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La presencia de Hoffmann en el Romanticismo español1

Enrique Rubio Cremades





Alcalá Galiano, en su prólogo al Moro Expósito, año 1834 (III, XI), establecía como un factor determinante en el Romanticismo español la influencia alemana, la primera de todas en el orden cronológico existente en el romanticismo español. Evidentemente, los hermanos Schlegel, Goethe, Schiller, Kotzebue, entre otros muchos, fueron objeto de comentarios y defensas tanto en las publicaciones afines al romanticismo español como en aquellas cuyos contenidos discrepaban de la nueva corriente estética. El llamado grupo de Heidelberg -Hoffmann, Uhland, Corner, Heine, Arnim...-, influiría y popularizaría en España el gusto por las narraciones sobrenaturales y de carácter fantástico durante las primeras décadas del siglo XIX, tal como se constata en publicaciones como Minerva o el Revisor General (1817)2 o El Correo Literario y Mercantil (1828)3, que durante los años 1817 y 1818 incluyen entre sus páginas relatos cuyo contenido refieren al lector hechos o sucesos sobrenaturales. Sin embargo, la mayor popularidad de Hoffmann se produciría durante los inicios de la década de los años treinta, a raíz de un texto de W. Scott en el que se analizaba la vida y obra de E. T. A. Hoffmann -Ensayo sobre el uso de lo maravilloso en el romance (1830)- y de la inclusión de un relato suyo en la célebre colección de Eugenio de Ochoa Horas de Invierno (1836-1837).

En esta misma década, año 1839, se publicarían sus Cuentos fantásticos, como un claro refrendo a su popularidad, pues, tal como se constata en la prensa de esta época, Hoffmann era el representante más genuino del cuento fantástico. Así, por ejemplo, el Semanario Pintoresco Español incluyó entre sus páginas numerosos cuentos tanto para englobar las narraciones versificadas como para los relatos breves en prosa, cuyo carácter popular, legendario o fantástico era evidente, identificándose estos últimos -los escritos por Hoffmann- con las leyendas y baladas. En 1839 la imprenta de Yenes publicaba los cuentos fantásticos de Hoffmann en dos volúmenes traducidos por D. Cayetano Cortés (1839) y, al instante, 21 de abril de 1839, el Semanario Pintoresco Español elogiaba no sólo la excelente traducción4, sino que también alababa la selección por tratarse de una magnífica relación de cuentos:

«[...] injusto fuera no hacer la correspondiente mención a los Cuentos de Hoffman (sic) que tan esmerada y correctamente acaba de traducir al castellano D. Cayetano Cortés y cuyo juicio merecería un razonado análisis ajeno por desgracia de los estrechos límites de este artículo. Sin embargo, no dejaremos de decir que los cuatro cuentos publicados en dos tomos, a saber: Aventuras de la noche de San Silvestre, Salvador Rosa, Maese Martín y Mariano Falieri están llenos de invención, de verdad, de gracia y de misterio y que los amantes de la bella literatura en nuestro país encontrarán en ellos un género de impresiones enteramente nuevo y un campo desconocido de imaginación y belleza. Recomendamos pues la lectura de tan interesante obra porque la reputamos como un precioso adorno de nuestra literatura».


(Anónimo 1839, 128)                


Clemente Díaz, asiduo colaborador del Semanario Pintoresco Español y reputado costumbrista que escribió en dicha revista relaciones o escenas en donde lo maravilloso y sepulcral ocupa un lugar privilegiado -El baile de las ánimas, Costumbres provinciales. ¡¡¡Un muerto!!!...- afirmaba en su relato Un cuento de viejas, adornado con grabados de L. Alenza, que Hoffmann era un escritor vivo, actual, pues

«[...] ni Goya pudo imaginar en sus ratos de inspiración un grupo tan pintoresco como el que formaba esta Colección de entes atezados y miserables; Ni Hoffmann en sus momentos de embriaguez, soñar tamaños abortos como los que narró a su auditorio la respetable posadera con una gravedad doctoral».


