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La muerte de Munuza (Pelayo)

Gaspar Melchor de Jovellanos


[Nota preliminar:

  • Edición digital a partir de Munuza. Tragedia en cinco actos, s. l., s. a. (Madrid, 1792) y cotejada con las ediciones críticas de José Miguel Caso González en OO. CC., I, Gijón, CES XVIII, Ayto. de Gijón, 1984, pp. 351-466 y de John H. R. Polt en Poesía. Teatro. Prosa literaria, Madrid, Taurus, 1993, pp. 134-222.
  • Recomendamos especialmente la consulta de la primera edición, cuyo aparato crítico es fundamental para la correcta apreciación de la obra. Asimismo, José M. Caso incluye un documentado y detallado análisis de las variantes de un texto con dos versiones.
  • Nuestra edición asume los criterios de José M. Caso y sólo aportamos algunas variantes con respecto a su edición que modifican algunos versos por motivos de ortografía y actualización ortográfica.]


PERSONAJES
 

 
MUNUZA,   Gobernador de Gijón.
PELAYO,   Duque de Cantabria.
HORMESINDA,   hermana de Pelayo.
ROGUNDO,   señor principal de Gijón.
SUERO,   amigo de Pelayo.
ACMETH-ZADÉ,   jefe de la guardia del Gobernador.
KERIM,   oficial moro.
INGUNDA,   confidenta de Hormesinda.
Guardias de Munuza.
Ciudadanos de Gijón.


 

El teatro representará una parte del palacio del Gobernador, en cuyo atrio se supone la escena; otra, un resto de la ciudad de Gijón, y en él un fuerte que domine la marina, que deberá descubrirse en el fondo de la escena.

 




ArribaAbajoActo I


Escena I

 

ROGUNDO, SUERO.

 
ROGUNDO
No culpes mis temores, noble Suero;
siempre la desconfianza y los cuidados
habitan en los pechos infelices;
mas ya nada recelo.
SUERO
Don Pelayo
conoce mi lealtad. Señor, la carta5
que os traigo desde Córdoba probaros
debe su confianza y mi obediencia.
¡Si supierais, Rogundo, cuán turbado
queda su corazón! Apenas puso
vuestras últimas cartas en su mano10
el fiel Egila, cuando a su presencia
me hizo llamar. Me dijo: «Suero amado,
parte al punto a Gijón; dile a Rogundo
que queda mi amistad acelerando
la conclusión de todos los negocios15
para volver a Asturias; que entretanto
resista las ideas de Munuza,
y en fin, que si recela algún osado
intento de su parte, que efectúe
sin mi presencia el prometido lazo20
con mi hermana Hormesinda». Con sus cartas
tomé al punto el camino; pero en vano
os lo repito: siempre receloso
dudáis de mi lealtad.
ROGUNDO
En los quebrantos
que padece la patria, noble Suero,25
debemos recelar de todo cuanto
se pone a nuestra vista. De Munuza
la política diestra ha granjeado
algunos corazones con astucias;
sólo los que se humillan a su mando30
logran su confianza; los leales
viven entre cadenas. Sin embargo,
yo fío en tu lealtad. Nadie nos oye.

 (Mirando a todas partes.) 

