Libertad de cultos.- La promulgación de la ley no fue hecha
por el Ejecutivo.- Cómo ha quedado redactado el
artículo 4.º Personal de conventos y seminarios.-
Faltan a la Iglesia honores y riquezas.- Las familias
aristocráticas de Lima no dan sus hijos para el sacerdocio.-
El clero secular.- Un soplo de indiferencia pasa sobre la fuente
sagrada de donde manan los consuelos de la misericordia y de la
bienaventuranza.- Delicias y dulzuras de la religión.-
Aspiramos a morir en su seno.- La beata ha perdido su
espíritu fuerte.- Pocas gentes acompañan las
procesiones.- El Señor de los Milagros y el Señor del
Viernes Santo.- Débil influencia de la palabra del sacerdote
en la sociedad.- Espíritu de mansedumbre y de
conciliación.- La Unión Católica.-
Discreción de los prelados que gobiernan la Iglesia.- El
culto en provincias.- Curas y feligreses.- Atropellos que
éstos cometen contra aquellos.- El Obispo peruano, su virtud
y dedicación.- Prudencia, sagacidad, paciencia y tolerancia
que necesitan para remediar las cosas.- Pueblos embrutecidos por el
alcohol, el fornicio, el aislamiento, la ociosidad, el fanatismo y
la superstición.- Curas buenos y curas malos. Obispos
exaltados y obispos civilizadores.- Excomuniones y pretextos para
desórdenes.- El fanatismo popular y la Santa Isabel Miranda
de Monsefú.- Milagros y predicaciones.- El Señor
crucificado del Prado que sudaba.- La Iglesia evangelista
—199→
en el Perú.- Atentados que se cometen contra los
protestantes.- Su labor cívica y moral.- Combaten el
alcoholismo.- Inspirado artículo del padre Vélez, de
la comunidad agustina de Lima.
Sin agitaciones,
sin combates violentos, sin escándalos públicos,
quedó aprobado en 1915, por ley del Estado, la tolerancia de
cultos. Este acuerdo por el cual fue suprimido el final del
artículo 4.º de la Constitución, que no
permitía el ejercicio público de ninguna otra
religión que no fuera la del Estado, hirió el
sentimiento católico.
La
promulgación de la ley no fue hecha por el Ejecutivo. Hubo
de serlo por el Congreso en medio de las protestas de numerosas
señoras que concurrieron a la galería.
Con anterioridad a
esta ley y aun a la constitución de 1860, ya existía
en Bellavista un cementerio protestante con capilla y
clérigo de la misma religión. También
existía en Lima un templo evangelista, templo al que
concurrieron con carácter oficial el ministro de Relaciones
Exteriores y el edecán del jefe del Estado, con motivo de
haberse celebrado un servicio fúnebre en 1911 en memoria del
rey Eduardo.
El artículo
4.º de la Constitución decía: La Nación
profesa la religión católica, apostólica y
romana, el Estado la protege y no permite el ejercicio
público de ninguna otra.
Pasaron en el
Perú los tiempos en que la Iglesia, maestra de
civilización y de verdadera soberanía, hubo de
inmiscuirse en el gobierno temporal y en la marcha política
de la Nación. Aquella Iglesia rica ayer más que
ninguna otra institución en personal eminente y distinguido,
y cuya poderosa —200→
influencia social estaba apoyada en el prestigio de su
autoridad y en el de sus privilegios, ya no es lo que fue.
La mudanza de los
tiempos, el nuevo rumbo de las aspiraciones y de las ideas en la
múltiple variedad de necesidades y conveniencias, fueron
disminuyendo gradualmente el número de los que se
consagraban y que en otro tiempo ascendían a miles de
personas de ambos sexos en conventos, monasterios, cofradías
y beaterios, en calidad de frailes, monjas, novicios, beatos,
donadas, hermanos, criados y educandas. Muy pocos en el Perú
quieren hoy servir a Dios en el sacerdocio, y siendo tan escaso el
número de eclesiásticos, ha sido necesario proveer
curatos y capellanías con sacerdotes extranjeros enviados
casi siempre con garantías de rectitud, de
ilustración y de cultura.
El elemento para
los seminarios viene en su mayor parte de la sierra, salido a veces
de clases ínfimas en calidad fisiológica y social.
Allá son más frecuentes las vocaciones al sacerdocio,
menos contrariadas y más alentadas que en Lima.
¡Qué pocos rostros de aspecto distinguido se observan
al pasar revista a los seminaristas del Perú en los
días en que salen a las procesiones!
Faltando a la
Iglesia los honores, las riquezas y hasta el renombre en sus
más prominentes miembros de que gozó en el pasado,
ninguna familia de esas que se llaman aristocráticas y
católicas, ni siquiera las de clase modesta y media,
insinúa a sus hijos la carrera del sacerdocio.
El clero secular,
aquel que ocupa las canonjías y otras prebendas
eclesiástica, hállase en buenas condiciones de
cultura y superioridad social; mas son tan pocos los que
descuellan, que el Gobierno se ve en dificultades cuando necesita
—201→
presentar terna doble al Congreso para la elección de
un obispo.
Decaída la
Iglesia peruana, venido a menos el vigor de la fe, los arranques de
la piedad y las impulsiones del entusiasmo no se estrellan ya
contra la impenitencia y la indisciplina ni son motivo de
provocaciones contrarias a las ideas que caracterizaron la lucha
religiosa de los pasados días. Un soplo de indiferencia pasa
sobre la fuente sagrada de donde manan los consuelos de la
misericordia y de la bienaventuranza eterna. Los que hemos nacido
en el favor de la Gracia Divina, los que hemos sido testigos de su
influencia en los hogares de antaño, los que damos
todavía calor en lo más recóndito de nuestros
corazones a las delicias y dulzuras de la religión, miramos
con profunda pena la manera lenta como se va ese mundo espiritual,
esa fuente que impresionó nuestra alma en los primeros
años de nuestra vida y en cuyo ambiente sagrado y
dulcísimo deseamos morir.
La beata ha
perdido el espíritu fuerte que la caracterizó en los
tiempos pasados. Ya no existe nada parecido a la Peta descrita en
la novela «La Ciudad de los Reyes». Vive poco en la
iglesia, no usa hábito ni correa, no va de casa en casa
imponiéndose de cuanto pasa, ni se halla dispuesta al
sacrificio para cumplir los deberes religiosos que se han
impuesto.
Pocas gentes
acompañan las procesiones del Santísimo y menos
todavía las de los santos. El recuerdo de los antiguos
terremotos mantiene en todas las clases y en especial en las
populares la devoción y concurrencia a la procesión
del Señor de los Milagros y se estimula la piedad en la del
Viernes Santo.
—202→
La palabra sagrada
en el púlpito, aunque alcanza regular fruto en las misiones
y en las ferias de cuaresma, por lo general no mueve los corazones
a contrición. Las gentes cristianas se contentan con
oír misa y obligar a sus niños a que se
confiesen.
Es tan poca la
influencia que ejerce sobre la sociedad peruana la palabra del
sacerdote en la Iglesia, que, a pesar de todo lo que se dice en la
cátedra sagrada contra el abuso del cinematógrafo,
éste sigue frecuentado a diario por señoritas menores
de edad. Si esas niñas acuden a la fuente de la penitencia,
¿cómo es posible que reincidan en el pecado de ver
películas cargadas de exagerado realismo? El clero, por su
parte, dominado por la mansedumbre y el espíritu de
conciliación, sólo exige lo fundamental y lo
intransigible. Como excepción, alguno que otro orador
notable, hablando con especialidad a las señoras, aun a las
de la elevada Unión
Católica, fustiga sin reparo sus inconveniencias y
sus desvíos, causa de todo daño en la familia y en la
sociedad.
Es tal la
discreción con que nuestros prelados gobiernan la Iglesia
peruana y tan raros los conflictos que les crea el Patronato
Nacional, que es casi nada lo que los ministros de justicia tienen
que decir de la Iglesia en las memorias anuales al Congreso. Hay en
esas memorias de veinte a cuarenta páginas dedicadas a
instrucción, otras tantas a justicia, la mitad a
beneficencia y apenas una o dos a la sección del culto.
En provincias, el
culto y la evangelización continúan en el mismo
estado que los dejó el coloniaje. De parte de los
indígenas igual ignorancia, las mismas supersticiones,
similitud perfecta en los fandangos y en las francachelas que
siguen —203→
al término de la fiesta de iglesia. Cuanto a los
curas, descuido en la enseñanza del catecismo, falta de
abnegación y dedicación necesarias para reformar la
condición social y moral de la feligresía.
Algunos curas
extranjeros lo hacen muy bien, pero la mayoría sólo
trata de enriquecerse. Los curas nacionales no se manejan mejor que
antes, pero tampoco lo hacen peor. Son continuos los atropellos que
los propios feligreses cometen con sus curas de almas. La
pérdida de un objeto sagrado, la extracción de
algún cuadro de la iglesia o el arrimo en sacristía
de algún santo que estuvo en lugar preferente en un altar,
ocasionan violentas asonadas de parte de los creyentes, asonadas en
las cuales el cura tiene que esconderse o pedir el auxilio de la
autoridad civil. No debe ser muy grande la fe que los pobladores de
nuestras aldeas tienen en la honorabilidad de su cura al echarse
sobre él y tratarlo de ladrón sacrílego cada
vez que algo se pierde en la iglesia.
Poco hay que decir
acerca de la labor del obispo peruano. Su virtud y
dedicación encuentran insuperable valla en la calidad
espiritual de la grey y en la ignorancia, vulgaridad y codicia de
una buena parte de sus subordinados, los señores curas.
Siendo escaso el clero en el Perú y por consiguiente pocos
los sacerdotes que se disputan la propiedad de un curato, es la
destitución como medida disciplinaria, la menos posible de
emplear. Es menester que un cura sea un dechado de vicios para que
proceda la expulsión de su parroquia. ¡Qué
cosas las que ven los señores obispos en sus visitas
reglamentarias! ¡Cuánta prudencia y sagacidad,
cuánta paciencia y tolerancia necesitan para remediar las
cosas cuando se pueden remediar por medios suaves
—204→
e indirectos! ¿Qué otros procedimientos pueden
poner en práctica en pueblos embrutecidos por el alcohol, el
fornicio, el aislamiento, la ociosidad, el fanatismo, la
superstición y la más completa ignorancia del
espíritu evangélico?
Es cierto que no
todos nuestros curas dejan mucho que desear ni que todos los
pueblos del Perú en materia de religión vivan en tan
mísero estado; pero como al estudiar la influencia de los
factores sociales hay que hacerlo en conjunto, nuestras
observaciones no pueden referirse a casos excepcionales.
Si en
mayoría nuestros dignos obispos hállanse consagrados
a fomentar el prestigio de la Iglesia, no faltan entre ellos
exaltados y amigos de controversia con los protestantes y los
hombres liberales, contestando desde el púlpito o desde la
prensa los ataques de los que viven en disidencia con sus ideas y
propósitos. Son visibles los males y los escándalos
que estos hechos originan. Al lado de estos prelados, cuya labor es
muy discutible en el terreno de la caridad y de la tolerancia, hay
otros que combinan el esfuerzo evangélico con la
civilización y el progreso material de la feligresía,
estableciendo industrias y bienestar económico, trayendo
para ello al Perú sacerdotes iniciados en su doble
misión moral y material.
Los obispos
luchadores aún fulminan excomuniones contra sus feligreses.
Esta exclusión, que por lo general va acompañada de
órdenes severas para que no se administren sacramentos a los
fieles separados de la Iglesia Católica, ha dado pretexto a
desórdenes que hicieron precisa la intervención de la
fuerza pública, especialmente cuando los —205→
elementos fanáticos de los pueblos han levantado en
actitud hostil a los indígenas de las punas y de las
jalcas y para lanzarlos al
exterminio de los excomulgados y de sus parientes después de
robarles cuanto tienen.
El fanatismo
popular, rico siempre en fantasía, suele santificar a las
personas que se distinguen por su virtud o por sus dolencias
catalépticas. Últimamente ha llamado la
atención el caso de Isabel Miranda, una niña enferma
en Monsefú, a quien la población indígena
atribuyó misión divina para convertir a los
hombres.
Las gentes
ignorantes de las vecindades, sugestionadas por lo que se les
contaba, se apresuraron a rodearla y a rendirla culto. Con
habilidad e imaginación forjáronse historias de
milagros y predicciones que pusieron en gran alboroto a
Monsefú y a las comarcas vecinas. Como era de esperar, los
médicos del departamento negáronse a practicar los
reconocimientos solicitados por la autoridad política,
temerosos de desvanecer la ilusión de las gentes
fanáticas y de provocar la ira popular. El cura quedó
todavía en peor situación. ¡Pobre de él
que hubiera pronunciado la palabra catalepsia!
Casos como
ése ocurren en la sierra y en la costa. En Lima no hay
santos. En cambio hemos oído asegurar a las beatas y al
sacristán de la iglesia del Prado que en el templo
había un Señor crucificado que sudaba.
Desde hace
algún tiempo hállanse internados en el país
algunos pastores protestantes, pertenecientes a la Iglesia
Evangelista, quienes en su afán de proselitismo divulgan
entre los indígenas sus doctrinas. Al principio se vieron
legalmente hostilizados por los sacerdotes católicos
—206→
y funcionarios públicos, quienes invocaron en apoyo
de sus propósitos exclusivistas el cumplimiento del
artículo 4.º de la Constitución. El Congreso
suprimió la parte prohibitiva para el ejercicio de los
distintos cultos religiosos, y la acción contra los
evangelistas no tiene ya el apoyo de la autoridad civil. Sin
embargo, aún siguen llegando a Lima de cuando en cuando
noticias sobre extraños atentados contra peruanos y
extranjeros pertenecientes al protestantismo, atentados que por lo
regular son llevados a cabo por turbas ignorantes e idiotizadas por
el alcohol, las mismas que son azuzadas por elementos religiosos
intransigentes. Hace poco un grupo de individuos en una ciudad de
provincia atacó a pedradas la casa particular de un vecino,
en cuyo interior se hallaba instalada la sala de
prédica.
Es notable la
manera como los evangelistas intensifican su labor en la sierra del
Perú. Sus esfuerzos son interesantes vistos por el lado
moral y cívico. Dirigen su acción a corregir las
costumbres inmorales de los indios; y, lo que es más
útil, a combatir el alcoholismo, el terrible azote de
nuestra población indígena, vicio que hasta ahora ha
sido tolerado por los curas de almas en toda festividad
religiosa.
Los predicadores
evangelistas, con la palabra y el ejemplo, en forma bondadosa y
austera, han conseguido que las gentes que los oyen y los visitan
no se embriaguen.
El padre
Vélez, de la comunidad agustina, hombre de letras y de
superior talento, en un inspirado artículo, titulado:
Deberes de los católicos en
los presentes momentos en el Perú, dijo lo siguiente
en noviembre de 1915, en los párrafos que copiamos, a
raíz de la promulgación de la ley de libertad de
cultos.
—207→
Si los
católicos no previenen a tiempo el mal que, como espada
fulminante ya suspendida sobre sus cabezas, muy de cerca les
amenaza, la reforma del artículo 4.º de la
Constitución del Estado no será sino el principio del
fin del Catolicismo y de todo lo que con él hay de sagrado,
tradicional, grande y respetable en la historia y en el alma del
Perú, y que, a pesar de todos los extravíos y de
todas las decadencias, es todavía lo único que
alienta la esperanza de un porvenir mejor y más
risueño de la Nación, si aún hay almas que
sepan comprenderlo y se sientan con valor y aptitudes para la obra
gigantesca que se necesita de renovación católica, y
con ella de renovación social y política, y, para
decirlo en menos palabras, de renovación patria.
