«La Florida» del Inca y otras relaciones de la expedición de Hernando de Soto: (historia y ficción)
Rosa Pellicer
Es bien sabido que la consideración de la historia como un «artefacto literario» pone en duda la legitimidad de contraponer el relato ficticio al histórico. La distinción entre historia y ficción era todavía más compleja en los siglos XV y XVI. No se ha dejado de señalar la confusión existente entre historia y libros de caballerías, que se presentaban a los lectores como historia, término que se aplicaba indistintamente a lo que se podría llamar relato verídico y ficticio. La diferencia parecía residir en la presencia del componente fabuloso; no obstante, no era fácil distinguir entre ambos en este momento en que la historia incorporaba gran número de elementos novelados y el relato ficticio otorgaba a su obra un carácter didáctico-doctrinal propio de la historia, a la vez que insistía en la veracidad de sus hechos fabulosos.
Podemos recordar que el bachiller Sansón Carrasco explica a don Quijote la diferencia que hay entre el poeta épico y el historiador (Segunda parte, capítulo III):
(Cervantes, 1999: 649-650) |
El interés
por distinguir entre ficción e historia ya había sido
puesto de manifiesto, entre otros, por Montalvo en el
prólogo al Amadís, donde diferencia tres
categorías dentro del género de la historia,
según la presencia de lo verdadero y lo fingido. Así,
tenemos la historia de afición, «las antiguas historias de los griegos y
troyanos»
, hechas para conmemorar a hombres por quienes
sintieron afición sus autores y para que «fuesen en grande admiración»
;
las historias de Tito Livio de «más
convenible crédito»
, en las que está
ausente lo maravilloso; y las «historias
fengidas en las que se hallan las cosas admirables fuera de la
orden de natura, que más por nombre de patrañas que
de crónicas con mucha razón deven ser tenidas y
llamadas»
, en las cuales no hay rastro de verdad.
(Rodríguez de Montalvo 1987, I: 221-223). Como señala
Fogelquist, dentro de su sistema de clasificación de la
historia, Montalvo establece una jerarquía: la historia
verdadera es la categoría de más prestigio y la
fingida la de menos. (Fogelquist 1982: 13-14).
Encontramos ecos
de estas reflexiones en los cronistas de Indias, que insisten en la
verdad de su historia por increíble que parezca. Como ya
señaló Irving Leonard, era inevitable que existiesen
interacciones entre los hechos históricos y la literatura de
creación, entre lo real y lo imaginario, engendrando cierta
confusión en la mente de todos. (Leonard, 1979, p. 43). Respecto al Inca Garcilaso de la
Vega, la crítica tradicional ha discutido largo y tendido
sobre si estamos ante una obra de carácter histórico
o una versión novelesca, imaginativa, de los hechos, con
escaso valor documental. Respecto a La Florida la actitud
de su autor es semejante a la que muestra en los Comentarios
reales: al igual que los escritores de historias fingidas, se
preocupará de acreditar sus palabras1.
No hay que perder de vista que Garcilaso se presenta como «escribiente»
no como «autor»
de la historia, que no
relación, de la fracasada expedición de Hernando de
Soto a La Florida. En el «Proemio al lector», comienza
por justificar la probidad del soldado, «hombre noble hidalgo»
, que le cuenta
la historia, tan fidedigno testigo ocular de los acontecimientos
que el mismísimo Consejo Real de las Indias lo tenía
como tal y lo llamaba para dar fe de esta jornada así como
de otras en las que se encontró. La verdad de su relato
reside tanto en su participación en los hechos, como en lo
que le contaron sus compañeros cuando no estaba presente, y
que siempre verificó «por vista de
ojos»
:
(Garcilaso, 1988: 100)2 |
Por su parte, Oviedo también sale al paso de posibles objeciones sobre la verdad de su historia:
(Fernández de Oviedo, 1959: 167) |
Rangel dio relación escrita y oral a Oviedo en la Audiencia Real de Santo Domingo, por esta razón también encontramos, como en el caso de La Florida del Inca, un diálogo en que el historiador pregunta a su testigo de vista, insistiendo siempre en su condición de hidalgo. En la relación del Hidalgo de Elvas la apelación a la verdad aparece en el epigrama del Señor de las Sauzedes, quien afirma que
|
y en las palabras del impresor Andrés de Burgos al prudente lector
(Hidalgo de Helvas, 1952: 30 y 31) |
El concepto de la verdad histórica, entonces, se basa en la verdad de lo visto y lo vivido frente a los historiadores que escriben por «relación». Desde Heródoto y Tucidides, este tipo de concepción de la historia se caracteriza por la proximidad temporal a los hechos narrados, lo que garantiza su fiabilidad y credibilidad, y se mantiene más cerca de la realidad empírica de los hechos individuales, como señaló Victor Frankl. La idea tuvo un gran desarrollo en los historiadores de Indias, que limitaron la historiografía legítima a lo visto y lo vivido por el mismo historiador o a lo averiguado por él mediante un fidedigno testigo ocular de los acontecimientos. Se trata de la antigua asociación entre «ojo» e «historia», la autopsia de los griegos. Este criterio de verdad se difundió tanto que entra como pretexto en la novela y en la épica (Hartog, 1988, y Lozano, 1987).
