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La «pastorada» leonesa y el teatro de Encina y Lucas Fernández

Humberto López Morales





Fue el benemérito Luis López Santos quien en 1947 llamó la atención de los estudiosos del teatro antiguo sobre las pastoradas leonesas. Se trataba de representaciones populares -autos del nacimiento, en su terminología- cuyos textos habían sido transmitidos casi exclusivamente a través de la oralidad; se representaban en muchas iglesias de la provincia y se los relacionaba con una tradición cinco veces secular1. Su trabajo no tuvo entonces mucha difusión -quizás por haber sido publicado en una revista de erudición local- pero aun aquellos especialistas que lo citaban no parecieron darle importancia al carácter testimonial que se les atribuía a las llamadas pastoradas.

Sin embargo, a partir de 1980 Maximiano Trapero comienza a producir una serie de publicaciones en las que, además de allegar un impresionante corpus textual recogido in situ, insiste en el origen medieval de estas representaciones2. Su tesis principal puede resumirse en las siguientes palabras: «... su difusión [la de las pastoradas] se justifica no solo por los valores literarios que en ellos hay, sino porque representan una tradición literaria oral prácticamente desconocida, de origen muy remoto que puede confirmar la existencia del hasta ahora solo pretendido teatro medieval castellano. Un teatro rudimentario, recluido en zonas rurales de poca o nula importancia cultural, con evidentes incoherencias estructurales, con soluciones dramáticas primitivas y elementales, con un acopio de materiales procedentes de lugares y ámbitos dispares conformando una realidad heterogénea difícil de desbrozar, reducido al simple tema de la adoración de los pastores, todo lo que quiera, pero en todo caso una muestra de lo que pudo ser el teatro en los primeros siglos de su existencia»3.

Pero el origen medieval de estas pastoradas es muy difícil de probar, entre otras cosas porque los textos disponibles hoy han ido recreándose a través del tiempo y presentan capas muy gruesas de modernización4. Con todo, y a pesar de que ya se han adelantado opiniones muy concluyentes en su contra5, creo que valdría la pena hacer un minucioso rastreo lingüístico en estos textos para tratar de ofrecer una datación más realista.

No es, sin embargo, el objetivo de este trabajo examinar este aspecto, apenas iniciado con vaguedad por M. Trapero, en réplica a L. López Santos6. Lo que perseguimos aquí es verificar si los cotejos textuales entre la pastorada y las obras de la natividad de Juan del Encina y Lucas Fernández permiten concluir con Trapero que los salmantinos conocían esas representaciones populares y que en ellas se inspiraron para elaborar sus églogas7.

La estructura general de la pastorada consta de 35 partes, divididas estas en tres momentos, (I) las que anteceden a la misa de Nochebuena, (II) las que se realizan durante la celebración de la misma, y -la más numerosa- (III) las que le siguen. El esquema es el siguiente8:

  • I
    • 1. Diálogos de protesta
    • 2. Bando de empadronamiento
    • 3. Diálogos de San José y la Virgen
    • 4. * «A dónde camina»
    • 5. Licencia de presentación
    • 6. * «Sale el sol y el lucero brillante»
  • II
    • 7.* Gloria
    • 8.* Padrenuestro
    • 9. Sermón del cura
    • 10. 29 villancicos
  • III
    • 11. * «En este portal estamos»
    • 12. * «De las montañas del cielo»
    • 13. Los pastores deciden dormir
    • 14. * Anuncio del Ángel (recitado en algunas versiones)
    • 15. Monólogos de Rabadán
    • 16. Diálogos de protesta entre pastores
    • 17. Las migas
    • 18. El teologeo
    • 19. Los pastores deciden ir a Belén
    • 20. * «Hoy el cielo nos previno» (recitado en algunas versiones)
    • 21.* «Vamos, vamos allá» (recitado en algunas versiones)
    • 22. * «Ante el portal» (recitado en algunas versiones)
    • 23. * «Válgame Nuestra Señora» (recitado en una versión)
    • 24. * «Que dirán que ha nacido»
    • 25. * Ofrecimiento I (recitado en una versión)
    • 26. * «Mírale, mírale, pastorcito» (recitado en dos versiones)
    • 27. * «Alégrense los valles»
    • 28. * Salve (recitado en una versión)
    • 29. * Ofrecimiento II (recitado en una versión)
    • 30. Disputa del zagal y el mayoral
    • 31. * «Niño hermoso, Niño bello» (recitado en algunas versiones)
    • 32. * Despedida I
    • 33. * Recogida de dones (recitado en una versión)
    • 34. * Despedida II (recitado en dos versiones)
    • 35. * Despedida III (recitado en algunas versiones)