Yo creo que esas
almas existen; y si antes no las veíamos, ni las
sentíamos, ni las palpábamos, no era porque
estuviesen muertas, sino era porque estaban dormidas; pero ha
bastado el retumbo del primer trueno, y el fulgor del primer
relámpago, y la ruina sorpresivamente calcinada del primer
rayo de la tempestad restallante y amenazadora, para ponerlas de
pie: y las hemos visto salir al campo y aparecer en apresto para la
batalla del bien, enérgicas y terribles, llenas de valor y
radiantes de hermosura.
Para estas almas,
amigas mías y muy queridas hermanas en la fe
católica, escribo este artículo y también para
las que estén ciegas y sordas ante la catástrofe que
se acerca, y el cataclismo que se avecina, a fin de que puedan
advertir y colaborar a prevenir, en esta hora solemne, en esta hora
de Dios y de la conciencia, los días trágicos y
temerosos que se aproximan de ruina y desolación del
santuario y de la patria; porque todos en este instante supremo
estamos obligados a jurar, según la frase romana,
pro aris et
focis, por las aras y las hoces, esto es, por la defensa del
altar y de la familia peruana.
Hablaré del
estado presente del Catolicismo en el Perú, de sus causas y
remedios, y de los consiguientes deberes de los católicos en
la infortunada actualidad y con vista a un porvenir mejor para la
religión y la patria. Y quiero hacerlo como conviene en las
horas de reflexión y de recogimiento, con un lenguaje
íntimo, de alma a alma, y por consiguiente franco, claro,
sin ningún velo, como es el lenguaje de la verdad, el
único de que gusta el alma, aunque sea amargo, cuando
está a solas con su Dios.
Será por
esto el artículo como una especie de plática de
retiro, como un examen de conciencia, y a la vez un llamamiento a
todos los espíritus, y especialmente a los que tienen
bastante —208→
penetración para ir hasta el fondo de las cosas, alas
potentes para volar hasta la cumbre del ideal cristiano, y
abnegación sublime para caminar por la única
vía posible de la felicidad de los individuos y los pueblos;
el sacrificio, la virtud, el bien, el amor de Dios y del
prójimo hasta tener el valor del desprecio y total
abnegación de sí mismo.
* * *
Y ante todo
¿cómo se halla aquí la religión
católica? ¿Qué representa? ¿Qué
es?
Triste y doloroso
es confesarlo; pero el estado actual del Catolicismo en el
Perú es muy lamentable; y así se explica que, aun
siéndolo todo o casi todo, apenas es ni representa nada. Lo
es todo o casi todo, porque él es todavía el arca
santa de la familia peruana; y apenas es ni representa nada, porque
a causa de una general disolución e indiferencia, no
está encarnado en ninguna de las instituciones que deciden
de los destinos de la sociedad moderna.
¿Qué
poder tiene aquí el Catolicismo en el Gobierno y en la
prensa, en el Parlamento y en las instituciones populares? Ninguno,
y así lo hemos visto ahora en la ley innecesaria y de hecho
dañosa al Catolicismo, que acaba de promulgarse sobre la
libertad de cultos.
El Parlamento ha
hecho lo que ha querido, y el Gobierno se ha encontrado sin apoyo
bastante en el Parlamento y en la vida política de la
Nación, para poder complacer a los católicos sin
peligro de la normalidad constitucional.
Por otra parte, la
prensa que más se lee, por ser casi la única que
existe, no es católica, y de ahí el gran poder de que
aquí el liberalismo dispone para formar y dirigir la
opinión del pueblo.
¿Cómo, pues, se va a luchar y vencer de una manera
decisiva, si no hay suficiente número de verdaderos
católicos en el gobierno y el Parlamento, y si no es tampoco
católica la prensa que más leída es por el
pueblo y aun por el no pueblo?
Tal es el estado
de impotencia del Catolicismo en la vida pública de la
Nación. ¿Cuáles son sus causas?
Veámoslo.
* * *
La principal de
las causas creo que está en el hogar. Es —209→
evidente que la familia ha decaído mucho de su
antigua sencillez y severidad cristiana. Ya todo es, por lo
general, complacencia y disposición, pompa y devaneo.
¿Llevamos
una vida como lo prescriben de consuno la naturaleza y la fe?
¿Nos acostamos y levantamos temprano? ¿Es nuestro
primero y último pensamiento del día para Dios?
¿Tenemos oración mental y oímos misa y
comulgamos por la mañana, si es posible con el alba, y
rezamos el rosario, y leemos la vida del santo del día, y
hacemos examen de conciencia por la noche?
Y, durante el
día, ¿estamos bien ocupados, ya
instruyéndonos, ante todo en las cosas de nuestra
religión, ya empleándonos en el trabajo y
desempeño honesto de nuestras obligaciones?
Y si tenemos
atenciones sociales que cumplir, o necesidad de distraernos y
descansar, para volver con nuevas energías al trabajo
¿hacemos de la afabilidad no una mera cortesía, sino
una flor cuyas raíces estén en la caridad? ¿Y
practicamos en nuestras recreaciones la tan simpática como
hermosa virtud de la eutrapelia? ¿Y nuestra alegría
es sana y sencilla, y está moderada por la virtud de la
templanza, madre del orden y de la armonía?
¿Y es la
santa virtud de la templanza, madre también de la fortaleza,
y hermana de la justicia, y compañera inseparable de la
prudencia, la que modera nuestras necesidades y nuestros caprichos,
nuestros derroches y nuestra imprevisión?
¿Y es el
fin de nuestra vida, el bienestar, la vana ostentación y el
lujo, o la sencillez, la moderación y la virtud?
¿Andamos tan afanados en los intereses y los placeres, que
no nos queda tiempo para Dios y para la cultura del
espíritu, ni dinero para obras y funciones de
instrucción, propaganda y beneficencia?
Y
¿cómo cumplen los padres los deberes que tienen para
con sus hijos, especialmente en la educación fuerte,
sencilla y sólidamente cristiana? ¿Y cómo
prestigian su autoridad con el ejemplo, y sus enseñanzas con
su vida?
Puesto cada uno en
la presencia de Dios, y con la mano sobre su conciencia, vea
qué responde a cada una de estas preguntas, y a otras que
él mismo se hará, y entonces se explicará
cómo el mal de la sociedad y la consiguiente decadencia del
Catolicismo tienen sus raíces en mal, mal de la familia,
origen a sus vez de otras causas y concausas que contribuyen a
empeorar los males presentes.
¿Por
qué resulta ineficaz la labor del colegio? Porque en
—210→
general los niños vienen del hogar sin los
hábitos de disciplina y respeto necesarios para el buen
éxito de la enseñanza. ¿Cómo un alumno
podrá ser más dócil a un profesor que a sus
padres? El colegio carece, pues, del apoyo antecedente y
concomitante que necesita en la familia.
Se acaba la
instrucción media, y el alumno, en la edad más
crítica y decisiva, no puede completar su educación
cristiana, por carecer de un centro católico de honda y
vasta cultura superior; y tiene que pasar a la Universidad del
Estado, y allí desaparece y muere lo poco que de cristiano
le queda, y gracias que no se haga fanáticamente hostil al
Catolicismo.
¿Cómo vamos a tener así profesores,
periodistas, diputados y gobernantes católicos? ¿Nos
extrañaremos ahora de que no los tengamos, en número
suficiente al menos, para que el Catolicismo siga siendo el alma de
la vida pública? -Pero ¿lo es y puede serlo siquiera
de la vida privada? ¿No está todo de tal manera
dispuesto, o, mejor dicho, desorganizado, que no es posible tener
ni aun padres de familia católicos? ¿Cómo
pueden serlo, por lo menos, la mayor parte de los que salen de los
centros universitarios? Y si no lo son ésos, que tienen que
ser los directores más influyentes de la vida colectiva
¿cómo van a serlo los demás?
¿Y en esta
atmósfera social se concibe que haya vocaciones
eclesiásticas, de esas que llegan a honrar al sacerdocio
mismo? ¿No se explica así la crisis actual del clero?
Y si éste atraviesa por aguda crisis ¿cómo
podrá a su vez influir saludablemente en la sociedad? Y si
esto no es posible ¿cómo podrá volver a ser la
sociedad cristiana?
He aquí una
cadena de males, en que unos producen otros, y todos se agravan por
su solidaridad e influencia mutua.
—[211]→
Capítulo XIV
Relaciones exteriores
SUMARIO
Las postrimerías de la centuria republicana nos encuentran
en paz con todo el mundo excepto Alemania y Chile.- Lo de Alemania
no tiene ninguna importancia.- Nuestras relaciones con Colombia y
Ecuador han perdido el carácter belicoso que tuvieron en
años pasados.- Al presente la única nación que
nos causa recelo y disturbios en política internacional es
Chile.- No es únicamente Tacna y Arica lo que nos distancia
de ella, sino también la conquista de Tarapacá.-
Cínica declaración de El Mercurio de Valparaíso.-
Desplantes chilenos.- Odio que se siente en el Perú por todo
lo que viene del sur.- Uniformidad de opiniones en el Perú
en los asuntos internacionales.- Nunca hemos tenido partidarios de
Chile.- Memorables palabras del expresidente boliviano
Villazón.- Nunca nos han causado pánico los
ejércitos ni las escuadras de Chile.- Proposiciones de Chile
al expresidente Romaña para dividirse Bolivia.- Manera digna
y heroica como el ministro Porras rechazó la corona enviada
por Chile.- Editorial de El
Comercio de Lima, 1916, probando que la confraternidad
chileno-peruana no existe.- Misión reservada de
Yáñez en 1915.- Ideas y propósitos emitidos
por el presidente Wilson desde 1916.- Honor y satisfacción
que causa al Perú el que sus ideas proclamadas hace 40
años sean las mismas de Wilson.- La fuerza no puede crear
nada en el terreno del Derecho.- Bosnia y Herzegovina, Trieste
—212→
y el Trentino, Alsacia y Lorena comparados con Tacna y
Tarapacá.- Memorables conceptos del doctor Prado en 1901
consignados en el libro de Maúrtua: La Cuestión del
Pacífico.- Lo que decía El Comercio de Lima en 1917.- Opiniones
del semanario Pro Marina-
Pacto internacional romántico firmado por Argentina, Brasil
y Chile y conocido con el nombre del A. B C. -El A. B. C. fue
combatido por toda la América, excepto Chile y
fracasó por haberse arrogado personería que nadie le
dio.- Entente en 1916 entre Chile, Brasil y Uruguay.-
Opinión de La Prensa
de Buenos Aires al respecto.- Nuestra actuación con Chile en
noviembre de 1918 por el triunfo de los aliados y la
proclamación de los principios wilsonianos.- Un
artículo de actualidad.
Las
postrimerías de la centuria republicana -noviembre de 1918-
nos encuentran en términos amistosos con todas las naciones
del mundo, excepto Alemania; y en lo que concierne a nuestros cinco
vecinos, en completa armonía con Brasil y Bolivia, pero en
desacuerdos por asuntos de frontera con Colombia y Ecuador, y, por
la misma causa, en interdicción diplomática con
Chile.
Lo de Alemania no
tiene ninguna importancia. Aquí no tenemos mala voluntad al
Kaiser ni a ninguno de sus súbditos. Hemos roto con el
Gobierno Imperial por motivo de solidaridad con los Estados Unidos,
porque está en nuestro interés el triunfo de la
libertad, el aniquilamiento de las naciones conquistadoras y por no
hacer causa común con Chile, que es pangermanista y que
espera que la victoria teutona le dé oportunidad para hacer
en la América del Sur con el auxilio de Alemania lo que
ésta pretende realizar en Europa.
Lo de Colombia y
el Ecuador ha perdido el carácter —213→
belicoso que tuvo anteriormente. Las reclamaciones de sus
cancillerías no tienen ya las exigencias que tanto nos
alarmaron en años pasados, años en los cuales por
hallarnos en controversia de límites con cinco naciones y
por haber sido conjunta la presión de todas ellas, nuestra
vida nacional pasó terribles horas de prueba. Resueltos
radicalmente nuestros asuntos por el este y el sudeste sin nada que
temer de Bolivia y del Brasil, y sólo enfrontados con Chile
en condiciones morales superiores a las que tuvimos en 1909,
nuestro problema de fronteras en el norte se nos presenta ahora
aislado, sin complicaciones y sin los peligros del
«cuadrillazo» internacional que intentaron armarnos los
chilenos en época en que estuvimos mal con todos los vecinos
que nos rodean.
Pasaron
también los tiempos en que Chile nos aconsejaba liquidar de
cualquiera manera la cuestión de Tacna y Arica a cambio de
«manos libres» en el norte; política que tuvo
por objeto compensarnos con territorios en Colombia y Ecuador la
cesión incondicional que le hiciéramos de nuestras
cautivas provincias. Esta malévola insinuación, que
jamás encontró eco en nuestros internacionalistas,
hoy menos que antes la encontraría, siendo nuestro
propósito arreglar el litigio que sostenemos con esos
países por el fallo arbitral debidamente garantizado.
La baja definitiva
en el precio de las gomas, lo inadecuados que son los territorios
en disputa para otros cultivos que no sean caucho y jebe, han
quitado a esas comarcas la importancia que tuvieron ayer y el
espíritu de codicia que animaba a los caucheros peruanos,
colombianos y ecuatorianos. Al respecto, en lo concerniente a esta
codicia, ha pasado en el norte del Amazonas lo que en las fronteras
del Madre —214→
de Dios, donde no eran las pretensiones nacionales del
Perú y Bolivia las que nos hacían pelear, sino el
ansia de acaparar terrenos que animaba a los aventureros
exploradores de esas fronteras, quienes, movidos únicamente
por un espíritu de lucro, llenaban las cancillerías
de datos exagerados cuando no falsos.
Al presente, la
única nación que nos causa recelos y disturbios en
política internacional es Chile. Quienes creen que
sólo nos separa el asunto de Tacna y Arica y que cuando
él termine tendremos paz sincera y olvido completo de cuanto
ocurrió en la guerra de 1879, y en esta creencia viven
algunos candorosos internacionalistas del Brasil y de la Argentina,
están en grandísimo error. El desacuerdo entre el
Perú y su vecino del sur es más profundo. Lo origina
el predominio de Chile en el Pacífico y, lo que es
más grave, la conquista que nos ha hecho de Tarapacá.
Mientras los chilenos lo mantengan en su poder, la paz con el
Perú y la tranquilidad en América no pueden ser
ciertas, no estando basadas en la justicia y en la verdad.
Tarapacá nos fue quitado por la fuerza; y si de hecho
está en manos de Chile, de derecho le corresponde al
Perú. Francia, después de cuarenta y cinco
años, encuentra oportunidad para pelear con Alemania y
disputarle la posesión de Alsacia y Lorena, provincias que
los generales de Prusia, contra la opinión de Bismarck en
1871, incorporaron brutalmente al naciente imperio por la terquedad
de su espíritu conquistador.
Respecto a Tacna y
Arica, Chile no las retiene porque las necesite, ni porque esos
territorios sean la defensa de su zona norte. Las mantiene en su
poder porque sabe que el día —215→
que las ceda al Perú, perderá en el continente
su condición de potencia dominadora en el Pacífico.
