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ArribaAbajoArtículo III

Tercer aspecto

Se consideran los judíos después de la muerte del Mesías, como la esposa de Dios arrojada por justas razones de casa del esposo, y despojada enteramente de su dignidad; y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no.

134. Este punto tiene grande relación con el antecedente, y aun parece el mismo, a lo menos cuanto a la sustancia, pues todos estos nombres, pueblo de Dios, iglesia de Dios, sinagoga de Dios, esposa de Dios, etc., todos en sustancia suenan y significan casi una misma cosa. Por tanto, si es cierto y seguro lo que acabamos de probar, esto es, que aquel que, desde Abrahán hasta el Mesías, fue pueblo de Dios, y ahora no lo es, ha de volver a serlo en algún tiempo, podremos asegurar del mismo modo, y en el mismo sentido, que aquella que fue la verdadera esposa de Dios, esto es, la casa de Jacob, y ahora no lo es, sino antes la más vil y despreciable de todas las mujeres, volverá a serlo algún día aunque lo repugne todo el mundo. El punto, aunque sumamente delicado, es sin duda alguna gravísimo e importantísimo por todos sus aspectos. El ser delicado y crítico por alguna circunstancia extrínseca, no parece razón suficiente para encubrirlo, o disimularlo, si realmente se halla expreso en la Escritura de la verdad. Para algún fin particular lo mandó escribir el Espíritu Santo; y es claro que su intención no pudo ser, que después de escrito se quedase siempre oculto, y que ninguno se atreviese a tocarlo por su extrema delicadeza.

135. Hágome cargo, que es menester valor, y gran valor, para anunciar prosperidades a la que fue reina Vasti, en presencia de la reina Ester, la cual fue llamada graciosamente a ocupar su puesto, en consecuencia de la sentencia terrible que se dio contra la primera: reciba su reino otra,   —90→   que sea mejor que ella.178 La cual sentencia concuerda perfectamente con aquella otra no menos terrible: quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él.179 Mucho más valor sería necesario para avanzar esta proposición en tono de profecía.

136. Llegará tiempo en que el rey Asuero, se acuerde de Vasti, y de lo que había hecho, y de lo que había padecido.180 Llegará tiempo en que se acuerde de su primera esposa, a quien tanto amó, y a quien apartó de sí por justas razones, y compadecido de sus trabajos, enternecido con sus lágrimas, satisfecho con su larga y durísima penitencia, la llame otra vez así, no obstante la oposición de sus siete sabios y de sus ministros (ibid. versículo 3), le restituya todos sus honores, y la corone de mayor gloria, que la que tuvo antes de su infortunio.

137. Si para avanzar esta proposición en presencia de la reina Ester, hubiese sido necesario un valor extraordinario, podréis ahora aplicar la consecuencia con gran facilidad.

Se considera todo el capítulo XLIX de Isaías: «Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos», etc.

Párrafo I

138. En la simple lectura de todo este capítulo; primero, lo que se presenta como una verdad, es la persona que habla en él desde la primera hasta la última palabra, la que no puede ser otra por todo el contexto, que el Mesías mismo, o el Espíritu de Dios en persona suya. Habla en primer lugar de su primera venida al mundo, como si fuese este suceso ya pasado; pues para Dios lo mismo es lo futuro, que lo pasado, y que lo presente: y todas las cosas   —91→   están desnudas y descubiertas a los ojos de él.181 Habla de la misión que tiene de Dios; del fin primario e inmediato de esta misión; de sus efectos, ya prósperos, ya también adversos; habla de la vocación de las gentes; de la misericordia que conseguirán sin buscarla; de la conversión al verdadero Dios de muchos reyes y príncipes; y junto con ellos de sus reinos y principados, etc. Después de lo cual como si ya estuviese concluido este gran misterio de la vocación y salud de las gentes; como si ya se llenasen o estuviesen muy cerca de llenarse los tiempos de las naciones182; como si se hubiese ya conseguido plenamente lo que dijo después a los judíos: Tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco; es necesario que yo las traiga183; como si ya hubiese conseguido entre las mismas gentes el fruto de su pasión, y de su muerte, esto es, morir para juntar en uno los hijos de Dios, que estaban dispersos184; en estas circunstancias, digo, vuelve sus ojos llenos de compasión y de ternura, a sus propios hermanos, a su propia sangre, a su antiguo y miserable pueblo, cuyos padres son los mismos, de quienes desciende también Cristo según la carne.185