Prueban también la verdad de la historia del Inca los testimonios de Alonso de Carmona y Juan Coles, incorporados en un segundo momento de la escritura3:
(101) |
La inquietud de
Garcilaso no se limita al «Proemio», sino que aparece
reiteradamente a lo largo de su historia y no sólo como
referencia eventual, sino que dedica el capítulo XXVII del
Libro II, «Donde responde a una objeción», al
problema de verdad y ficción. Después de acudir a la
autoridad del Padre Acosta, que también escribe cosas
semejantes sobre los indios y otras igualmente admirables, reitera
que si bien escribe por «relación»
, el testigo es
completamente fidedigno, «de manera que
yo no puse más de la pluma, como escriviente»
. A
continuación, muestra su rechazo a los libros mentirosos; el
fragmento es muy conocido pero ineludible:
(220-221) |
Desde la publicación del catálogo de la biblioteca del Inca, sabemos que en ella no figuran tales libros mentirosos, al igual que faltan los de «buena poesía», sin embargo conoció y gustó de ellos. Su desaparición, puede deberse, según Durand, a que se trata de la biblioteca de los últimos años de su vida, más especializada, y tal vez en su traslado de Montilla a Córdoba se deshiciese de algunos volúmenes4.
Íntimamente
unido al problema de la verdad de los hechos está el de su
expresión, la retórica. Se ha señalado que la
historiografía humanista del siglo XVI es el modelo para la
escritura del Inca, y ésta daba cabida a la
elaboración artística e imaginativa. Como indica
Roberto González Echevarría, esta
historiografía otorgaba un «lugar
prominente al valor estético de la historia, al deber
organizar los hechos de modo coherente y armonioso de manera que
causase no sólo placer, sino que además fuese, en el
mismo acto de mediación retórica, una suerte de
interpretación»
(González
Echevarría, 1984, p.
157)5.
La diferencia fundamental que presenta la historia de Garcilaso con
las Peregrinaciones de Alonso de Carmona y con la
relación de Juan Coles radica, no en los hechos contados,
sino en que éstos no ordenan la materia. Las razones de
semejante desorden pueden encontrarse en que Carmona no la quiso
imprimir, y la de Coles, que tampoco puso su relación
«en modo historial»
, va escrita
«en modo procesal, que paresce que
escrivía otro lo que él dezía»
.
Leemos en el «Proemio al lector»:
(101) |
Son conocidas las
lamentaciones del Inca sobre su falta de habilidad para hacer
«historia» -un tópico entre los historiadores de
América-, principalmente por ser indio, lo que produce, como
ha señalado Enrique Pupo-Walker (1982), un mecanismo de
autoglosa, que alude a la producción del relato, que se
desarrolla también como su propio referente. Para Julio
Ortega «el discurso se vuelve hecho
él mismo de cultura»
, porque:
(Ortega 1990: 32) |
En el citado capítulo titulado «Donde responde a una objeción», el Inca finge que reproduce un diálogo que mantuvo con su autor, Gonzalo Silvestre, en el que éste le encarece la verdad de lo dicho, aunque parezca poco creíble:
(222-223) |
En varias ocasiones el Inca se lamenta de su incapacidad para dar cuenta de cosas o hechos admirables, de su falta de retórica. El lugar común sirve en estos casos para corroborar la verdad de lo escrito, a la vez que apela a la imaginación del lector. No deja de ser significativo que el no saber cómo contar se refiera con frecuencia a descripciones de personas, hechos o edificios que no vio. Así, antes de describir el «templo de enterramiento» de los señores de Cofachiqui, después de indicar que su autor tenía mucho interés en que diera cuenta de su grandeza y extrañeza, por lo que en última instancia el responsable de la «verdad» sería Gonzalo Silvestre, no su escribiente, leemos:
(340)6 |
Como ha estudiado Rodríguez-Vecchini, ante el dilema de ganar credibilidad, alegando lo exacto de los hechos, y su elaboración artística, que lo acercaría a la ficción, Garcilaso opta por las dos alternativas, y es consciente del problema que supone acreditar una historia y hacerla verosímil, consciente de las semejanzas con las ficciones que presenta su discurso7.
