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ArribaAbajoCapítulo XIII

Religión


SUMARIO

Libertad de cultos.- La promulgación de la ley no fue hecha por el Ejecutivo.- Cómo ha quedado redactado el artículo 4.º Personal de conventos y seminarios.- Faltan a la Iglesia honores y riquezas.- Las familias aristocráticas de Lima no dan sus hijos para el sacerdocio.- El clero secular.- Un soplo de indiferencia pasa sobre la fuente sagrada de donde manan los consuelos de la misericordia y de la bienaventuranza.- Delicias y dulzuras de la religión.- Aspiramos a morir en su seno.- La beata ha perdido su espíritu fuerte.- Pocas gentes acompañan las procesiones.- El Señor de los Milagros y el Señor del Viernes Santo.- Débil influencia de la palabra del sacerdote en la sociedad.- Espíritu de mansedumbre y de conciliación.- La Unión Católica.- Discreción de los prelados que gobiernan la Iglesia.- El culto en provincias.- Curas y feligreses.- Atropellos que éstos cometen contra aquellos.- El Obispo peruano, su virtud y dedicación.- Prudencia, sagacidad, paciencia y tolerancia que necesitan para remediar las cosas.- Pueblos embrutecidos por el alcohol, el fornicio, el aislamiento, la ociosidad, el fanatismo y la superstición.- Curas buenos y curas malos. Obispos exaltados y obispos civilizadores.- Excomuniones y pretextos para desórdenes.- El fanatismo popular y la Santa Isabel Miranda de Monsefú.- Milagros y predicaciones.- El Señor crucificado del Prado que sudaba.- La Iglesia evangelista   —199→   en el Perú.- Atentados que se cometen contra los protestantes.- Su labor cívica y moral.- Combaten el alcoholismo.- Inspirado artículo del padre Vélez, de la comunidad agustina de Lima.


Sin agitaciones, sin combates violentos, sin escándalos públicos, quedó aprobado en 1915, por ley del Estado, la tolerancia de cultos. Este acuerdo por el cual fue suprimido el final del artículo 4.º de la Constitución, que no permitía el ejercicio público de ninguna otra religión que no fuera la del Estado, hirió el sentimiento católico.

La promulgación de la ley no fue hecha por el Ejecutivo. Hubo de serlo por el Congreso en medio de las protestas de numerosas señoras que concurrieron a la galería.

Con anterioridad a esta ley y aun a la constitución de 1860, ya existía en Bellavista un cementerio protestante con capilla y clérigo de la misma religión. También existía en Lima un templo evangelista, templo al que concurrieron con carácter oficial el ministro de Relaciones Exteriores y el edecán del jefe del Estado, con motivo de haberse celebrado un servicio fúnebre en 1911 en memoria del rey Eduardo.

El artículo 4.º de la Constitución decía: La Nación profesa la religión católica, apostólica y romana, el Estado la protege y no permite el ejercicio público de ninguna otra.

Pasaron en el Perú los tiempos en que la Iglesia, maestra de civilización y de verdadera soberanía, hubo de inmiscuirse en el gobierno temporal y en la marcha política de la Nación. Aquella Iglesia rica ayer más que ninguna otra institución en personal eminente y distinguido, y cuya poderosa   —200→   influencia social estaba apoyada en el prestigio de su autoridad y en el de sus privilegios, ya no es lo que fue.

La mudanza de los tiempos, el nuevo rumbo de las aspiraciones y de las ideas en la múltiple variedad de necesidades y conveniencias, fueron disminuyendo gradualmente el número de los que se consagraban y que en otro tiempo ascendían a miles de personas de ambos sexos en conventos, monasterios, cofradías y beaterios, en calidad de frailes, monjas, novicios, beatos, donadas, hermanos, criados y educandas. Muy pocos en el Perú quieren hoy servir a Dios en el sacerdocio, y siendo tan escaso el número de eclesiásticos, ha sido necesario proveer curatos y capellanías con sacerdotes extranjeros enviados casi siempre con garantías de rectitud, de ilustración y de cultura.

El elemento para los seminarios viene en su mayor parte de la sierra, salido a veces de clases ínfimas en calidad fisiológica y social. Allá son más frecuentes las vocaciones al sacerdocio, menos contrariadas y más alentadas que en Lima. ¡Qué pocos rostros de aspecto distinguido se observan al pasar revista a los seminaristas del Perú en los días en que salen a las procesiones!

Faltando a la Iglesia los honores, las riquezas y hasta el renombre en sus más prominentes miembros de que gozó en el pasado, ninguna familia de esas que se llaman aristocráticas y católicas, ni siquiera las de clase modesta y media, insinúa a sus hijos la carrera del sacerdocio.

El clero secular, aquel que ocupa las canonjías y otras prebendas eclesiástica, hállase en buenas condiciones de cultura y superioridad social; mas son tan pocos los que descuellan, que el Gobierno se ve en dificultades cuando necesita   —201→   presentar terna doble al Congreso para la elección de un obispo.

Decaída la Iglesia peruana, venido a menos el vigor de la fe, los arranques de la piedad y las impulsiones del entusiasmo no se estrellan ya contra la impenitencia y la indisciplina ni son motivo de provocaciones contrarias a las ideas que caracterizaron la lucha religiosa de los pasados días. Un soplo de indiferencia pasa sobre la fuente sagrada de donde manan los consuelos de la misericordia y de la bienaventuranza eterna. Los que hemos nacido en el favor de la Gracia Divina, los que hemos sido testigos de su influencia en los hogares de antaño, los que damos todavía calor en lo más recóndito de nuestros corazones a las delicias y dulzuras de la religión, miramos con profunda pena la manera lenta como se va ese mundo espiritual, esa fuente que impresionó nuestra alma en los primeros años de nuestra vida y en cuyo ambiente sagrado y dulcísimo deseamos morir.

La beata ha perdido el espíritu fuerte que la caracterizó en los tiempos pasados. Ya no existe nada parecido a la Peta descrita en la novela «La Ciudad de los Reyes». Vive poco en la iglesia, no usa hábito ni correa, no va de casa en casa imponiéndose de cuanto pasa, ni se halla dispuesta al sacrificio para cumplir los deberes religiosos que se han impuesto.

Pocas gentes acompañan las procesiones del Santísimo y menos todavía las de los santos. El recuerdo de los antiguos terremotos mantiene en todas las clases y en especial en las populares la devoción y concurrencia a la procesión del Señor de los Milagros y se estimula la piedad en la del Viernes Santo.

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La palabra sagrada en el púlpito, aunque alcanza regular fruto en las misiones y en las ferias de cuaresma, por lo general no mueve los corazones a contrición. Las gentes cristianas se contentan con oír misa y obligar a sus niños a que se confiesen.

Es tan poca la influencia que ejerce sobre la sociedad peruana la palabra del sacerdote en la Iglesia, que, a pesar de todo lo que se dice en la cátedra sagrada contra el abuso del cinematógrafo, éste sigue frecuentado a diario por señoritas menores de edad. Si esas niñas acuden a la fuente de la penitencia, ¿cómo es posible que reincidan en el pecado de ver películas cargadas de exagerado realismo? El clero, por su parte, dominado por la mansedumbre y el espíritu de conciliación, sólo exige lo fundamental y lo intransigible. Como excepción, alguno que otro orador notable, hablando con especialidad a las señoras, aun a las de la elevada Unión Católica, fustiga sin reparo sus inconveniencias y sus desvíos, causa de todo daño en la familia y en la sociedad.

Es tal la discreción con que nuestros prelados gobiernan la Iglesia peruana y tan raros los conflictos que les crea el Patronato Nacional, que es casi nada lo que los ministros de justicia tienen que decir de la Iglesia en las memorias anuales al Congreso. Hay en esas memorias de veinte a cuarenta páginas dedicadas a instrucción, otras tantas a justicia, la mitad a beneficencia y apenas una o dos a la sección del culto.

En provincias, el culto y la evangelización continúan en el mismo estado que los dejó el coloniaje. De parte de los indígenas igual ignorancia, las mismas supersticiones, similitud perfecta en los fandangos y en las francachelas que siguen   —203→   al término de la fiesta de iglesia. Cuanto a los curas, descuido en la enseñanza del catecismo, falta de abnegación y dedicación necesarias para reformar la condición social y moral de la feligresía.

Algunos curas extranjeros lo hacen muy bien, pero la mayoría sólo trata de enriquecerse. Los curas nacionales no se manejan mejor que antes, pero tampoco lo hacen peor. Son continuos los atropellos que los propios feligreses cometen con sus curas de almas. La pérdida de un objeto sagrado, la extracción de algún cuadro de la iglesia o el arrimo en sacristía de algún santo que estuvo en lugar preferente en un altar, ocasionan violentas asonadas de parte de los creyentes, asonadas en las cuales el cura tiene que esconderse o pedir el auxilio de la autoridad civil. No debe ser muy grande la fe que los pobladores de nuestras aldeas tienen en la honorabilidad de su cura al echarse sobre él y tratarlo de ladrón sacrílego cada vez que algo se pierde en la iglesia.

Poco hay que decir acerca de la labor del obispo peruano. Su virtud y dedicación encuentran insuperable valla en la calidad espiritual de la grey y en la ignorancia, vulgaridad y codicia de una buena parte de sus subordinados, los señores curas. Siendo escaso el clero en el Perú y por consiguiente pocos los sacerdotes que se disputan la propiedad de un curato, es la destitución como medida disciplinaria, la menos posible de emplear. Es menester que un cura sea un dechado de vicios para que proceda la expulsión de su parroquia. ¡Qué cosas las que ven los señores obispos en sus visitas reglamentarias! ¡Cuánta prudencia y sagacidad, cuánta paciencia y tolerancia necesitan para remediar las cosas cuando se pueden remediar por medios suaves   —204→   e indirectos! ¿Qué otros procedimientos pueden poner en práctica en pueblos embrutecidos por el alcohol, el fornicio, el aislamiento, la ociosidad, el fanatismo, la superstición y la más completa ignorancia del espíritu evangélico?

Es cierto que no todos nuestros curas dejan mucho que desear ni que todos los pueblos del Perú en materia de religión vivan en tan mísero estado; pero como al estudiar la influencia de los factores sociales hay que hacerlo en conjunto, nuestras observaciones no pueden referirse a casos excepcionales.

Si en mayoría nuestros dignos obispos hállanse consagrados a fomentar el prestigio de la Iglesia, no faltan entre ellos exaltados y amigos de controversia con los protestantes y los hombres liberales, contestando desde el púlpito o desde la prensa los ataques de los que viven en disidencia con sus ideas y propósitos. Son visibles los males y los escándalos que estos hechos originan. Al lado de estos prelados, cuya labor es muy discutible en el terreno de la caridad y de la tolerancia, hay otros que combinan el esfuerzo evangélico con la civilización y el progreso material de la feligresía, estableciendo industrias y bienestar económico, trayendo para ello al Perú sacerdotes iniciados en su doble misión moral y material.

Los obispos luchadores aún fulminan excomuniones contra sus feligreses. Esta exclusión, que por lo general va acompañada de órdenes severas para que no se administren sacramentos a los fieles separados de la Iglesia Católica, ha dado pretexto a desórdenes que hicieron precisa la intervención de la fuerza pública, especialmente cuando los   —205→   elementos fanáticos de los pueblos han levantado en actitud hostil a los indígenas de las punas y de las jalcas y para lanzarlos al exterminio de los excomulgados y de sus parientes después de robarles cuanto tienen.

El fanatismo popular, rico siempre en fantasía, suele santificar a las personas que se distinguen por su virtud o por sus dolencias catalépticas. Últimamente ha llamado la atención el caso de Isabel Miranda, una niña enferma en Monsefú, a quien la población indígena atribuyó misión divina para convertir a los hombres.

Las gentes ignorantes de las vecindades, sugestionadas por lo que se les contaba, se apresuraron a rodearla y a rendirla culto. Con habilidad e imaginación forjáronse historias de milagros y predicciones que pusieron en gran alboroto a Monsefú y a las comarcas vecinas. Como era de esperar, los médicos del departamento negáronse a practicar los reconocimientos solicitados por la autoridad política, temerosos de desvanecer la ilusión de las gentes fanáticas y de provocar la ira popular. El cura quedó todavía en peor situación. ¡Pobre de él que hubiera pronunciado la palabra catalepsia!

Casos como ése ocurren en la sierra y en la costa. En Lima no hay santos. En cambio hemos oído asegurar a las beatas y al sacristán de la iglesia del Prado que en el templo había un Señor crucificado que sudaba.

Desde hace algún tiempo hállanse internados en el país algunos pastores protestantes, pertenecientes a la Iglesia Evangelista, quienes en su afán de proselitismo divulgan entre los indígenas sus doctrinas. Al principio se vieron legalmente hostilizados por los sacerdotes católicos   —206→   y funcionarios públicos, quienes invocaron en apoyo de sus propósitos exclusivistas el cumplimiento del artículo 4.º de la Constitución. El Congreso suprimió la parte prohibitiva para el ejercicio de los distintos cultos religiosos, y la acción contra los evangelistas no tiene ya el apoyo de la autoridad civil. Sin embargo, aún siguen llegando a Lima de cuando en cuando noticias sobre extraños atentados contra peruanos y extranjeros pertenecientes al protestantismo, atentados que por lo regular son llevados a cabo por turbas ignorantes e idiotizadas por el alcohol, las mismas que son azuzadas por elementos religiosos intransigentes. Hace poco un grupo de individuos en una ciudad de provincia atacó a pedradas la casa particular de un vecino, en cuyo interior se hallaba instalada la sala de prédica.

Es notable la manera como los evangelistas intensifican su labor en la sierra del Perú. Sus esfuerzos son interesantes vistos por el lado moral y cívico. Dirigen su acción a corregir las costumbres inmorales de los indios; y, lo que es más útil, a combatir el alcoholismo, el terrible azote de nuestra población indígena, vicio que hasta ahora ha sido tolerado por los curas de almas en toda festividad religiosa.

Los predicadores evangelistas, con la palabra y el ejemplo, en forma bondadosa y austera, han conseguido que las gentes que los oyen y los visitan no se embriaguen.

El padre Vélez, de la comunidad agustina, hombre de letras y de superior talento, en un inspirado artículo, titulado: Deberes de los católicos en los presentes momentos en el Perú, dijo lo siguiente en noviembre de 1915, en los párrafos que copiamos, a raíz de la promulgación de la ley de libertad de cultos.

