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LENIO


    ¡Desconocido, ingrato Amor, que asombras
a veces los gallardos corazones,
y con vanas figuras, vanas sombras,
pones al alma libre mil prisiones!,
si de ser dios te precias, y te nombras  5
con tan subido nombre, no perdones
al que, rendido al lazo de Himineo,
rindiere a nuevo ñudo su deseo.

    En conservar la ley pura y sincera
del sancto matrimonio pon tu fuerza;  10
-fol. 143v-
descoge en este campo tu bandera;
haz a tu condición en esto fuerza,
que bella flor, que dulce fruto espera,
por pequeño trabajo, el que se esfuerza
a llevar este yugo como debe,  15
que, aunque parece carga, es carga leve.

    Tú puedes, si te olvidas de tus hechos
y de tu condición tan desabrida,
hacer alegres tálamos y lechos
do el yugo conyugal a dos anida.  20
Enciérrate en sus almas y en sus pechos
hasta que acabe el curso de su vida
y vayan a gozar, como se espera,
de la agradable eterna primavera.

    Deja las pastoriles cabañuelas,  25
y al libre pastorcillo hacer su oficio;
vuela más alto ya, pues tanto vuelas,
y aspira a mejor grado y ejercicio.
En vano te fatigas y desvelas
en hacer de las almas sacrificio,  30
si no las rindes con mejor intento
-fol. 154r [144r]-
al dulce de Himineo ayuntamiento.

    Aquí puedes mostrar la poderosa
mano de tu poder maravilloso,
haciendo que la nueva tierna esposa  35
quiera, y que sea querida de su esposo,
sin que aquella infernal rabia celosa
les turbe su contento y su reposo,
ni el desdén sacudido y zahareño
les prive del sabroso y dulce sueño.  40

    Mas si, ¡pérfido Amor!, nunca escuchadas
fueron de ti plegarias de tu amigo,
bien serán estas mías desechadas,
que te soy y seré siempre enemigo.
Tu condición, tus obras mal miradas,  45
de quien es todo el mundo buen testigo,
hacen que yo no espere de tu mano
contento alegre, venturoso y sano.

Ya se maravillaban los que al desamorado Lenio escuchando iban, de ver con cuanta mansedumbre las cosas de amor trataba,   -fol. 154v [144v]-   llamándole dios y de mano poderosa, cosa que jamás le habían oído decir. Mas, habiendo oído los versos con que acabó su canto, no pudieron dejar de reírse, porque ya les pareció que se iba colerizando, y, que si adelante en su canto pasara, él pusiera al amor como otras veces solía; pero faltóle el tiempo, porque se acabó el camino. Y así, llegados al templo y hechas en él por los sacerdotes las acostumbradas ceremonias, Daranio y Silveria quedaron en perpetuo y estrecho ñudo ligados, no sin envidia de muchos que los miraban, ni sin dolor de algunos que la hermosura de Silveria codiciaban; pero a todo dolor sobrepujara el que sintiera el sin ventura Mireno, si a este espectáculo se hallara presente. Vueltos, pues, los desposados del templo con la mesma compañía que habían llevado, llegaron a la plaza de la aldea, donde hallaron las mesas puestas, y adonde quiso Daranio hacer públicamente demostración de sus riquezas, haciendo a todo el pueblo un generoso y sumptuoso convite. Estaba la   -fol. 145r-   plaza tan enramada que una hermosa verde floresta parescía, entretejidas las ramas por cima de tal modo, que los agudos rayos del sol en todo aquel circuito no hallaban entrada para calentar el fresco suelo, que cubierto con muchas espadañas y con mucha diversidad de flores se mostraba.

Allí, pues, con general contento de todos, se solemnizó el generoso banquete, al son de muchos pastorales instrumentos, sin que diesen menos gusto que el que suelen dar las acordadas músicas que en los reales palacios se acostumbran. Pero lo que más autorizó la fiesta fue ver que, en alzándose las mesas, en el mesmo lugar, con mucha presteza, hicieron un tablado, para efecto de que los cuatro discretos y lastimados pastores, Orompo, Marsilo, Crisio y Orfenio, por honrar las bodas de su amigo Daranio, y por satisfacer el deseo que Tirsi y Damón tenían de escucharles, querían allí en público recitar una égloga que ellos mesmos de la ocasión de sus mesmos dolores habían compuesto. Acomodados,   -fol. 145v-   pues, en sus asientos todos los pastores y pastoras que allí estaban, después que la zampoña de Erastro y la lira de Lenio y los otros instrumentos hicieron prestar a los presentes un sosegado y maravilloso silencio, el primero que se mostró en el humilde teatro fue el triste Orompo, con un pellico negro vestido y un cayado de amarillo boj en la mano, el remate del cual era una fea figura de la muerte; venía con hojas de funesto ciprés coronado, insinias todas de la tristeza que en él reinaba por la inmatura muerte de su querida Listea; y, después que con triste semblante los llorosos ojos a una y a otra parte hubo tendido, con muestras de infinito dolor y amargura, rompió el silencio con semejantes razones:




