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Rosalía moralista


Agrupamos bajo este título cierto número de poemas en los que Rosalía adopta una actitud que más o menos puede calificarse de moralizante. En ellos se critican defectos o vicios generales: la vanidad, la soberbia, el deseo de gloria..., se alaba la virtud y a quienes la practican, y también se reflexiona sobre conceptos como la verdad, la justicia, etc. No es el tema lo que da unidad a estos poemas, sino la actitud de la autora. En ellos Rosalía adopta una postura de persona a quien la experiencia da derecho a opinar, a aconsejar, también a juzgar.

El primero de estos poemas lo encontramos en Cantares gallegos. Rosalía parte de un dicho popular, «Non che digo nada... ¡Pero vaia!», para hacer la crítica de unos determinados tipos de personas. Rosalía habla de esas personas con el mismo tono y la misma mala idea que lo haría una beata del pueblo: no hay compasión en sus palabras, ni disculpa; sencillamente, está criticando y complaciéndose en la crítica. Así pasa revista a diversas figuras sociales: la jovencita pobre, pero bien vestida, cuyo trabajo se desconoce; la casada que baila en las fiestas y "lucha" con los mozos; la chica tímida que va a misa con las beatas, pero también habla   —177→   con otras personas; el mozo garrido que sabe de amores y no de trabajar la tierra...

El poema respira puritanismo, que queda de manifiesto en la indignación que provoca la mezcla de «buenos y malos»:


   Sin entender un ele,
verás qué ben se amañan
honrados e sin honra,
rameiras e beatas;
verás cómo se axuntan,
verás cómo se tratan,
mentras que ti marmuras
ca lengua dunha coarta.
Non che digo nada...
¡Pero vaia!


(C. G. 92-93)                


¿Se propuso Rosalía imitar una actitud popular ante determinados hechos y personas? ¿Respondía a sus propias ideas la crítica que hace? Rosalía, en este poema, toma la figura de una vieja, con canas y arrugas en la frente; pero, aparte de este pequeño artificio literario, creo que las ideas son suyas y el puritanismo que trasluce se deja ver también en otros poemas. Hay que decir que Rosalía es compasiva con el pecador arrepentido, pero durísima con los pecadores felices, o, más exactamente, con los que ella considera así. No siempre, sin embargo, su crítica tiene este tono de vieja curiosa y malhumorada. Por el contrario, suele adoptar una postura de mayor dignidad, sin descender a detalles. Veamos otros ejemplos.

Siguiendo con la crítica de tipos humanos, en Follas novas nos encontramos a Álvaro de Anido, que representa el afán por gozarlo todo, por vivir superficialmente, pasando con rapidez de una a otra experiencia (F. N. 243).

Hay crítica a la superficialidad de ese vivir apresurado de Álvaro de Anido, pero también hay pesimismo derivado de la propia experiencia: «eres hombre y te cansarás». Aquí la vejez de Rosalía no es fingida; habla con el acento del desengaño, parece estar de vuelta de todas esas cosas que apetece Álvaro de Anido. De esa vida acelerada ve sólo el cansancio final.

Otro tipo humano criticado por Rosalía es aquel que, además de hacer daño, dice: «¡todo pasa!». Creemos que se refiere a las relaciones amorosas, porque en otras ocasiones hemos visto este tipo de actitud:


   Uns magoan querendo consolare,
outros o dedo afíncannos na llaga,
mais o peor de todos é o traidore
que repite ó ferirnos: «¡Todo pasa!».


(F. N. 288)                


Veamos "dramatizada" una situación semejante:


Quíxente un día, quíxente, Rosa;
mais di unha copra que o amor i o vento,
desque fixeron o seu facido,
vanse, rapaza, como viñeron.
¡E qué lle vamos a facer, Rosa,
si aquestas cousas non tén remedio!
¡Adiós!, pra a Habana domingo embarco;
i anque ora chores, non teñas medo,
que mal de amores n'é mal de morte,
i ó fin i ó cabo pasa co tempo.


(F. N. 293)                


Es bastante frecuente en Rosalía que una misma idea sea tratada de dos formas distintas: como reflexión sobre los hechos, y dándole vida dramática, escenificándola mediante el diálogo.

