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ArribaAbajo- CXIX -


A la libertad de Lima383


ODA

   Hasta allá donde llega el himno patrio
quiere alzarse mi voz; ¡valedla, cielos!
¡Dios del verso y de Delos!,
¡Dios de la patria!, en tu fulgor divino
arda por siempre irrefrenable el alma;  5
prenda en mi sien tu rayo y el destino
y las glorias diré del Mundo Nuevo.
¡Salud hijos de Febo!
La virtud hoy las rosas amontona,
do posará por siempre vuestra lira;  10
que ya os señala el genio que os inspira
de laureles sin sangre una corona;
cantad la patria, y la virtud amada,
cantad la salvación, que ya aherrojada
en el Averno la crueldad se mira;  15
la libertad alzada
en tronos de oro, la virtud vengada
de tres siglos de oprobio ¡Oh, ved cuál frena
sus estragos el bronce!, cual resuena
—517→
el himno augusto de la paz querida;  20
que el heroísmo aprisionó la guerra
con candados de hierro, y para siempre
tendió su brazo al hombre, y de la tierra
se encargó la virtud: ved que la Fama
al romper su clarín omnipotente,  25
-pág. 401-
«No hay más que un héroe solo»,
gritando va de un polo al otro polo.
Y vos lo visteis cuando el genio dijo:
Fue la salud de Lima ¡Qué impotentes
sus hebras dirigiera  30
la Discordia tenaz!; la vista fiera
arrojó al rededor, mirose sola
y llamó a la venganza, concitola,
hizo el postrer amago, y disipose,
y el abismo cubriola.  35
La América su rostro lagrimoso
al cielo alzando, registró en sus luces
su destino glorioso;
que en letreros de estrellas miró escrito
de San Martín el nombre; vio allí mismo  40
su antiguo poderío, su heroísmo,
virtud, leyes, riqueza... todo violo
en el augusto manto del Olimpo.
No fue esta una ilusión, sombra mentida
que engañara su afán, ¡héroes del mundo  45
que sois soles del cielo,
vos nos mirasteis dulces!; fue este suelo
bendecido por vos, por vos fecundo
de bienes y virtud, ¡Oh!, sois los mismos
que en Chacabuco y Maipo encadenasteis  50
la ambición orgullosa; en los abismos
do muerde inútil sus pesados hierros,
—518→
de vos y San Martín los almos nombres
escándalo serán. Parad guerreras,
pueblo araucano, las hermosas naves  55
-pág. 402-
de redención cargadas, ¡cuán ligeras
róbanse al puerto con felice planta!
La aura diolas favor en soplos suaves,
y la hija de Nereo
sus ninfas convocando,  60
viose en el mar mil héroes sustentando.
Es vuestra salvación, ¡oh, venturoso
pueblo peruano!, que las aguas llevan;
venganza del afán ignominioso
que os costó vuestra vida. ¡Oh!, ¡cuál renuevan  65
su gloria escarnecida vuestros lares!
¡Cuál hierve humeante en el sepulcro ilustre,
la antigua tierra y sombras empapando,
la regia sangre! Cerros mil bramando
vomitando huracán se dan la nueva  70
desde el gran Potosí a los Amancaes.
La tiranía atónita asomando
desde su asilo la espantosa frente,
mil rayos que ya hieren ve asombrada,
y se esconde impotente,  75
y sus víboras pisa; ensangrentada
por dentro de cadáveres, se avanza
la guerra impía y su consejo oferta
que es la última salud. ¡Oh! ¡cuál despierta
el rayo que dormía! ¡Ay! ¡que se afila  80
la rencorosa espada con las hieles
del despecho mortal!... Tened crueles;
¿hasta dónde el odioso poderío
queréis llevar y la injusticia antigua?
¡Esclavos de un tirano! El don impío  85
—519→
-pág. 403-
de servirle mostráis cuando a la suerte
la llave de dos mundos ha arrojado?
Iberia os lo persuade; ensangrentado
os mostrará su trono
de nuestra sangre y vuestra; una vez, cedan  90
la ambición y el encono
al clamor de la tierra, al ay vehemente
de la virtud hollada;
paz, os grita el Perú; dad a mi frente
de hermosuras hibleas coronada  95
la dulce oliva, Pachacama grita...
el despotismo convirtió así solo
su torva vista, contemplose atento;
dio un silbo pavoroso y al momento
que las furias juntó, la tierra abriose;  100
una mirada atroz al noble pueblo
lanzó y precipitose,
y el Cocito abarcolo para siempre.
Salud ínclita Heliópolis; el rostro
gozosa alzad al héroe esclarecido  105
que asombra en vuestras calles; noblecido,
el laurel se le ofrece generoso;
al escuadrón glorioso;
limeños contemplad; ved esos pechos
usados al trabajo y a la gloria,  110
y en ellos hallaréis el precio justo
de vuestra suerte venturosa y grande.
¡Oh, fausto día de eternal memoria!
¡Oh, júbilo inefable! «Es acabado,
dijo el Rímac frenando su corriente,  115
-pág. 404-
mi presagio feliz; no será dado,
mientras mis aguas dore el sol ardiente,
hollar a los tiranos mis arenas»,
—520→
y alzando sus espaldas, pudo apenas
al héroe saludar y retirose.  120
La Fama entonces tras el astro hermoso
que la nueva llevaba al Occidente
voló, y fue más allá y resonoroso
dio el grito: «Es libre el Sud e independiente».
¡Cuánta mudanza!, ¡qué universo nuevo  125
llena mi fantasía!; arrebatado,
a una nación contemplo hermosa y grande,
que al rol de las antiguas se coloca;
y ellas blandas la miran.
Sierras alzadas con el dedo toca  130
y en oro se convierten; les señala
países inmensos do natura había
arcanos aún ignotos, desgarrada
la cortina eternal que los cubría.
¡Cuánta gente repasa infatigosa  135
la inhabitada tierra!, ¡cuál resuenan
los hondos valles que antes silenciosa
la augusta Ceres visitar solía!
La industria es exaltada; al alto solio
presentes son sus nobles pensamientos;  140
se reproduce el hombre
bajo un clima feliz; sus sentimientos,
la dulce religión, las sabias leyes
reglar supieron elevando el alma;
las luces se derraman y revienta  145
-pág. 405-
la virtud en los blandos corazones.
¡Cuántos Régulos! ¡Ah, cuántos Solones
ilustres van creciendo!
¡Y a par de los Ulises cuál asoman
los Homeros divinos!  150
—521→
Vos lo seréis, oh, genios peregrinos384
que con verso de luz, cítara de oro
cantasteis de la patria los destinos.
Vivid, vivid; y mientras se amontonan
los bronces que han de dar a la memoria  155
los nombres imborrables
de los héroes del Sud, cantad su gloria;
cantad su gloria que será la vuestra,
cuando una misma estatua muestre al hombre
que aún no nació, su nombre y vuestro nombre.  160