(Díaz 1840, 3)                


Sin embargo esta vigencia de los cuentos de Hoffmann era motivo de censura y amonestación para un sector amplio de la crítica, pues se analizaba con dispar criterio sus cuentos fantásticos y lúgubres. Era evidente que se trataba de una moda que hacía furor entre los más jóvenes, convirtiéndose esta modalidad cuentística en uno de los rasgos más peculiares del Romanticismo. La censura que mayor efecto tuvo en su tiempo nació, precisamente, del director del Semanario Pintoresco Español a raíz del célebre artículo El Romanticismo y los románticos. Mesonero Romanos introduce, precisamente, dos jóvenes embelesados por la escuela romántica, cuyos principales elementos y contenidos dramáticos consistían en tejer una historia de amor en la que no faltaban verdugos, crímenes, venenos, panteones, cementerios y personajes de índole dispar en donde se entrecruzaba la presencia de un dux o archiduquesa con un boticario y un sereno de barrio. Con esta relación de elementos cualquier joven atrevido podía tejer un drama romántico. De hecho, el personaje de El Curioso Parlante, su sobrino, confeccionará sus célebres creaciones que, sin lugar a dudas, le inmortalizarían para siempre. A pesar de los insistentes consejos dados al joven para que siguiera sus estudios y abandonara sus locas ideas románticas, éste con especial frenesí buscará sublimes inspiraciones con el objeto, sin duda, de formar su carácter tétrico y sepulcral. Como indica el propio Mesonero, su sobrino recorría

«día y noche los cementerios y escuelas anatómicas, aprendió el lenguaje de los búhos y de las lechuzas; encaramase a las peñas escarpadas, y se perdió en la espesura de los bosques; interrogó a las ruinas de los monasterios, examinó la ponzoñosa virtud de las plantas e hizo experiencia en algunos animales en el filo de su cuchilla y de los convulsos movimientos de la muerte. Trocó los libros que yo le recomendaba, los Cervantes, los Solís, los Quevedos, los Saavedras, los Moretos, Meléndez y Moratines por los Hugos y Dumas, los Balzacs, los Sands y Souliés; rebutió la mollera en todas las encantadoras fantasías de Lord Byron, y de los tétricos cuadros de d'Arlincourt; no se le escapó un solo de los abortos teatrales de Ducange, ni de los fantásticos ensueños de Hoffman (sic), y en los ratos en que menos propenso estaba a la melancolía, entreteníase en estudiar la craneoscopía del Doctor Gall, o las Meditaciones de Volney».


(Mesonero Romanos 1837, 282)                


Es evidente que alma tan romántica, absorta en personajes, en figuras de capuz y de siniestros bultos, sólo podría ser correspondida por una joven inmersa también en la lectura de las narraciones fantásticas de Hoffmann u otras del mismo corte que las anteriormente citadas. Esta influencia perniciosa denunciada por Mesonero en su artículo tendrá feliz acogida en años posteriores. Así, por ejemplo, José María de Andueza desde las páginas del Semanario Pintoresco Español analizará las ideas perniciosas existentes entre los jóvenes escritores, entre una juventud que se ha vuelto loca por la lectura de narraciones lúgubres plagadas de tétricas escenas:

«[...] no pueden ofrecer a la ansiedad pública un cúmulo de horrores semejantes a los de Han de Islandia, ni hacer soñar a nuestras impresionables damas con sudarios blancos, relojes de arena y máquinas de madera dotadas de vida por el galvanismo a imitación de los desesperados y tétricos vapores novelescos que acertó a formar la infeliz imaginación del pobre Hoffmann».


