Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —603→     -pág. 476-  


ArribaAbajo- CXXI -


El triunfo argentino


Bellum importunum, ciues; cum gente deorum
inuictisque uiris gerimus, quos nulla fatigant
proelia nec uicti possunt absistere ferro.

Aeneidos, liber XI, 305-307                


—604→

Hijo422 de Apolo, tu sublime acento
suspende un tanto, mientra el furor mío
lanzándolo del pecho, a su sosiego
torno mi espíritu hora enardecido.
Mi trompa es débil, celestial la tuya.  5
Por eso teme el acorrerme Clío.
Mas el triunfo alto de mi patria amada
—605→
al alma inspira ardor desconocido:
déjamelo cantar, deja que ceda
esta vez mi rubor al patriotismo;  10
grata a mis votos, ven, divina Musa,
bate tus alas, baja del Olimpo,
y pues enseñas a cantar proezas,
-pág. 477-
anime tu favor mi plectro tibio.
Rayó una aurora423 en que indignado el cielo  15
permitió en desventura que los brillos,
de Buenos Aires por sorpresa infausta,
quedaran tristemente oscurecidos.
Pero este aciago día recordando
a sus hijos su ser, y el poderío  20
del Dios, que fascinados ofendieran,
de su felicidad fue el gran principio.
Desde entonces sumisos venerando
del Grande Ser los soberanos juicios,
postrados a los pies de los altares  25
imploraron con lágrimas su auxilio.
No fueron vanos tan humildes votos,
los oyó el cielo, y suscitó propicio,
al grande héroe del Sur424, nuevo Pelayo
que supo, como aquel, favorecido  30
de brazo celestial destruir el trono
que el contemptor de los romanos ritos
osado levantara en este suelo,
—606→
sosteniendo su espada el edificio,
del culto y religión de nuestros padres.  35
Libre ya Buenos Aires del abismo
de males, que su ruina apresuraban,
-pág. 478-
gozosa vio reflejos peregrinos,
que preparaba a su esplendor el jefe;
vio su celo incansable; fue testigo  40
del alto esfuerzo con que su entusiasmo
emprendió en los vecinos425 infundirlo.
No se engañó el caudillo: halló habitantes
dispuestos a exceder en heroísmo
a falanges guerreras que sus vidas  45
consagraran al bélico ejercicio.
Tanto es el fuego que sus almas nutre,
¡qué, oh!, ¡quién lo creyera! el parvulillo
no tanto aprende la invención de Cadmo,
cuanto ejercita el movimiento activo  50
con que el guerrero los cañones juega.
El que de Ceres los tesoros ricos
buscando se afanaba; el que en el templo
de Palas solo hallaba regocijo;
el que en busca de próspera ventura  55
siguió las huellas que estampó el fenicio:
miran con odio el plácido sosiego,
las armas buscan, el marcial ruido
es continuo embeleso de sus almas,
—607→
no teniendo otro anhelo, ni otro ahínco,  60
que el aprender la militar pericia.
-pág. 479-
Tiende la vista Soberano digno,
honra este suelo por momentos pocos,
ve allí acampado426 cabe el ancho Río
ese ejército grande; ve la veste  65
militar que los orna; ve el crecido
número de estandartes y banderas;
ve cual se puebla de ordenados tiros
el aura conmovida; cual varían
diestramente sus puestos al sonido  70
del clarín y atambor. ¿Qué tropa es ésta?
preguntarás, Monarca muy benigno.
Oh, ínclito Señor, ésta no es tropa.
Buenos Aires os muestra allí sus hijos:
allí está el labrador, allí el letrado,  75
el comerciante, el artesano, el niño,
el moreno y el pardo; aquestos solo
ese ejército forman tan lucido.
Todo es obra, Señor, de un sacro fuego,
que del trémulo anciano al parvulillo  80
corriendo en torno vuestro pueblo todo
lo ha en ejército heroico convertido.
Esta llama feliz la ha fomentado
vuestro vasallo fiel, nuestro caudillo,
el ilustre Liniers; en su presencia  85
se ve a Marte en los pechos argentinos.
—608→
-pág. 480-
Este marcial furor irresistible,
auxiliado, Señor, del alto empíreo,
ligará ya con eternal cadena,
a vuestro excelso trono, estos dominios.  90
¿Mas, qué súbito trueno me horroriza?
¿Quién allá con horrísonos bramidos
conturba toda la mansión del Orco?
¿Qué fantasma es aquél? ¿O qué vestigio?
Alecto... Alecto... el pavoroso monstruo  95
de Plutón y la noche producido,
levanta su cabeza de culebras
crinada con horror. El lago Estigio
con ondas espumosas se embravece:
el Cerbero con hórridos ladridos,  100
hace temblar el Érebo profundo.
Así el pavor entorno del abismo
súbito escaparate el iracundo monstruo,
al ver la Capital, al ver sus hijos,
al ver sus habitantes que resisten,  105
con guerrero poder sus maleficios.
«Será posible, brama ardiendo en ira,
¿que sólo en éste pueblo mi dominio
hollado he de mirar? Yo que a Britania
armé contra él. ¿Que la hayan abatido,  110
podré sufrir? Si miro indiferente
esta victoria y los preparativos,
que le concilian eternal sosiego,
¿no se verá ultrajado el poder mío?
Si el británico orgullo así se abate,  115
¿quién podrá hacer valer ya mi designio,
-pág. 481-
de ejercitar mi saña entre los hombres,
turbando el Mundo Nuevo y el Antiguo?
No, no es posible: emprenderé de nuevo
—609→
rendir a mi furor el Argentino».  120
El Tartareo monstruo se resuelve
a valerse otra vez del atrevido
bretón; su cuerpo sanguinoso arrastra
por entre breñas y escarpados riscos,
y llega a Albión; allí distintas formas  125
toma a la vez, apura el artificio
de su pecho infernal, y así enfurecen
al ánglico guerrero sus bramidos.
¿Qué? ¿el trono ilustre de la gran Bretaña
el templo de una gloria, en tantos siglos  130
buscada entre la sangre y la fatiga,
verá enlutada con un velo indigno?
¿Una porción de meros habitantes,
de Belona en el arte aún no instruidos,
borrará impunemente tanta gloria?  135
Una nación que ha visto hasta el Olimpo
encumbrado su nombre, ¿sufrir puede
ser burlada de míseros vecinos?
¿Vosotros sois los célebres britanos
que os gloriáis de haber solos resistido  140
de Napoleón al soberano esfuerzo?
¿Vosotros sois aquellos que habéis dicho
a la faz de la Europa, que un britano
es bastante a rendir cuatro argentinos?
¿Qué se ha hecho, pues, vuestro marcial aliento?  145
¿Dónde está, que no os veo enfurecidos,
la venganza llevar a aquellos mares?
-pág. 482-
¿Cómo olvidáis el nombre esclarecido,
que Malborough os dio? Los paises cultos
¿qué dirán de Britania? Más no dijo:  150
contra la Capital clama la plebe,
el comercio, el gobierno hacen lo mismo.
—610→
Se alegra el monstruo del feliz suceso,
y raudo baja al infernal Cocito.
Retumba todo el hórrido Aqueronte  155
al tronar de su voz; hienden sus silbos
toda el aura letal; llama a la muerte.
Al oir la muerte el trueno repetido,
rápida sube en su tremendo carro,
que al monstruo guerra ordena conducirlo.  160
Ésta con rojo azote, abruma, agita
dos rabiosos caballos denegridos,
y el carro guía a do el bretón navega.
Los bajeles de Albión el cristalino
oceano hienden, y espumosa senda  165
patente dejan por doquier han ido.
He ahí que abordan la marcial ribera
y un bosque forman sobre el ancho Río,
aqueste amago el español aliento
de ningún modo abate: endurecidos  170
a la tierna impresión, que ante su vista
tristes cuadros presenta, nuevos bríos
sus ánimos recobran; con faz leda
a Marte esperan pues lo creen propicio.
Viendo el ánglico jefe la ensenada427,  175
-pág. 483-
ofrecerle sus playas sin peligro,
las llena diestro con sus vastas haces
y las pone ordenadas en camino.
Esta noticia rápida volando
por el pueblo discurre, y ya el caudillo  180
a las armas lo llama; en el momento,
por todas calles, número infinito
—611→
de ilustre juventud a los cuarteles
correr se ve, llevando tras su brío,
tras su heroico valor, tras su entusiasmo  185
al natural, al cuarterón, y al hijo
del tostado habitante de Etiopía.
Entre la muchedumbre el jefe mismo,
la bandera tremola y con semblante
de una alma generosa solo digno,  190
anima y dice, que se acerca el anglo
por la segunda vez a ser vencido.
No de otra suerte el general hispano
discurre las legiones expresivo,
que cuando el Ganges caudaloso corre,  195
y va tomando de los siete ríos
el tributo que plácidos le rinden.
¡Tierno eco de la sangre! ¿Quién deshizo
al tiempo de esta alarma tus impulsos,
que jamás aún el héroe ha resistido  200
cuando a la guerra y a la muerte marcha?
¡Almas sensibles! ¡Corazones píos!
El pasmo perdonad que me enajena
al pensar en tan alto patriotismo.
La tierna madre en su regazo oprime  205
-pág. 484-
y baña con sus lágrimas al hijo,
que huye sus brazos, y a la lid se escapa.
La esposa, el corazón más afligido,
a su consorte ofrece en los momentos
que lo roba el honor al atractivo  210
de su plácido seno; el tierno infante
sus brazos cruza, que la vez de grillos
hacen del padre en las rodillas caras,
y se deshace en lúgubres gemidos.
Así el hijo, el consorte y aun el padre,  215
—612→
sin dar estima de la sangre al grito,
corren al duelo, y a los grandes riesgos.
El dragón fuerte y el feroz marino,
el infante aguerrido428, el artillero,
el castellano y diestro vizcaíno,  220
el asturiano y cántabro invencible,
el constante gallego, el temible hijo
de Cataluña, el arribeño fuerte
y el andaluz se aprestan al conflicto;
los pardos, naturales y morenos  225
pruebas dan de lealtad y patriotismo.
Vuelta triunfante o féretro glorioso
es del húsar429 el único partido;
el labrador y fiel carabinero,
y el cazador no tardan con su auxilio;  230
-pág. 485-
prepárase también, oh, Buenos Aires,
el bélico furor de tus patricios.
Ya a la lid se disponen; ya están prontas
las falanges guerreras; ¡cuánto brío
y alegría presentan! Ya la marcha430  235
ordena el atambor. Al enemigo
—613→
con ansia todos de encontrarlo corren,
y a vencer o morir comprometidos,
de sus padres tras sí los votos llevan.
¡Pasmosa intrepidez! ¡Qué vaticinio  240
ofreciste tan próspero a la patria!
¡Oh!, ¡cuál mudaste ante los ojos míos
la palidez de las matronas indas,
haciendo arder sus rostros amarillos
la llama que en sus ánimos prendiste!  245
Andad, varones, no faltó quien dijo,
de esta gran Capital habitadores:
ledos marchad, destruid ese enemigo,
que viene a degollar a vuestras hijas,
vuestras esposas, vuestros tiernos niños,  250
y todo lo que hasta hoy formó el objeto
de vuestro amor y paternal cariño.
A Dios nuestra esperanza, a Dios campeones,
triunfadores volved esclarecidos.
Así por entre armónicas sonatas,  255
a cuyo son marchaba el argentino,
-pág. 486-
se oyeron resonar aquestos rasgos
de algunas heroínas, y festivos
respondían con vivas los guerreros.
Así a otras también, cual torbellino  260
el varonil ejemplo las rebata,
y de farda marcial con muy prolijo
cuidado se ornan, y después de armadas,
abandonan su hogar para seguirlos.
Mientras el pueblo nuestras tropas dejan,  265
el britano Craufur431 se avanza altivo,
—614→
dando prisa y fervor a su columna.
Con laurel que aún no tiene conseguido
coronado se juzga; ya en batalla
los hispanos lo esperan: ¡con qué ahínco,  270
con qué impaciencia anhelan se decida
la suerte de sus armas, convencidos
de su alto esfuerzo y su sagrada causa!
Pero Craufur se asombra: ha distinguido
la línea formidable que la entrada  275
por la puente le impide; observa activo
la inmensa artillería, que arrasarlo
pavorosa le amaga, y advertido
de sus guerreros el consejo escucha
que no admite la acción; toma el camino  280
que al paso de la Esquina432 recto guía,
-pág. 487-
y sin óbice a puestos433 escogidos,
sus batallones pasa. El jefe hispano
destaca una legión434 para batirlos.
Hácele ver el célebre momento  285
de alcanzar un renombre distinguido,
de hacer patente la verdad cantada,
—615→
que el Río de la Plata, el cristalino
tributo paga a heroicos moradores.
Muestra a cada uno todo el regocijo  290
de que se halla animado; a la cabeza
de la legión se pone, y hace el signo
de partir velozmente a la batalla.
Rompen las cajas con marcial ruido;
la legión se desprende de su estanza,  295
y rauda marcha con el rostro mismo,
con que otro tiempo a encantador recreo.
No la sed, ni el cansancio apaga el brío
de sus pechos fervientes; todo afrontan,
todo afrontar los hace el patriotismo.  300
Habían apenas el muy luengo espacio
nuestros bravos guerreros ya vencido,
cuando ven a lo lejos parda nube
-pág. 488-
de polvadera alzarse. ¡El enemigo!
¡Al arma, al arma!, por las tropas se oye,  305
y a la par que él avanza, crece el grito;
y en mejor orden de ponerse tratan.
¿Quién, Calíope sacra, al pecho mío
podrá inspirar arrebatante fuego
para que cante con lenguaje digno  310
la primera expansión de nuestras fuerzas,
que al anglicano trastornó designios,
en que afianzaba su importante empresa?
¿Quién sino tú podrá, que al vate Argivo
enseñaste otro tiempo las hazañas  315
y los lances con que los muros Ilios
las armas griegas de pavor llenaron?
Sí, sacra dea, bajo tus auspicios
voy a cantar aquel primer encuentro
de los fuegos britanos y argentinos.  320
—616→
Luego que el gran Liniers vio ya acercarse
el batallón contrario a su recinto,
preparada la línea con presteza
ordena al artillero dar principio,
súbito truena el horroroso bronce,  325
y arrasa y mata el plomo despedido
cuanto el furor de su carrera encuentra,
cual suele el aquilón con fiero silbo
arremeter los más robustos robles,
arrancarlos de raíz embravecido,  330
y esparcirlos con rabia por los aires,
envueltos en violentos torbellinos,
y el aura oscurecer con negro polvo.
-pág. 489-
Con furor el cañón aún más activo,
oscurece, retumba, tala, quema,  335
y todo lo reduce al trance mismo
que si aquellos guerreros en el caos
se hallarán de repente sumergidos.
A estrago tan tremendo seguir se oye
un tristísimo y lúgubre alarido  340
de las míseras víctimas que yacen;
y del espanto y del horror transidos
los tímidos bretones, ya la espalda
principiaran a dar al enemigo,
cuando sus líneas reforzarse miran;  345
reanima su saña el nuevo auxilio,
y se aferran de nuevo en el combate.
Sostiene con ardor el argentino
esta abrumante carga: triunfo solo,
triunfo glorioso anhela embravecido,  350
cual si mortal no fuera. Pero Jove,
que los bienes por medios no sabidos
dispensa al hombre aún más de lo que aspira,
—617→
cuando de ellos su esfuerzo se hace digno,
preparaba de gloria más tesoros,  355
con que este suelo fuese enriquecido,
de esta corona en su supremo seno
participaban otros dignos hijos,
y este decreto de cumplirse había.
Así fue que un espanto repentino  360
discurre toda la legión hispana,
al ver la saña con que enfurecido
la carga el anglicano; ya el desorden
-pág. 490-
entra en la línea; mas aquí el caudillo