Munuza va a oprimirnos. Si Pelayo
tarda en volver a Asturias, lloraremos35
por su honor y su vida.
SUERO
¡Oh Dios sagrado!
Pues, ¿qué puede intentar?
ROGUNDO
Óyeme atento.
Aquel día terrible y tan infausto
para la triste España, en que Rodrigo
rindió al furor del bárbaro africano40
nuestra gloria, su vida y su corona;
aquel día sangriento en que los llanos
de Jerez se sintieron oprimidos
de cadáveres godos, cuyos brazos
debilitó la cólera del cielo;45
aquel día infeliz en que aumentando
con la sangre española sus corrientes
vio el turbio Guadalete revolcados
en su cieno los míseros despojos
del mejor trono y más ilustre campo;50
aquel día, por fin, tan lamentable
que fue la época triste del estrago
en que yace la patria; desde entonces
las armas sarracenas inundaron
todas nuestras provincias; no hubo plaza55
que no viese en su alcázar tremolados
los pendones alarbes, y aun nosotros,
que al septentrión de España retirados
y al abrigo de rocas y montañas
opusimos los pechos asturianos60
por última defensa a sus violencias,
nos vimos oprimir de los contrarios
y sufrimos el peso de su yugo;
el robo, el sacrilegio, el desacato
y la profanación fueron resultas 65
del triunfo de los bárbaros; quemados
los templos, insultadas las matronas
y violadas las vírgenes, lloraron
las tristes consecuencias de aquel día
¡Día infeliz, con sangre señalado70
en los fastos de España, tu recuerdo
triste origen será de eterno llanto!
Hecho el moro señor de toda España,
pensó en otras conquistas, y aspirando
soberbio a dominar el universo,75
pasó los Pirineos; hoy los francos
sienten toda la furia de sus golpes.
Mientras ellos formaban temerarios
tan altivos proyectos, esta plaza,
que siempre fue de su ambición el blanco,80
quedó sujeta al desleal Munuza
y una porción escasa de africanos
que la guarnecen. Todos por entonces
vivíamos tranquilos, esperando
de nuestra libertad el oportuno85
y dichoso momento. ¡Ah, cuán errados
caminan en su juicio los mortales!
Tú sabes bien que apenas respiramos
lejos del vencedor, y que Munuza,
que gobierna a Gijón, tomó a su cargo90
el agravarnos tan pesado yugo.
¿Cuándo, oh ciega ambición de los humanos,
triunfará la virtud de tus esfuerzos?
Podrás creerlo: este cruel sectario
del común opresor, duro instrumento95
del impío furor del africano,
traidor a España, a la virtud y al cielo,
quiere elevar un trono soberano
sobre las tristes ruinas de su patria.
De este intento murmuran ya los cabos100
moriscos sin embozo; pero él, diestro,
los sabe deslumbrar. ¡Ah!, si entretanto
no abrigase en su pecho otras ideas,
fuera menos temible; pero osado
su corazón aspira a mayor dicha.105
No lo dudes, amigo: este tirano
triunfa, conspira y quiere sobre todo
enlazarse a la sangre de Pelayo.
SUERO
¿Qué me dices?
ROGUNDO
Sí, amigo, de su hermana
a cualquier precio logrará la mano.110
Apenas de Gijón salió el Infante,
empezó con obsequios reiterados
a tentar la constancia de Hormesinda.
Político y amante, le observamos
emplear, por vencerla, hasta el suspiro;115
pero viendo después que sus cuidados
se hacían importunos, cauteloso
los suspendió del todo, y entretanto
nos da tal cual indicio de un proyecto
que me llena de horror y sobresalto.120
¡Oh justo Dios! La sangre de los godos,
que nuestros nobles pechos conservaron,
el premio a mis lealtades ofrecido,
vendrá a colmar las dichas de un tirano.
SUERO
Pero, señor, ¿podrá olvidar Munuza125
que esta princesa desde tiernos años
está ofrecida a vos? ¿Que sólo faltan
las santas ceremonias para que ambos
os unáis en un lazo indisoluble?
Pues, ¿qué, vuestro valor, el de Pelayo,130
la promesa, el honor, la amistad santa
y la fe esponsalicia...?
ROGUNDO
Tan sagrados
vínculos no detienen a un impío.
¿Y quién podrá hacer frente a sus conatos?
Siguiendo una política perversa,135
este fiero opresor ha procurado
separar los estorbos que pudieran
oponerse a su furia. Soberano
absoluto del fuerte y de las tropas,
so color de inquietud aprisionados140
los más de nuestros nobles, detenido
en Córdoba Pelayo, el gran Pelayo,
que sería nuestra única esperanza,
¿quién nos dará socorro? ¿Quién librarnos
podrá de tanto riesgo? El mismo cielo,145
contra nuestros delitos irritado,
nos entrega al furor de los infieles;
y abandonando su piadoso brazo
la nación otras veces protegida,
aun esta esclavitud que toleramos150
es por ventura el miserable fruto
de los excesos nuestros.
SUERO
Y entretanto
¿será de nuestro aliento único empleo
la débil queja? Nuestro enojo airado,
¿aprobará el desprecio de las leyes?155
¿Podréis sufrir vos mismo que, violando
los vínculos más santos, un perjuro
os venga a arrebatar de entre los brazos,
con mano infiel, la prometida esposa?
¿Que el vil Munuza junte temerario160
a su sangre la sangre de los godos?
Y este ilustre depósito fiado
al valor asturiano, esta reliquia
de la estirpe real, ¿será un temprano
fruto de sus traiciones, mientras quietos,165
llenos los ojos de un cobarde llanto,
miramos el mayor de nuestros males?
¡Miserable de aquel que en el naufragio
de nuestra gloria ceda a la tormenta!
No, señor, aún nos resta el medio hidalgo170
de ofrecer nuestra vida por las leyes,
los templos y el honor. Sepa Pelayo
que el suyo, aunque esté ausente, en todo trance
merece nuestro aprecio.
ROGUNDO
¡Honor sagrado!
¿Podrá ser nuestra sangre digno precio175
de su conservación? Suero, yo alabo
tus consejos, y en ellos reconozco
cuál es mi obligación. Pero ¿has pensado
que yo soy tan cobarde que prefiera
la ignominia a la muerte? No, corramos,180
entremos en palacio. Yo pretendo
ponerme en la presencia del tirano
a argüir su perfidia.
SUERO
Todavía
es temprano, Rogundo; más despacio
las heroicas empresas se meditan;185
el ardor juvenil de vuestros años
os puede ser fatal si la prudencia
no le sirve de guía. Disfrazando
Munuza sus ideas con el velo
de una falsa amistad, ha procurado190
ocultarlas a todos, y no es justo
que intempestivamente le arguyamos
por un delito de que sólo es reo
allá en su corazón... Al que es malvado
sus mismos artificios le descubren,195
sus empeños le acusan. Si entretanto
llegase a penetrar vuestros recelos,
o si vuestro dolor fiais al labio,
peligrará sin duda nuestra empresa,
sabrá Munuza precaverse, y cuando200
corramos a echar mano del remedio,
ya no podrá el remedio aprovecharnos:
sólo ahora conviene el disimulo.
Vivan nuestros temores sepultados
en el fondo del pecho. En adelante205
Dios abrirá camino.
ROGUNDO
Los cuidados
que llenaban mi alma de amargura
se templan con tus voces. Yo descanso
en tu noble lealtad y tus consejos.
Observemos, amigo, del malvado210
Munuza las oscuras intenciones,
leamos sus ideas. Entretanto,
yo voy a consolar a la princesa
y a contarle tu arribo. De palacio
debe salir Munuza, y no quisiera215
que viese en mi semblante mis cuidados.
SUERO
Idos, y no temáis. Yo aquí le espero
para hablarle de parte de Pelayo,
y porque mi venida no le sea
sospechosa... Ya llega... Retiraos.220


