Traducido de Mad. Campan
Escena I
|
|
SALY y
MOLY. Jugando con una
muñeca.
|
MOLY.- (Meneando su
muñeca.) Digo, señorita: ¿le
parece a V. muy airosa esa postura? Ea, veamos como hace V. la
reverencia.
|
SALY.- Acaba de vestirla, y luego dará
lección de baile. ¿No ves que aún estamos en
el tocador?
|
MOLY.- (Poniendo a la
muñeca un sombrerillo.) Vaya; ahí la
tienes ya con su sombrerito puesto; ¡pero mira con qué
gracia! ¡Oh! Me pinto sola para vestir con gusto a una
muñeca.
|
—102→
|
SALY.- Yo lo que hago bien y pronto es
desnudarlas. Cada una tiene su habilidad y ésta es la
mía.
|
MOLY.- Eso sí que es cierto: para
destruirlas en pocos minutos no hay quien te iguale. Si fueras mi
hija, te echaría muy buenas repasatas diciéndote:
oiga V., señorita: ya sabe V. que no me gusta que eche V. a
perder cuanto se le da. Trate V. de cuidar un poco más de
sus juguetes, o le costará caro. ¿Lo entiende V.?
|
SALY.- Calla por Dios, que me das miedo con esas
chanzas. Te pones tan grave, que me parece que estoy oyendo a
aquella terrible Lady Arabela, que tanto hace llorar a la pobre
Cecilia. ¿Sabes que la imitas con perfección?
Sólo que no habías de haber dicho; si fuese yo tu
mamá, porque las madres no son tan crueles y severas como
todo eso.
|
MOLY.- ¡Ah! Si la pobre Cecilia no hubiera
perdido la suya, no la compadecerían tanto las gentes.
|
—103→
|
SALY.- Con todo eso Lady Arabela bastantes cosas
le da, y muy buenas por cierto; brazaletes, pendientes y collares
muy ricos.
|
MOLY.- Y que, ¿consiste en esas cosas la
alegría? Díganlo las infinitas veces que he
encontrado a Cecilia llorando en la huerta, al mismo tiempo que yo
iba saltando y riendo, aunque no tengo ni siquiera una triste
sortija.
|
SALY.- Dame acá la muñeca, que voy
a darla de almorzar. (La toma, y también una
almendra.) ¿Diga V. señorita, le
gustan a V. las almendras? Si V. se pareciese a su mamá, no
estaría con esos labios tan fruncidos.
|
MOLY.- ¿De qué te sirve charlar,
si no sabes tampoco dar de comer a las muñecas?
Déjamela, y te enseñaré como se hace.
(Vuelve a tomar la muñeca y la
almendra.) Vamos, señorita, sin melindres.
(Se come la almendra.) Está muy
buena; ¿no es cierto?
|
SALY.- El chasco es lo que está bueno,
taimada; —104→
pero no tengas cuidado que guardada te la tendré. Mas
¿quién viene a incomodarnos? ¡Ah! Que es Lady
Arabela; ya verás como a Mistris Teachum le da una
melancolía que no se le quita hasta mañana, como
sucede siempre que viene a verla esta mujer de tan mal genio.
Vámonos corriendo, no nos diga alguna fresca como
acostumbra.
|
Escena II
|
|
MISTRIS TEACHUM,
LADY ARABELA.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Sí, señora: con el mayor gusto
repito a V. que Cecilia es el modelo de toda esta casa, y
será el ornamento de la sociedad cuando llegue el caso de
presentarse en ella. Lejos de tener que exhortarla al cumplimiento
de sus obligaciones, hay que irla a la mano para que el excesivo
trabajo no la perjudique.
|
LADY
ARABELA.- En eso no hace nada de más si es
agradecida a mis beneficios. En orden a las habilidades que se le
hayan de enseñar lo dejo a cargo —105→
y elección de V.: ya se ha hecho moda adquirirlas, y
fuerza será que mi hija adoptiva no sea menos que las
demás que las tienen. Por lo que a mí toca, ninguna
falta me han hecho las habilidades; y gracias a mis medianas
conveniencias nada me ha quedado por disfrutar en el mundo, sin
haberme cansado la cabeza en aprender esas cosas. Es cierto que
tuve aya, pero no era más que para acompañarme a
paseo; y en cuanto a los maestros, salía del paso con darles
al momento su tarjeta, y de este modo dejaban de importunarme con
sus lecciones.1
Conocí desde luego que de nada me había de servir
llenarme los cascos de niñerías, porque para pasar
las veinticuatro horas me sobraba con el tocador, el teatro, las
visitas y el juego; y así es la verdad, pues hay días
que estoy rendida cuando llega la hora de acostarme. Vea V.
qué tiempo me pudiera quedar para las labores, para el
dibujo, ni para tocar el arpa o el piano.
|
—106→
|
MISTRIS
TEACHUM.- Pero si por algún accidente
imprevisto se hubiera V. hallado en necesidad de retirarse del
mundo, y de atenerse a la quietud y diversiones de la vida privada,
puede ser que hubiese V. echado menos esas habilidades.