JUAN CRISÓSTOMO LAFINUR

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  —522→     -pág. 406-  

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ArribaAbajo- CXX -


A don Ramón Díaz


Con ocasión de la muerte de su hermano doctor don Matías Patrón, acaecida en Córdoba el 6 de enero de 1822, a los 38 años de su edad385


   Sí, Ramón, es verdad: el tiempo fiero,
la hoz cortante y el nervioso brazo
desde que hay sol alzados,
su vista atroz al universo entero
horrendo tiende desde el borde mismo  5
del inapeable abismo
en que fijó su asiento permanente,
y a do precipitados
—523→
se derrocan los siglos hondamente.
La edad que ya pasó; la edad presente  10
un solo instante son antes sus ojos;
y a la edad venidera,
cual si va se escapara a sus enojos,
con ávida impaciencia ve acercarse
al sepulcro insondable de los siglos;  15
y su ansia destructora,
-pág. 407-
lejos eternamente de saciarse,
tanto más crece cuanto más devora.

    Sentado allí, en el límite espantable
do su imperio se cierra,  20
mira, en un solo punto confundidas,
cuantas edades distinguió la tierra:
aquélla de oro, en que el mortal guardaba
sin juez la ley, sin leyes la justicia;
y ésta de duro fierro  25
que el cielo en su rencor nos reservaba;
esta edad en que vino la malicia,
—524→
el doblez, el engaño,
y mil y mil pasiones conjuradas
con horrible furor en nuestro daño.  30

   Allí ve el tiempo en una convocadas
la época de Aquiles, más remota
que el remoto cantor de sus hazañas;
y la época del grande poderío
de Napoleón terrible, cuando azota  35
al soberbio león de las Españas;
cuando su heroico brío
la impertérrita hueste segundaba,
y desde el Rhin y el Lodi
terror y asombros a la Europa daba;  40
cuando con sus legiones
corre hasta las llanuras que sostienen
la pesadumbre inmensa
de las altas pirámides, que miran
con envidia y respeto las naciones,  45
-pág. 408-
y cuya cavidad enorme, extensa,
cien dinastías, cien generaciones
tragó, y cien glorias del antiguo Egipto.

   Tal es el tiempo: todo lo amontona
al borde de su abismo;  50
todo lo ve a la vez; y luego él mismo
los siglos hacinados despeñando
con una de sus manos; con la otra,
los siglos venideros va abarcando.

   A cada instante a la insaciable Muerte  55
en su furor apela,
y la insaciable Muerte a cada instante
—525→
al horrendo llamado horrenda vuela:
a do su negro carro la arrebata
allí se ceba su feroz guadaña,  60
y en afanosa saña,
a do ciega voló, más ciega mata.

   Sí; ciega, inexorable,
tan pronto criminal que justiciera,
al criminal y al justo los confunde,  65
y en su veloz carrera
en un sepulcro igual, igual los hunde.
¡Ay, Ramón! ¡Ay, Ramón! su furia insana
ni tiene fin ni modo.
Los frescos años de la joven bella,  70
y la cabeza cana
del anciano rugoso, cede todo
al ímpetu y furor con que atropella.
La opulencia insultante yace hollada
-pág. 409-
por la rápida rueda,  75
y al mismo tiempo la miseria honrada
en igual torbellino envuelta queda.
El esclavo al caer, mira, y se asombra
de ver caer con él al poderoso
que hasta la nada lo humilló algún día,  80
y ante quien, azorado y humildoso,
al sonar de su voz se estremecía.

   Es muerte todo y todo es de la muerte
cuanto este globo abarca;
que su furia sañuda  85
jamás amengua la insaciable Parca.
¿Qué mucho, si la cruda
ni acatar sabe la virtud hermosa?
—526→
La virtud y el saber. ¿Qué es de tu hermano?
En la honda tumba yace y ponderosa  90
cubre la enorme losa
las cenizas, a mi alma siempre caras,
del amigo veraz, del juez humano,
del hombre digno, a quien gozoso el cielo
en su nacer rió y a quien avaras  95
las hórridas miradas de la Muerte
se volvieron al fin, y a nuestro suelo
en luto sepultaron,
sobre él los dolores derramaron.

