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Acto V

 
El teatro representa la sala de audiencia del Tribunal de los Diez, de aspecto opaco y lúgubre: en el promedio formará una especie de media luna, en que estarán colocados los jueces, los tres presidentes al frente, con una mesa delante, y los demás a los dos lados. A una punta, a la derecha de los jueces, y un poco más bajo, el asiento y bufete del SECRETARIO. Encima del estrado del tribunal habrá escrito: Justicia. A mano izquierda de los jueces se verá la puerta del cuarto del tormento, con este letrero: Verdad; y a la derecha otra, cubierta con una cortina negra, que conduce al cuarto del suplicio, encima esta palabra: Eternidad. A un lado y otro de la escena habrá varias puertas, por donde entran y salen los testigos y demás actores: una compuerta en el suelo indica la entrada de las cárceles subterráneas. Es de noche: una lámpara antigua alumbra escasamente la estancia. Sobre la mesa de los Presidentes se ve un libro, una escribanía, la urna de los votos y un reloj de arena.

 

Escena I

 
PEDRO MOROSINI, los otros dos Presidentes, los Jueces, el SECRETARIO

 

SECRETARIO.-   (Levantándose.) Si pareciese al tribunal, leeré las resoluciones acordadas, antes de extenderlas en debida forma.

 
(Los tres Presidentes indican consentir; y el SECRETARIO lee:)

 

«El cadáver de Marcos Querini, antiguo senador, muerto con las armas en la mano a la cabeza de los traidores, será expuesto al público en un cadalso afrentoso, entre las dos columnas.»

«Por lo que respecta a Jacobo Querini, si acaso sobreviviese a sus graves heridas, será degollado públicamente en la plaza para terror y ejemplo.»

«Se pregonará la cabeza de Boemundo Thiépolo y la de los demás prófugos; ofreciendo premios y mercedes al que los presentare muertos o vivos; y si fuese alguno de sus cómplices, indulto y perdón.»

«Se enviarán órdenes ejecutivas a los enviados de la república y a los agentes secretos de Tribunal en todas las naciones: donde quiera que se presentare Thiépolo o alguno de los principales reos, se ejecutará la sentencia de muerte contra ellos, o provocándolos a desafío bajo cualquier pretexto, o por algún medio oculto; pero cuidando luego de que llegue a entenderse que no han logrado escapar en ninguna parte de la tierra, al justo brazo del tribunal.»

«En cuanto a los demás nobles, promotores de la conjuración, queda a la prudencia y discernimiento del tribunal determinar los que hayan sido más culpables, o los que ofrezcan para lo porvenir motivos más fundados de temor y sospecha: éstos serán ajusticiados en el cuarto secreto del tribunal, y sus cadáveres expuestos, cubiertos con un velo negro y este letrero al pecho: traidor a la República

«Los nobles de menos valer serán desterrados y enviados separadamente a las islas más distantes y a las regiones menos sanas pertenecientes a la República, bajo pena de muerte, si volviesen a presentarse en Venecia.»

«Los marineros y soldados, los artesanos y gente vulgar que, seducidos por los descontentos, han tomado parte en la conjuración, serán tratados con indulgencia para no hacer odiosa la justicia con tantos castigos. Se concederá a todos gracia de la vida; pero los más díscolos y bulliciosos serán ahogados de noche en el canal de Orsano».

«Los soldados de Padua, que rindieron las armas antes de combatir, y los rebeldes que se entregaron en el puente de Rialto, al proclamar el Dux amnistía y olvido, no serán procesados ni perseguidos por ahora: sólo se cuidará de observar su conducta, para castigarlos severamente a la más leve falta; enviándolos desde luego a la armada y ejército, para que purguen su delito en las empresas más arriesgadas.»

«Quedan proscriptas, de ahora y para siempre, la familia de los Thiépolos y la de los Querinis: sus nombres y sus armas se borrarán por mano del verdugo donde quiera que se encontraren; sus palacios serán arrasados, destruidos sus cimientos, y hasta los escombros y el polvo arrojados al mar. Jamás podrán reedificarse sus casas, ni renovarse su apellido, ni pisar el territorio de la República ninguno de sus descendientes: ellos, y sus hijos, y los que de ellos nacieren, hasta la última generación, quedan condenados perpetuamente a la execración pública.»

