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Alegría y humor


Rosalía no estaba siempre triste. Esto es algo que casi llegamos a olvidar, que muchos olvidan. Es cierto que predominan en su obra los tintes sombríos, es cierto que su visión del mundo es en muchas ocasiones desoladora. Pero no siempre. Podíamos pensar que en Cantares gallegos Rosalía ha realizado un esfuerzo por salir de sí misma, por reír y cantar con el pueblo que ama. Pero no es así, o, por lo menos, ésa no es toda la verdad. A Rosalía, a veces, el mundo le parece un espectáculo divertido, y con gracia, o con humor, nos habla de él. Es cierto que su humor es con frecuencia la cobertura formal del dolor, una forma de hablar de cosas que duelen, echándoles encima el velo de la sonrisa, pero en muchas ocasiones vemos claramente cómo Rosalía se divierte con lo que está contando.

En Cantares gallegos predomina la visión optimista de la vida, y no faltan ejemplos de sana alegría. En Follas novas, más que alegría, hay humor. Vamos a ir viendo ambas actitudes.

La vieja mendiga habladora y sabia es tema que complace a Rosalía; nos la presenta con todo lujo de detalles y se extiende   —277→   en los largos discursos de la vieja, llenos de exclamaciones, de palabras halagadoras, de expresiones de agradecimiento. En el poema que comienza «-Dios bendiga todo, nena» (C. G. 28), nos presenta, a través de este personaje, una visión del mundo absolutamente optimista: cordialidad, simpatía, resignación, caridad, providencia...

Rosalía se divierte enfrentando a la costurera y a la santa en la glosa del cantar «Miña Santiña, miña Santasa» (C. G. 36). Una joven costurera le pide a una santa que le enseñe los puntos de la muiñeira. La costurerita desde el primer momento le habla a la santa con palabras halagadoras: «cara bonita» la llama, y le ofrece en préstamo sus pendientes y su collar. La santa le contesta, como una vecina malhumorada, gruñona y no muy bien educada, que se vaya a trabajar la tierra y se deje de bailes. Las palabras de la santa tienen un cierto desgarro popular y un desdén tan poco caritativo que más parecen de verdulera viva y coleante que de santa beatífica. No cabe duda de que Rosalía se está divirtiendo al crear una santa tan poco ortodoxa. Por su parte, la costurerita insiste en su empeño, pasando por alto con gran espíritu diplomático las palabras desdeñosas, hasta que, convencida de la inutilidad de sus ruegos, comienza ella también a insultarla:


-¡Ai, qué Santasa!
¡Ai, qué Santona!
Ollos de meiga,
cara de mona.


(C. G. 40)                


El poema entero respira gracia y demuestra una actitud optimista y divertida por parte de Rosalía, que se complace en los animados diálogos de tono popular.

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La misma actitud encontramos en el poema que comienza «Díxome nantronte o cura», que hemos citado al hablar del amor. Las cuitas de la joven enamorada y no correspondida, sus problemas morales a propósito de lo que el cura le dice, la expresión clara y sincera de su deseo, la evocación del mozo, feo para todas pero hermoso para ella, se cuentan con una mezcla de ternura, de burla cariñosa, de picardía. De nuevo Rosalía se divierte, se complace ante el espectáculo de la vida.

Picardía y ternura hay también en la glosa del cantar popular:


   San Antonio Bendito,
dádeme un home,
anque me mate,
anque me esfole.


(C. G. 65)                


Desarrolla en primer lugar la idea del cantar, el deseo de un hombre, la necesidad que la mujer tiene de él; pero fijémonos en que cambia el matiz de la petición popular y, en vez de pedir un hombre aunque sea malo («aunque me mate, aunque me arranque la piel»), pide un hombre aunque sea feo o contrahecho o pequeño:



   Meu santo San Antonio,
daime un homiño,
anque o tamaño teña
dun gran de millo.

   Daimo, meu santo,
anque os pes teña coxos,
mancos os brazos.


Para terminar, la joven cuenta lo que lleva en dote. Fijémonos con qué gracia y con qué optimismo se nos da la imagen de su penuria económica:

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   Que levo en dote
unha culler de ferro,
catro de boxe,

   un irmanciño novo
que xa ten dentes,
unha vaquiña vella
que non dá leite...


Puede haber amores no correspondidos, jovencitas pobres, pero la vida es algo que despierta una sonrisa.

Rosalía cambia la letra de un cantar popular para ofrecer una imagen amable al par que divertida de la estancia en el ejército, cumpliendo el servicio militar, de un mozo gallego. El cantar decía: «Si me tuveras amor / e me tuveras cariño, / escribírasme unha carta / nas alas dun paxariño». Rosalía suprime los dos versos iniciales, que implican una duda, y cambia el sentido de los dos restantes. Queda convertida la glosa en una carta imaginaria, verbal, donde el quinto le cuenta sus andanzas a la novia (C. G. 100). Después de haber presumido un poco con ingenua vanidad de su uniforme y de la admiración que despierta en otras mujeres, el mozo da rienda suelta a su saudade y mezcla a sus declaraciones de amor detalles y recuerdos de la vida cotidiana. Como en todos los poemas que estamos viendo, el mundo que aparece reflejado en éste es amable, tierno, esperanzador y divertido.

