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ArribaFenómeno IV

El fin del Anticristo.


321. Haya de ser el Anticristo que esperamos un hombre individuo o persona singular, o haya de ser un cuerpo moral compuesto de muchos individuos (como lo acabamos de proponer al examen y juicio de los inteligentes) lo que hace inmediatamente a nuestro asunto principal, es la observación de su fin. Esta observación exacta y fiel, nos es absolutamente necesaria para entender bien, o a lo menos para poder mirar más de cerca, con más atención, y con nuestros propios ojos, muchísimas profecías, que podemos llamar innumerables, cubiertas siglos ha con cierto velo sagrado, que ya podemos alzar seguramente.

322. No perdamos el tiempo inútilmente en averiguar qué especie de muerte, o qué fin ha de tener esta persona o este cuerpo moral. Los autores mismos no están de acuerdo. Los más nos aseguran (no se sabe sobre qué fundamento) que el ángel o arcángel San Miguel bajará del cielo con todos los ejércitos, que son del cielo, y los matará, por orden de Dios, a él y a todos sus secuaces. Lo que aquí se dice expresamente de Cristo mismo, del Rey de los reyes, del Verbo de Dios, se lo aplican con mucho valor673 (dice un intérprete acreditado) a San Miguel, mirando sin duda, por la vida de su sistema, que sin este violento remedio infaliblemente perece, como veremos más adelante. Otros creyendo o sospechando, que aquel príncipe Gog de que habla Ezequiel, es el Anticristo mismo,   —398→   le dan por consiguiente el mismo fin que dice la profecía: Y le juzgaré con peste, y con sangre, y con lluvia impetuosa, y con grandes piedras: fuego y azufre lloveré sobre él, y sobre su ejército, y sobre los muchos pueblos que están con él674. Otros, citando a Santo Tomás, que verosímilmente lo tomó de otros más antiguos, sin tomar partido por ellos, refieren el fin de su Anticristo con circunstancias más individuales. Ved aquí en breve toda la historia, que por ser tan interesante, y tan curiosa, no es bien omitirla del todo.

323. No contento el vilísimo judío con toda aquella grandeza, felicidad y gloria a que se ve elevado; no contento de verse tan superior a todos los héroes de la fábula y de la historia; no contento con verse mayor sin comparación que Nabuco, Alejandro, que César, que Augusto, etc.; no satisfecho con su monarquía universal, ni con los honores divinos que le tributan todos los pueblos, tribus y lenguas, viendo que por acá ya no hay otra cosa a que aspirar, entrará finalmente en él gran pensamiento de subir al cielo, sin duda para imitar la ascensión de Cristo, así como imitó su resurrección. Para esto acompañado de su pseudoprofeta, y a vista de innumerables gentes que habrán concurrido a aquella solemnidad, subirá hasta lo más alto del monte Olivete, y puestos los pies en el mismo lugar en que los puso Cristo, empezará a levantarse por el aire, cabalgando sobre su ángel de guarda Satanás, y sobre todas las legiones del infierno. A poca distancia de la tierra, y tal vez antes que alguna nube pueda ocultarlo, se encontrará a deshora con otras legiones más numerosas, que bajarán del cielo a impedirle el paso: San Miguel y sus ángeles traban batalla con Satanás y los suyos; ya vencidos estos, y puestos en fuga, queda en el aire nuestro gran monarca, abandonado a su peso natural.   —399→   ¿Qué ha de hacer, sino empezar al punto a bajar con mayor ligereza de aquella con que subió? La tierra, que ya se creía libre de la dominación del hombre de pecado, viendo que vuelve a ella con tanta prisa, abre su boca antes que llegue, y le dará paso franco para el infierno.

324. La historia es ciertamente bien singular. Yo dudo mucho, y aun me parece increíble, que el angélico doctor, a quien se cita, hablase aquí de propia sentencia, y no de sentencia de otros, como lo hace comúnmente en su brevísimo comentario. El fundamento de toda esta historia es el capítulo XI de Daniel, en donde nos hacen observar estas palabras, que son las últimas: Y sentará su tienda real entre los mares, sobre el noble y santo monte y llegará hasta la cima de él, y nadie le dará auxilio675. Si pedimos ahora que nos digan formalmente de quien se habla en este lugar, nos responden comúnmente los doctores, que aunque en sentido literal parece que habla del rey Antioco; mas en sentido alegórico se habla del Anticristo como antitipo de Antioco, que solo fue tipo. Y esto, ¿cómo se prueba? No se sabe. Y aunque se permitiese o se concediese que aquí se habla en figura del Anticristo, ¿dónde están en el texto, ni en todo el capítulo el monte Olivete, ni los diablos, ni la subida al cielo, ni la bajada al infierno, etc.? Todo esto es preciso que se supla de gracia, o que el sentido alegórico mal entendido supla por todo.

325. Mas dejando estas cosas, en que no tenemos interés alguno, convirtamos nuestra atención al examen quieto, y atento de un solo punto, que es el que únicamente nos interesa. Se pregunta: el fin del Anticristo, sea como fuere, ¿sucederá con la venida misma de Cristo en gloria y majestad, que creemos y esperamos todos los Cristianos o no? La Escritura Divina dice que sí; y lo dice tantas veces, y con tanta claridad, que es de maravillarse,   —400→   como ha podido caber sobre esto alguna duda. Con todo eso, los intérpretes de la Escritura Divina (unos resueltamente y con presencia de ánimo, otros modestamente y con miedo) dicen o suponen que no. Se exceptúan de esta regla general muchos varones eclesiásticos y mártires, o un considerabilísimo número (expresiones de San Jerónimo) de los cuatro primeros siglos de la Iglesia, los cuales se desprecian días ha por los doctores peripatéticos; porque fueron Milenarios, o favorecieron de algún modo éste que llaman error, sueño, delirio o extravagancia. El fundamento de estos antiguos es cierto que no fue, ni pudo ser su propia imaginación, sino la Escritura misma, como lo es evidentemente. El fundamento de los contrarios, ni es la Escritura Divina, ni lo puede ser; ya porque la Escritura no se puede oponer a sí misma, siendo su autor el mismo Espíritu de verdad; ya porque no producen a su favor ningún lugar de la Escritura misma, lo cual es una prueba evidente de que no lo hay; pues si lo hubiera, así como parece imposible que no lo produjesen, porque se les ocultase, parece mucho más imposible que no lo produjesen como un triunfo. Tampoco puede ser alguna tradición apostólica, cierta, constante, segura, uniforme, universal y declarada por la Iglesia (que son las condiciones necesarias para una verdadera tradición); porque ésta ni la hay, ni la puede haber. Tradición verdadera de algunas cosas que no constan claramente de la Escritura, la puede haber y la hay; mas de cosas contrarias y contradictorias a las que constan claramente de la misma Escritura, repugna absolutamente, y será imposible señalar alguna. No obstante, un teólogo moderno, tocando el punto de Milenarios solo en general, y con una suma brevedad, se atreve a pronunciar esta sentencia en tono definitivo: La verdad opuesta se ha conservado siempre en la Iglesia romana con las demás tradiciones divinas676. Si ésta que llama verdad, la ha conservado   —401→   siempre la Iglesia romana con todas las otras tradiciones divinas; luego ésta es una tradición divina; luego es una verdad de fe, así como lo son todas las otras tradiciones divinas; luego todas las otras tradiciones divinas son unas verdades de fe, así como lo es ésta; luego ni ésta tiene más firmeza que aquellas, ni aquellas más que ésta; luego, etc. ¡Qué consecuencias! Con razón se queja Monseñor Bosuet de aquellos doctores, que no tienen el menor embarazo en llamar las conjeturas de los padres verdaderas tradiciones y artículos de fe677.

326. Entremos, a observar este fenómeno realmente importantísimo, con toda la atención y exactitud posible, mirando bien y pesando en fiel balanza lo que hay por una parte y por otra; y pues nadie, nos da prisa, vamos despacio.

Parábola

Párrafo I

327. En cierta ciudad principal, como nos lo aseguran testigos fidedignos, se excitó los años pasados una célebre controversia. La cuestión era: «si el papa Pío VI había ido verdaderamente en su propia persona a la corte de Viena y pasado por esa misma ciudad. Lo que al principio pareció una mera diversión, o una de aquellas sutilezas de escuela, que en otros tiempos fueron tan del gusto de los hombres ociosos, se vio pasar en pocos días aun empeño formal y declarado. Los que estaban por la parte afirmativa (que a los principios eran los más) no alegaban otra razón a su favor, que el testimonio de sus ojos, y de sus oídos: pareciéndoles, que en una cuestión de hecho, y no de derecho, no podía haber otra razón más eficaz, ni más conveniente, ni más decisiva.»

328. Esta razón, lejos de convencer a los contrarios, era recibida con sumo desprecio, y tratada de insuficiente, de   —402→   débil, y también de grosera; y por eso indigna de un hombre racional. Decían, y en esto insistían, que el testimonio de los sentidos, no siempre es seguro: que puede fácilmente engañar aun a los más cuerdos, pues tantas veces los ha engañado, que el ángel San Rafael no era hombre, y por hombre lo tuvo el Santo Tobías, que Cristo no era fantasma, y por fantasma lo tuvieron sus discípulos cuando lo vieron andar sobre las aguas en el mar de Galilea, que el mismo Cristo no era hortelano, y por hortelano lo tuvo su Santa discípula María Magdalena; de estos ejemplares citaban muchísimos con facilidad.

329. Es verdad, añadían, que el viaje de Pío VI a la corte de Viena, fue un suceso tan público y ruidoso, que no lo ignoraron los ciegos, ni los sordos: aquellos porque lo oyeron, estos porque lo vieron. Es verdad que muchísimas ciudades de Alemania y de Italia, y entre ellas la nuestra, lo recibieron con públicas aclamaciones, le hincaron la rodilla, y recibieron su bendición. Muchas personas eclesiásticas y seculares, le besaron el pie, lo adoraron como a vicario de Jesucristo, le hablaron y oyeron su voz. También es verdad que los avisos públicos, y las cartas de los particulares, casi no hablaban de otra cosa, etc.; mas todo esto ¿qué importa (proseguían diciendo) todo esto ¿qué prueba? ¿No pudo haber sido todo esto una apariencia? ¿No pudo muy bien haber sucedido, que esa persona que todos vieron, y que a todos pareció la persona misma del Papa, no lo fuese en la realidad? Pues en efecto, concluían, así fue. Pareció a todos la persona misma del Papa; mas todos se alucinaron, y se engañaron; porque no era sino un ministro suyo, un príncipe de su corte, revestido de su autoridad, de sus ornamentos, y aun de su propia figura. Era el papa Pío VI en cierto sentido; mas en otro sentido no lo era. Era el Papa figurada y simbólicamente mas no lo era física y realmente. Era el Papa en virtud; mas no lo era en persona.

330. Preguntados estos doctores con qué razón, y sobre qué fundamento se atrevían a avanzar una especie tan   —403→   extraña contra el testimonio de los ojos del mundo, y aun de los suyos propios, no se les pudo por entonces sacar otra respuesta, sino esta sola: ¿qué necesidad hay de que el Papa mismo se mueva de Roma, y haga un viaje tan dilatado, cuando le están fácil el tratar y concluir cualquier negocio, por grave que sea, por medio de algún ministro suyo, de algún nuncio o enviado extraordinario; dándole su autoridad y plenipotencia? Aunque realmente no se les oía otra respuesta por más que se desease y se les pidiese; mas después se ha sabido con plena certidumbre la verdadera y única razón que los movía, que era   —...→   ; pero dejémosla por ahora oculta hasta que ella se revele por sí misma. Por abreviar: el efecto de esta gran disputa, fue, que habiéndose sabido que algunos doctores de gran fama favorecían de algún modo la parte negativa, esto bastó para que poco a poco y casi insensiblemente fuese prevaleciendo esta opinión; y se fue mirando la parte afirmativa como una estulticia, como una necedad, como grosería, como un error, como un sueño. De modo que ya hoy día apenas se halla en dicha ciudad quien no tenga por una verdadera fábula el viaje del papa Pío VI en su propia persona a la corte de Viena.