   Y yo lo vi, Ramón. Angustiadora  100
la enfermedad un día
las negras alas sacudió, y el viento
que, al mover de sus alas se movía,
-pág. 410-
en pestilente aliento
a la mísera Córdoba envolvía386.  105
Llegó a tu hermano el venenoso soplo,
y las atras cortinas387
la mano del dolor alzó en su lecho;
y caer lo miramos,
y en derredor del lecho retemblamos.  110
Temis y Astrea en sentimiento mudo
—527→
temieron de la Parca la venganza,
y no vieron que mano sostendría
el equilibrio fiel de su balanza
si tu hermano y mi amigo perecía.  115

   Y pereció sin fin. ¡Ay! ¿Qué valieron
los secretos del arte, que se emplea
en embotar el filo
de la guadaña que a la Muerte dieron
los rencores del tiempo? El frágil hilo  120
que ata el ser al no ser, ¿tan fácilmente
se rompe, y huye la preciosa vida
al báratro profundo388,
mientra el ingrato mundo
la virtud muerta para siempre olvida?  125

   Mas no la olvidará. Si el clamor ronco
con que mis versos suenan,
-pág. 411-
si el ¡ay! profundo que el dolor me arranca
tal vez en eco bronco
por otros climas, como aquí, resuenan  130
entonces es, entonces, que conmigo
el anchuroso mundo
el nombre caro de mi dulce amigo
repetirá con labio gemebundo.
Repetirá; sus plácidas virtudes  135
tendrán el digno premio; y la victoria
del tiempo y de la muerte
no alcanzará jamás a su memoria.
—528→

   Yo aprendí en su morir; y tú aprendieras
a no dar treguas a tu llanto largo,  140
si, como yo, lo vieras
apurar lentamente el trago amargo
del cáliz de dolor, que envenenaba
la fuente pura de su dulce vida,
¡ay!, en sazón en el sepulcro hundida.  145
¡Allí vieras al hombre! Desde el lecho
tu hermano contemplaba
el insondable y horroroso estrecho
a do su vida rápida volaba
para ahogarse sin fin: empero entonces  150
imperturbable el alma,
jamás gozó de más tranquila calma.
Él oyó rechinar sobre sus gonces389
la formidable puerta
de la honda eternidad; mirola abierta,  155
y miró sin temblar; que no temblara
-pág. 412-
aunque cielos y tierra se movieran
contra su sola frente,
y aunque cielos y tierra derrepente
a su vista el Criador aniquilara.  160

   Todo esto vale la virtud: todo esto
atropella iracunda
la muerte sin piedad; más furibunda
cuanto en faz más serena
el mortal que la arrostra,  165
a su vista tremenda no se postra.
—529→

   ¿Qué teme la virtud? ¿Qué temería
tu tierno hermano, cuando ya pisaba
los voraces umbrales
de la mansión callada de los muertos?  170
¿Qué vez, qué día los acerbos males
del semejante oyó, sin que volara
a su alivio veloz, y en larga mano
de la miseria el llanto no enjugara?
La balanza fatal en que se pesa  175
el premio y el castigo
confiole Astrea; y le entregó la espada
que siempre está desnuda y levantada
sobre la audaz cabeza
del desacatador de tantas leyes  180
como dictó llorando la justicia,
por refrenar del hombre la malicia.
Ministro santo de la diosa augusta,
jamás en sus altares
sufrió profanación; ni en faz adusta,  185
-pág. 413-
y en insultante agravio
afligió al criminal, que ya agobiaba
el peso del delito, y esperaba
o su vida o su muerte de su labio390.
En el templo de Temis penetraba;  190
sus divinos oráculos oía;
y cuando ejecutaba,
la equidad compasiva presidía
sus menores consejos. Nunca odiosa
será a la humanidad reconocida  195
—530→
su memoria, Ramón: en faz llorosa,
y en arrastrado y lúgubre ropaje,
irá a la tumba que tragó a tu hermano,
a tributar el plácido homenaje
debido a la virtud y al pecho humano  200
en que vivió escondida,
por modesta tal vez desconocida.

   Mas bastante lució; que en vano, en vano
al rayo engendrador del sol hermoso
se opondrá densa la tiniebla oscura.  205
Del eterno fanal la lumbre pura,
destinada a bañar lo mismo el llano
que la nevada altura,
atraviesa la niebla, y tanto dora
las comarcas del Persa  210
que el astro fulgoroso humilde adora,
-pág. 414-
como las de Occidente,
en que reclina su lumbrosa frente.
Lo mismo es la virtud, aunque quisiera
ocultarse modesta: ¿y quién podría  215
su encanto resistir, y no adorarla,
en el mortal dichoso, que ha sabido
inmaculada en su alma conservarla?

   Tal fue tu hermano; y tal lo ha conocido
el dichoso país, en que su cuna  220
tu tierna madre, de esperanzas llena,
ha siete lustros que meció tranquila.
Sobre el alto destino, y la fortuna
sagrada de la patria, en algún tiempo
su labio pronunció391. Cuando la guerra  225
sopló en nosotros la Discordia impía
—531→
y la angustiada tierra
la sangre ciudadana enrojecía;
cuando la altiva frente
de crímenes y horrores circundada  230
levantó triunfadora la Anarquía,
y los fraternos lazos
la civil disensión hizo pedazos;
la patria entonces en su angustia acerba
lo llamó, y acudió: voló a los llanos  235
do, tendida la hueste, preparaba
contra sí misma, contra sus hermanos,
-pág. 415-
los cuchillos sangrientos que afilaba.
Llegó, los embotó, y del alto cielo
la paz, por él llamada,  240
descendió a nuestro suelo,
de abundancia y placeres coronada392.

   ¡Oliva y rosas a su tumba, y llanto!,
llanto largo más bien393. ¡Ay! nunca, nunca
del sueño helado a que cerró sus ojos  245
dispertará a la luz; y yo entretanto
—532→
maldigo de la Parca los enojos,
y los maldigo en vano;
que ella se burla en mi dolor insano.

