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1

No sería tal vez, inútil, por más que nos arrastre más lejos, insistir sobre el lado malo de este deseo de dar una forma nueva y original a todos los conocimientos adquiridos. Busca este deseo el cambio por el amor al cambio, y no se contenta nunca con lo que está bien. Multiplica las variaciones de forma y de expresión para representar los mismos hechos, lo que no tiene otro resultado que el de complicar inútilmente todos los asuntos; además, discute todo lo establecido, únicamente porque está establecido, de modo que no hay nada sólido. Es el temor de este amor febril del cambio que ha hecho conservar, a pesar de su imperfección, ciertos libros, como, por ejemplo: Los Elementos de Euclide, que fueron adoptados por casualidad.

Los entendimientos naturalmente sumisos consideran esto como menos pernicioso que la lucha que se entablaría entre los entendimientos bulliciosos y revolucionarios, trasformando y cambiando todo a porfía, sin haber tribunal para ponerlos de acuerdo.

Una máxima conocida en la táctica legislativa es que. no puede adoptarse ningún proyecto sin enmienda de una cámara popular: no está en la naturaleza de las colectividades humanas aceptar cualquier cosa con simplicidad y sin poner mano en la masa.



 

2

En su República, para producir una raza fuerte y enérgica, Platón interdice no solo los aires que le parecen peligrosos, sino también los instrumentos que mejor convienen a estos aires. No permite más que la lira y el arpa, y la flauta de Pan para los pastores que guardan sus rebaños; en cuanto a la flauta y a los instrumentos de cuerda más complicados, los desecha todos. Prohíbe los aires lúgubres, apasionados o demasiado dulces, así como los que están en uso en los festines; no tolera más que el estilo dórico y el frigio, que están los dos en armonía con pensamientos tranquilos, enérgicos y varoniles, y prescribe que se conformen a ellos el paso y los movimientos del cuerpo.



 

3

Todos los que ejercen una autoridad, de cualquier naturaleza que sea, debían conocer a fondo las condiciones y los principios generales del castigo, tales como están expuestos en el código penal de Bentham.

El modo lato y completo con que está tratada esta cuestión no puede servir más que de ayuda a la experiencia personal de cada uno; daremos pues aquí un sucinto resumen de sus principios.

Después de haber definido bien el verdadero fin del castigo, Bentham indica las circunstancias en las que no conviene recurrir a él: primero, cuando no es motivado, es decir cuando no ha habido daño positivo -la parte perjudicada conformándose con el daño recibido-, o cuando el daño está más que compensado por un beneficio más importante; en segundo lugar, cuando es sin acción, lo que comprende, los casos en que la ley penal es desconocida por el culpable, aquellos en que ignoraba las consecuencias de sus hechos, y por fin aquellos en que no ha obrado libremente; en tercer lugar, cuando no reporta ningún beneficio, es decir cuando los malos efectos del castigo sobrepujan los de la falta (los malos efectos del castigo, que conviene unir y pesar con los buenos son: la violencia, la inquietud que causa la aprehensión, el sufrimiento positivo impuesto al culpable, el sufrimiento causado a todos los que simpatizan con él.) Luego vienen los casos en que el castigo no es necesario, es decir aquellos en que el resultado puede obtenerse con más facilidad: por ejemplo por la instrucción y la persuasión; Bentham coloca de un modo especial, en esa última categoría, la propagación de los principios perniciosos en política, en moral, o en religión. Por la instrucción y el razonamiento, y no por medidas penales, es como debe combatirse esta clase de delito.

Pasando luego a lo que llama economía del castigo, Bentham insiste sobre la necesidad de dar al entendimiento una idea exacta de lo que es el castigo. Así pues, los mejores castigos son los que más fáciles son de aprender o retener, y que, al propio tiempo, parecen mas bien más grandes que más pequeños de lo que son realmente; pero el punto culminante es la medida del castigo: 1º: debe con claridad hacer más que contrapesar el beneficio de la falta: por esto entendemos no solo el beneficio inmediato, sino que también todas las ventajas positivas o imaginarias que han impulsado al culpable a cometerla; 2º. cuanto más grande es el daño que resulte de la falta, más considerable puede ser el gasto que debe hacerse para castigarla; 3º: cuando entran dos faltas en comparación, el castigo de la más grave debe preferirse al de la más pequeña, así pues, el robo a mano airada está siempre castigado con más severidad que el robo sencillo; 4º: el castigo debe ser calculado de manera que suministre, para cada parte del daño causado por el culpable, un motivo correspondiente que le aparte de él; 5º: el castigo no debe traspasar la medida indispensable para llegar al fin que se proponen; 6º.: hay que tener cuenta de todas las circunstancias que hacen a los culpables más o menos sensibles al castigo -de su edad, sexo, fortuna, posición, etc., pues si así no fuera, la misma pena castigaría evidentemente de un modo desigual; 7º.: el castigo debe ser tanto más fuerte cuanto que es menos cierto; 8º.: debe igualmente ser tanto más fuerte cuanto más lejano esté, pues toda pena incierta o lejana no produce en el entendimiento más que una impresión muy débil: 9º.: cuando la falta indica una costumbre, es preciso aumentar el castigo de modo que haga contrapeso al beneficio de las otras faltas que pudiera el culpable cometer impunemente: esta es una medida rigurosa pero necesaria, como lo es, por ejemplo, el castigo impuesto a los monederos falsos; 10º.: cuando un castigo de naturaleza conveniente no puede emplearse más que en cierta proporción, será bueno recurrir a él, aunque traspase algo los límites de la ofensa: tales son el destierro, la expulsión de una sociedad, y la destitución; 11º.: se aplica sobre todo este precepto a los casos en que el castigo es una lección moral; 12º.: determinando la gravedad de la pena, es preciso tener cuenta de las circunstancias que hacen todo castigo inútil; 13º.: si la aplicación de estos preceptos encierra algún acto particular que tienda a hacer el castigo mas bien perjudicial que provechoso, es necesario renunciar a él.