Aplicación

Párrafo II

331. Un escritor antiguo, y de grande autoridad entre los Cristianos, refiere prolijamente con todas sus circunstancias, las más individuales, un suceso de que él mismo fue testigo ocular. Este escritor célebre es aquel mismo, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios, y testimonio de Jesucristo, de todas las cosas que vio678. Su relación es como se sigue. Concluidos los 42 meses que debe durar la tribulación horrible, cual no fue desde el   —404→   principio del mundo hasta ahora, ni será679 de la cual tribulación se ha hablado tanto desde el capítulo XIII del Apocalipsis, se seguirá luego inmediatamente lo que acabo de ver.

332. Vi el cielo abierto, y lo primero que vi fue un caballo blanco, sobre el cual venía sentado un personaje admirable, que tiene el nombre o por nombre, el Fiel, el Veraz, el que juzga y castiga con justicia. Sus ojos llenos de indignación parecían dos llamas de fuego, y su cabeza se veía adornada, no con una sola, sino con muchas coronas. Tenía otro nombre escrito, que ninguno es capaz de comprender plenamente su significado, sino él solo. Su vestido se veía todo teñido en sangre, y su propio nombre con que debe ser llamado y conocido de todos, es el Verbo de Dios680. Seguían a este personaje admirable todos los ejércitos del cielo, sentados asimismo en caballos blancos, y vestidos de lino blanco y limpio. De su boca salía una espada terrible de dos filos, para herir con ella a las gentes. Él es el que las ha de juzgar y gobernar con vara de hierro, y él mismo es el que ha de calcar el lagar del vino del furor, y de la ira de Dios omnipotente. En suma, en el vestido o manto real de este mismo personaje admirable, se leían claras, y en varias partes, estas palabras: Rey de reyes y Señor de señores681.

333. Puesto en marcha este grande ejército, vi un ángel en el sol, el cual a grandes voces convidaba a todas las aves del cielo: venid, les decía, y congregaos a la grande cena que os prepara el Señor. Comeréis las carnes de los reyes, de los capitanes, de los soldados, de los caballos y caballeros, de libres y esclavos, de grandes y pequeños. En esto vi que aparecía por otra parte la bestia de siete cabezas, y con ella o en ella, los reyes de la tierra con todos   —405→   sus ejércitos, que tenían congregados para hacer guerra al Rey de los reyes. La función se decidió desde el primer encuentro. La bestia fue presa en primer lugar, y con ella el pseudoprofeta, o la segunda bestia de dos cuernos, que era la que hacía los milagros, y la que había seducido a los habitantes de la tierra, haciéndoles tomar el carácter de la primera bestia, o declararse por ella. Estas dos bestias, y todo lo que en ellas se comprende, fueron arrojadas vivas en un grande estanque de fuego, que arde y se alimenta con azufre. La demás muchedumbre fue muerta con la espada del Rey de los reyes, que salía de su boca, y todas las aves se hartaron este día con sus carnes. Oigamos a la letra el texto de San Juan, que dice:

Y vi el cielo abierto, y pareció un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Veraz, el cual con justicia juzga y pelea. Y sus ojos eran como llama de fuego, y en su cabeza muchas coronas. Y tenía un nombre escrito, que ninguno ha conocido sino él mismo. Y vestía una ropa teñida en sangre, y su nombre es llamado el Verbo de Dios. Y le seguían las huestes que hay en el cielo, en caballos blancos, vestidos todos de lino finísimo blanco, y limpio. Y salía de su boca una espada de dos filos para herir con ella a las gentes. Y él mismo las regirá con vara de hierro, y él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso. Y tiene en su vestidura, y en su muslo escrito, Rey de reyes y Señor de señores. Y vi un ángel, que estaba en el sol, y clamó en voz alta, diciendo a todas las aves, que volaban por medio del cielo. Venid, y congregaos a la grande cena de Dios: Para comer carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos, y carnes de caballos, y de los que en ellos cabalgan, y carnes de todos, libres, y esclavos, y pequeños, y grandes. Y vi la bestia, y los reyes de la tierra, y las huestes de ellos congregadas para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo, y con su hueste. Y fue presa la bestia, y con ella el falso profeta: que hizo en su presencia las señales con   —406→   que había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y adoraron su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos en un estanque de fuego ardiendo, y de azufre; y los otros murieron con la espada, que sale de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos682.

334. Sobre esta relación, que todos tenemos por indubitable, se excitó muchos días ha una disputa muy semejante a la pasada, y parece cierto que ha producido el mismo efecto. En los primeros siglos de la Iglesia se pensaba, y creía buenamente, lo primero: que la persona admirable de que aquí se habla no era, no podía ser otra que el mismo Jesucristo Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen, en su propia persona y majestad. Se pensaba y creía lo segundo: que toda esta visión tan magnífica, representada   —407→   con tantos símbolos y figuras admirables, era una profecía clara, era una pintura vivísima, era una descripción exacta y circunstanciada de la venida del cielo a la tierra, del mismo Jesucristo, la cual venida en su propia persona, y en suma gloria y majestad, nos predican todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, y tenemos expresa en nuestro símbolo de la fe. Se pensaba y creía lo tercero: que viniendo aquel personaje del cielo a la tierra con tanto aparato, y encaminándose todo directa e inmediatamente contra la bestia, y contra el Anticristo, este Anticristo y todo cuanto se comprende debajo de este nombre, debía fenecer en aquel día, y quedar enteramente destruido y aniquilado con la venida del Señor; por consiguiente, que la venida misma del Señor, había de ser la ruina y el fin del Anticristo.

335. La razón y fundamento para todo esto, parecía entonces evidente y clarísimo. Fuera de la persona adorable del Hombre-Dios, decían entonces, no hay, ni puede haber en el cielo, ni en la tierra, persona alguna a quien puedan competir los nombres o títulos que se dan a esta persona, ni las señales y circunstancias tan particulares con que se describe su venida y su expedición. Los nombres o títulos son: el Fiel por esencia: el Veraz, el que juzga y pelea con justicia, el Verbo de Dios, el Rey de los reyes, el Señor de los señores. Las otras señales y circunstancias, son las muchas coronas que trae en la cabeza su vestido rociado con sangre, como se ve el mismo Cristo en el capítulo LXIII de Isaías, a donde alude visiblemente todo este paso del Apocalipsis: ¿Pues por qué (pregunta el mismo Isaías) es bermejo tu vestido, y tus ropas como las de los que pisan en un layar683? Sus ojos como dos llamas de fuego, del mismo modo que se describe el mismo Cristo en el capítulo primero del Apocalipsis684. La espada de dos filos en su boca, como también se describe en el   —408→   mismo capítulo primero685. El ser esta persona misma la que ha de regir y gobernar a las gentes, con vara de hierro, como se lo promete su divino Padre en el salmo II: los gobernarás con vara de hierro, y como a vaso de alfarerq los quebrantarás686. El ser esta persona la que ha de calcar metafóricamente el lagar metafórico del vino de la ira e indignación de Dios Omnipotente, como lo dice el mismo Cristo: El lagar pisé yo solo,... los pisé en mi furor, y los rehollé en mi ira; y se salpicaron con su sangre mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, el año de mi redención ha venido687.

336. No obstante todos estos nombres, y todas estas circunstancias tan claras, tan individuales, tan propias y peculiares de sola la persona de Cristo, y tan ajenas, tan distantes de cualquiera otra pura criatura; no obstante de hallarse todas estas expresiones, o las más de ellas en otros muchos lugares de la Escritura, en los cuales por confesión expresa de todos los doctores, se habla ciertamente de Cristo; mas llegando a este capítulo XIX del Apocalipsis se nota en ellos, no sé que grande novedad. Como si viesen ya de cerca un escollo inminente, y un próximo peligro, se les ve aferrar velas con suma prisa, y como en un grande alboroto, turbación y temor. No hay duda que su temor es justo y bien fundado. El escollo aunque desde alguna distancia es casi imperceptible a los ojos más linces; mas en la realidad es un verdadero escollo, y de pésimas consecuencias. Es necesario evitarlo del modo posible, cueste lo que costare, o perecer en él. No tardaré mucho en explicarme más.

337. Llegando pues a este lugar del Apocalipsis, nos   —409→   dicen y aseguran resueltamente (¿y qué otra cosa les es posible en su sistema?): que no se habla aquí de la venida de Cristo en gloria y majestad, que todos creemos como un artículo de fe, por consiguiente, que el personaje admirable que viene sentado sobre un caballo blanco con una espada de dos filos en la boca, con muchísimas coronas en la cabeza, con... aunque es un símbolo propio de Jesucristo, mas no es Jesucristo mismo, y si lo es, solamente lo es en su virtud, en su potestad, no en su persona688. Quieren decir, según todo lo que yo puedo comprender, que por todos estos símbolos y figuras se representan admirablemente toda la virtud, la grandeza, la omnipotencia de Cristo mismo, el cual envía al arcángel San Miguel, como archistratego689 suyo, con todos los ejércitos que hay en el cielo, para que mate al Anticristo, y destruya enteramente su imperio universal.

338. Ahora, si yo o cualquiera otro asombrados de una expresión tan ingeniosa, les pedimos con toda cortesía que nos den alguna buena razón, que nos muestren algún fundamento positivo para persuadirnos, que el sol que luce a medio día no es el sol mismo, sino un planeta suyo que él ha enviado en su lugar revestido de todos sus resplandores, etc., nos quedamos más asombrados de ver que unos se hacen sordos del todo a nuestra petición, otros (dudo que sean muchos) no queriendo parecer tan desatentos, responden dos palabras, como personas que van muy de prisa, y no pueden detenerse en cosas de tan poco interés. ¿Qué necesidad tiene (dice un autor de los más advertidos y juiciosos, en nombre de todos) qué necesidad tiene el Señor de cielo y tierra de moverse de su lugar para combatir contra unos hombrecillos, a quienes con la menor insinuación puede arruinar y aniquilar, y echar por tierra millaradas de ellos en solo un momento por medio del menor   —410→   de los ángeles690? Veis aquí, amigo, con toda claridad aquella misma razón, y aquel único fundamento con que negaban los doctores de nuestra parábola el viaje del papa Pío VI a la corte de Viena (página 401). No nos detengamos ahora en ponderar la fuerza invencible de esta razón, que por sí misma se manifiesta. Tal vez no se alega otra, porque ella sola basta y sobra; y verdaderamente basta y sobra para combatir cualquiera verdad por clara que sea. ¿Qué necesidad había de que el Hijo unigénito de Dios se hiciese hombre, ni de que el Hombre-Dios muriese desnudo en una cruz, cuando se podía remediar el linaje humano por otra vía más suave? ¿Qué necesidad había de que Cristo fuese en persona a resucitar a Lázaro hallándose actualmente tan lejos de Bethania, a la otra ribera del Jordán... en donde primero estaba bautizando Juan...691 cuando esto lo podía haber hecho con una palabra, o con un acto de su voluntad? ¿Ni qué necesidad puede haber de que el mismo Cristo envíe desde el cielo a San Miguel con todos los ejércitos del cielo, para combatir contra unos hombrecillos, a quienes con la menor insinuación puede arruinar y aniquilar? Si hay necesidad o no, es claro que esto no toca al hombre enfermo, escaso y limitado, por docto que sea.

339. Yo estoy muy lejos de creer, ni me parece creíble que por esta sola razón nieguen los doctores que sea Jesucristo mismo en su propia persona, el personaje sacrosanto de que vamos hablando. Parece imposible que no tengan otra razón oculta, la cual por justos motivos no pueden declarar. Si alguna vez es lícito juzgar de las intenciones del prójimo, en esta ocasión lo podemos hacer sin escrúpulo alguno; así por ser claras y palpables, como por ser inocentes   —411→   y justas, atendidas las circunstancias, de lo cual no dudamos. Otra razón, pues, hay que es la verdadera y la única; pero pide una gran circunspección. ¿Cuál es ésta? Que su sistema general sobre la segunda venida del Mesías, en que han tomado partido (por las razones que se irán viendo en adelante) y en qué han procurado explicar todas las Escrituras, cae al punto, se desvanece, se aniquila, solo con este lugar del Apocalipsis, solo con admitir y confesar, como parece necesario, que se habla en él de la persona de Jesucristo, y de su venida que esperamos en gloria y majestad. Vedlo claro.