No hace dos años que El
Mercurio de Valparaíso decía: «La
posesión de Tacna y Arica no se resolverá con
tratados y protocolos; pues, según la historia, puede
afirmarse que aquella comarca pertenecerá siempre a la
Nación que sea capaz de defenderla y mantenerla».
¿Puede darse mayor cinismo estando en vigor el tratado de
Ancón?
No son sólo
éstas las razones injustificadas e indecorosas que alegan en
Chile. Sin tener en cuenta su lealtad y la fuerza de los tratados,
piensan allá que el devolver las provincias cautivas
significaría para él una derrota moral, una
claudicación, una prueba de que su poder guerrero se
menoscaba y de que pudieran terminar para siempre los tiempos en
que el Ministro Koning pasaba notas fundando exigencias en el
derecho de las victorias, como si de éstas pudieran
derivarse derechos contrarios a la justicia y a la verdad
mismas.
La dureza con que
Chile nos ha tratado en el asunto de las cautivas es algo que no
tiene cotejo en la historia diplomática del mundo.
Sométanse a la realidad, reconozcan su condición de
vencidos, reciban dinero y cedan de una vez lo que ya está
en nuestras manos y nunca ha de ser de ustedes, es lo que nos ha
dicho Chile en sus propuestas, siempre que nos ha buscado para
liquidar fuera de los términos del tratado de Ancón
nuestros asuntos de frontera. Y al mismo tiempo que decía
esto, cometía en los territorios ocupados sin derecho cuanta
iniquidad y atropello son imaginables contra nuestros compatriotas
residentes allí.
Así nos han
hablado siempre los chilenos, porque no —216→
hay nada que ciegue tanto como la riqueza adquirida sin
trabajo, porque creen que a perpertuidad ellos han de ser los ricos
y nosotros los pobres, porque piensan que las condiciones
económicas del salitre serán eternas y nuestro
enriquecimiento siempre inferior al suyo. Hoy, que los rumbos
internacionales están a punto de cambiar con motivo de la
guerra que se libra por la libertad del mundo, los desplantes
chilenos comienzan ya a ser un poco forzados. La realidad comienza
a despertarlos, como también el grado de riqueza que en
progresión geométrica principia a acumularse en el
Perú.
No hemos cedido,
no cederemos nunca Tacna y Arica, porque esas provincias son
nuestras por la voluntad de sus pobladores y porque ni un solo
día a pesar de su cautiverio han dejado de ser peruanas,
pues los vejámenes y atropellos que los chilenos cometen con
nuestros compatriotas en ellas y en Tarapacá,
habiéndonos herido y humillado, han servido para mantener
por cerca de ocho lustros el más acendrado patriotismo en el
corazón nacional y para aumentar aún más que
en 1883 el odio que se siente aquí por todo lo que nos viene
del sur.
Estamos tan de
acuerdo en el Perú en estos sentimientos, que, a pesar de
ser la veleidad una de nuestras características nacionales,
no hay ni ha habido nunca desde 1879 dentro de la República
la menor divergencia en los propósitos hostiles que nos
animan contra Chile. Aquí jamás hemos tenido partido
chileno, como pasaba en Bolivia hace diez años, ni hemos
tenido gente dispuesta a transar fuera de los términos del
tratado de Ancón. La buena voluntad que nos ha llevado a
entendernos con Bolivia y el Brasil y la que —217→
nos anima a seguir igual camino en los asuntos de Colombia y
el Ecuador, nos falta para Chile.
Hablando una vez
confidencialmente el expresidente boliviano Villazón con un
diplomático del Perú, le dijo: No hay nada que
despierte más mi admiración que la manera fuerte,
constante, decidida, honrosa, heroica, denodada y unánime
como el pueblo y el gobierno peruanos resisten las exigencias y las
amenazas de Chile.
Esa timidez
nacional que tanto daño nos hace en el terreno
económico, esa vacilación para resolver nuestros
asuntos internos, no existe en lo internacional. Jamás nos
han causado pánico los ejércitos y las escuadras de
Chile. Estamos convencidos de que cualquier día nos vuelven
a invadir; sin embargo, estamos resueltos a todos los sacrificios,
a todos los desastres, a nuevas inmolaciones, antes que vivir
sometidos a la voluntad chilena, que es lo que esa gente quiere de
nosotros. Quieren que olvidemos la manera sorpresiva como nos
atacaron en 1879, que demos por cosa concluida la conquista de
Tacna y Arica, que nos hagamos sus amigos, que les queramos de
corazón, que aumentemos su enriquecimiento mediante tratados
de comercio que sólo pueden ser ventajosos para ellos. Y
como si todo esto fuera poco, quieren que les ayudemos a conquistar
el altiplano de Bolivia a cambio de gozar de la amistad que nos
ofrecen.
Ya en años
pasados, el finado señor Romaña, siendo presidente de
la República, rechazó de plano insinuaciones que un
ministro de Chile le hiciera para repartirse entre vecinos los
territorios de Bolivia. Hoy, proposiciones iguales
—218→
o semejantes merecerían igual indignación y el
mismo rechazo.
Prueba
incontrovertible de la dignidad peruana y de lo poco dispuestos que
nos hallamos aquí a recibir agasajos chilenos, fue la manera
franca y resuelta como el ministro Porras se negó a recibir
la corona enviada por Chile para cubrir los restos de sus
víctimas en la guerra comenzada en 1879. Jamás pueblo
vencido tuvo la altivez que el nuestro en esa ocasión, ni en
ninguna otra probamos al gobierno de Santiago estar dispuestos a
todo para salvar la dignidad nacional.
Son interesantes
los conceptos emitidos por El
Comercio de Lima, el 13 de mayo de 1916, a propósito
de la confraternidad peruano-chilena, confraternidad que no existe
y que la prensa de Santiago y Valparaíso se complace de
cuando en cuando en lanzar calumniosamente a los cuatro vientos,
ansiosa de presentar al Perú en la América Latina
como un pueblo humillado, sin patriotismo y dispuesto a vender
Tacna y Arica.
Sería muy
raro que hubiera aquí tendencias a la cordialidad
internacional con un pueblo que no ha hecho absolutamente nada
desde la guerra de 1879 por procurar que el Perú olvide los
acontecimientos de aquella época; que, antes bien, ha
realizado en el territorio nuestro que detenta actos de violencia
irritantes; y que hoy, por medio de sus órganos más
prestigiosos de publicidad, no tiene empacho en declarar que los
tratados y los protocolos nada valen y que los territorios que,
indebidamente, ocupa, han de pertenecer siempre a la Nación
que sea capaz de mantenerlos y defenderlos.
Aceptar
después de estas declaraciones ultrajantes para el pueblo
peruano, que aquí germinan sentimientos de simpatía y
de cordialidad hacia Chile, sería, sencillamente, una
indignidad. ¿Qué objeto habría, entonces, en
prestarse —219→
a la farsa de aparentar situaciones que no existen?
¿A qué la comedia y la hipocresía de agitar la
sonaja de una mentida confraternidad? Nos parece ridículo
cuando se conoce cuál es el fondo del pensamiento chileno,
permitir que se nos hable de afectos y de simpatías que los
hechos desmienten.
No sabemos si a la
política chilena convenga declarar que una de las
cláusulas del tratado de paz con el Perú, es letra
muerta; porque, como ese pacto, según sus propias
estipulaciones, forma un todo indivisible, habría el mismo
fundamento para considerar nulas las otras cláusulas que lo
constituyen; y no alcanzamos a comprender cuál sería
la ventaja para Chile, desde que ello no mejora su situación
de derecho sobre Tacna y Arica, de rasgar el tratado de 1884,
único título en que puede sustentar
internacionalmente su posesión en Tarapacá.
Pero, en fin, este
es asunto que a Chile toca esclarecer; lo que a nosotros
corresponde es sólo dejar constancia de que, cualquiera que
sea el concepto que pueda haber allí, respecto al
significado y a la eficacia del pacto de Ancón, el simple
criterio chileno no bastará nunca para aumentar el derecho
de Chile sobre los territorios en litigio, ni para disminuir el
que, incuestionablemente, conserva en ellos el Perú,
mientras no se realice un plebiscito y alcance Chile en él,
si le es posible, los títulos que hoy le faltan para ejercer
dominio legal en las provincias de Arica y Tacna.
Seríamos
muy intonsos, pues, si, conociendo el pensamiento chileno, del cual
no se hace misterio en la República del Sur, como lo revelan
las recientes y audaces declaraciones de El Mercurio, permitiéramos con
nuestro silencio, cuando allí se habla,
hipócritamente, de acercamiento y de cordialidad entre
peruanos y chilenos, que los extraños a la contienda
diplomática del Pacífico, que tales asertos oyen,
llegaran a creer, que realmente existen cordiales y gratas
relaciones de amistad, nacidas de nuestro renunciamiento voluntario
a los derechos que el tratado de paz de Ancón nos
reconoció sobre las provincias de Arica y Tacna, ocupadas
hoy por Chile, sin título internacional que lo
justifique.
Habiendo pasado
algunas semanas en Lima, en diciembre de 1915, el prominente
político chileno don Heliodoro Yáñez, quien
indudablemente vino en misión reservada —220→
de su gobierno para sondear el espíritu nacional
peruano, y habiendo dedicado buena parte de su tiempo a
conferenciar con algunos de nuestros hombres públicos,
indudablemente tuvo oportunidad de saber mucho de lo que en este
capítulo queda dicho. El
Comercio, de Lima, interesado en dejar constancia
pública de las opiniones recogidas por él, a la hora
del regreso le dedicó las siguientes líneas.
Hoy emprende viaje
de regreso a su patria el distinguido hombre público
chileno, señor Yañez, después de haber
permanecido tres semanas en Lima.
Aun cuando este
caballero no hubiera traído misión confidencial
alguna de su gobierno, es indudable que habrá podido
apreciar cuál es el sentimiento en el Perú respecto
del problema de Tacna y Arica; porque ha tenido oportunidad de
hallarse en cordiales relaciones con buen número de personas
de los primeros círculos políticos y sociales de
nuestro país, y, seguramente, se le ha de haber presentado
ocasión de cambiar ideas sobre un asunto siempre de
actualidad y siempre interesante para los peruanos.
Sin duda alguna ha
de ser útil que miembro tan prominente de la
República del Sur haya estado en aptitud de sondear el alma
peruana sobre cuestión tan importante, porque así
llevará seguramente, la impresión de que en el
Perú se desea poner término al litigio de Arica y
Tacna; pero que este deseo se halla unido al de que la
solución se obtenga mediante el plebiscito pactado en 1884;
porque los peruanos no encontramos ninguna otra fórmula que
deje a salvo la dignidad nacional y haga posible una futura
inteligencia con Chile sobre bases de sincera cordialidad.
Debemos esperar
que así lo entiendan quienes en el país vecino se
manifiestan inclinados a una política de liquidación
de sus diferencias con el Perú, y tal vez las impresiones
que sobre este particular lleve de aquí el señor
Yáñez contribuyan a encauzar allá el
sentimiento público por rumbos capaces de conducirnos a
solución satisfactoria. Conviene declarar que se hallan
fuera de esos rumbos los que en la prensa chilena han aprovechado
la venida a Lima del señor Yáñez y la ida a
Santiago del señor Maúrtua para exponer
—221→
ideas que jamás se habían expuesto antes con
tal rudeza y que, desgraciadamente, nos apartan de una
solución, en vez de aproximarnos a ella. Los diaristas del
sur, en efecto, quieren arreglos con el Perú sobre la base
de nuestra renuncia a las expectativas que nos ha dado el pacto de
Ancón, y orientados dentro de este criterio han hablado
primero de compensaciones comerciales al Perú, y, luego, del
propósito de Chile de conservar Arica mientras haya salitre
en el sur.
No cabe duda,
pues, de que el pensamiento que parece animar a la prensa chilena
en el asunto de Tacna y Arica no es el de la cordialidad y el de la
rectitud internacional para cumplir el pacto pendiente con el
Perú; porque si Chile pretende conservar esas provincias en
su poder mientras haya salitre en Tarapacá, habría
resuelto unilateralmente el problema y no quedaría nada por
discutir. Sólo que un título de esa especie no le
daría a Chile mayores derechos sobre Arica y Tacna que los
que emanan de la simple e indefinida ocupación militar de
aquellos territorios; y esto no es, ni puede ser, lo que Chile
considera necesario para juzgarse soberano en esas provincias, y,
sobre todo, para que así lo juzguen los demás pueblos
que viven con él en comunidad internacional. De otro modo,
probablemente, no habría esperado hasta ahora para poner en
práctica ideas como las que, sin duda, impremeditadamente,
se han vertido en estos días por algunos periódicos
de Chile.
El Perú ha
esperado treinta años y podría esperar otros treinta
más; porque no le corre prisa llegar a una solución,
si ésta ha de ser, por la forma en que se realice,
notoriamente desfavorable a sus expectativas e intereses. Por
supuesto comprende que el correr del tiempo no le trae ventajas;
pero mientras un asunto internacional no ha sido definitivamente
liquidado, caben situaciones nuevas que puedan producir cambios
imprevistos, más o menos satisfactorios. Nos parece que
tratándose de Chile ningún provecho habrá de
reportarle prolongar, año tras año, una
situación irregular y molesta, no únicamente para los
dos países interesados en el asunto, sino para la
América, en general. Y no cabe duda de que mientras la
cuestión esté en pie, podrá Chile continuar
como poseedor material de territorios que el Perú le
disputa, siempre que tenga fuerza para conservarse en esa
situación; pero, de otro lado, aquello ha de ser un
obstáculo insuperable, no sólo para las buenas
relaciones entre ambos pueblos, sino también para que las
naciones de la América del Sur se unan estrechamente y
puedan seguir una elevada política de solidaridad
continental, —222→
basada en la justicia y en el mutuo respeto de sus intereses
y derechos.
Al volver el
señor Yáñez a Chile haría, a no
dudarlo, bien a su propio país y a la causa de
América si, trasmitiendo a los hombre dirigentes chilenos
las impresiones que, seguramente, ha recogido aquí de los
buenos deseos que animan a los peruanos para resolver el litigio
del sur, les hiciera comprender, también, que toda tentativa
en tal sentido resultaría estéril si no descansara
sobre las únicas bases que el derecho y la justicia brindan
a ambos pueblos para establecer en el futuro relaciones duraderas
de amistad.
Ansioso el
presidente Wilson de orientar el Derecho Internacional y la
diplomacia moderna por caminos que libren a los pueblos de los
horrores de las guerras y a las débiles naciones de los
abusos de la fuerza, desde 1916 no ha cesado de hablar en favor de
la libertad. Quiere fundar una paz sólida y duradera basada
en la justicia y el respeto a los derechos soberanos de cada
nación, aspira a que se establezca una nueva sociedad
universal de naciones que mantengan la inviolabilidad de los
caminos en el mar y su uso sin impedimentos para todas las banderas
del mundo, quiere una paz que dé a cada pueblo el derecho de
escoger la soberanía bajo la cual quiere vivir y una
política internacional que conceda a los pequeños
estados del mundo el derecho de merecer el mismo respeto por su
integridad territorial que gozan las naciones grandes y poderosas.
Y a todo esto aspira el presidente Wilson porque cree que el mundo
tiene derecho de estar libre de toda perturbación cuyo
origen se halla en la agresión y el desprecio al derecho de
las naciones.
