
La lozana andaluza
Francisco Delicado
[Nota preliminar: presentamos una edición modernizada de La lozana andaluza de Francisco Delicado, Venecia, 1528, (edición facsímil de Antonio Pérez Gómez, Valencia, Tipografía Moderna 1950), basándonos en la edición de Bruno M. Damiani (Delicado, Francisco La lozana andaluza, Madrid, Castalia, 1984), cuya consulta recomendamos. Con el objetivo de facilitar la lectura del texto al público no especializado se opta por ofrecer una edición modernizada y eliminar las marcas de editor, asumiendo, cuando lo creemos oportuno, las correcciones, reconstrucciones y enmiendas propuestas por Damiani.]
Ilustre Señor:
Sabiendo yo que vuestra señoría toma placer cuando oye hablar en cosas de amor, que deleitan a todo hombre, y máxime cuando siente decir de personas que mejor se supieron dar la manera para administrar las cosas a él pertenecientes, y porque en vuestros tiempos podéis gozar de persona que para sí y para sus contemporáneas, que en su tiempo florido fueron de esta alma ciudad, con ingenio mirable y arte muy sagaz, diligencia grande, vergüenza y conciencia, «por el cerro de Úbeda» ha administrado ella y un su pretérito criado, como abajo diremos, el arte de aquella mujer que fue en Salamanca en tiempo de Celestino segundo; por tanto he dirigido este retrato a vuestra señoría para que su muy virtuoso semblante me dé favor para publicar el retrato de la señora Lozana. Y mire vuestra señoría que solamente diré lo que oí y vi, con menos culpa que Juvenal, pues escribió lo que en su tiempo pasaba; y si, por tiempo, alguno se maravillare que me puse a escribir semejante materia, respondo por entonces que epistola enim non erubescit, y asimismo que es pasado el tiempo que estimaban los que trabajaban en cosas meritorias. Y como dice el cronista Fernando del Pulgar, «así daré olvido al dolor», y también por traer a la memoria muchas cosas que en nuestros tiempos pasan, que no son laude a los presentes ni espejo a los a venir. Y así vi que mi intención fue mezclar natura con bemol, pues los santos hombres por más saber, y otras veces por desenojarse, leían libros fabulosos y cogían entre las flores las mejores. Y pues todo retrato tiene necesidad de barniz, suplico a vuestra señoría se lo mande dar, favoreciendo mi voluntad, encomendando a los discretos lectores el placer y gasajo que de leer a la señora Lozana les podrá suceder.
Decirse ha primero la ciudad, patria y linaje, ventura, desgracia y fortuna, su modo, manera y conversación, su trato, plática y fin, porque solamente gozará de este retrato quien todo lo leyere.
Protesta el autor que ninguno quite ni añada palabra ni razón ni lenguaje, porque aquí no compuse modo de hermoso decir, ni saqué de otros libros, ni hurté elocuencia, porque: para decir la verdad, poca elocuencia basta, como dice Séneca; ni quise nombre, sino que quise retraer muchas cosas retrayendo una, y retraje lo que vi que se debería retraer, y por esta comparación que se sigue verán que tengo razón.