139. Represéntase aquí todo este pueblo, o toda esta familia del justo Abrahán, en figura de una triste mujer viuda, sola, sin consuelo, sin refugio, sin esperanza, abandonada enteramente del cielo y de la tierra; a quien no obstante se le da el nombre de Sión, que es el mismo con que fue conocida y honrada en los tiempos de su mayor prosperidad. Pues esta Sión, verdaderamente... viuda, y desamparada186,   —92→   oprimida ahora de tristeza, sumergida en un profundo y amarguísimo llanto, a vista de la felicidad del pueblo de las gentes, que han ocupado su puesto, suspira y se lamenta diciendo, que su Dios la ha desamparado del todo, que la ha abandonado, que la ha echado en un perpetuo olvido, como si nunca la hubiera conocido: Y dijo Sión: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí.187 Esta misma queja y lamento se lee en el capítulo XXXVII, versículo 11 de Ezequiel: ellos dicen: Secáronse nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido cortados.188 Mas así como allí los consuela el Señor con las promesas y esperanza cierta, de que los huesos secos y áridos, y esparcidos por el campo, volverán a unirse entre sí, cada uno a su coyuntura, se cubrirán de carne, de nervios, y piel, y se les dará otra vez el espíritu de vida; así los consuela en este lugar con promesas todavía mayores, y con expresiones llenas de amor y de ternura. Sión se lamenta diciendo: me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí; y el Señor le responde al punto estas palabras, sólo dignas de una infinita bondad: ¿Cómo puede olvidar la mujer a su chiquito, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Y si ella le olvidare, pero yo no me olvidaré de ti.189

140. Desde este versículo XV, hasta el fin del capítulo se ve claramente, sin poder dudarlo, que habla el Mesías, no con otra persona, sino únicamente con la misma Sión, llorosa y afligida, y que todo cuanto habla, son palabras de consuelo, de esperanza, de amor; mezclando tantas y tan grandes promesas, que su misma grandeza las ha hecho increíbles.   —93→   Para hacer digno concepto de estas cosas, y poder observarlas con más exactitud, se hace necesario copiar aquí todo el texto, a lo menos desde el versículo 14 poniéndolo a la vista del que lee.

Y dijo Sión: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí.190

141. Ésta es la queja y el lamento de Sión, a vista de la felicidad de las gentes que ocupan su puesto, a la cual queja le responde el Señor inmediatamente con estas palabras.

¿Cómo puede olvidar la mujer a su chiquito, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Y si ella le olvidare, pero yo no me olvidaré de ti. He aquí que te he grabado en mis manos; tus muros están siempre delante de mis ojos. Vinieron tus reedificadores, los que te destruían, y asolaban, se irán fuera de ti. Alza tus ojos al rededor, y mira, todos éstos se han congregado, a ti vinieron; vivo yo, dice el Señor, que de todos éstos serás vestida como de vestidura de honra, y te los rodearás como una esposa. Porque tus desiertos, y tus soledades, y la tierra de tu ruina, ahora serán angostos para los muchos moradores, y serán echados lejos los que te sorbían. Aun dirán en tus oídos los hijos de tu esterilidad: Angosto es para mí el lugar, hazme espacio para que yo habite. Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró éstos? Yo estéril, y sin parir, echada de mi patria, y cautiva; ¿y éstos quién los crio? Yo desamparada y sola; ¿y éstos en dónde estaban? Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo alzaré mi mano a las gentes, y a los pueblos levantaré mi bandera. Y traerán a tus hijos en brazos, y a tus hijas llevarán sobre los hombros. Y reyes serán los que te alimenten, y reinas tus nodrizas; con el rostro inclinado hasta la tierra te adorarán, y lamerán el polvo de tus pies. Y sabrás que yo soy el Señor, sobre el cual no se avergonzarán los que le aguardan. ¿Por ventura será quitada la presa al fuerte? ¿O lo que   —94→   apresare el valiente, podrá ser salvo? Porque esto dice el Señor: Ciertamente el cautiverio será quitado al fuerte; y lo que haya sido quitado por el valiente, se salvará. Mas a aquellos que a ti te juzgaron, yo los juzgaré, y a tus hijos yo los salvaré. Y a tus enemigos daré a comer sus carnes; y se embriagarán con su sangre, así como con mosto; y sabrá toda carne, que yo soy el Señor tu Salvador, y tu Redentor el fuerte de Jacob.191

142. Las palabras no pueden ser más claras, ni más expresivas, ni más tiernas, ni más consolantes. No nos es posible observarlas todas en particular; lo puede hacer cualquiera por sí mismo, después de haber examinado y entendido bien estos dos puntos capitales. Primero: ¿quién es esta Sión que aquí se lamenta de haber sido abandonada,   —95→   y olvidada de su Dios? Segundo: ¿de qué tiempo se habla aquí?