Estas ideas que
han sido las nuestras durante toda nuestra vida republicana, y que
al emitirlas en el período que —223→
siguió a la paz de Ancón se creyó por
algún estado sudamericano que eran producto apasionado de
intereses nacionales, son las que hoy proclaman el primer pueblo y
el primer hombre que existen sobre la tierra. ¡Qué
honor y satisfacción para el Perú que sea Wilson, el
político mundial, quien, sin ninguna mira egoísta,
las preconice en nombre de la humanidad y del derecho!
El Perú
nunca ha pedido más de lo que hoy recomienda el primer
magistrado de la República del Norte. Sus aspiraciones se
han limitado a exigir que las cautivas tengan derecho a escoger la
soberanía bajo la cual quieren vivir; lo cual, por lo
demás, no es sino lo que el tratado de 1883 ha establecido,
al precisar que sea el voto plebiscitario en fecha determinada
quien determine la suerte de ellas.
Por lo que
concierne a Tarapacá, la gran guerra europea ha llevado a la
conciencia universal el convencimiento de que el simple trascurso
del tiempo no basta para que se consoliden las posesiones
territoriales emanadas de la fuerza. Después le tantos
años corridos allí están las cuestiones de
Bosnia y Herzegovina, Trieste y Trentino, Alsacia y Lorena,
irguiéndose de nuevo en el terreno internacional para exigir
por las armas reivindicaciones que les fueron negadas por la
justicia. La fuerza no puede crear nada sólido en el terreno
del derecho. Grave es pues el error de Chile al pensar que la
posesión de lo conquistado sea eterna y al cometer el error
de dejar sin cumplimiento, por actos propios, el tratado que
él mismo obligó a firmar.
Al respecto el
doctor Javier Prado, en un prólogo en el libro La Cuestión del Pacífico,
del doctor Víctor Maúrtua, decía lo siguiente
en 1901:
—224→
Nuestra causa es
la de la justicia y la solidaridad americana. No sostenemos ni la
conquista ni la guerra y con ellas el despojo y el exterminio.
Queremos la paz y el respeto al derecho ajeno. En nombre de estos
sagrados principios tenemos título legítimo para
hacernos escuchar.
La victoria aunque
sólo fuera al principio de carácter moral, tiene gran
valor. La conciencia internacional, como la individual, representa
una fuerza enorme: suministra energías, fuerzas y aun
auxilios inesperados a los que cuentan con su apoyo, a la vez que
levanta barreras insuperables contra los que quedan fuera de ella.
Más tarde, ya no son sólo barreras: es el fantasma
amenazador que comienza a caminar y que va haciendo el vacío
y creando inmensas resistencias contra el culpable.
Quizá si
alguna vez Chile se dé cuenta de que es mala, muy mala, la
política en que está empecinado, que si hoy le es
fácil ensoberbecerse con ella, está jugando su
porvenir; pero tal vez cuando, saliendo de su alucinación,
abra mirada intensa y lúcida a la realidad, sea ya tarde; y
caiga, abrumado por el peso de la condenación universal, el
pueblo que ha querido hacer imperar, en América, la fuerza y
la violencia como ley suprema de
las naciones.
Sobre igual
tópico El Comercio
de Lima, decía en octubre de 1917:
Es interesante
dejar constancia de la nueva tendencia que se observa hoy en la
prensa chilena al apreciar el problema de las relaciones entre el
Perú y Chile.
Los telegramas de
Santiago y Valparaíso que hemos publicado en los
últimos días nos hacen conocer las opiniones de los
principales diarios chilenos, respecto a las cuestión
internacional con el Perú. Creen esos diarios que ha llegado
el momento de resolver las dificultades pendientes, y que, por lo
tanto, debe irse a la solución, y encuentran que está
en la conveniencia y en el más alto interés del
Perú y de Chile arribar, cuanto antes, a un avenimiento;
deseado, según asevera La
Nación, de Santiago, órgano del distinguido
político chileno señor Heliodoro Yáñez,
por los hombres patriotas e ilustrados de ambos países, en
nombre de Sudamérica.
Considera por su
parte, El Mercurio, que ha
llegado la hora de buscar una paz doméstica para un siglo y
un desarrollo —225→
seguro de economía continental, amagada por
gravísimos peligros, y que para esta tranquilidad octaviana
basta con que el Perú y Chile terminen sus cuestiones
fronterizas; lo que será el desgrane inmediato de los cuatro
pleitos que quedan en esta parte del continente; será el
desvanecimiento de la desconfianza entre vecinos;
«será, continúa diciendo El Mercurio, en un rapto de afectuosa
fraternidad retrospectiva, la restauración de esos tiempos
que nuestros padres conocieron, en que asociaban los nombres de
Chile y el Perú para vivarlos en ambos pueblos, como si se
tratase de una unión de gemelos. Entonces sí podremos
hablar de tratados de comercio, uniones aduaneras, confederaciones,
de lo que quiera sonarse».
Y La Nación, avanzando en ideas
tanto como El Mercurio,
cree que hay una gran obra por realizar; que los obstáculos
que a ella se oponen no son insalvables; y que el talento y el
patriotismo de los hombres del Perú y Chile pueden hacer el
resto: «cristalizar una fórmula definitiva».
Tal es el tono y
el espíritu que se observa en la prensa chilena al juzgar el
problema de las relaciones de nuestro país con la
República del Sur. Se advertirá que hay un cambio
notable en los conceptos y en los propósitos de esa prensa;
que arrastrada, en época no lejana, por sentimientos de
arrogancia jactanciosa y de hiriente desenfado, llegó hasta
declarar el firme propósito de Chile de no desprenderse de
Tacna y Arica mientras hubiese salitre en Tarapacá.
Así lo
estampó El Mercurio,
con insólito desconocimiento de todo rubor internacional.
Ante esta declaración inaudita, resultaba inútil
cualquiera serena alegación de nuestro derecho y todo
esfuerzo encaminado a que se escucharan en Chile las justificadas
demandas del Perú. ¿A qué discutir
fórmulas de avenimiento diplomático y de tranquila y
justa solución del conflicto pendiente, si se nos
notificaba, sin ambages, que Chile proseguiría detentando
nuestros territorios del sur, hasta que se agotaran las riquezas
naturales, arrebatadas al Perú, junto con un jirón
del suelo patrio, a causa de la guerra de 1879?
Consciente de su
derecho y sin los cañones necesarios para imponer la
justicia en sus relaciones con Chile, no podía el
Perú decorosamente, después de esa brusca
declaración de los propósitos de violencia que
inspiraban a la República del Sur en el asunto de Arica y
Tacna, observar otra norma de conducta que la que ha seguido, de
tranquila y paciente expectación, convencido como
está de que le asiste la justicia y de que los simples
deseos de Chile no han de bastar, —226→
al fin, para que prevalezcan el atropello y la
sinrazón, en el desenlace del pleito de límites,
pendiente entre ambos pueblos.
El Perú
espera, confía en su derecho; no se precipita; porque
siempre ha tenido la creencia de que las situaciones de fuerza y de
preponderancia material de los pueblos no suelen ser eternas y de
que el natural desarrollo y las imprevistas complicaciones de la
vida internacional ofrecen, con el correr de los tiempos,
extraordinarias sorpresas, capaces de producir cambios
trascendentales en el campo de la diplomacia y reacciones
incontrastables de los principios de justicia y de derecho,
conculcados por abuso inescrupuloso de los más fuertes o de
los menos débiles.
Y no cabe duda de
que las esperanzas del Perú no se ven hoy defraudadas por
los hechos. Grandes acontecimientos se producen en la historia de
la humanidad, del fondo de los cuales ha de surgir un nuevo derecho
público, basado en el respecto a las ajenas
soberanías, en la condenación de la conquista, en el
restablecimiento de la paz perdurable, sobre bases de justicia
internacional y de acatamiento a la voluntad de las nacionalidades
sojuzgadas, que desean romper vínculos odiosos, impuestos
con la punta de la espada y mantenidos por la torpe presión
de la fuerza.
Se avecina, pues,
como piensan hoy los diarios de Chile, el momento de las
liquidaciones en América y en el mundo todo; pero a base de
justicia y de libertad, no de imposición agresiva y de
atropello inexcusable. Por eso es que diferimos de El Mercurio cuando cree que nuestro
problema de Tacna y Arica no es ni será europeo, sino
sudamericano. El problema del Pacífico se confunde
actualmente con todos los que cristalizan aspiraciones a la
libertad y a la justicia, nobles reivindicaciones de la
soberanía y de la nacionalidad de los pueblos. No es un
problema local, no es un problema nuestro: es un problema humano.
Si el derecho impera en el mundo por la destrucción de la
fuerza conquistadora en los campos de batalla donde se libra la
gran contienda de que ha de depender el futuro de la humanidad, no
prevalecerán, ciertamente, ni en América, ni en parte
alguna del planeta, la injusticia y el despojo territorial en las
relaciones entre estados libres.
Miradas así
las cosas, habría motivo para que El Mercurio, de Valparaíso,
concediese mayor importancia a las manifestaciones de la
solidaridad del Perú con las reclamaciones territoriales de
Francia. Cree ese diario que a este respecto —227→
«las cosas no se parecen sino en lo que pueda
aplicarse el mismo concepto de resolver, para bien de ambos
pueblos, las cuestiones pendientes». Quizás si
está en lo cierto; porque, no cabe duda de que, entre la
situación de Arica y Tacna y la de Alsacia y Lorena, hay
notable diferencia. El Perú no ha cedido a Chile Tacna y
Arica, por el tratado de paz, mientras que Francia, obligada por
sus desastres militares de 1870, entregó definitivamente, a
Alemania, los territorios de Alsacia y Lorena, que hoy intenta
recuperar por los mismos medios que Alemania empleó entonces
para arrebatárselos: la fuerza de las armas.
Y no está
en lo cierto El Mercurio
cuando, penetrado de la débil situación de Chile en
su litigio con el Perú, dice que ha estado dedicado ese
país a «dar una forma jurídica a su
ocupación, de acuerdo con el Perú, buscando la manera
de reglamentar el plebiscito, o de reemplazarlo, por voluntad de
las partes, con intermitencias o interrupciones de que una y otra
son alternativamente culpables»; porque jamás ha
prestado su acuerdo el Perú a ninguna tendencia de Chile
encaminada a dar forma jurídica a la ocupación de
nuestros territorios de Tacna y Arica, ni puede culpársenos,
en ningún caso, de las intermitencias con que se han
desarrollado las negociaciones diplomáticas, seguidas en
este largo y enojoso proceso externo, para liquidarlo de modo
justo.
Nos parece
oportuno dejar constancia de estos hechos, como, también, de
que la «fórmula definitiva» que La Nación, de Santiago,
surgiere, al declarar llegado el momento para poner término
amistoso al conflicto con el Perú, sólo puede ser
una: la que emane del reconocimiento de la justicia y del derecho
que nos asiste. Chile, apelando a expedientes artificiosos,
insostenibles en otro concepto que en el de la fuerza, ocupa, sin
título alguno, nuestros territorios de Arica y Tacna, desde
hace veintitrés años; pues, en 1894, debió
definirse la suerte de esas provincias peruanas. Los actos que
Chile ha practicado, mientras tanto, en aquel pedazo de suelo
nuestro, arrojando de allí a millares de ciudadanos del
Perú, y el tiempo indebidamente trascurrido, que ha sido
causa de que desaparezcan otros tantos millares de peruanos,
quienes han rendido obligado tributo a la naturaleza, conservando
su amor al Perú hasta que se apagaron los últimos
latidos de sus corazones, no pueden dejar de tenerse en cuenta
cuando llegue el momento de liquidar la vieja controversia; porque,
de lo contrario, se aceptaría la injusticia de admitir como
factores en la solución del litigio hechos impuestos por la
violencia, —228→
que han falseado el espíritu y la letra de un solemne
pacto internacional, postergando, por acto exclusivo de una de las
partes, y sin la voluntad de la otra parte interesada, su oportuno
y austero cumplimiento.
Por eso es que
decimos que la «fórmula definitiva» para zanjar
el pleito pendiente entre el Perú y Chile, debe encarnar en
el reconocimiento de la justicia y del derecho que nos asiste.
Sólo así será posible que cicatricen aquellas
viejas heridas que, a juicio de La
Nación, sería injusto mantener abiertas.
Ha sido un fatal
error de los estadistas del sur hacer de una simple frase efectista
de Vicuña Mackenna el exponente de la política de
Chile en sus relaciones con el Perú. Cuando aquel
historiador exclamaba: «No soltéis el Morro»,
abrió entre ambos pueblos profundo abismo; porque, incitando
a Chile al desconocimiento de un tratado público solemne,
hería los sentimientos patrióticos más
delicados del Perú, anhelante siempre de ver incorporarse,
de nuevo, al seno de la república, sus infortunadas
provincias de Tacna y Arica. Y, mientras tanto, en Chile saben bien
que esos territorios para nada sirven como posición
estratégica internacional; pues así como fueron
dominados por mar y tierra en 1880, volverían a serlo, por
quienes contaran con mayor fuerza material para ocuparlos, en caso
de que sirviesen otra vez de campo de acción a
ejércitos beligerantes.
Chile no puede
resolver sus dificultades con el Perú sino procediendo con
espíritu abierto, con ánimo sereno, con
propósito de justicia. Así debe entenderlo si es que
cree llegada la oportunidad de poner término al embolismo
del Pacífico. Uno de sus diarios llamaba la atención,
alarmado ante las actitudes recientes del Perú y del Uruguay
en el conflicto que conmueve al mundo, hacia el hecho de que Chile
se iba quedando aislado en esta gran crisis. Tal es la verdad; pero
no debe sorprender lo que a Chile ocurre; porque los pueblos que
actualmente se agrupan en América y Europa son los que
inspiran su política internacional en sentimientos de
respeto al derecho y a la justicia; e interesado Chile en mantener
en el continente americano situaciones de fuerza incompatibles con
esa elevada política, ha de quedar necesariamente aislado de
la generalidad de las naciones, solidarias en el gran movimiento
que la humanidad emprende hacia la conquista de tan nobles
principios; a menos que se decida a incorporarse, también,
en la corriente universal, levantando, resueltamente, la bandera
que le invitamos a levantar, de respeto a la justicia
—229→
y de culto al derecho; única bajo cuyos amplios
generosos pliegues podrían juntarse el Perú y Chile,
olvidando el pasado, sin mengua de nuestro decoro, ni desmedro para
le buen nombre internacional de ninguno de los dos pueblos,
El semanario
Pro Patria,
publicación patriótica que se lee en toda la
República, en febrero de 1918, dijo lo siguiente:
Evidentemente, la
opinión pública chilena ha sufrido una sensible
modificación con respecto a la forma de solucionar el
problema de las cautivas; se nota que se ha abandonado la
fórmula rígida e intransigente en que se había
encerrado anteriormente, la que significaba la retención
definitiva de esas provincias. Hoy se habla corrientemente de la
devolución de Tacna. Como dijimos en un artículo
anterior, esta modificación obedece, principalmente, a la
perentoria declaración del presidente Wilson, de que a la
terminación de la guerra se liquidarían todas las
cuestiones internacionales pendientes. Chile piensa que le
sería más conveniente llegar, antes, a un arreglo
directo, que no verse, después, obligado a verificarlo bajo
el control y vigilancia del Comité Ejecutivo de la
Asociación de las Naciones, que se formará al
terminarse la guerra.