Todos los artífices que en este mundo trabajan desean que sus obras sean más perfectas que ningunas otras que jamás fuesen. Y vese mejor esto en los pintores que no en otros artífices, porque cuando hacen un retrato procuran sacarlo del natural, y a esto se esfuerzan, y no solamente se contentan de mirarlo y cotejarlo, mas quieren que sea mirado por los transeúntes y circunstantes, y cada uno dice su parecer, mas ninguno toma el pincel y emienda, salvo el pintor que oye y ve la razón de cada uno, y así emienda, cotejando también lo que ve más que lo que oye; lo que muchos artífices no pueden hacer, porque después de haber cortado la materia y dádole forma, no pueden sin pérdida emendar. Y porque este retrato es tan natural, que no hay persona que haya conocido la señora Lozana en Roma o fuera de Roma que no vea claro ser sacado de sus actos y meneos y palabras; y asimismo porque yo he trabajado de no escribir cosa que primero no sacase en mi dechado la labor, mirando en ella o a ella. Y viendo, vi mucho mejor que yo ni otro podrá escribir, y diré lo que dijo Eschines, filósofo, leyendo una oración o proceso que Demóstenes había hecho contra él; no pudiendo exprimir la mucha más elocuencia que había en el dicho Demóstenes, dijo: «¿Qué haría si oyerais a él?», Quid si ipsam audissetis bestiam? Y por eso vendrá en fábula mucho más sabia la Lozana que no mostraba, y viendo yo en ella muchas veces manera y saber que bastaba para cazar sin red, y enfrenar a quien mucho pensaba saber, sacaba lo que podía, para reducir a memoria, que en otra parte más alta que una picota fuera mejor retraída que en la presente obra; y porque no le pude dar mejor matiz, no quiero que ninguno añada ni quite; que si miran en ello, lo que al principio falta se hallará al fin, de modo que, por lo poco, entiendan lo mucho más ser como deducción de canto llano; y quien al contrario hiciere, sea siempre enamorado y no querido, amén.
La señora Lozana fue natural compatriota de Séneca, y no menos en su inteligencia y resaber, la cual desde su niñez tuvo ingenio y memoria y vivez grande, y fue muy querida de sus padres por ser aguda en servirlos y contentarlos. Y muerto su padre, fue necesario que acompañase a su madre fuera de su natural, y esta fue la causa que supo y vio muchas ciudades, villas y lugares de España, que ahora se le recuerdan de casi el todo, y tenía tanto intelecto, que casi excusaba a su madre procurador para sus negocios. Siempre que su madre le mandaba ir o venir, era presta, y como pleiteaba su madre, ella fue en Granada mirada y tenida por solicitadora perfecta y pronosticada futura. Acabado el pleito, y no queriendo tornar a su propia ciudad, acordaron de morar en Jerez y pasar por Carmona. Aquí la madre quiso mostrarle tejer, el cual oficio no se le dio así como el urdir y tramar, que le quedaron tanto en la cabeza, que no se le han podido olvidar. Aquí conversó con personas que la amaban por su hermosura y gracia; asimismo, saltando una pared sin licencia de su madre, se le derramó la primera sangre que del natural tenía. Y muerta su madre, y ella quedando huérfana, vino a Sevilla, donde halló una su parienta, la cual le decía: «Hija, sed buena, que ventura no os faltará»; y asimismo le demandaba de su niñez, en qué era estada criada, y qué sabía hacer, y de qué la podía loar a los que a ella conocían. Entonces respondíale de esta manera: «Señora tía, yo quiero que vuestra merced vea lo que sé hacer, que cuando era vivo mi señor padre, yo le guisaba guisadicos que le placían, y no solamente a él, mas a todo el parentado, que, como estábamos en prosperidad, teníamos las cosas necesarias, no como ahora, que la pobreza hace comer sin guisar, y entonces las especias, y ahora el apetito; entonces estaba ocupada en agradar a los míos, y ahora a los extraños».