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Si los católicos no previenen a tiempo el mal que, como espada fulminante ya suspendida sobre sus cabezas, muy de cerca les amenaza, la reforma del artículo 4.º de la Constitución del Estado no será sino el principio del fin del Catolicismo y de todo lo que con él hay de sagrado, tradicional, grande y respetable en la historia y en el alma del Perú, y que, a pesar de todos los extravíos y de todas las decadencias, es todavía lo único que alienta la esperanza de un porvenir mejor y más risueño de la Nación, si aún hay almas que sepan comprenderlo y se sientan con valor y aptitudes para la obra gigantesca que se necesita de renovación católica, y con ella de renovación social y política, y, para decirlo en menos palabras, de renovación patria.

Yo creo que esas almas existen; y si antes no las veíamos, ni las sentíamos, ni las palpábamos, no era porque estuviesen muertas, sino era porque estaban dormidas; pero ha bastado el retumbo del primer trueno, y el fulgor del primer relámpago, y la ruina sorpresivamente calcinada del primer rayo de la tempestad restallante y amenazadora, para ponerlas de pie: y las hemos visto salir al campo y aparecer en apresto para la batalla del bien, enérgicas y terribles, llenas de valor y radiantes de hermosura.

Para estas almas, amigas mías y muy queridas hermanas en la fe católica, escribo este artículo y también para las que estén ciegas y sordas ante la catástrofe que se acerca, y el cataclismo que se avecina, a fin de que puedan advertir y colaborar a prevenir, en esta hora solemne, en esta hora de Dios y de la conciencia, los días trágicos y temerosos que se aproximan de ruina y desolación del santuario y de la patria; porque todos en este instante supremo estamos obligados a jurar, según la frase romana, pro aris et focis, por las aras y las hoces, esto es, por la defensa del altar y de la familia peruana.

Hablaré del estado presente del Catolicismo en el Perú, de sus causas y remedios, y de los consiguientes deberes de los católicos en la infortunada actualidad y con vista a un porvenir mejor para la religión y la patria. Y quiero hacerlo como conviene en las horas de reflexión y de recogimiento, con un lenguaje íntimo, de alma a alma, y por consiguiente franco, claro, sin ningún velo, como es el lenguaje de la verdad, el único de que gusta el alma, aunque sea amargo, cuando está a solas con su Dios.

Será por esto el artículo como una especie de plática de retiro, como un examen de conciencia, y a la vez un llamamiento a todos los espíritus, y especialmente a los que tienen bastante   —208→   penetración para ir hasta el fondo de las cosas, alas potentes para volar hasta la cumbre del ideal cristiano, y abnegación sublime para caminar por la única vía posible de la felicidad de los individuos y los pueblos; el sacrificio, la virtud, el bien, el amor de Dios y del prójimo hasta tener el valor del desprecio y total abnegación de sí mismo.



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Y ante todo ¿cómo se halla aquí la religión católica? ¿Qué representa? ¿Qué es?

Triste y doloroso es confesarlo; pero el estado actual del Catolicismo en el Perú es muy lamentable; y así se explica que, aun siéndolo todo o casi todo, apenas es ni representa nada. Lo es todo o casi todo, porque él es todavía el arca santa de la familia peruana; y apenas es ni representa nada, porque a causa de una general disolución e indiferencia, no está encarnado en ninguna de las instituciones que deciden de los destinos de la sociedad moderna.

¿Qué poder tiene aquí el Catolicismo en el Gobierno y en la prensa, en el Parlamento y en las instituciones populares? Ninguno, y así lo hemos visto ahora en la ley innecesaria y de hecho dañosa al Catolicismo, que acaba de promulgarse sobre la libertad de cultos.

El Parlamento ha hecho lo que ha querido, y el Gobierno se ha encontrado sin apoyo bastante en el Parlamento y en la vida política de la Nación, para poder complacer a los católicos sin peligro de la normalidad constitucional.

Por otra parte, la prensa que más se lee, por ser casi la única que existe, no es católica, y de ahí el gran poder de que aquí el liberalismo dispone para formar y dirigir la opinión del pueblo.

¿Cómo, pues, se va a luchar y vencer de una manera decisiva, si no hay suficiente número de verdaderos católicos en el gobierno y el Parlamento, y si no es tampoco católica la prensa que más leída es por el pueblo y aun por el no pueblo?

Tal es el estado de impotencia del Catolicismo en la vida pública de la Nación. ¿Cuáles son sus causas? Veámoslo.



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La principal de las causas creo que está en el hogar. Es   —209→   evidente que la familia ha decaído mucho de su antigua sencillez y severidad cristiana. Ya todo es, por lo general, complacencia y disposición, pompa y devaneo.

¿Llevamos una vida como lo prescriben de consuno la naturaleza y la fe? ¿Nos acostamos y levantamos temprano? ¿Es nuestro primero y último pensamiento del día para Dios? ¿Tenemos oración mental y oímos misa y comulgamos por la mañana, si es posible con el alba, y rezamos el rosario, y leemos la vida del santo del día, y hacemos examen de conciencia por la noche?

Y, durante el día, ¿estamos bien ocupados, ya instruyéndonos, ante todo en las cosas de nuestra religión, ya empleándonos en el trabajo y desempeño honesto de nuestras obligaciones?

Y si tenemos atenciones sociales que cumplir, o necesidad de distraernos y descansar, para volver con nuevas energías al trabajo ¿hacemos de la afabilidad no una mera cortesía, sino una flor cuyas raíces estén en la caridad? ¿Y practicamos en nuestras recreaciones la tan simpática como hermosa virtud de la eutrapelia? ¿Y nuestra alegría es sana y sencilla, y está moderada por la virtud de la templanza, madre del orden y de la armonía?

¿Y es la santa virtud de la templanza, madre también de la fortaleza, y hermana de la justicia, y compañera inseparable de la prudencia, la que modera nuestras necesidades y nuestros caprichos, nuestros derroches y nuestra imprevisión?

¿Y es el fin de nuestra vida, el bienestar, la vana ostentación y el lujo, o la sencillez, la moderación y la virtud? ¿Andamos tan afanados en los intereses y los placeres, que no nos queda tiempo para Dios y para la cultura del espíritu, ni dinero para obras y funciones de instrucción, propaganda y beneficencia?

Y ¿cómo cumplen los padres los deberes que tienen para con sus hijos, especialmente en la educación fuerte, sencilla y sólidamente cristiana? ¿Y cómo prestigian su autoridad con el ejemplo, y sus enseñanzas con su vida?

Puesto cada uno en la presencia de Dios, y con la mano sobre su conciencia, vea qué responde a cada una de estas preguntas, y a otras que él mismo se hará, y entonces se explicará cómo el mal de la sociedad y la consiguiente decadencia del Catolicismo tienen sus raíces en mal, mal de la familia, origen a sus vez de otras causas y concausas que contribuyen a empeorar los males presentes.

¿Por qué resulta ineficaz la labor del colegio? Porque en   —210→   general los niños vienen del hogar sin los hábitos de disciplina y respeto necesarios para el buen éxito de la enseñanza. ¿Cómo un alumno podrá ser más dócil a un profesor que a sus padres? El colegio carece, pues, del apoyo antecedente y concomitante que necesita en la familia.

Se acaba la instrucción media, y el alumno, en la edad más crítica y decisiva, no puede completar su educación cristiana, por carecer de un centro católico de honda y vasta cultura superior; y tiene que pasar a la Universidad del Estado, y allí desaparece y muere lo poco que de cristiano le queda, y gracias que no se haga fanáticamente hostil al Catolicismo.

¿Cómo vamos a tener así profesores, periodistas, diputados y gobernantes católicos? ¿Nos extrañaremos ahora de que no los tengamos, en número suficiente al menos, para que el Catolicismo siga siendo el alma de la vida pública? -Pero ¿lo es y puede serlo siquiera de la vida privada? ¿No está todo de tal manera dispuesto, o, mejor dicho, desorganizado, que no es posible tener ni aun padres de familia católicos? ¿Cómo pueden serlo, por lo menos, la mayor parte de los que salen de los centros universitarios? Y si no lo son ésos, que tienen que ser los directores más influyentes de la vida colectiva ¿cómo van a serlo los demás?

¿Y en esta atmósfera social se concibe que haya vocaciones eclesiásticas, de esas que llegan a honrar al sacerdocio mismo? ¿No se explica así la crisis actual del clero? Y si éste atraviesa por aguda crisis ¿cómo podrá a su vez influir saludablemente en la sociedad? Y si esto no es posible ¿cómo podrá volver a ser la sociedad cristiana?

He aquí una cadena de males, en que unos producen otros, y todos se agravan por su solidaridad e influencia mutua.





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ArribaAbajoCapítulo XIV

Relaciones exteriores


SUMARIO

Las postrimerías de la centuria republicana nos encuentran en paz con todo el mundo excepto Alemania y Chile.- Lo de Alemania no tiene ninguna importancia.- Nuestras relaciones con Colombia y Ecuador han perdido el carácter belicoso que tuvieron en años pasados.- Al presente la única nación que nos causa recelo y disturbios en política internacional es Chile.- No es únicamente Tacna y Arica lo que nos distancia de ella, sino también la conquista de Tarapacá.- Cínica declaración de El Mercurio de Valparaíso.- Desplantes chilenos.- Odio que se siente en el Perú por todo lo que viene del sur.- Uniformidad de opiniones en el Perú en los asuntos internacionales.- Nunca hemos tenido partidarios de Chile.- Memorables palabras del expresidente boliviano Villazón.- Nunca nos han causado pánico los ejércitos ni las escuadras de Chile.- Proposiciones de Chile al expresidente Romaña para dividirse Bolivia.- Manera digna y heroica como el ministro Porras rechazó la corona enviada por Chile.- Editorial de El Comercio de Lima, 1916, probando que la confraternidad chileno-peruana no existe.- Misión reservada de Yáñez en 1915.- Ideas y propósitos emitidos por el presidente Wilson desde 1916.- Honor y satisfacción que causa al Perú el que sus ideas proclamadas hace 40 años sean las mismas de Wilson.- La fuerza no puede crear nada en el terreno del Derecho.- Bosnia y Herzegovina, Trieste   —212→   y el Trentino, Alsacia y Lorena comparados con Tacna y Tarapacá.- Memorables conceptos del doctor Prado en 1901 consignados en el libro de Maúrtua: La Cuestión del Pacífico.- Lo que decía El Comercio de Lima en 1917.- Opiniones del semanario Pro Marina- Pacto internacional romántico firmado por Argentina, Brasil y Chile y conocido con el nombre del A. B C. -El A. B. C. fue combatido por toda la América, excepto Chile y fracasó por haberse arrogado personería que nadie le dio.- Entente en 1916 entre Chile, Brasil y Uruguay.- Opinión de La Prensa de Buenos Aires al respecto.- Nuestra actuación con Chile en noviembre de 1918 por el triunfo de los aliados y la proclamación de los principios wilsonianos.- Un artículo de actualidad.


Las postrimerías de la centuria republicana -noviembre de 1918- nos encuentran en términos amistosos con todas las naciones del mundo, excepto Alemania; y en lo que concierne a nuestros cinco vecinos, en completa armonía con Brasil y Bolivia, pero en desacuerdos por asuntos de frontera con Colombia y Ecuador, y, por la misma causa, en interdicción diplomática con Chile.

Lo de Alemania no tiene ninguna importancia. Aquí no tenemos mala voluntad al Kaiser ni a ninguno de sus súbditos. Hemos roto con el Gobierno Imperial por motivo de solidaridad con los Estados Unidos, porque está en nuestro interés el triunfo de la libertad, el aniquilamiento de las naciones conquistadoras y por no hacer causa común con Chile, que es pangermanista y que espera que la victoria teutona le dé oportunidad para hacer en la América del Sur con el auxilio de Alemania lo que ésta pretende realizar en Europa.

Lo de Colombia y el Ecuador ha perdido el carácter   —213→   belicoso que tuvo anteriormente. Las reclamaciones de sus cancillerías no tienen ya las exigencias que tanto nos alarmaron en años pasados, años en los cuales por hallarnos en controversia de límites con cinco naciones y por haber sido conjunta la presión de todas ellas, nuestra vida nacional pasó terribles horas de prueba. Resueltos radicalmente nuestros asuntos por el este y el sudeste sin nada que temer de Bolivia y del Brasil, y sólo enfrontados con Chile en condiciones morales superiores a las que tuvimos en 1909, nuestro problema de fronteras en el norte se nos presenta ahora aislado, sin complicaciones y sin los peligros del «cuadrillazo» internacional que intentaron armarnos los chilenos en época en que estuvimos mal con todos los vecinos que nos rodean.

Pasaron también los tiempos en que Chile nos aconsejaba liquidar de cualquiera manera la cuestión de Tacna y Arica a cambio de «manos libres» en el norte; política que tuvo por objeto compensarnos con territorios en Colombia y Ecuador la cesión incondicional que le hiciéramos de nuestras cautivas provincias. Esta malévola insinuación, que jamás encontró eco en nuestros internacionalistas, hoy menos que antes la encontraría, siendo nuestro propósito arreglar el litigio que sostenemos con esos países por el fallo arbitral debidamente garantizado.

La baja definitiva en el precio de las gomas, lo inadecuados que son los territorios en disputa para otros cultivos que no sean caucho y jebe, han quitado a esas comarcas la importancia que tuvieron ayer y el espíritu de codicia que animaba a los caucheros peruanos, colombianos y ecuatorianos. Al respecto, en lo concerniente a esta codicia, ha pasado en el norte del Amazonas lo que en las fronteras del Madre   —214→   de Dios, donde no eran las pretensiones nacionales del Perú y Bolivia las que nos hacían pelear, sino el ansia de acaparar terrenos que animaba a los aventureros exploradores de esas fronteras, quienes, movidos únicamente por un espíritu de lucro, llenaban las cancillerías de datos exagerados cuando no falsos.

Al presente, la única nación que nos causa recelos y disturbios en política internacional es Chile. Quienes creen que sólo nos separa el asunto de Tacna y Arica y que cuando él termine tendremos paz sincera y olvido completo de cuanto ocurrió en la guerra de 1879, y en esta creencia viven algunos candorosos internacionalistas del Brasil y de la Argentina, están en grandísimo error. El desacuerdo entre el Perú y su vecino del sur es más profundo. Lo origina el predominio de Chile en el Pacífico y, lo que es más grave, la conquista que nos ha hecho de Tarapacá. Mientras los chilenos lo mantengan en su poder, la paz con el Perú y la tranquilidad en América no pueden ser ciertas, no estando basadas en la justicia y en la verdad. Tarapacá nos fue quitado por la fuerza; y si de hecho está en manos de Chile, de derecho le corresponde al Perú. Francia, después de cuarenta y cinco años, encuentra oportunidad para pelear con Alemania y disputarle la posesión de Alsacia y Lorena, provincias que los generales de Prusia, contra la opinión de Bismarck en 1871, incorporaron brutalmente al naciente imperio por la terquedad de su espíritu conquistador.