apura los enérgicos recursos  365
de su denuedo y celo. Pero, altivo,
avanza más y más innúmero hoste,
y le es forzoso abandonar el sitio,
no siendo ya posible sostenerlo.
Aquel entorno queda poseído  370
de las armas de Albión, gimiendo todo
bajo el más sanguinoso poderío.
Vosotros Faunos y Dríadas bellas,
de esta triste verdad me sois testigos;
vosotros visteis a las dueñas indas,  375
al temblón viejo, al miserando niño,
y al cautivo infelice mil querellas,
de lo íntimo lanzar al alto Olimpo,
al verse todos en el trance duro
de sufrir el extremo sacrificio.  380
Vosotros visteis a los dignos héroes,
de la inmortal Albión envilecidos
con el estupro, asesinato y robo:
vosotros visteis más... ¿pero qué digo?
No quisisteis ver más; no amancillaron  385
vuestros célicos ojos tantos vicios;
—618→
vosotros huisteis a lo más espeso
de vuestros esmaltados domicilios,
llevandoos de aquel campo la alegría,
y dejándolo en lloro sumergido.  390
El padre Febo que mirado había
el encuentro feroz, despavorido
sus caballos agita, y se sepulta
-pág. 491-
en las ondas del golfo cristalino.
Lanza entonces la noche al rubio día,  395
y el globo entolda con su manto umbrío;
entrónase el pavor, y aterra a todos,
pues no se alcanzan los decretos divos.
Cree la plebe, que torna el malhadado
momento de arrastrar los duros grillos,  400
que aun acababa de romperles Jove.
En este trance doloroso vino
a dar nervio a las almas abatidas
la briosa legión435 que había asistido
allá en el puente do a pasar venía  405
una gruesa falange de enemigos.
Sobre las alas del espanto vuela
el infausto rumor: todo es perdido,
refiere alguna lengua asaz medrosa,
mas los campeones de laurel amigos.  410
no hacen alto en lo infausto; solo atienden
al destrozo sangriento que han sufrido
las británicas huestes; aún es tiempo,
se oye que dicen, de poder destruirlos.
—619→
Este vivo entusiasmo, esta energía  415
vigoriza de nuevo al argentino,
y ansias le inspira de perder su aliento,
contra el tirano, el sanguinario inicuo,
-pág. 492-
y agresor crudo de sus patrios lares.
Recibe a esta sazón Balbiani oficio,  420
con orden que las tropas de su mando
traiga a la plaza, abandonando el sitio;
que llorosa la patria las llamaba,
librando en ellas su potente abrigo.
No pierde instantes su celoso esfuerzo;  425
los subalternos llama, y, persuasivo,
el atrevido empeño les propone,
de entrar en el momento al centro mismo,
que el pueblo en riesgo... De consuno todos
la palabra le embargan, y al partido  430
de defender la plaza se deciden,
entrando a todo trance; aqueste aviso
a los bravos soldados nueva llama
en sus pechos enciende enardecidos,
a pesar de las sombras pavorosas.  435
esparcidas por todos los caminos,
do podría repente sorprenderlos,
el isleño insidioso, sin ser visto.
Tan íntimo es el interés que toman
en dar al duelo patrio un pronto alivio  440
que aquestos riesgos con valor desprecian
y se meten en ellos, vengativos.
Pisan serenos el terror y espanto,
y penetran el centro reunidos.
A favor de las sombras los bretones  445
su fatiga reparan. No esto mismo
los argentinos hacen: todos ellos
—620→
de un furor se revisten infinito,
-pág. 493-
la defensa meditan; nada excusan
que conduzca a este fin. Con claros brillos  450
rutila apenas de Titón la esposa,
cuando se une al alcázar gran gentío
a guarnecer los muros, y las bocas
de fuego preparadas, y un continuo
tumulto armado hacia la plaza corre.  455
a sus entradas con fervor prolijo
los mayores cañones se colocan;
no así el lago Lerneo defendido
se vio otro tiempo del dragón cruento,
que a toda la comarca el exterminio  460
llevaba en sus flamígeras cabezas,
en su atroz garra, en su hálito nocivo.
Como el Fuerte y la Plaza bonaerense
lo están con los volcanes destructivos
de tanto hórrido bronce. En pos de aquesto  465
la altura toman de los edificios.
Situados en las calles principales,
el resto todo, y los esclavos mismos,
que no sin parte en entusiasmo tanto,
con fervor piden armas al Cabildo.  470
El bretón aún no ataca; pero el pueblo
arde en deseos de probar su brío,
no espera se aproxime, al anglo campo
las partidas se van, y con mil tiros,
ya matan centinelas, ya aprisionan  475
algunos trozos, que de su distrito
se alejan a robar. Algunos mueren;
mas su ardor no trepida, con tal tino
-pág. 494-
sus pequeños ataques ejecutan,
que el anglo de feroz tan presumido  480
—621→
de su marcial destreza tan pagado,
no se atreve a ofrecer su cuerpo al tiro,
y o da la espalda, o tímido pelea
de los cercos y casas guarecido.
Dos veces Febo sobre el horizonte  485
naciente se ha hecho ver y fugitivo,
y el argentino ejército no cesa
de llevar el terror al enemigo,
mas ya el son horroroso se apercibe436
del bélico instrumento; he ahí los tiros  490
que al arma avisan; del terrible Marte
ya el carro estrepitoso es conducido
por el campo y las calles argentinas.
Levanta en medio el brazo vengativo
la muerte descarnada: horrenda nota  495
en la vasta extensión de ambos partidos
a los que dará fin en la batalla.
Ya cada jefe con marcial estilo
sus legiones inflama, que con vivas
responden a sus ecos persuasivos;  500
he ahí los anglos, el terror y espanto
por las calles llevando; no hay peligro
que a su ciego embestir estorbo sea
en diversas columnas divididos,
-pág. 495-
por todas partes sus fusiles brillan  505
en torno amenazando el exterminio;
ya se acercan al centro, el centro tocan,
ya los ve, y se descubre enardecido
el hispano guerrero, y el combate
—622→
horroroso principia. Los oídos  510
estruendo solo y confusión perciben;
el humo en densas nubes de continuo
por todas partes sube, y de los ojos
desaparece el día. Desprendido
de las armas el plomo hiere, mata,  515
destroza todo, y deja en los gemidos,
en los escombros y truncados miembros
patentizado su letal destino.
Todo es horror lo que a la vista ofrece:
la sangre, el fuego, el humo, el estallido,  520
el más trágico cuadro representan.
El bronce horrendo truena: el inaudito
estruendo entre las casas y las calles
por ecos espaciosos repetido,
multiplica el pavor, el llanto, el luto.  525
Se enfurece el bretón con el peligro,
y cadáveres huella, y carga osado;
pero más adelante, o queda herido,
o víctima de su ira el alma exhala.
El despecho impele otros, y el perdido  530
puesto recobran, sin sentir los ayes
del que yace en los últimos deliquios.
Mas Tisífone aquí furiosa vuela,
y empapa en sangre el hórrido cuchillo,
-pág. 496-
una y mil veces; ya su ardor no sacia  535
la sangre que en las calles ha vertido,
asciende a las alturas, y descarga
rápidos golpes contra el argentino.
Éstos empero al monstruo menosprecian,
y recobrando pavorosos bríos,  540
vengan con muertes mil, una tan solo
que a su vista sufrió cercano amigo.
—623→
Ya no hay moderación: se precipitan
y con arrojo buscan el peligro.
Ya indecoroso juzgan mantenerse  545
en ventajosa altura, y este abrigo
al momento abandonan. Como corren
con ímpetu raptor los grandes rivos
al despeñarse de los altos Andes,
que rabiosos batiendo con los riscos  550
mil enormes peñascos se arrebatan,
y los llevan rodando al precipicio;
así los españoles a las calles
se lanzan con furor, matando invictos,
o haciendo prisionero al anglicano  555
que encuentran por doquier hacen camino.
Él viendo inevitable su ruina,
distintas casas gana fugitivo,
y toma sus alturas: hasta un templo437
profana inicuo, por buscar asilo,  560
-pág. 497-
y ofender de la torre al generoso
denodado argentino, que impelido
de ardor sagrado, cabe el templo, un crudo
combate empeña, ansioso de oprimirlo,
de allí arrancarlo, y con horrenda muerte  565
el insulto vengar, que ha obrado impío.
Aproxima el cañón, y con destreza
dispara rayos contra aquel asilo,
que ruinoso retiembla; del entorno
se apodera la tropa, que sus tiros  570
une a los fuegos que el cañón repite,
cual Tifeo el jayán, de quien oímos
—624→
que con cien brazos manejaba a un tiempo
y lanzaba sus armas al Olimpo,
estremeciendo el firmamento y tierra  575
con su empuje potente repetido;
tal cada uno de aquellos combatientes
parece que de brazos infinitos
está dotado: tanta es la presteza,
con que ataca y oprime al enemigo,  580
y lo vuelve atacar sin darle aliento.
El pavoroso estruendo de continuo
lleva el terror hasta el britano oculto;
la bala con fragor, los escondidos
pechos taladra, y postra sepultados  585
en sangre y polvo a cuantos han subido.
Al ver león tanto que vomita estragos,
el britano trepida; su exterminio
aparece a sus ojos inminente,
o en el plomo tronante, o en los filos  590
-pág. 498-
de tanta espada y bayoneta aguda.
Penetran los caudillos el peligro,
sin recurso en que están; se ven aislados,
sin medio alguno de encontrar camino
para ir a unirse con su resto armado:  595
el triste acento del soldado herido,
el moverse espantoso del que espira,
los cadáveres muchos esparcidos
por el suelo sagrado, son ejemplos
que amenazan su vida ejecutivos,  600
y llenan de pavor los pechos todos.
Cede al fin su constancia; el edificio
sagrado entre las manos argentinas
arroja de su seno el hoste inicuo
que osado entrara su respeto hollando;  605
—625→
presuroso se rinde y busca asilo,
a su vida en los jefes españoles,
tanta es la fama de sus pechos píos.
Éstos al ver propicia a la victoria
tender sus brazos para recibirlos,  610
olvidando iras por gozarla humanos,
de su memoria apartan el maligno
proceder del contrario; y bien que el robo,
la matanza de ancianos infinitos,
del bello sexo el crudo tratamiento,  615
y en el santuario el crimen cometido
castigo exigen y venganza claman;
lo perdonan con todo compasivos,
haciendo ver que en los hispanos pechos
rencor no cabe, ni el sistema impío  620
-pág. 499-
jamás se adopta de acabar al hombre
que a la fuerza mayor se da rendido.
Tal es su proceder; pues todo el fuego
que en sus pechos ardía en el conflicto,
en dulce sólo compasión termina;  625
el uno da sus brazos al herido,
y al hospital lo guía cuidadoso;
el otro, a modo de oficioso amigo,
a la prisión los desarmados lleva;
y si alguno este modo da al olvido,  630
un rígido censor encuentra al punto.
Ésta es la suerte, y el suceso mismo
de aquellos que las casas ocuparon;
o rindieron su vida al plomo activo;
o del hispano prisioneros fueron.  635
En este medio en torno del Retiro438
—626→
lugar do Buenos Aires otro tiempo
muchas tardes buscara el regocijo,
espectáculo ahora muy diverso
el crudo Marte ofrece. El atrevido  640
bretón emprende todo, y atacando
la ciudad en contorno, no este sitio
perdona su furor: hasta allá intenta
sanguinario llevar el exterminio,
mas los bravos campeones que lo guardan,  645
con impávido pecho rebatirlo
escarmentarlo juran: empeñados
-pág. 500-
en hacerles sentir el poderío
eterno de las armas españolas,
armas que ha el mundo militar temido.  650
Temblad, temblad, injustos invasores;
llegado ha el triste día, en que al abismo
rodará despeñado vuestro orgullo.
Ellos se avanzan contra aquel recinto,
y en ráfagas de fuego todo inflaman.  655
Bien así como airado el monstruo Licio
contra el joven Istmíaco, arrojaba
una vez y otra su hálito encendido,
y mil lances variando carnicero,
medio alguno no ahorraba por rendirlo;  660
el anglo con ataques continuados
lanzábales de balas cruel granizo,
y entrar tentaba por el humo espeso.
La muerte asiste a los hispanos tiros,
y doquier ellos van, allá vuela ella;  665
de su guadaña ensangrentando el filo
crece el tesón por una y otra parte,
y arde en los pechos un volcán activo
que a todos más y más los precipita.
—627→
En ambos bandos brilla el heroísmo,  670
resplandece el valor: aquellas tropas,
salen fuera de sí, y obran prodigios
sus intrépidos brazos; jamás hubo
acción más obstinada; nunca se hizo
más acertado, y más violento fuego.  675
Anglicana nación, ¡cuántos caudillos
ilustres te costó tan crudo choque!
-pág. 501-
Consagra a su memoria tus suspiros,
tu llanto y tu dolor; pues ya no puede
dar más lustre a tus armas su heroísmo.  680
Ellos solos pudieran a tu hueste,
animar con su ejemplo en tal conflicto,
do las armas hispanas toda el aura
de horror poblaban con tremendo silbo,
no amedrenta esto al valeroso Achmuti439,  685
y armado de ira y de furor regido
grita, embravece, enciende, precipita,
y hollando muertos, y pisando heridos;
lanza por fin sus irritadas tropas
en medio de la plaza. El argentino  690
ve con dolor que a su robusto brazo
un acaso fatal, con no indeciso
impulso influye, a que las armas suelte
y las rinda al bretón: mas su inaudito
valor luchando con la adversa suerte,  695
emprende hacia la plaza hallar camino.
Esto no es ya posible; todo en torno
retemblar hacen los contrarios tiros;
—628→
todo lo ocupa la legión britana;
gime en tal desventura, y cede invicto  700
al suelo el peso honroso de sus armas.
¿Qué alma sensible habrá, que aqueste sitio
no riegue con sus lágrimas? ¿Qué duro
-pág. 502-
pecho hallarse podrá, que conmovido
de dolor no se encuentre, cuando traiga  705
a la memoria su sangre en la defensa,
que vertieron su sangre en la defensa,
en la heroica defensa del Retiro?
¡Oh, sacras almas!, ¡sobrehumanos héroes!,
la gloria recogió vuestros suspiros  710
en su seno inmortal: en su almo templo
colocó vuestro nombre; allí esculpido
durará para honor de España toda;
la capital a sus futuros hijos
lo enseñará exaltada, y vuestros hechos  715
servirán a más glorias de incentivo.
Sí, varones ilustres, vuestros días
de los hijos de Albión fueron castigo;
pero muy más allá vuestro denuedo
durará todavía, aunque el sombrío  720
sepulcro dé reposo a vuestras dignas
y gloriosas cenizas; allí activo
arderá siempre el fuego, el sacro fuego
que abrasó vuestras almas; allí al niño
sus padres llevarán, y electrizados  725
le dirán: Aquí posa el heroísmo.
A tierno pecho pasará la llama
que alimentó los vuestros, y principio
tendrá allí su valor: he ahí los frutos
que daréis a la patria; he ahí los hijos  730
que a la patria darán vuestras cenizas.
—629→
Y vosotros, oh, monstruos, que el abismo
abortó para oprobio de los hombres;
-pág. 503-
venid, venid un rato hasta el Retiro,
y observad un momento el cuadro horrendo  735
que allí trazó vuestro furor inicuo.
Allí la sangre de mil dignos héroes
hervirá al presentaros: mil castigos,
y mil venganzas demandando al cielo