Según Trapero, el núcleo dramático original estaría constituido por las escenas 13 a la 189, es decir, desde que los pastores deciden dormir hasta que marchan a Belén, aunque en nota especifica que existen otras escenas importantes, la 1 y la 3, y sobre todo los ofrecimientos de las escenas 25 y 29 que constituyen «otro de los núcleos fundamentales del auto» (pág. 82, nota 115).

Los textos de los salmantinos a los que el autor parece hacer referencia son las églogas II y IX de Encina y las V y VI de Lucas Fernández, escritas con toda probabilidad en los últimos años del siglo XV10.

La comparación con los textos de Encina, sin embargo, arroja resultados totalmente negativos. La segunda égloga pone en boca de los cuatro evangelistas, vestidos aquí de pastores, la noticia del nacimiento (con la que se abre la pieza), las profecías que lo anunciaban, la genealogía del Niño, las glosas correspondientes, alusiones a la redención de la humanidad y la decisión de ir a Belén a ver al recién nacido, todo conforme los textos neotestamentarios, a los que se sigue casi in solidum 11.

La égloga novena, también llamada «de las grandes lluvias», está inspirada en sucesos reales: los temporales e inundaciones que azotaron a Salamanca en 1498, y las aspiraciones -fallidas- de Encina a la plaza de cantor de la catedral de la ciudad. En estos se emplean los primeros 136 versos. Para distraerse un poco de la saña del tiempo y las tristes premoniciones de la derrota del «pastor» Juan, deciden comer unos higos y unas castañas y jugar a pares y nones; este ágil diálogo, uno de los más logrados del salmantino, ocupa 56 versos. Por fin aparece el ángel (se trata de una égloga de Navidad), hace su anuncio, y los pastores deciden ir hasta Belén, llevando regalos al Niño. Esta última parte la despacha Encina en 64 versos. La égloga carece de villancico final.

Las diferencias de esta égloga con la pastorada son más que evidentes. En Encina las quejas sobre la inclemencia del tiempo hacen alusión a un hecho histórico perfectamente documentado; en la pastorada es un tópico -el del campesino oprimido- de rica tradición en los dramaturgos posteriores a Encina12, engarzada aquí con el abuso de poder de Roma (!):


Y para mal más completo,
nuestras ovejas abortan,
los pastos están resecos,
las mieses paja sin grano,
los tributos en aumento...
¡Todo por culpa de Roma!


(pág. 116)                


Si todo este texto no tiene una doble lectura crítica, podría pensarse en la pervivencia, un tanto diluida, de la oposición, cargada de simbología, entre un mundo desordenado, hostil e injusto y aquel otro de paz y justicia que traerá el Mesías. Que el lamento de los pastores leoneses venga inmediatamente antes de la promulgación del bando de empadronamiento, haría pensar en un abuso más de los romanos, dados los costes que tal operación acarreaba y lo drástica de la pena por su incumplimiento («bajo pena capital» p. 117). El mensaje evangélico de que tal estado de cosas penosas cambiará con la llegada del Niño Dios aparece burdamente politizada en la pastorada que, lejos de acentuar el tema de la redención solo piensa en que el Mesías «librará al pueblo hebreo/ de la esclavitud que sufre/ bajo un poder extranjero...» (pág. 116).