De la crítica de tipos humanos pasamos a la de los vicios. No encontramos muchos, pero sí repetidos. A Rosalía parece molestarle sobre todo la vanidad, el deseo de destacar sobre los demás, el afán de gloria, la lucha por encumbrarse pisoteando a los otros. Como un poeta barroco, insiste en la caducidad de las glorias mundanas, en la inutilidad de tanto esfuerzo.

La vanidad acompaña al hombre hasta las mismas puertas de la tumba, pero allí termina:


¡Vanidá, cánto vals antre os homes,
que hastra as portas da morte penetras!
      Mas desque cán no burato,
      todos iguales se quedan;
      i o polvo ó polvo se torna
      e onda os vívola soberbia.


(F. N. 243)                


Rosalía declara abiertamente su desprecio ante ese vicio y se sitúa al margen de él, en cierto modo como ejemplo de postura digna:


   Prodigando sonrisas
que aplausos demandaban,
apareció en la escena, alta la frente,
soberbia la mirada;
y sin ver ni pensar más que en sí misma
entre la turba aduladora y mansa,
que la aclamaba sol del universo
como noche de horror pudo aclamarla,
pasó a mi lado y arrollarme quiso
con su triunfal carroza de oro y nácar;
yo me aparté y fijando mis pupilas
en las suyas airadas:
-¡Es la inmodestia!- al conocerla dije.
Y sin enojo le volví la espalda.


(O. S. 387)                


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A lo que más atención dedica Rosalía, quizá porque le atañía más directamente, es al deseo de gloria literaria o artística. De «encarnizada lucha» califica la competencia por sobresalir. Se imagina a los aspirantes a la gloria como púgiles que acuden «al palenque». Todos reciben los mismos aplausos, todos se proclaman genios y, rápidamente, todos son olvidados. El panorama no puede ser más triste («En incesante, encarnizada lucha», O. S. 394).

Rosalía comprende -esto sí lo comprende- que la gloria deslumbra. Pero también advierte su carácter pasajero, fugaz. Y voluntariamente escoge el apartamiento, la soledad a donde no lleguen a perturbarla los aplausos engañosos:



   Glorias hay que deslumhran, cual deslumhra
el vivo resplandor de los relámpagos,
y que como él se apagan en la sombra,
sin dejar de su luz huella ni rastro.

   Yo prefiero a ese brillo de un instante
la triste soledad donde batallo,
y donde nunca a perturbar mi espíritu
llega el vano rumor de los aplausos.


(O. S. 394)                


Por lo que sabemos de Rosalía, no era ésta una postura literaria, sino vivida realmente. Su repugnancia a la "vida literaria", a las reuniones, donde se forjan con mayor o menor acierto los nombres famosos, era tal que, si no hubiera sido por la decisiva intervención de su marido, es posible que no llegara a publicar sus poemas. Sabemos por el mismo Murguía que fue él quien, sin que Rosalía lo supiese, llevó los primeros poemas de Cantares gallegos a la imprenta, obligándola así a escribir rápidamente el resto del libro para satisfacer las demandas del editor y en atención a los gastos ya ocasionados. También tuvo que vencer   —181→   Murguía la resistencia de su mujer a firmar tal libro, ya que prefería que saliese con el nombre de su esposo. El despego de Rosalía por la gloria literaria era algo que estaba muy enraizado en su espíritu.

Rosalía es consciente del carácter injusto y arbitrario de la gloria literaria: la disfrutan muchos que no la merecen, y son olvidados otros cuyo nombre debía perdurar. Al final de su vida era persona consagradísima en el mundo de las letras gallegas, pero ella jamás se consideró figura, y siempre proclamó su indiferencia ante la gloria:


   ¡Oh gloria!, deidad vana cual todas las deidades
que en el orgullo humano tienen altar y asiento:
jamás te rendí culto, jamás mi frente altiva
se inclinó de tu trono ante el dosel soberbio.


(O. S. 395)                


Rosalía percibe clarividentemente el poder de la masa que crea ídolos para destruirlos en seguida: lo mejor es huir de ella, evitar igualmente su admiración y su odio: «¡Aturde la confusa gritería!» (O. S. 354).