En el cuento de Vidal (C. G. 114) es un mundo donde, además, acaba imponiéndose la justicia: el pobre bueno es recompensado, y los malos avariciosos castigados por su mal corazón. Se trata de un cuento popular que Rosalía versificó. Narra la historia de un hombre muy pobre que vivía de la caridad pública en un pueblo rico y próspero. Sus vecinos le daban lo indispensable para vivir, pero nunca   —280→   lo invitaron a algo tan tradicional como a proba do porco. Cuando llega la matanza, los vecinos acostumbran a invitarse unos a otros; se regalan chorizo, morcillas, hígado o sangre, etc. El que recibe el regalo queda obligado a corresponder a su vez cuando hace la matanza. Pues bien, Vidal jamás participó de esa generosa costumbre: sus vecinos sabían que él no mataría cerdo y no podría corresponder. Pero la muerte de un pariente en las Américas convierte a Vidal en rico propietario y le da la oportunidad de vengarse. Mata un cerdo para él solito, prepara unas varas con morcillas y se lanza a peregrinar por el pueblo, diciendo ante cada casa:


   -¿Déronlle aquí morcillas a Vidal?
-¡Aquí non! -¡pois adiante co varal!


En Follas novas seguimos encontrando historias de este tipo, divertidas, tiernas, alegres, que transparentan una visión del mundo muy distinta a la que es habitual en este libro de madurez de la autora.

De nuevo nos encontramos con la vieja mendiga lista, que ahora no hace alarde de sabiduría sino de astucia: se finge sorda para conseguir todo lo que se propone. Tanto como su picardía nos sorprende su confianza en la vida, su apego a ella a pesar de la pobreza, su forma de disfrutar del presente despreocupándose del porvenir: una vez saciada y con lecho seguro, sólo piensa: «a dormir y que amanezca» (F. N. 253).

Es éste el único poema en que la alegría no se mezcla con gotas de humor amargo. Lo típico de Follas novas, más que la pura alegría, es el humor. Con gracia, logrando que nos divierta la historia, Rosalía habla de realidades que en el fondo son tristes. Así la historia del pobre Juan, oprimido por su mujer, que lleva una vida regalada mientras   —281→   él realiza todas las tareas domésticas. Rosalía se apresura a advertir lo excepcional del caso, ya que «no hay más que un atormentado entre mil que dan tormentos» (F. N. 262). Rebosa humor la historia de la vieja viuda que no quiere reunirse con su marido después de muerta. Se han odiado tanto en vida, que él murió por no verla y ella está dispuesta a ir al infierno si él se encuentra en el cielo. El humor está en que sucede lo contrario, la vieja se empeña en ir al cielo para huir de la odiada presencia del marido, que está en el infierno. San Pedro la manda ir al lado del esposo, y ella le contesta con palabras que no se refieren ya a su caso particular, sino que son una diatriba contra el matrimonio:


   -¡Poche, meu Santo San Pedro,
qué ben deixás conocer
que andiveches sempre ceibo,
que nunca foches casado
nin na terra ni no ceo!
Todiñalas comenencias
pra vos quixeches, ¡deño!


Los dardos del humor de Rosalía tuvieron como blanco el matrimonio varias veces. En realidad, lo que ataca es el tópico que considera el matrimonio como algo bueno en sí. La opinión suele proceder -piensa Rosalía- de los que no disfrutan de tan santa y buena institución. Ni los santos, ni los padres de la iglesia quisieron meter sus pies en «aqueses lodos» -argumenta sofísticamente, pues no ignora que hubo santos casados-. El matrimonio es una pesada cruz, es un dogal, una tentación del infierno, pero... hay que casarse porque -dice picarescamente- ¡no tener quien le caliente a uno los pies en el invierno!...:


Do direito, do rivés,
matrimonio, un dogal es;
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eres tentazón do inferno;
mais casaréi... pois no inverno
¡ non ter quen lle a un quente os pes...!


(F. N. 244)                


Las infidelidades amorosas se miran también, a veces, bajo el prisma del humor («Eu por vos e vos por outro», F. N. 216), poniendo de relieve la situación ridícula del marido que duerme confiadamente mientras su mujer abandona la casa, y la del enamorado platónico decidido a defender a la dama de los peligros nocturnos, hasta que se da cuenta de que ella va a una cita con otro hombre.

Y es con humor como Rosalía nos habla de una de las realidades más serias: su dolor de vivir, el dolor enraizado en lo íntimo de su ser y para el cual «no hay remedio entre los humanos» («Teño un mal que non ten cura», F. N. 245).