Lo que sobre estos dos puntos se halla en los doctores.

Párrafo II

143. Cuanto a lo primero estamos bien seguros, sin sospecha de temor, que en este lugar los doctores no nos dirán lo que nos dicen en tantos otros, donde se habla de Sión (digo donde se habla a favor), esto es, que Sión significa la Iglesia presente. Esto fuera decir que la Iglesia presente es la que se lamenta de que Cristo su esposo la ha desamparado, y olvidado del todo: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí; confiesan pues aquí, como en otros muchos lugares nada envidiables, que la Sión que llora y se lamenta, no es otra cosa, que la casa de Jacob, en cuanto pueblo, o Iglesia, o esposa, o sinagoga192 del verdadero Dios. Confiesan más, aunque en general y confusamente, que a ella le responde el Señor aquellas palabras amorosas, y de tanta consolación.

114. Preguntadles ahora pidiendo una respuesta categórica: ¿si todas estas palabras consolantes, y todas estas magníficas promesas, que acabáis de leer, hablan con la misma Sión, que llora y se lamenta?, y veréis con admiración y pasmo, la negativa sin misericordia. No obstante, como por un exceso de bondad, y por el respeto tan debido el sentido literal de la Escritura Santa, se conceden algunas pocas a la misma Sión, que llora, y se lamenta: esto es la vigésima o trigésima parte; las demás no pueden ser para ella, sino para la Iglesia o la esposa presente; aunque ésta no se ha lamentado ni hablado una palabra. Son estas cosas demasiado grandes, dice un doctor de los más clásicos; y ¿quién no dice lo mismo en la práctica aunque tácitamente? Son estas cosas demasiado grandes para que podamos entenderlas en sentido literal, de la sinagoga o de la nación infiel y reprobada de los judíos, sino solamente   —96→   en cuanto sombra y figura de la Iglesia presente. Y esto lo dice el buen hombre con satisfacción, como si fuese el plenipotenciario de Dios, o el dispensador de sus tesoros; como si Dios mismo no pudiese prometer y dar de lo que es suyo propio, sino con el conocimiento y beneplácito del hombre enfermo, escaso y limitado. ¿Puede por ventura compararse con Dios un hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta?193 Yo sé que a esto se da comúnmente el nombre honorable y glorioso de celo y de piedad cristiana; mas también sé con mayor certidumbre, que el verdadero celo, y la verdadera piedad cristiana, piden en primer lugar creer no sólo en Dios, sino también a Dios y esperar que cumplirá infaliblemente lo que dice y promete, aunque yo pobre y limitado no alcance ni entienda cómo podrá ser.

145. Cuanto a lo segundo; esto es, cuanto a los tiempos de que se habla en la profecía, nos dicen, buscando de algún modo el sentido literal, que el lamento de Sión, y la respuesta consolatoria de Dios (no toda, sino aquella pequeñísima parte que se puede conceder sin perjuicio de las ideas favorables) se verificó, ya durante la cautividad de Babilonia, ya en la salida de esta cautividad; por lo cual le dice Dios a Sión estas palabras, que no se le disputan: He aquí que te he grabado en mis manos; tus muros están siempre delante de mis ojos. Vinieron tus reedificadores; los que te destruían y asolaban, se irán fuera de ti194; las cuales palabras, según su explicación literal, tienen este sentido. Tengo en mis manos, oh Sión, el diseño de tu reedificación; vinieron o vendrán presto los que te han de edificar de nuevo, esto es, Zorobabel, Esdras y Nehemías; y los Caldeos que te han destruido, saldrán de tus confines, y serán castigados. ¿Quién creyera, que   —97→   si aun esto poco que aquí conceden a la Sión llorosa, se verificó en la salida de Babilonia? Lo veréis más despacio en el fenómeno VII, a donde me remito por ahora.

146. Mas no es esto lo más singular. En el versículo antecedente, nos dicen que quien habla, y se lamenta en espíritu es la Sinagoga, es la Iglesia, es la esposa antigua del verdadero Dios; y no obstante la respuesta que le da el Señor, se endereza solamente a la Sión material, o a la ciudad y fortaleza de David; y toda la consolación se reduce a que será reedificada de nuevo materialmente. Digo toda la consolación, porque lo que se sigue desde aquí hasta el fin del capítulo, ya no se puede conceder ni a la Sión espiritual, ni mucho menos a la material, ni a los tiempos de Zorobabel, Esdras y Nehemías. Son cosas demasiado grandes las que se dicen. Así, deben ser para otros tiempos, y para otra Sión, esto es, para la Iglesia presente. No hay que preguntar por qué razón, o con qué justicia se quita a una pobre viuda llena de trabajos, aquello poco que le queda, que es la esperanza; y esto para darlo a otra, que no es viuda ni pobre, sino opulentísima, a quien todo le sobra. Esta razón no se produce o porque no la hay, o porque no es necesaria; son cosas que no pueden entenderse de otro modo, sin gran detrimento del sistema.