(Andueza 1851, 221)                


Precisamente, el nacimiento de determinadas revistas románticas fue motivado por la visión negativa que de esta juventud se tenía. Ambiente archiconocido en la época y que provocaría la aparición, por ejemplo, de la publicación No me olvides, que inició su singladura periodística el 7 de mayo de 1837. Su director, Jacinto de Salas y Quiroga, incluye un escrito al frente del primer número que intenta rebatir la perniciosa visión que del joven romántico se tiene entre determinados lectores y críticos en el inicio del segundo tercio del siglo XIX. Salas y Quiroga tiene un claro propósito: «Vengar a la escuela llamada romántica de la calumnia que se ha alzado sobre su frente y que hace interpretar tan mal el fin a que tiende y los medios de que se vale para conseguirlo» (1837, 1). Desde las páginas de esta publicación, a pesar de denunciar los extremos de determinadas creaciones literarias plagadas de espectros y cadalsos, se elogiará a Hoffmann, considerándole como escritor modélico y sin parangón. Así, en el artículo «Thorwaldsen, célebre escultor contemporáneo», el autor anónimo de dicho artículo, tras elogiarle y considerarle un auténtico maestro de gran reputación europea, lo compara, entre otros, con Hoffmann: «Thorwaldsen es en el día uno de esos nombres como lo han sido Goethe, David, Thalma, Byron, Hoffmann, Cuvier» (1837, 5).

Hoffmann está también presente en los inicios literarios de escritores españoles del siglo XIX que configuran el canon literario de dicho siglo. Así, por ejemplo, Valera analiza no sólo la presencia de Hoffmann en España, sino también la difusión que dicho autor y otros escritores de su generación llevaron a cabo de nuestra literatura áurea en Alemania. Valera, al igual que otros muchos escritores de su generación, leería a Hoffmann en su etapa juvenil, tal como confiesa en una carta dirigida a Luis Ramírez de las Casas Deza el 5 de enero de 1836:

«Ya de doce a trece años había leído a Voltaire y presumía del sprit fort, si bien me asustaba cuando estaba a oscuras y temía que me cogiese el diablo. El romanticismo, las leyendas de Zorrilla y todos asombros, espectros, brujas y aparecidos de Shakespeare, Hoffmann y Scott reñían en mi alma una ruda pelea con el volteranismo, los estudios clásicos y la afición a los héroes gentiles».


(2003, II, 33)                


En su estudio «Sobre la historia de la literatura española en la Edad Media» (1961, 250-253), con motivo del libro de Fernando Wolf Studien zur Geschichte der spanischen und portugiesischen Nacional Literatur publicado en Berlín en el año 18595, analiza la interrelación literaria existente entre España y Alemania. Valera manifiesta su orgullo desmedido y su agradecimiento por el análisis que los alemanes del segundo tercio del siglo XIX realizaron sobre nuestra literatura, a diferencia del desdén que mostraron los escritores franceses. Para Valera es evidente que la crítica alemana y sus creadores más representativos han contribuido en gran manera al conocimiento de la literatura española entre los alemanes: «Herder, Hoffmann, Schelegel, Geibel y otros muchos han traducido con elegancia poesías españolas. En varios de ellos es notable la exactitud» (Valera 1961, II, 146). Hoffmann forma parte también de un elenco de escritores alemanes que influyeron en los autores españoles. Por ejemplo, en su artículo «Cuentos y fábulas, de Juan Eugenio Hartzenbusch», publicado el 3 de abril de 1861 en El Contemporáneo, compara a Hartzenbusch con Hofmann a raíz de la publicación del cuento La hermosura por castigo, uno de los relatos más logrados, originales y fantásticos en el sentir de Valera.

La dramaturgia del Siglo de Oro y el análisis que del donjuán lleva a cabo Valera en su artículo «Sobre el Discurso acerca del drama religioso español, antes y después de Lope de Vega, escrito por Manuel Cañete» (Valera 1862), cita de nuevo a Hoffmann como escritor señero en su tratamiento a la

«[...] maravillosa y poética figura de Don Juan Tenorio y de su carácter trazado con mano firme y maestra por Tirso de Molina y levantado por él sobre las tablas del teatro español para que sirviese de jamás bien imitado modelo a poetas de todas las naciones. ¿Qué hemos de decir nosotros que no esté ya dicho? Byron, en Inglaterra; en Francia, Molière y Tomás Corneille; en Alemania, Hoffmann; en Rusia, Puschkin, y en estas mismas, así como en otras naciones, otra infinidad de novelistas y de autores dramáticos, han llevado su héroe de Don Juan».