contra vosotros, que sin dar oídos  740
al clamor de ya inermes prisioneros,
vuestras armas habéis envilecido
quitándoles la vida. ¡Oh, culta Europa,
cuánto tu gloria abate el alto abrigo
que halla en tu seno esta nación cruenta!  745
Entretanto que solo este recinto
pábulo daba a la altivez britana,
el pueblo vencedor lleno de brío,
corría por las calles con la idea
de añadir a su triunfo el sacrificio  750
de todo cuanto inglés su suelo hollaba,
sin estar muerto o sin estar rendido.
Por doquier paso con la fuerza se abren,
y rompen puertas fulminando exidios;
aquí traducían al que no se rinde,  755
allí dan suave ley al más sumiso;
el falso isleño muchas veces trata
de fascinarlos con el artificio
de falsa rendición, se acercan ellos,
y de perfidia tan atroz ludibrio,  760
envueltos caen en generosa sangre.
Mas de ardimiento súbito impelidos,
los compañeros la venganza emprenden,
-pág. 504-
y de sus armas los agudos filos
—630→
alfombras largas a su planta esparcen  765
de ruinas y de miembros divididos.
No el sacro Río espectador indemne
es de choque tan crudo; en recios pinos
aborda el anglo la anhelada playa,
y asestando sus fuegos vengativo,  770
talar amarga fortaleza y templos;
responde aquella con tesón seguido,
y entrambos puestos, lenguas de la muerte,
la difunden en torno, en fiero silbo.
Las Náyades se aterran, y medrosas  775
alrededor del venerando Río
le piden las socorra en pena tanta,
tierno las oye y con fervor divino
al gran Jove aquesta prez dirige:
«¡Oh, Padre eterno, a cuyo poderío  780
los cielos obedecen y la tierra!,
mirad de vuestro asiento este enemigo
que atropella las leyes más sagradas,
de vil codicia el hálito nocivo
solamente lo mueve; el cruel sistema  785
de exterminar al que odia sus caprichos
es el deber que su razón conoce.
Así al colmo llevando sus delitos,
no satisfecho con haber violado
los templos vuestros, del respeto asilo  790
mi espalda oprime con navales fuegos,
y al pueblo ataca (empeño prohibido).
Terminad pues aquí, Dios soberano;
-pág. 505-
terminad hoy el ejemplar castigo
que comenzasteis en el campo y calles».  795
Oyolo el Grande Ser, y al punto mismo
la pérdida decreta del britano.
—631→
El Real Fuerte en un globo despedido
introduce el desorden en las naves;
ya zozobrar se veían, cuando activos  800
los anglos las retiran, escarmiento
llevando en premio de su empeño inicuo.
Ventura tan continua a los hispanos,
sirve a esfuerzos mayores de incentivo,
y arremeten briosos las reliquias  805
que doblar su cerviz aún no han querido.
Todo llena de estragos: mas su furia
la contiene prudente el gran caudillo.
Este varón que nos condujo el cielo
para el bien de la patria, concebido  810
había una ardua empresa, a cuyo alcance
no llegara el soldado ni el vecino,
él veía cuanta sangre ya vertiera
mucha parte del pueblo; los gemidos
su compasivo espíritu escuchaba,  815
de tanta viuda y pobre huerfanillo,
reliquias tristes de la infanda guerra;
de allí pasando al anchuroso Río
en raudo vuelo hasta Montevideo,
sus habitantes ve, que allí afligidos  820
arrastran bajo el ánglico gobierno
del cautiverio los pesados grillos.
Si a éstos libertar glorioso aspira,
-pág. 506-
de la sangre preciosa de sus hijos
acrece la efusión, que ahorrar quisiera,  825
pues ejército nuevo le es preciso
ordenar que conduzca a aquella plaza,
la lid llevando ante sus muros mismos.
Tal catástrofe pues, ¿cómo evitarla
y romper las cadenas del cautivo  830
—632→
montevideano pueblo? ¿Tanta gloria
realizarse podrá? Su pecho invicto
no trepida un momento: en su alta mente
la sangre expersa de los argentinos
vale otro tanto que esta gloria vale.  835
«No quiero, dice, acrecentar el Río
de ese coral, que sobre modo aprecio,
y en estas calles con dolor aun miro.
No quiero no, que nazca allá otro alguno
en la Banda Oriental, do de continuo  840
sus palmas tiende a nos Montevideo:
para esto lo hecho basta, yo os lo digo;
las pequeñas reliquias que aún existen
de la falange que nos ha invadido,
sé que están prontas a humillar su frente  845
al ver de vuestras armas cerca el filo.
Mas aspiremos a mayor empresa:
todo su estrago Whitelock ha visto:
él comanda no solo estas legiones,
sujeta está también a su dominio  850
la misma fortaleza San Felipe,
servir hagamos su fatal destino,
aquí de paz, allí de reconquista.
-pág. 507-
Si aún permanece en tanto grado altivo,
que aquestas condiciones me deseche,  855
víctima entonces de vuestro heroísmo,
perezca con sus tropas en el suelo,
que arrasar intentó sangriento e impío».
Como cuando minaz el Euro rompe,
llevando la inquietud al mar tranquilo,  860
y éste se encrespa, y su cerviz levanta,
crinada con undosos remolinos,
lo vuelven a embestir contrarios vientos,
—633→
y ondas y espumas, y horrorosos silbos,
y espesas nubes, y tronante esfera,  865
y rayos, aguaceros y granizo,
el reino de Neptuno, Averno lo hacen.
Éste al ver tan turbado su dominio,
majestuoso se eleva, increpa al Euro,
y con su voz, y su tridente divo  870
aplaca el mar, y las sonantes ondas,
cediendo todo a su poder. Lo mismo
obrar se vieron en el pueblo bravo
las sublimes palabras del caudillo;
resonando a su entorno alegres vivas.  875
Tanto es amado, tanto obedecido.
Escribe al punto en un oficio breve
lo que su labio a los soldados dijo.
Enérgico demuestra el cruel estado
de las armas britanas; pinta al vivo  880
la bárbara matanza que hará el pueblo,
lleno de ira y furor en cuanto sitio
el ánglico estandarte orlando encuentre.
-pág. 508-
Mas si esto Whitelock quiere impedirlo,
logrando aun la ventaja de que tornen  885
los anglos prisioneros al servicio,
entregue a su legítimo Monarca
a San Felipe, y todo su distrito;
devolviendo a la patria los hispanos
que en la lid anterior fueron cautivos.  890
Andaba a la sazón investigando
su estado el general: llega al Retiro,
y reconoce un oficial britano
que le llevara el expresado oficio.
Corre su vista las infaustas líneas;  895
obúmbrase su mente y aturdido,
—634→
señala un plazo para dar respuesta.
¡Que Ariadne aquí le enseñará algún hilo
para que encuentre la mejor salida
de este cruel y espantoso laberinto!  900
Piensa, medita, se aconseja en vano;
todo, todo concurre a confundirlo.
Acude a las deidades, les suplica,
que le libre del grande precipicio
que su vida y sus tropas amenaza.  905
En este trance llega a aquel recinto
un anciano jovial, rugoso y cano,
muy moderado, y de unos ojos vivos:
en un báculo fuerte el cuerpo afianza,
y una antorcha lumbrosa trae consigo.  910
Conoce Whitelock que es el consejo,
y llamándolo al punto, así le dijo:
«¿Qué causa aquí, oh, anciano respetable,
-pág. 509-
te he traido en medio de tan cruel bullicio?».
«Poderoso anglicano, le responde,  915
he visto tu derrota: el exterminio
por todas partes circundante veo,
y a librarte tan solo aquí he venido.
Tú estás rodeado de habitantes fuertes,
la envidia los pintó con coloridos,  920
que impidieron, brillasen a tus ojos
su lealtad, su valor y su heroísmo.
Iluso tú probaste las desgracias,
de tanto esfuerzo efecto muy preciso:
Dos440 puestos solo fuera de éste ocupan  925
las tropas tuyas, que el atroz conflicto,
—635→
o lo evitaron, o de entre él huyeron,
mas os es imposible el mutuo auxilio
según distáis los unos de los otros,
y corto ataque bastará a rendiros.  930
De un modo solo evitarás tu ruina,
y ahorrarás a tu tropa el sacrificio,
y es que accedas sumiso a las propuestas,
que te dirige el español invicto.
Yo he visto, yo la parte más preciosa  935
de tu ejército en número crecido
por las calles tendida; a los contrarios
he visto aprisionado a tus caudillos
de mayor graduación; yo tus guerreros
-pág. 510-
medrosos vi, postrándose cautivos  940
bajo los pies del victorioso hispano.
¿Qué esperas pues? Mavorte al argentino
yo vi que daba sobrehumano aliento».
Tal es el tono con que al abatido
Whitelock, el consejo desengaña;  945
¡qué tristes aflicciones! ¡Qué martirio
su corazón penetra! Llama a Gower,
y lleno de dolor, así le dijo:
«Guerra importuna hacemos con varones
del poder de los dioses revestidos;  950
varones invencibles, cuyo esfuerzo
no sucumbe a la guerra: cuyo brío,
aun subyugados, los mantiene en arma.
Ya tú echarás de ver, que hemos perdido
la presente batalla; todo, todo,  955
¡ah!, dulce amigo, en esta acción perdimos:
fuerza es hoy que entreguemos San Felipe
y la colonia a su monarca antiguo.
Parte, Gower querido, al pueblo parte,
—636→
y dile al gran Liniers, que me ha vencido;  960
que le cedo el laurel con que venía,
a coronar mis sienes; parte, amigo,
parte y busca tan solo las ventajas
que más convengan al que está rendido».
Éste parte, y concluye los tratados,  965
que Liniers y Balbiani por escrito,
Velasco, y Whitelock y Murray juran.
Cual si la noche con su manto umbrío
sepulta en triste caos a los mortales,
-pág. 511-
y la natura sus veloces giros  970
apenada detiene, confundida
su divina belleza en negro abismo,
alza la luna lumbrosa frente,
el cielo baña con hermosos brillos,
y la enlutada humanidad respira  975
al ver el horizonte, el valle, el río,
y el monte erguido, apareciendo todo
de la llama argentada embellecido.
Así concluido ya el feliz tratado,
la victoria se esparce en el distrito  980
de la gran capital: triunfante vuelca
el carro de la muerte; al lago Estigio
cae despeñado el monstruo de la guerra;
al feroz golpe en grandes remolinos
se ensoberbece el lago, y queda el monstruo  985
en el báratro umbroso sumergido.
En este dulce instante alegres todos,
«Victoria, exclaman, al bretón vencimos»;
esta voz se difunde, y por las calles
se oye «Victoria» repetir a gritos.  990
De metales armónico concento
en los templos resuena, fiel indicio
—637→
del éxito feliz de nuestras armas
cesó ya el son del parche: los oídos
perciben solo vítores gozosos,  995
solo placer, contento y regocijo.
Oh, heroico jefe de mi patria amada,
corónete el laurel que te es debido
por la secunda vez: goza felice,
-pág. 512-
de un triunfo, que tu nombre hasta el Olimpo  1000
levantará para inmortal memoria.
A ti te ha visto de la Plata el Río
parte hacer del estrago, que en el Sena
Napoleón a Britania ha prometido:
en su mente imperial acción de estima.  1005
Ya el grande Carlos nuevos distintivos
prepara en premio de tu afán y celo.
Él ya sin duda partirá contigo
el gobierno y sostén de estas providencias,
que llenas de contento, al presentirlo,  1010
se dan el parabién de tal ventura,
capital bella, que tan gran caudillo
tener lograste, erige monumentos
que su gloria recuerden a tus hijos,
que aprendan a decir con lengua tierna:  1015
¡Viva el héroe Liniers! ¡viva el invicto
antiguo general de nuestros padres!
Salve Cabildo ilustre, salve eximio
Congreso de patrióticos varones,
¡qué copioso raudal de beneficios,  1020
en vos hallamos! Vuestro celo exige
eterna gratitud de los vecinos
de este gran pueblo. Salve, dulce patria,
morada de valor, del heroísmo;
salve terror del anglo, honor de Iberia,  1025
—638→
modelo de lealtad, espejo fino
de amor a Carlos, y su culto sacro.
Compatriotas felices, hijos dignos
de la gran Buenos Aires, ya resuelto
-pág. 513-
ha quedado el problema; ya corrido  1030
el velo está, con que la negra envidia
procuraba inspirar a los amigos
de vuestra gloria, indigna desconfianza,
atribuyendo a pompa el ejercicio
frecuente de las armas, y el plan todo  1035
que en soldados tornara a los vecinos.
¡Oh, cuál vengasteis esta insania horrenda!
¡Cuán dignamente habéis correspondido
al concepto supremo que otras gentes
formarán de vosotros! Vuestro brío,  1040
vuestro valor y militar denuedo
de un mortal inminente parasismo
la América han librado. ¡Oh, defensores
ilustres del Perú! ¡Oh, esclarecidos
restauradores de Montevideo!  1045
Oh, vosotros iberos, oh, argentinos,
que de Roma y Cartago sois afrenta,
que habéis gloriosamente competido
con los Córdobas, Ponces y Bazanes!
Yo más admiro vuestro triunfo digno,  1050
al ver que Febo, el rutilante carro
aún no paseara por los doce signos
desde que al monstruo de la guerra vierais
por la primera vez el rostro inicuo,
cuando vuestro valor llegó al estado  1055
de hollar legiones y rendir caudillos,
en el bélico afán ejercitados.
Yo, legiones patrióticas, admiro
—639→
recordando las haces, y la flota
-pág. 514-
que cubrían la faz del campo y río,  1060
no tanto nuestra patria defendida,
cuanto haberles ganado en un conflicto,
en un solo conflicto dos ciudades,
y haber de esta manera sostenido
todo el gran continente americano.  1065
A vuestros pies, monarca el más benigno,
nuestro jefe se postra, y vuestro pueblo,
de la efusión más tierna conmovidos,
implorándoos sumisos la alta gracia
de que grato admitáis estos servicios:  1070
ellos la prueba son del alto esfuerzo
con que ha intentado su filial cariño
haceros ver, que morirán primero,
que su gobierno abandonar nativo.
Y vosotras, oh, sombras generosas,  1075
compatriotas sagrados, que perdidos
en el choque fatal continuo lloro,
si aqueste canto desde el alto empíreo
os dignareis oír, recibid gratos
las lágrimas que vierto enternecido.  1080
¡Oh!, ¡cómo pintaré cuánto conmueve
vuestra memoria al triste pecho mío!
¡Memoria! Oh, cruel memoria, ¿qué me muestras?
El suelo de mi patria enrojecido
con la sangre de tantos, que otro tiempo  1085
su corazón ligaron con el mío,
llamándome su amigo: ¡Ay, compañeros!
¡Ay!, ¡defensores que robó el conflicto!
La madre triste, la angustiada esposa,
-pág. 515-
el infante pequeño en sus gemidos,  1090
en su luto funesto y lloro amargo,
—640→
diciendo están, que de la sangre el grito
habéis desatendido por la patria.
Sí, manes respetables, del impío
habitador de la isla vuestra sangre  1095
logró verter el bárbaro cuchillo;
pero no os quitará el eterno lauro,
que muerte tan honrosa os ha adquirido.
Vosotros sois los ínclitos campeones
que llorará la patria largos siglos.  1100
Ella al orbe dirá vuestras hazañas,
haciendo vuestro nombre esclarecido.
Y aún más que todo, oh, almas venturosas,
colocadas allá sobre el empíreo
en brazos de eternal contentamiento,  1105
recompensa halló ya vuestro heroísmo.
Y pues morando estáis cabe el Eterno,
pedidle fervorosos de continuo,
que su brazo sostenga nuestro esfuerzo,
nuestra constancia, nuestro celo y brío,  1110
para que el anglo en cuanta lid intente
humille su cerviz al argentino.