340. Si una vez se concede que aquel personaje admirable, que baja del cielo a la tierra con tanta gloria y majestad, es el mismo Jesucristo en su propia persona, es necesario conceder, que allí se habla ya de su venida segunda, que creemos y esperamos todos los cristianos, como un artículo esencial de nuestra religión. Solo se han creído, se creen y se creerán dos venidas del mismo Señor Jesucristo, de las cuales todas las Escrituras dan claros testimonios: una que ya sucedió, otra que infaliblemente debe suceder. Digo esto, no al aire y fuera de propósito, sino porque sé que muchos doctores (aun sin contar a Adriano y Berruyer) admiten y suponen muchas otras venidas del Señor en gloria y majestad, aunque ocultas (lo cual me parece una verdadera implicación in terminis) y con estas venidas ocultas que suponen, pretenden explicar no pocos lugares de los Profetas y aun de los Evangelios; pero lo cierto es, que todo se avanza libremente, solo por huir la dificultad, y salvar de algún modo el sistema. En suma: ni las Escrituras, ni la Santa Madre Iglesia nos enseñan más que dos únicas venidas del mismo Hijo de Dios; y cualquiera otra cosa que sobre esto se avance, lo podemos, y aun debemos despreciar, no solamente como mal fundado, sino como falso y perjudicial, pues con estas suposiciones arbitrarias, se cubren las Escrituras con nuevos velos, y se oculta más la verdad. Prosigamos.

341. Si se concede que el personaje sacrosanto de que   —412→   hablamos es Jesucristo en su propia persona, y que se habla ya de su segunda venida en gloria y majestad, parece imposible (piénsese como se pensare) parece imposible separar un momento el fin del Anticristo, de la venida de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad. ¡Por qué? Porque así el personaje sacrosanto, como todos los ejércitos celestiales que lo siguen; como la espada de dos filos que trae en su boca; como, en suma, todo aquel grande y magnífico aparato, se ve en el texto sagrado, encaminarse todo directa e inmediatamente contra la bestia, contra el Anticristo, contra los reyes de la tierra, contra todos sus ejércitos congregados para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo, y como se dice en el salmo II: Asistieron los reyes de la tierra, y se mancomunaron los príncipes contra el Señor, y contra su Cristo. Se ve en el texto sagrado, que toda la bestia, todo el Anticristo, todos los reyes que lleva en la cabeza, con todos sus ejércitos, serán en aquel día destruidos enteramente, y abandonada toda aquella multitud inmensa de cadáveres a todas las aves del cielo, ya congregadas a la grande cena de Dios.

342. Ahora, pues, si todo esto se concede: si por consiguiente no se separa el fin del Anticristo, y de todo su misterio de iniquidad, de la venida de Cristo en gloria y majestad: ¿qué se sigue? ¡O qué consecuencia tan importuna y tan terrible! Se sigue evidentemente según todas las reglas de la sana lógica, así antigua como moderna, que todas aquellas cosas particulares, y no ordinarias, que están anunciadas claramente en las Escrituras para después del Anticristo (las cuales confiesan todos los doctores, confesando al mismo tiempo y del mismo modo que piden tiempo y no poco para verificarse cómodamente): estas cosas, digo, que deben verificarse después de destruido y aniquilado el Anticristo, deberán igualmente verificarse después de la venida del Señor Jesucristo en gloria y majestad. Mas claro: aquel no pequeño espacio de tiempo que todos los doctores se ven precisados a conceder después de destruido   —413→   el Anticristo, lo deberán conceder después de la venida de Cristo en gloria y majestad, y con esto solo, adiós sistema.

343. Para evitar el terrible golpe de una consecuencia tan clara o tan oportuna, ¿qué remedio? Difícilmente se hallará otro más oportuno, ni más ingenioso, ni más eficaz que el que vamos ahora considerando, esto es: negar resueltamente que se hable en este lugar de la venida de Cristo que esperamos, en su propia persona, concediéndola liberalmente en su virtud o en su potestad. Sustituir en lugar de la persona de Cristo al príncipe San Miguel (el cual como se dice en Daniel, es uno de los primeros príncipes692, no el primero de todos). Sustituir, digo, a este gran príncipe, sin otro fundamento que suponerlo así, es prepararse para hacer lo mismo sin misericordia, con cualquiera otro lugar de la Escritura que hable con la misma o mayor claridad, y que se atreva a unir el fin del Anticristo con la venida del Señor en gloria y majestad. De estos lugares hablaremos de propósito en el párrafo IV. Ahora nos es necesario e indispensable asegurarnos primero de este grande espacio de tiempo, que debe haber después del Anticristo.

Se establece con el consentimiento unánime de todos los doctores un espacio de tiempo después del Anticristo.

Párrafo III

344. No hay intérprete alguno, que yo sepa, que no admita como cierto e indubitable un espacio de tiempo pequeño o grande, determinado o indeterminado, después del Anticristo. La Divina Escritura se explica sobre esto con tanta claridad, que no deja lugar a otra interpretación. Es verdad que muchas cosas (mejor diremos casi todas) de las que están anunciadas para este tiempo, se procuran disimular y aun encubrir por varios de ellos con el mayor empeño, acomodando las que lo permiten, ya a la Iglesia presente en el sentido alegórico, ya al cielo en sentido anagógico, ya a   —414→   cualquiera alma santa en sentido místico, y omitiendo del todo las que no se dejan acomodar, que no son pocas, ni de poca consideración. No es mi ánimo examinar por ahora, ni aun siquiera apuntar todo lo que hay en las Escrituras reservado visiblemente para después del Anticristo. Estas cosas, o muchas de ellas, tendrán en adelante su propio lugar. Para mi propósito actual me bastan aquellas pocas, que son concedidas de todos, pues por ellas tienen por indubitable dicho espacio de tiempo. Algunos pretenden que este tiempo durará solamente cuarenta y cinco días. Fúndanse en aquellas palabras bien oscuras de Daniel: Y desde el tiempo en que fuere quitado el sacrificio perpetuo, y fuere puesta la abominación para desolación, serán mil doscientos y noventa días. Bienaventurado el que espera, y llega hasta mil trescientos y treinta y cinco días693. El residuo entre uno y otro número son 45. Mas este tiempo les parece a los más poquísimo para los muchos y grandes sucesos que desean colocar en él.

345. El primero de todos es la conversión de los judíos, que tantas veces y de tantas maneras se anuncia en las Escrituras, y que los doctores no hallan donde colocarla que no estorbe, sino después de la muerte del Anticristo. Esta conversión, dicen o deciden, sucederá después que los judíos vean muerto al Anticristo que creían inmortal: después que vean descubiertos y patentes a todo el mundo los embustes y artificios diabólicos de aquel inicuo, que ellos habían recibido y adorado por su Mesías. Con este desengaño avergonzados y confusos, abrirán finalmente los ojos, renunciarán a sus vanas esperanzas, y abrazarán de veras el Cristianismo. Pasemos por alto (y con la mayor paciencia y disimulo que nos sea posible) el modo y circunstancias con que se atreven a referirnos la conversión futura de los judíos, de todo lo cual no se halla el menor vestigio   —415→   en las Escrituras todas. Sin atender por ahora a otra cosa, recibamos lo que aquí nos dan, y contentémonos con el espacio de tiempo que es necesario, lo primero, para que tantos millares de hombres ignorantes y durísimos, entren en verdaderos sentimientos de penitencia. Lo segundo, para que sean instruidos suficientemente en los principios esenciales, y máximas fundamentales de la religión cristiana. Lo tercero y principal, para hallar en aquellos tiempos y circunstancias tantos ministros celosos y hábiles, que puedan instruir, bautizar y arreglar toda aquella infinita muchedumbre. Parece que todo esto requiere tiempo y no poco.

346. Mucho más tiempo será menester, si después de la conversión de los judíos se descubre el arca del Testamento, el tabernáculo y el altar del incienso, que escondió Jeremías en una cueva del monte Nevo, situada en la tierra de Moab, como sabemos de cierto que entonces se ha de descubrir para los fines que Dios solo sabe, y que no ha querido revelarlos. Esta noticia la hallamos expresa en el capítulo II del libro 2 de los Macabeos, que está recibido, y definido por tan canónico, como todas las otras Escrituras. En él se cita un lugar de las descripciones, o de las actas de Jeremías (las cuales se han perdido como algunos otros libros sagrados) y dice así: se hallaba también en aquella escritura, como el Profeta por una orden expresa que recibió de Dios, mandó llevar consigo el tabernáculo y el arca, hasta que llegó al monte, en el que subió Moisés, y vio la heredad del Señor. Y habiendo llegado allí Jeremías, halló en aquel lugar una cueva, y metió en ella el tabernáculo, y el arca, y el altar de los perfumes, y cerró la entrada694. Y habiendo ido después de todo algunos curiosos   —416→   a notar el lugar donde quedaba escondido el precioso depósito, no lo pudieron hallar: lo cual sabido por el Profeta de Dios, los reprendió, y dijo: que será desconocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés695, etc. Todo lo cual, no habiéndose verificado jamás, es necesario que se verifique algún día, el cual debe ser el mismo que señala la profecía: esto es, cuando reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio.

347. Sobre este lugar dicen muchos doctores, aunque con voz muy baja, casi imperceptible, que todo esto se verificó ya en tiempo de Nehemias, como consta del capítulo I del mismo libro de los Macabeos. Mas leído todo este capítulo, hallamos otra cosa infinitamente diversa. En él se habla únicamente del fuego del templo que escondieron algunos píos sacerdotes en un pozo vecino, lo cual conservado por tradición de padres a hijos hasta el tiempo de Nehemias, esto es, por espacio de 150 años poco más o menos. Envió el mismo Nehemias a los descendientes de dichos sacerdotes a que buscasen el pozo, y sacasen fuera lo que hallasen en él: no hallaron el fuego, sino una agua crasa696; con la cual agua hizo rociar el sacrificio, y la leña que estaba preparada; y sin otra diligencia se encendió la leña, y se consumió el sacrificio, y todos se maravillaron. Mas esto, ¿qué conexión tiene con lo que se dice en el capítulo II? ¿Es lo mismo el fuego que escondieron los sacerdotes en un valle vecino, que el tabernáculo, el arca, el altar que llevó Jeremías a la tierra de Moab, a la otra parte del Jordán, y que escondió en una cueva del monte Nevo? ¿Este depósito sagrado se ha descubierto jamás?   —417→   ¿No es cierto que se ha de descubrir alguna vez? ¿Cuándo? Cuando reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio: Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moysés, y así como apareció a Salomón, cuando pidió que el templo fuese santificado para el grande Dios697.

348. Aún será menester mucho más tiempo si después de la muerte del Anticristo se verifica aquella nueva y exactísima repartición de toda la tierra prometida entre todas las tribus de Israel: la cual repartición se halla anunciada con la mayor claridad y precisión en el capítulo último de Ezequiel, y ni se ha verificado hasta ahora, como es por sí conocido, ni es muy creíble que se verifique un suceso tan grande, solo para que dure cuatro días. Acaso se dirá, que esta profecía se verificará en tiempo del Anticristo, cuando éste sea reconocido por Mesías, y ponga en Jerusalén la corte de su imperio universal, mas fuera de lo que queda dicho contra este supuesto Mesías, y contra todo su imperio imaginario, el texto mismo de la profecía con todo su contexto, lo contradice manifiestamente. En el tiempo de dicha repartición de la tierra se suponen todas las tribus recogidas de todas las naciones donde están esparcidas, no por manos de hombres, sino por el brazo omnipotente de Dios vivo; se suponen en estado de confusión, de llanto y de penitencia; se suponen humildes y dóciles a la voz de su Dios, y obedientes a sus mandatos; se suponen bañadas con aquella agua limpia (símbolo claro de la infusión del Espíritu Santo sobre ellas) que se les promete en el capítulo XXXVI del mismo Profeta, desde donde, hasta el fin de la profecía en los 14 capítulos siguientes, se habla ya seguidamente de su vocación a Cristo, y a la dignidad de pueblo de Dios, diciéndoles: os sacaré   —418→   de entre las gentes, y os recogeré de todas las tierras, os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré sobre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vuestras inmundicias. Y os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros..., y moraréis en la tierra que di a vuestros padres, y seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios. Y haréis memoria de vuestros caminos perversos, y de vuestros depravados afectos, y os serán amargos vuestros pecados, y vuestras maldades698. Dejemos estas cosas para su tiempo, pues de esta vocación y conversión de los judíos, comprendidas todas las tribus de Israel debajo de este nombre, tenemos infinito que hablar en todo el fenómeno siguiente, y todavía más adelante.