(Valera 1961, II, 238)                


La difusión de la dramaturgia áurea en España y, especialmente, en Alemania corre siempre a cargo de Hoffmann en el sentir de Valera. Años más tarde, el 22 de diciembre de 1892, en un artículo publicado en La Ilustración Española y Americana -«El Niño de la Bola y Curro Vargas»- en el que defiende al autor de la zarzuela, Curro Vargas, acusado de haber plagiado El Niño de la Bola, de Alarcón, insistirá de nuevo en la difusión de la obra de Tirso en Alemania, correspondiendo siempre dicho mérito y honor al propio Hoffmann. En el sentir de Valera, Hoffmann fue uno de los escritores más importantes en la difusión del buen nombre y gloria de la literatura española en Alemania. En una relación aquilatada de nombres que llevaron a cabo esta misión figura Hoffmann como escritor señero en la difusión de los romances durante la primera mitad del siglo XIX en Alemania: «Herder traduce el Romancero del Cid; Bülow, La Celestina; Huber, Wolf, Hofmann y Depping, comentan, recopilan, ponen en las nubes y dan a la estampa nuestros romances [...]» (1961, 397). Reflexiones de Valera vertidas en su artículo «El doctor Fastenrath», publicado en la Revista de España el 13 de febrero de 1870, que se circunscriben no sólo al ámbito de la difusión o transmisión a otras culturas, sino también a la interrelación y concomitancias existentes entre el creador Hoffmann y escritores españoles, como la relación existente entre Ros de Olano y el propio Hoffmann. Para Valera los personajes misteriosos y los lances extraños que configuran determinados relatos de Ros de Olano -El diablo las carga, El ánima de mi madre, El doctor Lañuela- están tejidos mediante las «sutilezas de estilo de los ensueños de Quevedo con la extravagante virtud de Hoffmann» (1961-1212)6. Es evidente que existen matices diferenciadores, pues en el escritor alemán se percibe con nitidez la atmósfera fantástica y mágica, la imaginación creadora llevada al extremo, lo fabuloso del asunto, mientras que Ros de Olano parte de una premisa fundamental, la expresión, la descripción de un ambiente mágico en el que se entrecruzan la realidad y la pesadilla7.

Las concomitancias o posibles influencias de Hoffmann en la literatura española se perciben con nitidez en específicas creaciones literaria del siglo XIX, como en el caso del relato en verso de Zorrilla Una repetición de Losada, cuyo contenido se asemeja a un folletín plagado de acontecimientos y lances misteriosos. Influencia también de Hoffmann en la leyenda La pasionaria, definida por el propio Zorrilla como «cuento fantástico» cuyo tema fundamental es la historia de una relación amorosa frustrada entre un español perteneciente a la nobleza y una joven de humilde condición. Pablo Piferrer en sus últimas composiciones populares y tradicionales siente una especial predisposición por la literatura germánica, por su tono nórdico y cierta vaguedad que recuerdan las composiciones del alemán Uland y las del propio Hoffmann. En esta sucinta visión de la influencia de Hoffmann en la literatura española no podía faltar el nombre de Bécquer, pues sus cuentos fantásticos formarían parte de sus lecturas juveniles, al lado de Chateaubriand, D'Arlincourt, Lamartine, Byron, Espronceda... También incidirían en Bécquer determinadas obras debidas a escritores germánicos y, aunque es un tema de gran interés, por espacio de tiempo prescindimos de las referencias críticas publicadas hasta el momento presente, aunque sí indicar que entre ambos escritores existen un tema coincidente en ciertos relatos, como el de la búsqueda angustiada de la mujer ideal, cuya dificultad es patente para ambos.