Respecto a Tacna y Arica, Chile no las retiene porque las necesite, ni porque esos territorios sean la defensa de su zona norte. Las mantiene en su poder porque sabe que el día   —215→   que las ceda al Perú, perderá en el continente su condición de potencia dominadora en el Pacífico. No hace dos años que El Mercurio de Valparaíso decía: «La posesión de Tacna y Arica no se resolverá con tratados y protocolos; pues, según la historia, puede afirmarse que aquella comarca pertenecerá siempre a la Nación que sea capaz de defenderla y mantenerla». ¿Puede darse mayor cinismo estando en vigor el tratado de Ancón?

No son sólo éstas las razones injustificadas e indecorosas que alegan en Chile. Sin tener en cuenta su lealtad y la fuerza de los tratados, piensan allá que el devolver las provincias cautivas significaría para él una derrota moral, una claudicación, una prueba de que su poder guerrero se menoscaba y de que pudieran terminar para siempre los tiempos en que el Ministro Koning pasaba notas fundando exigencias en el derecho de las victorias, como si de éstas pudieran derivarse derechos contrarios a la justicia y a la verdad mismas.

La dureza con que Chile nos ha tratado en el asunto de las cautivas es algo que no tiene cotejo en la historia diplomática del mundo. Sométanse a la realidad, reconozcan su condición de vencidos, reciban dinero y cedan de una vez lo que ya está en nuestras manos y nunca ha de ser de ustedes, es lo que nos ha dicho Chile en sus propuestas, siempre que nos ha buscado para liquidar fuera de los términos del tratado de Ancón nuestros asuntos de frontera. Y al mismo tiempo que decía esto, cometía en los territorios ocupados sin derecho cuanta iniquidad y atropello son imaginables contra nuestros compatriotas residentes allí.

Así nos han hablado siempre los chilenos, porque no   —216→   hay nada que ciegue tanto como la riqueza adquirida sin trabajo, porque creen que a perpertuidad ellos han de ser los ricos y nosotros los pobres, porque piensan que las condiciones económicas del salitre serán eternas y nuestro enriquecimiento siempre inferior al suyo. Hoy, que los rumbos internacionales están a punto de cambiar con motivo de la guerra que se libra por la libertad del mundo, los desplantes chilenos comienzan ya a ser un poco forzados. La realidad comienza a despertarlos, como también el grado de riqueza que en progresión geométrica principia a acumularse en el Perú.

No hemos cedido, no cederemos nunca Tacna y Arica, porque esas provincias son nuestras por la voluntad de sus pobladores y porque ni un solo día a pesar de su cautiverio han dejado de ser peruanas, pues los vejámenes y atropellos que los chilenos cometen con nuestros compatriotas en ellas y en Tarapacá, habiéndonos herido y humillado, han servido para mantener por cerca de ocho lustros el más acendrado patriotismo en el corazón nacional y para aumentar aún más que en 1883 el odio que se siente aquí por todo lo que nos viene del sur.

Estamos tan de acuerdo en el Perú en estos sentimientos, que, a pesar de ser la veleidad una de nuestras características nacionales, no hay ni ha habido nunca desde 1879 dentro de la República la menor divergencia en los propósitos hostiles que nos animan contra Chile. Aquí jamás hemos tenido partido chileno, como pasaba en Bolivia hace diez años, ni hemos tenido gente dispuesta a transar fuera de los términos del tratado de Ancón. La buena voluntad que nos ha llevado a entendernos con Bolivia y el Brasil y la que   —217→   nos anima a seguir igual camino en los asuntos de Colombia y el Ecuador, nos falta para Chile.

Hablando una vez confidencialmente el expresidente boliviano Villazón con un diplomático del Perú, le dijo: No hay nada que despierte más mi admiración que la manera fuerte, constante, decidida, honrosa, heroica, denodada y unánime como el pueblo y el gobierno peruanos resisten las exigencias y las amenazas de Chile.

Esa timidez nacional que tanto daño nos hace en el terreno económico, esa vacilación para resolver nuestros asuntos internos, no existe en lo internacional. Jamás nos han causado pánico los ejércitos y las escuadras de Chile. Estamos convencidos de que cualquier día nos vuelven a invadir; sin embargo, estamos resueltos a todos los sacrificios, a todos los desastres, a nuevas inmolaciones, antes que vivir sometidos a la voluntad chilena, que es lo que esa gente quiere de nosotros. Quieren que olvidemos la manera sorpresiva como nos atacaron en 1879, que demos por cosa concluida la conquista de Tacna y Arica, que nos hagamos sus amigos, que les queramos de corazón, que aumentemos su enriquecimiento mediante tratados de comercio que sólo pueden ser ventajosos para ellos. Y como si todo esto fuera poco, quieren que les ayudemos a conquistar el altiplano de Bolivia a cambio de gozar de la amistad que nos ofrecen.

Ya en años pasados, el finado señor Romaña, siendo presidente de la República, rechazó de plano insinuaciones que un ministro de Chile le hiciera para repartirse entre vecinos los territorios de Bolivia. Hoy, proposiciones iguales   —218→   o semejantes merecerían igual indignación y el mismo rechazo.

Prueba incontrovertible de la dignidad peruana y de lo poco dispuestos que nos hallamos aquí a recibir agasajos chilenos, fue la manera franca y resuelta como el ministro Porras se negó a recibir la corona enviada por Chile para cubrir los restos de sus víctimas en la guerra comenzada en 1879. Jamás pueblo vencido tuvo la altivez que el nuestro en esa ocasión, ni en ninguna otra probamos al gobierno de Santiago estar dispuestos a todo para salvar la dignidad nacional.

Son interesantes los conceptos emitidos por El Comercio de Lima, el 13 de mayo de 1916, a propósito de la confraternidad peruano-chilena, confraternidad que no existe y que la prensa de Santiago y Valparaíso se complace de cuando en cuando en lanzar calumniosamente a los cuatro vientos, ansiosa de presentar al Perú en la América Latina como un pueblo humillado, sin patriotismo y dispuesto a vender Tacna y Arica.

Sería muy raro que hubiera aquí tendencias a la cordialidad internacional con un pueblo que no ha hecho absolutamente nada desde la guerra de 1879 por procurar que el Perú olvide los acontecimientos de aquella época; que, antes bien, ha realizado en el territorio nuestro que detenta actos de violencia irritantes; y que hoy, por medio de sus órganos más prestigiosos de publicidad, no tiene empacho en declarar que los tratados y los protocolos nada valen y que los territorios que, indebidamente, ocupa, han de pertenecer siempre a la Nación que sea capaz de mantenerlos y defenderlos.

Aceptar después de estas declaraciones ultrajantes para el pueblo peruano, que aquí germinan sentimientos de simpatía y de cordialidad hacia Chile, sería, sencillamente, una indignidad. ¿Qué objeto habría, entonces, en prestarse   —219→   a la farsa de aparentar situaciones que no existen? ¿A qué la comedia y la hipocresía de agitar la sonaja de una mentida confraternidad? Nos parece ridículo cuando se conoce cuál es el fondo del pensamiento chileno, permitir que se nos hable de afectos y de simpatías que los hechos desmienten.

No sabemos si a la política chilena convenga declarar que una de las cláusulas del tratado de paz con el Perú, es letra muerta; porque, como ese pacto, según sus propias estipulaciones, forma un todo indivisible, habría el mismo fundamento para considerar nulas las otras cláusulas que lo constituyen; y no alcanzamos a comprender cuál sería la ventaja para Chile, desde que ello no mejora su situación de derecho sobre Tacna y Arica, de rasgar el tratado de 1884, único título en que puede sustentar internacionalmente su posesión en Tarapacá.

Pero, en fin, este es asunto que a Chile toca esclarecer; lo que a nosotros corresponde es sólo dejar constancia de que, cualquiera que sea el concepto que pueda haber allí, respecto al significado y a la eficacia del pacto de Ancón, el simple criterio chileno no bastará nunca para aumentar el derecho de Chile sobre los territorios en litigio, ni para disminuir el que, incuestionablemente, conserva en ellos el Perú, mientras no se realice un plebiscito y alcance Chile en él, si le es posible, los títulos que hoy le faltan para ejercer dominio legal en las provincias de Arica y Tacna.

Seríamos muy intonsos, pues, si, conociendo el pensamiento chileno, del cual no se hace misterio en la República del Sur, como lo revelan las recientes y audaces declaraciones de El Mercurio, permitiéramos con nuestro silencio, cuando allí se habla, hipócritamente, de acercamiento y de cordialidad entre peruanos y chilenos, que los extraños a la contienda diplomática del Pacífico, que tales asertos oyen, llegaran a creer, que realmente existen cordiales y gratas relaciones de amistad, nacidas de nuestro renunciamiento voluntario a los derechos que el tratado de paz de Ancón nos reconoció sobre las provincias de Arica y Tacna, ocupadas hoy por Chile, sin título internacional que lo justifique.



Habiendo pasado algunas semanas en Lima, en diciembre de 1915, el prominente político chileno don Heliodoro Yáñez, quien indudablemente vino en misión reservada   —220→   de su gobierno para sondear el espíritu nacional peruano, y habiendo dedicado buena parte de su tiempo a conferenciar con algunos de nuestros hombres públicos, indudablemente tuvo oportunidad de saber mucho de lo que en este capítulo queda dicho. El Comercio, de Lima, interesado en dejar constancia pública de las opiniones recogidas por él, a la hora del regreso le dedicó las siguientes líneas.

Hoy emprende viaje de regreso a su patria el distinguido hombre público chileno, señor Yañez, después de haber permanecido tres semanas en Lima.

Aun cuando este caballero no hubiera traído misión confidencial alguna de su gobierno, es indudable que habrá podido apreciar cuál es el sentimiento en el Perú respecto del problema de Tacna y Arica; porque ha tenido oportunidad de hallarse en cordiales relaciones con buen número de personas de los primeros círculos políticos y sociales de nuestro país, y, seguramente, se le ha de haber presentado ocasión de cambiar ideas sobre un asunto siempre de actualidad y siempre interesante para los peruanos.

Sin duda alguna ha de ser útil que miembro tan prominente de la República del Sur haya estado en aptitud de sondear el alma peruana sobre cuestión tan importante, porque así llevará seguramente, la impresión de que en el Perú se desea poner término al litigio de Arica y Tacna; pero que este deseo se halla unido al de que la solución se obtenga mediante el plebiscito pactado en 1884; porque los peruanos no encontramos ninguna otra fórmula que deje a salvo la dignidad nacional y haga posible una futura inteligencia con Chile sobre bases de sincera cordialidad.

Debemos esperar que así lo entiendan quienes en el país vecino se manifiestan inclinados a una política de liquidación de sus diferencias con el Perú, y tal vez las impresiones que sobre este particular lleve de aquí el señor Yáñez contribuyan a encauzar allá el sentimiento público por rumbos capaces de conducirnos a solución satisfactoria. Conviene declarar que se hallan fuera de esos rumbos los que en la prensa chilena han aprovechado la venida a Lima del señor Yáñez y la ida a Santiago del señor Maúrtua para exponer   —221→   ideas que jamás se habían expuesto antes con tal rudeza y que, desgraciadamente, nos apartan de una solución, en vez de aproximarnos a ella. Los diaristas del sur, en efecto, quieren arreglos con el Perú sobre la base de nuestra renuncia a las expectativas que nos ha dado el pacto de Ancón, y orientados dentro de este criterio han hablado primero de compensaciones comerciales al Perú, y, luego, del propósito de Chile de conservar Arica mientras haya salitre en el sur.

No cabe duda, pues, de que el pensamiento que parece animar a la prensa chilena en el asunto de Tacna y Arica no es el de la cordialidad y el de la rectitud internacional para cumplir el pacto pendiente con el Perú; porque si Chile pretende conservar esas provincias en su poder mientras haya salitre en Tarapacá, habría resuelto unilateralmente el problema y no quedaría nada por discutir. Sólo que un título de esa especie no le daría a Chile mayores derechos sobre Arica y Tacna que los que emanan de la simple e indefinida ocupación militar de aquellos territorios; y esto no es, ni puede ser, lo que Chile considera necesario para juzgarse soberano en esas provincias, y, sobre todo, para que así lo juzguen los demás pueblos que viven con él en comunidad internacional. De otro modo, probablemente, no habría esperado hasta ahora para poner en práctica ideas como las que, sin duda, impremeditadamente, se han vertido en estos días por algunos periódicos de Chile.

El Perú ha esperado treinta años y podría esperar otros treinta más; porque no le corre prisa llegar a una solución, si ésta ha de ser, por la forma en que se realice, notoriamente desfavorable a sus expectativas e intereses. Por supuesto comprende que el correr del tiempo no le trae ventajas; pero mientras un asunto internacional no ha sido definitivamente liquidado, caben situaciones nuevas que puedan producir cambios imprevistos, más o menos satisfactorios. Nos parece que tratándose de Chile ningún provecho habrá de reportarle prolongar, año tras año, una situación irregular y molesta, no únicamente para los dos países interesados en el asunto, sino para la América, en general. Y no cabe duda de que mientras la cuestión esté en pie, podrá Chile continuar como poseedor material de territorios que el Perú le disputa, siempre que tenga fuerza para conservarse en esa situación; pero, de otro lado, aquello ha de ser un obstáculo insuperable, no sólo para las buenas relaciones entre ambos pueblos, sino también para que las naciones de la América del Sur se unan estrechamente y puedan seguir una elevada política de solidaridad continental,   —222→   basada en la justicia y en el mutuo respeto de sus intereses y derechos.

Al volver el señor Yáñez a Chile haría, a no dudarlo, bien a su propio país y a la causa de América si, trasmitiendo a los hombre dirigentes chilenos las impresiones que, seguramente, ha recogido aquí de los buenos deseos que animan a los peruanos para resolver el litigio del sur, les hiciera comprender, también, que toda tentativa en tal sentido resultaría estéril si no descansara sobre las únicas bases que el derecho y la justicia brindan a ambos pueblos para establecer en el futuro relaciones duraderas de amistad.



Ansioso el presidente Wilson de orientar el Derecho Internacional y la diplomacia moderna por caminos que libren a los pueblos de los horrores de las guerras y a las débiles naciones de los abusos de la fuerza, desde 1916 no ha cesado de hablar en favor de la libertad. Quiere fundar una paz sólida y duradera basada en la justicia y el respeto a los derechos soberanos de cada nación, aspira a que se establezca una nueva sociedad universal de naciones que mantengan la inviolabilidad de los caminos en el mar y su uso sin impedimentos para todas las banderas del mundo, quiere una paz que dé a cada pueblo el derecho de escoger la soberanía bajo la cual quiere vivir y una política internacional que conceda a los pequeños estados del mundo el derecho de merecer el mismo respeto por su integridad territorial que gozan las naciones grandes y poderosas. Y a todo esto aspira el presidente Wilson porque cree que el mundo tiene derecho de estar libre de toda perturbación cuyo origen se halla en la agresión y el desprecio al derecho de las naciones.