VICENTE LÓPEZ Y PLANES

imagen




 
 
FIN
 
 
  -[pág. I]-     -[pág. II]-  

  —641→  

ArribaAbajoApéndice


ArribaAbajo Aspectos lingüísticos de los textos de La Lira Argentina

Los aspectos lingüísticos de La Lira Argentina, para su consideración y simplificando los planteos, podrían estimarse desde tres enfoques: las modalidades de la lengua de la mayoría de los poetas representados, las peculiaridades de algunos textos de Castañeda y las inflexiones propias de los poemas de Hidalgo.

En lo que respecta a la lengua de los principales poetas del momento -López, Rojas, de Luca, Rodríguez, Varela- cabe señalar que ella no se diferencia de la de los escritores peninsulares de fines del siglo XVIII y principios del XIX. La usual es la lengua poética del seudoclasicismo español, con sus características improntas: sus pervivencias barrocas -algo atenuadas y ahora ocasionales-, sus latinismos, sus tópicos expresivos, sus formas reiteradas de adjetivación, sus galicismos sintácticos, etc. Muy poco significativa, casi nula, es la presencia en el léxico de argentinismos y americanismos, que sí abundan en Castañeda e Hidalgo; su misma infrecuencia y aislamiento ratifican la dificultad de penetración en el vocabulario poético consagrado. A manera de ejemplo, y remitiéndonos al «Vocabulario» que hemos   —642→   ordenado, puede señalarse: un par de vocablos en Lavardén: camalote y tataná, indigenismo éste que aparece en una nota en prosa, y caimán, todo en CXII; arribeño y pardo en López y Planes (CXXXI); bozal, guardamonte, guaso, en un solo poema de Cayetano Rodríguez, el XXVII. En general, el resto de los americanismos y argentinismos léxicos y modismos o frases adverbiales se registran en los otros dos autores precitados, Castañeda e Hidalgo.

En el resto de los poetas solo se advierte alguna construcción frecuente, desde entonces, en el país, como «recién» sin participio pasado, y poco más.

Dado lo oscilante de la ortografía de la época -recién establecida en forma moderna a partir de 1815 por la Real Academia Española- no es firme indicar casos de seseo o de yeísmo rehilado, tan característico este último del ámbito rioplatense, pero que no aparece en ningún caso registrado con el grafema «y» en los poemas. Se puede probar, por algunos testimonios de la época que la pronunciación, al menos en Buenos Aires, presentaba singularidades recurrentes; por ejemplo, hay un excelente análisis y clasificación de esas peculiaridades con referencia a las deformaciones fonéticas que aquejaban a los actores de teatro, en un artículo de El Mensajero Argentino de 1826441; o la afirmación de Juan Cruz Varela en su extenso e interesantísimo ensayo «Literatura nacional», publicado en El Tiempo442, dos años   —643→   más tarde. Allí señala: «En las tertulias, en las conversaciones más serias, en los escritos, en la tribuna, se cometen diariamente los errores más groseros. Prescindamos, por ahora, de la pronunciación, que es viciosísima, en todas las clases, y fijémonos en cosas más importantes». En los poetas seudoclásicos de la compilación, se advierte la presencia de diptongación; ejemplos de López y de Lavardén:

veian: «ya zozobrar se veian, cuando activos» (CXXXI, 800)
traido: «te ha traido en medio de tan cruel bullicio» (CXXXI, 914)
ahi: «ves ahi que tan magnífico ornamento»
«ves ahi para las ninfas argentinas» (CXII, 95 y 97)



El caso más reiterado, y que no tiene excepciones en toda la Lira, es el de «país», pronunciado como monosílabo: «pais». El hecho de darse siempre con igual acentuación, en singular y en plural, en todos los poetas, y cualquiera sea la posición que en el verso ocupa el vocablo, es prueba contundente de su pronunciación real:


Todo el pais se conturba con gritos (I, 23)
el pais, que así degrada; y el que exista (VIII, 61)
reivindicando el pais de las riquezas (IX, 17)
y el pais y la comarca convecina (XXVIII, 90)
que amigos cuenta los que el pais encierra (LII, 52)
—644→
y vosotros del pais prole querida (LII, 121)
a nuestro pais abrieron (LXVI, 44)
escapa el atambor; el pais se enciende (XCV, 40)
Todo pais, todo pueblo, toda gente (CX, 166)
Pais de la esclavitud. Un germen santo (CX, 189)
Paises inmensos do natura había (CXIX, 132)
que Malborough os dio? Los paises cultos (CXXXI, 149)



Salvó esta particularidad, el resto de la expresión lingüística poética de nuestros poetas seudoclásicos no presenta diferencia con la española. Ya Alberdi lo anotaría, años después, en su conocido señalamiento: «La libertad era la palabra de orden en todo, menos en las formas del idioma y del arte».

Aunque enfáticos en la expresión oral, nuestros intelectuales mantenían una diferencia entre lengua normal y lengua poética, ésta heredada de la tradición española, abundante, ejemplar e imitable en la creación estética. Casi no hay sorpresas expresivas en la lengua de los poetas de la independencia, ni apuntes de originalidad locutiva personal.

Se impone en la lengua poética, como aporte nuevo, eso sí, el vocabulario que la prosa política consagrara y hasta promoviera con mayúsculas en su prédica: patria, progreso, ilustración, felicidad, libertad, igualdad, concordia, fraternidad, reforma, regeneración, tiranía, yugo, cadenas, servidumbre, patriota, fanático, filantropía, humanidad, fanatismo, tolerancia, vasallo, súbdito, ciudadano, preocupación, esta última en su acepción de «prejuicio» o de «superstición», como en el título del poema de Varela (CXXIX)443.

  —645→  

Tan evidente era el uso de los términos señalados anteriormente -varios de ellos antiguos en la lengua, pero plenos ahora de nueva carga semántica que los destaca con nuevos perfiles-, que Castañeda, de continuo, los ridiculiza. Tal vez el caso más ilustrativo sea su creación del «ismo» tolerantismo, frente a «tolerancia», y como contracanto del «fanatismo» que le endilgaban a él.

La guerra de la independencia sostenida por los españoles contra Napoleón ofrecía situaciones políticas muy similares a la de los americanos en su lucha contra España; de allí la adopción de expresiones y vocabulario semejantes, en situación política encontrada444.

