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A pesar de esas primeras estrecheces, comenzaron los jesuitas inmediatamente su admirable labor de cultura. El Cabildo eclesiástico les entregó la dirección del seminario que había fundado pocos años antes y los padres iniciaron enseguida la enseñanza de Humanidades, inaugurando la de Filosofía en el curso de 1589.

Hasta 1588 permanecieron en su alojamiento provisional de Santa Bárbara,   —25→   pasando el 1.° de enero de 1589 a la casa que habían adquirido. Siempre consideraron como provisional su estancia en Santa Bárbara y ansiaban el día en que la Providencia les deparase mejor sitio para edificar su convento y levantar una iglesia más capaz que aquella pequeña parroquial, en la cual apenas si podían atender a la inmensa cantidad de gente que formaba las diversas congregaciones piadosas por ellos establecidas. Esa fecha llegó al fin: un buen día la ciudad les regaló diez mil pesos de oro para la realización de tan deseado proyecto, y las cajas Reales votaron setecientos pesos anuales para la alimentación de los trece religiosos que, abandonando y entregando al Cabildo eclesiástico la casa de Santa Bárbara, se trasladaron definitivamente al nuevo hogar. Era el día 1.° de enero de 1589.

Figura 6.- La Compañía, con su campanario, arruinado por un terremoto, vista desde el atrio de San Francisco

Figura 6.- La Compañía, con su campanario, arruinado por un terremoto, vista desde el atrio de San Francisco

(Foto Noroña)

Según el historiador González Suárez, los jesuitas pasaron entonces a habitar «la casa que habían adquirido en el puesto donde ahora se levantan el templo y colegio de la Compañía». En nuestro sentir, no es esa la verdad. Nuestro sabio historiador no conoció los documentos que tuvimos la fortuna de encontrar en el Archivo de San Francisco de Quito, respecto al pleito promovido por los franciscanos contra los jesuitas, por la pretensión de edificar su iglesia y su convento a una cuadra del que ellos tenían levantado; pleito a que alude también González Suárez en su Historia. «Como la nueva casa dice estaba muy próxima a la Catedral, a la Iglesia parroquial y al Monasterio de San Francisco, cuando los jesuitas quisieron tomar posesión de ella encontraron algunos obstáculos, y mientras se   —26→   resolvía la cuestión se vieron obligados a permanecer en una casa particular; pero el 1.° de enero, día en que la Compañía celebra la fiesta del Nombre de Jesús, los padres tomaron pacíficamente posesión de su nueva casa, en medio del concurso del pueblo, que hacía manifestaciones de regocijo. Poco tiempo tardó en concluirse la primera iglesia que edificaron los padres, pues los indios les habían cobrado tanta devoción, que acudían a trabajar en la obra sin querer recibir ninguna clase de jornal»5.

Figura 7.- Ruinas de la antigua iglesia de los jesuitas en Ibarra (Ecuador)

Figura 7.- Ruinas de la antigua iglesia de los jesuitas en Ibarra (Ecuador)

(Foto X)

Todo esto está muy bien, sólo que debemos colocar los hechos en el año de 1595 y no en 1589. En efecto, fue el 28 de junio de 1595 cuando fray Juan de Alcocer, procurador de San Francisco, hizo notificar, por medio del escribano Alonso López Merino, un requerimiento al padre Juan Vázquez, oponiéndose a la edificación que pretendían los jesuitas y fundando su oposición en las Bulas y los Motu proprio de Sixto IV, Clemente V y otros Pontífices, que prohibían a las órdenes religiosas edificar monasterios, iglesias y colegios dentro de las ciento cuarenta varas de distancia del monasterio franciscano. El escribano requirió al padre Vázquez delante de sus compañeros, haciendo así constar en el proceso. Mas, fuera porque los jesuitas tal vez hicieron poco caso de la demanda de los franciscanos, o porque quisieron éstos asegurar más sus pretensiones, volvió el padre Alcocer a presentar ante la Real Audiencia, el 6 de junio de 1595, nueva petición para que a los jesuitas se prohibiera la edificación de «una casa que dizen de seminario y congregación de estudiantes. En las casas que heran de doña maria de Losirios», porque de ella les venía notable perjuicio «así por lo dho. como permitiendose que aya y este allí la dha. congregación y con esta ocasion con la sucesion del tiempo o lugar aberse de hazer alli yglesia y decirse missa se sigue El hirse perdiendo de La debocion de nro. convento y casa y el   —27→   concurso de jente que acude aella ques a lo que Los summos pontifizes tuvieron consideracion y así este final Respecto lo prohibieron y para que cese este agravio y fuerça quese Hace Por jente tan poderossa, etc.». Y a este tenor continúa la petición, que concluye con la súplica de su pronto despacho, a que no se dé lugar que «suceda entre nosotros algun escandalo y enquietudes o pesadumbres»6.