Prosigue la Lozana y pregunta a la
tía
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[LOZANA.-] ¿Señora tía, es aquel que está paseándose con aquel que suena los órganos? ¡Por su vida, que lo llame! ¡Ay, cómo es dispuesto! ¡Y qué ojos tan lindos! ¡Qué ceja partida! ¡Qué pierna tan seca y enjuta! ¿Chinelas trae? ¡Qué pie para galochas y zapatilla zeyena! Querría que se quitase los guantes por verle qué mano tiene. Acá mira. ¿Quiere vuestra merced que me asome? |
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TÍA.- No, hija, que yo quiero ir abajo, y él me vendrá a hablar, y cuando él estará abajo, vos vendréis. Si os hablare, abajá la cabeza y pasaos y, si yo os dijere que le habléis, vos llegá cortés y hacé una reverencia y, si os tomare la mano retraeos hacia atrás, porque, como dicen: «muestra a tu marido el copo, mas no del todo». Y de esta manera él dará de sí, y veremos qué quiere hacer. |
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LOZANA.- ¿Veislo? Viene acá. |
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MERCADER.- Señora, ¿qué se hace? |
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TÍA.- Señor, serviros, y mirar en vuestra merced la lindeza de Diomedes el Raveñano. |
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MERCADER.- Señora, ¡pues así me llamo yo, madre mía! Yo querría ver aquella vuestra sobrina. Y por mi vida que será su ventura, y vos no perderéis nada. |
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TÍA.- Señor, está revuelta y mal aliñada, mas porque vea vuestra merced cómo es dotada de hermosura, quiero que pase aquí abajo su telar y verala cómo teje. |
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DIOMEDES.- Señora mía, pues sea luego. |
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TÍA.- ¡Aldonza! ¡Sobrina! ¡Descíos2 acá, y veréis mejor! |
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LOZANA.- Señora tía, aquí veo muy bien, aunque tengo la vista cordobesa, salvo que no tengo premideras. |
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TÍA.- Descí3, sobrina, que este gentilhombre quiere que le tejáis un tejillo, que proveeremos de premideras. Vení aquí, hacé una reverencia a este señor. |
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DIOMEDES.- ¡Oh, qué gentil dama! Mi señora madre, no la deje ir, y suplícole que le mande que me hable. |
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TÍA.- Sobrina, respondé a ese señor, que luego torno. |
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DIOMEDES.- Señora, su nombre me diga. |
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LOZANA.- Señor, sea vuestra merced de quien mal lo quiere. Yo me llamo Aldonza, a servicio y mandado de nuestra merced. |
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DIOMEDES.- ¡Ay, ay! ¡Qué herida! Que de vuestra parte cualque vuestro servidor me ha dado en el corazón con una saeta dorada de amor. |
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LOZANA.- No se maraville vuestra merced, que cuando me llamó que viniese abajo, me parece que vi un muchacho, atado un paño por la frente, y me tiró no sé con qué. En la teta izquierda me tocó. |
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DIOMEDES.- Señora, es tal ballestero, que de un mismo golpe nos hirió a los dos. Ecco adonque due anime in uno core. ¡Oh, Diana! ¡Oh, Cupido! ¡Socorred el vuestro siervo! Señora, si no remediamos con socorro de médicos sabios, dudo la sanidad, y pues yo voy a Cádiz, suplico a vuestra merced se venga conmigo. |
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LOZANA.- Yo, señor, vendré a la fin del mundo, mas deje subir a mi tía arriba y, pues quiso mi ventura, seré siempre vuestra más que mía. |
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TÍA.- ¡Aldonza! ¡Sobrina! ¿Qué hacéis? ¿Dónde estáis? ¡Oh, pecadora de mí! El hombre deja el padre y la madre por la mujer, y la mujer olvida por el hombre su nido. ¡Ay, sobrina! Y si mirara bien en vos, viera que me habíais de burlar, mas no tenéis vos la culpa, sino yo, que teniendo la yesca, busqué el eslabón. ¡Mirá qué pago, que si miro en ello, ella misma me hizo alcahueta! ¡Va, va, que en tal pararás! |
Prosigue el autor