Su humor es a veces macabro; se imagina lo que sucederá cuando muera, y le divierte la idea de que, aunque no tenga dinero, tendrán que enterrarla:


Cando me poñan o hábito,
      si é que o levo;
cando me metan na caixa,
      si é que a teño;
cando o responso me canten,
si hai con qué pagarlle ós cregos,
e cando dentro da cova...
¡Que inda me leve San Pedro
se só o pensalo non río
con unha risa dos deños!
¡Que enterrar, han de enterrame
anque non lles den diñeiro...!


(F. N. 182)                


El interés de los clérigos, que sólo cantan responsos cuando les pagan, es tema repetido en Rosalía. Lo hemos visto   —283→   en el poema anterior comentado humorísticamente; en otras ocasiones su tono es serio, pero la crítica es semejante en ambos:


   E fíxolle él as honras,
mais tan só con xemidos e con bágoas;
crego non houbo ó rededor que á probe
o enterro de limosna lle cantara.


(F. N. 228)                


En el entierro del rico, por el contrario, no hay lágrimas ni gemidos, pero sí tañer de campanas y clérigos que cantan un réquiem soberbio («Todas las campanas con eco pausado», O. S. 361).

Su nacimiento irregular debió de crear problemas sociales a Rosalía, o por lo menos psicológicos. Con la agudeza de quien lo sufre en su propia carne, Rosalía percibe que la vergüenza sobre el origen es sentimiento muy común. Por unas razones u otras, el tema despierta recelos. Su sentido del humor la hace descubrir lo ridículo de una situación en la que nadie quiere darse por aludido:



   «É verdade que un pode
ser pior ou millor;
pero vir de bon tronco,
eso sempre foi bo.

   Teus pais eran xitanos,
e ti hoxe eres marqués,
mas que..., que ó fin i ó cabo
un ven de donde ven.

   Can fillo dun raposo,
que o teñan por leal,
que si non come os pitos
é que non poderá».
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   Esto cantaba un cego
na feira da Asunción,
e do seu cantar ríanse
todos que era un primor.

   I uns ós outros mirábanse
cal querendo decir:
«Rasqúese a quen lle proia,
que esto non vai pra min».


(F. N. 246-7)                


Vemos que el humor de Rosalía revierte frecuentemente sobre ella misma o sobre circunstancias que la afectan de cerca. Veamos cómo comenta su forma de versificar:


   Fas uns versos..., ¡ai qué versos!
Pois cal eles non vin outros,
todos empedreguilados
e de cotomelos todos,
parecen feitos adrede
para lerse a sopramocos.


(F. N. 247)                


No dice que se refiera a ella misma, pero así lo parece por las características de los versos: irregulares, pedregosos, llenos de altibajos, como un camino de la montaña. En otras ocasiones, donde ya no cabe duda de que se refiere a ella, dice que sus versos son hirsutos, como ramas secas, amargos, fieros. Creemos que unos y otros están en la misma línea, y lo que cambia es el tono. Aquí, humorísticamente, se burla de su falta de academicismo.

En Follas novas hay pobres, ya no resignados a su suerte como los de Cantares, sino deseosos de mejorar. Con la misma ingenua esperanza de la lechera clásica, una mujer hace planes sobre el futuro; el hombre, frente a ella, aconseja disfrutar del presente bebiéndose un cuartillo de vino («Teño tres pitas brancas», F. N. 206).

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En la tercera edición de Cantares gallegos, hecha en 1909, encontramos dos relatos humorísticos que sobrevivieron a la quema que Rosalía mandó hacer de sus inéditos poco antes de morir y que responden al mismo espíritu que anima los de su primera época.

Rosalía se divierte y nos divierte con la historia de la mujer holgazana, que se pasa la semana alabando a los santos y sólo trabaja un ratito el sábado por la noche. Su holgazanería es justamente castigada: muere sin tener una manta con que cubrirse (O. C. 381).

En el otro poema Rosalía nos presenta a dos viejos borrachines empeñados en averiguar quién tiene mejor vino. La vejez, que tantos y tan amargos versos inspiró a Rosalía, está tratada aquí humorísticamente: los viejos hablan de sus achaques, pero lo que queda de relieve es su gusto por el vino («compadre, desque un vai vello», O. C. 382).

En el primero de estos dos poemas Rosalía empleó varios elementos folklóricos: un dicho popular que va al comienzo y un cuento que incluye los argumentos de la mujer para no trabajar y su triste final52. Del segundo no conocemos la fuente folklórica. La no inclusión de estos poemas en la segunda edición de Cantares (1872) ni en Follas novas (1880) hace pensar que son posteriores y que quedaron inéditos por estar escrito en castellano el último libro de Rosalía. En Follas novas, en la parte subtitulada «Da Terra», hay relatos muy similares, entre los que no hubieran desentonado. Si son poemas posteriores a 1880, demostrarían el apego de Rosalía a esos relatos divertidos, alegres, que contrastan tan violentamente con la triste visión del mundo de su etapa final.

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En todo caso, estos poemas son bastante numerosos como para enriquecer la imagen de Rosalía con la gracia de una sonrisa que, si a veces es humorística, otras veces es de franca y serena alegría.



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