349. El segundo suceso, que según los doctores, debe verificarse después de la muerte del Anticristo, es el que se halla latísimamente anunciado en los capítulos 38 y 39 de Ezequiel: es a saber, la expedición de Gog, con toda su infinita muchedumbre contra los hijos de Israel; ya establecidos en la tierra de sus padres, y todas las resultas de esta expedición: dije, ya establecidos en la tierra de sus padres, porque así lo hallo expreso en la misma profecía; no una vez sola sino muchas. Al fin de los años, le dice Dios a este Gog, vendrás a la tierra que se ha salvado de la espada, y muchos pueblos (o como leen con más claridad Pagnini, Vatablo y los 70) vendrás a la tierra aniquilada con la espada, trillada con la espada, la que fue derribada por la espada, y se ha recogido de muchos pueblos a los montes de Israel, que estuvieron mucho tiempo desiertos, ésta ha sido sacada de los pueblos   —419→   y morarán todos en ella sin recelo... sobre aquellos que habían sido abandonados y después restablecidos, y sobre el pueblo que ha sido recogido de las gentes, que comenzó a poseer, y ser morador del ombligo de la tierra699. Este Gog, dicen unos, que será el Anticristo mismo (por consiguiente, digo yo, no será una persona singular). Otros dicen que será un príncipe amigo o aliado suyo: otros, que será alguno de sus principales capitanes, el cual vendrá a la tierra de Israel, a vengar la muerte de su soberano. Mas esta venganza ¿sobre quienes vendrá? ¿Sobre los judíos? Éstos son dignos más de lástima, que de castigo; pues han perdido a su Mesías, sin culpa suya, y contra su voluntad: la culpa toda la tiene San Miguel. ¿No será mejor que este príncipe Gog llame otra vez todas las legiones del infierno, y con ellas suba al cielo, presente batalla a San Miguel, lo venza, lo humille, y vengue con esto la muerte del Anticristo?

350. Mas sea de esto lo que fuere, que esto pide observación particular, lo que hace ahora a nuestro propósito es una circunstancia notable que se lee expresa en esta profecía: esto es, que sucedida la muerte de Gog, y la ruina total de toda su infinita muchedumbre en la tierra, y montes de Israel, los judíos, contra quienes habían venido injustísimamente, quedarán ricos con los despojos de este ejército terrible, y una de sus principales riquezas será la leña. Por espacio de siete años, dice la profecía, no tendrán el trabajo de cortar árboles en sus bosques, ni buscar leña por otras partes, porque la tendrán con abundancia solo con las armas del ejército de Gog: Y saldrán los moradores de las ciudades de Israel, y encenderán y quemarán las armas,   —420→   el escudo, y las lanzas, el arco, y las saetas, y los báculos de las manos, y las picas, y los quemarán con fuego siete años. Y no llevarán leña de los campos, ni la cortarán de los bosques, porque quemarán las armas al fuego, y despojarán a aquellos, de quienes habían sido presa, y robarán a los que los habían destruido, dice el Señor Dios700. Según esto, tenemos después del Anticristo, y aun después de Gog, amigo y capitán suyo, vengador de su muerte, un espacio de siete años, cuando menos. Digo cuando menos: porque no es creíble que acabada la leña del ejército de Gog, se acabe con ella también el mundo. De esto parece se hacen cargo no pocos doctores graves con San Jerónimo; los cuales son de parecer, que estos siete años de que habla este profeta, significan indeterminadamente muchos años: lo cual lejos de negarlo, lo aprobamos de buena fe, y lo recibimos con buena voluntad, concluyendo esto mismo, que después de la muerte del Anticristo es preciso conceder un espacio de tiempo bien considerable, que a lo menos no sea más breve que siete años determinados: esto es, de mucho o muchísimo tiempo, según pareciere necesario para colocar en este tiempo, lo que no es posible colocar en otro según las Escrituras.

351. Supuesto esto, en que vemos convenir unánimemente a todos los doctores, de aquí mismo sacaremos una consecuencia (que es la final) terrible y durísima; pero legítima y necesaria, y de fácil demostración. Es ésta. Que este mismo espacio de tiempo, sea cuanto, fuere, que se concede después del Anticristo, se debe conceder después de la venida de Cristo que creemos y esperamos en gloria y majestad. ¿Por qué? Porque estando a toda la divina   —421→   Escritura, y hablando seriamente como pide un asunto tan grave, no hay razón alguna para separar el fin del Anticristo, de la venida de Cristo, pues, la Escritura divina, que es la única luz que debemos seguir en cosas de futuro, no separa jamás estas dos cosas, sino que las une. Esto es lo que ahora debemos observar. No hay que olvidar lo que queda observado en el párrafo antecedente: lo cual parece tan claro, y tan evidente, que aunque no hubiese otro lugar en toda la Escritura, este solo bastaba, si se mirase sin preocupación, y sin empeño declarado. Mas no es solamente el capítulo XIX del Apocalipsis el que une estrechamente el fin del Anticristo con la venida de Cristo; hay fuera de éste, otros muchos lugares, que se explican en el asunto con la misma, o mayor claridad, que los intérpretes mismos cuando llegan a ellos y cuando miran todavía muy distantes, o tal vez, no miran la terrible consecuencia no dejan de reconocerlos. ¡Oh cuánto importaba aquí que nuestro Cristófilo estuviese medianamente versado en la lección de esta especie de libros!

Se examinan los lugares de la escritura enteramente conformes al capítulo XIX del Apocalipsis.

Párrafo IV

352. San Pablo escribiendo a los Tesalonicenses, actualmente alborotados por la voz que se había esparcido entre ellos de que ya instaba el día del Señor, les declara en primer lugar, que aquella era una voz falsa sin fundamento alguno, y no os dejéis seducir de nadie en manera alguna701: porque el día del Señor no vendrá si primero no se verifican dos cosas principalísimas que deben preceder a este día. La primera la apostasía702. La segunda, la revelación o manifestación del hombre de pecado o del Anticristo. De éste, pues, dice en términos formales, que llegado su tiempo el Señor Jesucristo lo matará con el espíritu   —422→   de su boca, y lo destruirá con la ilustración de su venida703. Parece que el punto no podía decidirse con mayor claridad y precisión. Si Jesucristo mismo ha de matar al Anticristo con el espíritu de su boca, si lo ha de destruir con la ilustración de su venida, luego la muerte y destrucción del Anticristo no puede separarse ni mucho ni poco de la venida de Cristo, y si se separa, no lo destruirá Cristo con la ilustración de su venida704. La consecuencia parece buena, y lo fuera en otro cualquier asunto de menos interés; mas en el presente parece imposible que se le dé lugar. ¿Por qué razón? ¿Para qué hemos de repetir la verdadera razón, que está saltando a los ojos?

353. Si Jesucristo mismo destruye al Anticristo con la ilustración de su venida, quién concede un espacio de tiempo después de la destrucción del Anticristo, lo debe conceder forzosamente después de la venida de Cristo. Esto no se puede conceder sin destruir y aniquilar el sistema, luego es necesario una de dos cosas; o que ceda el texto, o que ceda el sistema. Del sistema no hay que pensarlo, luego deberá ceder el texto; y para que ceda con alguna especie de honor, ved aquí lo se ha discurrido.

354. El Apóstol dice, que el Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su venida705: mas esto nos quiere decir que el Señor mismo vendrá en su propia persona a destruir al Anticristo, porque esto no es necesario; sino que lo destruirá sin moverse de su cielo, ya con el espíritu de su boca; esto es, por su orden, ya con la ilustración de su venida; esto es, con la aurora, o crepúsculos del día grande de su venida. Si preguntáis ahora, qué aurora, qué crepúsculos son estos del día del Señor, os responden, que no son otros que la venida gloriosa del arcángel San Miguel con todos los ejércitos que son del cielo;   —423→   el cual matará al Anticristo, y destruirá todo su imperio universal, por orden y mandato expreso del mismo Jesucristo, que lo envía al mundo revestido de toda su autoridad, y de toda su omnipotencia. Lo más admirable es, que como si esta explicación fuese la más natural, la más genuina, y la más clara, como si no quedase otra dificultad alguna, pasan luego algunos doctores graves a hacer sobre esto una reflexión, o ponderación, o no sé como llamarla. Si la aurora, dicen, si los crepúsculos solo del día del Señor han de ser tan luminosos, ¿qué será el día mismo? Es decir. Si la venida al mundo del príncipe San Miguel, que no es más que ministro de Cristo, ha de ser tan terrible contra el Anticristo, y contra todo su imperio universal, ¿qué será el día de la venida del mismo Cristo, cuando él venga del cielo a la tierra con toda su gloria y majestad? ¡Oh, a lo que puede obligar una mala causa, aun a los hombres más sabios y más cuerdos!

355. El segundo lugar que tenemos que examinar con gran cuidado es el capítulo XXIV del Evangelio de San Mateo, en el que hablando el Señor de propósito de la tribulación del Anticristo, la cual será necesario abreviar por amor de los escogidos, etc., concluye así: Y luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes del cielo serán conmovidas: Y entonces parecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces plañirán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad706. De modo, que concluida la tribulación de aquellos días, sucederá inmediatemente todo lo que se sigue: el sol y la luna se oscurecerán, las estrellas   —424→   caerán del cielo (o porque también se oscurecerán, y por esto se perderán de vista como piensan unos; o porque caerán a la tierra muchísimas centellas, o exhalaciones encendidas que parecerán estrellas, como piensan los más con San Agustín y San Jerónimo): las virtudes, o los quicios, o los fundamentos de los cielos se conmoverán, parecerá en el cielo la señal, o el estandarte real del Hijo del Hombre, llorarán a vista de todo esto, todas las tribus de la tierra, y en fin, lo que hace más al caso, verán todos venir en las nubes del cielo al mismo Hijo del Hombre Jesucristo en su propia persona con gran virtud y majestad707, las cuales palabras corresponden perfectamente a aquellas con que empieza el Apocalipsis: He aquí que viene con las nubes, y le verá todo ojo708... Todas estas cosas dice el mismo Señor, que sucederán luego después de la tribulación de aquellos días709...

356. Ahora: antes de pasar adelante, sería convenientísimo el saber de cierto la verdadera y propia significación de la palabra luego: a lo menos saber de cierto si esta palabra tiene alguna vez otra significación diversa de aquella ordinaria, que todos sabemos, y que tenemos por única. Digo que sería buena esta noticia en el punto presente, porque son muy diversas las sentencias de los autores710. En algunos, especialmente en aquellos que no exponen toda la Escritura, sino solamente los Evangelios y que por consiguiente no tienen que atender a otras consecuencias, se halla la palabra luego en su sentido natural sin novedad alguna. Conceden francamente, que todo lo que contiene el texto citado, incluido en ello la venida misma del Señor, sucederá infaliblemente luego después de la tribulación   —425→   de aquellos días: mas otros doctores más advertidos, divisando bien el inconveniente, no son tan liberales con la palabra luego, la cual se halla en ellos con más novedad de lo que parece a primera vista. Es verdad que la dejan pasar; más con mucha discreción y economía, suavizándola primero, de modo que no pueda hacer mucho daño. Así pues, la palabra luego, según su explicación, no se debe entender con tanto rigor, sino en sentido más lato, o más benigno, como si dijera: en breve, presto, no mucho después711.