Escena II

 

MUNUZA, ACMETH, SUERO, GUARDIAS.

 
MUNUZA
¿Qué me dices, Acmeth?
ACMETH
Señor, yo mismo
le vi llegar... Pero si no me engaño,
vedle allí... Aquel es Suero.
MUNUZA
Te aseguro
que su arribo me causa algún cuidado.

 (Acercándose.) 

SUERO
El duque de Cantabria, deseoso225
de que sepáis el favorable estado
de sus ajustes con Tarif, me envía
a vos...
MUNUZA
Pues ¿cómo? ¿Adónde está Pelayo?
SUERO
En Córdoba, señor, y su embajada
se va ya a fenecer.
MUNUZA
Pero, ¿ha pensado
230
sin mi orden...?
SUERO
Cuando haya concluido
todas las comisiones de su encargo
no deberá esperar orden alguna
para volver a Asturias. Los cuidados
de su casa, y el ruego de Hormesinda,235
claman por su regreso; sin embargo,
no sé qué diferencias suscitadas
por el jefe agareno le obligaron
a detenerse en Córdoba.
MUNUZA
Sí, aún debe
permanecer allí por tiempo largo:240
los intereses suyos y los míos
y el bien de este país, todo está en mano
de Tarif; él le hará volver a Asturias
lleno de su favor. Pero Pelayo,
¿se halla en Córdoba bien? ¿De qué manera245
los moros andaluces le han tratado?
SUERO
Bien conocen, señor, todos los moros
el mérito del duque; pero cuando,
a pesar de su sangre, sus virtudes
y la opinión que le adquirió su brazo,250
quisieran escasearle los obsequios,
sólo en vuestra amistad funda el más alto
derecho a sus aplausos y favores.
Sin embargo, el amor que profesamos
todos a sus virtudes, las continuas255
instancias de su hermana y el cuidado
de repetiros nuevos testimonios
de su amistad, pudieron algún tanto
disgustarle de aquella residencia.
También han concurrido sus vasallos260
a turbar su sosiego: de Vizcaya
le avisan que la guerra en sus estados
ha vuelto a renacer; que Eudón y Pedro,
nobles de aquel país, conspiran ambos
por lograr del ducado las insignias,265
y aunque los naturales a Pelayo
se conservaban fieles, su presencia
es allí indispensable mientras tanto
que duran las facciones. Y ¿quién sabe,
señor, si acaso tienen sus cuidados270
un origen más grave y más oculto?
MUNUZA
Es justa su inquietud, pero el tratado
que ajusta con Tarif dentro de poco
podrá suministrarle medios hartos
de mejorar su casa y su fortuna.275
Con mi amistad y la del africano,
deshecho de dos débiles rivales,
gozará sin recelo unos estados
que contra nuestro gusto no pudiera
conservar mucho tiempo; otros más altos280
honores serán paga de su celo,
yo puedo asegurarlo. Y entretanto
no me olvido del vuestro. Cuidad mucho
de merecer los premios que os preparo,
y no los malogréis... Idos.