Figura 8.- Vista interior de las ruinas de la iglesia de los jesuitas en Ibarra

Figura 8.- Vista interior de las ruinas de la iglesia de los jesuitas en Ibarra

(Foto X)

No hay duda, pues, ni puede haberla ahora, de que los jesuitas no ocuparon sino en 1595 los solares que poseen y sobre parte de los cuales se levanta el templo del que nos ocupamos en este libro. En el tiempo intermedio entre su salida de la casa de Santa Bárbara, 1589, y el año de 1595, en que se posesionaron de sus definitivos dominios, debiéronles pasar todas las vicisitudes que nos cuenta González Suárez en una nota de su Historia, que por considerarla interesante para complemento de nuestras informaciones no vacilamos en transcribirla:

Los Padres -dice- vivieron en la casa parroquial de Santa Bárbara poco tiempo; después fundaron su colegio al frente del puesto donde actualmente están el templo de la Compañía y la Universidad; como todavía en aquel tiempo no se había edificado la iglesia del Sagrario, los solares de la Catedral estaban divididos de los de los jesuitas solamente por la quebrada, que todavía se halla descubierta aún en la calle. La proximidad a la Catedral no dejó de ser una ocasión de desagrado tanto para los jesuitas como para los canónigos, pues ni los unos ni los otros podían celebrar con toda comodidad sus funciones. Con este motivo, los jesuitas buscaron otro sitio y compraron la casa y solares del tesorero Rodrigo Núñez de Bonilla; pero cuando iban a tomar posesión de ellos, sucedió que se lo impidieron los agustinos, pues no se podía construir casas religiosas muy cercanas unas a otras en las ciudades   —28→   de América; los jesuitas vendieron luego los solares a los canónigos, quienes los compraron para hacer en aquel sitio el palacio episcopal, que hasta ahora se halla en un lado de la plaza Mayor de esta ciudad. En el lugar en donde al presente están parte de la iglesia y parte del colegio de los jesuitas, había unas casas de particulares, las que fueron compradas por el obispo Solís y cedidas a los jesuitas en cambio de las que ellos poseían al frente; así es que en este lugar fue donde se construyó el antiguo seminario de San Luis, y allí se conservó hasta mediados de este siglo7.



Figura 9.- Interior del convento de los jesuitas de Quito

Figura 9.- Interior del convento de los jesuitas de Quito

(Foto Laso)

En la Descripción y relación del estado eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito, hecho en 1650 por Diego Rodríguez Docampo, al hablar de la figura del obispo fray Luis López de Solís y ensalzar sus obras, dice: «Fundó y erigió el colegio de San Luis, Seminario, con ordenaciones para su buen gobierno y la renta de él aplicada en tres por ciento de las ordinarias de indios, capellanes y cofradías, conforme lo dispuesto en los Concilios, aprobadas las constituciones por la Real Majestad; y encargó de este colegio a Padres de la Compañía de Jesús, desde el año de 1595»8. Estas últimas palabras, sabidos ya los hechos acerca de la fecha verdadera de la fundación del colegio y su encargo a los jesuitas, debemos referirlas a la época en que éstos erigieron las aulas en el local definitivo   —29→   que fueron a habitar, lo que está, por otra parte, muy de acuerdo con lo que nosotros acabamos de probar con un documento sin réplica.

Este colegio de Quito fue durante la colonia un Centro de cultura de primera categoría en la América del Sur. Ya para el primer curso de Filosofía, que, como dijimos, inauguraron los jesuitas en 1589, se dio cita no sólo la juventud de todo el Reino de Quito, sino también la del Nuevo Reino de Granada, en donde, según el decir del padre Juan de Velasco, «todavía no conocían jesuitas ni sabían qué cosa fuesen estudios»9.

Figura 10.- La curiosa decoración medieval de barbacanas en el remate de los muros de la iglesia y en el campanario

Figura 10.- La curiosa decoración medieval de barbacanas en el remate de los muros de la iglesia y en el campanario

(Foto Laso)

A este mismo colegio concurrían muchos frailes de las diversas órdenes religiosas que existían en Quito, a seguir sistemáticamente los estudios de Humanidades, Filosofía y Teología, hasta encontrarse en capacidad de ser maestros en sus conventos respectivos. Pero cuando en 1620 Felipe IV fundó la Universidad de San Gregorio Magno, por petición que elevó su antecesor, el rey Felipe III, al papa Gregorio XI, enriqueciéndola con todos los títulos, honores, fueros, inmunidades y privilegios de la de Salamanca, y nombró rector perpetuo de ella al del colegio máximo de los jesuitas de Quito, la fama y brillo de éstos se acrecentaron sobremanera. Con sobrada razón dice el historiador Velasco, que «salieron en todos tiempos de la numerosa juventud de aquellas aulas muchos eminentes sujetos para ocupar las primeras dignidades y honores en diversos Reinos americanos;   —30→   y salieron muchos otros hombres doctísimos para crédito y lustre del propio Reino»10.