Para la elección de los castigos, Bentham enumera todas las condiciones que deben llenar para estar en armonía con los preceptos que acaba de dar. La primera de estas condiciones es la variabilidad; todo castigo debe encerrar diferentes grados de intensidad y de duración. Esto se aplica a las multas, a los castigos corporales, a la reclusión, y también a la vituperación y a la censura. La segunda es la equidad, es decir la aplicación equitativa en toda circunstancia. Esta es una condición difícil de llenar: una multa fija no es una pena equitativa. La tercera es la conmensurabilidad: queremos decir con esto que los castigos deben ser tan bien proporcionados que el culpable comprenda claramente la desigualdad de sufrimiento en relación con la mayor o menor gravedad de la falta que ha cometido. Esta condición es fácil de observar para las penas variables, como la prisión. La cuarta condición es que la pena sea característica, es decir que tenga en sí misma algo cuya idea esté en relación exacta con el crimen cometido. Bentham da cierto desarrollo a esta idea, que tiene interés en no dejar confundir con la del bárbaro método del talión, y cita numerosos ejemplos en apoyo de esto, sugeridos por la familia y la escuela. La quinta condición es que la pena sea ejemplar, condición que se relaciona con la impresión que debe producir; todas las formalidades que acompañan su ejecución contribuyen a acrecentar este efecto; pero Bentham no ha tenido cuenta de los graves inconvenientes que entraña una publicidad demasiado grande, y que han determinado el legislador a mandar que las ejecuciones se cumpliesen lejos de la vista de la multitud, sin mas publicidad que anunciando que han tenido lugar. La sexta condición es la economía: las penas deben costar todo lo menos posible al Estado, lo que se consigue, por ejemplo, empleando a los presos en un trabajo productivo. La séptima es la acción reformadora; todo castigo debe conducir a debilitar las malas tendencias y a fortalecer los móviles saludables: por ejemplo, dando a los perezosos, hábitos de trabajo. La octava es que la pena ponga al culpable fuera de estado de volver a caer más adelante en la misma falta: tal es la acción ejercida por la destitución de un funcionario culpable. La novena es el carácter reparador: estas son las penas pecuniarias. La décima es la popularidad; Bentham da mucha importancia a la popularidad y a la impopularidad de los castigos, circunstancias que hacen que el sentimiento público sea favorable o desfavorable a la ley: cuando un castigo es impopular, los jueces no se determinan más que con trabajo en declarar a los acusados culpables, y siempre se produce en el público una agitación en favor de una conmutación. La undécima condición es la claridad de la expresión: Bentham critica, bajo este punto de vista, las expresiones oscuras e ininteligibles de las antiguas leyes inglesas tales como la felonía, etc. Por fin la duodécima condición es que la pena sea remisible en caso de error.



 

4

Cierto número de hombres célebres han declarado que sin las correas, no hubieran hecho nunca nada; entre estos podemos citar a Melanchaton, Johnson y Goldsmith, Fácil es explicar este hecho de un modo más lato. Antiguamente, no sabían más que mimar mucho a un niño o pegarle: no había término medio; el que no recurría a las correas, era enemigo del niño. En nuestra época, por el contrario, se conocen muchos medios de excitar los niños al trabajo, y los castigos corporales se emplean como último recurso, hasta bajo el concepto de la eficacia.

No hay que creer que los castigos corporales, en la medida en que pueden admitirse, sean el castigo más severo que se pueda imponer en la escuela. Bajo el punto de vista del simple sufrimiento, muchos discípulos preferirían el castigo de las correas más bien que el fastidio intolerable que les causa el arresto y el aumento de estudio, y por otro lado, una reprensión puede ser bastante dura para parecer más cruel que una corrección manual. Lo que es preciso decir, es que los otros castigos no son tan susceptibles de abuso, ni embrutecen tanto como los castigos corporales.