   ¡Ay!, vuelve, vuelve, idolatrado amigo:  250
llámalo, mi Ramón; tu blanda madre
que lo llame también; él la llamaba
cuando, muriendo, se estrechó conmigo,
cuando, muriendo, me estampó su beso,
y entre sus tiernos brazos  255
mi corazón se dividió en pedazos.
Tu madre solamente, sí, tu madre,
ausente lejos de su triste lecho,
sus postreros momentos amargaba.
Ríos y llanos la apartaban de ella,  260
-pág. 416-
llanos y ríos en su amor salvaba;
y mil veces y mil su dulce nombre
en gemidos envuelto repetía,
y mil veces y mil su helado rostro
el tierno llanto del amor cubría.  265
Adiós, le dijo en morimundo labio;
y al repetir Adiós, la Muerte fría
sopló en su boca, congeló su aliento,
y su suspiro se perdió en el viento.

   Llora, llora, Ramón, cual yo he llorado  270
cuando toqué su faz, cuando en sus ojos
busqué la luz, y la encontré perdida,
y toqué muerte do buscaba vida.
Mi vista entonces enclavé en el cielo,
mi lengua entonces desaté en agravio  275
de la misma deidad, y en largo duelo
eran ofensas cuanto habló mi labio.
—533→
Desperado y perdido
hacia su lecho me volví llorando;
y veía, y dudaba;  280
y mi labio a los suyos acercando,
otra vez y mil veces lo llamaba.
¡Vano llamar! ¡y suspirar más vano!
Que al reino del olvido
la voz no llega que lanzó el gemido.  285
Más valiera, Ramón, sí, más valiera
ni sentir ni querer; y cual huimos
de carnívora fiera,
así del hombre, cuyo pecho vimos
-pág. 417-
abierto a la amistad, y a sus encantos.  290
¡Ay! ¿Quién resiste, si se pierden ellos,
tan acerbo pesar, tan largos llantos?
Resista el duro; mientras yo postrado
sobre el cadáver del que fue mi amigo,
todos los nombres del amor le daba;  295
y desoído, y solo,
de ingrato a mi cariño lo acusaba.

   ¿De qué no lo acusara? Allá en su pecho
mis secretos vivían,
y los secretos suyos hasta el mío  300
a esconderse venían,
cuando en días serenos,
no de amargura, como aquestos, llenos,
su amigo me decía,
me alargaba su mano cariñosa,  305
y temblaba su mano entre la mía.

   Llorésmolo, Ramón: eternamente
llorésmolo los dos. Allá en su tumba
—534→
quedó mi corazón; pero mi llanto
sincero, permanente,  310
a do quiera me sigue,
y a do quiera su sombra me persigue;
su sombra amiga, que por todo veo,
y a quien mis tiernos brazos
en vano tiendo en mi tenaz deseo.  315

   ¡Oh, tiempo! ¡Oh, muerte, que sin fin maldigo!,
anticipad mis horas, y llenadlas;
-pág. 418-
que ya su peso soportar no puedo.
Se malogró mi idolatrado amigo,
se malogró sin fin; y yo, entretanto,  320
ni su ceniza fría,
que yace lejos de la patria mía,
puedo regar con mi afanoso llanto.

   ¡Oh, tiempo! ¡Oh, muerte! La profunda
que abrieron para él vuestros enojos  325
es mi huesa también: arrebatadme
hasta su borde ya, y allí dejadme
confundir con los suyos mis despojos.

JUAN CRUZ VARELA.



  —535→  


ArribaAbajo- CXXI -394


Al incendio de Cangallo


   ¡Venganza eterna! ¡Sin piedad venganza!395
¿Hijos del sol, que hacéis? Ahora, ahora
renazca el odio y el rencor inmenso
a que provoca la feroz matanza,
la sed de sangre que sin fin devora  5
a los tigres de Iberia. El humo denso
mirad, cual forma impenetrable nube,
y el Éter todo en derredor se inflama.
Oíd, mirad, que la estellante llama
hasta los astros sube;  10
-pág. 419-
y entre ruina y ceniza396
un pueblo de patriotas agoniza.
—536→

   ¿No sabéis? ¿No sabéis? El fiero hispano,
estirpe atroz del execrando Atila,
en el Perú desesperado brama;  15
y en su última impotencia deshumano,
con bárbaro furor quema, aniquila,
y se goza el feroz al ver la llama.
¡Cangallo miserable! ¡Pueblo amigo,
condenado a llenar en nuestra historia  20
las páginas de llanto!, tu memoria
no pereció contigo:
ya vengarte juramos;
vengarte, sí, y a la venganza vamos.

JUAN CRUZ VARELA

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  —537→     -pág. 420-  

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ArribaAbajo- CXXII -


Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las islas del Tordillo, y el gaucho de la Guardia del Monte397

 

Se supone recién llegado a la Guardia del Monte el capataz Chano, y en casa del paisano Ramón Contreras (que es el gaucho de la Guardia).

 

CONTRERAS

   ¡Conque, amigo! ¿diaonde diablos
sale? Meta el redomón,
desensille, votoalante...
¡Ah, pingo que da calor!
—538→

CHANO

   De las islas del Tordillo  5
salí en este mancarrón;
¡pero si es trabuco, Cristo!
¿Cómo está señó Ramón?
-pág. 421-

CONTRERAS

Lindamente, a su servicio...
¿y se vino del tirón?  10

CHANO

   Sí, amigo; estaba de balde,
y le dije a Salvador:
«Andá, traeme el azulejo,
apretamelé el cinchón
—539→
porque voy a platicar  15
con el paisano Ramón».
Y ya también salí al tranco,
y cuanto se puso el sol
cogí el camino y me vine;
cuando en esto se asustó  20
el animal, porque el poncho
las verijas le tocó...
¡Qué sosegarse este diablo!
A bellaquear se agachó
y conmigo a unos zanjones  25
caliente se enderezó.
Viendomé medio atrasado
puse el corazón en Dios
y en la viuda, y me tendí;
—540→
y tan lindo atropelló  30
este bruto, que las zanjas
como quiera las salvó.
¡Eh puta, el pingo ligero!
¡Bien haya quien lo parió!
Por fin, después de este lance  35
del todo se sosegó,
-pág. 422-
y hoy lo sobé de mañana
antes de salir el sol,
de suerte que está el caballo
parejo que da temor.  40