Estas ideas que han sido las nuestras durante toda nuestra vida republicana, y que al emitirlas en el período que   —223→   siguió a la paz de Ancón se creyó por algún estado sudamericano que eran producto apasionado de intereses nacionales, son las que hoy proclaman el primer pueblo y el primer hombre que existen sobre la tierra. ¡Qué honor y satisfacción para el Perú que sea Wilson, el político mundial, quien, sin ninguna mira egoísta, las preconice en nombre de la humanidad y del derecho!

El Perú nunca ha pedido más de lo que hoy recomienda el primer magistrado de la República del Norte. Sus aspiraciones se han limitado a exigir que las cautivas tengan derecho a escoger la soberanía bajo la cual quieren vivir; lo cual, por lo demás, no es sino lo que el tratado de 1883 ha establecido, al precisar que sea el voto plebiscitario en fecha determinada quien determine la suerte de ellas.

Por lo que concierne a Tarapacá, la gran guerra europea ha llevado a la conciencia universal el convencimiento de que el simple trascurso del tiempo no basta para que se consoliden las posesiones territoriales emanadas de la fuerza. Después le tantos años corridos allí están las cuestiones de Bosnia y Herzegovina, Trieste y Trentino, Alsacia y Lorena, irguiéndose de nuevo en el terreno internacional para exigir por las armas reivindicaciones que les fueron negadas por la justicia. La fuerza no puede crear nada sólido en el terreno del derecho. Grave es pues el error de Chile al pensar que la posesión de lo conquistado sea eterna y al cometer el error de dejar sin cumplimiento, por actos propios, el tratado que él mismo obligó a firmar.

Al respecto el doctor Javier Prado, en un prólogo en el libro La Cuestión del Pacífico, del doctor Víctor Maúrtua, decía lo siguiente en 1901:

  —224→  

Nuestra causa es la de la justicia y la solidaridad americana. No sostenemos ni la conquista ni la guerra y con ellas el despojo y el exterminio. Queremos la paz y el respeto al derecho ajeno. En nombre de estos sagrados principios tenemos título legítimo para hacernos escuchar.

La victoria aunque sólo fuera al principio de carácter moral, tiene gran valor. La conciencia internacional, como la individual, representa una fuerza enorme: suministra energías, fuerzas y aun auxilios inesperados a los que cuentan con su apoyo, a la vez que levanta barreras insuperables contra los que quedan fuera de ella. Más tarde, ya no son sólo barreras: es el fantasma amenazador que comienza a caminar y que va haciendo el vacío y creando inmensas resistencias contra el culpable.

Quizá si alguna vez Chile se dé cuenta de que es mala, muy mala, la política en que está empecinado, que si hoy le es fácil ensoberbecerse con ella, está jugando su porvenir; pero tal vez cuando, saliendo de su alucinación, abra mirada intensa y lúcida a la realidad, sea ya tarde; y caiga, abrumado por el peso de la condenación universal, el pueblo que ha querido hacer imperar, en América, la fuerza y la violencia como ley suprema de las naciones.



Sobre igual tópico El Comercio de Lima, decía en octubre de 1917:

Es interesante dejar constancia de la nueva tendencia que se observa hoy en la prensa chilena al apreciar el problema de las relaciones entre el Perú y Chile.

Los telegramas de Santiago y Valparaíso que hemos publicado en los últimos días nos hacen conocer las opiniones de los principales diarios chilenos, respecto a las cuestión internacional con el Perú. Creen esos diarios que ha llegado el momento de resolver las dificultades pendientes, y que, por lo tanto, debe irse a la solución, y encuentran que está en la conveniencia y en el más alto interés del Perú y de Chile arribar, cuanto antes, a un avenimiento; deseado, según asevera La Nación, de Santiago, órgano del distinguido político chileno señor Heliodoro Yáñez, por los hombres patriotas e ilustrados de ambos países, en nombre de Sudamérica.

Considera por su parte, El Mercurio, que ha llegado la hora de buscar una paz doméstica para un siglo y un desarrollo   —225→   seguro de economía continental, amagada por gravísimos peligros, y que para esta tranquilidad octaviana basta con que el Perú y Chile terminen sus cuestiones fronterizas; lo que será el desgrane inmediato de los cuatro pleitos que quedan en esta parte del continente; será el desvanecimiento de la desconfianza entre vecinos; «será, continúa diciendo El Mercurio, en un rapto de afectuosa fraternidad retrospectiva, la restauración de esos tiempos que nuestros padres conocieron, en que asociaban los nombres de Chile y el Perú para vivarlos en ambos pueblos, como si se tratase de una unión de gemelos. Entonces sí podremos hablar de tratados de comercio, uniones aduaneras, confederaciones, de lo que quiera sonarse».

Y La Nación, avanzando en ideas tanto como El Mercurio, cree que hay una gran obra por realizar; que los obstáculos que a ella se oponen no son insalvables; y que el talento y el patriotismo de los hombres del Perú y Chile pueden hacer el resto: «cristalizar una fórmula definitiva».

Tal es el tono y el espíritu que se observa en la prensa chilena al juzgar el problema de las relaciones de nuestro país con la República del Sur. Se advertirá que hay un cambio notable en los conceptos y en los propósitos de esa prensa; que arrastrada, en época no lejana, por sentimientos de arrogancia jactanciosa y de hiriente desenfado, llegó hasta declarar el firme propósito de Chile de no desprenderse de Tacna y Arica mientras hubiese salitre en Tarapacá.

Así lo estampó El Mercurio, con insólito desconocimiento de todo rubor internacional. Ante esta declaración inaudita, resultaba inútil cualquiera serena alegación de nuestro derecho y todo esfuerzo encaminado a que se escucharan en Chile las justificadas demandas del Perú. ¿A qué discutir fórmulas de avenimiento diplomático y de tranquila y justa solución del conflicto pendiente, si se nos notificaba, sin ambages, que Chile proseguiría detentando nuestros territorios del sur, hasta que se agotaran las riquezas naturales, arrebatadas al Perú, junto con un jirón del suelo patrio, a causa de la guerra de 1879?

Consciente de su derecho y sin los cañones necesarios para imponer la justicia en sus relaciones con Chile, no podía el Perú decorosamente, después de esa brusca declaración de los propósitos de violencia que inspiraban a la República del Sur en el asunto de Arica y Tacna, observar otra norma de conducta que la que ha seguido, de tranquila y paciente expectación, convencido como está de que le asiste la justicia y de que los simples deseos de Chile no han de bastar,   —226→   al fin, para que prevalezcan el atropello y la sinrazón, en el desenlace del pleito de límites, pendiente entre ambos pueblos.

El Perú espera, confía en su derecho; no se precipita; porque siempre ha tenido la creencia de que las situaciones de fuerza y de preponderancia material de los pueblos no suelen ser eternas y de que el natural desarrollo y las imprevistas complicaciones de la vida internacional ofrecen, con el correr de los tiempos, extraordinarias sorpresas, capaces de producir cambios trascendentales en el campo de la diplomacia y reacciones incontrastables de los principios de justicia y de derecho, conculcados por abuso inescrupuloso de los más fuertes o de los menos débiles.

Y no cabe duda de que las esperanzas del Perú no se ven hoy defraudadas por los hechos. Grandes acontecimientos se producen en la historia de la humanidad, del fondo de los cuales ha de surgir un nuevo derecho público, basado en el respecto a las ajenas soberanías, en la condenación de la conquista, en el restablecimiento de la paz perdurable, sobre bases de justicia internacional y de acatamiento a la voluntad de las nacionalidades sojuzgadas, que desean romper vínculos odiosos, impuestos con la punta de la espada y mantenidos por la torpe presión de la fuerza.

Se avecina, pues, como piensan hoy los diarios de Chile, el momento de las liquidaciones en América y en el mundo todo; pero a base de justicia y de libertad, no de imposición agresiva y de atropello inexcusable. Por eso es que diferimos de El Mercurio cuando cree que nuestro problema de Tacna y Arica no es ni será europeo, sino sudamericano. El problema del Pacífico se confunde actualmente con todos los que cristalizan aspiraciones a la libertad y a la justicia, nobles reivindicaciones de la soberanía y de la nacionalidad de los pueblos. No es un problema local, no es un problema nuestro: es un problema humano. Si el derecho impera en el mundo por la destrucción de la fuerza conquistadora en los campos de batalla donde se libra la gran contienda de que ha de depender el futuro de la humanidad, no prevalecerán, ciertamente, ni en América, ni en parte alguna del planeta, la injusticia y el despojo territorial en las relaciones entre estados libres.

Miradas así las cosas, habría motivo para que El Mercurio, de Valparaíso, concediese mayor importancia a las manifestaciones de la solidaridad del Perú con las reclamaciones territoriales de Francia. Cree ese diario que a este respecto   —227→   «las cosas no se parecen sino en lo que pueda aplicarse el mismo concepto de resolver, para bien de ambos pueblos, las cuestiones pendientes». Quizás si está en lo cierto; porque, no cabe duda de que, entre la situación de Arica y Tacna y la de Alsacia y Lorena, hay notable diferencia. El Perú no ha cedido a Chile Tacna y Arica, por el tratado de paz, mientras que Francia, obligada por sus desastres militares de 1870, entregó definitivamente, a Alemania, los territorios de Alsacia y Lorena, que hoy intenta recuperar por los mismos medios que Alemania empleó entonces para arrebatárselos: la fuerza de las armas.

Y no está en lo cierto El Mercurio cuando, penetrado de la débil situación de Chile en su litigio con el Perú, dice que ha estado dedicado ese país a «dar una forma jurídica a su ocupación, de acuerdo con el Perú, buscando la manera de reglamentar el plebiscito, o de reemplazarlo, por voluntad de las partes, con intermitencias o interrupciones de que una y otra son alternativamente culpables»; porque jamás ha prestado su acuerdo el Perú a ninguna tendencia de Chile encaminada a dar forma jurídica a la ocupación de nuestros territorios de Tacna y Arica, ni puede culpársenos, en ningún caso, de las intermitencias con que se han desarrollado las negociaciones diplomáticas, seguidas en este largo y enojoso proceso externo, para liquidarlo de modo justo.

Nos parece oportuno dejar constancia de estos hechos, como, también, de que la «fórmula definitiva» que La Nación, de Santiago, surgiere, al declarar llegado el momento para poner término amistoso al conflicto con el Perú, sólo puede ser una: la que emane del reconocimiento de la justicia y del derecho que nos asiste. Chile, apelando a expedientes artificiosos, insostenibles en otro concepto que en el de la fuerza, ocupa, sin título alguno, nuestros territorios de Arica y Tacna, desde hace veintitrés años; pues, en 1894, debió definirse la suerte de esas provincias peruanas. Los actos que Chile ha practicado, mientras tanto, en aquel pedazo de suelo nuestro, arrojando de allí a millares de ciudadanos del Perú, y el tiempo indebidamente trascurrido, que ha sido causa de que desaparezcan otros tantos millares de peruanos, quienes han rendido obligado tributo a la naturaleza, conservando su amor al Perú hasta que se apagaron los últimos latidos de sus corazones, no pueden dejar de tenerse en cuenta cuando llegue el momento de liquidar la vieja controversia; porque, de lo contrario, se aceptaría la injusticia de admitir como factores en la solución del litigio hechos impuestos por la violencia,   —228→   que han falseado el espíritu y la letra de un solemne pacto internacional, postergando, por acto exclusivo de una de las partes, y sin la voluntad de la otra parte interesada, su oportuno y austero cumplimiento.

Por eso es que decimos que la «fórmula definitiva» para zanjar el pleito pendiente entre el Perú y Chile, debe encarnar en el reconocimiento de la justicia y del derecho que nos asiste. Sólo así será posible que cicatricen aquellas viejas heridas que, a juicio de La Nación, sería injusto mantener abiertas.

Ha sido un fatal error de los estadistas del sur hacer de una simple frase efectista de Vicuña Mackenna el exponente de la política de Chile en sus relaciones con el Perú. Cuando aquel historiador exclamaba: «No soltéis el Morro», abrió entre ambos pueblos profundo abismo; porque, incitando a Chile al desconocimiento de un tratado público solemne, hería los sentimientos patrióticos más delicados del Perú, anhelante siempre de ver incorporarse, de nuevo, al seno de la república, sus infortunadas provincias de Tacna y Arica. Y, mientras tanto, en Chile saben bien que esos territorios para nada sirven como posición estratégica internacional; pues así como fueron dominados por mar y tierra en 1880, volverían a serlo, por quienes contaran con mayor fuerza material para ocuparlos, en caso de que sirviesen otra vez de campo de acción a ejércitos beligerantes.

Chile no puede resolver sus dificultades con el Perú sino procediendo con espíritu abierto, con ánimo sereno, con propósito de justicia. Así debe entenderlo si es que cree llegada la oportunidad de poner término al embolismo del Pacífico. Uno de sus diarios llamaba la atención, alarmado ante las actitudes recientes del Perú y del Uruguay en el conflicto que conmueve al mundo, hacia el hecho de que Chile se iba quedando aislado en esta gran crisis. Tal es la verdad; pero no debe sorprender lo que a Chile ocurre; porque los pueblos que actualmente se agrupan en América y Europa son los que inspiran su política internacional en sentimientos de respeto al derecho y a la justicia; e interesado Chile en mantener en el continente americano situaciones de fuerza incompatibles con esa elevada política, ha de quedar necesariamente aislado de la generalidad de las naciones, solidarias en el gran movimiento que la humanidad emprende hacia la conquista de tan nobles principios; a menos que se decida a incorporarse, también, en la corriente universal, levantando, resueltamente, la bandera que le invitamos a levantar, de respeto a la justicia   —229→   y de culto al derecho; única bajo cuyos amplios generosos pliegues podrían juntarse el Perú y Chile, olvidando el pasado, sin mengua de nuestro decoro, ni desmedro para le buen nombre internacional de ninguno de los dos pueblos,



El semanario Pro Patria, publicación patriótica que se lee en toda la República, en febrero de 1918, dijo lo siguiente:

Evidentemente, la opinión pública chilena ha sufrido una sensible modificación con respecto a la forma de solucionar el problema de las cautivas; se nota que se ha abandonado la fórmula rígida e intransigente en que se había encerrado anteriormente, la que significaba la retención definitiva de esas provincias. Hoy se habla corrientemente de la devolución de Tacna. Como dijimos en un artículo anterior, esta modificación obedece, principalmente, a la perentoria declaración del presidente Wilson, de que a la terminación de la guerra se liquidarían todas las cuestiones internacionales pendientes. Chile piensa que le sería más conveniente llegar, antes, a un arreglo directo, que no verse, después, obligado a verificarlo bajo el control y vigilancia del Comité Ejecutivo de la Asociación de las Naciones, que se formará al terminarse la guerra.