Escena III

 

MUNUZA, ACMETH.

 
MUNUZA
Amigo,
285
¿las noticias de Suero has escuchado?
Conozco que la suerte favorece
mis altivos proyectos; muy en vano
querrá volver Pelayo a ser objeto
del amor de estos fieros ciudadanos,290
rebeldes siempre al agareno yugo;
al eco de mi voz irán notando
desde hoy quién es Munuza.
ACMETH
Yo no creo,
señor, que haya en Gijón quien temerario
ose poner en duda vuestro esfuerzo.295
Vos sois aquí un monarca: todo el mando
de tierra y mar tenéis en esta plaza;
la guarnición, el fuerte, los soldados
y las galeras, todo os obedece.
Aun fuera de Gijón sólo un escaso300
número de rebeldes se resiste
a daros la obediencia, y retirados
a los ásperos montes allí logran
un triste asilo en sus horribles antros;
pero toda la costa se os humilla,305
y a vuestra voz rendido el asturiano
ni aun se atreve a llorar su cautiverio.
MUNUZA
¿Y qué? Porque los miras humillados,
¿te parece que puede su silencio
sosegar mi inquietud? No, los vasallos310
que sojuzga el derecho de la guerra,
a su primer gobierno aficionados,
idolatran la sangre de los reyes
que les daban la ley; siempre aspirando
a recobrar el yugo primitivo,315
abrigan en su pecho los más falsos
y pérfidos designios. Poco importa
que afecten someterse voluntarios
a una nueva coyunda; su obediencia
siempre es hija de un ánimo forzado;320
el temor del castigo puede solo
reprimir su furor, y en estos casos
nunca ha sido prudente la blandura.
ACMETH
Pero, señor, ¿por qué con tal cuidado
alejáis de Gijón al de Cantabria?325
Yo me acuerdo de un tiempo en que Pelayo
derramaba absoluto en vuestro nombre
favores y mercedes, entretanto
que vos, enamorado de Hormesinda,
sufrid que os lo recuerde, erais esclavo330
de su tibio desdén y sus rigores.
MUNUZA
Yo lo confieso, Acmeth, el dulce encanto
de sus ojos, su noble compostura
y otros mil atractivos soberanos
que brillan en su rostro, a su belleza335
mi pecho y mi albedrío sujetaron.
Pero este mismo amor es el motivo
que tiene ausente en Córdoba a su hermano.
ACMETH
¿El amor de Hormesinda?
MUNUZA
Sí. No culpes,
querido Acmeth, el fuego en que me abraso:340
yo la adoro. Yo sé que me aborrece;
sé que espera Rogundo de su mano
la dulce posesión. Pero, no obstante,
a pesar de Rogundo y de Pelayo,
de su mismo desdén y de mi gloria,345
pretendo ser su esposo.
ACMETH
¡Cielo santo!
¿Vos su esposo, señor?
MUNUZA
Sí, estoy resuelto,
y antes que acabe el día, a mi palacio
vendrá, donde le rinda humildes cultos
este pueblo feroz. He decretado350
colocarla en mi lecho, ya lo dije;
ved si debí apartarla de su hermano
y aun librarme en Gijón de otros estorbos.
Vos estáis sorprendido, no lo extraño:
la idea es peligrosa; mas supuesto355
que mi poder y el fuego en que me abraso
exigen este enlace, no hay peligro
que me pueda estorbar ejecutarlo.
Unido yo a la estirpe de los godos
por el ilustre enlace de su mano,360
a pesar de Pelayo, vendrá un tiempo
en que mi amor reúna los sagrados
derechos de la sangre y de la guerra.
¡Ah!, si todas las ansias que consagro
a esta amable princesa, si mis ruegos,365
mi eterna gratitud, mi humilde llanto
ablandan su desdén, si yo consigo
interesar el pecho que idolatro,
¡qué triunfo para mí tan halagüeño!
ACMETH
Perdonadme, señor, si recelando370
de esta pasión las tristes consecuencias,
me atrevo a combatirla; el sobresalto
que ha producido en mí vuestro discurso
me tiene sin aliento... ¿Desde cuándo
pudo un ilustre pecho endurecido375
debajo del arnés rendirse incauto
a las leyes de amor? ¡Qué! ¿Sufriremos
el rubor de mirar que los encantos
de una belleza humillen vuestro orgullo?
¿Y veremos sentada a vuestro lado380
a una mujer altiva que os desprecia?
Vos os vais a perder, os lo declaro;
este pueblo orgulloso, que idolatra
la sangre de los godos, sin reparo
se opondrá a vuestro intento, y aun los mismos385
que sin rumor vivieron despojados
de hacienda y libertad, harán furiosos
las últimas violencias y atentados
por conservar su honor. Estos insultos
fomentará Rogundo, a quien la mano390
de Hormesinda robáis. Pero vos mismo,
¿despreciaréis las iras de Pelayo?
Y cuando su amistad no os interese,
¿no temeréis su odio? Venerado
por los nobles de Asturias como un resto395
de la sangre real, sólo en su brazo
funda España su última esperanza.
Nacido al pie del trono, los palacios
de sus reyes le vieron en la cuna;
nuestras mismas victorias irritaron400
su ánimo marcial; nuestras trincheras
vieron crecer este héroe peleando
al lado de Rodrigo, y su ardimiento
no abandonó las armas hasta tanto
que miró subyugados de su patria405
los últimos confines. Retirado
a los montes de Asturias, tiene aliento
de dejarse rogar y aun de negaros
la mano de Hormesinda, y vos, no obstante,
¿despreciáis su rencor? Señor, yo os amo,410
en vuestra gloria humilde me intereso;
pero temo...
MUNUZA
Ya lo he reflexionado;
no receles, Acmeth, están tomadas
las mejores medidas.
ACMETH
Pero, ¿acaso
los nobles de Gijón...?
MUNUZA
Los más altivos
415
gimen en el castillo aprisionados
bajo algunos pretextos especiosos,
y ya no temo el brío de su brazo,
que oprimen y enflaquecen las cadenas.
Mi cautela alejó de aquí a Pelayo,420
y el celo de Tarif sabrá burlarse
de sus solicitudes, prolongando
la conclusión de una embajada inútil.
Si pretende Rogundo temerario
alegar la razón de sus derechos,425
¿no sabré yo oprimirlo y aplacarlo?
Y cuando, en fin, todo este feroz pueblo
osare resistirme, los soldados
que lo guarnecen salvarán mi intento.
La menor inquietud pondrá a mi lado430
los moros que se esparcen a la orilla
del golfo de Cantabria. A congregarlos
partió Kerim, que volverá muy presto.
Nada me da temor. Si con halagos
puedo vencer el pecho de Hormesinda,435
será feliz mi suerte; mas si tantos
desvelos no la obligan, si no logro
la posesión de su adorable mano,
tiemble de mi furor España toda.
Esto ha de ser, Acmeth. A este palacio440
debes tú conducirla de mi orden.
Ve a decirla mi amor y mis cuidados,
implora su piedad; mas, sobre todo,
si no bastan el ruego y el engaño,
usarás del poder y la violencia.445
Kerim llega. Ya es tiempo, retiraos.