OROMPO

    Salid de lo hondo del pecho cuitado,
palabras sangrientas, con muerte mezcladas;
y si los sospiros os tienen atadas,
abrid y romped el siniestro costado.
-fol. 146r-
El aire os impide, que está ya inflamado  5
del fiero veneno de vuestros acentos;
salid, y siquiera os lleven los vientos,
que todo mi bien también me han llevado.
    Poco perdéis en veros perdidas,
pues ya os ha faltado el alto subjecto  10
por quien en estilo grave y perfecto
hablábades cosas de punto subidas;
notadas un tiempo y bien conocidas
fuistes por dulces, alegres, sabrosas;
agora por tristes, amargas, llorosas,  15
seréis de la tierra y del cielo tenidas.
    Pero, aunque salgáis, palabras, temblando,
¿con cuáles podréis decir lo que siento?,
si es incapaz mi fiero tormento
de irse cual es al vivo pintando.  20
Mas, ya que me falta el cómo y el cuándo
de significar mi pena y mi mengua,
aquello que falta y no puede la lengua,
suplan mis ojos, contino llorando.
-fol. 146v-
    ¡Oh muerte, que atajas y cortas el hilo  25
de mil pretensiones gustosas humanas,
y en un volver de ojos las sierras allanas
y haces iguales a Henares y al Nilo!
¿Por qué no templaste, traidora, el estilo
tuyo cruel? ¿Por qué a mi despecho,  30
probaste en el blanco y más lindo pecho,
de tu fiero alfanje la furia y el filo?
    ¿En qué te ofendían, ¡oh falsa!, los años
tan tiernos y verdes de aquella cordera?
¿Por qué te mostraste con ella tan fiera?  35
¿Por qué en el suyo creciste mis daños?
¡Oh mi enemiga, y amiga de engaños!,
de mí, que te busco, te escondes y ausentas,
y quieres y trabas razones y cuentas
con el que más teme tus males tamaños.  40
    En años maduros, tu ley, tan injusta,
pudiera mostrar su fuerza crescida,
y no descargar la dura herida
en quien del vivir ha poco que gusta.
Mas esa tu hoz, que todo lo ajusta,  45
-fol. 147r-
y mando ni ruego jamás la doblega,
así con rigor la flor tierna siega,
como la caña ñudosa y robusta.
    Cuando a Listea del suelo quitaste,
tu ser, tu valor, tu fuerza, tu brío,  50
tu ira, tu mando y tu señorío
con solo aquel triunfo al mundo mostraste.
Llevando a Listea, también te llevaste
la gracia, el donaire, belleza y cordura
mayor de la tierra, y en su sepultura  55
este bien todo con ella encerraste.
    Sin ella, en tiniebla perpetua ha quedado
mi vida penosa, que tanto se alarga,
que es insufrible a mis hombros su carga:
que es muerte la vida del que es desdichado.  60
Ni espero en fortuna, ni espero en el hado,
ni espero en el tiempo, ni espero en el cielo,
ni tengo de quién espere consuelo,
ni es bien que se espere en mal tan sobrado.
    ¡Oh vos, que sentís qué cosa es dolores!,  65
-fol. 147v-
venid y tomad consuelo en los míos;
que en viendo su ahínco, sus fuerzas, sus bríos,
veréis que los vuestros son mucho menores.
¿Dó estáis agora, gallardos pastores?
Crisio, Marsilo y Orfenio, ¿qué hacéis?  70
¿Por qué no venís? ¿Por qué no tenéis
por más que los vuestros mis daños mayores?
    Mas, ¿quién es aquel que asoma y que quiebra
por la encrucijada de aqueste sendero?
Marsilo es, sin duda, de amor prisionero:  75
Belisa es la causa, a quien siempre celebra.
A éste le roe la fiera culebra
del crudo desdén el pecho y el alma,
y pasa su vida en tormenta sin calma,
y aun no es, cual la mía, su suerte tan negra.  80
    Él piensa qu’el mal qu’el alma le aqueja
es más que el dolor de mi desventura.
Aquí será bien que entre esta espesura
me esconda, por ver si acaso se queja.
Mas, ¡ay!, que a la pena que nunca me deja  85
pensar igualarla es gran desatino,
-fol. 148r-
pues abre la senda y cierra el camino
al mal que se acerca y al bien que se aleja.


MARSILO

    ¡Pasos que al de la muerte
me lleváis paso a paso,  90
forzoso he de acusar vuestra pereza!
Seguid tan dulce suerte,
que en este amargo paso
está mi bien y en vuestra ligereza.
Mirad que la dureza  95
de la enemiga mía
en el airado pecho,
contrario a mi provecho,
en su entereza está cual ser solía;
huigamos, si es posible,  100
del áspero rigor suyo terrible.
    ¿A qué apartado clima,
a qué región incierta
iré a vivir, que pueda asegurarme
del mal que me lastima,  105
del ansia triste y cierta
-fol. 148v-
que no se ha de acabar hasta acabarme?
Ni estar quedo, o mudarme
a la arenosa Libia,
o al lugar donde habita  110
el fiero y blanco scita,
un solo punto mi dolor alivia:
que no está mi contento
en hacer de lugares mudamiento.
    Aquí y allí me alcanza  115
el desdén riguroso
de la sin par cruel pastora mía,
sin que amor ni esperanza
un término dichoso
me puedan prometer en tal porfía.  120
¡Belisa, luz del día,
gloria de la edad nuestra,
si valen ya contigo
ruegos de un firme amigo,
tiempla el rigor airado de tu diestra,  125
y el fuego deste mío
pueda en tu pecho deshacer el frío!
    Más sorda a mi lamento,
-fol. 149r-
más implacable y fiera
que a la voz del cansado marinero  130
el riguroso viento
qu’el mar turba y altera
y amenaza a la vida el fin postrero;
mármol, diamante, acero,
alpestre y dura roca,  135
robusta, antigua encina,
roble que nunca inclina
la altiva rama al cierzo que le toca:
todo es blando y suave,
comparado al rigor que’n tu alma cabe.  140
    Mi duro amargo hado,
mi inexorable estrella,
mi voluntad, que todo lo consiente,
me tienen condemnado,
Belisa ingrata y bella,  145
a que te sirva y ame eternamente.
Y, aunque tu hermosa frente,
con riguroso ceño,
y tus serenos ojos
me anuncien mil enojos,  150
-fol. 149v-
serás desta alma conocida dueño,
en tanto que en el suelo
la cubriere mortal corpóreo velo.
    ¿Hay bien que se le iguale
al mal que me atormenta?  155
¿Y hay mal en todo el mundo tan esquivo?
El uno y otro sale
de toda humana cuenta,
y aun yo sin ella en viva muerte vivo.
En el desdén avivo  160
mi fe, y allí se enciende
con el helado frío;
mirad qué desvarío,
y el dolor desusado que me ofende,
y si podrá igualarse  165
al mal que más quisiere aventajarse.
Mas, ¿quién es el que mueve
las ramas intricadas
deste acopado mirto y verde asiento?


OROMPO

    Un pastor que se atreve,  170
con razones fundadas
-fol. 150r-
en la pura verdad de su tormento,
mostrar que el sentimiento
de su dolor crescido
al tuyo se aventaja,  175
por más que tú le estimes,
levantes y sublimes.


MARSILO

    Vencido quedarás en tal baraja,
Orompo, fiel amigo,
y tú mesmo serás dello testigo.  180
Si de las ansias mías,
si de mi mal insano
la más mínima parte conocieras,
cesaran tus porfías,
Orompo, viendo llano  185
que tú penas de burla y yo de veras.


OROMPO

    Haz, Marsilo, quimeras
de tu dolor estraño,
y al mío menoscaba
que la vida me acaba,  190
que yo espero sacarte d’ese engaño,
mostrando al descubierto
que el tuyo es sombra de mi mal, que’s cierto.
-fol. 150v-
Pero la voz sonora
de Crisio oigo que suena,  195
pastor que en la opinión se te parece;
escuchémosle ahora,
que su cansada pena
no menos que la tuya la engrandece.