MOROSINI.-  Es necesario pasar inmediatamente al Dux copia reservada de todo lo que resulta contra el embajador de Génova, como uno de los principales autores de tan infernal trama. Así se logrará que se renueven con más empeño las muestras y protestas de amistad, a fin de alejar toda sospecha de resentimiento, ínterin se reúnen los medios necesarios para vengar con las armas el agravio hecho a la República.

PRESIDENTE 2º.-  También sería yo de dictamen se propusiese al Dux y a su consejo, que vista la gravedad del caso presente y que casi de milagro se ha salvado Venecia, se establezca un aniversario solemne, para dar gracias al Altísimo en semejante día, por tan señalada merced.

PRESIDENTE 3º.-  Me parece esa resolución tanto más acertada, cuanto conviene grabar en el ánimo del pueblo la memoria de este ejemplar, y recordarle que hay una Providencia que vela por la conservación de los imperios.

JUECES.-  Aprobado... aprobado.

SECRETARIO.-  Falta por dar la sentencia contra Rugiero... aprehendido como uno de los fautores de la conjuración, la noche antes que estallase.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Está todo pronto para celebrar el juicio?...

SECRETARIO.-  Todo.

MOROSINI.-  Mas si al tribunal le pareciere suspender por ahora...

PRESIDENTE 2º.-  ¿A qué?... Los magistrados descansan administrando justicia.

 
(Todos dan muestras de conformarse.)

 

MOROSINI.-  Ábrese el juicio.

SECRETARIO.-   (Siéntase.)  Después de cotejar detenidamente las dos declaraciones de los ministros secretos del tribunal, que éste ha oído ya en su anterior audiencia, resultan del todo conformes, sin que discrepen en la circunstancia más mínima. Uno y otro la ha ratificado después con juramento, sometiéndose, en caso de ser falsas, a la pena de los calumniadores.

Así de su contexto como de los demás indicios, resultan contra Rugiero los tres cargos siguientes:  (Lee.)  «1.º Haberse reunido de secreto con los autores de la conjuración en el palacio del embajador de Génova y en el de la familia Querini. 2.º Haber manifestado él mismo ser uno de los principales conspiradores, diciéndolo así a Laura Morosini, hija del senador del propio nombre, pocos momentos antes de ser aprehendido por los ministros del Tribunal. 3.º Haber efectivamente seducido y ganado a los extranjeros que militan bajo sus banderas, a fin de que volviesen contra la República las mismas armas que ésta les confiara para su defensa.»

El primer testigo, vehementemente indiciado de complicidad, es el soldado Julián Rossi, que ha acompañado a Rugiero en todas sus empresas y que habitaba en su misma casa.

MOROSINI.-  Comparezca.

 
(Toca la campanilla, preséntase un subalterno del tribunal, recibe en secreto la orden del SECRETARIO, y va por el testigo.)

 


Escena II

 
Dichos, ROSSI

 

SECRETARIO.-  ¿Cómo te llamas?

ROSSI.-  Julián Rossi.

SECRETARIO.-  ¿Qué edad tienes?

ROSSI.-  Cuarenta y tres años.

SECRETARIO.-  ¿De dónde eres natural?

ROSSI.-  De Módena.

SECRETARIO.-  ¿Tu profesión?

ROSSI.-  Las armas.

SECRETARIO.-  ¿Cuánto tiempo ha que entraste al servicio de Venecia?

ROSSI.-  Cuatro años... poco más o menos.

SECRETARIO.-  ¿Con qué capitán?

ROSSI.-  Con Rugiero.

SECRETARIO.-  ¿Le conocías mucho tiempo antes?

ROSSI.-  ¡Si le conocía!... y le quería como si fuese mi hijo.

SECRETARIO.-  ¿Qué relaciones tan íntimas han mediado entre ambos, para ser tú el único que morase con él?

ROSSI.-  Eso sería largo de contar... Él me había salvado la vida en el combate de Ferrara... no es como otros condottieros, no; por salvar a cualquiera de los suyos, derrama él su sangre... y yo, como hombre agradecido, le había pedido un favor no más... no apartarme de él en mi vida. ¿Hay en eso algo de malo?... Él es tan bondadoso que me dijo que sí.

SECRETARIO.-  ¿Qué personas entraban en su casa?

ROSSI.-  Muchas.

SECRETARIO.-  ¿Quiénes?

ROSSI.-  Sus soldados para bendecirle; y los infelices que socorría.