Escena IV

 

MUNUZA, KERIM.

 
KERIM
He corrido, señor, en vuestro nombre
desde la triple ara, que el romano
Apuleyo erigió en honor de Augusto,
hasta el último puerto colocado450
sobre el inquieto océano de Asturias.
Las tropas sarracenas que a su cargo
tiene el fuerte Alahor en esta costa
se van ya de su orden congregando
y estarán prontas al primer aviso.455
Impacientes y altivos los soldados
esperan alcanzar el honor alto
de seguir vuestra orden.
MUNUZA
Yo agradezco
su celo y tu obediencia. Mientras tanto
que tomo otras medidas, ve al castillo,460
repasa su custodia, y a palacio
vuelve después a preparar la guardia;
sobre todo, Kerim, sigue los pasos
de Rogundo y observa sus acciones.
Acmeth de lo demás podrá informaros.465
 

(Se va KERIM.)

 


Escena V

MUNUZA
En fin, bella Hormesinda, estos desvelos,
esta ardiente inquietud en que me abraso,
me abrirán un camino para el trono.
Yo aspiro a ser tu esposo, mas mi mano
no osaría enlazarse con la tuya470
si no ganase un cetro. ¡Ah! si al halago
de regirle se ablandan tus desdenes,
dichosa la inquietud que te consagro.
De Gijón los soberbios moradores
te verán en mi corte y a mi lado,475
ceñida la diadema; en tu presencia
doblarán la rodilla, y enlazados
de nuevo los leones y las lunas,
serán en mis insignias el espanto
de los pechos rebeldes. Miserable480
del que a mi amor se oponga temerario.



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