CONTRERAS

   ¡Ah, Chano... pero si es liendre
en cualquiera bagualón!...
—541→
Mientras se calienta el agua
y echamos un cimarrón,
¿qué novedades se corren?  45

CHANO

   Novedades... que sé yo;
hay tantas que uno no acierta
a qué lado caerá el dos,
aunque lo esté viendo el lomo.
Todo el pago es sabedor  50
que yo siempre por la causa
anduve al frío y calor.
Cuando la primera patria,
al grito se presentó
Chano con todos sus hijos,  55
¡ah, tiempo aquel, ya pasó!
Si fue en la patria del medio,
—542→
lo mismo me sucedió;
pero amigo en esta patria...
Alcancemé un cimarrón.  60

CONTRERAS

   No se corte, dele guasca,
siga la conversación,
-pág. 423-
velay mate: todos saben
que Chano, el viejo cantor,
adonde quiera que vaya  65
es un hombre de razón,
y que una sentencia suya
es como de Salomón.

CHANO

   Pues bajo de ese entender
emprestemé su atención,  70
y le diré cuanto siente
este pobre corazón,
que como tórtola amante
que a su consorte perdió,
y que anda de rama en rama  75
publicando su dolor;
así yo de rancho en rancho
—543→
y de tapera en galpón,
ando triste y sin reposo,
cantando con ronca voz  80
de mi patria los trabajos,
de mi destino el rigor...
En diez años que llevamos
de nuestra revolución
por sacudir las cadenas  85
de Fernando el baladrón,
¿qué ventaja hemos sacado?
Las diré, con su perdón.
Robarnos unos a otros,
aumentar la desunión,  90
-pág. 424-
querer todos gobernar,
y de facción en facción
andar sin saber que andamos:
resultando, en conclusión,
que hasta el nombre de paisano  95
parece de mal sabor;
y en su lugar yo no veo
sino un eterno rencor
y una tropilla de pobres,
que metida en un rincón  100
canta al son de su miseria:
¡no es la miseria mal son!

CONTRERAS

¿Y no se sabe en que diasques
este enredo consistió?
¡La pujanza en los paisanos  105
que son de mala intención!
Usted que es hombre escribido,
por su madre digaló,
—544→
que aunque yo compongo cielos
y soy medio payador,  110
a usted le rindo las armas
porque sabe más que yo.

CHANO

   Desde el principio, Contreras,
esto ya se equivocó.
De todas nuestras provincias  115
se empezó a hacer distinción,
como si todas no fuesen
-pág. 425-
alumbradas por un sol;
entraron a desconfiar
unas de otras con tesón,  120
y al instante la discordia
el palenque nos ganó,
y cuanto nos descuidamos
al grito nos revolcó.
¿Por qué nadie sobre nadie  125
ha de ser más superior?
El mérito es quien decide.
Oiga una comparación:
quiere hacer una volteada
en la estancia del Rincón  130
el amigo Sayavedra.
Pronto se corre la voz
del pago entre la gauchada;
ensillan el mancarrón
más razonable que tienen,  135
y afilando el alfajor
se vinieron a la oreja
cantando versos de amor;
llegan, voltean, trabajan,
—545→
pero, amigo, del montón  140
reventó el lazo un novillo
y solito se cortó,
y atrás dél, como langosta,
el gauchaje se largó...
¡Qué recostarlo, ni en chanza!  145
Cuando en esto lo atajó
un muchacho forastero,
-pág. 426-
y a la estancia lo arrimó.
Lo llama el dueño de casa
mira su disposición  150
y al instante lo conchaba.
Ahora, pues, pregunto yo:
¿el no ser de la cuadrilla
hubiera sido razón
para no premiar al mozo?  155
Pues oiga la aplicación.
La ley es una no más,
y ella da su protección
a todo el que la respeta.
El que la ley agravió  160
que la desagravie al punto:
esto es lo que manda Dios,
lo que pide la justicia
y que clama la razón;
sin preguntar si es porteño  165
el que la ley ofendió,
ni si es salteño o puntano,
ni si tiene mal color.
Ella es igual contra el crimen
y nunca hace distinción  170
de arroyos ni de lagunas,
de rico ni pobretón:
—546→
para ella es lo mismo el poncho
que casaca y pantalón;
pero es platicar de balde,  175
y mientras no vea yo
que se castiga el delito
-pág. 427-
sin mirar la condición,
digo que hemos de ser libres
cuando hable mi mancarrón.  180

CONTRERAS

Es cierto cuanto me ha dicho,
y mire que es un dolor
ver estas rivalidades,
perdiendo el tiempo mejor
solo en disputar derechos  185
hasta que, ¡no quiera Dios!,
se aproveche algún cualquiera
de todo nuestro sudor.

CHANO

Todos disputan derechos,
pero, amigo, sabe Dios  190
si conocen sus deberes:
de aquí nace nuestro error,
nuestras desgracias, y penas;
yo lo digo, sí señor,
¡qué derechos ni qué diablos!  195
Primero es la obligación,
cada uno cumpla la suya,
y después será razón
que reclame sus derechos;
así en la revolución  200
hemos ido reculando,
—547→
disputando con tesón
el empleo y la vereda,
el rango y la adulación.
-pág. 428-
Y en cuanto a los ocho pesos...  205
¡El diablo es éste, Ramón!