Es precisamente la
vertiente imaginativa la que acerca La Florida del Inca a
la narración literaria, y la separa del resto de las
relaciones conservadas. En palabras muy citadas de Aurelio
Miró Quesada, «Hay en La
Florida como una especie de equilibrio entre la historia y la
literatura, entre la crítica y la creación, entre lo
que el Inca Garcilaso había aprendido en sus lecturas y lo
que de él brotaba espontáneamente»
(Miró-Quesada 1989: 153). Aunque no de modo tan sostenido
como otros aspectos de la obra, la crítica ha considerado
las relaciones con los discursos novelescos de la época y el
sistema retórico que, según Susana
Jákfalvi-Leiva, se aparta en ocasiones de la preceptiva
escolástica8.
Así, tanto el citado Miró-Quesada como Amalia Iniesta
Cámara han señalado episodios que recuerdan las
novelas italianas, bizantinas y los libros de caballerías.
Respecto a este último género hay que recordar que
las hazañas de los heroicos caballeros y de los no menos
esforzados conquistadores, así como el carácter de
nobleza común a ambos han sido aspectos considerados con
detenimiento por los estudiosos, e incluso en la hagiografía
de Miguel Albornoz aparece Hernando de Soto, desde el
título, como «Amadís de
América»9.
Pero a estos aspectos de contenido hay que añadir las
técnicas expositivas y compositivas comunes. El orden de la
materia es fundamental en la historia; los preceptistas
hacían hincapié en que todo debía contribuir a
formar una unidad hermosa y agradable. Podemos recordar el
propósito de Gómara enunciado en el prólogo a
su Hispania
Vitrix:
(López de Gómara 1925: 155) |
El «particularizar»
las cosas, que lleva
necesariamente a la amplificación de la materia, es una
característica de la ficción novelesca, y así
lo siente Bernal Díaz del Castillo:
(Díaz del Castillo, 1982: 384) |
Es precisamente la
cuidadosa construcción de los casos particulares, los
episodios intercalados, el cómo se cuenta de López de
Gómara, lo que acerca La Florida a la literatura de
la época10.
Antes de continuar, notaremos que Garcilaso suele advertir la
inclusión de este tipo de material; para ello utiliza la
palabra «caso»
, que
además de ser «particular»
, puede calificarse de
«extraño»
, «extrañísimo»
, «raro»
, «singular»
, «extraordinario»
, «de grande admiración»
, «notable y digno de memoria»
. El
término «cuento»
o
«cuento gracioso»
lo emplea al
referirse a dichos de españoles. «Fábula»
sólo lo usa en
la invención de los españoles que hacían
guardia, para justificar la huida del cacique gordo Capasi ante el
gobernador:
(260) |
Hay que señalar que, exceptuando algunos casos, estas amplificaciones no llegan a romper el orden de los acontecimientos, sino que suelen estar unidos al hilo central del discurso. Pero como señala Pupo-Walker, la gran abundancia de digresiones que presentaba la historia
(Pupo-Walker, 1982: 156) |
Garcilaso es
consciente de que con las digresiones corre el riesgo de salirse
del curso de su historia, por eso en numerosas ocasiones se ve
impelido a justificar su inclusión. Así, antes de
explicar causas del odio hacia los españoles que
sentía el cacique de Hirrihigua, escribe: «aunque nos alarguemos algún tanto, no
saldremos del propósito, antes aprovechará mucho para
nuestra historia»
(147), y así es, porque a
continuación viene el relato del cruel cautiverio que
padeció Juan Ortiz a manos de este indio. En otras
ocasiones, la digresión no está en el lugar que le
corresponde, pero viene al caso. Así, en la
descripción sobre el ejercicio continuo en el arco y la