MARSILO

    Hoy el tiempo me ofrece  200
lugar y coyuntura
donde pueda mostraros
a entrambos y enteraros
de que sola la mía es desventura.


OROMPO

    Atiende ahora, Marsilo,  205
la voz de Crisio y lamentable estilo.


CRISIO

    ¡Ay dura, ay importuna, ay triste ausencia!,
¡cuán fuera debió estar de conocerte
el que igualó tu fuerza y violencia
al poder invencible de la muerte!  210
Que, cuando con mayor rigor sentencia,
¿qué puede más su limitada suerte
que deshacer el ñudo y recia liga
que a cuerpo y alma estrechamente liga?
-fol. 151r-
    Tu duro alfanje a mayor mal se estiende,  215
pues un espíritu en dos mitades parte.
¡Oh milagros de amor que nadie entiende,
ni se alcanzan por sciencia ni por arte!
¡Que deje su mitad con quien la enciende
allá mi alma, y traiga acá la parte  220
más frágil, con la cual más mal se siente
que estar mil veces de la vida ausente!
    Ausente estoy de aquellos ojos bellos
que serenaban la tormenta mía;
ojos vida de aquél que pudo vellos,  225
si de allí no pasó la fantasía:
que verlos y pensar de merescellos
es loco atrevimiento y demasía.
Yo los vi, ¡desdichado!, y no los veo,
y mátame de verlos el deseo.  230
    Deseo, y con razón, ver dividida,
por acortar el término a mi daño,
esta antigua amistad, que tiene unida
mi alma al cuerpo con amor tamaño,
que siendo de las carnes despedida  235
-fol. 151v-
con ligereza presta y vuelo estraño,
podrá tornar a ver aquellos ojos,
que son descanso y gloria a sus enojos.
    Enojos son la paga y recompensa
que amor concede al amador ausente,  240
en quien se cifra el mayor mal y ofensa
que en los males de amor s’encierra y siente.
Ni poner discreción a la defensa,
ni un querer firme, levantado, ardiente,
aprovecha a templar deste tormento  245
la dura pena y el furor violento.
    Violento es el rigor desta dolencia;
pero junto con esto, es tan durable,
que se acaba primero la paciencia,
y aun de la vida el curso miserable.  250
Muertes, desvíos, celos, inclemencia
de airado pecho, condición mudable,
no atormentan así ni dañan tanto
como este mal, que’l nombre aun pone espanto.
    Espanto fuera si dolor tan fiero  255
-fol. 152r-
dolores tan mortales no causara;
pero todos son flacos, pues no muero,
ausente de mi vida dulce y cara.
Mas cese aquí mi canto lastimero,
que a compañía tan discreta y rara  260
como es la que allí veo, será justo
que muestre al verla más sabroso gusto.


OROMPO

    Gusto nos da, buen Crisio, tu presencia,
y más viniendo a tiempo que podremos
acabar nuestra antigua diferencia.  265


CRISIO

    Orompo, si es tu gusto, comencemos,
pues que juez de la contienda nuestra
tan recto aquí en Marsilo le tendremos.


MARSILO

    Indicio dais y conocida muestra
del error en que os trae tan embebidos  270
esa vana opinión notoria vuestra,
    pues queréis que a los míos preferidos
vuestros dolores, tan pequeños, sean,
harto llorados más que conoscidos.
    Mas, porque el suelo y cielo juntos vean  275
cuánto vuestro dolor es menos grave
que las ansias que el alma me rodean,
-fol. 152v-
    la más pequeña que en mi pecho cabe
pienso mostrar en vuestra competencia,
así como mi ingenio torpe sabe;  280
    y dejaré a vosotros la sentencia
y el juzgar si mi mal es muy más fuerte
qu’el riguroso de la larga ausencia,
    o el amargo espantoso de la muerte,
de quien entrambos os quejáis sin tiento,  285
llamando dura y corta a vuestra suerte.


OROMPO

    Deso yo, soy, Marsilo, muy contento,
pues la razón que tengo de mi parte
el triunfo le asegura a mi tormento.


CRISIO

    Aunque de exagerar me falta el arte,  290
veréis, cuando yo os muestre mi tristeza,
cómo quedan las vuestras a una parte.


MARSILO

    ¿Qué ausencia llega a la inmortal dureza
de mi pastora?, que es, con ser tan dura,
señora universal de la belleza.  295


OROMPO

    ¡Oh, a qué buen tiempo llega y coyuntura
Orfenio! ¿Veisle?, asoma. Estad atentos:
oiréisle ponderar su desventura.
    Celos es la ocasión de sus tormentos:
celos, cuchillo y ciertos turbadores  300
-fol. 153r-
de las paces de amor y los contentos.


CRISIO

    Escuchad, que ya canta sus dolores.


ORFINIO

    ¡Oh sombra escura que contino sigues
a mi confusa triste fantasía;
enfadosa tiniebla, siempre fría,  305
que a mi contento y a mi luz persigues!
    ¿Cuándo será que tu rigor mitigues,
monstruo cruel y rigurosa harpía?
¿Qué ganas en turbarme la alegría,
o qué bien en quitármele consigues?  310
    Mas, si la condición de que te arreas
se estiende a pretender quitar la vida
al que te dio la tuya y te ha engendrado,
    no me debe admirar que de mí seas
y de todo mi bien fiero homicida,  315
sino de verme vivo en tal estado.


OROMPO

    Si el prado deleitoso,
Orfinio, te es alegre, cual solía
en tiempo más dichoso,
ven; pasarás el día  320
en nuestra lastimada compañía.
-fol. 153v-
    Con los tristes el triste
bien ves que se acomoda fácilmente;
ven, que aquí se resiste,
par desta clara fuente,  325
del levantado sol el rayo ardiente.
    Ven, y el usado estilo
levanta, y como sueles te defiende
de Crisio y de Marsilio,
que cada cual pretende  330
mostrar que sólo es mal el que le ofende.
    Yo solo, en este caso
contrario habré de ser a ti y a ellos,
pues los males que paso
bien podré encarecellos,  335
mas no mostrar la menor parte dellos.