La presencia de Hoffmann en España no alcanzó nunca las cotas de popularidad que en otros países europeos. Valera indica en sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas que Hoffmann fue «el escritor alemán que más contribuyó al nacimiento del romanticismo en Francia» (1961, II, 669), circunstancia, evidentemente, que no se dio en España, aunque sí se apreciara por parte de la crítica de mediados del siglo XIX su incidencia, influjo e interés por el escritor alemán. Desde la primera traducción llevada a cabo por Ochoa para la colección Horas de invierno (1837) hasta el momento presente se puede afirmar que si bien las ediciones de Hoffmann en España no han sido copiosas, sí, al menos, han ocupado un cierto interés por parte del mundo editorial. Recordemos, por ejemplo, la titulada Cuentos fantásticos debida a Cayetano Cortés que incluía los relatos Aventuras de la noche de San Silvestre, Salvador Rosa, Maese Martín el tonelero y sus oficiales y Mariano Fallieri. En el año 1841 se tradujo El Mayorazgo (Hoffmann 1841), en 1843 se tradujo, igualmente, Los maestros cantores (Hoffmann 1843) y en 1854 y 1847 se editaron, respectivamente, los titulados Fascinación (Hoffmann 1845) y las Obras Completas. Cuentos fantásticos en un total de cuatro volúmenes ilustrados con láminas en acero por Antonio Roca (Hoffmann 1847), celebérrimo grabador que ocupa un lugar señero en la historia del grabado español. Sus láminas eran consideradas auténticas obras de arte y se encartaban en ejemplares de gran relieve como en la Historia Universal, de César Cantú, o la Historia de Cataluña, de Balaguer. La presencia de A. Roca como grabador en la Obras Completas de Hoffmann sería también un dato digno de tener en cuenta, pues contribuiría al éxito editorial de la obra. En el año 1848 se volvió a reeditar Fascinación en un volumen en el que también se incluiría la obra de Victor Hugo titulada Los amores del hermoso Picopin (Hoffmann 1848).

La suerte de Hoffmann en la segunda mitad del siglo XIX corrió pareja a la de la primera mitad de dicho siglo. En el año 1880 se editaron El violín de Cremona, El Maestro Martín y sus mancebos, Don Giovanni y Afortunado en el juego [1880]. Años más tarde, la edición de los Cuentos fantásticos llevada a cabo por la editorial Arte y Letras en el año 1887 se reimprimiría en varias ocasiones, siendo considerada por la crítica como una edición modélica. Del escrutinio realizado en torno a los títulos de los cuentos de Hoffmann8 podemos señalar que los titulados Maese Martín el tonelero, El Mayorazgo, Los maestros cantores y Aventuras de la noche de San Silvestre son los más difundidos. En todos ellos, incluidos el resto de los cuentos citados, subyace con harta frecuencia un humorismo burlón, apariciones maravillosas, espectros y episodios fantásticos. La capacidad de invención de Hoffmann es fabulosa. Lo perverso le fascina y lo diabólico le seduce hasta límites insospechados. La tradición nutre sus creaciones literarias. Sus relatos, como en aquellos cuentos sobrecogedores y macabros, introducen al lector en un mundo terrorífico. Su pasión por los fenómenos misteriosos, por lo onírico, por el magnetismo, así como su interés por lo siniestro, por la brujería y magia, inciden de forma persistente en sus relatos. Un mundo de alucinaciones, de pesadillas, en donde se entrecruzan amores fantásticos y destinos inciertos. Mesonero Romanos supo captar todos estos excesos de la fantasía en su artículo El Romanticismo y los románticos, consciente del interés de un determinado sector de lectores por este tipo de lecturas plagadas de hechos fantásticos y sobrenaturales. Hechos que transcurridas varias generaciones ofrece las mismas connotaciones e idéntica intencionalidad: sobrecoger mediante el terror a la persona que realiza la lectura de los cuentos de Hoffmann.






Referencias bibliográficas

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