|
LADY
ARABELA.- Es muy cierto, y por lo mismo quiero que mi
sobrina las tenga. Ya empieza a fatigarme un poco el torbellino de
diversiones en que he pasado alegremente mi juventud, y
¿quién sabe si antes de mucho me retiraré al
campo? Entonces necesitaré que mi sobrina no se ocupe en
otra cosa, que en evitar que se apodere de mí cierto
fastidio harto frecuente, dando un poco de variedad a mis
pasatiempos, y según V. me dice, puedo esperarlo de su
aplicación. Pero hablando de otra cosa, ¿no me
dirá V. qué es lo que tiene Cecilia que rara vez
está alegre? ¿Le cuenta a V. sus secretos? Porque yo
recelo que conserva cierto cariño pueril y ridículo
al país en que nació, afligiéndose de la
pérdida de los que le dieron el ser, que es su
expresión favorita, los cuales ciertamente no merecen
semejante sentimiento. —107→
¿Conoce ella cuánto valen los beneficios que
me debe? ¿Sabe apreciar la dicha que mi adopción y
desvelos la preparan dejándole mis riquezas, siendo
así que era una huérfana miserable, porque sus padres
fueron calaveras y disipadores, que malgastaron cuanto
tenían? Es menester que V. me diga si la ve reír y
distraerse jugando con sus compañeras, pues he notado en
ella cierta melancolía que no me gusta, y sentiría
mucho que se hiciera habitual, porque en mi casa quiero que las
gentes sean muy humildes y sumisas a mi voluntad, eso sí;
pero por otra parte alegres siempre y de buen humor, para que
logren disipar ciertas murrias que me acometen de cuando en cuando,
y que según dicen los médicos, pueden alterar mi
salud andando el tiempo.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Cecilia es naturalmente reservada y
tímida, por lo cual, Milady, no he querido entablar nunca
con ella conversaciones que pudieran desazonarla. Por lo
demás siempre la he visto manifestarse muy reconocida a los
beneficios que V. la dispensa; y en punto a jugar con sus amigas la
encuentro tan dispuesta como —108→
otra cualquiera: no las incita a ello a la verdad, pero
jamás se niega a darlas gusto.
|
LADY
ARABELA.- V. quiere mucho a Cecilia, y me temo que esa
predilección se la pinte a V. con colores un poco
lisonjeros. Yo no fío de esa modestia afectada, pues los
ejemplos que tuvo en su niñez han debido serla perniciosos;
y como V. sabe mejor que yo, influyen en aquella edad más de
lo que comúnmente se cree. ¿Sabe V. qué
especie de sujetos eran sus padres? Un hombre disipador, y una
mujer gastadora, y sin pizca de juicio. Ya tengo olvidadas las
infinitas pesadumbres que me dieron, porque mi carácter es
generoso y sensible; pero con respecto a la hija tengo mis miedos
de que se les parezca. Por lo mismo quiero que V. la siga los pasos
sin fiarse del candor que aparenta, y que la observe con el mayor
cuidado, porque, como he dicho a. V., es hija de una madre, cuyas
naturales disposiciones puede haber heredado muy bien, y lo
sentiría mucho.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Está bien, Milady: haré lo
posible por dejaros satisfecha en este punto.
|
—109→
|
LADY
ARABELA.- Nadie tiene para ello la proporción
que V. pero la cosa no es tan obvia como parece. Mis principios son
muy rígidos, lo confieso, y por lo que hace a los
demás nunca disimulo ni la más mínima falta.
Aunque soy naturalmente bondadosa, tengo mis prontos, y si Cecilia
me diese algún motivo de queja, le aseguro a V., que la
dejaría otra vez en el estado de miseria en que la
constituyó la desbaratada conducta de sus padres. Ya ve V.
en qué términos la colmo de regalos; pues como una
vez llegase a desmerecer mi gracia, no hay poder humano que me
obligase a mudar de dictamen. Eso no: en tomando yo una
resolución, nadie en el mundo me hace volver atrás,
porque me precio de tener carácter.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Puesto que V. lo entiende así,
Milady, yo nada tengo que oponer a eso.
|
LADY
ARABELA.- Hace V. muy bien, pues no gusto de que me
hagan disertaciones. A dios, señora, que no es justo
quitaros el tiempo que necesitáis para vuestros quehaceres.
Ya he visto a —110→
mi sobrina en su cuarto, y la he dado una reprimenda sobre
la simplicidad de su atavío, pues las joyas que la regalo
son para que las luzca, no para tenerlas encerradas.
|
MISTRIS
TEACHUM.- En esta parte me temo que adelantemos poco
con Cecilia, porque gusta infinito de la sencillez, en lo cual
confieso que está muy de acuerdo con el plan de
educación que he adoptado para esta casa.
|
LADY
ARABELA.- Convengo en que es muy laudable aquí
dentro, pero a lo menos cuando sale a verme, quisiera yo que se
presentase adornada de todas sus alhajas; como por ejemplo esta
noche, que vendré por ella para llevarla a la tertulia de
Lady Baltimore. Encárguela V. que ponga un poco de esmero en
vestirse.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Sabiendo que es gusto de V. estoy cierta de
que lo hará puntualmente.
|
LADY
ARABELA.- Confío en todos puntos en vuestra
vigilancia.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Me hacéis justicia, Milady.
|
Escena IV
|
|
MISTRIS TEACHUM,
CECILIA.
|
CECILIA.- Pensé que estaba con V. mi
tía, y creí tener el gusto de verla algún
tiempo más.
|
—112→
|
MISTRIS
TEACHUM.- En este instante acaba de salir; pero me
alegro, querida Cecilia, del afecto que manifiestas a Milady,
porque tenía mis recelos de que no la quisieses tanto como
merecen los beneficios que te hace.
|
CECILIA.- No sólo agradezco muy de
corazón a mi tía lo que se esmera conmigo, sino que
conozco ser más de lo que V. imagina. Creo que cuanto puedo
expresar es mucho menos de lo que el alma siente: y
¡ojalá pudiera explicarme con toda ingenuidad acerca
de esto!
|
MISTRIS
TEACHUM.- ¡Cuánto lo celebro, Cecilia!
Pero no me sorprende que entre tus buenas prendas se cuente la
gratitud, porque las virtudes se dan la mano, lo mismo que los
vicios. Tu tía me ha hablado largo tiempo del cariño
que te tiene, y sin embargo por no pensar del mismo modo que yo en
ciertas materias, ha estado a pique de indisponerse conmigo. A
pesar de todo nos hemos separado amigablemente, porque a la verdad
no cuesta mucho —113→
reprimirse cuando lo que una quisiera decir puede causar
disgusto a los demás.
|
CECILIA.-
(Conmovida.) ¡Así fuera
tan fácil ocultar las penas del corazón!
|
MISTRIS
TEACHUM.- ¿Las penas del corazón?