Se examinen estas ideas a la luz de la profecía

Párrafo III

147. Para conocer con toda certeza, si estas ideas son justas o no, consideremos con alguna mayor atención el contexto de todo este capítulo. Esto es todo lo que precede a la queja de Sión. Con esto solo entenderemos al punto, así el tiempo de que se habla, como la ocasión y circunstancias de esta queja; por consiguiente, el misterio de la profecía todo entero. Lo primero que se presenta a los ojos clarísimamente, es, que desde la primera palabra empieza hablando sin interrupción el Espíritu de Dios,   —98→   en persona del Mesías, y prosigue hablando hasta el fin, y aun hasta el capítulo siguiente. Habla primeramente con todos los pueblos de la tierra, a quienes pide toda su atención, como que son cosas de suma importancia las que va a decirles: Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos...195 Empieza dando una idea general, aunque grande y magnífica, de la excelencia de su persona, de su dignidad, de su ministerio, de los grandes designios que Dios tiene sobre él, para los cuales lo envía a la tierra: El Señor desde la matriz me llamó, desde el vientre de mi madre se acordó de mi nombre. Y puso mi boca como espada aguda, con la sombra de su mano me protegió, y púsome como saeta escogida, escondiome en su aljaba.196

148. Dice luego la misión que tiene de Dios directa e inmediatamente para la casa de Jacob, Y ahora el Señor, que me formó desde la matriz por su siervo, me dice, que yo he de conducir a él a Jacob.197 Lo cual concuerda perfectamente con lo que él mismo dijo después, asegurando en términos formales, que no había sido enviado de Dios, sino para las ovejas perdidas de la casa de Jacob: No soy enviado sino a las ovejas, que perecieron de la casa de Israel.198 Concuerda con lo que dice a las gentes cristianas su propio Apóstol: Digo pues, que Jesucristo fue ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para199 confirmar las promesas de los Padres200; y con lo   —99→   que dice en la epístola a los Gálatas: que el Señor eligió a San Pedro, y lo envió directamente para el apostolado de la circuncisión.201

149. Prosigue el Mesías diciendo claramente lo que hemos visto hasta ahora, y veremos después con nuestros ojos, es a saber, que aunque Dios lo enviaba directamente, a las ovejas que perecieron de la casa de Israel, o lo que es lo mismo, para conducir a él a Jacob; no se conseguiría por entonces este fin primario e inmediato de su misión: mas Israel no se congregará. Y como mirando presente la resistencia que le había de hacer este pueblo ingrato, y las terribles consecuencias que debían seguirse contra el mismo pueblo, según las Escrituras, llora y se lamenta de haber trabajado en vano, y de haber consumido sin fruto alguno toda su fortaleza. Y dije yo: En vano he trabajado sin motivo, y en vano he consumido mi fuerza.202 Da muestra de aflicción y dolor, por lo que mira a la perdición de Israel, y también de confusión y rubor, por lo que toca a su propia persona; como si no tuviese que responder a su divino Padre; ni como excusarse de no haber sido recibido de su pueblo escogido (por la suma iniquidad de que lo halló lleno) mas (les fue) en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo... en lazo y en ruina a los moradores de Jerusalén.203 Se consuela, no obstante, con haber hecho con este pueblo cuanto estaba de su parte; por lo cual será, no sólo excusado, sino aprobado y glorificado en los ojos de Dios: por tanto mi juicio con el Señor, y mi obra con mi Dios... y glorificado he sido en los ojos del Señor, y mi Dios ha sido mi fortaleza.204

