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Descripciones


Son muy abundantes las descripciones en la obra de Rosalía: ambientes, paisajes, personas, objetos, que en un momento dado captaron la atención del poeta, pasaron a sus páginas.

La actitud del poeta frente a la realidad exterior es distinta a medida que pasan los años. Sin establecer límites tajantes, podemos observar que en su primer libro, La Flor, las descripciones tienen una función predominantemente escenográfica: no hay retratos de personas; de ellas se nos da apenas un solo rasgo: los «lindos ojos de cielo» de Argelina, la «frente pálida» del joven de «El otoño de la vida» (O. C. 224). Sin embargo, se describe con todo lujo de detalles el ambiente: las nueve primeras estrofas del poema citado contienen la descripción de «una tarde de paz en el estío». Cuatro estrofas más de la segunda parte insisten en la descripción del ambiente. En «La rosa del Camposanto» (O. C. 230), no hay descripción de Inés ni de su amante; de ella sólo se menciona -y de pasada, ya que se está refiriendo al contraste de una flor con su pelo- su «negra cabellera». Pero hay   —486→   descripción típicamente romántica de una noche tormentosa, y de la calma posterior. En Cantares gallegos hay un claro predominio de descripciones ponderativas: el poeta se sitúa frente a la realidad en una actitud de asombro y admiración: el mundo que ve es hermoso. Pero Rosalía no nos da la descripción objetiva de ese mundo; no nos permite intervenir para juzgar de la belleza que nos transmite; nos comunica sólo su impresión de él, y nosotros accedemos a esa belleza a través de sus admirativas palabras. En Follas novas y En las orillas del Sar, la descripción, generalmente, es punto de partida para una reflexión. Rosalía observa algo que le llama la atención: unas nubes, por ejemplo (F. N. 175); nos dice cómo son, cómo se mueven. Después piensa que no sabe para dónde van, empujadas sin orden por el viento. Y, al final, que el viento las lleva como los años llevan nuestros ensueños y nuestra esperanza. En estos dos libros, otra característica frecuente de las descripciones es la mezcla de elementos descriptivos con elementos autobiográficos. «Na Catredal» (F. N. 176), «Amigos vellos» (F. N. 192), «Santa Escolástica» (O. S. 365), son ejemplo de esas descripciones en las que, al hablar de un objeto, Rosalía no puede evitar la referencia a su relación con él: a cuántas veces ha pasado por aquel lugar, ha repetido aquel gesto, ha pensado, deseado, suplicado; a cómo en otros tiempos... La catedral, como las calles de Compostela, como el paisaje de las orillas del Sar, son parte de su vida, y la mención de unos arrastra consigo la otra.

En las descripciones ambientales de la primera obra falta "color local". Son tópicas, literarias. El paisaje tiene como únicas características que permiten relacionarlo con una tierra concreta, la humedad y la verdura, sin las cuales para Rosalía no existe la belleza. Veamos unas estrofas de «El otoño de la vida»:

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   Una tarde de paz en el estío,
en que al sopor del caluroso ambiente
se mezclaba lo fresco del rocío.

   Hora en que el sol su brillantez perdía,
cubierto allá por las doradas nubes
donde, hermosas, sus luces escondía.

   Sembrada de azucenas y verdura,
selva en verdad de dilatado espacio,
convidaba al reposo y la tristura;

   y en la pálida sombra que extendían
las ramas de sus árboles frondosos,
misteriosas dulzuras se escondían.


(O. C. 224-25)                


La descripción se ajusta con bastante exactitud al tópico del locus amoenus. Pero esta clase de descripciones no están vinculadas a sus poemas primerizos. Reaparecen cuando a la poeta, más que un paisaje concreto, le interesa reflejar un ambiente de paz o alegría o felicidad que sirva de contraste al dolor humano:


Era nunha mañán do mes de maio
en que parés que os ánxeles cantaban,
mentras mánsalas brisas se queixaban
con amoroso laio;
en que o rego ó pasar polas curtiñas
non sei qué cousas mormuraba leve,
i o voar das inquietas anduriñas
que nos aires chiaban,
á vista dos nubeiros sabidores,
venturas e contentos agoiraba.