Todos los
tacneños pensamos que el Perú no debe precipitarse en
llegar a conclusiones y arreglos definitivos, y que pudiera
más convenirnos mantener la actual situación hasta la
terminación de la guerra.
Como toda la
controversia gira alrededor del cumplimiento del tratado de
Ancón, nosotros nos preguntamos si el Perú debe
exigir la estricta ejecución de sus cláusulas.
Pensamos que si en dicho tratado se consignaron artículos
cuyo cumplimiento debía verificarse en el plazo fijo y
determinado, y que no habiendo llevado a efecto su estricto
cumplimiento en la época y forma establecida, dicho tratado
ha quedado, de facto, nulo y sin valor alguno. Creemos que ese debe
ser el concepto jurídico de todo contrato, es decir, que la
falta de cumplimiento de una de las cláusulas importa la
nulidad total y mucho más en este tratado de Ancón,
en que se establecía una fecha fija para la
verificación del plebiscito, cuyo cumplimiento era de
capital importancia para el Perú. Efectivamente, el
plebiscito debió tener lugar diez años después
de firmado el tratado, es decir cuando Chile no había podido
aclimatar en Tacna una numerosa población; cuando no
podía haber —230→
discusión sobre la calidad, clase y condición
de los regnícolas; y no ahora que han transcurrido
más de treinta años, cuando existe una
generación de chilenos nacidos allí; después
de haberse llevado a cabo, con escarnio de la actual
civilización, las más injustificables persecuciones
para ahogar el sentimiento de la nacionalidad peruana;
después de clausuradas nuestras escuelas, arrojados nuestros
sacerdotes, destruidas nuestras imprentas, saqueados nuestros
centros sociales y obligados, por último, a emprender el
éxodo más doloroso la mayoría de sus
habitantes, con lo que han conseguido, especialmente en Arica, una
situación más ventajosa que la nuestra. Creemos que
debe contemplarse detenidamente esta fase del asunto y encontrar la
fórmula justa y legal que tenemos derecho a exigir.
A fines de 1914
los gobiernos del Brasil, de la Argentina y de Chile suscribieron
un pacto internacional de carácter romántico, pacto
que ha pasado a la posteridad con el nombre del A. B. C.
Firmado,
según se dijo en el Brasil, con un fin pacifista, en
realidad sólo sirvió para fomentar recelos en los
países débiles del continente que fueron excluidos de
la asociación.
No tuvo por objeto
el A. B. C. crear una entidad moral suficientemente fuerte para
hacer respetar los derechos y las prerrogativas continentales ante
el peligro de una agresión europea o norteamericana. Tampoco
tuvo, ni podía tener, la personería del continente
estando constituido por sólo tres naciones; ni
significó una entidad creada para alejar el peligro de la
guerra en Sudamérica, ni para cooperar al desarme general. A
raíz de firmado, Chile dio pasos para aumentar su escuadra
con numerosos submarinos, y Argentina y Brasil para adquirir
acorazados y destroyers.
El A. B. C. fue
combatido en toda la América. Con excepción de Chile,
unánimemente se exteriorizó por medio de la
—231→
prensa la opinión de que el pacto pacifista no
correspondía a ninguna necesidad presente ni futura de la
política continental; y que más bien
restringía las aspiraciones americanas, dándoles
carácter regional, como lo afirmó el
internacionalista brasileño Saa Vianna. Se dijo,
también, del A. B. C., que lejos de aportar beneficios
entrañaba peligros que podían producir disidencias y
complicaciones en cuestiones que afectaran directamente a los
países signatarios, y que el tratado no era de arbitraje, ni
nada parecido, sino más bien un pacto para averiguar y
resolver asuntos determinados con funciones pasajeras, nada de lo
cual daba motivo para una convención internacional de forma
permanente.
El A. B. C.
fracasó por haberse arrogado una personería que nadie
le concedió, por haber despertado la desconfianza de los
estadistas de la América del Sur con excepción de los
de Chile. Fracasó porque no estaba constituido a base de un
sólido arreglo definitivo de los pleitos de fronteras, ni
alejaba la posibilidad de nuevas controversias internacionales
evitando así el peligro de la guerra en América; y,
por último, porque una política de justicia y de
equidad debe contemplar los derechos y las necesidades de todas las
naciones del continente, sin exclusión de ninguna de
ellas.
Fracasado el A. B.
C. a causa de haberse aplazado por el Congreso Argentino el
propósito de discutir el tratado, se intentó en 1916
formar una «entente» entre Chile, Brasil y Uruguay. Al
respecto y a raíz de aquel propósito, también
fracasado, La Prensa, de
Buenos Aires, dijo lo siguiente:
¿Qué
finalidad reconoce la «entente» Brasil-Chile-Uruguay,
siendo Chile ajeno a las cuestiones del Atlántico, y estando
obligado a mantener su abstención en ellas, en virtud de
—232→
negociados notorios y como compensación de la
prescindencia argentina en el grave y ceñido nudo
diplomático chileno-peruano? ¿Cuál es la forma
de aquella «entente»? ¿Es una alianza?
¿Es una inteligencia preliminar para combatir
propósitos y acciones futuras? ¿Existe el designio de
que Chile participe en alguna oportunidad futura en las cuestiones
del Río de la Plata, reagitadas vivamente por el Uruguay en
los últimos meses? ¿Queda entendido, en fin, que la
República Argentina recupera su libertad de acción
diplomática en el Pacífico, donde ella sería
decisiva, en el sentido de soluciones equitativas y
conciliatorias?
He aquí las
cuestiones que plantea perentoriamente el «imbroglio»
de la iniciativa del viaje aplazado de los cancilleres.
Una de ellas
está suficientemente aclarada ya y ninguna persona informada
en asuntos diplomáticos de estas regiones puede alimentar la
menor duda: la «entente» Brasil-Chile-Uruguay.
Respecto de las
otras cuestiones conviene que sepan los Estados Unidos que cuanto,
haya hablado con ellos el canciller Muller sobre neutralidad y
otros asuntos continentales, ha sido únicamente en nombre
del Brasil, en uso de su perfecto derecho; pero que ningún
otro Estado, que no fuera Chile y el Uruguay, lo ha autorizado para
ejercer tal representación y aún dudamos de que estos
últimos lo hayan hecho.
La política
de A. B. C. no existe. Ha sido tratada y aun ha alcanzado
soluciones durante los últimos treinta años: pero en
casos especiales, pasados los cuales quedó disuelta,
tornando cada país a hacer su política
individual.
Su última
manifestación fue la intervención en los asuntos
americano mexicanos: pero ese error, de consecuencias
estériles, no es imputable a la República Argentina,
que aceptó la sugestión del gobierno americano como
un acto de cortesía y de humanidad.
En cuanto al
tratado A. B. C. de Buenos Aires, tampoco fue promovido por la
cancillería argentina. Nació de una iniciativa del
Brasil, y el gobierno argentino hizo saber en Buenos Aires,
oportunamente, que aceptó dicha iniciativa porque la
consideraba innocua, y que la suscribió simplemente como un
acto de cortés amabilidad respecto del Brasil, que con la
cooperación de Chile mostraba un empeño singular en
que la visita de los cancilleres a Buenos Aires no resultara un
simple esparcimiento diplomático.
El congreso
argentino lo sabía, y por eso murió en su
—233→
seno el tratado, que sólo tuvo el voto de
«política interna» del senado, en virtud de
gestiones del poder ejecutivo, no obstante que la mayoría de
los senadores habían manifestado sin reservas su
disconformidad con lo pactado.
Los
esclarecimientos que pedimos, sobre las consecuencias
diplomáticas de los errores que cometen los vecinos a este
respecto, tienen por objeto disipar nubes cuya aparición en
el horizonte internacional nada justifica.
Por otra parte,
«La Prensa» ve confirmadas sus previsiones cuando
sostuvo que la proyectada política del A. B. C. había
de originar sucesivas complicaciones, opinión que ha sido
aceptada y sostenida vigorosamente por reputados publicistas del
país y de Sudamérica.
Lo sensato es que
la Argentina, el Brasil y Chile mantengan su individualidad en
materia internacional renunciando a pretensiones hegemónicas
y a «ententes» o alianzas efímeras, que si
alteraran la cordialidad sería sin provecho para sus
promotores, pues la República Argentina está,
felizmente, advertida y a cubierto de toda eventualidad.
Es necesario
abandonar las rutinas fatales y utilitarias de la diplomacia
europea que han producido la guerra.
Conviene a
nuestros vecinos cultivar a nuestro respecto una vida internacional
franca, clara, sincera y de palabra sobria, eliminando la intriga y
el exceso de la literatura de la confraternidad internacional,
porque pudiera bien creerse que tanto cariño oculta lo que
no es tal.
Les conviene
también modificar las orientaciones de sus propagandas y los
servicios de informaciones de sus cancillerías.
Diarios
caracterizados en Chile dan toques de alarma atribuyendo a la
cancillería argentina planes hostiles a Chile y al Brasil,
por el hecho de haber asumido una actitud que juzgamos razonable,
en la proyectada visita de los cancilleres.
Esas exaltaciones
revelan en el fondo mala voluntad para nuestro país, y hacen
daño a Chile y a su mismo gobierno actual, de la serenidad y
sensatez de cuyo presidente no hemos dudado.
No ha bastado que
el nuevo jefe del Estado argentino hiciera una distinción al
embajador del Brasil, almirante Frontin, llamándole para
darle un mensaje de cordialidad y de bienestar diplomático,
a fin de que lo trasmitiera a su gobierno.
No han parecido
suficientes las pruebas repetidas, de que se fueron honradamente
convencidos Ruy Barbosa y su comitiva, —234→
de que en la República Argentina, el Brasil y Chile
no tienen enemigos.
No se ha reparado,
en fin, en que el nuevo canciller argentino ha dado razones
juiciosas para abstenerse de ir por el momento a Río de
Janeiro, sin que ello importe alterar los rumbos cordiales en que
deben ser mantenidas nuestras relaciones con el Brasil y con
Chile.
Las cavilosidades
continúan, seguidas de alusiones personales, impropias,
demostrando que en materia de cordialidad internacional solamente
la República Argentina ha uniformado su opinión en el
sentido de cultivarla sin reservas con el Brasil y con Chile,
mientras que en dichos países se agitan todavía
corrientes hostiles al nuestro, sin ningún fundamento.
Creemos prestar un
servicio positivo a la buena política de estas naciones,
exhortando a la opinión sensata del Brasil y de Chile a
suprimir, de una vez por todas, las propagandas indiscretas, las
agresiones personales a nuestros estadistas y las cavilosidades y
desconfianzas, cuyos resultados, en último análisis,
solamente perjudicarán a dichas repúblicas.
Firmado el 11 de
noviembre de 1918 el armisticio que ha puesto fin a la guerra
mundial, y modificada por tal causa y por la alta resonancia que
han tenido en el mundo los 14 principios proclamados por el
presidente Wilson nuestra situación en los asuntos que nos
distancian de Chile, necesitamos ampliar el presente
capítulo con el artículo nuestro que va a
continuación, el mismo que fue publicado el 24 de noviembre,
por El Comercio, de
Lima.
Después de
la venida de Jesús a la tierra, la humanidad no ha
presenciado acontecimiento más grandioso que el actual.
Exceptuando las doctrinas de paz, de amor, de caridad y de
perdón predicadas por el Hombre Dios, no hay nada en veinte
siglos que tengan la grandeza y la significación moral de
las ideas de justicia, de libertad, de independencia y de respeto
al derecho ajeno proclamadas por Wilson. Si benditos de Dios fueron
los pueblos que vieron a Jesús, que oyeron sus doctrinas y
le siguieron en su camino de luz; si bienaventuradas fueron las
muchedumbres que oyeron el sermón de la montaña,
—235→
bienaventurada es también la humanidad
contemporánea y benditos de Dios los pueblos que al fin se
ven libres de las imposiciones de la fuerza bruta.
Constituidas a
raíz de la paz mundial y en los mismos territorios que
dieron su sangre para oprimir al mundo, democracias fundadas en los
principios de Wilson, imposible es dudar de que el mundo ha
recibido la buena nueva con la misma alegría que ahora
veinte siglos oyó el angélico cántico de
gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad.
¿Hungría y Bohemia se constituirían en estados
independientes y pequeños, segregándose de un
núcleo que hasta ayer fue poderoso, si no tuvieran fe de que
de hoy en adelante no necesitarán soldados para defender su
libertad e independencia?
Son tan grandiosas
las doctrinas de Wilson, es algo tan superior al ambiente en que
hemos vivido veinte siglos y tan contrario a la fuerza, tan
evangélicos sus principios y de proyecciones tan inmensas,
que se necesita una mentalidad superior, un alma grande, generosa,
nacida para el bien y exenta de egoísmos, para comprenderlas
primero y para prestarles fe después. Así como los
romanos, orgullosos de su fuerza y dominio y acostumbrados a pedir
ojo por ojo y diente por diente, encontraron absurdos e
impracticables la caridad y el perdón, así
también, en estos momentos, los que no creen que el mundo
evoluciona, que la vida es inmortal, que en el silencio se trabaja
ella misma, y que por acción misteriosa de la ley divina
encuentra siempre su camino en la cristiana consumación de
su obra, no prestan fe a la labor de Wilson.
No hay
espectáculo más triste que la sonrisa burlona de
quien no cree en la evolución bienhechora de la hora
presente.
Nos ha tocado en
suerte a los que presenciamos los horrores de la guerra del
Pacífico, sus crueldades, saqueos, incendios y asesinatos,
y, lo que fue más desconsolador, la desmembración del
territorio, haber merecido de la Providencia vida precisa para
asistir al nuevo orden de ideas, al proceso que atónita
contempla hoy la humanidad, y, como consecuencia, a las
reparaciones consiguientes. Nos encontramos en la misma
situación en que están los franceses que presenciaron
la caída de 1870 y que por el triunfo de la libertad y del
derecho y de la justicia recuperan Alsacia y Lorena
No hay esfuerzo
heroico y noble encaminado a un fin justiciero que no tenga
recompensa. Treinta y seis años hemos —236→
aguardado reparación con una tenacidad superior a
nuestra voluntad tornadiza, a nuestra falta de entereza. A pesar de
ser la veleidad característica nacional, no hay ni ha habido
nunca desde 1879 dentro de la república la menor divergencia
en los propósitos dignos y levantados de no ceder Tacna y
Arica. Aquí jamás hemos tenido partido chileno, ni
gente dispuesta a transar con Chile para facilitarle el
cumplimiento del tratado de Ancón.
Nuestra heroica
constancia nos ha salvado. No sabíamos -como tampoco lo
sabían Francia e Italia- por dónde llegaría el
auxilio providencial que nos hiciera más fuertes que Chile.
Sin embargo, lo esperábamos. Sabíamos que la
conquista de Tarapacá no podía ser eterna y que
habría justicia para nuestro pueblo. Ese auxilio ha llegado.
Bendito sea Dios, que al final de una vida de miserias, de
humillaciones y de pesadumbres, llevadas con resignación
patriótica por los que fuimos derrotados en los campos de
batalla, nos concede una aurora de paz, de libertad, de respeto al
derecho y de reposición de lo perdido.