Todos los tacneños pensamos que el Perú no debe precipitarse en llegar a conclusiones y arreglos definitivos, y que pudiera más convenirnos mantener la actual situación hasta la terminación de la guerra.

Como toda la controversia gira alrededor del cumplimiento del tratado de Ancón, nosotros nos preguntamos si el Perú debe exigir la estricta ejecución de sus cláusulas. Pensamos que si en dicho tratado se consignaron artículos cuyo cumplimiento debía verificarse en el plazo fijo y determinado, y que no habiendo llevado a efecto su estricto cumplimiento en la época y forma establecida, dicho tratado ha quedado, de facto, nulo y sin valor alguno. Creemos que ese debe ser el concepto jurídico de todo contrato, es decir, que la falta de cumplimiento de una de las cláusulas importa la nulidad total y mucho más en este tratado de Ancón, en que se establecía una fecha fija para la verificación del plebiscito, cuyo cumplimiento era de capital importancia para el Perú. Efectivamente, el plebiscito debió tener lugar diez años después de firmado el tratado, es decir cuando Chile no había podido aclimatar en Tacna una numerosa población; cuando no podía haber   —230→   discusión sobre la calidad, clase y condición de los regnícolas; y no ahora que han transcurrido más de treinta años, cuando existe una generación de chilenos nacidos allí; después de haberse llevado a cabo, con escarnio de la actual civilización, las más injustificables persecuciones para ahogar el sentimiento de la nacionalidad peruana; después de clausuradas nuestras escuelas, arrojados nuestros sacerdotes, destruidas nuestras imprentas, saqueados nuestros centros sociales y obligados, por último, a emprender el éxodo más doloroso la mayoría de sus habitantes, con lo que han conseguido, especialmente en Arica, una situación más ventajosa que la nuestra. Creemos que debe contemplarse detenidamente esta fase del asunto y encontrar la fórmula justa y legal que tenemos derecho a exigir.



A fines de 1914 los gobiernos del Brasil, de la Argentina y de Chile suscribieron un pacto internacional de carácter romántico, pacto que ha pasado a la posteridad con el nombre del A. B. C.

Firmado, según se dijo en el Brasil, con un fin pacifista, en realidad sólo sirvió para fomentar recelos en los países débiles del continente que fueron excluidos de la asociación.

No tuvo por objeto el A. B. C. crear una entidad moral suficientemente fuerte para hacer respetar los derechos y las prerrogativas continentales ante el peligro de una agresión europea o norteamericana. Tampoco tuvo, ni podía tener, la personería del continente estando constituido por sólo tres naciones; ni significó una entidad creada para alejar el peligro de la guerra en Sudamérica, ni para cooperar al desarme general. A raíz de firmado, Chile dio pasos para aumentar su escuadra con numerosos submarinos, y Argentina y Brasil para adquirir acorazados y destroyers.

El A. B. C. fue combatido en toda la América. Con excepción de Chile, unánimemente se exteriorizó por medio de la   —231→   prensa la opinión de que el pacto pacifista no correspondía a ninguna necesidad presente ni futura de la política continental; y que más bien restringía las aspiraciones americanas, dándoles carácter regional, como lo afirmó el internacionalista brasileño Saa Vianna. Se dijo, también, del A. B. C., que lejos de aportar beneficios entrañaba peligros que podían producir disidencias y complicaciones en cuestiones que afectaran directamente a los países signatarios, y que el tratado no era de arbitraje, ni nada parecido, sino más bien un pacto para averiguar y resolver asuntos determinados con funciones pasajeras, nada de lo cual daba motivo para una convención internacional de forma permanente.

El A. B. C. fracasó por haberse arrogado una personería que nadie le concedió, por haber despertado la desconfianza de los estadistas de la América del Sur con excepción de los de Chile. Fracasó porque no estaba constituido a base de un sólido arreglo definitivo de los pleitos de fronteras, ni alejaba la posibilidad de nuevas controversias internacionales evitando así el peligro de la guerra en América; y, por último, porque una política de justicia y de equidad debe contemplar los derechos y las necesidades de todas las naciones del continente, sin exclusión de ninguna de ellas.

Fracasado el A. B. C. a causa de haberse aplazado por el Congreso Argentino el propósito de discutir el tratado, se intentó en 1916 formar una «entente» entre Chile, Brasil y Uruguay. Al respecto y a raíz de aquel propósito, también fracasado, La Prensa, de Buenos Aires, dijo lo siguiente:

¿Qué finalidad reconoce la «entente» Brasil-Chile-Uruguay, siendo Chile ajeno a las cuestiones del Atlántico, y estando obligado a mantener su abstención en ellas, en virtud de   —232→   negociados notorios y como compensación de la prescindencia argentina en el grave y ceñido nudo diplomático chileno-peruano? ¿Cuál es la forma de aquella «entente»? ¿Es una alianza? ¿Es una inteligencia preliminar para combatir propósitos y acciones futuras? ¿Existe el designio de que Chile participe en alguna oportunidad futura en las cuestiones del Río de la Plata, reagitadas vivamente por el Uruguay en los últimos meses? ¿Queda entendido, en fin, que la República Argentina recupera su libertad de acción diplomática en el Pacífico, donde ella sería decisiva, en el sentido de soluciones equitativas y conciliatorias?

He aquí las cuestiones que plantea perentoriamente el «imbroglio» de la iniciativa del viaje aplazado de los cancilleres.

Una de ellas está suficientemente aclarada ya y ninguna persona informada en asuntos diplomáticos de estas regiones puede alimentar la menor duda: la «entente» Brasil-Chile-Uruguay.

Respecto de las otras cuestiones conviene que sepan los Estados Unidos que cuanto, haya hablado con ellos el canciller Muller sobre neutralidad y otros asuntos continentales, ha sido únicamente en nombre del Brasil, en uso de su perfecto derecho; pero que ningún otro Estado, que no fuera Chile y el Uruguay, lo ha autorizado para ejercer tal representación y aún dudamos de que estos últimos lo hayan hecho.

La política de A. B. C. no existe. Ha sido tratada y aun ha alcanzado soluciones durante los últimos treinta años: pero en casos especiales, pasados los cuales quedó disuelta, tornando cada país a hacer su política individual.

Su última manifestación fue la intervención en los asuntos americano mexicanos: pero ese error, de consecuencias estériles, no es imputable a la República Argentina, que aceptó la sugestión del gobierno americano como un acto de cortesía y de humanidad.

En cuanto al tratado A. B. C. de Buenos Aires, tampoco fue promovido por la cancillería argentina. Nació de una iniciativa del Brasil, y el gobierno argentino hizo saber en Buenos Aires, oportunamente, que aceptó dicha iniciativa porque la consideraba innocua, y que la suscribió simplemente como un acto de cortés amabilidad respecto del Brasil, que con la cooperación de Chile mostraba un empeño singular en que la visita de los cancilleres a Buenos Aires no resultara un simple esparcimiento diplomático.

El congreso argentino lo sabía, y por eso murió en su   —233→   seno el tratado, que sólo tuvo el voto de «política interna» del senado, en virtud de gestiones del poder ejecutivo, no obstante que la mayoría de los senadores habían manifestado sin reservas su disconformidad con lo pactado.

Los esclarecimientos que pedimos, sobre las consecuencias diplomáticas de los errores que cometen los vecinos a este respecto, tienen por objeto disipar nubes cuya aparición en el horizonte internacional nada justifica.

Por otra parte, «La Prensa» ve confirmadas sus previsiones cuando sostuvo que la proyectada política del A. B. C. había de originar sucesivas complicaciones, opinión que ha sido aceptada y sostenida vigorosamente por reputados publicistas del país y de Sudamérica.

Lo sensato es que la Argentina, el Brasil y Chile mantengan su individualidad en materia internacional renunciando a pretensiones hegemónicas y a «ententes» o alianzas efímeras, que si alteraran la cordialidad sería sin provecho para sus promotores, pues la República Argentina está, felizmente, advertida y a cubierto de toda eventualidad.

Es necesario abandonar las rutinas fatales y utilitarias de la diplomacia europea que han producido la guerra.

Conviene a nuestros vecinos cultivar a nuestro respecto una vida internacional franca, clara, sincera y de palabra sobria, eliminando la intriga y el exceso de la literatura de la confraternidad internacional, porque pudiera bien creerse que tanto cariño oculta lo que no es tal.

Les conviene también modificar las orientaciones de sus propagandas y los servicios de informaciones de sus cancillerías.

Diarios caracterizados en Chile dan toques de alarma atribuyendo a la cancillería argentina planes hostiles a Chile y al Brasil, por el hecho de haber asumido una actitud que juzgamos razonable, en la proyectada visita de los cancilleres.

Esas exaltaciones revelan en el fondo mala voluntad para nuestro país, y hacen daño a Chile y a su mismo gobierno actual, de la serenidad y sensatez de cuyo presidente no hemos dudado.

No ha bastado que el nuevo jefe del Estado argentino hiciera una distinción al embajador del Brasil, almirante Frontin, llamándole para darle un mensaje de cordialidad y de bienestar diplomático, a fin de que lo trasmitiera a su gobierno.

No han parecido suficientes las pruebas repetidas, de que se fueron honradamente convencidos Ruy Barbosa y su comitiva,   —234→   de que en la República Argentina, el Brasil y Chile no tienen enemigos.

No se ha reparado, en fin, en que el nuevo canciller argentino ha dado razones juiciosas para abstenerse de ir por el momento a Río de Janeiro, sin que ello importe alterar los rumbos cordiales en que deben ser mantenidas nuestras relaciones con el Brasil y con Chile.

Las cavilosidades continúan, seguidas de alusiones personales, impropias, demostrando que en materia de cordialidad internacional solamente la República Argentina ha uniformado su opinión en el sentido de cultivarla sin reservas con el Brasil y con Chile, mientras que en dichos países se agitan todavía corrientes hostiles al nuestro, sin ningún fundamento.

Creemos prestar un servicio positivo a la buena política de estas naciones, exhortando a la opinión sensata del Brasil y de Chile a suprimir, de una vez por todas, las propagandas indiscretas, las agresiones personales a nuestros estadistas y las cavilosidades y desconfianzas, cuyos resultados, en último análisis, solamente perjudicarán a dichas repúblicas.



Firmado el 11 de noviembre de 1918 el armisticio que ha puesto fin a la guerra mundial, y modificada por tal causa y por la alta resonancia que han tenido en el mundo los 14 principios proclamados por el presidente Wilson nuestra situación en los asuntos que nos distancian de Chile, necesitamos ampliar el presente capítulo con el artículo nuestro que va a continuación, el mismo que fue publicado el 24 de noviembre, por El Comercio, de Lima.

Después de la venida de Jesús a la tierra, la humanidad no ha presenciado acontecimiento más grandioso que el actual. Exceptuando las doctrinas de paz, de amor, de caridad y de perdón predicadas por el Hombre Dios, no hay nada en veinte siglos que tengan la grandeza y la significación moral de las ideas de justicia, de libertad, de independencia y de respeto al derecho ajeno proclamadas por Wilson. Si benditos de Dios fueron los pueblos que vieron a Jesús, que oyeron sus doctrinas y le siguieron en su camino de luz; si bienaventuradas fueron las muchedumbres que oyeron el sermón de la montaña,   —235→   bienaventurada es también la humanidad contemporánea y benditos de Dios los pueblos que al fin se ven libres de las imposiciones de la fuerza bruta.

Constituidas a raíz de la paz mundial y en los mismos territorios que dieron su sangre para oprimir al mundo, democracias fundadas en los principios de Wilson, imposible es dudar de que el mundo ha recibido la buena nueva con la misma alegría que ahora veinte siglos oyó el angélico cántico de gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

¿Hungría y Bohemia se constituirían en estados independientes y pequeños, segregándose de un núcleo que hasta ayer fue poderoso, si no tuvieran fe de que de hoy en adelante no necesitarán soldados para defender su libertad e independencia?

Son tan grandiosas las doctrinas de Wilson, es algo tan superior al ambiente en que hemos vivido veinte siglos y tan contrario a la fuerza, tan evangélicos sus principios y de proyecciones tan inmensas, que se necesita una mentalidad superior, un alma grande, generosa, nacida para el bien y exenta de egoísmos, para comprenderlas primero y para prestarles fe después. Así como los romanos, orgullosos de su fuerza y dominio y acostumbrados a pedir ojo por ojo y diente por diente, encontraron absurdos e impracticables la caridad y el perdón, así también, en estos momentos, los que no creen que el mundo evoluciona, que la vida es inmortal, que en el silencio se trabaja ella misma, y que por acción misteriosa de la ley divina encuentra siempre su camino en la cristiana consumación de su obra, no prestan fe a la labor de Wilson.

No hay espectáculo más triste que la sonrisa burlona de quien no cree en la evolución bienhechora de la hora presente.

Nos ha tocado en suerte a los que presenciamos los horrores de la guerra del Pacífico, sus crueldades, saqueos, incendios y asesinatos, y, lo que fue más desconsolador, la desmembración del territorio, haber merecido de la Providencia vida precisa para asistir al nuevo orden de ideas, al proceso que atónita contempla hoy la humanidad, y, como consecuencia, a las reparaciones consiguientes. Nos encontramos en la misma situación en que están los franceses que presenciaron la caída de 1870 y que por el triunfo de la libertad y del derecho y de la justicia recuperan Alsacia y Lorena

No hay esfuerzo heroico y noble encaminado a un fin justiciero que no tenga recompensa. Treinta y seis años hemos   —236→   aguardado reparación con una tenacidad superior a nuestra voluntad tornadiza, a nuestra falta de entereza. A pesar de ser la veleidad característica nacional, no hay ni ha habido nunca desde 1879 dentro de la república la menor divergencia en los propósitos dignos y levantados de no ceder Tacna y Arica. Aquí jamás hemos tenido partido chileno, ni gente dispuesta a transar con Chile para facilitarle el cumplimiento del tratado de Ancón.

Nuestra heroica constancia nos ha salvado. No sabíamos -como tampoco lo sabían Francia e Italia- por dónde llegaría el auxilio providencial que nos hiciera más fuertes que Chile. Sin embargo, lo esperábamos. Sabíamos que la conquista de Tarapacá no podía ser eterna y que habría justicia para nuestro pueblo. Ese auxilio ha llegado. Bendito sea Dios, que al final de una vida de miserias, de humillaciones y de pesadumbres, llevadas con resignación patriótica por los que fuimos derrotados en los campos de batalla, nos concede una aurora de paz, de libertad, de respeto al derecho y de reposición de lo perdido.