ORFINIO

    No al gusto le es sabrosa
así a la corderuela deshambrida
la yerba, ni gustosa
salud restituida  340
a aquel que ya la tuvo por perdida,
    como es a mí sabroso
mostrar en la contienda que se ofrece
-fol. 154r-
que el dolor riguroso
que el corazón padece  345
sobr’el mayor del suelo se engrandece.
    Calle su mal sobrado
Orompo; encubra Crisio su dolencia;
Marsilo esté callado:
muerte, desdén ni ausencia  350
no tengan con los celos competencia.
    Pero si el cielo quiere
que hoy salga a campo la contienda nuestra,
comience el que quisiere,
y dé a los otros muestra  355
de su dolor con torpe lengua o diestra:
    que no está en la elegancia
y modo de decir el fundamento
y principal sustancia
del verdadero cuento  360
que en la pura verdad tiene su asiento.


CRISIO

Siento, pastor, que tu arrogancia mucha
en esta lucha de pasiones nuestras
dará mil muestras de tu desvarío.


ORFINIO

Tiempla ese brío, o muéstralo a su tiempo;  365
-fol. 154v-
que es pasatiempo, Crisio, tu congoja:
que el mal que afloja con volver el paso
no hay que hacer caso de su sentimiento.


CRISIO

Es mi tormento tan estraño y fiero,
que presto espero que tú mesmo digas  370
que a mis fatigas no se iguala alguna.


MARSILO

Desde la cuna soy yo desdichado.


OROMPO

Aun engendrado creo que no estaba,
cuando sobraba en mí la desventura.


ORFINIO

En mí se apura la mayor desdicha.  375


CRISIO

Tu mal es dicha, comparado al mío.


MARSILO

Opuesto al brío de mi mal estraño,
es gloria el daño que a vosotros daña.


OROMPO

Esta maraña quedará muy clara
cuando a la clara mi dolor descubra.  380
Ninguno encubra agora su tormento,
que yo del mío doy principio al cuento.
    Mis esperanzas, que fueron
sembradas en parte buena,
dulce fruto prometieron,  385
y cuando darle quisieron
convirtióle el cielo en pena.
-fol. 155r-
Vi su flor maravillosa
en mil muestras deseosa
de darme una rica suerte,  390
y en aquel punto la muerte
cortómela de envidiosa.
    Yo quedé cual labrador
que del trabajo contino
de su espaciosa labor  395
fruto amargo de dolor
le concede su destino;
y aun le quita la esperanza
de otra nueva buena andanza,
porque cubrió con la tierra  400
el cielo donde se encierra
de su bien la confianza.
    Pues si a término he llegado
que de tener gusto o gloria
vivo ya desesperado,  405
de que yo soy más penado
es cosa cierta y notoria:
que la esperanza asegura
-fol. 155v-
en la mayor desventura
un dichoso fin que viene;  410
mas, ¡ay de aquél que la tiene
cerrada en la sepultura!


MARSILO

    Yo, qu’el humor de mis ojos
siempre derramado ha sido
en lugar donde han nascido  415
cien mil espinas y abrojos
qu’el corazón m’han herido;
yo sí soy el desdichado,
pues con nunca haber mostrado
un momento el rostro enjuto,  420
ni hoja, ni flor, ni fruto
he del trabajo sacado.
    Que si alguna muestra viera
de algún pequeño provecho,
sosegárase mi pecho;  425
y, aunque nunca se cumpliera,
quedara al fin satisfecho,
porque viera que valía
mi enamorada porfía
-fol. 156r-
con quien es tan desabrida,  430
que a mi yelo está encendida
y a mi fuego helada y fría.
    Pues si es el trabajo vano
de mi llanto y sospirar,
y dél no pienso cesar,  435
a mi dolor inhumano,
¿cuál se le podrá igualar?
Lo que tu dolor concierta
es que está la causa muerta,
Orompo, de tu tristeza;  440
la mía, en más entereza,
cuanto más me desconcierta.


CRISIO

    Yo, que tiniendo en sazón
el fruto que se debía
a mi contina pasión,  445
una súbita ocasión
de gozarle me desvía;
muy bien podré ser llamado
sobre todos desdichado,
pues que vendré a perecer,  450
-fol. 156v-
pues no puedo parecer
adonde el alma he dejado.
    Del bien que lleva la muerte
el no poder recobrallo
en alivio se convierte,  455
y un corazón duro y fuerte
el tiempo suele ablandallo.
Mas en ausencia se siente,
con un estraño accidente,
sin sombra de ningún bien,  460
celos, muertes y desdén,
que esto y más teme el ausente.
    Cuando tarda el cumplimiento
de la cercana esperanza,
aflige más el tormento,  465
y allí llega el sufrimiento
adonde ella nunca alcanza.
En las ansias desiguales,
el remedio de los males
es el no esperar remedio;  470
mas carecen deste medio
-fol. 157r-
las de ausencia más mortales.


ORFINIO

    El fruto que fue sembrado
por mi trabajo contino,
a dulce sazón llegado,  475
fue con próspero destino
en mi poder entregado.
Y apenas pude llegar
a términos tan sin par,
cuando vine a conocer  480
la ocasión de aquel placer
ser para mí de pesar.
    Yo tengo el fruto en la mano,
y el tenerle me fatiga,
porque en mi mal inhumano,  485
a la más granada espiga
la roe un fiero gusano.
Aborrezco lo que quiero,
y por lo que vivo muero,
y yo me fabrico y pinto  490
un revuelto laberinto
de do salir nunca espero.
-fol. 157v-
    Busco la muerte en mi daño,
que ella es vida a mi dolencia;
con la verdad más me engaño,  495
y en ausencia y en presencia
va creciendo un mal tamaño.
No hay esperanza que acierte
a remediar mal tan fuerte,
ni por estar ni alejarme  500
es imposible apartarme
desta triste viva muerte.


OROMPO

    ¿No es error conocido
decir que el daño que la muerte hace,
por ser tan estendido,  505
en parte satisface,
pues la esperanza quita
qu’el dolor administra y solicita?
    Si de la gloria muerta
no se quedara viva la memoria  510
qu’el gusto desconcierta,
es cosa ya notoria
-fol. 158r-
que el no esperar tenella,
tiempla el dolor en parte de perdella.
    Pero si está presente  515
la memoria del bien ya fenescido,
más viva y más ardiente
que cuando poseído,
¿quién duda que esta pena
no está más que otras de miserias llena?  520


MARSILO

    Si a un pobre caminante
le sucediese, por estraña vía,
huírsele delante,
al fenecer del día,
el albergue esperado  525
y con vana presteza procurado,
   quedaría, sin duda,
confuso del temor que allí le ofrece
la escura noche y muda,
y más si no amanesce,  530
que el cielo a su ventura
no concede la luz serena y pura.
-fol. 158v-
    Yo soy el que camino
para llegar a un albergue venturoso,
y cuando más vecino  535
pienso estar del reposo,
cual fugitiva sombra,
el bien me huye y el dolor me asombra.