¿Qué quieres decir, Cecilia, con esa
exclamación involuntaria? ¿Será posible que a
tu edad te aflijan pesares secretos? Me parece que. pudieras
confiarlos a mi cariño y experiencia, pues muchas veces es
útil desahogarse con una amiga; y cuando no sea otra cosa
siempre sirve de alivio.
|
CECILIA.- Hay casos, señora, que piden
secreto; pero crea V. que cuando son de tal naturaleza que no me es
permitido manifestarlos a V. pidiéndola el auxilio de sus
consejos, tomo al menos por guía de mi conducta las
máximas de moral y los saludables preceptos que me
habéis enseñado, y que nunca podré alejar de
mi memoria.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Eres muy comedida y atenta, pero un poco
—114→
desconfiada, y sólo el tiempo podrá darte a
conocer lo que vale una buena amiga. No es decir con esto que
hayamos de descubrir a cualquiera nuestras interioridades; pero ya
volveremos a esta conversación, y desde ahora será
bien que lo tengas entendido. Por el pronto vete a
desempeñar tus obligaciones, y no te olvides de estar a
punto para cuando venga a buscarte Milady. (La
besa.)
|
CECILIA.- La tertulia donde hemos de ir empieza
muy tarde, y así puedo ocupar el día en otras cosas
sin temor de que me falte tiempo para vestirme.
|
Escena VI
|
|
CECILIA,
BETY.
|
BETY.- ¡Cuánto me alegro de
encontrar a V. sola, señorita! Porque traigo buenas noticias
que darla.
|
CECILIA.- En la alegría de tus ojos
conozco que vendiste el vestido, ¿no es verdad?
|
BETY.- Y tan bien como pudiéramos desear.
Aquí tiene V. una, dos, tres, cuatro guineas, y nuevecitas
por cierto. ¿Qué tal? ¿He hecho buena
venta?
|
—116→
|
CECILIA.- Excelente. No sabes tú
cuántas satisfacciones va a proporcionarme este dinero, que
en otras circunstancias aprecio tan poco.
|
BETY.- ¡Si viera V. qué
señora tan buena es la que le compró! Si fuera
así Milady Arabela su tía de V. sería un gusto
ir a su casa. Pero ya le contaré a V. todo, lo mismo que
sudió. Primeramente fui al cuarto de su camarera, que era
tan amiga de mi pobre madre, y le enseñé el vestido
diciéndola, que iba a ver si la señora quería
comprarle. Al instante me contestó: vamos a verla, y no
tengamos reparo en ello, que es una señora muy llana, y
tendrá gusto en verte. Pues, señor, echamos a andar
por aquellas antecámaras llenas de criados, que me miraban
con unas caras que casi me daban miedo. Después fuimos
atravesando unos salones tan cuajados de oro y tan...
|
CECILIA.- No te pares, por Dios, en el dorado de
los salones, que el tiempo es corto y tengo muchas cosas que
preguntarte.
|
—117→
|
BETY.- Pues, señor, llegamos al gabinete
de Milady que estaba escribiendo. Hícela dos reverencias muy
rendidas, y Jenny la dijo, que llevaba a vender un vestido bordado.
Desdoblé la muselina de manera que se viese bien, y Milady
se puso a mirarla, y a decir: no lo necesito por ahora. Ya se me
iba angustiando el corazón, cuando dijo: sin embargo, como
tengo tantas sobrinas, no me faltará a quien destinarle. Con
esto me puse tan contenta que me faltó poco para saltar de
alegría. Por cierto, añadió Milady, que parece
haberle bordado un ángel. Bien dice V., señora, la
respondí yo poniéndome muy colorada, un ángel
es la que le ha bordado. ¡Hola, querida! Según eso
eres amiga de la bordadora, me dijo Milady dándome una
palmadita en el carrillo. Yo la contesté: sí
señora, somos muy amigas. En esto me dio el dinero, la hice
otra reverencia, y me fui corriendo a casa de su mamá de
V.
|
CECILIA.- ¿Qué? ¿Tuviste
tiempo de ir a ver a mi madre? Eso es lo que debieras haberme
contado —118→
primero. ¡Conque la has visto, y logrado la dicha que
anhelo yo con tanta impaciencia, y no he podido conseguir
todavía! ¿Qué te dijo cuando supo que tal vez
esta tarde fié yo a pasar en su compañía
algunos momentos, y a estrecharla en mis brazos con el favor de tu
amistad?
|
BETY.- Levantó al cielo sus ojos anegados
en lágrimas, y al instante se puso a escribir esta
cartita.
|
CECILIA.- Dámela por Dios; no sé
cómo pagarte tantos favores, y por otra parte me da gana de
reñirte por tu cachaza.
|
BETY.- Vaya, no hay que enfadarse: aquí
está la carta. (Se la da.)
|
CECILIA.- (La besa, abre y
lee.) «¿Es cierto, Cecilia mía,
que esta misma tarde, y después de dos años de la
más penosa ausencia podré estrecharte entre mis
brazos, y apretarte contra mi corazón, en que estás
tan impresa? Ten mucho cuidado, amada Cecilia, de contener los
ímpetus de —119→
tu cariño, y de no incurrir2
en alguna imprudencia que nos descubra. Si tu tía llegase a
saber que nos hemos visto, o sólo que yo vivo en el mundo,
fuera terrible desgracia. Adiós hija mía; los minutos
van a parecerme siglos hasta que consiga la ventura que
espero.» ¡Qué carta tan tierna! Y dime
¿está todo dispuesto?
|
BETY.- Todo lo tengo bien arreglado, porque mi
padre me ha dado ya el permiso para recibir a una mujer que ha de
venir a verme, y que le he dicho ser una de las maestras de la
escuela en que aprendo a leer.
|
CECILIA.- Grandemente.
|
BETY.- Yo lo que temo es que mi ama llegue a
saber que he salido de casa sin su licencia, pues entonces no
sé que fuera de mí.
|
CECILIA.- No me hables por tu vida de los
peligros a que te expones por mi amistad, porque este recuerdo
aguaría repentinamente mi gusto.
|
—120→
|
BETY.- Tampoco quiero yo pensar en eso, sino
seguir los impulsos de mi corazón y nada más.