357. Yo estoy muy lejos de contradecir esta pequeña violencia, ni de formar disputa sobre palabras. El sentido que aquí se le da a la palabra luego después, fuera bastante natural y obvio, si no se pusiese de por medio un gravísimo interés; si a lo menos nos declarasen los doctores un poco más su mente; si nos dijesen que es lo que realmente pretenden con esta economía; si su expresión no mucho después, es absoluta, o solamente respectiva; si significa pocos días, o pocas horas después, absolutamente hablando, o significa poco tiempo, comparado con otro mayor, verbi gratia de mil o dos mil años, porque en la realidad nos dejan en esta incertidumbre, y su poco tiempo nos parece muy equívoco, y por eso no poco sospechoso. Para que podamos conocer mejor este equívoco, y al mismo tiempo el misterio de esta expresión equívoca, consideremos atentamente estas dos proposiciones, y veamos si puede haber entre ellas alguna diferencia notable. Primera: Cristo ha de venir (luego después) de la tribulación de aquellos días. Segunda: Cristo ha de venir (no mucho después) de la tribulación de aquellos días.

358. No perdamos tiempo en consultar sobre ello a los dialécticos. El problema no es tan difícil, que no baste para resolverlo la dialéctica natural, o la sola lumbre de la razón. Primeramente se concibe bien, que las dos proposiciones (moralmente hablando) pueden ser verdaderas y   —426→   significar una misma cosa: no se ve entre ellas oposición alguna sustancial; no se destruyen mutuamente, pueden fácilmente acordarse. Con todo esto, si atendidas bien las circunstancias, buscamos en ambas proposiciones aquel sentido, sencillo y claro, que nos prescribe el evangelio cuando dice: vuestro hablar sea, sí, sí; no, no712, es fácil divisar no sé que diferencia, la cual va creciendo, mientras más de cerca se va mirando. La primera proposición se ve clara, y se entiende al punto sin otra reflexión; la segunda no tanto. La primera no admite equívoco ni sofistería; la segunda puede muy bien admitirla, si se la quieren dar. La primera nos da una idea sencilla y natural, de que no ha de mediar entre el fin de aquella tribulación y la venida del Señor, algún espacio considerable de tiempo: por consiguiente, que entre estas dos cosas no ha de haber algunos sucesos grandes y extraordinarios, que pidan tiempo considerable para verificarse; sino que concluidos aquellos días de tribulación, luego al punto, o físicamente o materialmente, o a lo menos moralmente, sucederá la venida del Señor con todas las cosas que la deben acompañar, y están expresas en el texto: mas en la segunda proposición no se ve esta idea tan inocente, tan sencilla, tan natural; antes por el contrario nos deja en una grande confusión, sin poder saber determinadamente la verdadera significación de las palabras no mucho después; pues aunque la intención sea extenderlas a cuanto tiempo se quiera, o se haya menester, verbi gratia a tres o cuatro siglos, siempre queda el efugio fácil de que tres o cuatro siglos es un espacio de tiempo casi insensible, respecto de cuatro o cinco mil, mucho más respecto de la eternidad. Así que, la primera proposición cierra enteramente la puerta a todo suceso, y a todo espacio considerable de tiempo, más la segunda no es así, parece que también la cierra, pero es innegable que no la cierra bien; es innegable que la deja como entre abierta; y quedando en este   —427→   estado, es cosa bien fácil irla abriendo más cuanto fuere necesario, y hacer entrar insensiblemente y sin ruido, todos los sucesos que se quisiere, por grandes que sean.

359. En efecto, esto es lo que se pretende, y éste es, según parece, todo el misterio. Y si no, ¿por qué fin se convierte la palabra luego después, que es tan clara, en las palabras, no tan claras, brevemente, al instante, no mucho después? El espacio de tiempo que deben significar estas palabras, no puede ser tan corto, en la intención de los doctores, que no sea suficiente para abarcar cómodamente los muchos y grandes sucesos que pretenden colocar en él. Ved aquí algunos de los principales, fuera de los que quedan apuntados en el párrafo antecedente.

360. Ha de haber tiempo, dicen, lo primero, para que muchísimos cristianos, de uno y otro sexo, de todas clases y condiciones, que ya por flaqueza, ya por temor, ya por ignorancia, ya por seducción, habían renunciado a Cristo, y adorado al Anticristo, reconozcan su culpa, hagan frutos dignos de penitencia, y sean otra vez admitidos al gremio de la Iglesia, y a la comunión de los santos. Ha de haber tiempo, lo segundo, para que los obispos de todo el orbe, que en tiempo de la gran tribulación habían huido al desierto, y escondiéndose en los montes y cuevas (que esto quieren que signifique la huida al desierto de aquella célebre mujer, vestida del sol, del capítulo XII del Apocalipsis, como veremos en su lugar) tengan noticia cierta de la muerte del Anticristo, y ruina total de su imperio universal. Ha de haber tiempo, lo tercero, para que estos obispos vuelvan a sus iglesias, recojan las reliquias de su antiguo rebaño, curen sus llagas, las exhorten, las enseñen de nuevo, y les den todo el pasto necesario y conveniente en aquellas circunstancias. Ha de haber tiempo, lo cuarto, para aquellos sucesos de que hablamos: esto es, para que se conviertan los judíos, para que sean instruidos, bautizados, arreglados, etc.; y también para que se recojan, y consuman todas las armas del ejército de Gog; lo   —428→   cual no pueden hacer en menos de siete años, según la profecía: y si estos siete años significan un número grande de años indeterminado, tanto mejor; mucho más tiempo será necesario conceder. Y veis aquí señor mío, descifrado todo el misterio. Veis aquí en lo que viene finalmente a parar el luego, el brevemente, al instante, no mucho después. Ésta parece que es la razón verdadera y única que ha obligado a convertir las palabras claras y sencillas del Apóstol: el Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su venida, en las palabras sumamente, oscuras y poco sinceras, lo destruirá con la aurora, o crepúsculos de su venida: dando el nombre de aurora, o crepúsculos del día del Señor, a una venida imaginaria de San Miguel, para huir de este modo la dificultad. Ésta es, en fin, la razón verdadera y única que los ha obligado a convertir en el príncipe San Miguel aquel grande y admirable personaje del capítulo XIX del Apocalipsis: esto es, al Rey de los reyes, y al Verbo de Dios.

Consecuencias duras y pésimas de este espacio de tiempo que pretenden los doctores entre el fin del Anticristo, y venida de Cristo.

Párrafo V

361. Los tres lugares de la Escritura Divina, que acabamos de observar (dejando otros muchos por evitar prolijidad) combaten directamente el espacio de tiempo, que pretenden comúnmente los doctores no tanto probar como suponer. Estos tres lugares del Apocalipsis, de San Pablo, y del Evangelio, parece claro que no tienen otra respuesta, ni otro efugio, que las inteligencias, y explicaciones casi increíbles, que también hemos observado. Fuera de éstos, hay otros muchos que combaten indirectamente dicho espacio de tiempo; mas cuya fuerza y eficacia parece todavía más sensible, por los gravísimos inconvenientes, por las consecuencias duras e intolerables que se siguieran legítimamente,   —429→   si una vez se concediese o tolerase este espacio de tiempo entre el fin del Anticristo y la venida del Señor.

362. Para que podamos ver con mayor claridad estos inconvenientes, o estas consecuencias legítimas, aunque duras e intolerables, discurramos, Cristófilo amigo, los dos solos. Prescindamos por este momento de lo que dicen o no dicen todos los doctores; imaginemos que no hay en el mundo otros hombres, que quieran hablar de estas cosas, sino vos, y yo; con esta imaginación (verdadera o falsa) podremos hablar con más licencia, y con más libertad, y nos podremos explicar mejor.

363. Yo sé bien, amigo mío, que según todos vuestros principios habéis menester algún espacio de tiempo (no tan corto como queréis dar a entender) entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo, que esperamos en gloria y majestad. También sé con la misma certidumbre para qué fin habéis menester aquel tiempo, y cuál es el verdadero motivo de vuestra pretensión: porque todo esto lo he estudiado en vos mismo, oyendo con toda la atención de que soy capaz vuestro modo de discurrir sobre estos asuntos. Certificado plenamente de vuestros pensamientos, y también de vuestras intenciones, os pregunto en primer lugar (empecemos por aquí): ¿con qué derecho, con qué razón, sobre qué fundamento queréis suponer un espacio de tiempo entre el fin del Anticristo, y la venida de Cristo? En la Escritura Divina no lo hay; antes hay fundamentos a centenares para todo lo contrario. Vos mismo no podéis negarlo; pues siendo tan versado en las Escrituras, y tan empeñado por este espacio de tiempo, del cual tenéis una extrema necesidad, con todo eso no podéis alegar algún lugar a vuestro favor. Cualquiera otro fundamento que no sea de la Divina Escritura, mucho más si se opone a ella, no puede tener firmeza alguna en un asunto de futuro.

Pues ¿sobre qué estriba vuestra suposición? ¿Solamente sobre vuestra palabra? Por otra parte: yo os he mostrado tres lugares clarísimos de la misma Escritura, que destruyen   —430→   evidentemente vuestro espacio de tiempo. He oído con asombro la explicación ciertamente inaudita que les habéis dado, y que estáis resuelto a dar a muchos otros que pudiera mostraros en los Profetas y en los Salmos mas esto sería continuar eternamente la discordia.

364. Por tanto, dejando ya este camino directo, o este argumento a priori que parece áspero y molesto, probemos por el otro, que llaman a posteriori (excusad estas palabras un poco anticuadas); el cual camino, aunque algo más dilatado, suele ser más llano, y no menos eficaz.

Yo os concedo, amigo, sin límite alguno todo el tiempo que quisiereis, y hubiereis menester, entre el fin del Anticristo, y la venida de Cristo. Haced cuenta que por ahora sois dueño del tiempo, que todo se ha puesto en vuestras manos, y dejado a vuestra libre disposición. Repartidlo, pues, como os pareciere más conveniente. Colocad en él todos aquellos sucesos que os acomodaren, y que no halláis por otra parte donde, ni como acomodarlos a vuestro gusto, así los revelados, como también los imaginados. Entre tanto, yo os pido solamente una gracia, que no podéis negarme honestamente, es a saber: que me sea lícito hallarme presente a la repartición que hiciereis de este tiempo, y ver por mis ojos todos los sucesos que fuereis colocando en él. Así podré observar más fácilmente las resultas o las consecuencias que podrán seguirse, y después con vuestra licencia las podré ofrecer amigablemente a vuestra consideración.

365. Primeramente pedís tiempo suficiente entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo, para que muchísimos Cristianos (mejor diréis los más o casi todos, según las Escrituras) que habían sido engañados por el Anticristo, y entrado en su misterio de iniquidad, puedan reconocer su engaño, llorar sus errores, y hacer una verdadera y sincera penitencia. Esto decís que se debe creer piadosamente de la bondad y clemencia de Dios, ¡y yo me maravillo cómo no pedís ese espacio de penitencia para el mismo Anticristo, para su profeta, para toda aquella infinita muchedumbre   —431→   que en aquel día se ha de abandonar a las aves del cielo, pues leemos que se hartaron todas las aves de las carnes de ellos! Ahora, como vuestro Anticristo era un monarca universal de todo el orbe, como no hubo parte alguna del mismo orbe en que no hiciese los mayores males, a todas partes se deberá extender aquella indulgencia; así no habrá reino, ni provincia, ni ciudad en todas las cuatro partes del mundo, ni aun las islas más remotas, verbi gratia la nueva Olanda, la nueva Celandia, las islas de Salomón, etc. que quede excluida de este espacio de penitencia. Es fácil concebir cuanto tiempo es necesario para que llegue desde Palestina, hasta los términos de la redondez de la tierra713, la noticia de la muerte del monarca, y después de esto, para que produzca unos efectos tan buenos.

366. Lo segundo, pedís tiempo suficiente para que aquellos pastores, que habían huido a vista de los lobos, desamparando su grey, escondiéndose en los montes y cuevas, tengan también noticia cierta de la muerte y destrucción del hombre de pecado, y de la paz, tranquilidad, y alegría en que ha quedado todo el mundo, para que puedan volver a sus iglesias, o a los lugares donde antes estaban; para que puedan buscar, llamar y recoger el residuo de su grey; para que puedan curar este residuo de sus heridas, y ayudarlo a levantarse de la tierra, sustentarlo, apacentarlo, acrecentarlo, etc. Y como se debe suponer, que muchos de estos pastores, no queriendo o no pudiendo huir quedaron muertos en la batalla, y como también se puede o debe suponer, que muchos de los que huyeron a los montes y cuevas murieron de hambre, de frío, de incomodidad, etc.; deberá haber tiempo suficiente para elegir y consagrar nuevos obispos y enviarlos a todas aquellas partes donde han faltado, y donde son tan necesarios (lo cual Roma ya no podría hacer, por haber muerto antes el Anticristo); y después de esto debería haber tiempo suficiente, para que estos nuevos obispos, así como los antiguos,   —432→   ejerciesen su ministerio; pues no parece justo ni verosímil, que queden excluidas de este socorro tan necesario, solamente aquellas iglesias, cuyos pastores, como buenos, dieron la vida por sus ovejas714, o muriendo de otra manera; mas siempre debajo de la cruz.