flecha que tenían todos los indios de La Florida, incluye un
caso posterior: «y porque viene a
propósito, aunque el caso sucedió en Apalache donde
el governador quedó, será bien contarlo aquí,
que cuando lleguemos a aquella provincia no nos faltará
qué contar de las valentías de los naturales
della»
(279). La supuesta impertinencia del caso en el
orden del discurso, debida al olvido de nuestro escribiente, se
justifica, de forma algo irónica por su carácter
extraordinario: «Olvidádosenos ha
de aver dicho atrás, en su lugar, un ejemplar castigo que el
capitán Patofa hizo en un indio de los suyos, por ser tan
extraño será razón que no quede en el olvido y
caerá bien donde quiera que se ponga»
(320). Puede
ocurrir que en un momento determinado haya poco que contar,
así que para mantener la cuidada proporción de los
capítulos, añade en el ejemplo siguiente la
descripción del pueblo de Ossachile, que valdrá para
el resto de las poblaciones:
(230) |
Para dar una idea
cabal del hambre y las penurias que pasaron los expedicionarios,
piensa que con narrar un «cuento
particular»
será suficiente para «que por él se considere y vea lo que
padecía en común, que decir cada cosa en particular
será de nunca acabar y hazer nuestra historia muy
prolixa»
(321). De modo que la digresión se
presenta como una forma de la abreviatio11.
Un modo de
acercamiento a la sabiduría narrativa del Inca Garcilaso es
hacer un simple cotejo con otras relaciones que cuentan el mismo
asunto. Como señala Carmen de Mora en su
«Introducción» a La Florida, basta con
leer el capítulo XIX del Libro VI de La Florida
para comprender «la distancia que media
entre la historia y el discurso, entre lo episódico y su
desarrollo textual. [...] Surge, entonces, la comprobación
de que lo importante no son esos episodios, comunes a otros textos
sobre la expedición, sino la manera de contarlos»
(47). Pupo-Walker ya señaló que no siempre es posible
ver el diseño general en la distribución de las
interpolaciones; en general se puede observar que son suscitadas
por alguna aventura de los españoles, o por situaciones en
las que el episodio sirve para ilustrar el valor, o la
cortesía, de los indios. En otras ocasiones, un suceso trae
el recuerdo de otro semejante de la Antigüedad -el entierro de
Soto da pie para contar el del rey godo Alarico- o de la historia
más reciente. La mención de lo que hizo Julio
César en el río Albis se relaciona con un episodio
cercano y un dicho de Alonso Vivas contado por el tío de
Garcilaso, Alonso de Vargas. Finalmente, puede evocar la memoria de
recuerdos personales, al referir con emoción cómo
pasaba durante su niñez los ríos en el Perú.
Quizá no sea ocioso añadir que por lo menos en dos
ocasiones, pone uno al lado del otro casos particulares opuestos:
en la terrible batalla de Mauvilla matan a un valiente caballero,
sobrevive un vil cobarde (389); en de Chicaca muere carbonizada la
única mujer española, logra huir un soldadillo
«que no valía nada»
(408-409).
Buena parte de los
relatos interpolados quieren servir de ejemplo general, por ello el
Inca suele cerrarlos con un comentario moral, como sucede con el
cuento de Juan Terrón y las perlas o el del jugador Diego de
Guzmán12.
También están al servicio de la ideología del
Inca, el providencialismo uniformista, como sucede con el
célebre estornudo de Guachoya que provocó grandes
saludos, «De donde se puede creer que
esta manera de salutación sea natural en todas las gentes y
no causada por una peste, como vulgarmente se suele decir, aunque
no falta quien lo rectifique»
(472-473)13.