Él me grita que no procedo mal en servir a una
señorita amable y a una buena hija cuya virtud merece
cualquier sacrificio de parte de cuantos la tienen afecto; pero mi
razón me dice que toda especie de misterio es culpable, que
obrando de este modo quebranto las severas y terminantes
órdenes de mi ama, la cual me tiene expresamente prohibido
todo trato con gentes de fuera. Mas cuando escucho los consejos de
mi razón, y me propongo seguirlos, viene V. con sus ruegos y
lágrimas, y se me olvidan mis propósitos. Bien que en
todo esto no veo otros inconvenientes que el misterio con que se
hace; y creo que lo mejor sería que V. se descubriese a la
directora.
|
CECILIA.- ¿Piensas tú, que si en
ello no hubiera en peligro muy grande, no fuera depositaria de mis
secretos hace muchos días? Contigo me he declarado por no
tener sin tu ayuda el menor arbitrio de saber de mi madre; pero
Mistris Teachum hubiera tenido mil reparos —121→
que poner, y habría recelado con mucha razón
exponerse a quedar mal con mi tía. Como tiene aquel genio
tan arrebatado y dominante, y conoce a tantas gentes, era capaz de
desacreditar esta casa, y ya ves qué perjuicios tan enormes
se podían seguir a mi amada maestra. Por otra parte se me
hiciera muy cuesta arriba turbar su sosiego obligándola a
tomar parte en asuntos de familia demasiado desagradables. Sobre
todo, lo que me hace temblar es el recelo de que se llegue a
traslucir que vive mi infeliz madre, cuya libertad se debe a la
persuasión en que está mi tía de que hace dos
años que ha muerto, pues si descubriera el engaño en
que la han tenido, sería capaz de encerrarla en la
cárcel por una gran suma de dinero que le está
debiendo.
|
BETY.- Pero ¿es creíble que la
maldad de Lady Arabela fuese tanta?
|
CECILIA.- ¡Ay amiga! El odio que tiene a
mi madre, y su genio violento me dan mucho motivo para recelarlo.
Bastante la persiguió con el mismo intento, y si pudo
escapar de su venganza, —122→
fue porque la tuvo escondida en su casa una arrendadora
antigua con tanto secreto que por espacio de dos años
eludió las pesquisas de su cuñada. Pero aquella
generosa amiga hace dos meses que murió, y mi infeliz madre
ha tenido que arriesgarse a venir a vivir en estas inmediaciones
bajo un nombre supuesto para estar cerca de la única persona
por quien conserva algún amor a la vida.
|
BETY.- ¡Válgame Dios!
¡Qué historia tan lastimosa! ¿A quién no
partirá el corazón? Así, aunque la prudencia
lo repruebe, me tendrá V. pronta a todas horas para cuanto
pueda contribuir al cumplimiento de tan sagradas obligaciones.
|
CECILIA.- Di más bien que tu
corazón es puro y caritativo naturalmente. ¿Hay por
ventura algún deber más principal que el de asistir a
una madre tierna y desgraciada, que se ve abatida por el peso del
infortunio? ¿Hay proceder más noble y generoso que el
tuyo ayudándome en tan santa obra, porque me ves
imposibilitada de desempeñar por mí sola los oficios
a que la —123→
naturaleza, y la ley de Dios me obligan? La adversidad me ha
enseñado, querida Bety, a reflexionar desde bien
pequeña, y sé ciertamente, que mi amada maestra
aprobaría cuantos pasos estoy dando, si me fuese permitido
descubrirme a ella: de otro modo me guardaría bien de
darlos.
|
BETY.- V. me quita con esa seguridad toda
especie de escrúpulo; pero no entiendo cómo se
compone ese odio y esa persecución de Lady Arabela a vuestra
pobre madre con el esmero que tiene con V., a quien a todas horas
está colmando de regalos.
|
CECILIA.- Vanidades del mundo, amiga mía.
Mi tía cree que es en ella una obligación
indispensable criar a su heredera con la ostentación
correspondiente a su nacimiento, y con el esplendor propio de sus
riquezas.
|
BETY.- No es poca fortuna para V. que siga en
esto los impulsos de su vanidad, pues si hubiera de seguir
únicamente los de su corazón, sería V. sin
duda más digna de lástima. Pero aunque
—124→
conozco que estoy importunando a V. con mis impertinencias,
¿quisiera saber con qué fin me encarga V. que la
despierte al salir el sol todos los días? ¿Qué
precisión hay de que V. trabaje tanto, arriesgando tal vez
su salud, cuando con lo que os regala Lady Arabela tendríais
más de lo suficiente para mantener a vuestra madre?
|
CECILIA.- No lo creas, querida Bety, pues aunque
mi tía me provee con generosidad de cuanto he menester, la
cantidad que me tiene señalada para el bolsillo, como ella
dice, no bastaría a cubrir las necesidades de mi madre, si
no hubiese yo tenido la feliz ocurrencia de duplicarla con la labor
de mis manos.
|
BETY.- Permitidme que os las bese, pues no puedo
reprimir esta demostración del cariño que tengo a V.,
y de la admiración que me causa tan ejemplar conducta.
|
CECILIA.- Déjate de
niñerías, amada Bety, y no encarezcas un proceder tan
natural y sencillo. Vuélvete al cuarto de tu padre y ven a
darme —125→
aviso en el momento que mi madre venga. Con esto bajaremos
las dos al patio con disimulo.
|
Escena IX
|
|
SALY y
MOLY.
|
SALY.- ¡Qué cariñosa es
Cecilia! ¡Y cuánto me alegraré parecerme a ella
en siendo grande!
|
MOLY.- Mucho tienes que hacer para eso:
primeramente no has de ser tan maligna ni tan colérica.
|
SALY.- Ni tú tan taimada, ni aturdida
como eres: mira ahí tienes: ahora mismo acabas de dejar caer
la carta de tu papá, y eso que te encarga tanto que no la
pierdas.