CRISIO

    Cual raudo y hondo río
suele impedir al caminante el paso,  540
y al viento, nieve y frío
le tiene en campo raso,
y el albergue delante
se le muestra de allí poco distante,
    tal mi contento impide  545
esta penosa y tan prolija ausencia,
que nunca se comide
a aliviar su dolencia,
y casi ante mis ojos
veo quien remediará mis enojos.  550
    Y el ver de mis dolores
tan cerca la salud, tanto me aprieta,
-fol. 159r-
que los hace mayores,
pues por causa secreta,
cuanto el bien es cercano,  555
tanto más lejos huye de mi mano.


ORFINIO

    Mostróseme a la vista
un rico albergue de mil bienes lleno;
triunfé de su conquista,
y, cuando más sereno  560
se me mostraba el hado,
vilo en escuridad negra cambiado.
    Allí donde consiste
el bien de los amantes bien queridos,
allí mi mal asiste;  565
allí se ven unidos
los males y desdenes
donde suelen estar todos los bienes.
    Dentro desta morada
estoy, de do salir nunca procuro,  570
por mi dolor fundada
de tan estraño muro,
-fol. 159v-
que pienso que le abaten
cuantos le quieren, miran y combaten.


OROMPO

    Antes el sol acabará el camino  575
que es proprio suyo, dando vuelta al cielo
después de haber tocado en cada signo,
    que la parte menor de nuestro duelo
podamos declarar como se siente,
por más q[u]’[e]l bien hablar levante el vuelo.  580
    Tú dices, Crisio, qu’el que vive ausente
muere; yo, que estoy muerto, pues mi vida
a muerte la entregó el hado inclemente.
    Y tú, Marsilo, afirmas que perdida
tienes de gusto y bien toda esperanza,  585
pues un fiero desdén es tu homicida.
    Tú repites, Orfinio, que la lanza
aguda de los celos te traspasa,
no sólo el pecho, que hasta el alma alcanza.
    Y como el uno lo que el otro pasa  590
no siente, su dolor solo exagera,
y piensa que al rigor del otro pasa.
    Y, por nuestra contienda lastimera,
de tristes argumentos está llena
-fol. 160r-
del caudaloso Tajo la ribera.  595
    Ni por esto desmengua nuestra pena;
antes, por el tratar la llaga tanto,
a mayor sentimiento nos condemna.
    Cuanto puede decir la lengua, y cuanto
pueden pensar los tristes pensamientos,  600
es ocasión de renovar el llanto.
    Cesen, pues, los agudos argumentos,
que en fin no hay mal que no fatigue y pene,
ni bien que dé siguros los contentos.
    ¡Harto mal tiene quien su vida tiene  605
cerrada en una estrecha sepultura,
y en soledad amarga se mantiene!
    ¡Desdichado del triste sin ventura
que padece de celos la dolencia,
con quien no valen fuerzas ni cordura,  610
    y aquel que en el rigor de larga ausencia
pasa los tristes miserables días,
llegado al flaco arrimo de paciencia,
    y no menos aquel qu’en sus porfías
siente, cuando más arde, en su pastora  615
entrañas duras e intenciones frías!


CRISIO

    Hágase lo que pide Orompo agora,
-fol. 160v-
pues ya de recoger nuestro ganado
se va llegando a más andar la hora;
y, en tanto que al albergue acostumbrado  620
llegamos, y que el sol claro se aleja,
escondiendo su faz del verde prado,
    con voz amarga y lamentable queja,
al son de los acordes instrumentos,
cantemos el dolor que nos aqueja.  625


MARSILO

    Comienza, pues, ¡oh Crisio!, y tus acentos
lleguen a los oídos de Claraura,
llevados mansamente de los vientos,
como a quien todo tu dolor restaura.


CRISIO

    Al que ausencia viene a dar  630
su cáliz triste a beber,
no tiene mal que temer,
ni ningún bien que esperar.
    En esta amarga dolencia
no hay mal que no esté cifrado:  635
temor de ser olvidado,
celos de ajena presencia;
    quien la viniere a probar
-fol. 161r-
luego vendrá a conocer
que no hay mal de que temer,  640
ni menos bien que esperar.


OROMPO

    Ved si es mal el que me aqueja
más que muerte conoscida,
pues forma quejas la vida
de que la muerte la deja.  645
    Cuando la muerte llevó
toda mi gloria y contento,
por darme mayor tormento,
con la vida me dejó.
    El mal viene, el bien se aleja  650
con tan ligera corrida,
que forma quejas la vida
de que la muerte la deja.


MARSILO

    En mi terrible pesar
ya faltan, por más enojos,  655
las lágrimas a los ojos
y el aliento al sospirar.
-fol. 161v-
    La ingratitud y desdén
me tienen ya de tal suerte,
que espero y llamo a la muerte  660
por más vida y por más bien.
    Poco se podrá tardar,
pues faltan en mis enojos
las lágrimas a los ojos
y el aliento al sospirar.  665


ORFINIO

    Celos, a fe, si pudiera,
que yo hiciera por mejor
que fueran celos amor,
y que el amor celos fuera.
    Deste trueco granjeara  670
tanto bien y tanta gloria,
que la palma y la victoria
de enamorado llevara.
    Y aun fueran de tal manera
los celos en mi favor,  675
que a ser los celos amor,
el amor yo solo fuera.

  -fol. 162r-  

Con esta última canción del celoso Orfinio dieron fin a su égloga los discretos pastores, dejando satisfechos de su discreción a todos los que escuchado los habían; especialmente a Damón y a Tirsi, que gran contento en oírlos rescibieron, paresciéndoles que más que de pastoril ingenio parescían las razones y argumentos que para salir con su propósito los cuatro pastores habían propuesto. Pero, habiéndose movido contienda entre muchos de los circunstantes sobre cuál de los cuatro había alegado mejor de su derecho, en fin se vino a conformar el parecer de todos con el que dio el discreto Damón, diciéndoles que él para sí tenía que, entre todos los disgustos y sinsabores que el amor trae consigo, ninguno fatiga tanto al enamorado pecho como la incurable pestilencia de los celos; y que no se podían igualar a ella la pérdida de Orompo, ausencia de Crisio, ni la desconfianza de Marsilo.