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[AUTOR.-] Juntos a Cádiz, y sabido por Diomedes a qué sabía su señora, si era concho o veramente asado, comenzó a imponerla según que para luengos tiempos durasen juntos; y viendo sus lindas carnes y lindeza de persona, y notando en ella la agudeza que la patria y parentado le habían prestado, de cada día le crecía el amor en su corazón, y así determinó que no dejarla. Y pasando él en Levante con mercancía4, que su padre era uno de los primos mercaderes de Italia, llevó consigo a su muy amada Aldonza, y de todo cuanto tenía la hacía partícipe; y ella muy contenta, viendo en su caro amador Diomedes todos los géneros y partes de gentilhombre, y de hermosura en todos sus miembros, que le parecía a ella que la natura no se había reservado nada que en su caro amante no hubiese puesto. Y por esta causa, miraba de ser ella presta a toda su voluntad, y como él era único entre los otros mercadantes, siempre en su casa había concurso de personas gentiles y bien criadas, y como veían que a la señora Aldonza no le faltaba nada, que sin maestro tenía ingenio y saber, y notaba las cosas mínimas por saber y entender las grandes y arduas, holgaban de ver su elocuencia; y a todos sobrepujaba, de modo que ya no había otra en aquellas partes que en más fuese tenida, y era dicho entre todos de su lozanía, así en la cara como en todos sus miembros. Y viendo que esta lozanía era de su natural, quedoles en fábula que ya no entendían por su nombre Aldonza, salvo la Lozana; y no solamente entre ellos, mas entre las gentes de aquellas tierras decían la Lozana por cosa muy nombrada. Y si mucho sabía en estas partes, mucho más supo en aquellas provincias, y procuraba de ver y saber cuanto a su facultad pertenecía. Siendo en Rodas, su caro Diomedes le preguntó: Mi señora, no querría se os hiciese de mal venir a Levante, porque yo me tengo de disponer a servir y obedecer a mi padre, el cual manda que vaya en Levante, y andaré toda la Berbería, y principalmente donde tenemos trato, que me será fuerza de demorar y no tornar tan presto como yo querría, porque solamente en estas ciudades que ahora oiréis tengo de estar años, y no meses, como será en Alejandría, en Damasco, Damiata, en Barut, en parte de la Soria, en Chiple, en el Caire y en el Chío, en Constantinópoli, en Corintio, en Tesalia, en Boecia, en Candía, a Venecia y Flandes, y en otras partes que vos, mi señora, veréis si queréis tenerme compañía. |
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LOZANA.- ¿Y cuándo quiere vuestra merced que partamos? ¡Porque yo no delibro de volver a casa por el mantillo! |
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Vista por Diomedes la respuesta y voluntad tan sucinta que le dio con palabras antipensadas, mucho se alegró y suplicola que se esforzase a no dejarlo por otro hombre, que él se esforzaría a no tomar otra por mujer que a ella. Y todos dos, muy contentos, se fueron en Levante y por todas las partidas que él tenía sus tratos, y fue de él muy bien tratada y de sus servidores y siervas muy bien servida y acatada. Pues ¿de sus amigos no era acatada y mirada? Vengamos a que, andando por estas tierras que arriba dijimos, ella señoreaba y pensaba que jamás le había de faltar lo que al presente tenía y, mirando su lozanía, no estimaba a nadie en su ser y en su hermosura y pensó que, en tener hijos de su amador Diomedes, había de ser banco perpetuo para no faltar a su fantasía y triunfo, y que aquello no le faltaría en ningún tiempo. Y siendo ya en Candía, Diomedes le dijo: |
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[DIOMEDES.-] Mi señora Aldonza, ya vos veis que mi padre me manda que me vaya en Italia. Y como mi corazón se ha partido en dos partes, la una en vos, que no quise así bien a criatura, y la otra en vuestros hijos, los cuales envié a mi padre; y el deseo me tira, que a vos amo, y a ellos deseo ver; a mí me fuerza la obediencia suya, y a vos no tengo de faltar, yo determino de ir a Marsella, y de allí ir a dar cuenta a mi padre y hacer que sea contento que yo vaya otra vez en España, y allí me entiendo casar con vos. Si vos sois contenta, vení conmigo a Marsella, y allí quedaréis hasta que yo torne; y vista la voluntad de mi padre y el amor que tiene a vuestros hijos, haré que sea contento con lo que yo le dijere. Y así veremos en nuestro fin deseado. |
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LOZANA.- Mi señor, yo iré de muy buena voluntad donde vos, mi señor, me mandareis; que no pienso en hijos, ni en otra cosa que dé fin a mi esperanza, sino en vos, que sois aquélla; y por esto os demando de merced que dispongáis de mí a vuestro talento, que yo tengo siempre de obedecer. |