Aunque sea muy conocida, hay que comenzar con la historia de Juan Ortiz, que figura en todas las relaciones conservadas, y que es uno de los episodios más importantes14. Frente a la parquedad de los demás testimonios, Garcilaso desarrolla el episodio del cautiverio muy por extenso (capítulos II al VII), constituyendo una unidad narrativa prácticamente independiente y tiene importancia su inclusión al comienzo del la Primera Parte del Libro II, «Donde trata de cómo el gobernador llegó a la Florida y halló rastro de Pámphilo Narváez, y un christiano cautivo», ya que el tema tópico del cautiverio se revitaliza y adquiere una significación importante en la historia, puesto que Juan Ortiz no sólo será fundamental en la empresa de Soto al convertirse en intérprete, sino porque nos muestra uno de los modos de relación con el «otro», que irán apareciendo a lo largo de La Florida. La relación de Rodrigo Rangel recogida por Oviedo apenas le dedica unas líneas en las que no da ninguna noticia de su cautiverio y sólo nombra a Mocozo. Al poco de desembarcar, aparecen unos indios preparados para dar batalla:
(Fernández de Oviedo, 1959: 155) |
El carácter informativo y despasionado del factor Luis Hernández de Biedma no impide en este caso que se detenga un poco más de lo que le es habitual, e interesa su testimonio porque aparecen los elementos fundamentales de este tipo de relatos: el aspecto totalmente aindiado del cautivo y la pérdida de la lengua materna. El cacique le pregunta si quiere volver con los españoles:
(Hernández de Biedma, 223, r. y v.) |
Era de esperar que
el desconocido Hidalgo de Elvas diera más detalles.
Señala que fue Baltasar de Gallegos quien encontró al
cautivo desnudo, «quemado por el sol y
traía los brazos labrados, a uso de los indios, y en ninguna
cosa difería de ellos»
. Cuando los
españoles están a punto de clavarle una lanza,
gritó: «Cristiano soy,
señores; no me matéis ni matéis estos indios
que ellos me han dado la vida»
(Hidalgo de Elvas, 1952:
46). Como Hernández de Biedma, señala que pasó
un total de doce años entre los indios: tres con Ucita
(Hirrihigua en Garcilaso), durante los cuales el cacique lo
sometió a terribles tormentos, y penosos trabajos, como el
guardar una «mezquita», y relata el episodio del lobo y
el niño; el resto del tiempo permaneció con Mocozo,
cuyo favor había perdido en el momento de la llegada de los
cristianos. También da cuenta de la intervención de
la dama, la hija de Ucita, que lo salva primero de morir quemado;
luego, de ser sacrificado a los dioses y, finalmente, lo
envía con Mocozo.
Como vemos, los
tres cronistas comienzan, con mayor o menor brevedad, el episodio
de Juan Ortiz en el momento de su encuentro con los hombres de la
expedición de Soto; su historia se relata después. En
cambio, con sagacidad narrativa, el Inca lo inicia en el
capítulo titulado «De los tormentos que un cacique
dava a un español esclavo suyo», que continúa
la historia del Pánfilo de Narváez y el cacique
Hirrihigua, como dijimos antes, no con el encuentro del
español cautivo. De los cuatro españoles que quedaron
en su poder, sobrevivió un «moço que apenas llegava a los diez y
ocho años, natural de Sevilla, llamado Juan Ortiz»
(p. 148). Los trabajos y malos
tratos son continuos. La intervención de las mujeres en su
favor logra evitar en una segunda ocasión su muerte en una
barbacoa, donde iba a ser asado. Hirrihigua, por alejarlo de su
mujer e hijas, lo envió a guardar los cuerpos de los muertos
para que no los robaran los leones, bajo amenaza de muerte si eso
llegara a ocurrir. Un león se lleva el cuerpo de un
niño, Ortiz le dispara en la oscuridad sin saber si le ha
dado. Encomendándose a Dios, termina el capítulo.
El siguiente
(III), «Prosigue la mala vida del cautivo christiano y
cómo se huyó de su amo», termina felizmente la
aventura del león (lobo para el Hidalgo de Elvas). Por
tercera vez, Hirrihigua, por el odio que tiene a los
españoles, decide acabar con su esclavo a flechazos durante
una fiesta. Una vez más la intervención de la hija
del cacique lo salva, y logra huir hasta el pueblo del
magnánimo Mucoço, que lo trató como a un
hermano. En el capítulo V volvemos a la jornada de Hernando
de Soto, sabemos que conocía la existencia de Ortiz, y que
envió a Baltasar Gallegos y otros caballeros a buscarlo
«assí por sacarlo del poder de
los indios como porque lo avía menester para lengua e
intérprete de quien se pudiesse fiar»
(157). En el
capítulo VI tiene lugar el encuentro; casi lo mata un
español, Álvaro Nieto, al confundirlo inevitablemente
con un indio, y viendo que éste volvía sobre
él, «dio grandes vozes diziendo:
"Xibilla, Xibilla", por decir Sevilla, Sevilla»
.