367. Lo tercero, pedís tiempo. ¿Para qué? Para la conversión de los judíos, si no con todas, a lo menos con algunas de las circunstancias gravísimas con que se anuncia este gran suceso en todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, lo cual es tan claro, que es imposible disimularlo del todo. Digo del todo, porque no ignoro que en la mayor y máxima parte se procura disimular, y aun también despreciar; y no solo despreciar, mas también burlar con irrisión formal y declarada, como empezaremos a observar desde el fenómeno siguiente, a donde por ahora me remito. Lo cuarto, en fin, pedís tiempo, o determinado o indeterminado (pero que no sea menos de siete años) para que los mismos judíos, después de convertidos a Cristo, puedan consumir las armas del ejército innumerable de Gog, destruido enteramente por el brazo omnipotente de Dios en la tierra y montes de Israel; el cual ejército había ido contra ellos, después de estar establecidos en su tierra: todo lo cual veremos en adelante, porque no es posible verlo todo de un golpe.

368. Habiendo, pues, estado el tiempo a vuestra libre disposición, habiendo colocado en él todos los sucesos que os ha parecido, toca a mí ahora decir una palabra, y mostraron una consecuencia justísima que se sigue de todo esto, la cual no podéis negar ni prescindir de ella, estando de acuerdo con vos mismo. La consecuencia es ésta: luego cuando venga el Señor, que será, según el Evangelio luego después... y según vuestra explicación no mucho después de la tribulación del Anticristo, deberá estar todo el mundo quieto y tranquilo: la iglesia en suma paz, en religión, en piedad, en observancia de las leyes divinas; todos los hombres atónitos y compungidos con la venida a la tierra   —433→   del príncipe San Miguel con todos sus ángeles; con el castigo y muerte del monarca; con la ruina de su imperio universal; y con la desgracia de tantos otros cuyas carnes se abandonaron a las aves del cielo, congregadas a la grande cena de Dios. Todos en suma, estarán desengañados, iluminados y penetrados de los más vivos sentimientos de penitencia, aun entrando en este número, no solamente los étnicos, los mahometanos, herejes, ateos, etc., sino también los duros, obstinados y pérfidos judíos. ¿Qué os parece, amigo, de esta consecuencia? ¿Os atreveréis a negarla? ¿Podréis omitirla o prescindir de ella? ¿No habéis pedido el espacio de tiempo determinadamente para todo esto? ¿Qué tenéis ahora que temer ni que recelar?

369. Concedida, pues, la consecuencia, pasemos luego a confrontarla con solos tres lugares del Evangelio, que, dejando otros muchos, os pongo a la vista.

370. Primero: Jesucristo hablando de su venida, dice así: Mas cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tierra?715 Las cuales palabras, aunque parecen una simple pregunta, mas ninguno duda que en su divina boca son una verdadera profecía, son una afirmación clarísima del estado de perfidia y de iniquidad en que hallará toda la tierra cuando vuelva del cielo; pues si no ha de hallar fe, que es el fundamento de todo lo bueno, ¿qué pensáis que hallará? Síguese de aquí, que o las palabras del Señor, nada significan, o que son falsos y algo más que falsos los sucesos que habéis colocado en vuestro espacio imaginario de tiempo: por consiguiente el espacio mismo.

371. Segundo: Jesucristo dice, que cuando vuelva del cielo a la tierra, hallará el mundo como estaba en tiempo de Noé, así como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre716. Reparad ahora la propiedad   —434→   de la semejanza: y así como en los días antes del diluvio se estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca. Y no lo entendieron hasta que vino el diluvio, y los llevó a todos: así será también la venida del Hijo del Hombre717. De modo, que así como cuando vino el diluvio estaba todo el mundo en sumo descuido y olvido de Dios, y por buena consecuencia en una suma perfidia, iniquidad y malicia, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra718; así como el diluvio los cogió a todos de improviso, menos aquellos pocos justos que Dios quiso salvar; asimismo dice el Señor sucederá en la venida del Hijo del Hombre719. Y por San Lucas: De esta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre720.

372. Tercero: Jesucristo llama al día de su venida, día repentino; y añade, que este día será como un lazo para todos los habitadores de la tierra721. Y como dice el Apóstol a este mismo propósito: Cuando dirán paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repentina, como el dolor a la mujer que está en cinta, y no escaparán722. Paremos aquí un momento, y hagamos alguna reflexión sobre estos tres lugares del Evangelio.

373. Y para entendernos mejor y evitar todo equívoco y sofisma (como hombres que deseamos sinceramente conocer   —435→   la verdad para abrazarla) supongamos, amigo, que vos y yo, entre otros muchos nos hallamos vivos en todo aquel espacio de tiempo que habéis pedido entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo. Esta suposición no podéis mirarla como repugnante o imposible: lo primero, porque nadie sabe cuando vendrá este Anticristo, y su gran tribulación; si dentro de doscientos años o de doscientos días, si dentro de más tiempo o de menos. A los que esto desean saber, no se les da otra respuesta que ésta: Velad... Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad723. Lo segundo, porque este espacio de tiempo después del Anticristo no puede ser grande, según vos mismo, sino muy breve: porque luego o no mucho después hemos de ver al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad724.

374. Habiendo pues en nuestra hipótesis sobrevivido al Anticristo, hemos sido testigos oculares, así de los males gravísimos que ha hecho en toda nuestra tierra, como de la venida de San Miguel con todos los ejércitos del cielo, como también de todas las circunstancias particulares de la muerte de nuestro monarca y de la ruina plena y total de su monarquía universal. Ya gracias a Dios nos hallamos libres de este monstruo de iniquidad. Con su muerte goza toda la tierra de una perfecta tranquilidad; ya podemos con verdad decir lo que decían aquellos ángeles: Hemos recorrido la tierra, y he aquí toda la tierra, está poblada y en reposo725; ya vemos con sumo júbilo que los obispos fugitivos vuelven a sus iglesias, y son recibidos del residuo de su grey con las mayores muestras de devoción, de piedad y de ternura: que los templos parte profanados, parte arruinados, se purifican, o se edifican de   —436→   nuevo; vemos con edificación muchos hombres apostólicos salir acompañando a sus obispos, a predicar penitencia entre los cristianos que se habían pervertido: otros más animosos los vemos volar hacia las partes más remotas del mundo a predicar el Evangelio, donde antes no se había predicado, o donde no había tenido tan buen efecto su predicación. Vemos a los míseros judíos bañados en lágrimas, compungidos, desengañados y convertidos de todo corazón a su verdadero y único Mesías por quien tantos siglos habían suspirado. Vemos en suma, con nuestros propios ojos, verificados plenamente todos los sucesos que vos mismo habíais anunciado para este tiempo.

375. Con todo eso oídme, señor mío, una palabra. El espacio de tiempo que habíais pedido para todos estos sucesos grandes, y admirables, no fue ni pudo ser tan grande, que pasase todos los límites de la discreción y aun de la revelación. ¿Qué límites son éstos? Son, amigo, el luego después del Evangelio, y también el en breve, presto, no mucho después de vuestra misma explicación. Según vos mismo, la venida del Señor con grande poder y majestad, debe estar ya tan cerca, que la podemos y aun debemos esperar por días o por horas. Todos los que hemos quedado vivos después del Anticristo estamos en esta expectación. Todos sabemos que el Señor ha de venir, o luego al punto, si esto significa la palabra luego, o a lo menos no mucho después de la gran tribulación que hemos visto y experimentado en los días del Anticristo. Esto nos enseñan como un punto de suma importancia nuestros obispos venidos del desierto, y nuestros misioneros llenos del Espíritu Santo. Ya casi no hay persona alguna que no lo sepa: todos en fin estamos en vela, porque sao sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor726.

376. Esto supuesto, decidme ahora, mi buen Cristófilo: ¿Os parece creíble, ni posible, que en tan corto espacio de tiempo, no sólo se hayan podido hacer en todo el mundo   —437→   cosas tan gloriosas, sino que el mismo mundo se haya otra vez pervertido como en tiempo del Anticristo? ¿Que se haya olvidado tan presto de la venida de San Miguel: de su espanto y terror en el castigo de tanta muchedumbre de su llanto, de su penitencia, y también de la cercanía del día del Señor? ¿Cómo ha podido suceder una mudanza tan extraña y tan universal? ¿Qué otro Anticristo ha venido de nuevo, mayor que el que acaba de matar San Miguel? En este tiempo en que ahora nos hallamos, vemos muerto al Anticristo con su falso profeta; los reyes de la tierra que tanto le ayudaban, muertos todos con sus ejércitos; la muchedumbre de Gog muerta; el resucitado imperio romano con su corte idólatra y sanguinaria, muerto; todos los capitanes, gobernadores y soldados, secuaces del Anticristo, muertos por San Miguel, y devorados por todas las aves del cielo. Por otra parte, los obispos fugitivos han vuelto a sus iglesias, las ovejas a sus pastores, los que estaban fuera de la iglesia han entrado en ella, y han sido recibidos con suma caridad, y la misma iglesia se halla en una grande paz sin enemigos que la perturben ni dentro ni fuera, etc.

377. Y no obstante todo esto, Jesucristo que ya viene, que ya está casi a la puerta, ¿ha de hallar toda la tierra tan olvidada de Dios, tan corrompida, tan inicua, así como en los días de Noé?727 Jesucristo que ya viene, ¿apenas ha de hallar en toda la tierra algún vestigio de fe: pensáis que hallará fe en la tierra?728 Jesucristo que ya viene, ¿ha de coger de improviso a todos los habitadores de la tierra? El día de su venida, que ya insta, ¿ha de ser aquel día repentino; y como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la haz de toda la tierra?729 Si vos, señor, o algún otro ingenio sublime, puede concebir estas cosas, y concordarlas entre sí, yo confieso francamente mi pequeñez:   —438→   no hallo como, ni por donde salir de este laberinto; ni sé lo que hubieran respondido los doctores mismos, si hubiese habido en su tiempo quien les propusiese estas dudas, y les pidiese una respuesta categórica. Veis aquí, pues, las consecuencias que naturalmente se siguen del espacio de tiempo que pretendéis entre el fin del Anticristo, y la venida de Cristo.

378. No ignoráis que de esta consecuencias os pudiera presentar muchísimas, sin otro trabajo que copiar otros muchos lugares de las Escrituras; mas esta diligencia sería tan inútil, como encender muchas lámparas para añadir con ellas más claridad al día más sereno. No obstante, parece que no será del todo inútil, ni fuera de propósito, representaros brevemente otra buena consecuencia, que infaliblemente se seguiría, si el fin del Anticristo sucediese de otro modo que con la venida misma de Cristo en gloria y majestad.

Otra consecuencia.

Párrafo VI

379. Si se lee con alguna mayor atención lo que queda observado en el párrafo VII del primer fenómeno, se deberá reparar con alguna especie de terror el gran fracaso y el terrible estrago que debe hacer en el mundo cierta piedra cuando baje del monte. Se deberá reparar, que dicha piedra desprendida de un alto monte sin mano alguna, o sin que nadie la toque, ni la tire, ella se desprende por sí misma, ella se mueve, ella se encamina directamente hacia los pies de la grande estatua: al primer golpe los quebranta, y reduce a polvo, y topo el coloso terrible cae a tierra, y se desvanece como humo.