SECRETARIO.-  ¿Mas no tenía trato ni comunicación con algunas personas sospechosas?... ¿Por qué no responde?

ROSSI.-  Porque no entiendo esa pregunta.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Sabes la pena que te aguarda, si faltas en un ápice a la verdad?

ROSSI.-  Señor, yo no falto a ella... ¿pero cómo he de decir lo que no sé?

SECRETARIO.-  ¿No recuerda haber dicho, hace poco tiempo, que estaba pronto a obedecer las órdenes de Rugiero, en cierta empresa muy aventurada?...

ROSSI.-  ¡Yo!... No me acuerdo de haber dicho tal cosa.

SECRETARIO.-  Una noche...

ROSSI.-  No por cierto.

SECRETARIO.-  Delante de una mujer...

ROSSI.-  Menos.

SECRETARIO.-  Estando aún sentado a su mesa...

ROSSI.-  No me acuerdo, a fe mía; pero si he dicho que haría cuanto mi capitán me mandase, es la pura verdad: yo nunca niego lo que siento.

SECRETARIO.-  ¿Y si Rugiero hubiese tramado alguna conspiración contra la República?...  (No responde ROSSI; los jueces redoblan su atención.) También estaba pronto a obedecerle... ¿no quiere decir eso con su silencio?

ROSSI.-   (Con viveza.) No, señor, no... cuando yo callo, no digo nada.

SECRETARIO.-  ¿Pero y si Rugiero se lo hubiese mandado?

ROSSI.-  Mi capitán nunca manda lo que no debe hacerse.

SECRETARIO.-  ¿Y si por casualidad lo hubiese hecho esta vez?

ROSSI.-  Pero, señor, si eso no es posible...

SECRETARIO.-  El testigo se hubiera apresurado a delatarle al Tribunal... ¿no es verdad? ¿A qué baja los ojos?

ROSSI.-  Si dice el señor juez unas cosas, que hacen sonrojarse a un hombre de bien.

SECRETARIO.-  Aquí son vanos esos subterfugios... responda terminantemente o no.

ROSSI.-   (Con resolución.)  Pues, señor, yo no delato a nadie... y a mi capitán, menos.  (Toca MOROSINI la campanilla, sale el subalterno, recibe una orden al oído y se acerca a ROSSI.)  Esto me da a entender que ya puedo irme... pero yo quisiera pedir al tribunal un favor... yo no tengo mujer ni hijos... pueden hacer de mí lo que quieran... ¡así como así esta vida vale tan poco!... Mas sentiría irme de este mundo sin ver la cara de mi capitán, y sin darle un abrazo... Yo no le diré ni una sola palabra... aunque sea con una mordaza en la boca... nada más que verle y apretarle la mano... Hemos visto la muerte muchas veces juntos, y ya nos entendemos.  (El PRESIDENTE 2.º hace seña de que le retiren; y él dice, yéndose:)  ¡Pobre capitán mío... ya no te volveré a ver, como no sea en el cielo!

 
(Vuelven a entrarle por la misma puerta por donde le trajeron.)

 


Escena III

 
Dichos, menos ROSSI

 

SECRETARIO.-  También resulta otra prueba contra Rugiero de la confesión de Mafei... a pesar de su obstinado silencio, le nombró entre sus cómplices, a la séptima vuelta del tormento.

MOROSINI.-  ¿Se sabe si ha vuelto en sí?...

SECRETARIO.-  Es probable...

MOROSINI.-  Pues venga a ratificar su declaración, para que puedan tener fuerza.

 
(Toca, viene el subalterno, y va por MAFEI.)

 


Escena IV

 
Dichos, MAFEI (Le sacan del cuarto del tormento.)

 

MOROSINI.-  ¡Juan Mafei!... De orden del tribunal va a leerse en tu presencia la confesión que has hecho, nombrando a tus cómplices... Óyela con atención, y ratifícala con juramento, si la hallares conforme a la verdad: ¡así Dios te ayude!