 

5

Daremos todavía algunos ejemplos. La temperatura de un día dado del año depende a la vez de la posición del sol que corresponde a aquel día, y de diversas causas atmosféricas, siendola principal el viento reinante. «Cuando un método se aplica y obra constantemente en cierto sentido con una fuerza regular y uniforme, su acción puede algunas veces paralizarse por una humillante oposición, disminuida y debilitada a veces, sin estar por esto anulada, por fuerzas contrarias. Así pues, el temor del castigo es una causa que obra constantemente en el mismo sentido. Tiende sin cesar a desviarnos de ciertas acciones, pero esta tendencia puede ser combatida en cada caso particular por muchas circunstancias que, unas veces debilitan y otras anulan su acción. La libertad del comercio tiende constantemente a facilitar la abundancia de géneros, y por consiguiente, a producir la baratura; pero, en todos nuestros cálculos sobre la probabilidad de este resultado en un caso dado, deben hacerse entrar en línea de cuenta las probabilidades más o menos grandes de una cosecha o de los medios de trasporte, los temores inspirados por la guerra o los cambios políticos, y otras muchas cosas más. La reducción de los derechos de aduana sobre una mercancía tiende naturalmente al aumento de su importación; pero una variación en el gusto del público, el descubrimiento de una sustancia análoga más barata o mejor, podría combatir y vencer esta tendencia». (Lewis, Methods of Observation and Reasoning in Politics, tomo II, p. 171.)



 

6

En su Retórica, tomo I, capítulo VII, Aristóteles, comparando los diferentes grados del bien, se sirve varias veces del lenguaje matemático.



 

7

Cálculo diferencial. (Geometría)



 

8

La anatomía nos enseña que el cerebro crece con mucha rapidez hasta la edad de siete años; a esta edad ha adquirido, en el varón, un peso medio de 1.134 gramos. De siete a catorce años, el crecimiento es mucho más lento, puesto que a esta última edad, no pesa más que 1.273 gramos; por último la proporción es mucho más lenta de catorce a veinte años, edad en la cual el cerebro está muy próximo a alcanzar su grado máximum. Por consiguiente, entre los ejercicios intelectuales más difíciles, algunos que serían imposibles a los cinco o seis años, llegan a ser fáciles a los ocho, por el hecho único del crecimiento del cerebro. Esto está conforme con todo lo que nos enseña la experiencia, y además, sirve para explicar los hechos que esta nos suministra. Sucede, a menudo, que tratando tal o cual punto con un discípulo, no se consiga nada; pero si se vuelve a insistir al cabo de uno o de dos años, se consigue, sin haber hecho en apariencia nada para preparar a aquel un buen resultado. Durante aquel intervalo, debe adquirir indudablemente el discípulo alguna experiencia que prepare la vía. Esta observación nos parece sobre todo aplicable a los estudios simbólicos y abstractos, tales como la aritmética, el álgebra, la geometría y la gramática. Para estas ciencias, una diferencia de dos o tres años es el todo. Esto no es, sin embargo, más que uno de los lados, muy importante por cierto, de la velocidad variable del desarrollo cerebral. Si aplicamos, por analogía, al cerebro lo que sabemos del sistema muscular, diremos que las épocas de crecimiento rápido son también las de una sensibilidad propia de las impresiones producidas durante estas fases. Si está el cerebro fuera de estado de tratar los estudios superiores, hace grandes progresos en los que menos elevados son; todo lo que puede retener, lo fija y se lo asimila con una energía proporcionada a la de su crecimiento. Este es un motivo más para que se vigilen, con cuidado, las impresiones que recibe el niño durante los siete primeros años.

Se adelantaría mucho en el estudio que nos ocupa, si llegáramos a determinar con cierta precisión las variaciones de la plasticidad del cerebro en las diferentes épocas de la vida, empezando por los primeros años de la niñez, en que está en su máximum, y siguiendo hasta su completa desaparición en la vejez: creemos que podríamos cerciorarnos de que la velocidad de decrecimiento llega a ser regular a partir de uno de los años comprendidos entre el sexto y el décimo; pero esta determinación está llena de dificultades, a causa del gran número de circunstancias accesorias que vienen a ocultar el hecho principal.

El crecimiento del cerebro debe estar evidentemente acompañado del desarrollo de cierto número de facultades innatas, sin las que nuestra educación sería muy diferente de lo que es. Admiten generalmente en nuestra época que un gran número de nuestras ideas sobre el mundo exterior encuentran la vía preparada por impresiones o instintos hereditarios; ¿pero en qué medida es verídico este hecho? Este es un punto que no es fácil fijar de un modo exacto. Para la práctica, es necesario considerar el conjunto de las apariencias que presenta el desarrollo del entendimiento del niño, pues es imposible desembarazar lo que depende del desarrollo del cerebro bajo la influencia de impresiones hereditarias, de lo que es debido únicamente al contacto del mundo exterior. Debemos contentarnos con atestiguar la edad en que el entendimiento llega a ser capaz de ideas abstractas, sin decidir si el antecedente principal es el crecimiento del cerebro o la acumulación de impresiones concretas.






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