Critica también Rosalía la estrechez de espíritu de los que condenan lo que no está de acuerdo con sus opiniones, y, en general, el odio y la incomprensión de las gentes entre sí:



   Triste loco de atar, el que ama menos
le llama al que ama más;
y terco impenitente, al que no olvida
el que puede olvidar.

   Del rico el pobre en su interior maldice,
cual si él rico no fuera si pudiese,
y aquél siente hacia el pobre lo que el blanco
hacia las razas inferiores siente.


(O. S. 389)                


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Nos llama la atención que para ilustrar el desprecio del rico hacia el pobre se diga que es semejante a lo que siente el blanco hacia "las razas inferiores". No deja de ser curioso este prejuicio racista de la autora, que parece dar como hecho incontrovertible la superioridad de la raza blanca.

Muy curiosa es también la crítica que Rosalía hace de la curiosidad, pero de la curiosidad buena, es decir, del deseo de saber. En varias ocasiones manifiesta la idea de que hay cosas que deben ignorarse, que, incluso en el amor, no debe uno asomarse a los abismos del corazón humano. Parece haber intuido las profundidades del espíritu a las que había de llegar el psicoanálisis, y con palabras intuitivas nos habla de velos que ocultan abismos que sólo Dios puede mirar, de honduras y de cieno, de donde brotan «miasmas infectos». Rosalía no quiere ver esos abismos, los teme como tememos a nuestro subconsciente.


   Dios puxo un velo enriba
dos nosos corazóns,
velo que oculta abismos
que El pode ollar tan só.


(F. N. 191)                


Veamos ahora esta misma idea con pequeñas variantes, expresada en forma dialogada. La mujer busca al hombre en su soledad y suspira por saber el objeto de sus pensamientos. El hombre contesta entonces con estas extrañas palabras:


   -¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres
las femeninas almas, los varoniles pechos:
tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura
del desencanto amargo y a que remueva el cieno
donde se forman siempre los miasmas infectos.


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¿No parecen éstas las palabras con que un profano hablaría del subconsciente? Profundidades adonde va a dar todo lo que la conciencia reprime y de donde, si se remueve, surgen los miasmas infectos, las fuerzas desconocidas que atemorizan y avergüenzan.

Insiste la mujer en conocer los pensamientos de su amado e insiste el hombre en su negativa con palabras muy similares a las del poema anterior: un velo oculta a nuestros ojos los misterios profundos del alma, y es temerario descorrerlo:


   -Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,
y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
que... no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora
no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo;
encierra el alma humana tan profundos misterios,
que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
es temeraria empresa descorrer ese velo:
no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.


(O. S. 363)                


La alabanza de la virtud no es tema frecuente en Rosalía. Muchas veces no son más que alusiones de pasada en poemas largos. Así, refiriéndose a las margaritas que brotan en el campo, dice:


   Y aun cuando el pie la huella, ella revive
y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas
que en vano quiere ennegrecer la envidia.


(O. S. 361)                


Y en otro poema:


Hai tantos homes
como intenciós e pensamentos hai.
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Pero dichoso aquel que inda morrendo
ó que o matóu lle pode perdoar.


(F. N. 289)                


Poco afortunada resultó Rosalía al alabar la austeridad y la pobreza en un poema en primera persona que da impresión de puritanismo y de virtud interesada:


   Yo en mi lecho de abrojos,
tú en tu lecho de rosas y de plumas;
verdad dijo el que dijo que un abismo
media entre mi miseria y tu fortuna.
Mas yo no cambiaría
por tu lecho mi lecho,
pues rosas hay que manchan y emponzoñan
y abrojos que, a través de su aspereza,
nos conducen al cielo.


(O. S. 382)                


También en poemas de tono docente ejemplariza las tentaciones sufridas por «la virgen pobre» que vive austera y pobremente. El diablo -Mefistófeles en esa ocasión- le habla con palabras de un gran sentido oportunista: lo que conviene es pasarlo bien en la tierra, que es lo cierto y seguro, y, además, arrepintiéndose a tiempo se escapa también al castigo del infierno («Con ese orgullo de la honrada y triste», O. S. 382).