(F. N. 233)                


Vamos a ver varios ejemplos de descripciones ponderativas. Los trajes y adornos de las mozas, con su multicolor   —488→   variedad, atraen la atención del poeta, que se fija repetidamente en ellos:


   ¡Qué cofias tan brancas!
¡Qué panos con freco!
¡Qué dengues de grana!
¡Qué sintas!, ¡qué adresos!


(C. G. 23)                



   ¡Cántos dengues encarnados!
¡Cántas sintas amarelas!
¡Cántas cofias pranchadiñas
dende lonxe relumbrean...!


(C. G. 41)                


La multitud que acude a una romería despierta también el asombro del poeta, así como el adorno de las lanchas y barcos de vela:


¡Qué lanchas tan ben portadas
con aparellos de festa!
¡Qué botes tan feituquiños
con tan feituquiñas velas!


(C. G. 41)                


Una muchacha es descrita de este modo:


¡Qué feita, qué linda,
qué fresca, qué branca,
dou Dios á meniña
da verde montaña!


(C. G. 68)                


Veamos ahora cómo describe ponderativamente un paisaje:


¡Cántas frores silvestres nos valados,
qué festós e qué encaixes
primorosos de musgos e verduras;
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qué colorido, qué follax nos arbores
méntralas brisas mansamente corren,
coma alento dos ánxeles!


(F. N. 309)                


También un suceso puede ser descrito admirativamente. Así, todo lo que se refiere a la matanza del cerdo nos es referido en estilo ponderativo:


Cando dos porcos a matanza viña,
¡qué amabre chamuscar nas limpas eiras
ó despertar da fresca mañanciña...!
¡Qué alegre fumo antre olmos e figueiras
olendo a cocho polos aires viña!
¡Qué arremangar das nenas mondongueiras!
¡Qué ir e vir dende o banco hastra a cociña!
I aló no lar, ¡qué fogo!; ¡qué larada!;
¡qué rica e qué ben feita frixolada!


(C. G. 108)                


Dejando aparte las descripciones de La Flor, de clara influencia romántica, lo característico de Rosalía es la descripción subjetiva, ya sea ponderativa, ya sea como base de una reflexión posterior o entreverada de elementos autobiográficos. Las descripciones objetivas son escasísimas, y sólo podemos destacar algún fragmento dentro de contextos más amplios, en los que se prodigan las notas subjetivas. Así podemos citar la descripción del cerdo en el cuento de Vidal:


   Era curto de perna, o lombo neto,
do rabo hastra a cabeza redondiño,
i o coiro tan graxento reluxía
que mesmo de manteiga paresía.


(C. G. 112-13)                


O la descripción que de Marianiña enferma hace su madre al conde:

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-Señor, señor..., pouco andamos,
picade, por Dios, espuela,
que ó salir, á mañanciña,
n'había enfermos na aldea
si non era miña filla,
que tiña o color da terra,
i os pes coma a neve fríos,
i as manciñas coma cera,
i ó redor dos tristes ollos
unhas coma manchas negras.


(F. N. 205)                


Obsérvese cómo en lugar de decir ojeras se hace la descripción objetiva de éstas: «unas como manchas negras».

La descripción de la fiesta en una casa campesina, del poema «¡A probiña, que está xorda!» (F. N. 253), tiene una primera parte, en que se enumeran los invitados, con predominio de lo objetivo y que recuerda el estilo de inventario:


Un carballo arde no lume,
i arredor do lar se sentan
rapazas de alegres ollos,
abós de brancas gadellas,
vellas que inda rompen mangas
e tocan as castañetas;
os afiliados que a dona
i o dono tén pola aldea,
i os amigos i os cuñados,
os curmáns i a parentela
toda xunta, e máilo crego
i o zuruxano das bestas.
Un ceso ca súa zanfona
en compaña doutra cega
que, si ben lle dá ó pandeiro,
fai falar as castañetas;
un manco, un coxo, unha tola
i outros probes, que se sentan
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nun tallo, para dez posto
nun curruncho da lareira.