Siendo los pueblos
guerreros los más soberbios de la humanidad y los menos
dispuestos a oír la sabia voz de la razón y de la
prudencia, hallándose siempre dispuestos a resolverlo todo
con criterio unilateral y apoyados en la fuerza bruta, Chile
jamás buscó solución al problema de Tacna y
Arica de acuerdo con el sentimiento nacional peruano. Armado, como
ha vivido, de un garrote, ha tenido la insensatez de creer que sus
conquistas eran eternas. Ciego todavía, embrutecido por el
uso de la fuerza, tiene todavía fe en ella a pesar de la
debacle teutónica, y en estos momentos piensa comprar en dos
millones de libras los mismos acorazados que Inglaterra le
quitó en 1914.
Pronto la realidad
lo despertará en la misma forma que los ejércitos de
la libertad han despertado a la Alemania militarizada de ayer;
pronto será acusado de imperialista, de germanófilo,
de haberse apropiado por la fuerza de Antofagasta, de
Tarapacá, de Tacna y Arica; de tener dos criterios: uno
altanero, despótico y brutal para el Perú y Bolivia y
otro hipócrita, humilde para Argentina y Brasil. Pronto se
le echarán en cara los atropellos cometidos en Tacna, Arica
y Tarapacá para arrojar a los peruanos de la tierra en que
nacieron. Pronto le llevaremos al Tribunal de las Naciones para que
responda de las acusaciones que le tenemos preparadas. Para
entonces, veremos si contesta a sus jueces que la victoria es la
suprema ley de las naciones y que la fuerza prima sobre el
derecho.
—237→
Creen en Chile a
Wilson dispuesto a claudicar de sus ideas y propósitos en la
hora suprema de imponerlos en la Liga de las Naciones. Creen que
sus doctrinas no han sido aceptadas por toda la Nación
norteamericana ni tampoco por toda la Europa, en cuyo continente
constitúyense hoy nuevas nacionalidades dispuestas a vivir
bajo el amparo de las nuevas doctrinas proclamadas. Wilson
sería inconsecuente si después de haber combatido en
nombre de la libertad y de la justicia del mundo el imperialismo
alemán, la conquista y la fuerza, si después de haber
obtenido de su pueblo la magnanimidad de no pedir compensaciones en
el triunfo, ni siquiera el pago de los gastos de la guerra,
permitiera a Chile quedarse con Tarapacá, porque se trata de
la América Latina y no de Europa.
Saben los
estadistas de Norteamérica, que jamás habrá en
este continente paz, armonía, respeto mutuo ni perfectas
relaciones políticas y comerciales, mientras queden en poder
de Chile los territorios arrebatados en la guerra del
Pacífico. Conocen esos estadistas la manera brutal como
fueron conquistados esos territorios, las ingentes riquezas sacadas
de ellos, el exceso con que han sido pagados los gastos de la
guerra de 1879, la nulidad del tratado de Ancón, por
incumplimiento de la cláusula tercera; y conociéndose
todo esto, ¿es posible que en nombre de la justicia, del
derecho, de la libertad, se dé a Chile el título
definitivo y mundial de que carece para quedarse con nuestros
territorios usurpados y ser los amos militares de los pobladores
peruanos que en ellos viven? Sería pasmoso que Chile, que
tiene hoy sobre Tarapacá, Tacna y Arica un título
precario, apoyado sólo en la fuerza y válido mientras
su poder militar sea superior al nuestro, obtuviera de la Liga de
las Naciones un título indiscutible; y que este
título le fuera dado en nombre del derecho y de la justicia
y después de una serena discusión entre los hombres
superiores de las naciones que tratarán de la paz
mundial.
Francia, que ha
recuperado Alsacia y Lorena por la voluntad del mundo,
¿podrá sostener que la Alsacia y Lorena de la
América del Sur deben quedar en manos de Chile? Italia, que
se halla en el mismo caso de Francia, ¿no debe pensar de
igual manera? Inglaterra, que vive en sabio equilibrio con sus
colonias por la justicia con que mantiene sus relaciones,
¿ratificará con su firma, en la Liga de las Naciones,
el título precario, ni siquiera legítimo ante el
Derecho Internacional, que exhibe Chile? ¿Sostendrán
el derecho de conquista las naciones de América Latina,
ellas que han vivido íntegras —238→
y libres de la voracidad europea, en gran parte defendidas
por la doctrina de Monroe?
Como no basta
tener la justicia, sino que es menester que quien la administra
quiera darla, y como esto se consigue exponiendo en forma
amplía, brillante, clara, verídica y circunspecta el
derecho que se posee, podemos concluir este artículo
diciendo que Tarapacá, Tacna y Arica serán peruanos
si hay fe en la posibilidad de recuperarlos y si ponernos los
medios adecuados para incorporarlos al Perú. No olvidemos
que Chile ha tomado en broma y hasta con desprecio el supremo
instante en que vivimos. Cree que se trata de tripicalerías
peruanas. En tal situación, aprovechemos su torpeza,
dejémosle que siga comprando acorazados y recibiendo
armamentos del Japón, a fin de que, cuando se mueva en el
terreno diplomático, encuentre avanzada nuestra
propaganda.
—[239]→
Capítulo XV
Finanzas
SUMARIO
Poco respeto que los hombres públicos han tenido por el
crédito nacional.- No somos tramposos ni ladrones, sino
malos pagadores.- Nuestra apatía y pereza han negado al
extremo de no pagar por muchos años nuestra cuota a la
Unión Postal Universal.- Igual que Haití ante los
banqueros de Nueva York en la crisis económica de 1914.-
Causas que originan estas crisis.- «Debacles»
financieras de 1909 y 1915.- Deudas del Perú en 1908, en
1913 y en 1915.- El aumento de nuestra deuda pública revela
desorden y empirismo en el manejo de las rentas del Estado.-
Pruebas claras de la irregularidad financiera, de la
inconstitucionalidad permanente y de la vergonzosa quiebra
institucional en que han vivido los poderes Ejecutivo y Legislativo
en lo concerniente al arreglo del presupuesto.- Pavorosa
situación económica de 1914.- Causas exteriores que
la agravaron.- Se acude al papel moneda.- Temores y desconfianzas
prolongan nuestra situación.- Bancarrota fiscal.-
Préstamo de Lp. 500.000.000.- La reacción.- La
balanza económica se inclina a nuestro favor.- Beneficios
que en el orden económico producen la paz de la
República, la disminución de los efectivos del
Ejército y el restablecimiento del régimen
constitucional.- Bonanza económica de 1917 a 1918.-
Amortización de deudas.- Saldos de las que quedan.-
Empréstito de $ 15.000.000.000 en Nueva York.-
Creación de una nueva —240→
deuda interna.- Conceptuoso artículo del señor
Carlos Ledgard.
El poco respeto
que nuestros hombres públicos han tenido por el
crédito nacional, lo desordenados que hemos sido en el
cumplimiento de la ley del presupuesto, como también la
falta de exactitud en el pago oportuno de las obligaciones del
Estado, han dado al Perú, fuera y dentro del país,
ingrata fama como entidad financiera. No es que seamos tramposos,
ni mucho menos ladrones, como se ha creído sin el menor
fundamento por peruanos y extranjeros, sino que hemos carecido de
escrupulosidad y pundonor, no habiéndonos dado nunca cuenta
de lo sagrado e incontrovertible que es un crédito que lleva
la firma del personero de la Nación. Nos ha faltado concepto
de lo que significa deber y no pagar, y jamás la sangre se
nos ha subido al rostro cuando se nos ha dicho que el Perú
es mal pagador. Tampoco la prensa ni los partidos políticos
han hecho cuestión sustantiva ni motivo de crisis
ministerial el abuso con que el Gobierno ha malversado el dinero
señalado por ley para la amortización de las
deudas.
Hombres
públicos que en su conducta privada hubieran sufrido un
bochorno al ver dos veces seguidas a un cobrador a la puerta de su
casa, al ocupar un puesto en el congreso o en el gobierno, han
mirado con indolencia musulmana a los acreedores del Estado.
Nuestra apatía y pereza al respecto han llegado al extremo
de no pagar por algunos años nuestra contribución a
la Unión Postal Universal, y por tal descuido haber puesto a
la Nación en peligro de ser excluida de la lista universal.
Las únicas naciones que dejaron de —241→
pagar los intereses de sus deudas en Nueva York en la crisis
de 1914 fueron el Perú y Haití; y cuando
posteriormente el comisionado del Perú, señor Manuel
Montero, vivió en intimidad con los hombres de Wall Street,
en su deseo de levantar un empréstito por $ 15.000.000'00,
su sorpresa fue completa al saber que los banqueros americanos
conocían mejor que el ministro de Hacienda de Lima el mal
estado de las finanzas del Perú.
Nos hemos
acostumbrado a ser incumplidos en nuestros compromisos, y la
reacción sólo vendrá cuando nos demos cuenta
de que mas daño hemos hecho al crédito de nuestro
país por inconciencia que por falta de dinero.
Situación
tan inconveniente tiene su origen, casi siempre, en las continuas
crisis económicas que tan a menudo suceden a las bonanzas
fiscales que de cuando en cuando nos favorecen. Cada vez que las
entradas crecen, se aumentan los egresos en forma desconsiderada; y
cuando por ley económica sucede lo contrario y disminuyen
los ingresos, la crisis encuentra al Estado sin reservas
acumuladas, muchas veces arrastrando un déficit inverosímil
formado en tiempo de abundancia. Es entonces que se pretende echar
mano de un crédito que no se tiene; y como no puede dejarse
de pagar al ejército, la policía y la
gendarmería, sin que el orden público peligre,
únicamente se da preferencia a estos pagos y si se puede a
la lista civil, paralizándose todas las obras
públicas, y lo que es más grave, la
amortización y los intereses de todas las deudas.
Vivos están
los recuerdos de las debacles financieras de 1909 y 1915,
épocas en que habiendo disminuido las entradas de la
República notablemente, dejáronse de pagar en el
—242→
extranjero y en el país deudas sagradas y se hicieron
las más penosas y usurarias operaciones de crédito
para que el Estado no se declarara en bancarrota.
Al terminar la
administración del señor Pardo, en 1908, la deuda
pública del Perú fluctuaba alrededor de 6.000'000 de
soles, suma que en su mayor parte fue destinada a la compra de las
unidades navales Grau y
Bolognesi. Cinco años más tarde, en septiembre
de 1913, el señor Billinghurst, presidente entonces de la
República, anunció en un mensaje al Congreso el
estado de nuestra deuda nacional, y con sorpresa el país se
enteró de que el saldo deudor del Erario había
ascendido a la considerable suma de soles 59.643.831'80. En cinco
años nuestra deuda pública había aumentado
cincuenta y tres millones, o sean diez y medio millones de soles
por año.
Dos años
después, el 1.º de enero de 1916, aquella deuda
nacional, incluyendo los diez millones que necesita el Perú
para responder a las reclamaciones francesas que penden del fallo
de la Corte de la Haya, llegó a alcanzar 86.000'000 de
soles. En poco menos de dos años, el aumento llegó a
veinticinco millones de soles más, proporción
todavía algo mayor de los diez millones y medio
correspondientes al quinquenio de 1908 a 1913.
Un aumento de
ochenta millones de soles en siete años es el colmo del
derroche, de la malversación, de la incapacidad financiera
en que últimamente ha vivido el Perú. La crisis
económica de 1909 y los gastos extraordinarios que tuvo que
hacer la República en la formación de un
ejército y una marina que supieron imponerse con aprestos
bélicos para evitar la lucha armada, primero con
—243→
Bolivia y después con el Ecuador, explican los
primeros déficit y
el incremento de la deuda pública en los años en que
se verificaron esos conflictos; pero el aumento de dicha deuda en
los años posteriores es algo que revela un estado
caótico, desordenado y empírico en la manera de
manejar las rentas del Estado. ¿Cómo ha podido
ocurrir esta desastrosa gestión financiera? Lo más
curioso del caso es que ninguno de los presidentes ni los ministros
que actuaron en esos años vive rico por causa de su labor en
el gobierno; y esto, si en verdad es satisfactorio porque revela la
honradez de nuestros hombres públicos, en cambio es una
prueba clara de la irregularidad financiera, de la
inconstitucionalidad permanente, de la vergonzosa quiebra
institucional en que han vivido los poderes Legislativo y Ejecutivo
en todo lo concerniente al arreglo del presupuesto de la
República y al respeto que se merece el Crédito de la
Nación.
Subida estaba ya
la deuda pública del Perú cuando estalló la
guerra europea. Quiso el destino en esa época, que fue la
correspondiente a la segunda mitad del año de 1914,
añadir a nuestra insolvencia las múltiples, variadas
y pavorosas situaciones económicas que trajo la crisis
financiera mundial. Agravada se hallaba la República cuando
se inició el conflicto, y fue por eso que su debilitado
organismo sufrió intensamente con la sacudida. La crisis nos
hubiera afectado poco, si el Gobierno, empobrecido desde antes que
principiara la guerra, no hubiera dejado de recibir inesperadamente
parte de sus ingresos, llegando por tal causa sus angustias y
estrecheces pecuniarias al extremo de haberle sido imposible
atender a los servicios públicos y responder
—244→
a las exigencias inaplazables de las deudas y las
obligaciones del Estado. En tal emergencia, el Congreso
autorizó a los bancos de la República para emitir
papel moneda inconvertible y de curso forzoso. Fue ésta la
única manera de restablecer la normalidad perdida. Por
desgracia, prejuicios temerarios respecto al fin de la
emisión del billete en tales momentos, y como consecuencia
temores y desconfianzas prolongaron nuestra situación
caótica por algunos meses y disminuyeron la existencia de
oro que había en la República.
La bancarrota del
Fisco fue salvada mediante el préstamo de Lp. 500.000'0'00
que le hicieron los bancos. Agotada esta cantidad en los primeros
meses de 1915, el Gobierno acudió a nuevos
empréstitos y adelantos en condiciones de
amortización e interés ruinosas para él.
Esta
situación fiscal, el retiro de los depósitos
colocados en los bancos, la insolvencia de los agricultores y
comerciantes, la desmejora del cambio en diez puntos y la
descapitalización nacional por el envío al extranjero
de fuertes cantidades de dinero en oro y en letras, ocasionaron una
de las más terribles crisis financieras ocurridas en el
Perú en sus últimos tiempos y, por consiguiente, el
aumento de nuestra deuda pública.
En 1916, la
balanza económica, que hasta el año anterior no nos
había sido muy favorable, comenzó a inclinarse
favorablemente al lado de nuestras exportaciones. En el primer
trimestre de 1916, a causa del alto precio que nuestros productos
alcanzaron, el valor de nuestros retornos llegó a Lp.
6.474.959'7'49, y la importación, a Lp. 1.788'024'3'63. Esta
grata situación comercial, los beneficios que trajo el papel
—245→
moneda, la paz interna y externa de la República y,
sobre todo, el orden fiscal, la regularidad financiera, la
disminución del ejército y otras muchas ventajas que
nos proporcionó y sigue proporcionando el régimen
constitucional restablecido por la Nación en la persona del
prestigioso hombre público, nuestro actual presidente el
señor José Pardo, han ocasionado la reacción
favorable que se ha realizado al presente en nuestra
situación económica pública y privada.