380. Ahora pregunto yo: ¿después del fin y ruina del Anticristo, quedará en esta tierra existente, entero y en pie este gran coloso o no? Según los principios ordinarios, o según todas las ideas que nos dan los doctores del Anticristo, parece claro que no. Lo primero, porque suponen como cierto que el Anticristo ha de ser un monarca   —439→   universal de todo el orbe; y esta monarquía universal no puede concebirse, si la estatua queda en pie, o por hablar con mayor propiedad, si los pies y dedos de la estatua quedan todavía divididos, e independientes. Para la monarquía universal es preciso, que todos los reinos y señoríos particulares se reduzcan a una misma masa; y si acaso quedan algunos, que estos queden súbditos, no libres, e independientes: por consiguiente es necesario que la monarquía universal se haya tragado e incorporado en sí misma todos cuantos reinos, principados y señoríos particulares se conocían en la tierra. Lo segundo, porque no niegan los doctores, antes lo suponen como una verdad (y esto con suma razón) que juntamente con el Anticristo han de morir del mismo accidente todos los reyes de la tierra, todos los príncipes, grandes, capitanes y soldados de todo su imperio universal, pues todos estos son nombrados expresamente en el convite general que se hace a todas las aves del cielo (diciéndoles): Venid y congregaos a la grande cena de Dios; para comer carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos, y carnes de caballos, y de los que en ellos cabalgan730. Lo tercero, porque suponen que el imperio romano (no obstante que debe durar hasta el fin del mundo como nos aseguran tantas veces con gran formalidad; mas aquí no guardan consecuencia): suponen, digo, y nos aseguran, que este imperio romano bajado en aquellos tiempos de los espacios imaginarios y vuelto a su antigua grandeza y esplendor, deberá también ceder al Anticristo, y agregarse al imperio de oriente, o de Jerusalén que debe ser el único. Lo cual sucederá, dicen, cuando Roma idólatra y sanguinaria sea destruida por diez reyes enemigos del Anticristo, y estos sean vencidos poco después por el mismo Anticristo.

381. Según esto, parece que deben confesar aquí de buena fe, que muerto el Anticristo, y destruido enteramente   —440→   su imperio universal, y con él todos los reyes y príncipes, con todos sus ejércitos congregados para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo731, no puede quedar en el mundo reliquia alguna del gran coloso; pues estando todo incorporado en el imperio universal del Anticristo, destruido este imperio universal, es consiguiente que quede destruido y aniquilado el coloso mismo.

382. Ved ahora la consecuencia y juzgad rectamente. Luego la piedra que ha de bajar del monte sobre el coloso, y reducirlo todo a tamo de era de verano, lo que arrebató el viento732, no puede ser Cristo mismo, sino San Miguel; por consiguiente, San Miguel crecerá entonces, y se hará un monte tan grande, que cubrirá toda la tierra: porque la piedra que había herido la estatua, se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra733. Si la piedra debe ser Cristo mismo, como no se puede dudar: luego cuando esta piedra baje del monte, cuando Cristo mismo baje del cielo, que según dicen, será poco después de San Miguel, ya no hallará tal coloso, donde dar el golpe, y, a Dios profecía. Si halla todavía el coloso, y en efecto lo destruye cayendo sobre él; luego no lo destruye San Miguel; luego fue inútil la venida de este príncipe con todos los ejércitos que hay en el cielo; luego todo el capítulo XIX del Apocalipsis no tiene significado alguno; mejor diremos: luego la venida de San Miguel es una pura imaginación, y un puro efugio de la dificultad.

383. De otro modo. Si la piedra de que habla la profecía es Cristo mismo indubitablemente: luego Cristo mismo al bajar del cielo a la tierra, hallará toda la estatua en pie, dará contra ella, y la convertirá en polvo; luego no puede haber espacio alguno de tiempo entre la ruina de la estatua y la venida de Cristo. Y como toda la estatua, o todos los   —441→   reinos, principados y señoríos, según nos dicen, deberán estar entonces no solamente incluidos, sino identificados con el imperio universal del Anticristo, que debe componerse de todos juntos; quien destruye la estatua, destruye forzosamente este imperio universal; y quien destruye este imperio universal, destruye forzosamente toda la estatua. Quien destruye todo esto, debe ser Cristo mismo cuando baje del monte; luego no puede haber un instante de tiempo entre la venida de Cristo y la destrucción de todo esto, y por consiguiente del Anticristo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, y le destruirá con el resplandor de su venida734.

384. El argumento, aunque me parece bueno, no por eso pienso que no puede tener alguna solución. Se puede responder lo primero: que la piedra que ha de bajar sobre la estatua será Cristo mismo; mas no en su propia persona, sino en virtud. Se puede responder lo segundo (volviendo a las antiguas): que la piedra de que se habla es Cristo mismo; mas no en la segunda venida, sino en la primera; por consiguiente esta piedra ya bajó del monte siglos ha, y destruyó entonces la grande estatua, esto es, el imperio de Satanás, etc. Será preciso tenerse en esto, cueste lo que costare, sin ceder un punto; ni yo pienso hablar sobre esto una palabra más. Me remito enteramente a vuestras serias reflexiones.

Resumen y conclusión

Párrafo VII

385. Deseara, señor, si esto fuese posible, que quedásemos de acuerdo, o que a lo menos nos formásemos una idea clara y precisa de todas las cosas que acabamos de observar en este fenómeno. Nuestra disputa, según parece, no consiste en la sustancia de la cosa misma, sino solamente en una circunstancia que se cree gravísima por una y otra   —442→   parte; y en efecto lo es tanto, que ella sola basta para decidir y terminar el pleito. Estamos perfectamente de acuerdo en la sustancia: esto es, en el espacio de tiempo, que según las Escrituras, ha de haber después del Anticristo (sea este Anticristo lo que quisiereis que sea); este espacio de tiempo os lo he concedido, y os lo concedo de nuevo sin límite alguno. Confieso que tenéis gran razón en pedirlo, porque es innegable. Conque la discordia está solamente en una circunstancia: es a saber, si el espacio de tiempo debe ser después del Anticristo, muerto y destruido por el príncipe San Miguel, antes de la venida de Cristo; o muerto y destruido por Cristo mismo, en el día grande de su venida en gloria y majestad. Vos decís lo primero, yo digo lo segundo; con esta sola diferencia, que vos decís lo primero libremente sin fundamento alguno; pues no alegáis, ni es posible alegar la autoridad divina que es la que únicamente nos puede valer en asunto de futuro. Al contrario, yo digo lo segundo, fundado en esta autoridad divina, de que me dan testimonio claro e indubitable las Santas Escrituras, en quienes yo creo firmemente, que los hombres santos de Dios hablaron, siendo inspirados del Espíritu Santo735. Según estas Santas Escrituras, me parece imposible separar el fin del Anticristo, de la venida del Señor que estamos esperando.

386. Lo habéis visto claro, con circunstancias las más individuales, en el capítulo XIX del Apocalipsis. Lo habéis visto claramente confirmado por el Apóstol de las gentes, el cual dice expresamente, que el mismo Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su venida736. Lo habéis visto claramente en el Evangelio, en que declara el mismo Señor que su venida del cielo a la tierra con grande poder y majestad, sucederá luego después de la tribulación de aquellos días... la cual palabra luego, se halla en las cuatro versiones sin alteración alguna: esto es, en la   —443→   Siriaca, en la de Arias Montano, y en la de Erasmo. Después de todo esto, lo habéis visto todavía más claro, por las consecuencias intolerables que se seguirían legítimamente, si se separase el fin del Anticristo de la venida de Cristo, como queda observado en el párrafo V y VI. Por otra parte, los sucesos que habéis imaginado, con los cuales queréis llenar este espacio de tiempo, son evidentemente incompatibles con los que nos anuncia con tanta claridad el mismo Señor.

387. Después del Anticristo, y antes de la venida de Cristo, suponéis a todos los hombres (y esto sin prueba alguna) no solamente atónitos y espantados de lo que acaba de suceder en el mundo con la venida de San Miguel, y del castigo del Anticristo con todos los reyes, príncipes y grandes de su corte, y de todo su imperio universal; sino también compungidos y llorosos que se volvían, dándose golpes en los pechos737, haciendo penitencia, y pidiendo misericordia; pues para esto en primer lugar, según vos mismo, se concederá este espacio de tiempo. Suponéis del mismo modo, sin prueba alguna, a todos los obispos que se habían escondido en los montes y cuevas, restituidos a sus iglesias, y recibidos de sus antiguas ovejas con lágrimas de devoción y de ternura. Suponéis todo el mundo desengañado, iluminado, y arrepentido; sin excluir de este gran bien a los duros y obstinados judíos. Suponéis en fin, así a estos, como a todo el residuo de los hombres, esperando por momentos la venida del Señor, en su propia persona y majestad; la cual debe ser presto, en breve, no mucho después, según vos mismo, y según el Evangelio: luego. Ahora, si una vez admitimos estas ideas, ¿cómo podremos componerlas con las que hallamos en los Evangelios? ¿Cómo será posible en estas suposiciones, que el día grande de la venida del Señor, que ya insta, halle a todo el mundo tan descuidado y tan inicuo, así como en los días de Noé? ¿Cómo será posible que lo halle casi enteramente sin fe? ¿Cómo será posible que aquel día sea para todos los habitadores   —444→   de la tierra, día repentino, y como un lazo imprevisto, en que queden prendidos, porque así como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la haz de toda la tierra? Amigo mío, consideradlo bien, poniendo aparte por un momento toda preocupación. Entre tanto, la conclusión sea, que según todas las Escrituras, parece todavía mucho más difícil separar el fin del Anticristo de la venida de Cristo que separar el fin de la noche del principio del día.

388. No pudiendo, pues, de modo alguno hacerse esta separación, ¿qué se sigue? Me parece que se sigue al punto inevitablemente la dura y terrible consecuencia: luego si se concede y aun se pide un espacio de tiempo después del fin del Anticristo, se debe forzosamente conceder y pedir después de la venida de Cristo. Luego si después del fin del Anticristo ha de haber tiempo suficiente para que puedan verificarse cómodamente los muchos y grandes sucesos que pretenden los doctores, lo deberá haber necesariamente después de la venida de Cristo.

389. Y veis aquí con esto solo arruinado desde los cimientos todo el sistema. Veis aquí con esto solo claro, manifiesto y concedido por los mismos doctores, aunque contra su voluntad, aquel espacio de tiempo, que con tantos temores, temblores y recelos propusimos al principio738 solo como una mera hipótesis o suposición. Veis aquí ya más de cerca los mil años de San Juan, y todos los misterios nuevos y admirables del capítulo XX del Apocalipsis. Veis aquí el juicio de los vivos separado enteramente del de los muertos. En suma, veis aquí con esto solo abiertas todas las puertas, y también todas las ventanas, corridas todas las cortinas, y alzados todos los velos, para ver y entender innumerables profecías, que sin esto nos parecen no solamente oscuras sino la misma oscuridad.

Apéndice

390. Cualquiera que lea las observaciones que acabamos de hacer sobre este fenómeno, y no tenga por otra parte   —445→   suficiente conocimiento de esta causa, es fácil y muy natural que piense dentro de sí una de dos cosas: o que es falso que los doctores separen el fin del Anticristo de la venida de Cristo, haciendo venir en su lugar al arcángel San Miguel: o que si realmente han tomado este partido (que según parece es muy antiguo), habrán hallado en la Escritura Divina algún fundamento sólido e incontrastable; pues no es creíble que hombres tan sensatos y tan eruditos avanzasen una especie como esta, sin estar primero perfectamente asegurados. Esta reflexión, a lo menos cuanto a la segunda parte de la disyuntiva, me parece óptima: y yo confieso, que esta misma es la que me ha hecho buscar con toda diligencia este fundamento. Vamos por partes.

391. Primeramente, es innegable que los intérpretes de la Escritura, según su sistema, procuran del modo posible separar el fin del Anticristo de la venida de Cristo, que esperamos en gloria y majestad, haciendo venir en lugar de Cristo al arcángel San Miguel a la frente de todas las legiones celestiales. Ésta proposición se puede probar de dos maneras, ambas claras, fáciles y perceptibles a todos, por su simplicidad. La primera es, remitir a los que dudaren a que lo vean por sus ojos en la mayor y más noble parte de los mismos intérpretes: y para minorarles el trabajo, y suavizarles la gran molestia, pedirles solamente, que vean por sus ojos lo que dicen sobre el capítulo XIX del Apocalipsis, sobre el XXXVIII y XXXIX de Ezequiel, sobre el capítulo XII de Daniel, sobre el capítulo XXIV de San Mateo, y sobre el capítulo II de la epístola segunda a los Tesalonicenses. Dije en la mayor y más noble parte de los intérpretes, porque algunos otros gravísimos por otra parte penetrando bien la gran dificultad, procuran prescindir de ella, y alejarse todo lo posible; como que no consideran toda la Escritura, sino solamente una parte. Vease lo que queda dicho en el fenómeno tercero párrafo XIII.