|
—127→
|
MOLY.- No hay tal cosa: si la tengo guardada en
mi papelera.
|
SALY.- Pues será de alguna otra
colegiala: leamos el sobre: (La toma y
deletrea.) Para la se ño ri ta...
|
MOLY.- ¿Quieres despacharte, pesada?
|
SALY.- Si no das tiempo a una para que vaya
haciéndose cargo...
|
MOLY.- Sólo las que van mascando las
letras como tú necesitan tiempo para leer un sobrescrito:
trae acá. (Toma la carta.) Para
la señorita Cecilia.
|
SALY.- Guárdala, que después se la
daremos.
|
MOLY.- Sí; pero verás lo de
adentro qué bien lo leo, verás.
|
SALY.- No, no, que eso es muy mal hecho: debemos
dársela sin leerla. (Quiere coger la
carta.)
|
—128→
|
MOLY.- Aguarda un poco: los dos primeros
renglones y nada más.
|
SALY.- No, eso no lo consiento: ¿sabes
que la curiosidad es un vicio muy malo? (Quiere
quitarle la carta.)
|
Escena III
|
|
Las mismas3
y LUCY que
llega4
apresurada
|
LUCY.- Alabo la frescura con que os
estáis, sin saber lo que pasa en el colegio.
|
EMA.-
Ninguna curiosidad tenemos de saberlo, y así
más valiera que no vinieses a interrumpirnos cuando estamos
escuchando un cuento precioso.
|
LUCY.- No penséis que es alguna friolera,
sino cosa muy grave y extraordinaria. ¿A que no
adivináis cuál de las compañeras acaba de ser
arrestada en su cuarto sin comunicación, y contra la cual
manifiesta la directora estar sumamente irritada?
|
MATILDE.- Será alguna de las
niñas.
|
—135→
|
LUCY.- ¿De las niñas? No, sino de
las más provectas y juiciosas. Nada menos es que el
fénix, el ejemplar, el modelo de la casa, la inimitable
Cecilia.
|
LAURA.- No me pesaría que esta ocurrencia
rebajase un poco el entusiasmo de Mistris Teachum, que a todas
horas me la está citando como un ser perfecto. Con eso
cesaría la enfadosa comparación con que me aburre
más de cuatro veces.
|
SALY.- Vaya, que no siempre somos las
niñas las penitenciadas, que también alcanza el
látigo a las grandes alguna vez.
|
MOLY.- Anda que así nos tratarán
con menos desdén que acostumbran.
|
MATILDE.- No sé por qué pueda
merecer Cecilia tan severo castigo.
|
EMA.- Preciso es que haya incurrido en alguna
falta de gravedad, cuando ha procedido así la
—136→
directora, la cual nunca parte de ligero. Esto es lo que me
da más cuidado y pesadumbre.
|
LUCY.- Aquí viene Bety, y nos
podrá enterar de lo que ha pasado.
|
Escena IV
|
|
Las mismas y BETY.
|
LUCY.- Bety, ¿qué es lo que ha
hecho Cecilia, que la han encerrado en su aposento?
|
LAURA.- Dinos por Dios lo que sepas, querida
Bety, que estamos con el mayor cuidado.
|
MATILDE.- ¿Qué es eso lloras?
¿Es asunto serio por ventura?
|
BETY.- (Enjugándose las
lágrimas.) Muy serio ciertamente, pero crean
Vds. que la señorita Cecilia merece elogios más bien
que castigos.
|
EMA.- Bien lo creo; pero Bety, dinos que es lo
que ha pasado.
|
—137→
|
MATILDE.- No nos tengas más tiempo con
tanta zozobra.
|
MOLY.- Cuéntanoslo todo.
|
SALY.- Vamos, Bety, despacha.
|
LAURA.- Una vez que redunda en elogió de
Cecilia...
|
LUCY.- ¿Quieres que perdamos la
paciencia?
|
BETY.- Yo bien quisiera complacer a Vds. pero no
puedo. Ya que en ninguna otra materia soy capaz de dar a Vds.
lecciones, a lo menos haré ver que sé guardar los
secretos que me confían.
|
LAURA.- ¡Qué mal estoy yo con tales
secretos! No hay cosa que más me desespere, porque
después de estarse una devanando los sesos por adivinarlos,
suelen venir a parar en una gran friolera.
|
BETY.- Buen remedio. No tratar de
averiguarlo.
|
—138→
|
LAURA.- Es muy cierto, Bety, pero cuando una es
curiosa naturalmente...
|
BETY.- ¿Hay más que procurar
descartarse de ese vicio?
|
Escena VI
|
|
MISTRIS TEACHUM,
BETY.
|
MISTRIS
TEACHUM.- (Presentándole la carta
de CECILIA.)
¿Tienes noticia de esta carta?
|
—139→
|
BETY.- Sí, señora, que yo no
sé mentir.
|
MISTRIS
TEACHUM.- ¿Se la han entregado ya a Cecilia?
¿La ha leído?
|
BETY.- Yo se la entregué, y ella la
leyó con el mayor gozo.
|
MISTRIS
TEACHUM.- ¡Con el mayor gozo! Me admira la
serenidad y el tono de inocencia con que me refieres una cosa tan
reprensible.
|
BETY.- Crea V., señora, que antes es muy
laudable.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Tú no tienes edad, Bety, para
discernir los afectos que el honor aprueba o condena.
|
BETY.- ¡Ah, señora! Los
últimos no caben en la virtud de Cecilia.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Como quiera que sea, ¿cómo has
tenido atrevimiento para entregar una carta a Cecilia sin mi
beneplácito? Ya ves que estoy reprimiendo
—140→ mi justo enojo; pero no puedes dejar
de conocer que mereces que te eche de casa, y que a tu padre le
costará la vida la pesadumbre. ¿Es éste el
fruto que saco de mis desvelos? ¿Es esto lo que debía
esperar de un corazón, en que he procurado sembrar la
semilla de las virtudes?
|
BETY.- Para obrar del modo que lo he hecho, he
tenido presentes las máximas que V. se ha dignado
enseñarme.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Según eso debes de entenderlas muy
mal; pero en suma ¿quién te dio la carta?
|
BETY.- Una persona muy desgraciada, y muy digna
de compasión.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Su nombre es lo que te pregunto, no sus
circunstancias.
|
BETY.- No lo puedo decir; y estoy cierta de que
si fuera dable revelarlo a V., y pedirle su consejo, me
diría que lo callase aunque hubiese de costarme la vida.