Naturalmente, desde el punto de vista de la lengua, hubo mayor renovación en la prosa que en el verso durante aquella época, debido a que sobre la poesía pesaba una ya larga tradición formal y expresiva, difícil de modificar.

  —646→  

Como islotes, surgen aquí y allá, algún anglicismo, como club (VIII, 31), o galicismo puro, tal complot (XXXVIII, 25), pero son escasísimos.

Los latinismos son los frecuentes en la lengua poética española de esos años. Queda aislado algún grecismo algo forzado, como elaterio (LIX, 63).

Rescatemos, sí, como linda designación para Buenos Aires, y todo el país -que a veces fueron sinónimos en el uso de entonces- la nominación de Bonaria:


Bonaria y Chile y su escuadrón valiente (LIX, 4)
De Bonaria el renombre ves unido (LXIV, 5)
El Consejo y los hechos de Bonaria (idem, 227)
Y Bonaria ya libre (LXVIII, 5)



Tal vez fuera el primero en usarla, Camilo Henríquez en un himno suyo, no incluido en Lira445. Tuvo   —647→   feliz fortuna en la poesía de entonces. Juan Crisóstomo Lafinur enumerará: «Colombia y el Perú, Chile y Bonaria». Pasados los años, la voz será retomada de cuando en cuando por los poetas argentinos; así, en Adolfo Lamarque leemos: «El tiempo en que Bonaria / alzaba a sus marinos un pórtico triunfal». Más tarde, Rafael Obligado, en el inconcluso poema «Rosa» lo habrá de retomar:


cual rasante gaviota
al amplio seno de Bonaria vuela (VII, vv. 73-74)  1130



En una anotación al v. 74, comenta el autor: «Bonaria: no es discreto poner notas a los versos, pero en este caso me permitiré hacerlo. Bonaria es una figura de dicción que usaron nuestros primeros poetas para abreviar el nombre de Buenos Aires y enriquecer su rima. No está de más darlo a la generación presente, siquiera para que evite en los versos esos frecuentes donaires y desgaires, con que suele atentar al buen gusto. Juzgo que la palabra está bien formada; y además, nos llega ennoblecida por una tradición literaria que no debemos olvidar»446.

En síntesis, pues, las mayores novedades expresivas en lo lingüístico no se dan en los poetas adscriptos al seudoclasicismo español, que son los más en La Lira Argentina.

Un caso curioso -e interesante para el estudio de creación de voces- es el de fray Francisco de Paula Castañeda. No hay, prácticamente, en él peculiaridades de sintaxis; su mayor originalidad consiste en el uso combinado, asociado, por no decir intencionalmente   —648→   entreverado, de niveles de lengua: la lengua culta y la popular, voces de raíz indígena y expresiones latinas. En las notas al «Romance endecasílabo» hicimos notar el allegamiento de latinismo de alto prestigio poético, como hibierno, con vocablos como ombú, chimango, maturrango, etc. En algunos textos no recogidos en Lira incorpora portuguesismos, voces del caló español, indigenismos, frases enteras en latín y términos de su invención. Castañeda era hombre de innegable conocimiento del latín del francés, del portugués y frecuentaba buenos hontanares en lengua española.

En su destierro a Kakelhuincul -como lo escribe- lleva consigo, según un detalle que hace de sus lecturas: la Biblia, El sacerdote perfecto del padre Molina, los Pensamientos teológicos de Janin, y dos de sus autores predilectos: las Meditaciones de fray Luis de Granada y las obras de la Madre Teresa de Ávila. A esta mención ocasional de material de lectura, debe sumarse una autora dilecta, a la que siempre recuerda y recomienda, tanto o más que a la Santa de las Moradas interiores, en las páginas de sus periódicos: sor Juana Inés de la Cruz. Más allá del período orquestado de la buena retórica de fray Luis, reparemos en la preferencia en este «escribo como hablo» de Santa Teresa y en los varios registros de la Décima Musa de México; en esta última encontró desde las alquitaradas elaboraciones barrocas hasta la llaneza de sus villancicos, desde la imitación de la lengua de los negros a la incorporación de voces indígenas en su poesía. Tal vez tomó de sor Juana buen estímulo para la creación personal, más allá de lo que parece.

  —649→  

El franciscano quiso definir la modalidad de su estilo en las advertencias del N.º 1 de El Despertador Teofilantrópico...: «El estilo será natural, sencillo, fluido y castizo; quiero decir que no me he de violentar por parecer hombre culto, pues esa es una ridiculez que cansa y choca a los lectores (...) Desengañémonos, que eso de hablar bien será cuando estemos bien constituidos; entonces será el siglo de Augusto; por ahora lo que conviene es obrar bien y no olvidar la doctrina»447. Esta observación de relación directa entre la paz argentina -la pax romana entre nosotros- en el campo de las instituciones políticas y las formas expresivas es asociable a aquella otra que establece en el «Romance endecasílabo» a propósito de las posibilidades únicas del metro corto durante la guerra, y del de arte mayor una vez concluida la lucha contra los españoles.

Castañeda se lanza a la creación endiablada de vocablos que arrecian en su prosa y en sus versos, haciéndolos, por momentos, ininteligibles. A veces él mismo se ocupa -como lo hemos señalado en algunos textos de Lira- de explicitar el sentido de esos términos; otras, no: cuatrines (LXXVI, 18), maneco (LXXVII, 37), palenco, (LXXXII, 52), tereco (LXXXII, 46), etc. Algunos son de fácil intelección, como, por ejemplo, fedrífago (LXXXII, 66), «que come federales», como lo era él, persona unitaria. Otros son creados por oposición a los ya existentes, como frente a «fanatismo», según señalamos, tolerantismo (CII, 47). En otras ocasiones se trata de variaciones vocálicas, como, sobre chimango:   —650→   chimengo, chimingo, chimongo, chimungo, con sus distintas acepciones glosadas por el mismo Castañeda (ver notas a CIV). Pero lo curioso es que el autor mantenía un uso coherente de los vocablos por él creados en sus distintos «papeles». «Me dicen que en ningún diccionario han encontrado el término chacuaquismo, y que siendo el chacuaquismo un enemigo interior pero mil veces peor que todos los godos, es un deber mío explicar el término y su etimología, para honra y provecho de las dos Américas (...). La etimología de este nombre americano es la siguiente: según el Padre Lozano, chacú en abipón significa "bolsa", aco significa "brazo", de suerte que chacuaco es un pícaro que nada tiene más que bolsa para meter todo lo que agarra con el brazo, a tenor de este término provincial con otros infinitos términos que tenemos, cuyas etimologías primorosas acreditan el numen de los hispanoamericanos para enriquecer la lengua castellana, siendo así que ella es de por sí tan elegante y numerosa», concluye burlonamente, y promete aclaraciones futuras448.

Claro está que, si bien los neologismos de la minerva de Castañeda son interesantes de estudiar, como elementos curiosos, ellos no han tenido posteridad en el uso de la lengua castellana entre nosotros;   —651→   de allí que no los incorporemos al «Vocabulario». Su vida y su proyección han concluido con la vida de los periódicos que editaba el franciscano. Fueron vocablos de uso exclusivo, personal, creados en el fragor de la lucha de opiniones, con la conciencia de que el bautizo o rebautizo -de no haber término apropiado- era una forma de sindicación y, por supuesto, de escarnio para el enemigo.

El tercer aspecto de las consideraciones lingüísticas sobre los textos incluidos en La Lira Argentina lo cubre totalmente -salvo expresiones sueltas de Castañeda- Bartolomé Hidalgo, el iniciador de la literatura gauchesca.

Castañeda utilizó dos designaciones para sus producciones: gauchi-políticas -expresión a la que suele dar sentido despectivo- y rústico-patrióticas, que es su preferida. Quiso distinguir su manera de poetizar tanto de la de los seudoclásicos como de la gauchesca de Hidalgo.

El «lenguaje gauchesco» ha sido ampliamente estudiado, con profusión de observaciones y de conceptos. No obstante, persisten confusiones serias en este campo. Los distingos saludables que establece José P. Rona en su trabajo «La reproducción del lenguaje hablado en la literatura gauchesca»449 son esenciales. Allí distingue entre el lenguaje de la literatura gauchesca o lenguaje gauchesco y el lenguaje del gaucho real o lengua gaucha; uno es escrito, lenguaje de arte, lengua muerta; otro es lenguaje   —652→   hablado, vivo. Los diccionarios gauchescos están compuestos sobre testimonios escritos, no se basan en el estudio directo de campo. De aquí vienen muchas arbitrariedades en la estimación de la lengua gauchesca. Parece inaceptable que la distinción básica y simple predicha no haya sido el marco de consideración inicial en la mayoría de los estudios del lenguaje gauchesco.

Respecto de la lengua en los textos gauchescos de Hidalgo incluidos en La Lira se han producido serias desvirtuaciones, hasta hoy no señaladas. De los cuatro incorporados a la compilación de «Díaz» -«Cielito oriental», «Un gaucho de la Guardia del Monte...», «Diálogo interesante» y la «Relación»- solo de uno de ellos se ha encontrado testimonio de publicación anterior (La Prensa Argentina, N.º 60), pues no se han editado modernamente los pliegos, tal vez perdidos para siempre, en los que Hidalgo solía dar a publicidad sus creaciones. No disponiéndose, pues, de otra fuente que La Lira para los otros tres, se impone que el criterio de edición sea el de respetar el texto de la compilación -máxime habiendo verificado que Díaz, en el resto de los poemas recogidos, ha transcripto con fidelidad los versos de hojas, pliego y folletos- y establecer en él aquellas correcciones o enmiendas que se muestren como flagrantes errores tipográficos o casos de mala puntuación. Pero no más. Sin embargo, no es esto lo que ha ocurrido con estos poemas de Hidalgo, pues los editores de ayer -y luego los de hoy, que han seguido a aquéllos- han desfigurado esos textos en un intento de «agaucharlos»; y como suele ocurrir en estos casos, la edición alterada, y ya fija   —653→   en las páginas impresas de su obra inconclusa hacia 1891, Composiciones poéticas de la epopeya argentina, ya citada, de Ángel Justiniano Carranza, se afirmó en la tradición textual de los editores posteriores.

Respecto del «Cielito oriental», no pueden ser aceptables las enmiendas de Carranza, que ha retocado la versión deformada de expresiones en lengua portuguesa que el poema contiene para retraerlas a la corrección en ese idioma, porque la intención del autor es la de hacer, incluso, burla idiomática de los enemigos de la patria, con las deformaciones chuscas del caso. No pretendió Hidalgo realizar labor de poeta bilingüe en un poema «arlequinado», y menos podía pretenderlo si se supone en la convención, quien tiene la voz es un gaucho. En las notas hemos puntualizado la casi total coincidencia del texto del cielito en la Lira con el del periódico, fuente original, La Prensa Argentina, lo que ratifica la fidelidad aludida antes; y para contraste, hemos consignado las enmiendas de Carranza.

Otras alteraciones se dan a la hora del cielito «Un gaucho de la Guardia del Monte...» y de los diálogos del ingenioso Hidalgo. Carranza ha corregido los textos de la Lira para aproximarlos a la lengua gaucha. Leguizamón, a propósito de «Un gaucho de la Guardia del Monte...» consigna: «Hemos adoptado el texto de Carranza por estimarlo más auténtico» (op. cit., p. 69, n. 32). Más auténtico en relación con la lengua gaucha, puede ser, pero no más auténtico con respecto a lo escrito por el autor del poema.

  —654→  

En nuestras notas dejamos constancia de los retoques padecidos por los versos del poeta montevideano en la colección de Carranza. Resulta evidente que Díaz fue respetuoso de los textos originales publicados por Hidalgo. Baste una prueba indirecta, en la ausencia de las hojas volantes en que ellos aparecieron. Cuando Castañeda censura las expresiones de Hidalgo en su recién publicado «Diálogo interesante», a través de sus periódicos La Matrona Comentadora... y El Desengañador Gauchi-Político... -como lo hemos señalado en apuntaciones al poema- trascribe varios versos del diálogo, para anotarlos. La lectura de esos versos es la misma que la de los correspondientes de la Lira. Así, La Matrona Comentadora transcribe quince versos del diálogo de Hidalgo (83 - 87, 157 - 159, 50 - 52, 125 - 126 y 351 - 352) en 1821 y coinciden textualmente con los correspondientes de la Lira. Lo mismo, con mayor caudal de versos, en este caso sesenta y siete, ocurre entre lo transcripto por El Desengañador Gauchi-Político... en el mismo 1821, y la Lira. El periódico reproduce los versos 113 a 180, sin más diferencias que la omisión del 142 («y solito se cortó») y las alteraciones de 172: «de rico ni pobretón» (Lira) y «ni rico ni pobretón» (periódico) y el 175: «pero es platicar de balde» (Lira) y «pero es disputar en balde» (periódico). Diferencias leves, por cierto. Pero ni una sola vez aparecen las formas «agauchadas» tales como: destinción, juesen, naides, comparaición, lay, etc.; sino distinción, fuesen, nadie, comparación, ley, etc.

Juan María Gutiérrez, en su América poética, incorpora el «Diálogo patriótico interesante» con   —655→   las mismas inflexiones que Lira («cogí el camino y me vine», v. 19, lado, revolución, facción, etc., sin alteraciones.