Siendo los pueblos guerreros los más soberbios de la humanidad y los menos dispuestos a oír la sabia voz de la razón y de la prudencia, hallándose siempre dispuestos a resolverlo todo con criterio unilateral y apoyados en la fuerza bruta, Chile jamás buscó solución al problema de Tacna y Arica de acuerdo con el sentimiento nacional peruano. Armado, como ha vivido, de un garrote, ha tenido la insensatez de creer que sus conquistas eran eternas. Ciego todavía, embrutecido por el uso de la fuerza, tiene todavía fe en ella a pesar de la debacle teutónica, y en estos momentos piensa comprar en dos millones de libras los mismos acorazados que Inglaterra le quitó en 1914.

Pronto la realidad lo despertará en la misma forma que los ejércitos de la libertad han despertado a la Alemania militarizada de ayer; pronto será acusado de imperialista, de germanófilo, de haberse apropiado por la fuerza de Antofagasta, de Tarapacá, de Tacna y Arica; de tener dos criterios: uno altanero, despótico y brutal para el Perú y Bolivia y otro hipócrita, humilde para Argentina y Brasil. Pronto se le echarán en cara los atropellos cometidos en Tacna, Arica y Tarapacá para arrojar a los peruanos de la tierra en que nacieron. Pronto le llevaremos al Tribunal de las Naciones para que responda de las acusaciones que le tenemos preparadas. Para entonces, veremos si contesta a sus jueces que la victoria es la suprema ley de las naciones y que la fuerza prima sobre el derecho.

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Creen en Chile a Wilson dispuesto a claudicar de sus ideas y propósitos en la hora suprema de imponerlos en la Liga de las Naciones. Creen que sus doctrinas no han sido aceptadas por toda la Nación norteamericana ni tampoco por toda la Europa, en cuyo continente constitúyense hoy nuevas nacionalidades dispuestas a vivir bajo el amparo de las nuevas doctrinas proclamadas. Wilson sería inconsecuente si después de haber combatido en nombre de la libertad y de la justicia del mundo el imperialismo alemán, la conquista y la fuerza, si después de haber obtenido de su pueblo la magnanimidad de no pedir compensaciones en el triunfo, ni siquiera el pago de los gastos de la guerra, permitiera a Chile quedarse con Tarapacá, porque se trata de la América Latina y no de Europa.

Saben los estadistas de Norteamérica, que jamás habrá en este continente paz, armonía, respeto mutuo ni perfectas relaciones políticas y comerciales, mientras queden en poder de Chile los territorios arrebatados en la guerra del Pacífico. Conocen esos estadistas la manera brutal como fueron conquistados esos territorios, las ingentes riquezas sacadas de ellos, el exceso con que han sido pagados los gastos de la guerra de 1879, la nulidad del tratado de Ancón, por incumplimiento de la cláusula tercera; y conociéndose todo esto, ¿es posible que en nombre de la justicia, del derecho, de la libertad, se dé a Chile el título definitivo y mundial de que carece para quedarse con nuestros territorios usurpados y ser los amos militares de los pobladores peruanos que en ellos viven? Sería pasmoso que Chile, que tiene hoy sobre Tarapacá, Tacna y Arica un título precario, apoyado sólo en la fuerza y válido mientras su poder militar sea superior al nuestro, obtuviera de la Liga de las Naciones un título indiscutible; y que este título le fuera dado en nombre del derecho y de la justicia y después de una serena discusión entre los hombres superiores de las naciones que tratarán de la paz mundial.

Francia, que ha recuperado Alsacia y Lorena por la voluntad del mundo, ¿podrá sostener que la Alsacia y Lorena de la América del Sur deben quedar en manos de Chile? Italia, que se halla en el mismo caso de Francia, ¿no debe pensar de igual manera? Inglaterra, que vive en sabio equilibrio con sus colonias por la justicia con que mantiene sus relaciones, ¿ratificará con su firma, en la Liga de las Naciones, el título precario, ni siquiera legítimo ante el Derecho Internacional, que exhibe Chile? ¿Sostendrán el derecho de conquista las naciones de América Latina, ellas que han vivido íntegras   —238→   y libres de la voracidad europea, en gran parte defendidas por la doctrina de Monroe?

Como no basta tener la justicia, sino que es menester que quien la administra quiera darla, y como esto se consigue exponiendo en forma amplía, brillante, clara, verídica y circunspecta el derecho que se posee, podemos concluir este artículo diciendo que Tarapacá, Tacna y Arica serán peruanos si hay fe en la posibilidad de recuperarlos y si ponernos los medios adecuados para incorporarlos al Perú. No olvidemos que Chile ha tomado en broma y hasta con desprecio el supremo instante en que vivimos. Cree que se trata de tripicalerías peruanas. En tal situación, aprovechemos su torpeza, dejémosle que siga comprando acorazados y recibiendo armamentos del Japón, a fin de que, cuando se mueva en el terreno diplomático, encuentre avanzada nuestra propaganda.





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ArribaAbajoCapítulo XV

Finanzas


SUMARIO

Poco respeto que los hombres públicos han tenido por el crédito nacional.- No somos tramposos ni ladrones, sino malos pagadores.- Nuestra apatía y pereza han negado al extremo de no pagar por muchos años nuestra cuota a la Unión Postal Universal.- Igual que Haití ante los banqueros de Nueva York en la crisis económica de 1914.- Causas que originan estas crisis.- «Debacles» financieras de 1909 y 1915.- Deudas del Perú en 1908, en 1913 y en 1915.- El aumento de nuestra deuda pública revela desorden y empirismo en el manejo de las rentas del Estado.- Pruebas claras de la irregularidad financiera, de la inconstitucionalidad permanente y de la vergonzosa quiebra institucional en que han vivido los poderes Ejecutivo y Legislativo en lo concerniente al arreglo del presupuesto.- Pavorosa situación económica de 1914.- Causas exteriores que la agravaron.- Se acude al papel moneda.- Temores y desconfianzas prolongan nuestra situación.- Bancarrota fiscal.- Préstamo de Lp. 500.000.000.- La reacción.- La balanza económica se inclina a nuestro favor.- Beneficios que en el orden económico producen la paz de la República, la disminución de los efectivos del Ejército y el restablecimiento del régimen constitucional.- Bonanza económica de 1917 a 1918.- Amortización de deudas.- Saldos de las que quedan.- Empréstito de $ 15.000.000.000 en Nueva York.- Creación de una nueva   —240→   deuda interna.- Conceptuoso artículo del señor Carlos Ledgard.


El poco respeto que nuestros hombres públicos han tenido por el crédito nacional, lo desordenados que hemos sido en el cumplimiento de la ley del presupuesto, como también la falta de exactitud en el pago oportuno de las obligaciones del Estado, han dado al Perú, fuera y dentro del país, ingrata fama como entidad financiera. No es que seamos tramposos, ni mucho menos ladrones, como se ha creído sin el menor fundamento por peruanos y extranjeros, sino que hemos carecido de escrupulosidad y pundonor, no habiéndonos dado nunca cuenta de lo sagrado e incontrovertible que es un crédito que lleva la firma del personero de la Nación. Nos ha faltado concepto de lo que significa deber y no pagar, y jamás la sangre se nos ha subido al rostro cuando se nos ha dicho que el Perú es mal pagador. Tampoco la prensa ni los partidos políticos han hecho cuestión sustantiva ni motivo de crisis ministerial el abuso con que el Gobierno ha malversado el dinero señalado por ley para la amortización de las deudas.

Hombres públicos que en su conducta privada hubieran sufrido un bochorno al ver dos veces seguidas a un cobrador a la puerta de su casa, al ocupar un puesto en el congreso o en el gobierno, han mirado con indolencia musulmana a los acreedores del Estado. Nuestra apatía y pereza al respecto han llegado al extremo de no pagar por algunos años nuestra contribución a la Unión Postal Universal, y por tal descuido haber puesto a la Nación en peligro de ser excluida de la lista universal. Las únicas naciones que dejaron de   —241→   pagar los intereses de sus deudas en Nueva York en la crisis de 1914 fueron el Perú y Haití; y cuando posteriormente el comisionado del Perú, señor Manuel Montero, vivió en intimidad con los hombres de Wall Street, en su deseo de levantar un empréstito por $ 15.000.000'00, su sorpresa fue completa al saber que los banqueros americanos conocían mejor que el ministro de Hacienda de Lima el mal estado de las finanzas del Perú.

Nos hemos acostumbrado a ser incumplidos en nuestros compromisos, y la reacción sólo vendrá cuando nos demos cuenta de que mas daño hemos hecho al crédito de nuestro país por inconciencia que por falta de dinero.

Situación tan inconveniente tiene su origen, casi siempre, en las continuas crisis económicas que tan a menudo suceden a las bonanzas fiscales que de cuando en cuando nos favorecen. Cada vez que las entradas crecen, se aumentan los egresos en forma desconsiderada; y cuando por ley económica sucede lo contrario y disminuyen los ingresos, la crisis encuentra al Estado sin reservas acumuladas, muchas veces arrastrando un déficit inverosímil formado en tiempo de abundancia. Es entonces que se pretende echar mano de un crédito que no se tiene; y como no puede dejarse de pagar al ejército, la policía y la gendarmería, sin que el orden público peligre, únicamente se da preferencia a estos pagos y si se puede a la lista civil, paralizándose todas las obras públicas, y lo que es más grave, la amortización y los intereses de todas las deudas.

Vivos están los recuerdos de las debacles financieras de 1909 y 1915, épocas en que habiendo disminuido las entradas de la República notablemente, dejáronse de pagar en el   —242→   extranjero y en el país deudas sagradas y se hicieron las más penosas y usurarias operaciones de crédito para que el Estado no se declarara en bancarrota.

Al terminar la administración del señor Pardo, en 1908, la deuda pública del Perú fluctuaba alrededor de 6.000'000 de soles, suma que en su mayor parte fue destinada a la compra de las unidades navales Grau y Bolognesi. Cinco años más tarde, en septiembre de 1913, el señor Billinghurst, presidente entonces de la República, anunció en un mensaje al Congreso el estado de nuestra deuda nacional, y con sorpresa el país se enteró de que el saldo deudor del Erario había ascendido a la considerable suma de soles 59.643.831'80. En cinco años nuestra deuda pública había aumentado cincuenta y tres millones, o sean diez y medio millones de soles por año.

Dos años después, el 1.º de enero de 1916, aquella deuda nacional, incluyendo los diez millones que necesita el Perú para responder a las reclamaciones francesas que penden del fallo de la Corte de la Haya, llegó a alcanzar 86.000'000 de soles. En poco menos de dos años, el aumento llegó a veinticinco millones de soles más, proporción todavía algo mayor de los diez millones y medio correspondientes al quinquenio de 1908 a 1913.

Un aumento de ochenta millones de soles en siete años es el colmo del derroche, de la malversación, de la incapacidad financiera en que últimamente ha vivido el Perú. La crisis económica de 1909 y los gastos extraordinarios que tuvo que hacer la República en la formación de un ejército y una marina que supieron imponerse con aprestos bélicos para evitar la lucha armada, primero con   —243→   Bolivia y después con el Ecuador, explican los primeros déficit y el incremento de la deuda pública en los años en que se verificaron esos conflictos; pero el aumento de dicha deuda en los años posteriores es algo que revela un estado caótico, desordenado y empírico en la manera de manejar las rentas del Estado. ¿Cómo ha podido ocurrir esta desastrosa gestión financiera? Lo más curioso del caso es que ninguno de los presidentes ni los ministros que actuaron en esos años vive rico por causa de su labor en el gobierno; y esto, si en verdad es satisfactorio porque revela la honradez de nuestros hombres públicos, en cambio es una prueba clara de la irregularidad financiera, de la inconstitucionalidad permanente, de la vergonzosa quiebra institucional en que han vivido los poderes Legislativo y Ejecutivo en todo lo concerniente al arreglo del presupuesto de la República y al respeto que se merece el Crédito de la Nación.

Subida estaba ya la deuda pública del Perú cuando estalló la guerra europea. Quiso el destino en esa época, que fue la correspondiente a la segunda mitad del año de 1914, añadir a nuestra insolvencia las múltiples, variadas y pavorosas situaciones económicas que trajo la crisis financiera mundial. Agravada se hallaba la República cuando se inició el conflicto, y fue por eso que su debilitado organismo sufrió intensamente con la sacudida. La crisis nos hubiera afectado poco, si el Gobierno, empobrecido desde antes que principiara la guerra, no hubiera dejado de recibir inesperadamente parte de sus ingresos, llegando por tal causa sus angustias y estrecheces pecuniarias al extremo de haberle sido imposible atender a los servicios públicos y responder   —244→   a las exigencias inaplazables de las deudas y las obligaciones del Estado. En tal emergencia, el Congreso autorizó a los bancos de la República para emitir papel moneda inconvertible y de curso forzoso. Fue ésta la única manera de restablecer la normalidad perdida. Por desgracia, prejuicios temerarios respecto al fin de la emisión del billete en tales momentos, y como consecuencia temores y desconfianzas prolongaron nuestra situación caótica por algunos meses y disminuyeron la existencia de oro que había en la República.

La bancarrota del Fisco fue salvada mediante el préstamo de Lp. 500.000'0'00 que le hicieron los bancos. Agotada esta cantidad en los primeros meses de 1915, el Gobierno acudió a nuevos empréstitos y adelantos en condiciones de amortización e interés ruinosas para él.

Esta situación fiscal, el retiro de los depósitos colocados en los bancos, la insolvencia de los agricultores y comerciantes, la desmejora del cambio en diez puntos y la descapitalización nacional por el envío al extranjero de fuertes cantidades de dinero en oro y en letras, ocasionaron una de las más terribles crisis financieras ocurridas en el Perú en sus últimos tiempos y, por consiguiente, el aumento de nuestra deuda pública.

En 1916, la balanza económica, que hasta el año anterior no nos había sido muy favorable, comenzó a inclinarse favorablemente al lado de nuestras exportaciones. En el primer trimestre de 1916, a causa del alto precio que nuestros productos alcanzaron, el valor de nuestros retornos llegó a Lp. 6.474.959'7'49, y la importación, a Lp. 1.788'024'3'63. Esta grata situación comercial, los beneficios que trajo el papel   —245→   moneda, la paz interna y externa de la República y, sobre todo, el orden fiscal, la regularidad financiera, la disminución del ejército y otras muchas ventajas que nos proporcionó y sigue proporcionando el régimen constitucional restablecido por la Nación en la persona del prestigioso hombre público, nuestro actual presidente el señor José Pardo, han ocasionado la reacción favorable que se ha realizado al presente en nuestra situación económica pública y privada.