SECRETARIO.-   (Lee.) «Juan Mafei, natural de Verona, comprendido en la causa de conjuración contra la República, y vehementemente indiciado de haber sido uno de sus principales promovedores, fue puesto en el tormento, a las once de la mañana de este día; y al cabo de media hora, a la séptima vuelta, después de pedir por Dios que le dejasen respirar siquiera, ofreció declarar los cómplices de su delito... Accedió el juez a su demanda, amenazándole con aumentar el rigor de la prueba, si faltaba a la verdad que de él se exigía; y hallándose en el mismo potro, nombró como principales conspiradores a los patricios Marcos y Jacobo Querini, a Boemundo Thiépolo, a Andrés Dauro, y al llamado Rugiero... Visto lo cual, y que a los pocos instantes perdió el conocimiento, se suspendió la prueba, y se dio aquel acto por fenecido.»

PRESIDENTE 2º.-  ¿Se ha enterado el reo del documento que acaba de leerse?

MAFEI.-  Sí señor.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Lo halla en un todo conforme a la verdad?

MAFEI.-  No sé.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Pero no ha nombrado él mismo clara y distintamente a los ya mencionados, como sus principales cómplices?

MAFEI.-  No lo recuerdo.

PRESIDENTE 2º.-  Consta sin embargo...

MAFEI.-  Será así.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Conque está de acuerdo en que los ha nombrado?

MAFEI.-  Mi boca puede ser... yo no.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Y no responde el hombre de lo que su boca pronuncia?

MAFEI.-  De lo que he dicho en el tormento responderá el verdugo.

PRESIDENTE 2º.-  En el mero hecho de nombrarlos, tu conciencia te los sugería...

MAFEI.-  No sino mi dolor.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Y por qué nombraste a ésos, y no a otros?

MAFEI.-  Porque en aquel instante no me ocurrieron vuestros nombres.

 
(Silencio.)

 

MOROSINI.-  ¡Juan Mafei!... El tribunal juzga sin pasión y sin ira: ni las súplicas le ablandan, ni los insultos le exasperan. Piensa en tu situación; y que dentro de breves horas, tal vez tendrás que ir a dar estrecha cuenta de todas tus acciones y palabras...

MAFEI.-  Ya lo sé.

MOROSINI.-  Sondea bien tu pecho; y responde la verdad, como si ya estuvieses en presencia de Dios.

MAFEI.-  A Él le responderé... a vosotros no.

MOROSINI.-  ¿Por qué?

MAFEI.-  Porque no temo vuestro castigo, y confío en su misericordia.

PRESIDENTE 3º.-  Por tercera y última vez se te requiere que declares tus cómplices.

MAFEI.-  Sólo he tenido uno.

PRESIDENTE 3º.-  ¿Quién?

MAFEI.-  Mi conciencia.

PRESIDENTE 3º.-  ¿Tu conciencia pudo incitarte a conspirar contra el estado?

MAFEI.-  Mi conciencia me dicta que los enemigos de Dios son los míos.

PRESIDENTE 3º.-  ¿Y quién te ha designado a los enemigos de Dios?

MAFEI.-  Quien le representa en la tierra.

PRESIDENTE 3º.-  ¿Ignoras a lo que te expones, si prosigues en tu obstinación?

MAFEI.-  Sólo deseo morir.

PRESIDENTE 3º.-  Ni aun eso se te concede por ahora.

 
(Toca la campanilla; y así que sale el subalterno, le indica con la mano que vuelva a conducirle al cuarto del tormento.)

 

MAFEI.-   (Gritando despavorido.) ¡Otra vez!...  (El subalterno le manda que le siga.) ¡Dadme sufrimiento, Dios mío... y si expiro del dolor, recíbeme en tus brazos!



Escena V

 
Dichos, menos MAFEI

 

SECRETARIO.-  Ya no falta sino la declaración de Laura Morosini, a quien el mismo reo reveló su delito.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Se le ha mandado comparecer?

SECRETARIO.-  Han opuesto mil obstáculos para no obedecer la orden; pero ya está aguardando en la sala secreta.

PRESIDENTE 2º.-   (Al subalterno, que ya de vuelta, va a cruzar el teatro.)  Id por ella al punto.



Escena VI

 
Dichos, LAURA

 
 
Laura viene acompañada de MATILDE, ambas cubiertas con el velo veneciano: al presentarse ante el tribunal, MATILDE descubre a su ama, y el subalterno le indica que no puede estar presente y que se retire con él, como lo ejecuta. LAURA aparece demudada y atónita, como si su razón se hubiese perturbado. Durante el interrogatorio, MOROSINI tiene inclinada la cabeza, apoyada sobre ambas manos.

 

PRESIDENTE 2º.-  ¿Cómo os llamáis?