Garcilaso añade que en la relación de Juan Coles,
«no acertando Juan Ortiz a hablar
castellano, hizo con la mano y el arco la señal de la cruz
para que el español viesse que era christiano»
(160). En el capítulo siguiente, «La fiesta que todo
el exército hizo a Juan Ortiz y cómo vino
Mucoço a visitar al gobernador», es cuando Ortiz
cuenta la larga historia que hemos leído: «y amplió la relación que de su
vida hemos dado y de nuevo relató otros muchos tormentos que
avía passado, que causaron compasión a los oyentes. Y
lo dexaremos, por escusar prolijidad»
(164).
Este relato tiene
interés tanto porque es una excelente muestra de
elaboración narrativa de un suceso histórico, como
porque contiene elementos caracterizadores de la escritura del
Inca. Ahora nos interesa la digresión; las páginas
dedicadas a la historia de Juan Ortiz contienen variantes de la
amplificatio
muy usadas por el Inca Garcilaso, que suelen mostrar su
pensamiento, dentro de la articulación del discurso
verosímil y persuasivo. La referencia a la crueldad por la
proscripción que aplicaron Antonio, Lépido y Octavio,
y «otros príncipes
cristianos»
sirve para mostrar las cualidades superiores
de los indios, utilizando la figura de sobrepujamiento, puestas de
manifiesto en este caso en el comportamiento de Mucoço, que
se convierte en el modelo a seguir. El interés por
cuestiones de lenguaje aparece cuando el gobernador recibe en La
Habana a un indio vasallo de Hirrihigua, capturado por Juan de
Añasco, y que ilustra una vez más los malentendidos
entre indios y españoles:
(157) |
La aventura con el león desencadena una digresión sobre el nombre y el carácter del león americano. En ella se compara el león americano, lo desconocido, con el africano, lo conocido; y contrapone lo «pintado» a lo real; de modo que el «refrán común» queda desacreditado; la conclusión obvia es que la naturaleza americana en general en ningún modo es inferior a la del mundo conocido. El episodio concluye que el nombre de «león» es suficiente para connotar ferocidad, y en este caso, Garcilaso no propone el nombre americano:
(152) |
Particular interés tiene la digresión de carácter subjetivo que provoca la pérdida de la lengua materna tras el largo cautiverio. Hemos visto, que en La Florida Juan Ortiz ha olvidado casi por completo el español, como cuenta también Biedma, mientras que en las relaciones de Rangel y del Hidalgo de Elvas aparece articulando frases. Cuando el cautivo está a punto de ser muerto por Álvaro Nieto, el Inca introduce un largo párrafo en el que alude a su experiencia personal, en este caso inversa: si Ortiz entre los indios ha olvidado el castellano por falta de uso, Garcilaso entre los españoles ha perdido su lengua materna. La pausa autobiográfica sirve también para confirmar la veracidad de su discurso, al presentarse a sí mismo como testigo de un caso similar:
(161) |
El encuentro con la señora de Cofachiqui es otro de los episodios paradigmáticos de La Florida del Inca y aparece en las relaciones conservadas. Como ha sido bien estudiado por Carmen de Mora (1993) y Raquel Chang-Rodríguez (1989), no me demoraré en él. Al igual que en el caso de Juan Ortiz, Garcilaso desarrolla por extenso el encuentro con la cacica, narrado mucho más escuetamente en los demás testimonios. En esencia, son coincidentes, pero hay un silencio y una información en la historia del Inca que tienen interés. Tanto Hernández de Biedma como el Hidalgo de Elvas cuentan que Hernando de Soto se llevó consigo a la cacica en contra de su voluntad; de camino a Xualla, lo burló y logró escapar. Escribe el portugués:
(Hidalgo de Elvas, 1952: 71) |
El Hidalgo de
Elvas añade otro dato: la señora de Cutifachiqui,
según testimonio de Alaminos y otros, se quedó en
Xualla con un esclavo de Andrés de Vasconcelos, «que con ellos no se quiso venir, y que era muy
cierto que tenían trato de marido y mujer y determinaban