(F. N. 255)                


También la descripción de la comida es de las más objetivas de nuestra autora:


Matóuse un carneiro, grande
como un boi, e unha tenreira
como unha vaca, e gordiña
como unha cocha pequena.
Hai viño a Dios dar, un viño
do Ribeiro que é canela;
e para a xente de menos
haino tamén do da terra,
un pouco agriño, mais fresco
e sabroso como fresas.
Cocéuse unha gran fornada
de millo branco que albea,
con mistura de centeo
i unha pouca de manteiga.


(F. N. 256)                


Pero lo normal en Rosalía es que en la descripción los rasgos objetivos de la cosa vayan acompañados de comentarios de la poeta o de adjetivos valorativos. Ejemplo típico es la descripción del cementerio de Adina (F. N. 196), que reproducimos al hablar del adjetivo y del que citamos sólo unos versos:


O simiterio da Adina
n'hai duda que é encantador,
cos seus olivos escuros
de vella recordazón;
co seu chan de herbas e frores
lindas, cal no'outras dou Dios...


(F. N. 196)                


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Como ejemplo de descripción subjetiva de signo contrario a las ponderaciones que ya hemos visto podemos citar la de Castilla en el poema «Tristes recordos» (F. N. 228), en el que casi todos los elementos del paisaje van acompañados de adjetivos de valor o comentarios que indican el desagrado que inspiran al poeta:


Una tarde, ¡ouh, qué tristeza
me acometéu tan traidora,
véndome en tal aspereza!
[...]
Do largo pinar cansado
a negra mancha sin término,
do puebro o color queimado.
[...]
¡Adiós, pinares queimados!
¡Adiós, abrasadas terras
e cómaros desolados!...


En las descripciones de paisajes o ambientes al aire libre son muy abundantes las auditivas y las que se refieren a la sequedad o humedad de la atmósfera. Como las impresiones visuales son las más corrientes en toda descripción, voy a subrayar las otras que se encuentran en Rosalía:


   Con su murmurioapacible,
solita la fuente estaba,
bajo el castaño frondoso
que tiernamente la guarda.
Y estaba la verde hierba
toda cubierta de escarcha.


(O. C. 254)                



   Candente está la atmósfera:
explora el zorro la desierta vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina,
y el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa.


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Veamos ahora un fragmento en el que todas son impresiones auditivas:


En tanto os carros sin parar chirraban,
mentras ó seu compás os carreteiros
despaciosos cantaban;
e aquí a fonte corría,
alá nunha canteira resoaban,
metálicos, os picos dos pedreiros.
Máis preto, os cans ladraban
i antre a follax o vento rebullía
indo das encanadas ós outeiros...


(F. N. 265)                


Es curiosa la importancia de los sonidos en las descripciones paisajistas de Rosalía. Creo que no es ajena a ella la vocación musical de la poeta. El paisaje es un concierto de rumores y sonidos que podrían pasar inadvertidos -y de hecho pasan- para otra persona que no tenga el sentido del ritmo y el gusto por la música que tenía la autora. Observemos cómo los elementos auditivos de la descripción siguiente están percibidos como un conjunto armónico e incluso hay palabras pertenecientes al léxico musical: el fondo lo contituyen rumores de ciudad; sobre ellos se eleva el eco de una voz fresca y sonora de timbre virginal, el clamoroso y prolongado sonar de una campana, el ronco estruendo de la presa del molino y el compás de los golpes de la lavandera contra las piedras:


...brisas que ó rebuldar
por antre as follas, nas súas alas traen
romores de siudad,
eco dalgunha vos fresca e sonora
de timbre virxinal,
da campana da aldea o cramoroso
prolongado soar,
da presa do moíño o ronco estrondo,
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i o batidor compás
da lavandeira que cos brancos liños
contra unha pedra dá.


(F. N. 285)                


Los sonidos que aparecen en las descripciones de Rosalía son de dos clases. Unos, que podríamos llamar de fondo, que son los del viento y la lluvia, que suelen ser denominados rumores; otros, que podemos llamar sonidos particulares, y que son los emitidos por elementos del paisaje: por una fuente, un río, un carro, un animal, un molino, una persona. Rosalía percibe los sonidos de la naturaleza, aun en el caso de una naturaleza inverniza azotada por viento y lluvia, como un «discorde concierto, simpático a mi alma» (O. S. 343). Naturalmente, en este concierto el silencio tiene un gran valor, y así se destaca:


   Xordo silensio que eu xa conoso,
que é meu amigo de anos atrás.