Al presente (agosto de 1918), nuestra bonanza es completa. Los altos precios que han alcanzado la plata, el cobre, el azúcar, los cueros, las lanas, el algodón, dejan a nuestros industriales utilidades que anteriormente no tuvieron y que pueden estimarse en el triple y hasta en el cuádruple de las que normalmente ganaron en años anteriores. El Gobierno, que tiene gravados estos artículos con un derecho de exportación proporcional a dichas utilidades, ha conseguido terminar los ejercicios fiscales de 1915 y 1916 con fuertes sobrantes, sobrantes que han servido para impulsar las obras públicas y para disminuir las deudas del Estado.

El siguiente detalle sobre la situación de las deudas públicas en junio de 1918, permite formarse idea clara del estado en que hoy se encuentran algunas de ellas, con motivo de la amortización de capitales e intereses hecha en tres años.

Deudas del Estado en 31 de diciembre de 1915 que han merecido atención del Gobierno
Deuda interna.- Servicios Lp. 64.508'0'62
Empréstito de la sal Lp. 1.110.160'0'00
Subvenciones a la Compañía Peruana de Vapores Lp. 68.875'0'00
Sindicato Grace.- Préstamo de Lp. 400.000 Lp. 309.449'9'74
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Gildemeister & Cia.- Préstamo Lp. 44.752'3'87
Banco Perú y Londres. -Avances Lp. 77.696'6'90
Préstamo bancario de 20 de noviembre de 1912:
Banco Perú y Londres Lp. 275.549'3'34
Banco Alemán Lp. 83.338'7'08
Banco Internacional Lp. 2.879'3'79
Lp. 361.767'4'21
Préstamo de Lp. 5000 000.- En cheques circulares Lp. 450.000'0'00
Banco Alemán.- Préstamo Lp. 180.000'0'00
Banco Popular.- Préstamo Lp. 25.500'0'00
Caja de Depósitos y Consignaciones Lp. 37.926'0'48
Compañía Recaudadora.- Préstamo Lp. 1.245.000'0'00
Compañía Recaudadora.- Giros por productos Lp. 263.318'1'60
Compañía Recaudadora.- Capital fabricación de tabacos Lp. 113.346'3'31
Compañía Administradora de Almacenes Fiscales Lp. 30.000'0'00
Compañía Administradora del Guano Lp. 13.318'0'79
Peruvian Corporation Ltd.- Muelle de Salaverry Lp. 28.695'0'00
Puch, Gómez & Cia. Lp. 130.000'0'00
Ferrocarril de Lima a Huacho Lp. 147.012'3'21
Schneider & Cia. Lp. 300.000'0'00
Peruvian Corporation Ltd.- Anualidad de 1915 Lp. 80.000'0'00
Obligaciones del Tesoro Lp. 78.400'0'00
Letras de Tesorería, de 1914 y 1915 Lp. 65.565'0'34
Deudas del Correo a Oficinas Extranjeras Lp. 10.000'0'00
Cámara de Diputados.- Déficit de presupuesto de 1915 Lp. 19.619'8'72
Haberes y pensiones de la primera quincena agosto de 1915 Lp. 17.910'8'78
Haberes y pensiones de la primera quincena julio de 1915 Lp. 34.373'1'84
Y. N. du Pont Nemours Powder Cie. Lp. 4.547'4'82
Administración de Correos de Francia Lp. 53.603'3'62
Anglo South American Bank.- Servicio bonos ferrocarril a Huacho Lp. 5.713'8'15
Sociedad Metalúrgica del Sena Lp. 2.042'4'40
Lp. 5.373.101'5'40
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Servicio de amortización e intereses pagados de 18 de agosto de 1915 a 11 de junio de 1918
Caja de Depósitos y Consignaciones Lp. 49.415'6'07
Compañía Recaudadora de Impuestos.- Giros por productos Lp. 152.088'8'76
W. R. Grace & Cia.- Préstamo de Lp. 400.000 Lp. 142.163'2'08
Peruvian Corporation Ltd.- Anualidades Lp. 220.832'9'94
Deuda Interna Lp. 147.200'6'06
Préstamos bancarios.- Convenio 20 de Noviembre de 1912 Lp. 135.151'1'02
Préstamo de Lp. 500.000.- En cheques circulares Lp. 178.254'6'49
Cámara de Diputados.- Déficit de su presupuesto de 1915 Lp. 19.619'8'72
Haberes y pensiones de la primera quincena de Agosto de 1915 Lp. 17.910'8'78
Letras de Tesorería de 1914 y 1915 Lp. 35.774.8'55
Empréstito francés, de Lp. 1.200.000, con garantía de la sal Lp. 207.599'2'18
Compañía Recaudadora. -Préstamo de Lp. 1.245.000 Lp. 254.187'5'00
Compañía Administradora de Almacenes Fiscales.- Anticipos Lp. 10.890'1'44
Compañía Peruana de Vapores.- Subvenciones para pagos de empréstitos Lp. 46.187'2'18
Deudas del Correo.- Oficinas Extranjeras Lp. 10.000'0'00
Obligaciones del Tesoro Lp. 23.295'0'00
Préstamo Gildemeister & Cia. Lp. 27.057'0'95
Banco Perú y Londres.- Avance en cuenta corriente al 18 de agosto de 1915 Lp. 44.803'1'14
Banco Alemán.- Préstamo de Lp. 180.000 Lp. 6.490'8'00
Banco Popular.- Préstamo de Lp. 25.500 Lp. 919'5'30
Peruvian.- Rescisión contrato Muelle de Salaverry Lp. 28.695'0'00
Haberes y pensiones de julio de 1915 Lp. 34.373'1'84
Y. N. du Pont Nemours Powder Cia. Lp. 4.547'4'82
Anglo South American Bank Lp. 5.713'8'15
Jacobo Krauss Lp. 3.789'7'40
Sociedad Metalúrgica del Sena Lp. 2.042'4'40
Oficina Francesa de la Unión Postal Lp. 20.961'5'17
Comisión Límites con Brasil.- Cuenta Fabricantes Lp. 2.219'2'16
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Empresas Eléctricas Asociadas.- Servicios 1907 a 1916 Lp. 9.433'6'92
Compañía Peruana de Vapores.- Fletes, pasajes, carena de buques, etc., de 1911 a 1916 Lp. 9.591'2'29
Compañía Inglesa de Vapores.- Pasajes y fletes de 1907 a 1909 Lp. 5.000'0'00
Reintegro al fondo de Prima para Gomales Lp. 22.677'0'77
Nivelación de haberes Lp. 133.615'9'35
Poder Legislativo, ídem, ídem Lp. 13.000'0'00
Corte Suprema, ídem, ídem Lp. 2.462'7'86
Lp. 2.027.965'3'73
Saldos de las deudas que se expresan, en la fecha
Préstamo según convenio de 20 de noviembre de 1912 Lp. 279.985'0'49
Préstamo de Lp. 500.000'0'00 en cheques circulares Lp. 295.624'3'66
Préstamo de Lp. 25.500'0'00.- Banco Popular del Perú Lp. 25.500'0'00
Préstamo de Lp. 180.000'0'00.- Banco Alemán Transatlántico Lp. 25.500'0'00
Préstamo Gildemeister & Co. Ley N.º 2.111 Lp. 22.942'4'16
Segundo Empréstito sindicato W. R. Grace & CO.
3 de julio de 1914: Lp. 98.580'0'00
y 125.000 marcos Lp. 6.250'0'00
Lp. 104.830'0'00
Empréstito Compañía Recaudadora de Impuestos Lp. 1.245.000'0'00
Obligaciones del Tesoro Lp. 54.190'0'00
Banco del Perú y Londres.- Avances en cuenta corriente Lp. 50.000'0'00
Compañía Recaudadora de Impuestos.- Cuenta Giros por Productos Lp. 133.209'0'57
Peruvian Corporation Ltd.- Saldo anualidad año de 1915 Lp. 52.500'0'00
Empréstito Francés, con garantía de la sal Lp. 1.023.460'0'00
Lp. 3.467.258'8'88
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Interesado el Gobierno en regularizar el estado de la Hacienda Pública, consolidando en un solo empréstito diversas deudas vigentes, muchas de las cuales devengaban en esa fecha tipos altos de interés y de amortización, dio en 1916 los pasos para contratar en Nueva York un empréstito por 15.000.000 de dólares. La situación angustiosa que atravesó el Perú en 1915 y la manera como en ese año y en los anteriores fue inflada nuestra deuda pública, influyeron en los banqueros de esa metrópoli para negarnos un préstamo de dinero, con la circunstancia agravante de haber tenido sus arcas abiertas en 1916 para Chile, la Argentina y hasta para Bolivia.

Son las gentes morosas en sus pagos las que tienen más coraje para pedir préstamos. Esto nos ocurre como nación; y si a aquellos, ni siquiera los agiotistas se arriesgan a prestarles, siendo el Perú incumplido en sus compromisos y moroso en sus pagos, se niegan resueltamente a facilitarle un empréstito.

Fracasado este propósito, y siendo inaplazable pagar la deuda flotante constituida por créditos de ejercicios ya fenecidos, como también reconstituir a razón de 14% los títulos de la deuda consolidada de 1889, la legislatura de 1918 autorizó al Poder Ejecutivo para emitir a la par títulos de Deuda Interna por un valor mínimo de dos millones de libras, amortizables en 31 años, con 7% al año de interés, libres de toda contribución creada o por crear.

El siguiente artículo, escrito por el señor Carlos Ledgard, contiene conceptos y observaciones dignos de ser conocidos y por eso lo copiamos íntegramente.

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Hace más o menos tres años, el Gobierno, deseoso de cancelar por medio de un empréstito extranjero, parte de la cuantiosa deuda flotante que gravitaba sobre el Tesoro Público, envió a Estados Unidos, con el objeto de realizar la operación, a un distinguido caballero que goza de merecido prestigio en nuestros círculos comerciales y financieros. Después de algunos meses de permanencia en la Gran República, donde realizó activísimas gestiones, regresó a Lima el comisionado peruano, sin haber podido realizar su cometido. Dícese que el Gobierno, insistiendo en su propósito, envió poco después con el mismo encargo a una alta personalidad, vastamente vinculada en Estados Unidos. El resultado de la nueva gestión fue también negativo. No se han publicado hasta ahora los informes de estos agentes financieros del Perú. Nada sabemos de sus conferencias con los banqueros norteamericanos, ni las razones que éstos debieron exponer para negar al Perú el empréstito de quince millones de dólares. Y, sin embargo, nada sería más instructivo ni provechoso que conocer la opinión de Wall Street, por amarga que fuera, sobre nuestros métodos financieros. Quizás encerrara ella una fecunda lección que convirtiera en anhelo nacional la restauración de nuestro crédito, tan maltratado y pisoteado por gobiernos y congresos, ante la mirada indiferente y el silencio culpable de la mayoría de la prensa y de la opinión pública. Quizás el duro juicio de esos magnates de las finanzas hiciera volver el perdido rubor a nuestras mejillas, y los arrancara de la insouciance que nos domina como a aquel personaje de Thackeray, que estaba tan «confortable y definitivamente endeudado» que ya no se preocupaba ni de sus deudas ni de sus acreedores.

No hay espectáculo más desconsolador para el patriotismo y para todo noble anhelo de regeneración nacional que el que ofrece la vida fiscal del Perú de estos últimos lustros. A pesar del crecimiento natural de los antiguos impuestos y la creación de otros nuevos, el erario sólo ha tenido fugaces holguras, después de las cuales ha reaparecido siempre el déficit con toda la tenaz persistencia de los males crónicos e incurables; se ha descuidado con lamentable frecuencia el cumplimiento de las obligaciones contraídas, dañando injustamente a quienes pusieron su confianza en las solemnes promesas del Estado y produciendo con ello hondo malestar en la vida económica de país; la gestión hacendaria ha sido, por lo general, inconexa, au jour le jour, no siguiéndose con firmeza ningún plan que condujera a su absoluta normalización;.   —251→   y, por último, la constante incertidumbre y el desconcierto de las difíciles situaciones que ha producido nuestra anarquizada vida política, han tenido como funesto y obligado corolario el fomento de insaciables concupiscencias, cada día más desembozadas e impudentes, que relajan el sentido moral del país por la carencia absoluta de sanción, y cuyo refrenamiento constituye uno de los más serios problemas político-morales a que tenemos que enfrentarnos si queremos «poner la casa en orden».

Como en los cinemas por horas, se ha repetido incesantemente ante nuestros ojos la misma monótona película. Al iniciarse una nueva administración, se formula el inventario del déficit que invariablemente le deja la anterior; se hace solemne ofrecimiento al país de dar atinada y austera inversión a los caudales públicos; se declara que los compromisos contraídos por el Estado serán escrupulosamente atendidos, y, por fin, se solicitan del Congreso los medios para realizar este halagüeño programa de saneamiento de la hacienda pública. Al calor del entusiasmo que produce el nuevo régimen, estos medios se consiguen fácilmente; el Congreso es casi siempre condescendiente con las administraciones que se inician. Obtiénense así nuevos recursos, en forma ya de autorización para levantar empréstitos, ya de creación de nuevas rentas, o de ambas cosas a la vez. Este es el período floreciente del erario. Se comienza, efectivamente, a ordenar y verificar los créditos. Se ponen con el día los intereses atrasados y hasta se dan casos de que se haya hecho una que otra amortización. En las vecindades del Ministerio de Hacienda bullen enjambres de acreedores. Esta es la calva ocasión que todos saben, por experiencia, que es menester aprovechar... Mas, desgraciadamente, no es posible pagar a un tiempo a la totalidad de los acreedores: el plan de saneamiento hacendario abarca un desarrollo de varios años; los flamantes impuestos no pueden producir en un día el importe total de las sumas adeudadas, y el nuevo empréstito contratado es apenas suficiente para pagar una «buena cuenta» de las múltiples obligaciones y compromisos exigibles. Y aquí comienza a variar el cuadro... A medida que transcurre el tiempo, los entusiasmos que acompañaron a la nueva administración van enfriándose sensiblemente y las resistencias aumentan en razón directa del número de ambiciones personales no satisfechas. Ya el Congreso no es el colaborador amistoso, dúctil y condescendiente de los primeros tiempos; al contrario: va sintiéndose más   —252→   soberano mientras más próximo está el ocaso del período presidencial, y como uno de los exponentes de esta soberanía es, entre nosotros, la más amplia iniciativa en materia de gastos, -iniciativa que no posee ni el padre de los parlamentos, el de la Gran Bretaña,- cada representante empieza a pedir para su boca, es decir, para su provincia, o para sus allegados, o para la realización de su proyecto favorito, y se van inflando los egresos, sin plan ni concierto alguno, en medio de discusiones amenísimas e inconscientemente cómicas sobre cómo deben ser los presupuestos científicos. Así comienza el naufragio del plan de saneamiento de la hacienda pública, al cual contribuye, también, por su parte el Ejecutivo, que ya, en este estado de cosas, no quiere ser menos que el Congreso, y a su habitual despreocupación por los límites y pautas que fijan las partidas de la ley de presupuesto, añade el humano deseo de estimular las entumecidas adhesiones y de corresponder a las probadas lealtades; y es entonces que el más sutil y cuidadoso criterio político preside la aplicación de los egresos, que ya por esta época se han salido de madre, sobre todo si, como no deja de acontecer, las actividades, a veces misteriosas, a veces francas, de sus enemigos le obligan a suplementar con desastrosa frecuencia la partida de «mantenimiento del orden público». Los ministros de Hacienda se ven precisados en estos interesantes períodos a desarrollar la más grande actividad. Telefonean cada cuarto de hora a la Aduana y a la Recaudadora para averiguar con qué cantidad de dinero pueden contar al cerrar el día. Formulan laboriosas listas de distribución que enmiendan y reducen sin descanso. Pero como esto no basta, tienen que aguzar prodigiosamente sus facultades para idear combinaciones que les permitan girar a cargo del futuro, remoto o inmediato. Y de éstas la ha habido tan ingeniosas, que justifican el dicho de que la necesidad es madre de la invención. Es verdad que a veces se va en ellas un jirón del prestigio fiscal; pero qué se ha de hacer: lo imperativo es ir viviendo, y luego: «aprés moi le déluge». Nadie se acuerda ya de los infelices acreedores, ni de lo que pueda sufrir el crédito del Estado. Los acreedores no han hecho hasta ahora una revolución y no tienen, por tanto, mayor importancia. Esto dura así hasta el cambio de Administración, y entonces: da capo al fine; recomienza la película.