Pero Rosalía desconfía de la virtud de su prójimo con espíritu no muy caritativo, y en las personas de aspecto más intachable sospecha escondidas manchas en sus conciencias:


Brancas virxes de cándidos rostros,
varóns santos de frente serea,
nobres matronas,
monxas austeras,
i aínda aquelas que parés que nunca
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tocaron cas prantas
os lodos da terra,
na concencia, ¿quén sabe, a escondidas,
as manchas que levan?


(F. N. 242)                


Son frecuentes las reflexiones sobre la vida de las que se sacan consecuencias de orden práctico y sentido moralizante. Hemos visto la crítica de la vida apresurada de Álvaro de Anido. Veamos ahora la consecuencia que para sí misma saca la autora:



   De polvo y fango nacidos,
fango y polvo nos tornamos;
¿por qué, pues, tanto luchamos
si hemos de caer vencidos?

   Cuando esto piensa humilde y temerosa,
como tiembla la rosa
del viento al soplo airado,
tiembla y busca el rincón más ignorado
para morir en paz, si no dichosa.


(O. S. 357)                


La relatividad de las apreciaciones humanas, el fácil engaño de los sentidos y del entendimiento es objeto de preocupación. ¿Hay algo de lo que pueda decirse con certeza que es verdadero, o todo es vana ilusión del hombre? Rosalía duda de que la verdad exista:


   Creyó que era eterno tu reino en el alma,
y creyó tu esencia, esencia inmortal;
mas si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere,
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la Tierra,
¡no existes, Verdad!


(O. S. 335)                


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Mentira y verdad van tan unidas que el hombre es incapaz de distinguirlas; la verdad existe, pero el hombre jamás podrá tener la certeza de poseerla («De este mundo en la comedia», O. S. 389).

Y, si duda de la verdad, mucho más duda de la justicia, nombre vacío al que ningún hecho responde entre los hombres. ¿Y la justicia divina? Rosalía no la entiende. No entiende -lo hemos visto- que castigue al que, abrumado por el dolor, busca la muerte. No entiende tampoco que haya una expiación eterna para una falta momentánea:



   ¡Justicia de los hombres!, yo te busco
pero sólo te encuentro
en la «palabra», que tu nombre aplaude
mientras te niega tenazmente el «hecho».

   -Y tú, ¿dónde resides -me pregunto
con aflicción-, justicia de los cielos,
cuando el pecado es obra de un instante,
y durará la expiación terrible,
mientras dure el Infierno?


(O. S. 390)                


La guerra fue también motivo de reflexión. Sus palabras parecen dictadas primero por el ardor patriótico. Como en la canción de los partisanos franceses se dice: cuando un combatiente cae, otro viene a sustituirle para seguir luchando:


   Cayendo van los bravos combatientes
y más se aclaran cada vez las filas.
No lloréis, sin embargo;
en el vacío que los muertos dejan,
otros vendrán a proseguir la liza.


Pero acaba imponiéndose su dolor ante esos seres que mueren, muchas veces inútilmente:

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   ¡Vendrán!... Mas presto del vampiro odioso
destruid las guaridas,
si no queréis que los guerreros vuelvan
tristes y oscuros a morir sin gloria
antes de ver la patria redimida.


(O. C. 660-61)                


Y para terminar citemos unas palabras cuyo tono sigue siendo didáctico, pero en las que, contra su costumbre, parece aconsejar que se aprovechen las oportunidades de triunfar en el mundo:



   A las rubias envidias
porque naciste con color moreno,
y te parecen ellas blancos ángeles
que han bajado del Cielo.

   ¡Ah!, pues no olvides, niña,
y ten por cosa cierta,
que mucho más que un ángel siempre pudo
un demonio en la Tierra.


(O. S. 389)                


Así era Rosalía, así queda reflejada en estos poemas, más interesantes por lo que nos dan a conocer de su forma de pensar que por su valor poético. Desconfiada y acre, puritana a veces, llena de dignidad otras; modesta y orgullosa a un tiempo, antipática en ocasiones por su tono doctoral, por su condena sin paliativos de lo que juzga equivocado. Estos poemas contribuyen a aumentar el conocimiento de esta figura sobre la cual se han pasado por alto tantos detalles.



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