CONTRERAS

Lo que a mí me causa espanto
es ver que ya se acabó
tanto dinero, ¡por Cristo!
¡Mire que daba temor  210
tantísima pesería!
¡Yo no sé en qué se gastó!
Cuando el general Belgrano
(que esté gozando de Dios
entró en Tucumán, mi hermano  215
por fortuna lo topó,
y hasta entregar el rosquete
ya no lo desamparó.
Pero, ¡ah contar de miserias!
De la misma formación  220
sacaban la soldadesca
delgada que era un dolor,
con la ropa hecho miñangos,
y el que comía mejor
era algún trigo cocido  225
que por fortuna encontró.
Los otros, cuál más, cuál menos
sufren el mismo rigor.
Si es algún buen oficial
que al fin se inutilizó,  230
da cuatrocientos mil pasos
—548→
pidiendo por conclusión
un socorro: no hay dinero...,
-pág. 429-
vuelva..., todavía no...
Hasta que sus camaradas  235
(que están también de mi flor)
le largan una camisa
unos cigarros y a Dios...398
Si es la pobre y triste viuda
que a su marido perdió  240
y que anda en las diligencias
de remediar su aflicción,
lamenta su suerte ingrata
en un mísero rincón.
De composturas no hablemos:  245
vea lo que me pasó
al entrar en la ciudad;
estaba el pingo flacón
y en el pantano primero
lueguito ya se enterró,  250
seguí adelante, ¡ah barriales!
Si daba miedo, señor.
Anduve por todas partes
y vi un grande caserón
que llaman de las comedias,  255
que hace que se principió
muchos años, y no pasa
de un abierto corralón;
y dicen los hombres viejos
que allí un caudal se gastó,  260
—549→
tal vez al hacer las cuentas
alguno se equivocó
y por decir cien mil pesos...
-pág. 430-
Velay otro cimarrón.
Si es en el Paso del Ciego,  265
allí Tacuara399 perdió
la carreta el otro día400;
y él por el Paso cortó
porque le habían informado
que en su gran composición  270
se había gastado un caudal,
con que, amigo, no sé yo,
por más que estoy cavilando,
adónde está el borbollón.

CHANO

Eso es querer saber mucho  275
si se hiciera una razón
de toda la plata y oro
que en Buenos Aires entró
desde el día memorable
de nuestra revolución,  280
y, después, de buena fe,
se diera una relación
de los gastos que han habido,
el pescuezo apuesto yo
—550→
a que sobraba dinero  285
para formar un cordón
desde aquí a Guasupicúa401;
pero, en tanto que al rigor
del hambre perece el pobre,
el soldado de valor,  290
-pág. 431-
el oficial de servicios,
y que la prostitución
se acerca a la infeliz viuda
que mira con cruel dolor
padecer a sus hijuelos;  295
entretanto, el adulón,
el que de nada nos sirve
y vive en toda facción,
disfruta grande abundancia;
y como no le costó  300
nada el andar remediado
gasta más pesos que arroz.
Y, amigo, de esta manera,
en medio del pericón
el que tiene, es Don Fulano,  305
y el que perdió, se amoló;
sin que todos los servicios
—551→
que a la patria le prestó,
lo libren de una roncada
que le largue algún pintor.  310

CONTRERAS

Pues yo siempre oí decir402
que ante la ley era yo
igual a todos los hombres.

CHANO

Mismamente, así pasó,
y en papeletas de molde  315
por todo se publicó;
pero hay sus dificultades
-pág. 432-
en cuanto a la ejecución.
Roba un gaucho unas espuelas,
o quitó algún mancarrón,  320
o del peso de unos medios
a algún paisano alivió:
lo prenden, me lo enchalecan.
Y en cuanto se descuidó
le limpiaron la caracha,  325
—552→
y de malo y salteador
me lo tratan, y a un presidio
lo mandan con calzador;
aquí la ley cumplió, es cierto,
y de esto me alegro yo;  330
quien tal hizo que tal pague.
Vamos pues a un señorón.
Tiene una casualidad...
Ya se ve... se remedió...
Un descuido que a cualquiera  335
le sucede, sí, señor.
Al principio mucha bulla,
embargo, causa, prisión,
van y vienen, van y vienen,
secretos, admiración,  340
¿qué declara?: que es mentira,
que él es un hombre de honor.
¿Y la mosca? No se sabe,
el estado la perdió;
el preso sale a la calle  345
y se acaba la función,
¿y esto se llama igualdad?
-pág. 433-
¡La perra que me parió!
En fin, dejemos, amigo,
tan triste conversación,  350
pues no pierdo la esperanza
de ver la reformación.
Paisanos de todas layas,
perdonad mi relación:
ella es hija de un deseo  355
puro y de buena intención.
Valerosos generales
de nuestra revolución,
gobierno a quien le tributo
—553→
toda mi veneración,  360
que en todas vuestras acciones
os dé su gracia el Señor,
para que enmendéis la plana
que tantos años se erró;
que brille en vuestros decretos  365
la justicia y la razón,
que el que la hizo la pague,
premio al que lo mereció,
guerra eterna a la discordia,
y entonces sí creo yo  370
que seremos hombres libres
y gozaremos el don
más precioso de la tierra:
americanos, unión,
os lo pide humildemente  375
un gaucho con ronca voz
que no espera de la patria
-pág. 434-
ni premio ni galardón,
pues desprecia las riquezas
porque no tiene ambición.  380
Y con esto, hasta otro día,
mande usté, amigo Ramón,
a quien desea servirle
con la vida y corazón.


Esto dijo el viejo Chano  385
y a su pago se marchó;
Ramón se largó al rodeo
y el diálogo se acabó.

