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Por entonces, los jesuitas habían comenzado la decoración del templo de la Compañía, y en el plan trazado para el arreglo estaba la ornamentación de las pilastras con grandes telas pintadas, a imitación, sin duda alguna, de lo que los franciscanos habían hecho en su iglesia. Tenían ellos a su disposición un artista de las condiciones de Goríbar: dócil, bueno, inteligente, laborioso y, sobre todo, grato con ellos que le habían salvado del hambre y la miseria; pues en los tiempos que corrían, más que ahora, el arte era muy socorrido en desdichas y no había sino un consumidor que lo pagaba bien: el fraile. Se dispuso, pues, que Goríbar se trasladase a Quito y pintase esas telas; para alojar las cuales el estucador dejaría los espacios convenientes en las pilastras de piedra. Y Goríbar pintó entonces esa admirable colección de los Profetas, obra hermosa y la mejor joya del templo jesuítico de Quito: obra que ha consagrado su nombre y le ha colocado en el rango que le correspondía junto a su viejo maestro, con quien había trabajado en el convento de San Agustín y en el santuario de Guápulo.

Figura 64.- Las ruinas de la iglesia de la Comapañía en Ibarra

Figura 64.- Las ruinas de la iglesia de la Comapañía en Ibarra

(Foto Pazmiño)

Si, pues, los jesuitas le dieron pan y le ayudaron a conquistar la fama, calcúlese la gratitud que por la casa en donde pasó las horas más tristes de su vida, debía sentir Goríbar. Su vida en medio de los hermosos campos de Chillo, debió deslizarse dulce y tranquila. «Hacienda en Chillo y casa en Quito, cielo chiquito», solían decir nuestros abuelos, solemos repetir hasta hoy sus nietos y lo repetirán   —102→   mañana y siempre sus bisnietos: tal es la hermosura de sus campos, por otra parte, tan próximos a la capital ecuatoriana.

Esa partida de bautismo, pues, en que aparece un Nicolás Javier de Goríbar obligando al cura párroco de Guápulo a imponer al niño que bautiza el 10 de octubre de 1688, el nombre de Francisco Borja (sic), no puede referirse sino a nuestro insigne artista, que se sentía obligado a la devoción por todo lo que era jesuítico, ya que él debía creerse hijo de San Ignacio y de su sucesor San Francisco de Borja, por entonces recién canonizado. Si a esto se agrega el hecho de haberse entonces encontrado Goríbar pintando en Guápulo, probado por la firma estampada en el cuadro a que nos referimos, no puede caber duda acerca del valor que para la biografía de Goríbar tiene el documento hallado por el señor Navas en el archivo parroquial de Guápulo. Y como en este caso la tradición y el documento se acuerdan y complementan, podemos afirmar como ciertos varios hechos de la vida de Goríbar: primero, que se llamó Nicolás Javier; segundo, que algún tiempo vivió al amparo de los jesuitas; tercero, que fue casado con doña María Guerra; cuarto, que tuvo al menos un hijo llamado Francisco Borja, y quinto, que en 1688 se hallaba pintando en Guápulo.

Figura 65.- El antiguo Noviciado de los jesuitas en Quito, hoy manicomio

Figura 65.- El antiguo Noviciado de los jesuitas en Quito, hoy manicomio

(Foto Noroña)

En el Archivo del Convento de San Francisco de Quito, encontramos el siguiente dato en el Libro de Gastos del Convento correspondientes a 1736:

Dio por cedula 3 ps. al pintor Golíbar pa. renovar las pinturas de la puerta del coro y celdas altas17.



No creemos que este dato se refiera a nuestro artista; pues si en 1656 se encontraba pintando en San Agustín con Miguel de Santiago, no es posible que en 1736 se hallare en San Francisco restaurando las pinturas del coro y de las celdas altas, porque entonces lo tendríamos pintando en su vida a edades inverosímiles. A juzgar por la obra y las fechas de su estadía en San Agustín y Guápulo, 1656 y 1688, y dándole sólo veinte años cuando pintaba en aquel Convento, tendríamos que habría nacido en 1636, pintando por   —103→   consiguiente en Guápulo a la edad de cincuenta y dos años, más o menos, y como la obra por él ejecutada en este Santuario tiene muchos puntos de contacto con la de la Compañía, es probable que los Profetas los hubiere pintado en la misma época, porque los Profetas de la Compañía, lo mismo que los Reyes de Judá del templo quiteño de Santo Domingo, son obra de la plena madurez artística de Goríbar. Damos estos cálculos con la reserva del caso y sólo para que nuestros lectores, en vista de ellos, puedan con mejor criterio forjarse la fecha aproximada en que fueron pintados esos cuadros de que nos ocupamos ahora. En cuanto a aquel pintor Golíbar que lo encontramos en 1736 en San Francisco, bien pudiera ser un vástago o pariente de Nicolás Javier, con lo cual lo único que deduciríamos es que en la familia se prolongó la tradición artística.

Figura 66.- Un antiguo dibujo de la fachada de la iglesia, con el pretil que tenía el atrio

Figura 66.- Un antiguo dibujo de la fachada de la iglesia, con el pretil que tenía el atrio

(Foto Mera)

Pongamos, pues, como corolario de esta investigación, que los Profetas de la Compañía los pintó Goríbar al finalizar el siglo XVII, y de seguro no habremos errado. Cinco individuos le sirvieron de modelos para sus cuadros: uno para los Profetas Jonás, Nahum, Zacharías, Osseas y Joel; otro para Jeremías, Amós y Micheas; otro para Daniel, Aggeo y Malachías; otro para Isaías y Abdías, y otro, en fin, para Sophonías y Habacuc. No es mayor la cantidad de ropaje que ha utilizado para sus diversas caracterizaciones. Así vemos el manto de Daniel sobre los hombros de Jeremías, la túnica interior de Abdías usándola Zacharías y las capas rojas, verdes y ocres llevándolas todos: unos arrastrándolas elegantemente por el suelo, como Jeremías y Joel, otros envueltos en ellas, como Aggeo y Abdías, otros llevándolas caprichosamente, como Habacuc y Sophonías.

