La cruz del Pósito
Antonio Guijosa y Gómez
Pilar Vega Rodríguez (ed. lit.)
I
El siglo décimo quinto
muere ya, de sus empresas
al panteón de la historia
dejando gloriosas fechas.
Es de noche: una ciudad
que es de la lealtad emblema,
de los árabes codicia,
y del suelo andaluz puerta,
muda al pie de una montaña
y en negras nubes envuelta
oye al huracán que silba
al sacudir las veletas,
y ve rasgar al relámpago
brillante las sombras densas.
El agua cae a raudales,
brama ronca la tormenta,
y no hay un bulto que cruce —230—
las tristes calles desiertas.
Duerme Jaén; tal vez solo
dos hombres callados velan;
uno entre la sombra espía,
y otro al pie de una Cruz reza.
Quiénes son calla la historia,
mas la tradición lo cuenta,
y yo narrarlo pretendo
tomando al vulgo por lengua.
II
Vino a Jaén desde Flandes
doncel de noble presencia
capitán de aquellos tercios,
rico en honores y en rentas.
Buscando dulce descanso
a las fatigas guerreras,
casó con Doña Beatriz,
hija de Íñigo de Uceda.
Mas tomó en mal hora estado;
que la dama ilustre y bella
se unió tal vez al de Osorio
por razones de nobleza,
y a otro hombre su pecho amante
daba adoración secreta —231—
mientras de esposa a Don Diego
daba la mano en la Iglesia.
III
Pasaron meses y años
y fuese tedio o sospechas,
de su pasión al de Osorio
quedaron solo pavesas.
Doña Beatriz del desvío
lloró en silencio la pena;
si no en el sitio herida,
lastimada en la soberbia.
Y así los días pasaron
guardándose ambos sus quejas
y abriendo con el silencio
camino a pasiones nuevas.
Y en orgías borrascosas
y en aventuras secretas
quiso de su amor primero
borrar Osorio las huellas.
IV
En la casa de Gil Pérez
y en angosta callejuela
hay varios hombres reunidos
en redor de una ancha mesa.
Nobles son, si no en los hechos —232—
al menos en la ascendencia
los que de Gil en la casa
ponen a un dado su hacienda.
Con ellos está el de Osorio;
pero con suerte tan negra,
que no tira vez los dados
que lo que marca no pierda.
Pero Don Diego no es hombre
que en sus propósitos ceda,
y así mientras más desgracia
más tesón pone en vencerla.
Luchando con su fortuna
perdió así puesta tras puesta
primero el oro y después
las alhajas y las tierras.
Ebrio de ira a su escudero
llama y que le traiga ordena
cierta joya a Beatriz dada
al desposarse, con ella.
Partió el escudero y pronto
volvió con esta respuesta:
«Doña Beatriz vuestra esposa
la joya a entregar se niega;
porque siendo según dice
de vuestros amores prenda,
solo a vos y por su mano
hará tan costosa entrega.
Para eso aquí se dirige
seguida de la su dueña;
salir vos a recibirla —233—
Señor, que estará ya cerca».
Rieron los jugadores,
montó el de Osorio en soberbia
y ciego salió a la calle
la mano en la daga puesta.
V
Volvió a casa de Gil Pérez
Osorio la vista inquieta,
lívido el labio y la frente
de frío sudor cubierta.
Puso en la mesa una joya
y al tirar con mano trémula
los dados, oyó en la calle
su nombre a una voz resuelta:
«¿En dónde está el asesino
de Doña Beatriz de Uceda?
justicia demando o plaza
para vengar tal vileza».
Puesta en la espada la mano
bajó Osorio la escalera;
que acaso de antiguos celos
sintió la herida entreabierta.
Tiraron los jugadores
dados y lámpara y mesa, —234—
y guardando las ganancias
buscaron raudos la puerta.
Llegó a la calle Don Diego
y hallándose un hombre en ella
cerró con él y de entrambos
fueron las espadas lenguas.
Más como iba Osorio ciego
y hallóse una mano diestra,
bien pronto corrió la sangre
que le quemaba en las venas.
VI
Duerme Jaén, en sus calles
tan solo dos hombres velan,
uno entre la sombra espía,
y otro al pie de una cruz reza.
-Qué voto cumple el romero,
pregunta al que ora, el que observa.
-Vengo a rogar por las almas
del de Osorio y la de Uceda.
-¿Sabéis esa historia?
-Al cielo
pluguiese no la supiera,
y esta cruz no fuera entonces
mudo juez de mi conciencia. —235—
-Luego ¿sois?....
Don Lope de Haro
de Doña Beatriz la bella
galán un tiempo, y más tarde
su vengador en la tierra.
Partió el romero; el espía
quedó inmóvil de sorpresa
frente a la piedra que el nombre
de cruz del Pósito lleva.
A otro día cuando el sol
iba a mediar su carrera,
entraba Don Lope de Haro
de San Francisco en la regla.
FUENTE
Guijosa y Gómez, Antonio, «La cruz del pósito», en Francisco L. Hidalgo, Ángel del Arco, El Romancero de Jaén (1862). Romance XXVI.
Edición: Pilar Vega Rodríguez.