(F. N. 192)                



   Miréi pola pechadura,
¡qué silensio..., qué pavor!...


(F. N. 198)                



   Imponente silencio  155
agobia la campiña.


(O. S. 322)                



   ...Aquel tan grato
silencio misterioso...


(O. S. 338)                



   ¡Cementerio de vivos!, murmuraba
yo al cruzar por las plazas silenciosas.


(O. S. 366)                


Si el conjunto de sonidos producidos por los elementos naturales es calificado de concierto, los producidos por los animalillos del campo son denominados serenatas;

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   Grilos e ralos, rans albariñas,
sapos e bichos de todas cras,
mentras o lonxe cantan os carros,
¡qué serenatas tan amorosas
nos nosos campos sempre nos dan!


(F. N. 174-5)                


En las descripciones de paisajes, Rosalía usa preferentemente una técnica selectiva: señala unos cuantos elementos que producen una determinada impresión. Es decir, no acumulación de detalles, sino selección:


Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente, rústico y sencillo,
completando tan grata soledad.


(O. S. 323)                



Antre as pedras, alelises,
antre os toxos, campanillas,
por antre os musgos, violas,
regos por antre as curtinas.
Río abaixo está o moíño,
Compostela río arriba...
Río arriba ou río abaixo,
todo é calma na campía.


(F. N. 273)                


La luz tiene gran importancia en las descripciones de paisajes. Y a la luz clara del sol o uniforme de la luna prefiere los claroscuros, los contrastes, los brillos y reflejos indirectos. Rayos de sol que se quiebran entre árboles frondosos, ríos y fuentes o copas de árboles que recogen el último destello de esa luz; caminos que relumbran...


Mentras tanto, o sol da tarde
tras dos pinares se deita,
i aluma con tristes raios
as sombrisas arboredas.
[...]
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Aquí fonte, alí regato,
a iaugua brila antre as herbas,
color de ouro, que o postreiro
raio de sol fire nelas.


(F. N. 254)                


Un camino se describe de la forma siguiente:


Istreitiño sarpentea
antre prados e nabals
i anda ó feito, aquí escondido,
relumbrando máis alá.
Mais sempre, sempre tentándome
co seu lindo crarear.


(F. N. 295)                


Y de las aguas de un río dice:


Por antre os herbales,
profunda e sombrisa,
cal unha serpente
de escamas bruñidas,
brilaba ós meus ollos
dándome cobiza.


(F. N. 302)                


De una calle compostelana se destacan los contrastes de luz y sombra con sentido pictórico, pues los llama manchas:


   Atrás quedaba aquella calle adusta,
camino de los frailes y los muertos,
siempre vacía y misteriosa siempre,
con sus manchas de sombra gigantescas
y sus claros de luz, que hacen más triste
su soledad y que los ojos hieren.


(O. S. 367)                


En alguna descripción encontramos una técnica narrativa similar a la que en cine se llama travelling: un acercamiento   —497→   progresivo al objeto, del que cada vez se perciben más claramente los detalles. Así, al hablar del pazo de Arretén, vamos viendo el monte, la aldea, el caserón, el árbol que da sombra a las ventanas, la escalera... el interior del edificio se sugiere por la alusión a la soledad y, finalmente, un giro hacia arriba para ver las sombras que caen sobre la casa:


O pe do monte, maxestuoso, erguíase
na aldea escura o caserón querido,
ca oliva centenaria
de cortinax ó ventanil servindo.
Deserta a escalinata,
soio o paterno niño,
e enriba del caendo misteriosas
coas sombras do crepúsculo, as do olvido.


(F. N. 189)                


Al hablar de los pinos hace una breve descripción de abajo arriba, para continuar inmediatamente de arriba abajo: los pinos suben hacia el cielo y desde el cielo desciende la bruma que los cubre:


   ...van en ondas subiendo hacia el cielo
los pinos del monte.
De la altura la bruma desciende
y envuelve las copas.