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Así vinieron en Marsella y, como su padre de Diomedes supo, por sus espías, que venía con su hijo Diomedes Aldonza, madre de sus hijos, vino él en persona, muy disimulado, amenazando a la señora Aldonza. Mas ya Diomedes le había rogado que fuese su nombre Lozana, pues que Dios se lo había puesto en su formación, que mucho más le convenía que no Aldonza, que aquel nombre, Lozana, sería su ventura para el tiempo por venir. Ella consintió en todo cuanto Diomedes ordenó. Y estando un día Diomedes para se partir a su padre, fue llevado en prisión a instancia de su padre, y ella, madona Lozana, fue despojada en camisa, que no salvó sino un anillo en la boca. Y así fue dada a un barquero que la echase en la mar, al cual dio cien ducados el padre de Diomedes, porque ella no pareciese; el cual, visto que era mujer, la echó en tierra y, movido a piedad, le dio un su vestido que se cubriese. Y viéndose sola y pobre, y a qué la había traído su desgracia, pensar puede cada uno lo que podía hacer y decir de su boca, encendida de mucha pasión. Y sobre todo se daba de cabezadas, de modo que se le siguió una gran jaqueca, que fue causa que le viniese a la frente una estrella, como abajo diremos. Finalmente, su fortuna fue tal, que vio venir una nao que venía a Liorna y, siendo en Liorna, vendió su anillo, y con él fue hasta que entró en Roma. |
Entrada la señora Lozana en la alma ciudad y proveída de súbito consejo, pensó: «Yo sé mucho; si ahora no me ayudo en que sepan todos, mi saber será ninguno». Y siendo ella hermosa y habladera, y decía a tiempo, y tenía gracia en cuanto hablaba, de modo que embaía a los que la oían. Y como era plática y de gran conversación, y habiendo siempre sido en compañía de personas gentiles, y en mucha abundancia, y viéndose que siempre fue en grandes riquezas y convites y gastos, que la hacían triunfar, decía entre sí: «Si esto me falta seré muerta, que siempre oí decir que el cebo usado es el provechoso». Y como ella tenía gran ver e ingenio diabólico y gran conocer, y en ver un hombre sabía cuánto valía, y qué tenía, y qué la podía dar, y qué le podía ella sacar. Y miraba también cómo hacían aquellas que entonces eran en la ciudad, y notaba lo que le parecía a ella que le había de aprovechar, para ser siempre libre y no sujeta a ninguno, como después veremos. Y, acordándose de su patria, quiso saber luego quién estaba aquí de aquella tierra y, aunque fuesen de Castilla, se hacía ella de allá por parte de un su tío, y si era andaluz, mejor, y si de Turquía, mejor, por el tiempo y señas que de aquella tierra daba, y embaucaba a todos con su gran memoria. Halló aquí de Alcalá la Real, y allí tenía ella una prima, y en Baena otra, en Luque y en la Peña de Martos, natural parentela. Halló aquí de Arjona y Arjonilla y de Montoro, y en todas estas partes tenía parientas y primas, salvo que en la Torredonjimeno que tenía una entenada, y pasando con su madre a Jaén, posó en su casa, y allí fueron los primeros grañones que comió con huesos de tocino. Pues, como daba señal de la tierra, halló luego quien la favoreció, y diéronle una cámara en compañía de unas buenas mujeres españolas. Y otro día hizo quistión con ellas sobre un jarillo, y echó las cuatro las escaleras abajo; y fuese fuera, y demandaba por Pozo Blanco, y procuró entre aquellas camiseras castellanas cualque estancia o cualque buena compañía. Y como en aquel tiempo estuviese en Pozo Blanco una mujer napolitana con un hijo y dos hijas, que tenía por oficio hacer solimán y blanduras y afeites y cerillas, y quitar cejas y afeitar novias, y hacer mudas de azúcar candi y agua de azofaifas y, cualque vuelta, apretaduras, y todo lo que pertenecía a su arte tenían sin falta, y lo que no sabían se lo hacían enseñar de las judías, que también vivían con esta plática, como fue Mira, la judía que fue de Murcia, Engracia, Perla, Jamila, Rosa, Cufa, Cintia y Alfarutia, y otra que se decía la judía del vulgo, que era más plática y tenía más conversación. Y habéis de notar que pasó a todas éstas en este oficio, y supo más que todas, y diole mejor la manera, de tal modo, que en nuestros tiempos podemos decir que no hay quien use el oficio mejor ni gane más que la señora Lozana, como abajo diremos, que fue entre las otras como Avicena entre los médicos. Non est mirum acutissima patria.