La intención de «agauchar» el texto olvida que la poesía gauchesca es un género en gestación o, si se quiere, recién nacido, y no puede pedírsele al autor inicial una transcripción exacta de todos los aspectos de la lengua gaucha que imita en el lenguaje gauchesco escrito. Menos aún puede esperarse coherencia estricta, fonética y gráfica, en los mismos vocablos a lo largo de las poesías, cuando esto no lo encontramos ni aun en la obra de Hernández, medio siglo después450.

Martiniano Leguizamón proponía como tarea urgente: «una reedición facsimilar, lo más completa posible, se impone con urgencia a fin de salvar de la destrucción irreparable esas hojas impresas de modesta factura», con referencia a los pliegos de Hidalgo451. Esto lo apuntaba en la nota que precedía al cielito «A la venida de la expedición» (p. 63, n. 31), y en la que presenta una reproducción facsimilar de ese texto. Pero lo desajustado es que, teniendo a vuelta de página el facsímil de la volante, cuando copia el texto en su edición, lo altera; por ejemplo, la hoja dice, v. 97: «si perdiéramos la acción», y Leguizamón transcribe: «si perdiéramos la aición». Más grave aún: en la hoja el v. 43 dice: «y quiénes   —656→   son más cojudos», que Leguizamón cambia por: «y quienes son más corajudos» (p. 61), que, además de suplantar el vocablo, altera el verso métricamente, haciéndolo excedido en una sílaba. Pues bien, así se ha trasmitido hasta la fecha; nadie recurrió a la hoja.

Hasta tanto no se editen facsimilarmente las hojas y pliegos de la época con poemas de Hidalgo, que permitan otra fuente de consulta, mantenemos la Lira para los tres textos mencionados, y vamos preparando una edición expurgada del primer poeta gauchesco.

En cuanto a las notas que traen algunos de los textos de Hidalgo en la Lira, podrían aceptarse como propias del autor, y no del editor, pues, salvo las de fuente o procedencia, Díaz siempre señala su paternidad de anotador452.

No nos detenemos más en este serio aspecto de las deformaciones lingüísticas que han padecido los poemas gauchescos incluidos en la compilación en la trasmisión posterior a 1824. En cuanto al léxico y los modismos, remitimos al «Vocabulario» adjunto, en el que hemos procurado mantener sobriedad en los asientos para evitar desbordes fáciles de cometer, e inútiles, pues en la mayoría de los casos hay exposiciones léxicas minuciosas en otras obras, a las que remitimos. Preferimos, primero, las notas   —657→   que registra la Lira, así como las anotaciones de Ascasubi a sus propios poemas, por sobrias y acertadas y, por último, la opinión de diccionarios y léxicos especializados.

PEDRO LUIS BARCIA



  —[658]→     —659→  

ArribaAbajoVocabulario453

abipón. Castañeda, CXI, 78: «Niñas: casaos con los pampas / mas bien, o con abipones». Adj. «Dícese del indio cuya generación, dividida en varias parcialidades, habitaba el norte de la provincia de Santa Fe, junto al Paraná, corriendo el sur del Chaco. U. t. c. s. Perteneciente a dicha generación. Los abipones, bravos y belicosos, después de haber batallado largo tiempo, ya contra los españoles, ya contra otras parcialidades del Chaco, se redujeron a la vida civil a mediados del siglo decimoctavo, formando varios pueblos en Santa Fe y Corrientes, bajo la dirección de los jesuitas». Granada, Daniel. Vocabulario rioplatense razonado. Prólogo de Lauro Ayestarán. Montevideo, Biblioteca Artigas, 1957; «Colección de clásicos uruguayos», 25 y 26; dos tomos.

  —660→  

Para etimología, uso y demás referencias v. Dobrizhoffer, Martín. Historia de los abipones. Traducción de Edmundo Wernicke. Advertencia editorial del prof. Ernesto J. A. Maeder. Noticia biográfica y bibliográfica del padre M. Dobrizhoffer por el académico R. P. Guillermo Furiong, D. J. Resistencia, Universidad Nacional del Nordeste, Facultad de Humanidades, 1967, dos tomos.

águila. Andar águila. Hidalgo, LXXIV, 138, que lo aclara en nota, p. 253: «Pobre. Miserable, sin recursos».

alfajor. Hidalgo, CXXII, 136: «y afilando el alfajor» y CXXVI, 35-36: «se enderezó y ya se vino / el alfajor relumbrando». S. m. Nombre con que se designaba antiguamente a un cuchillo de considerable dimensión. Facón. Hidalgo lo usa también en N. D., 82; Ascasubi, en Santos Vega, 144.

amargo. «mozo amargo». Hidalgo: LXXIV, 131-2: «amargo y mozo de garras / para sentársele a un potro». El autor, en nota a p. 253, dice: «Valiente y fuerte sobre el caballo». Del mismo Hidalgo, CXXVI, 164: «hasta que un mocito amargo». «Decidido», «valiente». Ascasubi lo usa en Anastasio el Gallo y en Paulino Lucero, ponderativamente. Sin embargo, en la lengua gauchesca significa, a veces, lo contrario: «cobarde», «maula», «morao», «flojo», «mulita», «carne de paloma».

amolarse. Hidalgo, CXXII, 306: «el que perdió, se amoló». Embromarse, fastidiarse. En M. F., I, 757 es transitivo: «cargosear», «molestar», «incomodar», «jorobar».

  —661→  

apagando. «Sacar apagando». Hidalgo, LXXIV, 34: «lo sacamos apagando». El autor, en nota p. 249, aclara: «En forma precipitada».

aperado. Hidalgo, CXXVI, 154: «en caballos aperados». Con el apero puesto, ensillado, enjaezado. Lussich, Tres gauchos orientales, I, 373 y II, 210.

aplastarse. «Aplastarse el caballo». Hidalgo, CXXVI, 9-10: «Mire que ya el mancarrón / se me venía aplastando». Perder fuerzas el caballo. M. F., I, 680.

arribeño, ña. Castañeda, LXXIX, 41-42: «esos practicantes / tristes arribeños». CIII, 36: «pero que no halla porteño / para esto apto, o arribeño». Vicente López y Planes, CXXXI, 223: «el arribeño fuerte». Adj. y u. t. c. s. Natural de las «provincias de arriba»; perteneciente a ellas o a la región que comprenden. Se llamaba «provincias de arriba» a las que estaban al norte de la de Buenos Aires; provincias del interior, hacia el NO.

azulejo. Hidalgo, CXXII, 13: «andá, traeme el azulejo». Aplícase al caballo, yegua o ganado vacuno que tiene su pelaje con reflejos azulados, que nacen de la combinación de pequeñas manchas blancas y negras. Hay muchas clases de pelaje azulejo. Ver BAAL, Buenos Aires, t. XLIV, n.º 171-174, enero-diciembre de 1979, pp. 234-237.

bagualón. Hidalgo, CXXII, 42: «en cualquiera bagualón». S. Forma aumentativa de «bagual», caballo cimarrón, silvestre. Se llama «bagualón» al potro en comienzo de doma, o bien, al caballo de temperamento arisco aun después de domado; a éste suele llamársele «medio bagualón».

  —662→  

baqueano. Hidalgo, CXXVI, 180: «el inglés era baqueano». Aquí, adjetivo con sentido de «experto», «ducho», «hábil», «diestro»; no con la acepción más específica del vocablo en nuestro uso, como sustantivo.

beberaje. Hidalgo, CXXVI, 284: «en beberaje y fandango». S. abundancia de bebidas alcohólicas en reunión de paisanos. El término aparece en La Cautiva de Echeverría (v. 268); en Ascasubi, en Mansilla y otros escritores del siglo XIX.

bellaquear. Hidalgo, CXXII, 24: «a bellaquear se agarró». Verbo: «corcovear, encabritarse la cabalgadura».

bisteque. Hidalgo, CXXVI, 190: «¡bien haiga el bisteque diablo!». S. Denominación burlesca aplicada al inglés, deformación de beaf-steak, «bistec».

bolas. Hidalgo, XLV, 70: «el oriental va con bolas». S. p. Boleadoras.

boracear. Hidalgo, CXXVI, 163: «¡qué risa y qué boracear». V. voraciar, «gastar el dinero derrochándolo»; también, «alardear, fanfarronear».

bozal. C. Rodríguez, XXVII, 12: «un bozal repulido». S. Prenda del apero o recado que se destina a sujetar a los animales; va en la cabeza del caballo y se prolonga en el «cabestro», que sirve para atar al animal embozalado al palenque.

cabresto. «cabresto», C. Rodríguez, XXVII, 102: «echa mano al cabresto». El autor aclara entre paréntesis: «instrumento, sencillo / pero que en mano diestra / desempeña el oficio». S. Soga, algo más   —663→   larga que una rienda, que por medio de una presilla va atada al bozal, en uno de sus extremos.

caimán. Lavardén, CXII, 4: «tirado de caimanes recarnados». S. Reptil saurio, común en muchos ríos de Sudamérica, semejante al cocodrilo.

calandria. Hidalgo, CXXVI, 287: «donde encontré unos calandrias / calientes jugando al paro». S. y u. t. c. adj. Es voz despectiva; significa «fanfarrón». En Ascasubi, S. V., 3625.

caliente. Hidalgo, CXXII, 26: «caliente se enderezó»; CXXVI, 45: «se fue y me quedé caliente»; CXXVI, 271: «... era un pasmo / ver al muchacho caliente / y más patriota que el diablo»; CXXVI, 288: «... unos calandrias / calientes, jugando al paro». Adj. «Enojado, exaltado, alterado».

camalote. Lavardén. CXII, 25: «la banda del silvestre camalote». El mismo autor lo allana en nota, p. 372: «El camalote es un conocido yerbazo que se cría en los remansos del Paraná» S. Planta acuática que se cría en los grandes ríos de la América meridional. Ver Laguarda Trías, Rolando A. «Historia de la palabra "camalote"», BAAL, Buenos Aires, t. XXI, n.º 81, julio-septiembre de 1956, pp. 445 y ss.

cancha. «Hacer caracha». Hidalgo, CXXVI, 139: «la soldadesca hizo cancha». Mod. Abrirse paso, hacerse espacio, dar lugar. A veces se usa «abrir cancha». S. V. 4. 640. «"Cancha" es paraje espacioso, amplio, desembarazado».

caracha. «Limpiar la caracha». Hidalgo, CXXII, 325-329: «le limpiaron la caracha / y de malo y salteador / me lo tratan, y a un presidio / lo mandan   —664→   con calzador». Caracha es «sarna o roña». Aquí vale por «sacudirlo, fregarlo a uno». No puede significar «matarlo» -como apunta Tiscornia, E. Poetas gauchescos. Buenos Aires, Editorial Losada, 1945, p. 65, n., pues el paisano, después de serle «limpiada la caracha», es encarcelado por largo tiempo.

carona. C. Rodríguez, XXVII, 15: «una usada carona». S. Pieza cuadrangular, grande de cuero crudo, que se coloca entre la jerga y los bastros en la montura criolla.

cielito. Hidalgo, XLV. S. Hidalgo nomina así a las composiciones de esa especie poética (XLV y LXXIV), proyección folklórica, en la poesía gauchesca, de una forma tradicional del folklore literario. Las dos composiciones citadas son «cielitos», con su peculiar reiteración de esa palabra, en diferentes expresiones. En cambio, la alusión de Hidalgo, CXXVI, 285: «eché un cielito en batalla», no se refiere a la composición poética sino a la danza popular, y a una forma particular de esa coreografía. V. Vega, Carlos y Aurora de Pietro. El cielito de la Independencia. Selección de Aurora de Pietro. Prólogo por Olga Fernández Latour de Botas. Buenos Aires, Ediciones Tres Américas, 1966.

cimarrón. Hidalgo, CXXII, 44: «y echamos un cimarrón»; v. 60: «alcancemé un cimarrón»; v. 264: «velay otro cimarrón». S. Mate amargo.

cimarronear. Hidalgo, CXXVI, 99: «calenté agua / estuve cimarroneando». Verbo. Tomar mate amargo.

cinchón. Hidalgo, CXXVI, 14: «apretemelé el cinchón». S. Cincha de cuero crudo, larga de unos cinco   —665→   metros, que se pone sobre el recado para ajustar las últimas prendas.

conchabar. Hidalgo, CXXVI, 151: «y al instante lo conchaba». Verbo. Emplear, dar trabajo a alguien.

coscoja. Hidalgo, CXXVI, 155: «con caballos aperados / con preteles y coscojas». S. Rueda pequeña de metal, colocada sobre el eje cuadrado del puente del freno. Se colocan varias; al moverlas el caballo con la lengua produce un ruido característico.

chacarero. Castañeda, CIV, 25: «defiende a los chacareros». S. Dueño o cuidador de una chacra o chácara, porción pequeña de campo -generalmente vecina a la ciudad- destinada al cultivo de hortalizas y siembra de maíz.

chimango. Castañeda, LXIX, 12: «y el campo se quedó por los chimangos». S. «Ave de rapiña del tamaño de una paloma -algo mayor- de color canela», anota Ascasubi al v. 1. 731 de S. V. Es el Milvago chimango, fam. Falconidae. Aquí da Castañeda el uso corriente y correcto al vocablo que designa al ave; en el resto de sus poemas, la palabra «chimango» tiene acepciones curiosas y personales del autor, que hemos allanado en notas.

chuspa. Hidalgo, CXXVI, 177: «una chuspa con pesetas»; v. 185: «y al grito ya le echó mano / a la chuspa y se largó». S. «Es la vegiga de baca, alguna vez el buche de avestruz, bien sobado. Usan la chuspa con una jareta en la boca o bien atada solamente. Es el receptáculo del tabaco, papel pa cigarros i avios de encender». Muñiz, CV, v. Vignati, Milciades   —666→   Alejo. «El vocabulario rioplatense de Francisco Javier Muñiz», en BAAL, Buenos Aires, t. V, n.º 19, julio-septiembre de 1927, pp. 393-453. Algunos autores la denominan «guayaca».

delgado. «Estar o andar delgado o delgadón». Hidalgo, CXXVI, 142: «yo estaba medio delgado». Adj. «Hambriento». Anota Ascasubi: «Delgadón: débil por falta de alimentos», S. V., v. 3. 410 y en n. al v. 255 de la «Carta ensilgada»: «Delgado: flaco, débil».

descuidar. Hidalgo, CXXVI, 31: «y en cuanto lo descuidé... / le acudí con cosa fresca». Verbo, con uso transitivo. Tomar a alguien descuidado o desprevenido, por sorpresa.

diasques. Hidalgo, CXXII, 103: «¿y no se sabe en qué diasques / este enredo consistió?». Deformación posiblemente de «dizques»: «intrigas, rumores, murmuraciones, dichos».

dormir. «Dormírsele a uno». Hidalgo, CXXVI, 41: «se me durmió en una pierna / que me dejó coloreando». Verbo con uso transitivo. Hacer algo en forma continuada o firme, por ejemplo en el beber, en la pelea al herir.

entrevero. Hidalgo, LXX, 83: «Ni sabe qué es entrevero». S. Choque y confusión de fuerzas enemigas de caballería. Término muy frecuente en las referencias a las guerras de la Independencia y en la lucha contra el indio.