Al presente
(agosto de 1918), nuestra bonanza es completa. Los altos precios
que han alcanzado la plata, el cobre, el azúcar, los cueros,
las lanas, el algodón, dejan a nuestros industriales
utilidades que anteriormente no tuvieron y que pueden estimarse en
el triple y hasta en el cuádruple de las que normalmente
ganaron en años anteriores. El Gobierno, que tiene gravados
estos artículos con un derecho de exportación
proporcional a dichas utilidades, ha conseguido terminar los
ejercicios fiscales de 1915 y 1916 con fuertes sobrantes, sobrantes
que han servido para impulsar las obras públicas y para
disminuir las deudas del Estado.
El siguiente
detalle sobre la situación de las deudas públicas en
junio de 1918, permite formarse idea clara del estado en que hoy se
encuentran algunas de ellas, con motivo de la amortización
de capitales e intereses hecha en tres años.
Deudas del Estado en 31 de diciembre de 1915
que han merecido atención del Gobierno
Deuda interna.-
Servicios
Lp. 64.508'0'62
Empréstito de la
sal
Lp. 1.110.160'0'00
Subvenciones a la
Compañía Peruana de Vapores
Lp. 68.875'0'00
Sindicato Grace.-
Préstamo de Lp. 400.000
Lp. 309.449'9'74
—246→
Gildemeister & Cia.-
Préstamo
Lp. 44.752'3'87
Banco Perú y
Londres. -Avances
Lp. 77.696'6'90
Préstamo bancario
de 20 de noviembre de 1912:
Banco Perú y
Londres
Lp. 275.549'3'34
Banco Alemán
Lp. 83.338'7'08
Banco Internacional
Lp. 2.879'3'79
Lp. 361.767'4'21
Préstamo de Lp.
5000 000.- En cheques circulares
Lp. 450.000'0'00
Banco Alemán.-
Préstamo
Lp. 180.000'0'00
Banco Popular.-
Préstamo
Lp. 25.500'0'00
Caja de Depósitos y
Consignaciones
Lp. 37.926'0'48
Compañía
Recaudadora.- Préstamo
Lp. 1.245.000'0'00
Compañía
Recaudadora.- Giros por productos
Lp. 263.318'1'60
Compañía
Recaudadora.- Capital fabricación de tabacos
Lp. 113.346'3'31
Compañía
Administradora de Almacenes Fiscales
Lp. 30.000'0'00
Compañía
Administradora del Guano
Lp. 13.318'0'79
Peruvian Corporation Ltd.- Muelle de
Salaverry
Lp. 28.695'0'00
Puch, Gómez &
Cia.
Lp. 130.000'0'00
Ferrocarril de Lima a
Huacho
Lp. 147.012'3'21
Schneider & Cia.
Lp. 300.000'0'00
Peruvian Corporation Ltd.- Anualidad
de 1915
Lp. 80.000'0'00
Obligaciones del
Tesoro
Lp. 78.400'0'00
Letras de
Tesorería, de 1914 y 1915
Lp. 65.565'0'34
Deudas del Correo a
Oficinas Extranjeras
Lp. 10.000'0'00
Cámara de
Diputados.- Déficit de presupuesto de 1915
Lp. 19.619'8'72
Haberes y pensiones de la
primera quincena agosto de 1915
Lp. 17.910'8'78
Haberes y pensiones de la
primera quincena julio de 1915
Lp. 34.373'1'84
Y. N. du Pont Nemours
Powder Cie.
Lp. 4.547'4'82
Administración de
Correos de Francia
Lp. 53.603'3'62
Anglo South American
Bank.- Servicio bonos ferrocarril a Huacho
Lp. 5.713'8'15
Sociedad
Metalúrgica del Sena
Lp. 2.042'4'40
Lp. 5.373.101'5'40
—247→
Servicio de amortización e intereses
pagados de 18 de agosto de 1915 a 11 de junio de 1918
Caja de Depósitos y
Consignaciones
Lp. 49.415'6'07
Compañía
Recaudadora de Impuestos.- Giros por productos
Lp. 152.088'8'76
W. R. Grace & Cia.-
Préstamo de Lp. 400.000
Lp. 142.163'2'08
Peruvian Corporation Ltd.-
Anualidades
Lp. 220.832'9'94
Deuda Interna
Lp. 147.200'6'06
Préstamos
bancarios.- Convenio 20 de Noviembre de 1912
Lp. 135.151'1'02
Préstamo de Lp.
500.000.- En cheques circulares
Lp. 178.254'6'49
Cámara de
Diputados.- Déficit de su presupuesto de 1915
Lp. 19.619'8'72
Haberes y pensiones de la
primera quincena de Agosto de 1915
Lp. 17.910'8'78
Letras de Tesorería
de 1914 y 1915
Lp. 35.774.8'55
Empréstito
francés, de Lp. 1.200.000, con garantía de la
sal
Lp. 207.599'2'18
Compañía
Recaudadora. -Préstamo de Lp. 1.245.000
Lp. 254.187'5'00
Compañía
Administradora de Almacenes Fiscales.- Anticipos
Lp. 10.890'1'44
Compañía
Peruana de Vapores.- Subvenciones para pagos de
empréstitos
Lp. 46.187'2'18
Deudas del Correo.-
Oficinas Extranjeras
Lp. 10.000'0'00
Obligaciones del
Tesoro
Lp. 23.295'0'00
Préstamo
Gildemeister & Cia.
Lp. 27.057'0'95
Banco Perú y
Londres.- Avance en cuenta corriente al 18 de agosto de 1915
Lp. 44.803'1'14
Banco Alemán.-
Préstamo de Lp. 180.000
Lp. 6.490'8'00
Banco Popular.-
Préstamo de Lp. 25.500
Lp. 919'5'30
Peruvian.-
Rescisión contrato Muelle de Salaverry
Lp. 28.695'0'00
Haberes y pensiones de
julio de 1915
Lp. 34.373'1'84
Y. N. du Pont Nemours
Powder Cia.
Lp. 4.547'4'82
Anglo South American
Bank
Lp. 5.713'8'15
Jacobo Krauss
Lp. 3.789'7'40
Sociedad
Metalúrgica del Sena
Lp. 2.042'4'40
Oficina Francesa de la
Unión Postal
Lp. 20.961'5'17
Comisión
Límites con Brasil.- Cuenta Fabricantes
Lp. 2.219'2'16
—248→
Empresas Eléctricas
Asociadas.- Servicios 1907 a 1916
Lp. 9.433'6'92
Compañía
Peruana de Vapores.- Fletes, pasajes, carena de buques, etc., de
1911 a 1916
Lp. 9.591'2'29
Compañía
Inglesa de Vapores.- Pasajes y fletes de 1907 a 1909
Lp. 5.000'0'00
Reintegro al fondo de
Prima para Gomales
Lp. 22.677'0'77
Nivelación de
haberes
Lp. 133.615'9'35
Poder Legislativo,
ídem, ídem
Lp. 13.000'0'00
Corte Suprema,
ídem, ídem
Lp. 2.462'7'86
Lp. 2.027.965'3'73
Saldos de las deudas que se expresan, en la
fecha
Préstamo
según convenio de 20 de noviembre de 1912
Lp. 279.985'0'49
Préstamo de Lp.
500.000'0'00 en cheques circulares
Lp. 295.624'3'66
Préstamo de Lp.
25.500'0'00.- Banco Popular del Perú
Lp. 25.500'0'00
Préstamo de Lp.
180.000'0'00.- Banco Alemán Transatlántico
Lp. 25.500'0'00
Préstamo
Gildemeister & Co. Ley N.º 2.111
Lp. 22.942'4'16
Segundo Empréstito
sindicato W. R. Grace & CO.
3 de julio de 1914:
Lp. 98.580'0'00
y 125.000 marcos
Lp. 6.250'0'00
Lp. 104.830'0'00
Empréstito
Compañía Recaudadora de Impuestos
Lp. 1.245.000'0'00
Obligaciones del
Tesoro
Lp. 54.190'0'00
Banco del Perú y
Londres.- Avances en cuenta corriente
Lp. 50.000'0'00
Compañía
Recaudadora de Impuestos.- Cuenta Giros por Productos
Lp. 133.209'0'57
Peruvian Corporation Ltd.- Saldo
anualidad año de 1915
Lp. 52.500'0'00
Empréstito
Francés, con garantía de la sal
Lp. 1.023.460'0'00
Lp. 3.467.258'8'88
—249→
Interesado el
Gobierno en regularizar el estado de la Hacienda Pública,
consolidando en un solo empréstito diversas deudas vigentes,
muchas de las cuales devengaban en esa fecha tipos altos de
interés y de amortización, dio en 1916 los pasos para
contratar en Nueva York un empréstito por 15.000.000 de
dólares. La situación angustiosa que atravesó
el Perú en 1915 y la manera como en ese año y en los
anteriores fue inflada nuestra deuda pública, influyeron en
los banqueros de esa metrópoli para negarnos un
préstamo de dinero, con la circunstancia agravante de haber
tenido sus arcas abiertas en 1916 para Chile, la Argentina y hasta
para Bolivia.
Son las gentes
morosas en sus pagos las que tienen más coraje para pedir
préstamos. Esto nos ocurre como nación; y si a
aquellos, ni siquiera los agiotistas se arriesgan a prestarles,
siendo el Perú incumplido en sus compromisos y moroso en sus
pagos, se niegan resueltamente a facilitarle un
empréstito.
Fracasado este
propósito, y siendo inaplazable pagar la deuda flotante
constituida por créditos de ejercicios ya fenecidos, como
también reconstituir a razón de 14% los
títulos de la deuda consolidada de 1889, la legislatura de
1918 autorizó al Poder Ejecutivo para emitir a la par
títulos de Deuda Interna por un valor mínimo de dos
millones de libras, amortizables en 31 años, con 7% al
año de interés, libres de toda contribución
creada o por crear.
El siguiente
artículo, escrito por el señor Carlos Ledgard,
contiene conceptos y observaciones dignos de ser conocidos y por
eso lo copiamos íntegramente.
—250→
Hace más o
menos tres años, el Gobierno, deseoso de cancelar por medio
de un empréstito extranjero, parte de la cuantiosa deuda
flotante que gravitaba sobre el Tesoro Público, envió
a Estados Unidos, con el objeto de realizar la operación, a
un distinguido caballero que goza de merecido prestigio en nuestros
círculos comerciales y financieros. Después de
algunos meses de permanencia en la Gran República, donde
realizó activísimas gestiones, regresó a Lima
el comisionado peruano, sin haber podido realizar su cometido.
Dícese que el Gobierno, insistiendo en su propósito,
envió poco después con el mismo encargo a una alta
personalidad, vastamente vinculada en Estados Unidos. El resultado
de la nueva gestión fue también negativo. No se han
publicado hasta ahora los informes de estos agentes financieros del
Perú. Nada sabemos de sus conferencias con los banqueros
norteamericanos, ni las razones que éstos debieron exponer
para negar al Perú el empréstito de quince millones
de dólares. Y, sin embargo, nada sería más
instructivo ni provechoso que conocer la opinión de
Wall Street, por amarga que
fuera, sobre nuestros métodos financieros. Quizás
encerrara ella una fecunda lección que convirtiera en anhelo
nacional la restauración de nuestro crédito, tan
maltratado y pisoteado por gobiernos y congresos, ante la mirada
indiferente y el silencio culpable de la mayoría de la
prensa y de la opinión pública. Quizás el duro
juicio de esos magnates de las finanzas hiciera volver el perdido
rubor a nuestras mejillas, y los arrancara de la insouciance que nos domina
como a aquel personaje de Thackeray, que estaba tan
«confortable y definitivamente endeudado» que ya no se
preocupaba ni de sus deudas ni de sus acreedores.
No hay
espectáculo más desconsolador para el patriotismo y
para todo noble anhelo de regeneración nacional que el que
ofrece la vida fiscal del Perú de estos últimos
lustros. A pesar del crecimiento natural de los antiguos impuestos
y la creación de otros nuevos, el erario sólo ha
tenido fugaces holguras, después de las cuales ha
reaparecido siempre el déficit con toda la tenaz
persistencia de los males crónicos e incurables; se ha
descuidado con lamentable frecuencia el cumplimiento de las
obligaciones contraídas, dañando injustamente a
quienes pusieron su confianza en las solemnes promesas del Estado y
produciendo con ello hondo malestar en la vida económica de
país; la gestión hacendaria ha sido, por lo general,
inconexa, au jour le
jour, no siguiéndose con firmeza ningún plan
que condujera a su absoluta normalización;.
—251→
y, por último, la constante incertidumbre y el
desconcierto de las difíciles situaciones que ha producido
nuestra anarquizada vida política, han tenido como funesto y
obligado corolario el fomento de insaciables concupiscencias, cada
día más desembozadas e impudentes, que relajan el
sentido moral del país por la carencia absoluta de
sanción, y cuyo refrenamiento constituye uno de los
más serios problemas político-morales a que tenemos
que enfrentarnos si queremos «poner la casa en
orden».
Como en los
cinemas por horas, se ha repetido incesantemente ante nuestros ojos
la misma monótona película. Al iniciarse una nueva
administración, se formula el inventario del déficit que invariablemente le
deja la anterior; se hace solemne ofrecimiento al país de
dar atinada y austera inversión a los caudales
públicos; se declara que los compromisos contraídos
por el Estado serán escrupulosamente atendidos, y, por fin,
se solicitan del Congreso los medios para realizar este
halagüeño programa de saneamiento de la hacienda
pública. Al calor del entusiasmo que produce el nuevo
régimen, estos medios se consiguen fácilmente; el
Congreso es casi siempre condescendiente con las administraciones
que se inician. Obtiénense así nuevos recursos, en
forma ya de autorización para levantar empréstitos,
ya de creación de nuevas rentas, o de ambas cosas a la vez.
Este es el período floreciente del erario. Se comienza, efectivamente, a ordenar y
verificar los créditos. Se ponen con el día los
intereses atrasados y hasta se dan casos de que se haya hecho una
que otra amortización. En las vecindades del Ministerio de
Hacienda bullen enjambres de acreedores. Esta es la calva
ocasión que todos saben, por experiencia, que es menester
aprovechar... Mas, desgraciadamente, no es posible pagar a un
tiempo a la totalidad de los acreedores: el plan de saneamiento
hacendario abarca un desarrollo de varios años; los
flamantes impuestos no pueden producir en un día el importe
total de las sumas adeudadas, y el nuevo empréstito
contratado es apenas suficiente para pagar una «buena
cuenta» de las múltiples obligaciones y compromisos
exigibles. Y aquí comienza a variar el cuadro... A medida
que transcurre el tiempo, los entusiasmos que acompañaron a
la nueva administración van enfriándose sensiblemente
y las resistencias aumentan en razón directa del
número de ambiciones personales no satisfechas. Ya el
Congreso no es el colaborador amistoso, dúctil y
condescendiente de los primeros tiempos; al contrario: va
sintiéndose más —252→soberano mientras
más próximo está el ocaso del período
presidencial, y como uno de los exponentes de esta soberanía
es, entre nosotros, la más amplia iniciativa en materia de
gastos, -iniciativa que no posee ni el padre de los parlamentos, el
de la Gran Bretaña,- cada representante empieza a pedir para
su boca, es decir, para su provincia, o para sus allegados, o para
la realización de su proyecto favorito, y se van inflando
los egresos, sin plan ni concierto alguno, en medio de discusiones
amenísimas e inconscientemente cómicas sobre
cómo deben ser los presupuestos científicos.