LAURA.-  Laura... esposa de Rugiero.

PRESIDENTE 2º.-  No es eso lo que se os pregunta; sino meramente vuestro nombre.

LAURA.-  ¡Mi nombre!... Yo creí que lo sabíais; todos lo saben en Venecia y me compadecen... ¡me ven tan desgraciada!

PRESIDENTE 3º.-  No os aflijáis, señora... el tribunal sólo trata de cumplir con su deber, mas no de molestaros.

LAURA.-  A mí nadie me quiere mal... ¡pobre de mí!... yo a nadie le he hecho daño... ¡Sólo aquellos malvados han podido tratarme así!... ni aun siquiera me socorrieron, al verme expirar; y se llevaron al infeliz, que les pedía por Dios que le dejasen... Pero mi padre va a encontrarle, y a traerle otra vez a mis brazos: ¡hoy mismo, hoy mismo va a saber todo el mundo que soy esposa de Rugiero!

PRESIDENTE 2º.-  Procurad serenar vuestra imaginación, para que podáis responder acorde a las preguntas que es forzoso haceros.

LAURA.-  Yo responderé a todo... ya no lo niego... ¿a qué?... Mi padre nos ha perdonados y va a unirnos por toda la vida... ¿quién tiene en la tierra el derecho de separarnos?...

PRESIDENTE 2º.-  ¿Cuál es la última vez que habéis visto a Rugiero?

LAURA.-  ¡La última!... ¿Por qué?... Si él va a volver, y sabe ya que yo estoy muriéndome... No me dejará así, no... ¿Cómo había de tener corazón para eso?

PRESIDENTE 3º.-  Moderad vuestra aflicción, señora; y procurad tener más ánimo.

LAURA.-  Si yo supiera de cierto que volvía... pero, ¿y si me engañan?... Tal vez me lo dicen sólo por consolarme... ¿No es verdad?... Yo le he llamado toda la noche a gritos, y no me respondía... ¡Aunque estuviese en el fin del mundo, hubiera oído a su Laura!

PRESIDENTE 2º.-  ¿Y de qué os habló Rugiero esa vez... cuando le hablasteis en el panteón?

LAURA.-  ¿De qué me había de hablar?... De nuestros amores. ¡Nos veíamos tan pocas veces, y ésas con tanto afán!... Ni aun tuve tiempo de darle mi retrato, con que iba a sorprenderle al despedirnos... Pero aquí lo traigo, aquí, sin que lo sepa nadie; y voy a dárselo, en cuanto le vea... ¡Él me jurará llevarlo siempre en el pecho, aunque viva mil años; y después de su muerte, se lo hallarán sobre el corazón!  (Quédase de pronto muy abatida.) 

MOROSINI.-  El juicio de esa infeliz parece perturbado; y juzgo inútil atormentarla más.

PRESIDENTE 2º.-  Pero tal vez se pudiera...

PRESIDENTE 3º.-  Es en vano: su testimonio no puede ser válido; y las pruebas abundan.

 
(Morosini toca la campanilla y aparece el subalterno, seguido de MATILDE: LAURA corre hacia ella.)

 


Escena VII

 
Dichos, MATILDE

 

LAURA.-  ¿Ha parecido ya?...

MATILDE.-  Ven, hija mía...

LAURA.-  No me engañes, por Dios, no me engañes... ¡mira que me muero, si luego no es verdad!

PRESIDENTE 2º.-   (Al subalterno.) Retiradlas a ese aposento, ínterin se concluye el juicio.  (Señala hacia una de las puertas.) 

LAURA.-  ¿Está ahí?... Bien me lo decía mi corazón, que no estaba lejos... Vamos, Matilde, vamos... ¿Por qué lloras? ¡Yo voy a abrazarle primero!

 
(Vase precipitadamente, seguida de MATILDE: el subalterno las acompaña, y vuelve a presentarse.)

 


Escena VIII

 
Los dichos, menos LAURA y MATILDE

 

PRESIDENTE 2º.-  Me parece que ya es tiempo de tomar la confesión al reo...

MOROSINI.-  Traedle.

 
(Entra el subalterno por la compuerta que está en el suelo.)

 

SECRETARIO.-  Desde esta mañana se le ha trasladado a los pozos, por negarse a declarar y a tomar alimento.

PRESIDENTE 2º.-  También faculté al alcaide, para que pudiese valerse de apremios...