  —667→  

escribinista. Hidalgo, CXXVI, 135: «doctores, escribinistas». S. Escribano u oficial de administración del gobierno.

escuelero. Hidalgo, CXXVI, 109: «los escueleros mayores / cada uno con sus muchachos». S. Maestro de escuela primaria.

escuelistas. Hidalgo, CXXVI, 120: «los escuelistas cantando». S. Alumno de primeras letras.

espichar. Castañeda, LXV, 48: «eso que es espichar, lo que es morir»; con lo que incorpora en el mismo verso la explicación del término. V. Uso familiar español, muy frecuente en el Plata, a nivel popular, como muchos otros términos citados en este «Vocabulario».

estancia, Hidalgo, CXXII, 130: «en la estancia del Rincón». S. «Casa de campo, criadero de ganado», dice Ascasubi, en n. a v. 387 de S. V.

galpón. Hidalgo, CXXVI, 229: «que me encontré en un galpón / todo muy iluminado». S. «Se llama así en las estancias a una pieza larga y aislada de las que sirven para habitar», Ascasubi, n. v. 772 de S. V. Se usaba como depósito o establo; a veces era solo un tinglado, sin paredes. En Hidalgo se aplica al teatro de comedias por su similitud con la construcción típica de las estancias.

gato. Hacerse cuerpo de gato, hacerse el gato. Hidalgo, LXIV, 19: «haciendo cuerpo de gato / me vine por los rincones». El autor aclara en n. a p. 48: «Con maña, con sutileza». En el mismo Hidalgo, CXXVI, 34: «Sintió el golpe, se hizo el gato». Indica soltura y agilidad en los movimientos.

  —668→  

gaucha. Castañeda, LXXVI, 66: «tu defensora, Gaucha de Morón»; LXXVII, 39: «adiós, señora Gaucha, adiós, señora». S. «Muger de campo con los mismos inclinaciones y propensidades de los gauchos» Muñiz, op. cit. 10.

gauchada. Hidalgo, CXXII, 133: «del pago entre la gauchada». S. Conjunto de gauchos, en este texto, pues también tiene uso como «favor».

gauchaje. Hidalgo, CXXII, 144: «el gauchaje se largó». S. Conjunto de gauchos, como en la acepción anterior de «gauchada».

gauchipolítico. o gauchi-político. Castañeda, lo usa como adjetivo, y como seudónimo, sustantivándolo. «Gaucho que pretende salir de su esfera, y que siendo un ignorante se entromete a discusiones políticas por pura presunción, por que le engríen conciderables bienes de fortuna o por que la casualidad o el favor le han colocado en un empleo pa el cual no tiene aptitudes», Muñiz, op. cit., 14. Tal vez fue Castañeda quien impuso el empleo de esta designación, que habrá, con el tiempo, de desplazarse para nominar la poesía gauchesca de intención política. Lo adoptará la crítica literaria desde el siglo XIX.

grito. «Al grito». Hidalgo, LXXIV, 167: «nos cristianaban al grito», y aclara en n. p. 254: «Con prontitud, con actividad». Otros casos: CXXII, 124: «Al grito nos revolcó» y CXXVI, 184: «y al grito, ya le echó mano». Modo adverbial que significa: «al punto, en el acto, en seguida, al momento».

guardamonte. C. Rodríguez, XXVII, 13: «un par de guardamontes». (Guardamonte). S. Guarnición de   —669→   cuero que cuelga a ambos lados del recado protegiendo las piernas del jinete de la maleza del monte.

guasca. Hidalgo, CXXVI, 195: «... otros palos / que había con unas guascas / para montar los muchachos»; y v. 209: «se fue el pobre resbalando / por la guasca». S. Cualquier tira o lonja de cuero crudo, de cualquier longitud, para diversos usos: lazo, manea, cinchón, rienda. «Dar guasca». Hidalgo, CXXII, 61: «No se corte, dele guasca». Aplicado al rebenque, es excitar con golpes a la cabalgadura. «Continuar, seguir haciendo algo con empeño», Ascasubi, n. al v. 11887 de S. V.

guaso. C. Rodríguez, XXVII, 3: «Que cierto noble guaso»; vv. 50, 83, 103, 156 y 188. Castañeda, LXXIX, 36: «¡Porteños salvajes, / de puro bonazos! / Los de las provincias / son astutos guazos». Adj. y u. t. c. s. Bello escribe «guazo». Se dice de la persona inculta, rústica; a veces, grosera, procaz. En Chile es sinónimo de campesino. C. Rodríguez lo aplica ponderativamente a un gaucho tucumano, como se ve por el adjetivo que le destina. Castañeda lo usa con sentido de reparo crítico.

hilo. «Irse o venirse al hilo». Hidalgo, CXXVI, 147: «me fui de un hilo al paraje». Modo adverbial que significa: «directamente, sin vueltas». Ascasubi usa una forma similar, «de una hebra», S. V., v. 6827, como «de golpe, seguido».

humo. «Venirse o irse al humo». Hidalgo CXXVI, 167: «se vino al humo». Modo adverbial que significa «atropellar, atacar con rapidez».

  —670→  

latón. Hidalgo, CXXVI, 138: «los latones culebreando». S. «Sable que tiene vaina de hierro», anota Ascasubi al v. 1360 de S. V. «Arrimar latón». Hidalgo, LXXIV, 188: «en arrimarle latón», y aclara en n. p. 255: «En destruirla». «Atacar, golpear con el sable».

liberal. Hidalgo, LXXIV, 136: «liberal para el cuchillo» y anota, p. 253 «Diestro en el cuchillo». En realidad es adjetivo de uso viejo español.

liendre. Hidalgo, CXXII, 41: «¡Ah, Chano... pero si es liendre!». S. u. t. c adj. Sinónimo de «guapo, valiente, corajudo»; pero con el matiz de «pícaro, astuto, diestro». Se usan también como sinónimos, «peje» y «terne».

lulingo. Castañeda, LXXX, 54: «Porque son muy lulingos». Adj. Sinónimo de bobo o insustancial. Término infrecuente. Lo usó Ascasubi en «Urquiza en la patria nueva», v. 114: «ése y otro dos lulingos», y anota: «Lulingo: tontos o idiotas».

mancarrón. Hidalgo, CXXII, 6: «Salí en este mancarrón», con intención antifrástica; v. 134: «ensillan el mancarrón»; v. 180: «cuando hable mi mancarrón» y v. CXXVI, 9: «mire que ya el mancarrón». S. «Caballo viejo y manso», anota Ascasubi al v. 1141 de S. V. Todos los usos de Hidalgo son antifrásticos, ponderativos del caballo por esa vía.

mandadora. Hidalgo, CXXVI, 57: «no he visto en los otros años / funciones más mandadoras» Adj. Que provoca admiración, impresionante.

  —671→  

maquines. Hidalgo, LXXIV, 41: «quien anda en estos maquines», y anota en 249, n. 3: «Intrigas (tiene otras acepciones)». S. Maquinación.

matar. «Salir matando». Hidalgo, LXXIV, 147: «pero si sale matando». Giro verbal. Salir rápidamente, disparando.

maturrango. Castañeda, LXIX, 11: «Pero aflojaron ya los maturrangos». S. «Hombre que no sabe andar a caballo», anota al v. 5823 de S. V. Ascasubi. Designación despectiva que se usa para quienes no tienen baquía para montar; predominantemente, en nuestro país con alusión a los españoles.

miñangos. «Hacer miñangos». Hidalgo, CXXVI, 51: «y pelearé hasta que quede en el suelo hecho miñangos». S. Trizas, añicos, pedazos.

montonera. Castañeda, LXXXII, 30: «que al final nos librará de montonera» «Montonera: Es una creación verbal rioplatense, típica de ese momento histórico -las guerras civiles argentinas- y que en el siglo XX se ha generalizado por toda Hispanoamérica como un enriquecimiento o ampliación de la "guerrilla" o de la "partida". Aparece con la montonera de Artigas, y designa la tropa irregular, montada a caballo, que no guarda la formación de la tropa de línea y ataca en montón ("esas masas irregulares a las que tan propiamente se bautizó montoneras" dice Paz), que busca el entrevero, el choque brusco y desordenado de las líneas, la carga a degüello, al mando de caudillos valerosos. La montonera era la guerra gaucha», dice Rosenblat, Ángel. «Las generaciones argentinas del siglo XIX ante el problema de la lengua», en Revista de la Universidad de Buenos Aires, quinta época, a. V. N.º 4, 1960, p. 554.

  —672→  

montonero. Castañeda, LXXI, 13: «por todos los montoneros»; LXXIX, 13: «si los montoneros / existen en casa». En ambos casos uso como sustantivo: S. u. t. c. adj. Castañeda, LXXXII, 72: «porque en los de adentro es montonero». Perteneciente o relativo a la montonera. En Lira el único autor que usa el vocablo es Castañeda, siempre con sentido despectivo.

mosca. Hidalgo, CXXII, 343: «¿Y la mosca? No se sabe». S. Dinero. Muy corriente en la gauchesca, proveniente de uso antiguo español.

mozada. Hidalgo, CXXVI, 153: «una mozada lucida». S. Conjunto de mozos; generalmente tiene sentido ponderativo.

mujerería. Hidalgo, CXXVI, 103: «llenitos todos los bancos / de pura mujerería». S. Mujerío, conjunto de mujeres.

musiquería. Hidalgo, CXXVI, 75: «musiquería con fuerza». S. Conjunto de instrumentos musicales, banda musical.

ñato. Hidalgo, CXXVI, 220: «quedo para siempre ñato». Adj. u. t. c. s. De nariz chata o roma.

oficialería. Hidalgo, CXXVI, 137: «detrás, la oficialería». S. Conjunto de oficiales militares.

ombú. Castañeda, LXIX, 1: «Junto a un ombú morrudo y sauce tierno». Hidalgo, CXXVI, 175: «tan alto como un ombú». S. «Árbol corpulento, espeso y de vistoso follaje, que descuella solitario en las llanuras como la palmera en los arenales de Arabia.   —673→   Ni leña para el hogar, ni fruta brinda al hombre, pero sí fresca y regalada sombra en los ardores de estío», Echeverría, E. La Cautiva, n. al «Epílogo».

overo. Hidalgo, LXXIV, 182: «cualquiera tigre overo». Adj. «Hobero: cavallo pio», Muñiz, op. cit., 76. O «remendado», como se denomina en España. Es pelaje de base blanca con manchas de otro color a trechos. El pelaje overo tiene gran cantidad de variantes. El término «tigre» aplicado a un gaucho es sinónimo de «valiente, atrevido»; pero en lo cit. de Hidalgo, la expresión «tigre overo» es despreciativa, y en el contexto, aplicada a persona, sería: «rezar en favor de un peligroso devastador».

pajonal. Hidalgo, LXXIV, 184: «en algunos pajonales» S. «Paraje anegado en donde crece la paja enmarañada y alta. Los hay muy extensos, y algunos a la distancia, aparecen en la planicie como bosques: son los oasis de la pampa», Echeverría, E. La Cautiva, n. a «El pajonal». Ver BAAL, Buenos Aires. t. XLIV, n.º 171-174, enero-diciembre de 1979, pp. 280-283.

palenque. Castañeda, LXXXII, 52: «a palenque y palenco»; Hidalgo, CXXII, 122: y al instante, la discordia / el palenque nos ganó». S. «Estacada cerca de las casas, más o menos extensa, con su crucero o cinche, también de madera, donde se atan los caballos de servicio en una estancia», Muñiz, op. cit. 86. También se llama así al poste solo para atar a los caballos no domados e irles dominando la bravura.