¡Oh! Tengo bien presente —141→
cuanto V. me ha dicho sobre la obligación de guardar
los secretos que se nos confían.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Pero muy olvidado lo que toca a
sumisión y obediencia, porque bien sabes las órdenes
que te tengo dadas.
|
BETY.- En esa parte confieso mi culpa, y me
postro a vuestros pies implorando el perdón; mas día
llegará en que V. se compadezca del apuro en que se ha visto
la pobre Bety, de tener que elegir entre dos obligaciones que
hubiera deseado conciliar, no siendo posible cumplir una sin faltar
a la otra.
|
MISTRIS
TEACHUM.- No admito excusas, Bety; quiero que me digas
la verdad sin rebozo alguno.
|
BETY.- Siento en el alma no poder obedecer a V.
a quien debo tantas obligaciones; pero no faltaré por cuanto
el mundo vale a la palabra que he dado a la señorita
Cecilia, a menos de obtener su permiso.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Dila de mi parte que baje a este sitio, el
—142→
cual por su soledad es muy oportuno para esta desagradable
averiguación, que no quiero llegue a entender alma
viviente.
|
BETY.- Voy corriendo.
|
Escena VIII
|
|
MISTRIS TEACHUM,
CECILIA.
|
CECILIA.- (Echándose a sus
pies.) Veo, señora, que he tenido la
desgracia de incurrir en vuestro desagrado. Pero no sabe V.
—143→
cuánto he padecido por verme obligada a ocultaros los
sinsabores que me afligen.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Levántate, Cecilia, y sácame
de la terrible duda en que me ha puesto la correspondencia
clandestina, que manifiesta la carta que perdiste, haciendo una
confesión sincera de este negocio.
|
CECILIA.- Con una sola palabra apareceré
a vuestros ojos tan inocente y pura, como lo es en realidad mi
corazón; pero al mismo tiempo pondré en contingencia
el sosiego y la libertad de la persona que más amo en el
mundo. No hay medio, señora; o he de perder la
estimación y la amistad de V. que aprecio infinito, o he de
descubrir un secreto, que sobre otros inconvenientes,
expondría vuestra propia tranquilidad. Vea V. si puedo
hallarme en mayor apuro.
|
MISTRIS
TEACHUM.- No creí haberte inspirado tan poca
confianza, que rehusases fiar de mí los secretos que has
depositado en una persona de la edad de Bety. ¿Merece este
proceder el afecto que siempre te he tenido?
|
—144→
|
CECILIA.- El temor de comprometer a V. es lo
único que me obligó a renunciar el útil
recurso de sus consejos, mas por lo que hace a Bety no tuve el
mismo reparo, sabiendo que vuestro corazón generoso y
sensible la perdonaría por haber cooperado a una obra que no
es posible desaprobéis en tiempo alguno.
|
MISTRIS
TEACHUM.- ¿Pero a qué fin titubear en
confiarme tus penas? ¿Por qué ponerme en la amarga
situación de vituperar tu conducta misteriosa? Si el motivo
es laudable, cuenta con mi amistad y con cuantos auxilios
estén en mi mano. Explícate sin rebozo, pues lo poco
que me has dicho sólo puede servir para avivar mi
impaciencia.
|
CECILIA.- Pues, bien, señora: sepa V. que
la carta que tiene en su poder, y yo regué esta
mañana con mis lagrimas, es de la desventurada madre de
vuestra Cecilia, la cual habita una humilde morada cerca de
aquí con temor de ser descubierta por una enemiga poderosa
que para siempre la privaría de mi asistencia y ternura.
|
—145→
|
MISTRIS
TEACHUM.- (Con seriedad.)
Cecilia, no puedo menos de decirte que Lady Arabela me ha repetido
muchas veces que eres huérfana de padre y madre.
|
Escena IX
|
|
Las mismas, BETY y
LADY HAMILTON, que ha
oído las mismas palabras.
|
LADY
HAMILTON.- No lo es, señora; pues en mí
tenéis a la tierna madre de la más virtuosa hija.
|
CECILIA.- (Arrojándose a
sus brazos.) ¡Oh, madre de mi vida! ¡Es
posible que la venturosa Cecilia llegue a verse en vuestros
brazos!
|
MISTRIS
TEACHUM.- ¡Su madre! ¡Qué
escucho!
|
CECILIA.- Sí, señora; mi madre
adorada, y muy digna de serlo por sus desventuras. Juzgue V. ahora
de la penosa situación de mi espíritu citando por una
parte encuentro en mi tía una —146→
protectora benéfica que me colma de favores, y por
otra una enemiga encarnizada de aquélla a quien debo la
vida, y por quien estoy dispuesta a sacrificarla mil veces. Si Lady
Arabela llega a descubrir que vive y que nos vemos y tratamos,
perderé su gracia, y habré de renunciar a la dicha de
recibir una buena educación, cosa que tengo en más
estima que sus riquezas. Si ya hubiera aprendido con
perfección las habilidades y primores que vos me
enseñáis, no sintiera tanto aquel contratiempo, pues
con ellos ganaría lo suficiente para mantener a mi buena
madre. Pero en la actualidad, y con tan pocos años
¿cómo pudiera yo pagarla lo que la debo sin los
auxilios de mi tía?
|
MISTRIS
TEACHUM.- Calma tus recelos, que ya veremos de
ablandar a Lady Arabela, y si no fuere posible, tendrás un
asilo en mi casa, pues por ninguna consideración
perderé la dicha de tenerte a mi lado.