392. El segundo modo de probar aquella proposición para los que no pueden o no quieren registrar autores, puede ser este llano y simple discurso. O conceden los doctores   —446→   que Cristo mismo en su propia persona ha de venir a destruir al Anticristo, o no: si lo conceden, luego aquel espacio de tiempo que también conceden inevitablemente después de destruido el Anticristo, lo deberán conceder después de la venida de Cristo en su propia persona: por consiguiente deberán renunciar a su sistema; si no lo conceden, luego en lugar de la persona de Cristo deberá venir alguna otra persona a la frente de todos los ejércitos del cielo a destruir al Anticristo: pues sin este todo el capítulo XIX del Apocalipsis será una visión sin significado, o será por decirlo mejor una pura ilusión. Si en lugar de Cristo viene otra persona con todos los ejércitos del cielo, ¿quién puede ser sino el príncipe grande San Miguel? Conque aun sin el trabajo de registrar muchos libros, la verdad de aquella proposición queda indubitable.

393. Satisfecha la primera parte de la disyuntiva, nos queda que satisfacer a la segunda que es la principal, en la cual se pueden hacer estas dos preguntas. Primera: ¿con qué fundamento se niega que Jesucristo en su propia persona, y en el día grande de su venida que esperamos, ha de destruir al Anticristo, estando esto tan claro y expreso en las Escrituras? Segunda: ¿con qué fundamento se le da este honor al príncipe grande San Miguel? El fundamento para lo primero lo hemos ya visto por nuestros ojos, ni concibo como pueda quedarnos sobre esto alguna duda. Hablando francamente, no hay otro fundamento real que el miedo y pavor del capítulo doce del Apocalipsis, o del espacio de tiempo que es necesario conceder, y que se concede aunque a más no poder, después del fin del Anticristo. Si fuera de este fundamento hubiese otro siquiera pasable, es claro que se debía producir, y mucho más claro que no se dejara de hacer.

394. El fundamento para lo segundo, es el que ahora voy a exponer, que al fin lo hallé después de alguna diligencia. No digo que lo hallé en la Escritura misma, sino en la Escritura explicada del modo que se explican los tres lugares, de que hemos hablado, principalmente en este fenómeno.   —447→   Es, pues, todo el fundamento para hacer venir a San Miguel, a destruir al Anticristo, el capítulo XII de Daniel, que empieza así: Y en aquel tiempo se levantará Miguel príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo, y vendrá tiempo, cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo. Y en aquel tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro739.

395. Consideremos este texto con particular atención, porque no hay duda que mirándolo solo a bulto, superficialmente, y de prisa, no deja de mostrar alguna apariencia. Para que este texto favorezca de algún modo la expedición de San Miguel que se pretende contra el Anticristo, es necesario que aquellas primeras palabras: Y en aquel tiempo se levantará Miguel, aludan al tiempo mismo del Anticristo, porque si realmente aluden a otro tiempo anterior, de nada pueden servir para el intento. Más claro. Si la expedición de San Miguel de que se habla en este lugar, debe suceder antes del Anticristo, antes de los tiempos borrascosos y terribles de la grande tribulación, con esto solo estará concluida la disputa, pues ésta se prueba fácilmente con el mismo texto sin salir de él. Es claro que aquí se habla de dos tiempos diversos: Y en aquel tiempo se levantará Miguel; éste es el primero. El segundo tiempo es posterior, y como una consecuencia de él se levantará Miguel, y de este tiempo que se ha de seguir después de la expedición de San Miguel, se dice que será tan terrible cual nunca se habrá visto hasta entonces: y vendrá tiempo, cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo.

396. Ahora, se pregunta: este tiempo tan terrible, posterior   —448→   y consiguiente a la expedición de San Miguel, ¿cual será? ¿Será acaso el tiempo que debe seguirse por confesión de los doctores después de la muerte del Anticristo? Cierto que no: porque este espacio de tiempo lo suponen como el más quieto y pacífico de todos los tiempos. ¿Será el tiempo que puede emplear San Miguel con todos los ejércitos del cielo en matar al Anticristo, y destruir su imperio universal? Tampoco: ya porque para esto sobra un minuto, pues sabemos que un ángel solo destruyó todo el ejército do Senaquerib, matando en una noche o en un momento de esta noche 185 mil soldados: ya porque no es creíble que la terribilidad tan ponderada de aquel tiempo hable solamente con el Anticristo, y con sus secuaces. En este caso no dijera el Señor: habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y sino fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva: mas por los escogidos aquellos días serán abreviados740. ¿Qué daño puede hacer San Miguel a los escogidos? ¿Es creíble que Dios abrevió aquellos días, o aquel tiempo de tribulación que causa San Miguel en el Anticristo, y en sus amigos, para que no se perviertan, ni se pierdan aun los mismos escogidos?

Es creíble que esta tribulación causada por San Miguel sea tan peligrosa, de modo que, si puede ser, caigan en error aun los escogidos741? Luego no es éste el tiempo de que habla Daniel, cuando dice: se levantará Miguel... y vendrá tiempo, cual no fue, etc. Luego este vendrá tiempo, alude a otro tiempo posterior a la expedición de San Miguel. Luego es el tiempo mismo de la tribulación que causará en el mundo el Anticristo, el cual será necesario   —449→   abreviar para que no se pierdan aun los escogidos. Luego la expedición de San Miguel no puede ser contra el Anticristo, pues éste no ha venido.

397. ¿Pues a qué viene San Miguel, y contra quién viene si no viene contra el Anticristo? Esta pregunta procede sobre una falsa suposición. Aquí se supone que San Miguel ha de venir con sus ángeles a esta nuestra tierra contra alguno: mas esto ¿de dónde se prueba? El texto no lo dice, ni insinúa, ni da señal por donde sospecharlo. Solo dice: Y en aquel tiempo se levantará Miguel. En aquel tiempo de que acaba de hablar el capítulo antecedente, se levantará San Miguel, no solo, sino con otros ángeles, pues el verbo consurgo esto significa; mas no dice a qué se levantará, ni contra quién, ni a dónde irá, ni qué cosas hará, etc. Todo esto lo deja en un profundo silencio.

398. Mas lo que no dice este antiquísimo Profeta, lo dice claramente circunstanciado el último de los Profetas, que es San Juan, que es el que en ciertos puntos particulares los explica a todos. Leed el capítulo XII del Apocalipsis, y allí hallaréis este mismo misterio con todas las noticias que podéis desear. Allí hallaréis esta misma expedición de San Miguel explicada y aclarada. Allí hallaréis contra quién es, adónde es, y para que fin. Allí veréis que no es contra el Anticristo, sino contra el dragón, o contra el diablo: que no es en la tierra, sino en el cielo: que no es en los tiempos del Anticristo, sino antes que este aparezca en el mundo. Allí hallaréis que el Anticristo con todo su misterio de iniquidad, y todo la gran tribulación de aquellos días, será solo una resulta y como consecuencia de la expedición de San Miguel: pues arrojado el dragón a la tierra después de la batalla, se oyen luego en el cielo unas voces de compasión y lástima que dicen: ¡Ay de la tierra, y de la mar, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo!742   —450→   Allí hallaréis en fin, que el dragón vencido y arrojado a la tierra con todos sus ángeles, convierte todas sus iras contra cierta mujer que ha sido la causa de aquella gran batalla: que la mujer huye al desierto con dos alas de águila grande que para esto se le dan: que el dragón la sigue, y no pudiendo alcanzarla, se vuelve lleno de furor a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo743. Y para hacer esta guerra en toda forma, y sobre seguro, se va a las orillas del mar (metafórico y figurado) a llamar en su ayuda a la bestia de siete cabezas y diez cuernos, la cual se ve al punto salir del mar, y dar principio a la gran tribulación744.

399. Que la expedición de San Miguel, de que se habla en este capítulo XII del Apocalipsis, sea la misma que la del capítulo XII de Daniel, me parece que lo conceden todos los doctores; pues a uno y otro lugar dan la misma explicación. No hablo aquí de aquellos pocos que con la mayor violencia e impropiedad tiran a acomodar este capítulo XII del Apocalipsis a la persecución de Diocleciano; ni habló de aquellos no pocos que en sentido místico aplican a la santísima Virgen algunas pocas cosas de toda esta gran profecía, dejando todas las otras como que no hacen a su propósito: hablo solo de los intérpretes literales, quienes aunque conceden que el misterio es el mismo en el apóstol, que en el profeta; mas en uno y otro se explican tan poco, y con tanta oscuridad, que no se puede formar idea de lo que quieren decir. Lo que únicamente se conoce es, que confunden demasiado al dragón con la bestia que sale del mar; y lo que es batalla de San Miguel con el dragón, lo hacen igualmente batalla con la bestia: no advirtiendo, o no haciéndose cargo que la bestia no sale del mar, sino después que el dragón ha sido vencido en la   —451→   batalla; después que ha sido arrojado a la tierra; después que ha perseguido a la mujer metafórica; después que ésta ha olvidado el destierro; después que ha perdido la esperanza de alcanzarla. A lo menos es cierto que esta batalla de San Miguel con el dragón, la ponen y suponen en los tiempos del Anticristo, pues dicen que será para defender a la iglesia de la persecución del Anticristo.

400. No obstante esta certeza y seguridad tan poco fundada, tan ajena, tan distante, tan opuesta al texto sagrado, ninguno nos dice una palabra sobre algunas otras cosas que quisiéramos saber, verbi gratia si en esta batalla quedará también vencido el Anticristo, o solamente el dragón: si en esta batalla morirá el Anticristo, y todo su imperio universal, o si será necesaria otra venida del mismo San Miguel para matar a este monarca. No hay que esperar sobre esto alguna idea precisa y clara. Todo se halla confuso e ininteligible. Que en esta batalla de que hablamos, muera también el Anticristo, o quede vencido, o destruido por San Miguel, parece imposible que se atrevan a decirlo, a lo menos de modo que se entienda claramente que así lo dicen. ¿Por qué? Porque después de esta batalla, después de vencido el dragón con todos sus ángeles, arrojados a la tierra, se ve claramente en el texto sagrado que el dragón mismo convierte toda su indignación contra la mujer vestida del sol: la cual quieren, o suponen, sea la Iglesia; se ve que esta mujer (sea lo que quisieren por ahora) se libra del dragón huyendo al desierto; se ve que en el desierto se está escondida, de la presencia de la serpiente, todo el tiempo que dura la persecución del Anticristo, esto es, mil doscientos y sesenta días, que son los días que debe durar la gran tribulación como se dice en el capítulo siguiente (por estas palabras), y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses (42 meses, y 1260 días es lo mismo). De todo lo cual se concluye evidentemente, que la batalla de San Miguel con el dragón debe suceder antes de los 42 meses de tribulación; por consiguiente, antes de la revelación del Anticristo. Luego no puede ser contra   —452→   el Anticristo; luego la venida de San Miguel a destruir al Anticristo es puramente imaginaria; luego el personaje admirable que se describe en el capítulo XIX del Apocalipsis con todas las señales y circunstancias de que tanto hemos hablado, no puede ser el príncipe San Miguel, sino el mismo Jesucristo, hijo de Dios, e hijo de la Virgen, en su propia persona; luego, etc.

401. Esta expedición del príncipe grande San Miguel, de que se habla en Daniel y en el Apocalipsis, con todos los misterios nuevos y admirables de la mujer vestida del sol, etc., pide una observación muy particular y muy prolija, la cual deberemos hacer cuando sea su tiempo. Os la prometo, queriendo Dios, para el fenómeno VIII, después que hayamos observado los tres siguientes, no solo interesantes en sí, sino necesarios para que este pueda entenderse.




 
 
FIN DEL TOMO I