Así comienza el naufragio del plan de saneamiento de la
hacienda pública, al cual contribuye, también, por su
parte el Ejecutivo, que ya, en este estado de cosas, no quiere ser
menos que el Congreso, y a su habitual despreocupación por
los límites y pautas que fijan las partidas de la ley de
presupuesto, añade el humano deseo de estimular las
entumecidas adhesiones y de corresponder a las probadas lealtades;
y es entonces que el más sutil y cuidadoso criterio
político preside la aplicación de los egresos, que ya
por esta época se han salido de madre, sobre todo si, como
no deja de acontecer, las actividades, a veces misteriosas, a veces
francas, de sus enemigos le obligan a suplementar con desastrosa
frecuencia la partida de «mantenimiento del orden
público». Los ministros de Hacienda se ven precisados
en estos interesantes períodos a desarrollar la más
grande actividad. Telefonean cada cuarto de hora a la Aduana y a la
Recaudadora para averiguar con qué cantidad de dinero pueden
contar al cerrar el día. Formulan laboriosas listas de
distribución que enmiendan y reducen sin descanso. Pero como
esto no basta, tienen que aguzar prodigiosamente sus facultades
para idear combinaciones que les permitan girar a cargo del futuro,
remoto o inmediato. Y de éstas la ha habido tan ingeniosas,
que justifican el dicho de que la necesidad es madre de la
invención. Es verdad que a veces se va en ellas un
jirón del prestigio fiscal; pero qué se ha de hacer:
lo imperativo es ir viviendo, y luego: «aprés moi le
déluge». Nadie se acuerda ya de los infelices
acreedores, ni de lo que pueda sufrir el crédito del Estado.
Los acreedores no han hecho hasta ahora una revolución y no
tienen, por tanto, mayor importancia. Esto dura así hasta el
cambio de Administración, y entonces: da capo al fine; recomienza la
película.
Es así como
hemos pasado de un presupuesto de Lp. 1.461.286 -en 1903- a uno de
más de Lp. 5.000.000 -en 1919-, endeudándonos en el
trayecto en cosa de Lp. 6.000.000. Y —253→
todo esto sin que nos haya ocurrido nada extraordinario,
pues somos tan felices que nuestros conflictos internacionales se
resuelven gracias a mediaciones amistosas, y hasta las epidemias
que en otros países hacen pavorosos estragos, aquí se
esfuman blandamente, de conformidad con la comprobadísima
teoría de Elguera respecto a los microbios, que ya no puede
ser tomada en broma, pues ella es la piedra angular de la
política sanitaria nacional. Y todo esto, también,
sin que hayamos llevado a cabo portentosas obras públicas,
ni nos hayamos provisto de elementos bélicos que puedan
quitar el sueño a ninguno de nuestros vecinos.
De estas Lp.
6.000.000, en que han crecido nuestras deudas en los últimos
quince años, las tres cuartas partes están vencidas y
son exigibles desde hace largo tiempo, de modo que el hecho de que
aún permanezcan insolutas constituye grave daño para
los acreedores y permanente desprestigio para el crédito del
Estado. Esto tiene, por supuesto, sin cuidado a todos los
políticos dirigentes, militen en este o en el otro bando,
que han tomado a su cargo la abnegada tarea de labrar, malgré nous,
nuestra felicidad; pero tú, compasivo lector, te
podrás dar cuenta de la agonía moral de estos
infelices acreedores, cuando sepas que, según los documentos
oficiales, una buena parte de esas deudas viene
arrastrándose inatendida desde muchos años
atrás. He aquí, para tu edificación, algunas
cifras que tomamos de la última «Memoria de la
Dirección del Crédito Público». Dice
ésta así: «El ejercicio de los presupuestos
generales del 20 de marzo de 1895 al 30 de junio de 1915 ha
ocasionado una fuerte deuda estimada aproximadamente en Lp.
1.308.473'4'13 en esta forma:
Presupuestos de 1895 a
1908
Lp. 123.966'0'00
Presupuesto de 1909
Lp. 69.075'0'00
Presupuesto de 1910
Lp. 131.067'0'00
Presupuesto de 1911
Lp. 106.926'0'00
Presupuesto de 1912
Lp. 225.034'6'49
Presupuesto de 1913
Lp. 74.303'2'49
Presupuesto de 1914
Lp. 128.300'8'84
Presupuesto de 1915
Lp. 449.764'6'31
Lp. 1.308.437'4'13
En la misma
condición se hallan otras deudas, por mayor cantidad
aún, provenientes de diversos empréstitos que
—254→
el Estado contrató para salvar exigencias, a veces
sagradas, del momento; que se comprometió solemnemente a
pagar en plazos determinados, afectando para el caso
garantías especiales, y de cuyos vencimientos se
olvidó tranquilamente después, no moviéndole a
solventarlas ni siquiera «el infierno tan temido».
¿Te has
dado cuenta ahora, blando y piadoso lector, de la suma de
energías que habrán malgastado esos miles de
acreedores tratando de cobrar, durante años consecutivos, lo
que legítimamente se les debe? ¿Te figuras qué
admirable perfección habrán adquirido en el manejo de
aquella porción más enérgica de nuestro
vocabulario, al regresar de sus estériles visitas a Palacio?
Y si no ignoras que entre esos acreedores hay muchas firmas
extranjeras que creyeron hacer un buen negocio proveyendo de esto o
de lo otro al Estado, ¿concibes mejor propaganda negativa
para un país que, como el nuestro, necesita más que
ninguno inducir al capital extranjero a que venga a fomentar
nuestras industrias, a construir nuestros ferrocarriles y a irrigar
nuestras pampas con la
garantía del Estado? ¿Te explicas ahora por
qué nuestros agentes financieros, a pesar de su competencia
y celo, regresan de Wall Street con las manos vacías?
Siendo, como es,
el Estado un deudor excepcional, que goza del privilegio de que no
se le puede trabar embargo, por lo que sus acreedores se encuentran
completamente desarmados frente a él, debería ser
escrupuloso y puntual en cumplir sus compromisos, pero, en vez de
ser así, se concede a su arbitrio quitas y esperas para el
pago de sus deudas. En materia de esperas, ya hemos visto que
éstas son tan latas que sólo paga cuando lo tiene a
bien y no cuando está obligado a hacerlo. En cuanto a las
quitas, ellas aparecen siempre en alguna forma en las diversas
consolidaciones de deuda flotante. La de 1889, por ejemplo, dio a
los bonos que se emitieron en cancelación de los
crédito el interés del 1 por ciento, lo que
representa una pérdida del 85 por ciento para los
acreedores, en un país donde el interés medio es de 8
por ciento. Estos bonos eran, en un principio, amortizables; pero
hace muchos años que, sin razón alguna, se
suprimió la amortización, rebajándolos,
así, de valor. Hoy el Estado ofrece canjearlos por nuevos
bonos al 7 por ciento, a razón de Lp. 1.000 -de los bonos
antiguos por Lp. 140- de los nuevos. La conversión en esta
proporción no habría sido intentada siquiera, si la
amortización se hubiera mantenido como lo dispuso la ley. La
consolidación de 1898 se efectuó no fijando
—255→
interés alguno el papel emitido y aplicando una suma
limitada para la amortización anual, que realiza por el
sistema de propuestas. Como es lógico, un papel sin
intereses no puede conservar su valor nominal, lo que ha permitido
el Estado cancelar más o menos Lp. 4.000.000 -del capital
nominal con un desembolso efectivo que apenas excede el 10 por
ciento de esa suma. La reciente consolidación de 1918, que
contempla, entre otras cosas, la conversión de los bonos de
1889, a que ya hemos hecho referencia, tiene como principal objeto
hacer desaparecer esos saldos de presupuesto por Lp. 1.308.437'4'13
que vienen arrastrándose desde 1895. Esta vez, aunque la
riqueza nacional no ha sufrido amputación alguna y, por el
contrario, ha ido en aumento, el Estado ha juzgado equitativo
condonarse los intereses a que legítimamente tiene derecho
esas acreencias, y así lo verificado por medio del
artículo 8.º de la ley. Los bonos mismos ganan
intereses al 7 por ciento, a partir del 1.º de enero de 1918,
pero como hasta ahora, por diversas causas, no han sido emitidos,
saldrán a la circulación con cuatro o cinco cupones
vencidos.
Una de las
más viciosas prácticas fiscales es la que ha
convertido una atinada disposición de valor meramente
técnico-administrativo, como es la de cerrar el presupuesto
en una fecha determinada, posterior en algunos meses al
término del año económico, en sistema para
cohonestar el aplazamiento indefinido de los compromisos del
Estado. De esta manera son frecuentemente burladas personas que han
proporcionado al Estado mercaderías o servicios, cuyo pronto
abono se les había ofrecido. Se les va demorando con
excusas, quizás verdaderas en momentos dados, de escasez de
fondos, y entreteniéndoseles con promesas, hasta que, un
buen día, se les dice con la mayor naturalidad del mundo:
«Su crédito corresponde a un ejercicio fenecido; ahora
tiene usted que esperarse hasta que el Congreso provea lo
necesario». Lo cual quiere decir, habitualmente, hasta las
calendas griegas, pues el Congreso no pone nunca, como debiera, en
el nuevo presupuesto, una partida para las deudas insolutas del
presupuesto fenecido. Lo único que le queda entonces al
desventurado acreedor, si no tiene altas influencias, es aguardar
pacientemente una nueva consolidación; y éstas
sólo se verifican cada diez o veinte años.
No entramos a
ocuparnos de la elaboración y ejecución del
presupuesto general, porque ya lo ha hecho, con excepcional
competencia, el señor Ricardo Madueño en el N.º
4 de esta revista; pero si hemos de sintetizar nuestra
opinión —256→
respecto a esa básica ley de la vida fiscal del
país, diremos que ella es un monumento de insinceridad y
convencionalismo, por cualquier lado que se la contemple. Por lo
demás, dado el poco respeto con que la tratan los encargados
de ejecutarla, lo mismo daría que fuera un dechado de
perfecciones.
Si
tuviéramos el malsano placer de regodearnos contando todas
las miserias y vedadas prácticas que afean y rebajan la
gestión fiscal, podríamos llenar todo un
número de esta revista con la relación de hechos
-algunos rayanos en lo increíble- que pertenecen al
repertorio de nuestra personal experiencia. Pero no es ese nuestro
propósito, como no lo es el de individualizar la
responsabilidad de este estado de cosas que, por su misma
persistencia a través de un dilatado espacio de tiempo,
está demostrando que tiene causas más generales y
más profundas que únicamente la influencia de este o
aquel hombre en la dirección de los negocios
públicos, sin que por eso desconozcamos lo que tal
influencia puede contribuir a agravar o a aminorar el daño.
Es para cooperar con nuestro modestísimo esfuerzo a
despertar la conciencia nacional respecto a la necesidad de poner
atajo a estos males, enmendando radicalmente, más que la
técnica, la
moral de nuestros
métodos fiscales, que nos hemos decidido a escribir estas
amargas líneas. Es muy grave, muy trascendental el
daño que sufrimos y el que aún sufriremos si no
hacemos un decidido y persistente esfuerzo en cambiar de rumbo. En
pocas palabras: para realizar nuestro progreso material y cultural,
para desarrollar nuestras riquezas naturales, para abrir
vías de comunicación, para adquirir elementos que den
seguridad a nuestras fronteras, y para afirmar nuestra
nacionalidad, haciéndola fuerte y respetable
internacionalmente, necesitamos ingentes capitales, millones y
millones de libras, que
sólo podemos obtener con la garantía del
Estado; y ésta sólo servirá para ese
efecto cuando hayamos hecho olvidar nuestros pasados y presentes
pecados, cuando una austera vida fiscal y el escrupuloso
cumplimiento de los compromisos grandes y pequeños del
Estado hayan formado nuestro
crédito, que hoy no existe, pues no es tal el que
creemos tener cuando damos al acreedor la administración de
nuestras rentas, que es por cierto justísima
condición mientras no seamos más juiciosos. Toda
falta, por pequeña que sea, toda reincidencia no
harán sino aplazar la prescripción de nuestra mala
reputación como deudores y prolongar nuestro estancamiento.
Esta no es, por supuesto, labor de un día: sólo se
rehace una —257→
reputación con años de persistencia en una
buena política; pero es menester iniciarla sin demora y sin
vacilaciones.
No es imposible
arreglar nuestras finanzas en forma satisfactoria, porque,
felizmente, el monto de nuestras deudas, aunque proveniente de
gastos superfluos, y desatentados, no excede de las posibilidades
de nuestra capacidad económica. Todo consiste en querer
hacerlo y disponer bien las cosas. Sírvanos en esto de
ejemplo el Uruguay, cuyo crédito estuvo largos años
abatido, cotizándose sus bonos con fortísimo
descuento, y que hoy ofrece sus empréstitos internos en las
ventanillas del Banco de la República, sin intermediarios de
ningún género, acudiendo el público
espontáneamente a cubrirlos, como sucede en los más
adelantados países europeos. Si el Estado hubiera logrado
aquí inspirar la misma confianza ¿no podríamos
proceder en idéntica forma, hoy que la capitalización
que nos ha producido la guerra permitiría invertir en fondos
del Estado cierta parte de la nueva fortuna nacional?
Para que nuestra
hacienda pública reciba el impulso que necesita, no
bastará, por cierto, que se limite a ser puntual en sus
pagos y a cuidar de que los egresos no excedan de los ingresos.
Esto es lo más importante e inmediato; pero no es lo
único que hay que hacer. Como muy bien lo ha dicho Wilson:
«Las finanzas no son mera aritmética; las finanzas
constituyen toda una gran política». Pero muy extenso
es el tema para que le abordemos en este breve artículo,
donde no hemos querido tratar, por el momento, sino de la
fisonomía moral, por
decirlo así, de nuestra vida fiscal y de sus relaciones con
el trascendentalísimo problema del crédito
público. Basta considerar que nuestras rentas
públicas provienen en sus tres cuartas partes de los
consumos, para que nos demos cuenta de que nuestro sistema es
injusto, porque grava con exceso la mesa del pobre, e incierto,
porque depende de los factores que no se pueden controlar a
voluntad, como son los precios, la bondad de las cosechas etc. Se
ve que hay que introducir, tarde o temprano, impuestos más
elásticos, como el impuesto a la renta etc. Esto requiere
intensa labor de preparación y estudio, acumulación y
clasificación de estadísticas y amplísima
discusión, pues proceder de otro modo, en nuestro estado
actual, sería dar un salto en el vacío; pero no
comenzar esta labor porque sus resultados sólo se
cosecharían en diez o más años,
demostraría gran estrechez de miras.
Día feliz
será aquel en que los compromisos fiscales sean cumplidos
con religiosa escrupulosidad; en que los bonos —258→
que el Perú emita sean considerados en el país
y en el extranjero como inversión de primera clase,
gilt-edged
securities, pues ello sería el exponente del
más benéfico cambio en la vida nacional y
significaría que marchamos con paso firme y de cara al
progreso. Para que así sea, debemos grabar en nuestra mente
estas palabras con que don Nicolás de Piérola
sintetizó el concepto que se debe tener del asunto.
«El crédito es una faz del honor y del poder de la
Nación. Tres elementos igualmente indispensables constituyen
el crédito: la
voluntad inquebrantable de cumplir fiel e indefectiblemente
lo pactado; los recursos
materiales para realizarlo; la suficiente inteligencia para
disponer las cosas de
manera que estos recursos puedan aplicarse a la exacta
ejecución de aquélla. De estos tres elementos, el primero no puede
faltar jamás, sin atentar contra la existencia misma de la
Nación».