|
CECILIA.- Agradezco en el alma las bondades de
V., señora, pero no puedo echar de mí el temor
—147→
de que llegue mi tía y nos sorprenda, que fuera cosa
de morirme de repente.
|
LADY
HAMILTON.- ¡Cuántas amarguras trae
consigo la pérdida de las riquezas! Todo muda de aspecto en
un instante, los amigos nos desamparan, y sólo nos queda que
esperar la miseria y el menosprecio de todo el mundo.
|
MISTRIS
TEACHUM.- (Haciéndola sentar
sobre los céspedes.) Del mundo frívolo
y despreciable, pero no de las gentes juiciosas, que saben muy bien
que la virtud no merece menosprecio. ¿Pero decidme,
señora, si el odio de Lady Arabela está fundado en
motivos tan poderosos que puedan haber dejado en su corazón
huellas indelebles?
|
LADY
HAMILTON.- No ha habido otro motivo que nuestra
desgracia en materia de intereses. Mi marido tuvo en sus negocios
mercantiles cuantiosas pérdidas que su prudencia no pudo
precaver: los enemigos le apresaron algunos buques, y otros
naufragaron por las tempestades: estos contratiempos, y la quiebra
de dos casas, en —148→
cuya compañía teníamos sumas
considerables, dieron al traste con todo nuestro caudal en pocos
meses. El padre de Cecilia, a quien nunca olvidará mi
corazón, no pudo sobrevivir a tantas desgracias, y me
dejó en la mayor infelicidad, y expuesta al rigor de sus
acreedores. Lady Arabela, cuyo excesivo orgullo quedó muy
humillado al ver en la miseria a sus más próximos
parientes, me atribuyó a mí las pérdidas de su
hermano, y se dejó decir que me había de costar caro
el sonrojo que nuestra situación le causaba. Empezó,
pues, a perseguirme sin misericordia con ocasión de una gran
cantidad de dinero que le debíamos, y hubiera tenido la
inhumanidad de ponerme en la cárcel, a no haber tomado yo el
arbitrio de ocultarme, a que se siguió el rumor de que era
muerta. Habrá como dos meses que viéndome obligada a
dejar mi retiro, supe que mi hija se educaba en vuestro colegio. El
ansia de verla me trajo a estos contornos donde me mantengo con los
socorros que me envía Cecilia por medio de una muchacha muy
estimable de cuya boca sé que son fruto de sus tareas. El
temor de que un trabajo tan continuo —149→
perjudicase a su salud, me ha dado ánimo para venir a
verla hoy por la primera vez, a pesar de los riesgos de ser
conocida.
|
CECILIA.- El cariño de V. la representaba
como nocivo a mi salud la ocupación más grata y
lisonjera a que en toda mi vida podré dedicarme: y aseguro a
V. que siempre recordaré con el mayor gozo esta ligera
prueba de la dulce satisfacción que ocasiona el ejercicio de
los deberes filiales.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Yo la tengo muy grande en ser testigo de los
justos desahogos de vuestra ternura, y mi anterior zozobra se ha
convertido en verdadero júbilo contemplando admirada
vuestras virtudes. Pero lo que importa es salir del penoso estado
en que Vds. se encuentran, para lo cual emplearé gustosa con
Lady Arabela cuantos medios creyere convenientes.
|
CECILIA.- Eso es cabalmente lo que yo deseaba
impedir, pues sentiría infinito que mi tía
dejándose llevar de su genio, hiciese a V. algún
desaire por mi causa, lo que no pudiera —150→
suceder si mis penas no hubieran llegado a su noticia.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Nada temas, amada Cecilia, que yo me
ingeniaré de tal manera que ella misma decida el asunto, sin
saber vuestros secretos. Ha mucho tiempo que conozco a tu
tía, y aunque es verdad que la violencia de sus
inclinaciones la fuerza a ser tan indulgente consigo, como rigurosa
con los demás, es menester confesar que es generosa y de
nobles pensamientos.
|
CECILIA.- Sin embargo siento en el alma que V.
se exponga infructuosamente a algún sonrojo o a alguna
sequedad de las que acostumbra.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Quien no se aventura no pasa la mar, y
sobretodo algo ha de arriesgarse por servir a los amigos.
|
CECILIA.- Nunca podremos pagar a V. tantos
favores.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Un coche suena, y sin duda es Milady.
Escóndanse Vds. detrás de esas ramas, pues
vendrá a buscarme a este sitio. (Se esconden
las dos.)
|
Escena XI
|
|
MISTRIS TEACHUM,
LADY ARABELA.
|
LADY
ARABELA.- ¿Supongo, señora maestra, que
Cecilia estará ya pronta para venir conmigo?
|
MISTRIS
TEACHUM.- Así lo creo, señora, pues
nunca se olvida —152→
de sus obligaciones, y la de complacer a V. es para ella muy
satisfactoria. En verdad que es muy acreedora a los desvelos con
que V. procura labrar su felicidad; pero esta dicha no la consiguen
todos los que la merecen.
|
LADY
ARABELA.- Según esta última
reflexión, y por lo que denota su semblante de V. conozco
que tiene alguna pesadumbre.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Sí, señora, pues no todos los
parientes tienen la misma generosidad y grandeza de espíritu
que V., y por lo mismo suele una presenciar a veces cosas que la
causan aflicción.
|
LADY
ARABELA.- No dudo que su destino de V. la
ofrecerá escenas singulares.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Cuando V. llegó, Milady, estaba
considerando la suerte de una de mis educandas, que está a
pique de quedar en la última miseria, pues teme que la
abandone de todo punto una tía suya muy rica, que hace
algunos años estaba encargada de su educación.
|
—153→
|
LADY
ARABELA.- ¿Y qué motivos la ha dado esa
muchacha? ¿Se ha portado mal con su tía, o ha
cometido algún grave delito, por el cual haya incurrido en
la indignación de su protectora?