(O. S. 318)                


En una descripción de los contornos del río Sar se fija en una fuente y va siguiendo su trayectoria a través del monte, la división en arroyos, hasta fundirse en el río:


Del antiguo camino a lo largo,
ya un pinar, ya una fuente aparece
que brotando en la peña musgosa
con estrépito al valle desciende;
y brillando del sol a los rayos
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entre un mar de verdura se pierde,
dividiéndose en limpios arroyos
que dan vida a las flores silvestres
y en el Sar se confunden: el río,
que, cual niño que plácido duerme,
reflejando el azul de los cielos,
lento corre en la fronda a esconderse.


(O. S. 334-5)                


En los retratos de personas observamos la casi total ausencia de rasgos físicos concretos. Los que aparecen se refieren, exclusivamente, a la esbeltez del cuerpo, al color y calidad de los cabellos (suaves, como seda, como oro...), de los ojos, y a los colores de la cara (palidez, mejillas sonrosadas, etc.). A veces el retrato de un personaje del poema lo hace otro personaje del mismo, que con sus palabras se retrata también a sí mismo. Así la clase social de Marianiña, su ascendencia campesina y humilde, queda de relieve en el retrato que nos hace del conde que la sedujo:


-¡Ai, mi madre! Era bonito
coma os anxos das igresias;
era en falas amoroso,
muito, muito máis que as sedas;
era doce..., muito, muito
máis que a mel que sai da cera.
Olía a rosas de maio,
seus ollos eran estrelas,
e tiña cal ouro puro
a enrisada cabeleira...


(F. N. 202-3)                


Fijémonos en que se nos dan como datos objetivos, más o menos magnificados por las comparaciones, el color y la forma de los cabellos, el brillo de los ojos y el olor. Antes se ha dado la impresión general: «bonito como los ángeles de las iglesias», y se han señalado dos rasgos de su actuación: que es amoroso en su hablar y que es dulce.

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Es muy frecuente que Rosalía suprima casi totalmente los rasgos objetivos y nos dé la impresión que produce la persona. Así, de una joven se dirá que parece una nube:


   ...meniña morena,
de branco vestida,
nubiña parece
no monte perdida.


(C. G. 67)                


O que parece un ángel:


   ...tendídalas puntas
do paño de seda,
as alas dun ánxel
de lonxe semellan.


(C. G. 67)                


Y también es frecuente que describa al personaje por sus acciones, haciendo así un retrato moral. Es el caso de la mujer holgazana del cantar XXXVI, de los personajes que aparecen en «Non che digo nada...» (C. G. 88), o el de Xan:


Xan vai coller leña ó monte,
Xan vai a componer cestos,
Xan vai a podalas viñas,
Xan vai a apañalo esterco,
e leva o fol ó muiño,
e trai o estrume ó cortello,
e vai á fonte por augua,
e vai a misa cos nenos,
e fai o leito i o caldo...
Xan, en fin, é un Xan compreto.


(F. N. 262)                


A veces, mediante la descripción de un gesto consigue un breve y rápido retrato de gran expresividad. Así, del niño pobre, recoge la forma en que apoya en el suelo sus pies   —500→   descalzos, heridos por el frío. Una comparación completa el efecto de la breve descripción:


Farrapento e descalzo, nas pedras
os probes peíños,
que as xiadas do invernó lañaron,
apousa indeciso;
pois parés que llos cortan coitelos
de aceirados fíos.


(F. N. 247)                


En el poema que comienza «De sóidas morríase, / na vila sospirando pola aldea», nos hace el retrato de una mujer campesina, Rosa, ejemplar típico de la morriña, a base de reproducir las sensaciones que en ella produce la ciudad.

Resumiendo los datos más señalados de cuanto hemos expuesto, diremos que en las descripciones hay un absoluto predominio de la subjetividad sobre lo objetivo y que en la selección de los elementos que hace el poeta se advierte el sentido musical, que también se revela en el ritmo de sus versos y en las combinaciones estróficas tantas veces calificadas de extrañas.



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