Óyeme
atento. | |
Aquel día terrible y tan infausto | |
para
la triste España, en que Rodrigo | |
rindió
al furor del bárbaro africano | 40 |
nuestra gloria,
su vida y su corona; | |
aquel día sangriento en que
los llanos | |
de Jerez se sintieron oprimidos | |
de cadáveres
godos, cuyos brazos | |
debilitó la cólera del
cielo; | 45 |
aquel día infeliz en que aumentando | |
con la sangre española sus corrientes | |
vio el turbio
Guadalete revolcados | |
en su cieno los míseros despojos
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del mejor trono y más ilustre campo; | 50 |
aquel
día, por fin, tan lamentable | |
que fue la época
triste del estrago | |
en que yace la patria; desde entonces
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las armas sarracenas inundaron | |
todas nuestras provincias;
no hubo plaza | 55 |
que no viese en su alcázar tremolados
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los pendones alarbes, y aun nosotros, | |
que al septentrión
de España retirados | |
y al abrigo de rocas y montañas
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opusimos los pechos asturianos | 60 |
por última
defensa a sus violencias, | |
nos vimos oprimir de los contrarios
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y sufrimos el peso de su yugo; | |
el robo, el sacrilegio,
el desacato | |
y la profanación fueron resultas
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del triunfo de los bárbaros; quemados | |
los templos,
insultadas las matronas | |
y violadas las vírgenes,
lloraron | |
las tristes consecuencias de aquel día
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¡Día infeliz, con sangre señalado | 70 |
en
los fastos de España, tu recuerdo | |
triste origen
será de eterno llanto! | |
Hecho el moro señor
de toda España, | |
pensó en otras conquistas,
y aspirando | |
soberbio a dominar el universo, | 75 |
pasó
los Pirineos; hoy los francos | |
sienten toda la furia de
sus golpes. | |
Mientras ellos formaban temerarios | |
tan
altivos proyectos, esta plaza, | |
que siempre fue de su ambición
el blanco, | 80 |
quedó sujeta al desleal Munuza | |
y una porción escasa de africanos | |
que la guarnecen.
Todos por entonces | |
vivíamos tranquilos, esperando
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de nuestra libertad el oportuno | 85 |
y dichoso momento.
¡Ah, cuán errados | |
caminan en su juicio los mortales!
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Tú sabes bien que apenas respiramos | |
lejos del
vencedor, y que Munuza, | |
que gobierna a Gijón, tomó
a su cargo | 90 |
el agravarnos tan pesado yugo. | |
¿Cuándo,
oh ciega ambición de los humanos, | |
triunfará
la virtud de tus esfuerzos? | |
Podrás creerlo: este
cruel sectario | |
del común opresor, duro instrumento | 95 |
del impío furor del africano, | |
traidor a España,
a la virtud y al cielo, | |
quiere elevar un trono soberano
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sobre las tristes ruinas de su patria. | |
De este intento
murmuran ya los cabos | 100 |
moriscos sin embozo; pero él,
diestro, | |
los sabe deslumbrar. ¡Ah!, si entretanto | |
no
abrigase en su pecho otras ideas, | |
fuera menos temible;
pero osado | |
su corazón aspira a mayor dicha. | 105 |
No lo dudes, amigo: este tirano | |
triunfa, conspira y
quiere sobre todo | |
enlazarse a la sangre de Pelayo. | |