PRESIDENTE 3º.-  Pero supongo que no se habrá echado en olvido el estado de postración en que se halla...

PRESIDENTE 2º.-  El alcaide sabe su obligación.

MOROSINI.-  ¡Secretario!... Tomad, para que preste el juramento con arreglo a las leyes.

 
(El SECRETARIO toma el libro que le entrega MOROSINI.)

 


Escena IX

 
Dichos, RUGIERO

 
 
Sale primero el subalterno, y después el alcaide ayudando a subir a RUGIERO: y éste se muestra desfigurado y abatido, con el mismo traje de baile con que fue preso y una cadena al cuerpo.

 

SECRETARIO.-   (Al subalterno y al alcaide.) Acercadle.

 
(El SECRETARIO presenta el libro abierto a RUGIERO, y éste pone la mano sobre él.)

 

SECRETARIO.-  ¿Juráis a Dios y a sus santos Evangelios decir verdad en cuanto fuereis preguntado, aunque os vaya en ello la vida?

RUGIERO.-  Sí juro.

SECRETARIO.-  ¡Si así lo hiciereis, Dios os lo tenga en cuenta; y si fuereis perjuro, ni evitaréis el castigo de los hombres, ni otro mayor en la eternidad!

 
(Dejan a RUGIERO en el banquillo de los reos, frente por frente del SECRETARIO, y se retiran el subalterno y el alcaide.)

 

MOROSINI.-  ¿Tu nombre?

RUGIERO.-  Rugiero.

MOROSINI.-  ¿Tu edad?

RUGIERO.-  Veintiséis años.

MOROSINI.-  ¿Tu patria?

RUGIERO.-   (Con tono abatido.)  Ni yo mismo lo sé.

MOROSINI.-  ¿Pero, dónde has nacido?...

RUGIERO.-  Lo ignoro.

MOROSINI.-  ¿Y cómo puedes ignorarlo?...

 
(RUGIERO inclina la cabeza y no contesta.)

 

¿De dónde eran tus padres?

RUGIERO.-  ¡Mis padres!...  (Lleva las dos manos al rostro.) 

MOROSINI.-  ¿Por qué lloras?... ¿Te viven aún?

RUGIERO.-  Yo no los he conocido en mi vida...

MOROSINI.-  ¿Pero de qué familia eres?...

 
(Calla RUGIERO.)

 

No tengas rubor en decirlo.

RUGIERO.-  Yo no he tenido, desde que nací, más amparo que el de la Providencia.

MOROSINI.-  Según eso, te abandonaron tus padres...

RUGIERO.-  No fueron tan crueles... ¡es la única desdicha de que me ha preservado Dios!... Murieron los infelices en un barco, el mismo día en que yo caí cautivo.

MOROSINI.-  ¿Qué dices?... ¿Has sido tú cautivo?

RUGIERO.-  ¡Lo fui en mi niñez... para que no tuviera en esta vida ni un solo día feliz!

PRESIDENTE 2º.-  ¿Y qué nos importan sus desgracias?... Se trata sólo de su delito.

MOROSINI.-  Sigue, Rugiero, sigue... ¿Cómo te apresaron? ¿en qué paraje? ¿dónde te condujeron?

RUGIERO.-  Yo no recuerdo nada... ¡tenía tan poca edad!... sólo sí que me hallaba en Alejandría, cuando me rescató de limosna un religioso de la Redención.

MOROSINI.-  ¿Pero no adquiriste noticia alguna acerca de tu familia y de tu patria?...

RUGIERO.-  El santo religioso hizo cuanto pudo para averiguar quién yo fuese... pero no supo nada.

MOROSINI.-  Nada absolutamente...

RUGIERO.-  Solo sí que me cautivaron en un buque griego, al tocar ya las costas de Candía...

MOROSINI.-  ¡De Candía!...

RUGIERO.-  Casi todos los cristianos perecieron en el combate; y a mí me hallaron desangrándome en el mismo seno de mi madre... ¡Por qué no tuve la dicha de morir con ella!

PRESIDENTE 3º.-  ¿Qué hacéis?...

MOROSINI.-   (Saliendo de su asiento.)  Dejadme, dejadme... Rugiero... ¿es verdad cuanto has dicho?

RUGIERO.-  ¿Y qué interés tendría en engañaros?...