Cómo llamó a la Lozana la
Napolitana que ella buscaba, y dice a su marido que la llame
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[NAPOLITANA.-] Oíslo, ¿quién es aquella mujer que anda por allí? Ginovesa me parece. Mirá si quiere nada de la botica; salí allá, quizá que trae guadaño. |
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JUMILLA.- Salí vos, que en ver hombre se espantará. |
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NAPOLITANA.- Dame acá ese morteruelo de azófar. Decí, hija, ¿echaste aquí el atanquía y las pepitas de pepino? |
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HIJA.- Señora, sí. |
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NAPOLITANA.- ¿Qué miráis, señora? ¡Con esa tez de cara no ganaríamos nosotros nada! |
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LOZANA.- Señora, no os maravilléis que solamente en oíros hablar me alegré. |
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NAPOLITANA.- Así es, que no en balde se dijo: «por donde fueres, de los tuyos halles». Quizá la sangre os tira. Entrá, mi señora, y quitaos de ese sol. ¡Ven acá, tu! Sácale aquí a esta señora con qué se refresque. |
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LOZANA.- No hace menester que, si ahora comiese, me ahogaría del enojo que traigo de aquesas vuestras vecinas. Mas, si vivimos y no nos morimos, a tiempo seremos. La una porque su hijo me venía a mostrar a vuestra casa, y la otra porque demandé de vuestra merced. |
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NAPOLITANA.- ¡Hi, hi!, son envidiosas y por eso mirá cuál va su hija el domingo afeitada de mano de Mira, la jodía, o como las que nosotras afeitamos, ni más ni ál5. Señora mía, «el tiempo os doy por testigo». La una es de Sogorbe y la otra mallorquina y, como dijo Juan del Encina, que «cul y cap y feje y cos echan fuera a voto a Dios». |
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LOZANA.- ¡Mirá si las conocí yo! Señora mía, ¿son doncellas estas vuestras hijas? |
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NAPOLITANA.- Son y no son; sería largo de contar. Y vos, señora, ¿sois casada? |
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LOZANA.- Señora sí; y mi marido será ahora aquí, de aquí a pocos días, y en este medio querría no ser conocida y empezar a ganar para la costa. Querría estar con personas honestas por la honra, y quiero primero pagaros que me sirváis. Yo, señora, vengo de Levante y traigo secretos maravillosos que, máxime en Grecia, se usan mucho las mujeres, que no son hermosas, procurar de sello y, porque lo veáis, póngase aquesto vuestra hija, la más morena. |
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NAPOLITANA.- Señora, yo quiero que vos misma se lo pongáis y, si eso es, no habíais vos menester padre ni madre en esta tierra, y ese vuestro marido que decís, será rey. ¡Ojalá fuera uno de mis dos hijos! |
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LOZANA.- ¿Qué, también tenéis hijos? |
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NAPOLITANA.- Como dos pimpollos de oro; traviesos son, mas no me curo, que para eso son los hombres. El uno es rubio como unas candelas, y el otro crespo. Señora, quedaos aquí y dormiréis con las doncellas y, si algo quisiereis hacer para ganar, aquí a mi casa vienen moros y jodíos que, si os conocen, todos os ayudarán; y mi marido va vendiendo cada día dos, tres y cuatro cestillas de esto que hacemos, y «lo que basta para una persona, basta para dos». |
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LOZANA.- Señora, yo lo doy por recibido. Dad acá si queréis que os ayude a eso que hacéis. |
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NAPOLITANA.- Quitaos primero el paño y mirá si traéis ninguna cosa que dar a guardar. |
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LOZANA.- Señora, no, sino un espejo para mirarme; y ahora veo que tengo mi pago, que solía tener diez espejos en mi cámara para mirarme, que de mí misma estaba como Narciso, y ahora como Tisbe a la fontana, y si no me miraba cien veces, no me miraba una, y he habido el pago de mi propia merced. ¿Quién son estos que vienen aquí? |
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NAPOLITANA.- Así goce de vos, que son mis hijos. |