-La causa es -dijo- que no cabe en razón natural que las cosas que están imposibilitadas de alcanzarse,   -fol. 162v-   puedan por largo tiempo apremiar la voluntad a quererlas, ni fatigar al deseo por alcanzarlas, porque el que tuviese voluntad y deseo de alcanzar lo imposible, claro está que, cuanto más el deseo le sobrase, tanto más el entendimiento le faltaría. Y por esta mesma razón digo que la pena que Orompo padece no es sino una lástima y compasión del bien perdido; y, por haberle perdido de manera que no es posible tornarle a cobrar, esta imposibilidad ha de ser causa para que su dolor se acabe; que, puesto que el humano entendimiento no puede estar tan unido siempre con la razón que deje de sentir la pérdida del bien que cobrar no se puede, y que en efecto, ha de dar muestras de su sentimiento con tiernas lágrimas, ardientes sospiros y lastimosas palabras, so pena de que quien esto no hiciese, antes por bruto que por hombre racional sería tenido, en fin fin, el discurso del tiempo cura esta dolencia, la razón la mitiga y las nuevas ocasiones tienen mucha parte para borrarla de la memoria.

»Todo   -fol. 163r-   esto es al revés en el ausencia, como apuntó bien Crisio en sus versos, que, como la esperanza en el ausente ande tan junta con el deseo, dale terrible fatiga la dilación de la tornada, porque, como no le impide otra cosa el gozar su bien sino algún brazo de mar, o alguna distancia de tierra, parécele que tiniendo lo principal, que es la voluntad de la persona amada, que se hace notorio agravio a su gusto que cosas que son tan menos como un poco de agua o tierra le impidan su felicidad y gloria. Júntase asimesmo a esta pena el temor de ser olvidado, las mudanzas de los humanos corazones; y, en tanto que la ausencia dura, sin duda alguna que es estraño el rigor y aspereza con que trata al alma del desdichado ausente; pero, como tiene tan cerca el remedio, que consiste en la tornada, puédese llevar con algún alivio su tormento, y si sucediere ser la ausencia de manera que sea imposible volver a la presencia deseada, aquella imposibilidad viene a ser el remedio, como en el de la muerte.

  -fol. 163v-  

»El dolor de que Marsilo se queja, puesto que es como el mesmo que yo padezco, y por esta causa me había de parescer mayor que otro alguno, no por eso dejaré de decir lo que en él la razón me muestra, antes que aquello a que la pasión me incita. Confieso que es terrible dolor querer y no ser querido, pero mayor sería amar y ser aborrecido. Y si los nuevos amadores nos guiásemos por lo que la razón y la experiencia nos enseña, veríamos que todos los principios en cualquier cosa son dificultosos, y que no padece esta regla excepción en los casos de amor, antes en ellos más se confirma y fortalece; así que, quejarse el nuevo amante de la dureza del rebelde pecho de su señora, va fuera de todo razonable término, porque, como el amor sea y ha de ser voluntario, y no forzoso, no debo yo quejarme de no ser querido de quien quiero, ni debo hacer caudal del cargo que le hago, diciéndole que está obligada a amarme porque yo la   -fol. 164r-   amo; que, puesto que la persona amada debe, en ley de naturaleza y en buena cortesía, no mostrarse ingrata con quien bien la quiere, no por eso le ha de ser forzoso y de obligación que corresponda del todo y por todo a los deseos de su amante; que si esto así fuese, mil enamorados importunos habría que por su solicitud alcanzasen lo que quizá no se les debría de derecho. Y, como el amor tenga por padre al conocimiento, puede ser que no halle en mí la que es de mí bien querida, partes tan buenas que la muevan e inclinen a quererme; y así, no está obligada, como ya he dicho, a amarme, como yo estaré obligado a adorarla, porque hallé en ella lo que a mí me falta. Y por esta razón no debe el desdeñado quejarse de su amada, sino de su ventura, que le negó las gracias que al conocimiento de su señora pudieran mover a bien quererle. Y así, debe procurar con continos servicios, con amorosas razones, con la no importuna presencia, con las ejercitadas virtudes, adobar   -fol. 164v-   y enmendar en él la falta que naturaleza hizo, que este es tan principal remedio, que estoy por afirmar que será imposible dejar de ser amado el que con tan justos medios procurase granjear la voluntad de su señora. Y, pues este mal del desdén tiene el bien deste remedio, consuélese Marsilo y tenga lástima al desdichado y celoso Orfinio, en cuya desventura se encierra la mayor que en las de amor imaginar se puede.

»¡Oh celos, turbadores de la sosegada paz amorosa; celos, cuchillo de las más firmes esperanzas! No sé yo qué pudo saber de linajes el que a vosotros os hizo hijos del amor, siendo tan al revés, que por el mesmo caso dejara el amor de serlo si tales hijos engendrara. ¡Oh celos, hipócritas y fementidos ladrones, pues, para que se haga cuenta de vosotros en el mundo, en viendo nascer alguna centella de amor en algún pecho, luego procuráis mezclaros con ella, volviéndoos de su color, y aun procuráis usurparle el mando y señorío que tiene! Y de aquí nasce que, como os ven tan   -fol. 165r-   unidos con el amor, puesto que por vuestros efectos dais a conoscer que no sois el mesmo amor, todavía procuráis que entienda el ignorante que sois sus hijos, siendo, como lo sois, nascidos de una baja sospecha, engendrados de un vil y desastrado temor, criados a los pechos de falsas imaginaciones, crescidos entre vilísimas envidias, sustentados de chismes y mentiras. Y, porque se vea la destruición que hace en los enamorados pechos esta maldita dolencia de los rabiosos celos, en siendo el amante celoso, conviene -con paz sea dicho de los celosos enamorados-; conviene, digo, que sea, como lo es, traidor, astuto, revoltoso, chismero, antojadizo y aun mal criado; y a tanto se estiende la celosa furia que le señorea, que a la persona que más quiere es a quien más mal desea. Querría el amante celoso que sólo para él su dama fuese hermosa, y fea para todo el mundo; desea que no tenga ojos para ver más de lo que él quisiere, ni oídos para oír, ni lengua para hablar; que sea retirada, desabrida, soberbia   -fol. 165v-   y mal acondicionada; y aun a veces desea, apretado desta pasión diabólica, que su dama se muera y que todo se acabe.