El texto de la anunciación del ángel a los pastores, por otra parte, tampoco arroja semejanzas particulares. Encina es mucho más fiel al relato bíblico: a) el ángel mitiga el miedo de los pastores, b) da la buena nueva y c) ofrece información para reconocer al Niño13. En la pastorada, el ángel b) anuncia el nacimiento, c) invita a los pastores a ir a Belén, d) da señales para hallarlo («entre unas pajas envuelto», pág. 164)14, e) insta a la visita, «aunque llueva y haga frío» (pág. 165) y f) introduce la curiosísima mención de las «doncellitas», de factura lírica popular: «Andándome yo paseando/ por las puertas de un sombrío/ he visto a las doncellitas/ hacer amores a un niño» (pág. 165)15.

En cuanto al tercer punto de posible contacto, los dones que los pastores llevan a Jesús, es más que evidente que Encina se intertextualiza a sí mismo: casi todos están tomados de su villancico «Anda acá, pastor/ a ver al Redentor» (núm. CCX del volumen III de la citada edición de Rambaldo). Como se sabe, este tipo de amplificatio procede de la canción lírica, ya sea popular o culta.

En rigor, no hay nada en las piezas de Encina que pudiera proceder de versiones antiguas de la pastorada o de otras representaciones populares del ciclo del Officium pastorum que Trapero supone vivas en las aldeas castellanas durante la Edad Media.

Las églogas V y VI de Lucas Fernández constituyen una parte importante de su producción religiosa. La primera de ellas comienza con el monólogo de uno de los pastores, Bonifacio, en el que se alaba y se jacta «de ser zagal muy sabido, y muy polido y esforçado, y mañoso y de buen linaje» (Djra); entra en escena Gil y se divierte contradiciendo a su amigo. Después de una divertida escena donde ambos pujan por ser el mejor en todo, Gil decide dormir, pero Bonifacio intenta impedírselo. Están discutiendo sobre el asunto cuando aparece Macario, que de inmediato se convierte en víctima de los ataques verbales de los pastores; el hermitaño pretende revelarles el nacimiento de Jesús y el misterio de la encarnación, aunque sin éxito. Los pastores se burlan de él y solo creen la buena nueva cuando otro pastor, Marcelo, se las comunica. Tras algunas consideraciones sobre el misterio, todos deciden ir a adorar al niño. Termina la obrita con un villancico que cantan todos.

En la VI, la acción ofrece algunos paralelos. Pascual abre la pieza con un monólogo en el que blasfema y reniega del frío, de los temporales y de las malas consecuencias que esto trae para el ganado. Decide alegrarse un poco almorzando. Llama a su compañero Lloreynte, que estaba durmiendo. Charlan y juegan entre ellos hasta la llegada de otro pastor, Juan, que les cuenta la noticia del nacimiento. Entra Pedro Picado, sorprendido de haber visto unos zagales volando. Los demás pastores le explican lo sucedido y todos deciden ir a adorar al Niño.

Lo primero que se observa es que estas piezas ofrecen tramas más complejas que las de Encina, acercándose -en principio- más a la pastorada. Los puntos de contacto de la égloga V con los textos leoneses son, en realidad, muy pocos: el debate jocoso entre pastores no tiene paralelo, los pastores no están dormidos (a pesar del deseo de Bonifacio), es más, hay varios intentos de Gil para impedírselo, el anuncio no lo hace el ángel mismo, sino Macario, a quien los pastores no creen y del que se mofan, la llegada del pastor Marcelo (a quien el ángel le había dado la noticia fuera de escena), quien vence rápidamente la incredulidad de sus compañeros, alusiones a la virginidad de María, glosa del tema de la redención, decisión propia de ir a Belén con regalos para el Niño. Todo esto es singular en la égloga de Fernández. Diferente es su estructura básica y diferente su realización textual.