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LOZANA.- Bien parecen a su padre, y si son éstos los pinos de oro, a sus ojos. |
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NAPOLITANA.- ¿Qué decís? |
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LOZANA.- Señora, que parecen hijos de rey, nacidos en Badajoz. Que veáis nietos de ellos. |
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NAPOLITANA.- Así veáis vos de lo que pariste. |
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LOZANA.- Mancebo de bien, llegaos acá y mostrame la mano. Mirá que señal tenéis en el monte de Mercurio y uñas de rapina. Guardaos de tomar lo ajeno, que peligraréis. |
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NAPOLITANA.- A este otro bizarro me mirá. |
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LOZANA.- Ese barbitaheño, ¿cómo se llama? Vení, vení. Este monte de Venus está muy alto. Vuestro peligro está señalado en Saturno, de una prisión, y en el monte de la Luna, peligro por mar. |
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RAMPÍN.- «Caminar por donde va el buey». |
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LOZANA.- Mostrá esa otra mano. |
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RAMPÍN.- ¿Qué queréis ver?, que mi ventura ya la sé. Decime vos, ¿dónde dormiré esta noche? |
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LOZANA.- ¿Dónde? Donde no soñaste. |
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RAMPÍN.- No sea en la prisión, y venga lo que viniere. |
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LOZANA.- Señora, este vuestro hijo más es venturoso que no pensáis. ¿Qué edad tiene? |
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NAPOLITANA.- De diez años le sacamos los bracicos y tomó fuerza en los lomos. |
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LOZANA.- Suplícoos que le deis licencia que vaya conmigo y me muestre esta ciudad. |
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NAPOLITANA.- Sí hará, que es muy servidor de quien lo merece. Andá, meteos esa camisa y serví a esa señora honrada. |
Cómo entran en la estufa Rampín y
la Lozana y preguntan
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[RAMPÍN.-] ¿Está gente dentro, hermano? |
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ESTUFERO.- Andás aquí, andás; no hay más que dos. |
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RAMPÍN.- Veislas, aquí salen. |
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LOZANA.- ¡Caliente está, por mi vida! Tráeme agua fría, y presto salgamos de aquí. |
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RAMPÍN.- También había bragas para vos. |
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LOZANA.- Poco sabéis, hermano; «al hombre braga de hierro, a la mujer de carne». Gana me viene de os azotar. Tomá esta navaja, tornásela, que ya veo que vos no la tenéis menester. ¡Vamos fuera, que me muero! Dame mi camisa. |
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RAMPÍN.- Vení, vení, tomá una chambela. |
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¡Va tú, haz venir del vino! ¡Toma, págalo, ven presto! ¿Eres venido? |
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ESTUFERO.- Ecome que vengo. Señora, tomad, bebed, bebé más. |
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LOZANA.- Bebe tú, que torrontés parece. |
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RAMPÍN.- Vamos fuera prestamente, que ya son pagados estos borrachos. |
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ESTUFERO.- Señora, das aquí la mancha. |
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LOZANA.- Si tú no me la has echado, no tenía yo mancha ninguna. |
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RAMPÍN.- No dice eso el beodo, sino que llama el aguinaldo mancha, que es usanza. |
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LOZANA.- Pues dadle lo que se suele dar, que gran bellaco parece. |
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RAMPÍN.- Adío. |
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ESTUFERO.- ¡Adío, caballeros de castillos! |
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LOZANA.- ¿Por dónde hemos de ir? |
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RAMPÍN.- Por acá, que aquí cerca está mi tía. ¿Veisla a la puerta? |