MOROSINI.-   (En medio del teatro.)  Mírame, Rugiero, mírame... ¿no te dice nada tu corazón?

RUGIERO.-   (Levantándose.)  Que vais a firmar mi sentencia.

MOROSINI.-  No, hijo, no... ¡ten piedad de tu padre!

 
(Va a abrazar a RUGIERO, quien se aparta sorprendido, y MOROSINI cae desplomado. El SECRETARIO acude a socorrerle; algunos jueces se levantan de sus asientos; el PRESIDENTE 2.º toca la campanilla, y salen el subalterno y el alcaide.)

 

PRESIDENTE 2º.-  Llevadle al palacio por el puente secreto; y que se le suministren los auxilios que reclama su situación. Continúa el juicio.

 
(El subalterno y el alcaide se llevan a MOROSINI.)

 


Escena X

 
Dichos, menos MOROSINI

 

RUGIERO.-    (Que habrá permanecido inmóvil y como abismado en sí.)  ¿Será posible, Dios mío, será posible?... No, no; tú no eres como los hombres; y no habías de concederme, a esta hora, lo que te pedí en vano tantas veces...

PRESIDENTE 2º.-  ¿Dónde estuviste hace cuatro noches, Rugiero?

RUGIERO.-  ¡Si fuera ése mi padre... si la misma sangre de Laura es la que corre por mis venas... si lo sabe la infeliz cuando sepa mi muerte!...

PRESIDENTE 2º.-  ¿Por qué no contesta?... ¿Cree acaso con su silencio desvanecer los cargos?

RUGIERO.-  ¡Y tal vez él mismo ha contribuido a mi ruina... y ha reconocido a su hijo, para verle expirar en un cadalso!...

PRESIDENTE 3º.-  ¡Rugiero!... por tu propio interés, vuelve en ti y no abandones tu defensa... ¡Mira que los momentos son preciosos; y que no volverán, si los pierdes!

PRESIDENTE 2º.-  ¿Dónde estuviste hace cuatro noches? ¿Con quién hablaste? ¿De qué se trató?... Responde.

RUGIERO.-  Todo cuanto hayan dicho, todo es cierto: dejadme.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Es cierto que has conspirado contra la república?

RUGIERO.-  Si lo sabéis, ¿a qué lo preguntáis?...

PRESIDENTE 3º.-  Pesa, Rugiero, pesa bien tus palabras...

RUGIERO.-  Yo no sé mentir ni faltar a mis juramentos.

PRESIDENTE 2º.-  ¿Lo habéis oído?... Basta.

 
(Toca la campanilla: salen el subalterno y el alcaide y se llevan a RUGIERO por una de las puertas laterales.)

 


Escena XI

 
Dichos, menos RUGIERO

 

PRESIDENTE 2º.-   (En pie y leyendo la fórmula en el libro; todos los jueces se levantan.) «Ministros de este tribunal, a quienes ha confiado la república la balanza y la espada, ¿juráis pronunciar el fallo según lo que vuestra conciencia os dictare, sin miramiento humano, atendiendo sólo a la vindicta pública y al desagravio de las leyes?»

JUECES.-  Sí juramos.

PRESIDENTE 2º.-  «Poned la mano derecha sobre el corazón... el corazón libre de temor y esperanza, y la mano limpia de sangre inocente»

JUECES.-  Así lo hacemos.

PRESIDENTE 2º.-  «¡Y si así no lo hiciereis, Dios os lo demande estrechamente, en el día que no tendrá fin!»  (El SECRETARIO toma la urna y la va pasando delante de los jueces, que echan en ella una bola negra.)   (El PRESIDENTE 2.º reconoce luego los votos, y pronuncia en pie la sentencia:) 

Muerte.  (Escribe unas palabras en un papel, graba en él el sello del Tribunal y le entrega enseguida al SECRETARIO: éste lo lleva al cuarto del suplicio y sale después de unos instantes.) 

 
(En el ínterin, el PRESIDENTE 2.º toca la campanilla; y el subalterno y el alcaide sacan otra vez a RUGIERO.)

 


Escena XII

 
Dichos, RUGIERO

 

PRESIDENTE 2º.-  ¡Rugiero!... el tribunal te ha juzgado reo de conspiración contra la república; y acaba de condenarte a la pena de los traidores...

 
(RUGIERO se estremece: el PRESIDENTE vuelve del otro lado el reloj de arena.)