pampa. Castañeda, XCI, 77: «Niñas, casaos con los pampas». S. Alude en el texto a los indios, de diversas   —674→   parcialidades predominantemente araucanos que vivían o vagaban por la pampa central del país, entre el Río de la Plata y los Andes, y por el sur hasta el Río Negro.

pardo. V. López y Planes, CXXXI, 77: «el moreno y el pardo, aquestos solo»; Y. 225: «los pardos, naturales y morenos»; Castañeda, LXXV, 57: «aquí yace un pardito» S. u. t. c. adj. Se dice de la persona de color, hija de blanco y negro o indio. También se solía denominar así a los hijos de esclavos negros. Se suele utilizar, también como sinónimo de mulato. Viejo uso español.

parejo. Hidalgo, CXXII, 40: «de suerte que está el caballo / parejo que da temor». Adj. Se aplica al gaucho apto, hábil para todo desempeño; trenzar un lazo, carnear, pialar, tocar la guitarra, etc. Bueno para todo trabajo. Se aplica también al caballo, como en este caso citado.

paro. Hidalgo, CXXVI, 290: «Calientes jugando al paro». S. «Es un juego de azar a los naipes, al cual los gauchos juegan con mucha frecuencia entre dos personas, tomando cada una una carta para sí; y de las dos, gana aquella que sale primero al descartar la baraja, naipe por naipe», dice Ascasubi, en n. a «Contreras recibiendo a Chano», v. 541 de Aniceto el Gallo.

pebete. Castañeda, LXXV, 20: «eres un gran azabache, un gran pebete». S. La voz «azabache» no tiene segunda acepción peninsular de la que pueda inferirse alguna particular del Río de la Plata, ni figura en los diccionarios de argentinismos ni vocabularios frecuentes: podría ser, como en tantos otros casos,   —675→   una invención de Castañeda en aplicación a las personas de piel morena, color de azabache. En cuanto a «pebete» le cabría la acepción de mozalbete, con connotaciones de impertinencia; también se usa para señalar rejuvenecimiento en una paerona adulta: «estar hecho un pebete».

pericón. Hidalgo, CXXII, 304: «en medio del pericón». S. Conocido baile popular argentino, de gran variedad y vistosidad de figuras coreográficas. Con el sentido genérico de «fiesta», sin que suponga la antedicha danza, es frecuente en la literatura gauchesca.

pingo. Hidalgo, CXXII, 4: «¡Ah, pingo que da calor!»; v. 248: «estaba el pingo flacón»; CXXVI, 156: «pero pingos tan livianos»; v. 169: «le dio una sentada al pingo». «Caballo de linda forma y presencia», dice Ascasubi en n. al v. 74 de S. V. Caballo brioso y ligero.

pintor. Hidalgo, LXXIV, 56: «pero nunca de pintores»; CXX, 22 y 310: «que lo largue algún pintor». Adj. u. t. c. s. «Jactansioso, fanfarrón», Ascasubi, n. al v. 4. 185 de S. V.

poncho. Castañeda, LXXXII, 31: «de los ponchos el fleco»; Hidalgo, CXXII, 21: «... porque el poncho / las verijas le tocó»; v. 173: «para ella es lo mismo poncho / que casaca y pantalón»; CXXVI, 89: «que el poncho me lo cribaron»; v. 213: «con poncho y todo trepé»; v. 295: «me tapé con este poncho». S. Prenda de abrigo rectangular, con una abertura en el centro para calzar la cabeza; se apoya en los hombros y cubre hasta las rodillas. El gaucho le da múltiples usos y le sirve como medio comparativo en el   —676→   habla popular. «Meter el poncho», Hidalgo, CXXV, 37: «yo quise meterle el poncho». Golpear con el poncho la cara del adversario. «Arrojarlo de súbito y con fuerza a la cara del contendiente», Muñiz, op. cit., 97.

porteñismo. CIII, 16: «si más porteñismo hubiera». S. Decidida adhesión a las causas de los porteños. Su acepción inicial fue de sentido político y abundó en los periódicos posteriores a 1820.

porteño. Castañeda, LXXIX, 33: «porteños salvajes»; v. 44: «zonzos porteños»; CII, 11: «pero que el que es buen porteño»; CIII, 35: «pero que no haya porteño»; Hidalgo, CXXII, 165: «sin preguntar si es porteño». Adj. Natural de Buenos Aires; perteneciente o relativo a Buenos Aires. Bonaerense.

pregunta. Hidalgo, CXXVI, 157: «que a la más chica pregunta / no los sujetaba el diablo». «Hacerle una pregunta al caballo»: es picar el caballo con las espuelas, como si se le preguntara al animal su disposición para la carrera.

pretal. Hidalgo, CXXVI, 1155: «en caballos aperados / con pretales y coscojas». S. Soga o correa que ciñe el pecho del caballo: las dos extremidades de la parte superior van sujetas a la delantera del recado y la inferior pasa por entre las manos del caballo y se ata a la cincha; tiene forma de «Y».

puntano. Hidalgo, CXXII, 167: «ni si es salteño o puntano» Adj. u. t. c. s. Natural de la provincia de San Luis; lo perteneciente o relativo a esa provincia.

recado. Hidalgo, CXXVI, 204: «Contreras lió su recado». C. Rodríguez, XXVII, 16: «y un recado mezquino». S. «El conjunto de piezas de que se compone   —677→   la montura de un gaucho», dice Ascasubi en n. al v. 947 de S. V.

redomón. Hidalgo, CXXII, 2: «meta el redomón». S. «Caballo recién domado» dice Ascasubi, n. a v. 62 de S. V. También se llama así al potro que está siendo domado, u. t. c. adj.

rodeo. Hidalgo, CXXII, 387: «Ramón se largó al rodeo». S. Es el sitio abierto en el que el ganado se recoge por la noche o de día para engordarlo. La segunda acepción: Hidalgo, LXXIV, 2: «y que recogió el rodeo». S. «El conjunto de vacas, toros y becerros», dice Ascasubi en n. al. v. 849. de S. V.

roncada. Hidalgo, CXXII, 309: «le libren de una roncada». Amenaza.

rosquete. «Dar, largar o entregar al rosquete». Hidalgo, CXXII, 215: «y hasta entregar el rosquete / ya no lo desamparó» Ascasubi: «Largar el rosquete: perder la vida», en n. al v. 825 de «Contreras recibiendo a Chano», de Aniceto el Gallo. Lo contrario: «salvar el rosquete», «salvar la vida».

ruano. Hidalgo, CXXVI, 2: «¡Qué hace en el ruano gordazo!»; v. 306: «ensilló el ruano». S. u. t. c. adj. Caballo alazán de crines y cola blancas. El ruano español o roano, no coincide con la designación criolla.

sarraceno. VI, 9: «sarracenos pertinaces»; v. 38: «a la sarracena fama». Adj. u. t. c. s. «Sarracenos, gallegos y maturrangos: así los llamaban los gauchos a los españoles», dice Ascasubi en n. al v. 345. de «Contreras recibiendo a Chano», de Aniceto el Gallo. El vocablo alude a la invasión árabe en España y a   —678→   su sostenido dominio en la península, identificando «árabe» o «sarraceno» y «español».

sentada. Hidalgo, CXXII, 172: «le dio una sentada al pingo». «Sentar el caballo»: al detener con el freno, bruscamente, al caballo, éste se echa hacia atrás, apoyándose en los garrones.

sobar. «Sobar el caballo». Hidalgo, CXXII, 37: «y hoy lo sobé de mañana». Cansar, fatigar el caballo con maniobras y carreras diversas, para traerlo a docilidad y hacerlo obediente a la rienda y a la escuela; al tiempo, para quitarle kilos, para aligerarlo de peso. El caballo que está un tiempo a campo, sin ser montado, engorda y se apotra. El sobarlo le quita ambas limitaciones.

sortija. Hidalgo, CXXVI, 168: «y la sortija ensartando»; v. 275: «entretanto la sortija / la jugaban en el Bajo». S. En el primer ejemplo de Hidalgo significa la argolla de metal que se usa en el juego aludido en el segundo caso: juego criollo consistente en enganchar en un palito -que el jugador lleva en la mano- una argolla o pequeño aro que cuelga de un arco por debajo del cual pasa el gaucho a caballo y a la carrera.

taba. Hidalgo, CXXVI, 39: «trompezase en una taba». S. Hueso astrágalo de la vaca que servía para el juego del mismo nombre.

tataná. Lavardén, CXII, nota al v. 7: «Se ha probado para curvas el tortuoso tataná, madera muy dura, tenaz al clavo, muy ligera y que no arde». Tal vez haya sido otra designación para el «tataré», del cual dice Granada: «Árbol grande, del género de las mimosas, de excelente madera amarilla, que se utiliza en   —679→   obras de ebanistería y en la construcción de barcos y de cuya corteza se extrae una materia tintórea. Quemada la madera, se consume sin hacer llama ni brasa». op. cit., tomo II, p. 26. «Pithecellobium scalare Griseb. (P. tortum auct.). Tatané, tataré, Árbol a veces alto y corpulento, corteza gris rugosa, corchosa, hojas bipinadas (...) Argentina subtropical, Paraguay. Raro en cultivo (Tucumán y Catamarca), pero digno de propagación para sombra y con fines forestales por su valiosa madera dura, de larga duración a la intemperie», Parodi, Lorenzo A. Enciclopedia argentina de agricultura y jardinería. Buenos Aires, 1972, pp. 467, 469 y 482.

temerario. Hidalgo, CXXVI, 252: «un gentío temerario». Adj. Asombroso, que infunde temor; abundante.

toldo. Castañeda, LXIX, 34: «en Córdoba levantaron unos toldos». S. Vivienda rústica de la pampa, construida con cueros cosidos entre sí y sustentados por un armazón de palos.

trabuco. Hidalgo, CXXII, 7: «¡Pero si es trabuco, Cristo!». S. Equivocación.

tropilla. Hidalgo, LXXIV, 1: «ya que encerré la tropilla»; CXXII, 99: «y una tropilla de pobres»; CXXVI, 7: «y al punto en varias tropillas / se vinieron acercando / los escueleros mayores». S. Conjunto de caballos que siguen a una yegua madrina, que lleva un cencerro. En los últimos casos citados, en sentido figurado.

  —680→  

velay. Hidalgo, CXXII, 63: «velay mate»; v. 264: «velay otro cimarrón». Contracción de «vedla ahí». Se usa con sentido interjectivo, como: vea usted, ahí tiene, mire usted, aquí está, etc.

verija. Hidalgo, CXXII, 22: «las verijas le tocó». S. «La parte baja de la barriga del caballo, cerca de la entrepierna», dice Ascasubi en n. al v. 2029 de S. V.

versería. Hidalgo, CXXVI, 67: «y luego la versería» S. Tirada de versos o de composiciones poéticas. Aquí se refiere a los poemas que, en cartelones o tarjetones, colocaban en lugares visibles, en los sitios públicos, con composiciones alusivas a las festividades patrias.

vichar. Hidalgo, CXXVI, 293: «en esto un catre viché». «Vigilar», Ascasubi, S. V. v. 4149: «Divisar, percibir con la vista», nota de Ascasubi a «Jacinto Amores», de Paulino Lucero, v. 829.

volteada. Hidalgo, CXXII, 129: «quiere hacer una volteada». S. Acción por la cual se echa a tierra, con violencia, al animal para marcarlo, curarlo, etc.



  —[683-690]→     —691→  

Arriba Índice de autores

ANÓNIMO
VI, VII, XXXI, XXXIV, XXXVIII, XL, XLI, XLII, XLIX, L, LVIII, LXI, LXIV, LXV, LXVII, LXVIII, LXXVIII, LXXXIII, LXXXIV, LXXXV, LXXXVIII, LXXXIX, XC, XCI, XCII, XCVIII, XCIX, C, CII, CIII, CVII, CIX, CXIII, CXIV, CXV, CXVI, CXVII.

ARAUCHO, Francisco
XLVI, XLVII.

AZCUÉNAGA, Domingo de
XXXVII.

BELGRANO, Miguel de
LX.

CASTAÑEDA, Francisco de Paula
LXIX, LXX, LXXI, LXXII, LXXIII, LXXV, LXXVI, LXXVII, LXXIX, LXXX, LXXXI, LXXXII, CIV, CV, CVI, CXI.

HIDALGO Bartolomé
XLIII, XLIV, XLV, LXII, LXXIV, CXXII, CXXVI.

IRIARTE, Tomás de
CXXVII.

LAFINUR, Juan Crisóstomo
XCIV, XCV, XCVI, CXIX, CXXV.

LAVARDÉN, Manuel de
CXII.

LÓPEZ Y PLANES, Vicente
I, II, LV, LXVI, CXXXI.

  —692→  

LUCA, Esteban de
III, XXVI, LI, LVI, LXXXVI, LXXXVII, XCVII, CI, CXVIII, CXXIII.

MARTÍNEZ, Juan Francisco
XXXVI.

MOLINA, José Agustín
LXIII.

PICO, Francisco
CXXIV.

RODRÍGUEZ, Fray Cayetano
IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVII, XXIX, XXXII, XXXIII, XXXIX, LIV.

ROJAS, Juan Ramón
IV, V, VIII, XXVIII, XXX, XXXV, LII, LIX.

VALDÉS, Antonio José
XLVIII, XLIX.

VARELA, Juan Cruz
LIII, LVII, XCIII, CVIII, CXX, CXXI, CXXVIII, CXXIX, CXXX.

ZEGADA, José Miguel de
CX.