|
MISTRIS
TEACHUM.- Nada de eso, Milady; antes bien es de las
más modestas, aplicadas y virtuosas de esta casa.
|
LADY
ARABELA.- ¿Y qué? ¿Tiene valor
para desamparar a esa criatura sin motivo alguno? Es cierto que en
la actualidad se ven cosas que horrorizan. No hay más
arbitrio que irse a vivir a un desierto, si es que una quiere no
presenciar tantos procederes contrarios al honor y a la virtud como
a cada paso se están viendo. Si a lo menos pudiera
cohonestar esa mujer su inhumanidad con algún pretexto
aparente...
|
MISTRIS
TEACHUM.- En mi dictamen no hay ninguno, señora
y creo que V. será de mi opinión. Todo el delito de
la chica se reduce a haber mantenido secreta correspondencia con su
madre, que es una infeliz desvalida, a quien no pueden
—154→
ver los demás parientes. Lejos de hallar culpa en
esto, le confieso a V. que se me saltaron las lagrimas, cuando supe
que estaba manteniendo a su madre con el producto de los bordados y
dibujos que trabajaba en horas intempestivas.
|
LADY
ARABELA.- Parecen rasgos de novela los que V. me
refiere, y la estimaré que a esa niña tan apreciable
la entregue de mi parte un poco de dinero que remitiré a V.,
a fin de que a lo menos entre sus desgracias no tenga el
desconsuelo de carecer de medios con que cumplir una
obligación tan sagrada.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Doy a V. mil gracias por su generosidad,
Milady, pero no puedo aceptarla, porque a mi pupila no le hace
falta cosa alguna. Su tía la surte abundantemente de cuanto
necesita, y más le daría si le pidiese; mas no lo
hace por no descubrir un secreto que pudiera tener tan fatales
resultas.
|
LADY
ARABELA.- Siendo una muchacha tan estimable como V. la
pinta, no me parece difícil que V. persuadiese
—155→
a su parienta. ¿No ha dado V. al efecto algunos
pasos?
|
MISTRIS
TEACHUM.- No me he atrevido a hacerlo porque es una
señora que frecuenta las concurrencias más lucidas, y
hay pocas ocasiones de verla, como sería preciso para
aprovechar una favorable.
|
LADY
ARABELA.- De ese modo es más probable que yo la
conozca, y si V. creyera que mi influencia pudiese contribuir a
reducirla a la razón, lo haría con el mayor
gusto.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Para eso fuera necesario importunar a V. con
la prolija relación de los motivos que han ocasionado sus
desavenencias.
|
LADY
ARABELA.- Me parece que estoy hecha cargo de todo. Se
trata de olvidar resentimientos antiguos, sean los que fueren, por
consideración a las virtudes de una hija y al estado infeliz
de su madre: ¿no es esto?
|
MISTRIS
TEACHUM.- Eso es exactamente: no es posible comprender
—156→
más bien, ni explicar mejor en cuatro palabras la
sustancia del caso.
|
LADY
ARABELA.- No, en esa parte puedo alabarme de que tengo
naturalmente y sin haber hecho grandes estudios, suma facilidad en
enterarme de cualquier negocio, y en exponer con claridad mis
ideas. Soy además muy buena mediadora, y quiero que V.
juzgue por sí misma de mi habilidad para esta clase de
asuntos; así no falta otra cosa sino que V. me designe la
señora con quien tengo que entenderme.
|
MISTRIS
TEACHUM.- No quisiera que olvidase V. ninguna
razón, ninguno de los argumentos que puedan hacerla
fuerza.
|
LADY
ARABELA.- No hay que dar cuidado: dígame V. su
nombre, y verá V. si soy elocuente.
|
MISTRIS
TEACHUM.- Así lo haré, Milady, pues nada
me parece que aventuro en ello.
|
Escena XII
|
|
Las mismas; CECILIA y LADY HAMILTON, que se echa a los pies
de LADY
ARABELA.
|
LADY
ARABELA.- ¡Cielos! ¿Qué miro?
¿Es ilusión o realidad?
|
LADY
HAMILTON.- No es ilusión, Milady; dejé
correr la noticia de mi muerte para aplacar vuestro enojo y
asegurar mi sosiego. Si en esto os he ofendido...
|
CECILIA.- ¡Oh, querida tía!
Dígnese V. recordar en favor nuestro los sentimientos
generosos de vuestro corazón.
|
LADY
ARABELA.- ¿Y cómo he de poder olvidar al
ver a tu madre, que sus caprichos y sus gastos descabellados fueron
causa de la ruina y muerte de un hermano que amaba con tanto
extremo?
|
—158→
|
MISTRIS
TEACHUM.- Dignaos, Milady, no omitir ninguno de los
argumentos y razones correspondientes al papel de mediadora,
según lo prometisteis.
|
LADY
ARABELA.- Bien pudiera darme por ofendida,
señora, del ardid de que os habéis valido, si no
conociese que lo habéis hecho confiada en la generosidad de
mi carácter. Para justificar la opinión que de
mí habéis formado, desde ahora doy mi palabra, de que
la madre de Cecilia nada tiene que temer por lo pasado, ni
tendrá que desear en lo futuro, pues de mi cargo queda
asegurarla medios con que vivir como corresponde a su calidad.
|
CECILIA.- ¡Tantas bondades, señora!
El gozo me tiene fuera de mí.
|
LADY
HAMILTON.- Yo estoy tiernamente reconocida a vuestros
beneficios; pero, creed Milady, que ninguna culpa tuve de las
desgracias de mi esposo. ¿Qué mujer hay en el mundo,
a quien no pueda hacerse cargo de poco económica, cuando
—159→
cuenta con inmensos caudales que de repente le arrebata un
contratiempo?
|
LADY
ARABELA.- Una sincera reconciliación no admite
explicaciones sobre lo pasado. No se hable de eso más, y sea
Cecilia el vínculo que la afiance y la haga duradera, pues
las jóvenes virtuosas y aplicadas son la ventura y el
consuelo de sus familias. (Las abraza y cae el
telón.)
|