irse ambos para Cutifachiqui»
(Hidalgo de Elvas, 1952,
p. 71). El factor
Hernández de Biedma relaciona el saqueo de la
«mezquita» con la huida de la cacica. Es decir, se
invierte la relación de Garcilaso en la que la señora
ofrece sus riquezas a los españoles:
(Hernández de Biedma, 227 v.) |
La variante que presenta La Florida interesa, puesto que las relaciones corteses y generosas entre la señora de Cofachiqui y el Adelantado representarían el encuentro ideal entre los dos mundos, la posibilidad de conciliación; de ahí la digresión sobre el encuentro semejante entre Marco Antonio y Cleopatra en el río Cindo, que es otro ejemplo más del pensamiento uniformista del Inca Garcilaso. Hay que apuntar que no sólo son comparables los dos encuentros entre civilizaciones distintas, sino que las mismas palabras del no citado historiador valdrían para este caso:
(328) |
El incidente que
cuenta Garcilaso y al que no aluden las otras relaciones, es el
suicidio el indio embajador, criado por la madre de la
señora, que lo envía para que negociar su encuentro
con los cristianos. Encontramos a este «cavallero moço»
muy contento
de acompañar a los españoles; pero poco a poco
«empeçó a entristecerse y
ponerse imaginativo con la mano en la mexilla»
. Desde el
capítulo anterior el Inca insiste en el arco y las flechas
que llevaba, haciendo una digresión sobre el tema, que
prepara el desenlace; al volver al «indio embaxador»
, cuenta cómo
delante de los españoles que estaban admirando sus flechas,
sacó una con la que «se
hirió en la garganta de tal suerte que se degolló y
cayó luego muerto»
(334). Este «caso estraño»
produce, como
los demás, «admiración»
, sobre todo porque
los cristianos no se explican la conducta del indio. La
razón que da el Inca es el conflicto de lealtades entre sus
dos señoras, la joven y la vieja15.
Este no es el
único caso de suicidio que encontramos en La
Florida. Ya en el capítulo XII del Libro Primero, alude
a un «caso notable de los naturales de
aquellas islas»
: se trata del ahorcamiento colectivo de
los indios de la isla de Cuba, «que era
la mayor lástima del mundo verlos colgados de los
árboles, como pájaros zorzales cuando les arman
lazos»
(134). La causa es la expulsión del
paraíso en que vivían por parte de los
españoles que los obligan a buscar oro, metal que no
aprecian, y «sentían
demasiadamente, por poca que fuesse, la molestia que sobre ello les
davan los españoles»
(133)16.
A ello hay que añadir, la participación del demonio
que los incitó a «esta plaga
abominable»
. El suicidio de un indio tras la batalla de
Mauvilla colgándose de un árbol con la cuerda de su
arco para no caer en manos de los españoles, también
despertó la admiración entre los soldados. Nuevamente
un suceso particular sirve para deducir e ilustrar el sentimiento y
el comportamiento comunes, en este caso de los indios de Mauvilla:
«Donde se puede bien conjecturar la
temeridad y desesperación con que todos ellos pelearon pues
uno que quedó vivo se mató él mismo»
(385). Hernández de Biedma también alude al caso
coincidiendo con Garcilaso; tras la terrible batalla: «uno solo que quedo por no se nos rendir subio a
un arbol que estaba en la misma cerca, i quito la cuerda del arco,
i atosela al pescuezo, i a una rama del arbol a orcarse»
(Hernández de Biedma: 230 v.).
Por su parte, Rangel alude a que el suicidio fue general: «Las muchachas y aun muchachos de cuatro
años reñían con los cristianos, y muchachos
indios se ahorcaban por no venir a sus manos, e otros se
metían en el fuego de su grado. Ved de qué voluntad
andarían aquellos tamemes»
(Fernández de
Oviedo, 1959: 175). Estos dos últimos casos de suicidio
ilustran bien a las claras el comportamiento de extremo rechazo
hacia los españoles que sentían parte de los indios,
y pone en evidencia la imposibilidad de un encuentro, de una
posible de armonía entre los dos mundos.