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LOZANA.- ¿Y qué es aquello que compra? ¿Son rábanos, y negros son? |
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RAMPÍN.- No son sino remolachas, que son como rábanos, y dicen en esta tierra que «quien come la remolacha y va en Nagona, torna otra vez a Roma». |
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LOZANA.- ¿Tan dulce cosa es? |
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RAMPÍN.- No sé, así se dice; es refrán. |
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TÍA.- ¡Caminá, sobrino, préstame un cuatrín! |
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RAMPÍN.- De buena gana, y un julio. |
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TÍA.- ¡Norabuena vengáis, reina mía! ¡Toda venís sudada y fresca como una rosa! ¿Qué buscáis, sobrino? Todo está aparejado sino el vino; id por ello y vení. Cenaremos, que vuestro tío está volviendo el asador. |
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RAMPÍN.- Pues lavame esa calabaza en que lo traiga, que en dos saltos vengo. |
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TÍA.- ¿Qué os parece, señora, de este mi sobrino Rampín? que así fue siempre servicial. |
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LOZANA.- Señora, que querría que fuese venido mi marido, para que lo tomase y le hiciese bien. |
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TÍA.- ¡Ay, señora mía, que merced ganaréis, que son pobres! |
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LOZANA.- No curéis, señora; mi marido les dará en qué ganen. |
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TÍA.- Por mi vida, y a mi marido también, que bien sabe de todo y es persona sabida, aunque todos lo tienen por un asno, y es porque no es malicioso. Y por su bondad, no es él ahora cambiador, que está esperando unas recetas y un estuche para ser médico. No se cura de honras demasiadas, que aquí se está ayudándome a repulgar y echar caireles a lo que yo coso. ¿Venís, sobrino? Asentaos aquí cabe mí. Comed, señora. |
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LOZANA.- Si haré, que hambre tengo. |
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TÍA.- ¿Oíslo? Vení, asentaos junto a esa señora, que os tiene amor, y quiere que os sentéis cabe ella. |
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VIEJO.- Sí haré de buen grado. |
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RAMPÍN.- ¡Paso, tío, cuerpo de sant, que echáis la mesa en tierra! ¡Alzá el brazo, mirá que derramaréis! ¿Quién me lo dijo a mí que lo habíais de hacer? |
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TÍA.- Así, así veis caído el banco, y la señora se habrá hecho mal. |
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LOZANA.- No he, sino que todo el vino me cayó encima. Buen señal. |
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TÍA.- Id por más y veislo hecho. ¡Pasaos aquí, que siempre hacéis vuestras cosas pesadas! ¡No cortés, que vuestro sobrino cortará! ¿Veis? ¡Ay, zape, zape! ¡Allá va, lo mejor se lleva el gato! ¿Por qué no esperáis? ¡Que parece que no habéis comido! |
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VIEJO.- Dejame hacer, y tendré mejor aliento para beber. |
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TÍA.- ¿Venís, sobrino? |
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RAMPÍN.- Vengo por alguna cosa en que lo traiga. |
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TÍA.- ¿Y las dos garrafas? |
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RAMPÍN.- Caí y quebrelas. |
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TÍA.- Pues tomá este jarro. |
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RAMPÍN.- Éste es bueno y, si me dice algo el tabernero, le daré con él. |
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TÍA.- Así lo hacé. Señora mía, yo me querría meter en un agujero y no ver esto cuando hay gente forastera en casa; mas vos, señora, habéis de mirar que esta casa es vuestra. |
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LOZANA.- Más gana tengo de dormir que de otra cosa. |
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TÍA.- Sobrino, cená vosotros, en tanto que voy y la ayudo a desnudar. |
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RAMPÍN.- Señora, sí. |