»Todas estas pasiones engendran los celos en los ánimos de los amantes celosos; al revés de las virtudes que el puro y sencillo amor multiplica en los verdaderos y comedidos amadores, porque en el pecho de un buen enamorado se encierra discreción, valentía, liberalidad, comedimiento y todo aquello que le puede hacer loable a los ojos de las gentes. Tiene más, asimesmo, la fuerza deste crudo veneno: que no hay antídoto que le preserve, consejo que le valga, amigo que le ayude, ni disculpa que le cuadre; todo esto cabe en el enamorado celoso, y más: que cualquiera sombra le espanta, cualquiera niñería le turba y cualquier sospecha, falsa o verdadera, le deshace; y a toda esta desventura se le añade otra: que con las disculpas que le dan, piensa que le engañan. Y no habiendo para la enfermedad de los celos otra medicina que las disculpas,   -fol. 166r-   y no queriendo el enfermo celoso admitirlas, síguese que esta enfermedad es sin remedio, y que a todas las demás debe anteponerse. Y así, es mi parecer que Orfinio es el más penado, pero no el más enamorado, porque no son los celos señales de mucho amor, sino de mucha curiosidad impertinente; y si son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta; y así, el enamorado celoso tiene amor, mas es amor enfermo y mal acondicionado. Y también el ser celoso es señal de poca confianza del valor de sí mesmo. Y que sea esto verdad nos lo muestra el discreto y firme enamorado, el cual, sin llegar a la escuridad de los celos, toca en las sombras del temor, pero no se entra tanto en ellas que le escurezcan el sol de su contento, ni dellas se aparta tanto que le descuiden de andar solícito y temeroso; que si este discreto temor faltase en el amante, yo le tendría por soberbio y demasiadamente confiado, porque, como   -fol. 166v-   dice un común proverbio nuestro: «quien bien ama, teme»; teme, y aun es razón que tema el amante que, como la cosa que ama es en estremo buena, o a él le pareció serlo, no parezca lo mesmo a los ojos de quien la mirare, y por la mesma causa se engendre el amor en otro que pueda y venga a turbar el suyo. Teme y tema el buen enamorado las mudanzas de los tiempos, de las nuevas ocasiones que en su daño podrían ofrecerse, de que con brevedad no se acabe el dichoso estado que goza; y este temor ha de ser tan secreto que no le salga a la lengua para decirle, ni aun a los ojos para significarle; y hace tan contrarios efectos este temor del que los celos hacen en los pechos enamorados, que cría en ellos nuevos deseos de acrescentar más el amor, si pudiesen; de procurar con toda solicitud que los ojos de su amada no vean en ellos cosa que no sea digna de alabanza, mostrándose liberales, comedidos, galanes, limpios y bien criados; y tanto cuanto este virtuoso temor es justo se alabe, tanto y más   -fol. 167r-   es digno que los celos se vituperen.

Calló en diciendo esto el famoso Damón, y llevó tras la suya las contrarias opiniones de algunos que escuchado le habían, dejando a todos satisfechos de la verdad que con tanta llaneza les había mostrado. Pero no se quedara sin respuesta si los pastores Orompo, Crisio, Marsilo y Orfinio hubieran estado presentes a su plática, los cuales, cansados de la recitada égloga, se habían ido a casa de su amigo Daranio.

Estando todos en esto, ya que los bailes y danzas querían renovarse, vieron que por una parte de la plaza entraban tres dispuestos pastores, que luego de todos fueron conoscidos, los cuales eran el gentil Francenio, el libre Lauso y el anciano Arsindo, el cual venía en medio de los dos pastores con una hermosa guirnalda de verde lauro en las manos; y, atravesando por medio de la plaza, vinieron a parar adonde Tirsi, Damón, Elicio y Erastro y todos los más principales pastores estaban, a los cuales con corteses palabras saludaron, y con no   -fol. 167v-   menor cortesía fueron dellos rescebidos, especialmente Lauso de Damón, de quien era antiguo y verdadero amigo. Cesando los comedimientos, puestos los ojos Arsindo en Damón y en Tirsi, comenzó a hablar desta manera:

-La fama de vuestra sabiduría, que cerca y lejos se estiende, discretos y gallardos pastores, es la que a estos pastores y a mí nos trae a suplicaros queráis ser jueces de una graciosa contienda que entre estos dos pastores ha nascido; y es que la fiesta pasada, Francenio y Lauso, que están presentes, se hallaron en una conversación de hermosas pastoras, entre las cuales, por pasar sin pesadumbre las horas ociosas del día, entre otros muchos juegos, ordenaron el que se llama de los propósitos. Sucedió, pues, que, llegando la vez de proponer y comenzar a uno destos pastores, quiso la suerte que la pastora que a su lado estaba y a la mano derecha tenía, fuese, según él dice, la tesorera de los secretos de su alma, y la que por más discreta y más enamorada en la opinión de todos estaba. Llegándosele, pues,   -fol. 168r-   al oído, le dijo: «Huyendo va la esperanza». La pastora, sin detenerse en nada, prosiguió adelante, y al decir después cada uno en público lo que al otro había dicho en secreto, hallóse que la pastora había seguido el propósito, diciendo: «Tenella con el deseo». Fue celebrada por los que presentes estaban la agudeza desta respuesta, pero el que más la solemnizó fue el pastor Lauso; y no menos le pareció bien a Francenio. Y así, cada uno, viendo que lo propuesto y respondido eran versos medidos, se ofreció de glosallos; y, después de haberlo hecho, cada cual procura que su glosa a la del otro se aventaje; y, para asegurarse desto, me quisieron hacer juez dello. Pero, como yo supe que vuestra presencia alegraba nuestras riberas, aconsejéles que a vosotros viniesen, de cuya estremada sciencia y sabiduría questiones de mayor importancia pueden bien fiarse. Han seguido ellos mi parecer, y yo he querido tomar trabajo de hacer esta guirnalda, para que sea dada en premio al que vosotros, pastores, viéredes   -fol. 168v-   que mejor ha glosado.

Calló Arsindo y esperó la respuesta de los pastores, que fue agradecerle la buena opinión que dellos tenía, y ofrecerse de ser jueces desapasionados en aquella honrosa contienda. Con este seguro, luego Francenio tornó a repetir los versos y a decir su glosa, que era ésta:



   Huyendo va la esperanza;
tenella con el deseo.