Un medio
fundamental para conseguir esa armonía virtual es la
evangelización. El concepto providencialista de la historia
del Inca Garcilaso se manifiesta desde el principio hasta el final
de La Florida. Los reproches fundamentales que hace a
Hernando de Soto son que no puebla y que no predica la doctrina
cristiana, críticas presentes también en las
relaciones de Rangel y del Hidalgo de Elvas. Un buen ejemplo de la
facilidad con que los indios serían convertidos a la
verdadera religión es lo sucedido en el pueblo de Casquin o
Casqui, que entraría dentro de los milagros de
conversión. Vista la superioridad de los españoles,
entre otras cosas porque como relata Hernández de Biedma
«sabían que heramos ombres del
cielo i que no nos podian hacer mal sus flechas e por eso no
querian guerra ninguna con nosotros sino serbirnos»
(Hernández de Biedma, 232 v.), y
según el Hidalgo de Helvas, el Adelantado «era hijo del sol»
; el curaca pide a
Hernando de Soto una señal para pedir ayuda a su «genio»
en caso de necesidad. El
gobernador le promete una cruz, que hacen con dos pinos muy grandes
y la colocan en un alto. Tanto el Hidalgo de Elvas como Rangel
hablan de que llevaron a Soto indios cojos y ciegos para que la
señal los sanara. Casquin pide que llueva, petición
común a todas las relaciones. Mientras que el
portugués se limita a decir que: «El gobernador y los suyos se pusieron delante
de ella de rodillas y los indios hicieron lo mismo»
(Hidalgo de Elvas, 1952, p. 98);
Rodrigo Rangel cuenta que «Recibiéronla y adoráronla con
mucha devoción»
, y Hernández de Biedma
describe una procesión:
(Hernández de Biedma: 233 r. y v.) |
Como no podía ser de otra manera, Garcilaso con todo lujo de detalles describe esta procesión, que terminó así:
(430) |
Hay una
variación importante que atañe a la
composición de la materia. En las relaciones consideradas se
nos informa que llovió un número variable de
días, al hablar de la huida de Casquin y el nuevo encuentro
con Soto y su cacique enemigo Pacaha. Sin embargo, Garcilaso indica
que llovió inmediatamente después de la mencionada
procesión, de modo que la presencia del agua adquiere el
carácter de milagro prácticamente inmediato. Todos
los autores mencionan la predicación que hizo Soto a los
indios, aunque no se bautizó a nadie perdiendo así
una ocasión preciosa de conversión. Tanto Rangel como
el Inca terminan el episodio dando cuenta de la paz que puso el
adelantado entre Casqui, o Casquin, y Pacaha y con el ofrecimiento
de unas indias al gobernador. La diferencia entre ambos reside en
la actitud del Adelantado. Mientras que para Garcilaso éste
las aceptó para que no hubiera discordia entre ambos
-«El gobernador, porque el curaca no se
desdeñase, le dixo que, por ser dádiva de mano, las
aceptava»
(442)-; Rangel tiene un punto de vista
completamente distinto:
(Fernández de Oviedo, 1959: 180) |
Se podría añadir a lo anterior un «caso estraño» que cuenta Garcilaso. Uno de los dos indios que capturaron los españoles en la provincia de Apalache, llamado Pedro, aunque todavía estaba sin bautizar, una noche se siente atacado por los demonios y es duramente maltratado. Los españoles, a la vista de las magulladuras, hinchazones, cardenales y golpes que ostenta, piensan que no es «fingido» y lo bautizan. De este caso particular, como en tantas ocasiones, extrae una consideración general, basada también en el testimonio personal:
(314) |
Otros casos significativos como la muerte y el doble entierro de Hernando de Soto; las descripciones del gigante Tascaluza o del feroz Vitachuco, de las riquezas del templo de enterramiento o las penalidades pasadas, corroborarían también que el Inca Garcilaso logra por medio de una muy cuidada elaboración de la materia histórica el difícil equilibrio entre verdad y ficción, problema subyacente a todo el discurso de La Florida, desde el proemio hasta su final. Cuando en el capítulo XXI del Libro VI exhorta al rey para que no se pierda ni para España, como así sucedió, ni para el catolicismo esas cosas tan difíciles de creer, escribe:
(583) |
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