. —27—


II

Sentado se halla Don Álvaro
a solas en su prisión8,
enlazando los recuerdos
del lance que provocó,
cuando las puertas se abren,
y del carcelero en pos,
altivo, ceñudo y fiero,
entra el Alcalde Mayor.
Don Álvaro nada oculta
al dar su declaración,
y el Escribano Morquecho9
como buen adulador,
interpreta a su manera
cuanto el mancebo expresó,
dando placer a Don Pedro
y al galán indignación.
Nadie sabe, nadie cuenta
lo que después ocurrió;
más Don Pedro Olavarría
buscaba aquella ocasión,
que Don Álvaro, a su vez,
tampoco la rechazó,
y hablar debieron bastante
solos, muy solos, los dos.


III

Cuando la luz de la aurora
las calles iluminaba,
de la cárcel malagueña,
allá en la reja más alta,
el cadáver de Don Álvaro
levemente se agitaba.
Llamó justicia a la muerte
por su autoridad dictada,
aquel infame, que era
Alcalde Mayor de Málaga.
Miraron nobleza y pueblo,
a la naciente mañana,
con terror tanta injusticia,
con espanto aquella infamia;
ellos, ahogando coraje;
ellas, derramando lágrimas. —28—
Mas una voz entre todas
alzó el grito de venganza;
era del alma aquel grito,
era la voz de una dama,
era el enérgico acento
de Doña Sancha de Lara10.


IV

A la corte esplendorosa
del Rey Don Felipe cuarto,
a la corte donde brillan
artistas y literatos,
donde aventuras galantes
se atropellan a diario,
donde logran Calderonas11
favores del Soberano,
que se regocija en fiestas
del Buen Retiro y del Pardo,
llega altiva Doña Sancha,
ilustre timbre invocando,
para demandar justicia
contra un Alcalde tirano.
Envuelta en las negras tocas,
llenos los ojos de llanto,
justicia pide al Monarca
contra aquel hombre malvado,
que vida quitó a su deudo,
que mandó ahorcar a Don Álvaro.
Escuchó el Rey Don Felipe
punto por punto aquel caso,
y levantando a la dama,
con acento emocionado
le dijo: -Sabed, señora,
que si ese Alcalde ha abusado
de la autoridad excelsa
que deposité en sus manos,
habrá de ser el castigo
mucho mayor que el agravio-.
Y en el momento dispuso
que saliese un emisario,
que haciendo grande secreto,
sin ser de nadie notado,
formase pronto proceso
para él después sentenciarlo. —29—


V

No fue tarda la justicia,
ni su ejecución fue tarda,
pues, comprobados los hechos,
miraron una mañana,
entre dudas y sorpresas
los habitantes de Málaga,
sobre patíbulo infame,
en el centro de la plaza12,
la cabeza de su Alcalde
en picota ensangrentada.
Cerca otras cinco cabezas
vieron  recién cortadas,
de los que tomaron parte
en aquel horrible drama,
y en un cartel sobre ellas,
escritas estas palabras:

¡Esta es justicia del Rey!
¡Quien mal hizo su mal paga!


VI

En la fachada de piedra
de aquella vetusta casa
que fue la vivienda triste
de la noble Doña Sancha13,
quedaron siete cabezas
por hábil mano grabadas,
recordando muchos años
a los vecinos de Málaga,
la justicia de su Rey,
lo sangriento de aquel drama
y la entereza sublime
de Doña Sancha de Lara. —30—





FUENTE:

Narciso Díaz Escobar, «La casa de las siete cabezas», Curiosidades malagueñas: colección de tradiciones, biografías, leyendas, narraciones, efemérides, etc., que compendiaran, en forma de artículos separados, la historia de Málaga y su provincia, Málaga, Tip. de Zambrano Hermanos, 1899, págs. 25-30.



Edición: Pilar Vega Rodríguez.



 
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