GLOSA

    Cuando me pienso salvar
en la fe de mi querer,
me vienen luego a espantar  5
las faltas del merescer
y las sobras del pesar.
Muérese la confianza,
no tiene pulsos la vida,
pues se ve en mi mala andanza  10
que, del temor perseguida,
huyendo va la esperanza.
-fol. 169r-

    Huye y llévase consigo
todo el gusto de mi pena,
dejando, por más castigo,  15
las llaves de mi cadena
en poder de mi enemigo.
Tanto se aleja que creo
que presto se hará invisible,
y en su ligereza veo  20
que, ni puedo, ni es posible
tenerla con el deseo.

Dicha la glosa de Francenio, Lauso comenzó la suya, que así decía:



    En el punto que os miré,
como tan hermosa os vi,
luego temí y esperé;
pero, en fin, tanto temí
que con el temor quedé.  5
De veros, esto se alcanza:
una flaca confianza
y un temor acobardado,
que, por no verle a su lado,
-fol. 169v-
huyendo va la esperanza.  10

    Y, aunque me deja y se va
con tan estraña corrida,
por milagro se verá
que se acabará mi vida
y mi amor no acabará.  15
Sin esperanza me veo;
mas, por llevar el trofeo
de amador sin interese,
no querría, aunque pudiese,
tenella con el deseo.  20

En acabando Lauso de decir su glosa, dijo Arsindo:

-Veis aquí, famosos Damón y Tirsi, declarada la causa sobre que es la contienda destos pastores; sólo resta agora que vosotros deis la guirnalda a quien viéredes que con más justo título la meresce: que Lauso y Francenio son tan amigos, y vuestra sentencia será tan justa, que ellos tendrán por bien lo que por vosotros fuere juzgado.

-No entiendas Arsindo -respondió Tirsi-, que con tanta   -fol. 170r-   presteza, aunque nuestros ingenios fueran de la calidad que tú los imaginas, se puede ni debe juzgar la diferencia, si hay alguna, destas discretas glosas. Lo que yo sé decir dellas, y lo que Damón no querrá contradecirme, es que igualmente entrambas son buenas, y que la guirnalda se debe dar a la pastora que dio la ocasión a tan curiosa y loable contienda. Y si deste parecer quedáis satisfechos, pagádnosle con honrar las bodas de nuestro amigo Daranio, alegrándolas con vuestras agradables canciones y autorizándolas con vuestra honrosa presencia.

A todos pareció bien la sentencia de Tirsi; los dos pastores la consintieron y se ofrecieron de hacer lo que Tirsi les mandaba. Pero las pastoras y pastores que a Lauso conoscían se maravillaban de ver la libre condición suya en la red amorosa envuelta, porque luego vieron en la amarillez de su rostro, en el silencio de su lengua y en la contienda que con Francenio había tomado, que no estaba su voluntad tan esenta como solía; y andaban entre sí imaginando   -fol. 170v-   quién podría ser la pastora que de su libre corazón triunfado había. Quién imaginaba que la discreta Belisa, y quién que la gallarda Leandra, y algunos que la sin par Arminda, moviéndoles a imaginar esto la ordinaria costumbre que Lauso tenía de visitar las cabañas destas pastoras, y ser cada una dellas para subjectar con su gracia, valor y hermosura otros tan libres corazones como el de Lauso. Y desta duda tardaron muchos días en certificarse, porque el enamorado pastor apenas de sí mesmo fiaba el secreto de sus amores. Acabado esto, luego toda la joventud del pueblo renovó las danzas, y los pastoriles instrumentos formaron una agradable música. Pero, viendo que ya el sol apresuraba su carrera hacia el ocaso, cesaron las concertadas voces, y todos los que allí estaban determinaron de llevar a los desposados hasta su casa. Y el anciano Arsindo, por cumplir lo que a Tirsi había prometido, en el espacio que había desde la plaza hasta la casa de Daranio, al son de la zampoña de   -fol. 171r-   Erastro, estos versos fue cantando:




ARSINDO


    Haga señales el cielo
de regocijo y contento
en tan venturoso día;
celébrese en todo el suelo
este alegre casamiento  5
con general alegría.
Cámbiese de hoy más el llanto
en süave y dulce canto,
y, en lugar de los pesares,
vengan gustos a millares  10
que destierren el quebranto.

    Todo el bien suceda en colmo
entre desposados tales,
tan para en uno nascidos:
peras les ofrezca el olmo,  15
cerezas los carrascales,
guindas los mirtos floridos;
hallen perlas en los riscos,
uvas les den los lentiscos,
-fol. 171v-
manzanas los algarrobos,  20
y sin temor de los lobos
ensanchen más sus apriscos.

    Y sus machorras ovejas
vengan a ser parideras,
con que doblen su ganancia;  25
las solícitas abejas
en los surcos de sus eras
hagan miel en abundancia;
logren siempre su semilla
en el campo y en la villa,  30
cogida a tiempo y sazón;
no entre en sus viñas pulgón,
ni en su trigo la neguilla.

    Y dos hijos presto tengan,
tan hechos en paz y amor  35
cuanto pueden desear;
y, en siendo crescidos, vengan
a ser el uno doctor,
y otro, cura del lugar.
Sean siempre los primeros  40
-fol. 172r-
en virtudes y en dineros,
que sí serán, y aun señores,
si no salen fiadores
de agudos alcabaleros.

    Más años que Sarra vivan,  45
con salud tan confirmada
que dello pese al doctor;
y ningún pesar resciban,
ni por hija mal casada,
ni por hijo jugador.  50
Y, cuando los dos estén
viejos cual Matusalén,
mueran sin temor de daño,
y háganles su cabo de año
por siempre jamás, amén.  55

Con grandísimo gusto fueron escuchados los rústicos versos de Arsindo, en los cuales más se alargara si no lo impidiera el llegar a la casa de Daranio, el cual, convidando a todos los que con él venían, se quedó en ella, si no fue que Galatea y Florisa, por temor que Teolinda   -fol. 172v-   de Tirsi y Damón no fuese conocida, no quisieron quedarse a la cena de los desposados. Bien quisiera Elicio y Erastro acompañar a Galatea hasta su casa, pero no fue posible que lo consintiese; y así, se hubieron de quedar con sus amigos, y ellas se fueron cansadas de los bailes de aquel día; y Teolinda con más pena que nunca, viendo que en las solemnes bodas de Daranio, donde tantos pastores habían acudido, sólo su Artidoro faltaba. Con esta penosa imaginación, pasó aquella noche en compañía de Galatea y Florisa, que con más libres y desapasionados corazones la pasaron, hasta que, en el nuevo venidero día, les sucedió lo que se dirá en el libro que se sigue.


 
 
FIN DEL TERCERO LIBRO