Es así como hemos pasado de un presupuesto de Lp. 1.461.286 -en 1903- a uno de más de Lp. 5.000.000 -en 1919-, endeudándonos en el trayecto en cosa de Lp. 6.000.000. Y   —253→   todo esto sin que nos haya ocurrido nada extraordinario, pues somos tan felices que nuestros conflictos internacionales se resuelven gracias a mediaciones amistosas, y hasta las epidemias que en otros países hacen pavorosos estragos, aquí se esfuman blandamente, de conformidad con la comprobadísima teoría de Elguera respecto a los microbios, que ya no puede ser tomada en broma, pues ella es la piedra angular de la política sanitaria nacional. Y todo esto, también, sin que hayamos llevado a cabo portentosas obras públicas, ni nos hayamos provisto de elementos bélicos que puedan quitar el sueño a ninguno de nuestros vecinos.

De estas Lp. 6.000.000, en que han crecido nuestras deudas en los últimos quince años, las tres cuartas partes están vencidas y son exigibles desde hace largo tiempo, de modo que el hecho de que aún permanezcan insolutas constituye grave daño para los acreedores y permanente desprestigio para el crédito del Estado. Esto tiene, por supuesto, sin cuidado a todos los políticos dirigentes, militen en este o en el otro bando, que han tomado a su cargo la abnegada tarea de labrar, malgré nous, nuestra felicidad; pero tú, compasivo lector, te podrás dar cuenta de la agonía moral de estos infelices acreedores, cuando sepas que, según los documentos oficiales, una buena parte de esas deudas viene arrastrándose inatendida desde muchos años atrás. He aquí, para tu edificación, algunas cifras que tomamos de la última «Memoria de la Dirección del Crédito Público». Dice ésta así: «El ejercicio de los presupuestos generales del 20 de marzo de 1895 al 30 de junio de 1915 ha ocasionado una fuerte deuda estimada aproximadamente en Lp. 1.308.473'4'13 en esta forma:

Presupuestos de 1895 a 1908 Lp. 123.966'0'00
Presupuesto de 1909 Lp. 69.075'0'00
Presupuesto de 1910 Lp. 131.067'0'00
Presupuesto de 1911 Lp. 106.926'0'00
Presupuesto de 1912 Lp. 225.034'6'49
Presupuesto de 1913 Lp. 74.303'2'49
Presupuesto de 1914 Lp. 128.300'8'84
Presupuesto de 1915 Lp. 449.764'6'31
Lp. 1.308.437'4'13

En la misma condición se hallan otras deudas, por mayor cantidad aún, provenientes de diversos empréstitos que   —254→   el Estado contrató para salvar exigencias, a veces sagradas, del momento; que se comprometió solemnemente a pagar en plazos determinados, afectando para el caso garantías especiales, y de cuyos vencimientos se olvidó tranquilamente después, no moviéndole a solventarlas ni siquiera «el infierno tan temido».

¿Te has dado cuenta ahora, blando y piadoso lector, de la suma de energías que habrán malgastado esos miles de acreedores tratando de cobrar, durante años consecutivos, lo que legítimamente se les debe? ¿Te figuras qué admirable perfección habrán adquirido en el manejo de aquella porción más enérgica de nuestro vocabulario, al regresar de sus estériles visitas a Palacio? Y si no ignoras que entre esos acreedores hay muchas firmas extranjeras que creyeron hacer un buen negocio proveyendo de esto o de lo otro al Estado, ¿concibes mejor propaganda negativa para un país que, como el nuestro, necesita más que ninguno inducir al capital extranjero a que venga a fomentar nuestras industrias, a construir nuestros ferrocarriles y a irrigar nuestras pampas con la garantía del Estado? ¿Te explicas ahora por qué nuestros agentes financieros, a pesar de su competencia y celo, regresan de Wall Street con las manos vacías?

Siendo, como es, el Estado un deudor excepcional, que goza del privilegio de que no se le puede trabar embargo, por lo que sus acreedores se encuentran completamente desarmados frente a él, debería ser escrupuloso y puntual en cumplir sus compromisos, pero, en vez de ser así, se concede a su arbitrio quitas y esperas para el pago de sus deudas. En materia de esperas, ya hemos visto que éstas son tan latas que sólo paga cuando lo tiene a bien y no cuando está obligado a hacerlo. En cuanto a las quitas, ellas aparecen siempre en alguna forma en las diversas consolidaciones de deuda flotante. La de 1889, por ejemplo, dio a los bonos que se emitieron en cancelación de los crédito el interés del 1 por ciento, lo que representa una pérdida del 85 por ciento para los acreedores, en un país donde el interés medio es de 8 por ciento. Estos bonos eran, en un principio, amortizables; pero hace muchos años que, sin razón alguna, se suprimió la amortización, rebajándolos, así, de valor. Hoy el Estado ofrece canjearlos por nuevos bonos al 7 por ciento, a razón de Lp. 1.000 -de los bonos antiguos por Lp. 140- de los nuevos. La conversión en esta proporción no habría sido intentada siquiera, si la amortización se hubiera mantenido como lo dispuso la ley. La consolidación de 1898 se efectuó no fijando   —255→   interés alguno el papel emitido y aplicando una suma limitada para la amortización anual, que realiza por el sistema de propuestas. Como es lógico, un papel sin intereses no puede conservar su valor nominal, lo que ha permitido el Estado cancelar más o menos Lp. 4.000.000 -del capital nominal con un desembolso efectivo que apenas excede el 10 por ciento de esa suma. La reciente consolidación de 1918, que contempla, entre otras cosas, la conversión de los bonos de 1889, a que ya hemos hecho referencia, tiene como principal objeto hacer desaparecer esos saldos de presupuesto por Lp. 1.308.437'4'13 que vienen arrastrándose desde 1895. Esta vez, aunque la riqueza nacional no ha sufrido amputación alguna y, por el contrario, ha ido en aumento, el Estado ha juzgado equitativo condonarse los intereses a que legítimamente tiene derecho esas acreencias, y así lo verificado por medio del artículo 8.º de la ley. Los bonos mismos ganan intereses al 7 por ciento, a partir del 1.º de enero de 1918, pero como hasta ahora, por diversas causas, no han sido emitidos, saldrán a la circulación con cuatro o cinco cupones vencidos.

Una de las más viciosas prácticas fiscales es la que ha convertido una atinada disposición de valor meramente técnico-administrativo, como es la de cerrar el presupuesto en una fecha determinada, posterior en algunos meses al término del año económico, en sistema para cohonestar el aplazamiento indefinido de los compromisos del Estado. De esta manera son frecuentemente burladas personas que han proporcionado al Estado mercaderías o servicios, cuyo pronto abono se les había ofrecido. Se les va demorando con excusas, quizás verdaderas en momentos dados, de escasez de fondos, y entreteniéndoseles con promesas, hasta que, un buen día, se les dice con la mayor naturalidad del mundo: «Su crédito corresponde a un ejercicio fenecido; ahora tiene usted que esperarse hasta que el Congreso provea lo necesario». Lo cual quiere decir, habitualmente, hasta las calendas griegas, pues el Congreso no pone nunca, como debiera, en el nuevo presupuesto, una partida para las deudas insolutas del presupuesto fenecido. Lo único que le queda entonces al desventurado acreedor, si no tiene altas influencias, es aguardar pacientemente una nueva consolidación; y éstas sólo se verifican cada diez o veinte años.

No entramos a ocuparnos de la elaboración y ejecución del presupuesto general, porque ya lo ha hecho, con excepcional competencia, el señor Ricardo Madueño en el N.º 4 de esta revista; pero si hemos de sintetizar nuestra opinión   —256→   respecto a esa básica ley de la vida fiscal del país, diremos que ella es un monumento de insinceridad y convencionalismo, por cualquier lado que se la contemple. Por lo demás, dado el poco respeto con que la tratan los encargados de ejecutarla, lo mismo daría que fuera un dechado de perfecciones.

Si tuviéramos el malsano placer de regodearnos contando todas las miserias y vedadas prácticas que afean y rebajan la gestión fiscal, podríamos llenar todo un número de esta revista con la relación de hechos -algunos rayanos en lo increíble- que pertenecen al repertorio de nuestra personal experiencia. Pero no es ese nuestro propósito, como no lo es el de individualizar la responsabilidad de este estado de cosas que, por su misma persistencia a través de un dilatado espacio de tiempo, está demostrando que tiene causas más generales y más profundas que únicamente la influencia de este o aquel hombre en la dirección de los negocios públicos, sin que por eso desconozcamos lo que tal influencia puede contribuir a agravar o a aminorar el daño. Es para cooperar con nuestro modestísimo esfuerzo a despertar la conciencia nacional respecto a la necesidad de poner atajo a estos males, enmendando radicalmente, más que la técnica, la moral de nuestros métodos fiscales, que nos hemos decidido a escribir estas amargas líneas. Es muy grave, muy trascendental el daño que sufrimos y el que aún sufriremos si no hacemos un decidido y persistente esfuerzo en cambiar de rumbo. En pocas palabras: para realizar nuestro progreso material y cultural, para desarrollar nuestras riquezas naturales, para abrir vías de comunicación, para adquirir elementos que den seguridad a nuestras fronteras, y para afirmar nuestra nacionalidad, haciéndola fuerte y respetable internacionalmente, necesitamos ingentes capitales, millones y millones de libras, que sólo podemos obtener con la garantía del Estado; y ésta sólo servirá para ese efecto cuando hayamos hecho olvidar nuestros pasados y presentes pecados, cuando una austera vida fiscal y el escrupuloso cumplimiento de los compromisos grandes y pequeños del Estado hayan formado nuestro crédito, que hoy no existe, pues no es tal el que creemos tener cuando damos al acreedor la administración de nuestras rentas, que es por cierto justísima condición mientras no seamos más juiciosos. Toda falta, por pequeña que sea, toda reincidencia no harán sino aplazar la prescripción de nuestra mala reputación como deudores y prolongar nuestro estancamiento. Esta no es, por supuesto, labor de un día: sólo se rehace una   —257→   reputación con años de persistencia en una buena política; pero es menester iniciarla sin demora y sin vacilaciones.

No es imposible arreglar nuestras finanzas en forma satisfactoria, porque, felizmente, el monto de nuestras deudas, aunque proveniente de gastos superfluos, y desatentados, no excede de las posibilidades de nuestra capacidad económica. Todo consiste en querer hacerlo y disponer bien las cosas. Sírvanos en esto de ejemplo el Uruguay, cuyo crédito estuvo largos años abatido, cotizándose sus bonos con fortísimo descuento, y que hoy ofrece sus empréstitos internos en las ventanillas del Banco de la República, sin intermediarios de ningún género, acudiendo el público espontáneamente a cubrirlos, como sucede en los más adelantados países europeos. Si el Estado hubiera logrado aquí inspirar la misma confianza ¿no podríamos proceder en idéntica forma, hoy que la capitalización que nos ha producido la guerra permitiría invertir en fondos del Estado cierta parte de la nueva fortuna nacional?

Para que nuestra hacienda pública reciba el impulso que necesita, no bastará, por cierto, que se limite a ser puntual en sus pagos y a cuidar de que los egresos no excedan de los ingresos. Esto es lo más importante e inmediato; pero no es lo único que hay que hacer. Como muy bien lo ha dicho Wilson: «Las finanzas no son mera aritmética; las finanzas constituyen toda una gran política». Pero muy extenso es el tema para que le abordemos en este breve artículo, donde no hemos querido tratar, por el momento, sino de la fisonomía moral, por decirlo así, de nuestra vida fiscal y de sus relaciones con el trascendentalísimo problema del crédito público. Basta considerar que nuestras rentas públicas provienen en sus tres cuartas partes de los consumos, para que nos demos cuenta de que nuestro sistema es injusto, porque grava con exceso la mesa del pobre, e incierto, porque depende de los factores que no se pueden controlar a voluntad, como son los precios, la bondad de las cosechas etc. Se ve que hay que introducir, tarde o temprano, impuestos más elásticos, como el impuesto a la renta etc. Esto requiere intensa labor de preparación y estudio, acumulación y clasificación de estadísticas y amplísima discusión, pues proceder de otro modo, en nuestro estado actual, sería dar un salto en el vacío; pero no comenzar esta labor porque sus resultados sólo se cosecharían en diez o más años, demostraría gran estrechez de miras.

Día feliz será aquel en que los compromisos fiscales sean cumplidos con religiosa escrupulosidad; en que los bonos   —258→   que el Perú emita sean considerados en el país y en el extranjero como inversión de primera clase, gilt-edged securities, pues ello sería el exponente del más benéfico cambio en la vida nacional y significaría que marchamos con paso firme y de cara al progreso. Para que así sea, debemos grabar en nuestra mente estas palabras con que don Nicolás de Piérola sintetizó el concepto que se debe tener del asunto. «El crédito es una faz del honor y del poder de la Nación. Tres elementos igualmente indispensables constituyen el crédito: la voluntad inquebrantable de cumplir fiel e indefectiblemente lo pactado; los recursos materiales para realizarlo; la suficiente inteligencia para disponer las cosas de manera que estos recursos puedan aplicarse a la exacta ejecución de aquélla. De estos tres elementos, el primero no puede faltar jamás, sin atentar contra la existencia misma de la Nación».





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