 

Prepárate a comparecer, dentro de breves instantes, ante el tribunal de Dios... Los hombres te han condenado en su justicia; ¡Él te mire con misericordia!

 
(Silencio.)

 

¿Tienes algo que declarar?

RUGIERO.-  Nada... Sólo quisiera pedir una gracia, que haría menos amargos mis últimos momentos...

PRESIDENTE 2º.-  ¿Qué es lo que quieres?

RUGIERO.-  ¡Hablar a solas con el presidente Morosini... y no llevar al sepulcro esta duda cruel!...

PRESIDENTE 2º.-  No puede ser, Rugiero... después de condenado, sólo es lícito al reo hablar con el ministro de la religión que le consuela en ese trance.

RUGIERO.-  ¡Un instante siquiera... saber si me dio el ser... y tener la satisfacción, una vez en mi vida, de abrazar a mi padre!

PRESIDENTE 2º.-  Imposible, imposible.

RUGIERO.-  ¡Por Dios... concededme esa gracia, y... os perdono!... ¿Qué más queréis de mí?...

PRESIDENTE 3º.-  No está en manos del tribunal acceder a tu súplica... cree que si estuviese, no se te negaría.

RUGIERO.-  Yo no quiero retardar mi muerte... Sólo verle, echarme a sus pies, y pedirle que no abandone a una desdichada... ¿No tenéis ni padres ni esposas?...

PRESIDENTE 2º.-  En este lugar no somos sino ministros de las leyes.

RUGIERO.-  ¿Y qué ley hay en el mundo, que prohíba a un hijo abrazar a su padre?... ¡Yo no os pido nada más... nada más... recibir la bendición de mi padre, y entregar mi alma a Dios!

PRESIDENTE 2º.-  No pierdas el tiempo en vano... ¡cada grano de arena que ves caer, es un instante de tu vida!

RUGIERO.-  Ya lo sé... ¿Creéis que es el temor de la muerte el que me hace derramar estas lágrimas?...

PRESIDENTE 2º.-  Ejecutad sin tardanza las órdenes del tribunal.

 
(El SECRETARIO indica a RUGIERO que le siga: el subalterno y el alcaide se colocan a sus dos lados.)

 

RUGIERO.-  ¡De cierto es mi padre... es mi padre... cuando no logro, ni al morir, el consuelo de verle!  (Al ir ya cerca del cuarto del suplicio, se detiene, y levanta la voz.) 

¡A Dios, padre mío!... ¡A Dios! ¿Cómo no oyes la voz de tu hijo?...



Escena XIII

 
Dichos, LAURA, MATILDE

 
 
LAURA, al escuchar ese acento, abre de pronto la puerta del cuarto inmediato y se arroja en brazos de RUGIERO: los jueces se levantan sorprendidos: MATILDE sale detrás de su ama.

 

LAURA.-  ¡Ya estás aquí!

RUGIERO.-  ¡Laura!...

PRESIDENTE 2º.-   (Saliendo fuera del estrado.) Separadlos al punto.

LAURA.-  ¡Toma, Rugiero, toma; guárdalo mientras vivas!  (Le mete en el pecho su retrato.)  

RUGIERO.-  Dios mío de mi alma... ¡qué os ha hecho este infeliz!

PRESIDENTE 2º.-  ¿A qué aguardáis?... ¡Obedeced o temblad!

 
(El subalterno y el alcaide se llevan por fuerza a RUGIERO; el SECRETARIO y MATILDE separan a LAURA, y la alejan a alguna distancia.)

 

LAURA.-  No, no... ¿Por qué me arrancáis a mi esposo?...

RUGIERO.-  A Dios, Laura mía... ¡No olvides a tu Rugiero, y pide a Dios por él!

LAURA.-  ¿Dónde te llevan?... Mira que mi padre nos está esperando...

RUGIERO.-  ¡Tu padre!... ¡Dile al mío que ya no tiene hijo!...

LAURA.-   (Desasiéndose de los otros, y corriendo tras él.) Oye, Rugiero...

RUGIERO.-   (Con voz desmayada.) ¡A Dios!...

 
(Al entrarle en el cuarto del suplicio, descórrese la cortina: descubre LAURA el patíbulo, cae hacia atrás exánime, y MATILDE la recibe en sus brazos.)

 

LAURA.-  ¡Jesús mil veces!


 
 
Fin del drama
 
 



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