BARTOLOMÉ HIDALGO



  —554→  

imagen




ArribaAbajo- CXXIII -


Al pueblo de Buenos Aires403   404


   Ya un día, para ejemplo
de los que intenten subyugar al hombre,
el grito heroico alzamos
de libertad; a tan sagrado nombre
por dos lustros la espada fulminamos  5
-pág. 435-
contra la usurpación y tiranía
de tres siglos de horror. ¿Quién de nosotros
no corrió a combatir, al fuerte acento
de la patria oprimida? ¿Quién la sangre
de ira y honor hirviendo no sentía,  10
—555→
al ver flotando majestuoso al viento
el estandarte patrio? Entonces fueron
la humillación, y espanto, y agonía
del bárbaro opresor; la gloria entonces
los héroes patrios de su esfuerzo vieron  15
entre el rayo y el trueno de los bronces,
en los ríos de sangre que vertieron.
Largo tiempo Belona nuestros campos
y en su carro Mavorte recorrieron,
y de América el triunfo hasta los mares,  20
los llanos y los montes repitieron.

   El sacro dios del argentino Río,
sus deliciosas grutas olvidando,
en la fértil orilla se mostraba,
y con voz majestuosa  25
los cantos de victoria acompañaba,
que en coros numerosos
en tiempos tan heroicos entonamos;
mas, ¡ay! vino el momento
fatal en que escuchamos  30
los gritos engañosos
de la Discordia horrible, y olvidamos
tanta prez y alto honor; en nuestros pechos
derramó su ponzoña el monstruo infando,
—556→
-pág. 436-
y rotos y deshechos  35
los vínculos sagrados
de unión y de amistad, abandonados
de todo numen tutelar nos vimos.
¡Oh, Dios!, la civil guerra
ya, ya la destrucción amenazaba  40
del pueblo a quien no pudo
ni una vez amedrar la antigua España
con su cruel fanatismo y fiera saña.

   Hoy que el genio del bien al fin triunfante
arrojó al negro abismo  45
al error ciego y ambición sangrienta;
hoy que la Paz divina en nuestro Oriente
la bienhechora oliva nos presenta,
sobre las aguas la serena frente
vuelve a mostrar el Paraná sagrado,  50
y así nos habla en tono no escuchado,
que el alma eleva, y el corazón alienta:
«¡Hijos de la victoria!, ¡prole hermosa!
Se verá en vuestro suelo un nuevo imperio
muy más durable, de mayor grandeza  55
que el de Tiro y Cartago,
si el lujo abandonáis, que fatal mengua,
y perdición y estrago
—557→
fue de grandes ciudades,
haciendo que su ruina  60
pase en terrible ejemplo a las edades.
Huid de los altos y dorados techos
donde el ocioso sibarita ríe;
-pág. 437-
do, cual pavón con su vistosa pluma,
con su infausta opulencia así se engríe;  65
del mundo y de sus leyes olvidado,
no escuchará jamás el triste acento
de la viuda infeliz que a sus umbrales
le demande mil veces el sustento.

   »Cual funesto contagio,  70
que en la mísera zona en que domina,
en veneno convierte
el aire puro y agua cristalina,
cebándose la muerte
bajo el influjo de maligna estrella  75
en el niño, el anciano y la doncella,
tal siempre los placeres,
por el lujo abortados, destruyeron
a pueblos numerosos
en virtud y poder antes famosos;  80
tal por el lujo corruptor fue presa
la antigua Roma del poder del godo,
la cuna de los Fabios y Camilos,
la que leyes dictaba al Orbe todo.

   »La hermosa Buenos Aires, destinada  85
a dar un alto ejemplo
de justicia y poder, a abrir el templo
del honor en su seno, atribulada
se verá y confundida, si sus hijos
—558→
el juramento olvidan,  90
que a la virtud hicieron
el día en que emprendieron
-pág. 438-
dar a la patria libertad y gloria;
si olvidan que debieron
al denuedo y trabajo la victoria.  95
Cierta será la ruina
de la gran capital, cuando adorada,
por la prole argentina
llegue a verse la pompa del Oriente;
cuando en hora fatal abandonada  100
al ocio muelle y femenil halago,
en engañosa paz duerma imprudente.
Empezará su estrago
el día en que asaltare la codicia
sus pechos generosos. ¡Ay!, entonces  105
el trono ocuparán de la justicia
la doblez, el engaño y la malicia.

   »¡Oh, fuertes argentinos!,
tanto mal evitad, abandonando
la ciudad populosa, do mil plagas  110
se están en vuestro daño preparando:
a los campos corred, que hasta hoy desiertos
por la mano del hombre están clamando;
volad desde las playas arenosas,
que bañan mis corrientes,  115
hasta do marcha a sepultarse Febo;
y ocupad en trabajos inocentes
el tiempo fugitivo, que insensible
de continuo os arrastra
hacia la margen del sepulcro horrible.  120
—559→
-pág. 439-
Una fértil vastísima llanura
allá destina el cielo
a vuestro bien y sin igual ventura.
Como en los anchos mares,
se espaciará por ella vuestra vista,  125
y vuestros patrios lares
un inmenso horizonte
abarcarán hasta el lejano punto
en que se eleva el escarpado monte.
Con pasto saludable y abundoso  130
veréis allí cual crece
la raza del caballo generoso,
que libre pace por inmensos prados,
y aunque al diestro jinete aún no obedece,
en ligereza y brío no cediera  135
a los que en Grecia un tiempo
vencieron en la olímpica carrera;
veréis la oveja que en tributo ofrece
al pastor industrioso los vellones,
que defienden al hombre  140
de los rigores del invierno helado;
veréis, en paz dichosa propagado,
el útil animal, que de la tierra
rompiendo el seno con el corvo arado,
vuestro inocente afán deja premiado.  145

   »La benéfica Ceres, siempre atenta
del labrador honrado a las fatigas,
de doradas espigas
los campos cubrirá, que veis ahora
-pág. 440-
del espinoso cardo solo llenos.  150
En días envidiables y serenos,
la sazonada mies las esperanzas
—560→
a colmar bastará de nuevas gentes,
que antes de muchos soles,
robustas, inocentes  155
darán pasmo a la tierra;
en libertad, ilustres fundadores,
vais a ser de mil pueblos venturosos.
Mucho más numerosos,
que los astros brillantes,  160
de que se ve sembrada
la esfera de los cielos dilatada.