Los cuadros de Goríbar están muy bien concebidos para la decoración. Grandes figuras de tamaño natural destacadas sobre un paisaje, no son, sin embargo, simples proyecciones coloreadas de la escultura, como la pintura de los primitivos, sino detalles arrancados momentáneamente de un gran cuadro decorativo a lo Mantegna, en el que todas esas figuras aparecieran en primer término.

En ellos se manifiesta Goríbar un gran maestro español: el ritmo de sus líneas, el estilo del ropaje y hasta las diminutas escenas que aparecen esporádicamente   —104→   en el cielo y en el paisaje de sus cuadros -usadas por algunos pintores españoles de aquella época, como Valdés Leal, Zurbarán y Roelas- aludiendo a episodios de la vida de sus personajes representados, o a la sentencia o profecía que llevan escritas en sus rótulos o banderolas, reminiscencia de la época ojival, delatan al pintor de cepa española.

Artistas italianos como Sartorio, que han visitado y conocido los cuadros de Goríbar: tanto los Profetas de la Compañía como los Reyes de Judá de Santo Domingo, han visto en él un acentuado italianismo. «Parece un Tintoreto», nos decía uno de ellos, que fue durante algún tiempo profesor en nuestra Escuela de Bellas Artes, al ver por primera vez los Profetas de la Compañía. Y sugestionados por la palabra de estas autoridades, lo habíamos siempre calificado a este artista como italianizante, hasta nuestra venida a España, en donde el contacto con las obras de los grandes maestros españoles contemporáneos de Goríbar, por una parte, y la opinión de reputados críticos e historiadores de arte, por otra, nos han demostrado lo contrario, obligándonos a rectificar nuestro primitivo criterio. El que las obras del pintor quiteño recuerden a los italianos más el influjo italiano que el español de los grandes maestros del siglo XVII, nos dejaba perplejos. Y menos alcanzábamos a explicarnos este carácter de italianismo de la obra de Goríbar, cuando nos lo figurábamos, siguiendo la tradición, como discípulo de Miguel de Santiago, tan español como el Greco, Velázquez, Murillo y Goya, a quienes, aunque parezca extraordinario, los recuerda en sus composiciones. Ya el ilustre pintor español, José María López Mezquita, cuando vio los cuadros de Miguel de Santiago de la sacristía de Guápulo, exclamó: «Si éstos son Goyas». Y así lo son en efecto: Goyas por color, Goyas por factura, Goyas por asunto. Y Miguel de Santiago los pintaba en Quito cien años antes que naciera el maestro de Fuendetodos. Pues de un pintor tan español como Miguel de Santiago, decíamos, ¿cómo pudo salir alumno de tan marcado italianismo como Goríbar? Mirar el acento italiano de las obras de Goríbar, para hacer de su autor un artista italiano, sería lo mismo que desvirtuar al Greco de su formidable españolismo, tan sólo porque en sus cuadros se nota toda la gama fría del Tintoreto y algunos de ellos recuerdan mucho al gran maestro veneciano.

Varias veces, al recorrer las salas de los museos del Prado, de Sevilla, de Cádiz y de Valencia, nos hemos quedado contemplando los cuadros de Ribalta, Ribera y Zurbarán, los pintores españoles con quienes encontramos muchos puntos de contacto a Goríbar, y hemos pensado en que quizá vino a España a conocer al primero, el maestro de los otros dos.

Pero, aparte de todo esto, Goríbar es un gran pintor, un verdadero valor absoluto que en los Profetas de la Compañía dejó buena muestra de su talento y de su ingenio, encumbrados más tarde en los Reyes de Judá que decoran la Capilla   —105→   del Comulgatorio de la iglesia dominicana de Quito. Goríbar se manifiesta en los Profetas un artista de gran sentido decorativo, conocedor profundo de la forma y dominador de su arte. Su dibujo es firme, su línea elegante, el claroscuro perfectamente resuelto por las bien entendidas relaciones de la luz y del color y la distribución bien complementada de colores en la composición del ropaje, manifestándose en todo como artista de rara distinción. Aunque su colorido es por lo regular caliente, a base de sienas (tan en boga en el barroco de aquella época), se deja llevar a veces por la gama amarilla del Tintoreto, pero sin llegar nunca a las palideces frías del Greco.

Como compositor, Goríbar realiza en los Profetas una gran labor. Ha llegado, dentro de la unidad necesaria a todo conjunto decorativo, a crear dieciséis tipos fuera de todo convencionalismo iconográfico y algunos de ellos bellísimos, como los de Sophonías y Habacuc verdaderamente miguelangelescos. Y todo ello con gracia, finura, y elegancia de formas y de líneas, y arte fuerte y profundo.

Este es el pintor. Ojalá que esta primera presentación que nos ha tocado en suerte hacerla ante el mundo erudito, sirva para darle el puesto que merece en la Historia del Arte, principalmente en la Historia del Arte español, de la cual es parte integrante el quiteño con todos sus valores representativos.

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