En la pastorada los pastores duermen, y es uno de ellos, el Rabadán, el que oye entre sueños el mensaje del ángel; piensa que sus compañeros no van a creerle y decide volver a dormir: solo si se repite el anuncio los llamará. El ángel repite su mensaje y entonces intenta despertar a Juan Lorenzo; éste protesta, quiere seguir con su sueño y no da importancia al resplandor de que le habla Rabadán: «¿Crees que acaso estamos / en los campos de la sierra/ que sin duda luz tenemos (Están dentro de una iglesia)/ y una curiosa linterna?» (pág. 170). Rabadán duda entre acostarse nuevamente o despertarlos a todos, y decide hacer esto último, instigado por la persistente mirada del ángel. Les explica a los pastores lo sucedido pero sin éxito inmediato: Zagalejo quiere comer. Chamorro piensa que todo es un cuento y pide pruebas; Rabadán remite a Zagalejo -que ahora resulta que también vio al ángel, en flagrante incoherencia- y éste confirma el suceso; todos quedan convencidos.

Las dudas de los pastores de Lucas Fernández -siempre unidas a burlas- tienen otro objetivo. No creen a Macario, representante indirecto de la iglesia oficial, pero sí al compañero Marcelo. La pintura mordaz que se hace del ermitaño deja ver enseguida una actitud crítica hacia la hipocresía y el engaño que rodeaba a este tipo de personaje -asunto, por lo demás, muy señalado por los especialistas- en contraste con la débil resistencia que presentan a la palabra del pastor, quien casi de inmediato comenta el misterio de la encarnación en tono docto. Aquí, al igual que en el vicentino Auto pastoril castellano, el rústico habla con una especie de sabiduría infusa; es «el resultado de la tradición medieval de exegesis escriptural que asignaba a los pastores que despertaban a la vida de la gracia, el poder de penetrar las escrituras»16.

En la égloga VI, el pastor Pascual se queja en la primera estrofa de su monólogo del frío y de la terrible helada de esa noche. Dejando a un lado la interpretación simbólica que puede hacerse de este tema, no parece pueril pensar en la realidad del entorno: la de un pastor a la intemperie la noche del 24 de diciembre en Salamanca. Las palabras de Pascual son contundentemente cotidianas en este momento, aunque más adelante, ya en plena charla con Lloreynte, ambos hablen de una cierta turbación que les produce la alteración del ganado y otros signos celestes17, sin duda presagio del nacimiento de Jesús.

Pascual también presenta el tópico del campesino oprimido, pero superándolo de inmediato con un alegre canto al carpe diem. Coincidiendo con estos tópicos, Lucas Fernández echa mano del sueño de los pastores, pero se aleja del tratamiento bíblico: un pastor despierta a su amigo para charlar, beber y jugar; ninguna relación directa con la anunciación. Tan entusiasmados están los pastores con sus cosas que no quieren ser distraídos por Juan del Collado, a quien Fernández le encomienda -en un tono deliciosamente rústico- dar la noticia del nacimiento. De aquí a la intención de los tres pastores de visitar el pesebre acompañados después por Pedro Picado, se glosan algunos puntos evangélicos: profecías que anunciaban la llegada del Mesías y elogio de la Virgen. Termina la pieza con un villancico para cantar y bailar.

Un repaso general a estos dos grupos de textos -los de la pastorada y los de los salmantinos- deja muy en claro que no existe relación alguna entre ellos, más allá de los puntos claves del relato evangélico18. En la pastorada asistimos al triunfo de la anécdota, a la trivialización doctrinal más aguda y consecuentemente, al alejamiento de todo tratamiento intelectual de los temas manejados. Es, por lo demás, lo esperable en una tradición netamente popular. Nada que se asemeje a las piezas de teatro cortesano de Encina y de Lucas Fernández, aunque en ellas haya concesiones a ambientes rústicos (literarios) y a personajes del pueblo, aunque productos de una elaboración artística.

Los paralelos no existen, y esto suponiendo -lo que no es poco suponer- que el núcleo señalado por Trapero sea realmente el original. Hay ciertos datos en su análisis que dan pie para dudarlo. El crítico parte de los textos dramáticos conocidos de finales del XV y del XVI para determinar el núcleo inicial de la pastorada, y después nos propone este núcleo como fuente de esas piezas teatrales: una circularidad nada convincente19. El presente examen, que deja al margen el origen medieval o moderno de la pastorada, permite concluir, sin embargo, que no existe la menor relación entre la pastorada y el teatro de los salmantinos.





 
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