   »No veréis en los campos la grandeza,
y el brillo del ocioso cortesano,
que por los atrios y las anchas plazas  165
corre agitado de un furor insano;
no veréis las carrozas de oro y plata
con exquisito gusto guarnecidas,
y en ellas ostentando gentileza
la beldad, el orgullo y la pereza;  170
ni a su correr violento
sentiréis cual retiembla el pavimento;
ni en tanto ruido y vanos esplendores
sentiréis la algazara
de una plebe indigente y caprichosa,  175
tras la sombra del bien corriendo avara.

   »Pero en cambio os espera,
libres de odio, y rencor, en cada día
-pág. 441-
una escena más grata y majestuosa,
cuando dejando el perezoso lecho  180
tranquilos observéis la faz hermosa
del sol, que se alza ya por el Oriente;
cuando oigáis de las aves la armonía
—561→
con que al astro naciente
saludan con mil trinos a porfía,  185
cuando aspiréis gozosos
el aura matinal lleno de vida,
y la yerba mullida
una alfombra os presente de esmeralda
con las perlas del alba enriquecida.  190

   »Esos feraces llanos,
que el cielo os concedió, serán cubiertos
después por vuestras manos
de mil bosques sombríos silenciosos.
Al par de vuestros hijos  195
crecerán los frondosos
árboles corpulentos,
que con su sombra amiga
suave frescor os den, cuando sus rayos
lanzando Febo, al orbe más fatiga.  200
¡Cuán misterioso asilo
en ellos hallarán vuestros amores!
¡Qué invidiable y tranquilo
será vuestro vivir!, ¡cuán inocentes
serán de vuestros pechos los ardores!  205
En ellos sentiréis en dulce calma
vuestro ser inundado, y elevarse
-pág. 442-
al Dios de todo bien allí vuestra alma.
Tiempo vendrá que en ellos
vuestros sabios filósofos contemplen  210
en silencio las leyes
de la naturaleza, o de la Europa,
el poder y el orgullo de sus reyes.
—562→

   »En los remotos climas
del Septentrión, resonará la Fama  215
de todos vuestros bienes no gozados;
y los míseros pueblos, que las aguas
beben del Volga y del Danubio helados,
se arrojarán al mar, buscando asilo
en vuestro patrio suelo,  220
donde benigno el cielo,
la abundancia vertió con largo mano;
donde por siempre ríe
la gran naturaleza,
poderosa venciendo  225
del invierno sañudo la aspereza.

   »Dichosos no veréis vuestros ganados
por el león rugiente y voraz lobo,
por el tigre alevoso devorados;
ni será que la sierpe ponzoñosa  230
clave el agudo diente
al labrador, cuando la mies sabrosa
segando diligente,
en copioso sudor baña su frente;
el soldado cruel, acostumbrado  235
a llevar de los llanos a las sierras
-pág. 443-
los estragos de Marte ensangrentado,
no asolará las tierras,
que hubieren vuestras manos cultivado.
Sin temer de la guerra la inclemencia,  240
en paz las gozaréis; y vuestros hijos
las gozarán también en rica herencia.
Eternos vuestros bienes
serán, como el imperio afortunado
de la razón divina,  245
—563→
que hoy al hombre ilumina
con lumbre bienhechora
del Septentrión al Sud, desde Occidente
a los floridos reinos de la aurora.

   »Los frutos abundantes,  250
que os brindarán terrenos dilatados,
serán luego cambiados
por la industria de pueblos comerciantes.
El honrado alemán, el culto galo,
el britano, señor hoy de los mares,  255
mayor actividad y movimiento
darán a los telares,
de que pende el sustento
de la Europa afligida,
tras la guerra espantosa,  260
por la plaga de fiebre contagiosa,
y en tumba de sus hijos convertida.

   »Así, la humanidad de gozo llena,
logrará ver, después de siglos tantos
de muertes y de llantos,  265
-pág. 444-
la grande y nueva escena
de mil pueblos distantes
por el piélago inmenso divididos,
trabajando constantes
para su mutuo bien; verá el portento,  270
sin que baste a impedirlo el mar profundo,
de un mundo unido en paz a un otro mundo.
—564→

   »Mas en pos de los dones
del activo europeo aún no os es dado
mis aguas traspasar, y el mar de Atlante  275
surcar con pecho duro y arrojado.
Dejad para el avaro mercadante
el afrontar las ondas enemigas,
y en mis riberas demandar los frutos
que alcancen vuestras útiles fatigas.  280
Aún del tiempo presente
está distante, aquel, en que la vida
fieis a una frágil nave
por el terrible oceano combatida.

   »Antes vuestro destino  285
irrevocable os llama
a invocar en el campo los favores
de la fecunda Ceres,
y del sencillo Dios de los pastores.
Serán vuestros trabajos y placeres  290
por largo tiempo visitar mis costas,
y los undosos ríos
que a Jove plugo hacer mis tributarios;
hacer que corran sus raudales fríos,
-pág. 445-
dando nuevo vigor al patrio suelo,  295
por los anchos canales
que abrir debéis con incansable anhelo.
Aquestos son los cultos agradables
que rendirá a mi numen vuestro celo,
aquestos son los que el sagrado cielo  300
aceptará propicio,
alzando a las estrellas
de vuestra libertad el edificio.
—565→
El honor y virtud las tristes huellas
borrarán, que en el seno de la patria  305
con impiedad abrieron
sus antiguos tiranos,
cuando a los pueblos libres combatieron,
bañando en sangre las atroces manos».

ESTEBAN DE LUCA