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150. Pasa luego inmediatamente a referir el consuelo que le da su Padre en medio de tantas aflicciones; prometiéndole en lugar de Israel que se perdía por su incredulidad, otro pueblo mayor y mejor; el cual se debía sacar de entre las naciones de la tierra. Dios me dice, añade el Mesías, poco es que seas mi siervo solamente, o mi enviado para despertar o llamar las tribus de Jacob, y convertir las heces de Israel; en falta de éstos, serás ahora la luz de las gentes, y llevarás mi salud hasta los extremos de la tierra.205 Estas últimas palabras, para los judíos las más terribles, les trajo a la memoria el apóstol San Pablo, cuando desesperanzado de su conversión, en que tanto había trabajado, se despidió de ellos, diciéndoles: A vosotros convenía que se hablase primero la palabra de Dios; mas porque la desecháis, y os juzgáis indignos de la vida eterna, desde este punto nos volveremos a los gentiles. Porque el Señor así nos lo mandó: Yo te he puesto para lumbre de las gentes, para que seas en salud hasta el cabo de la tierra.206 Y en otra parte, capítulo último, versículo 28. Pues os hago saber a vosotros que a los gentiles es enviada esta salud de Dios, y ellos oirán.207 En consecuencia de esto, prosigue el Mesías anunciando los efectos admirables de la vocación de las gentes, y el fruto copioso que se recogería de entre ellas; los reyes y príncipes que reconocerían al verdadero Dios, y le adorarían; y la multitud de pueblos, naciones y lenguas, que vendrían de las cuatro plagas de la tierra, a la unidad de una Iglesia, de un culto, y de una religión: Los reyes verán, y se levantarán   —101→   los príncipes, y adorarán por el Señor, porque es fiel, y por el Santo de Israel, que te escogió. He aquí como unos vendrán de lejos, y otros del Aquilón, y del mar, y aquéllos de la tierra del mediodía.208

151. En este tiempo, pues, y en estas circunstancias en que se mira como presente, y en que se supone ya propagada la fe, y establecida entre las gentes la Iglesia de Dios; en este tiempo en que se mira, generalmente hablando, todo el cuerpo de la nación israelítica, como no congregado a la voz de su Mesías; y por consiguiente como no suyo, ni digno de sí; mas Israel no se congregará; en este tiempo, vuelvo a decir, es cuando llora y se lamenta Sión, o el Espíritu de Dios en persona suya: con gemidos inexplicables209, de que su Mesías mismo la ha abandonado y olvidado del todo, pasándose enteramente a las gentes: Y dijo Sión: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí.

152. Siendo esto así, como lo es, con toda la certeza que cabe en el asunto, ¿a qué viene en este tiempo, de que se va hablando, en que se supone venido el Mesías, arrojada Sión, llamadas las gentes, predicado el Evangelio en las cuatro plagas del orbe, etc., a qué propósito viene en este tiempo el llanto de los cautivos de Babilonia, ni la consolación que se les da, de que Sión, la ciudad o fortaleza de David, será materialmente edificada de nuevo, y los Caldeos castigados? Y todas las otras cosas, que se le dicen a la misma Sión que llora y se lamenta, ¿por qué no se acomodan también a los cautivos de Babilonia, y a la vuelta de esta cautividad? ¿Acaso porque ésta es una empresa imposible? Sí, amigo, porque es una empresa imposible. Si fuese de algún modo posible, no se dejara tan presto aquel tiempo, aquella cautividad, aquella Sión; no se diera un salto tan repentino y tan prodigioso, desde   —102→   lo material, hasta lo espiritual; desde aquellos tiempos hasta estos nuestros; desde aquella Sión hasta otra Sión, a quien se le da este nombre graciosamente, la cual ni habla en la profecía ni se habla con ella. Bien fácil cosa es, acomodar a un párvulo de dos o tres años, una pequeña parte de vestido, que se hizo para un hombre de madura edad, y de estatura más que mediana; mas el acomodarlo todo justamente, sin artificio ni violencia, esto es, sin cortar ni plegar, parece algo más que difícil, y esta misma dificultad es la prueba más convincente, de que aquel vestido realmente no se hizo para el párvulo. La semejanza es de bien fácil aplicación.

153. Fuera de esto, sería bueno examinar aquí con la mayor formalidad posible, hasta saberlo de cierto, si nos es lícito, si se ha dejado en nuestras manos, y a nuestra libre disposición, el cortar, el dividir, el despedazar como nos pareciere, la divina Escritura. Si somos dueños absolutos de dividir en varias piezas una misma profecía, y disponer de estas piezas, según nos pareciere mejor, dando unas piezas a un tiempo, y otras a otros; unas a los tiempos de la más remota antigüedad; otras (y las mejores que se hallan) a los tiempos en que vivimos; unas como de limosna a los míseros judíos, y éstas absolutamente inservibles; y todas las demás a las gentes, que son las que hacen esta repartición. Digo que sería bueno saber esto de cierto, porque a mí me parece cosa durísima, y algunas veces intolerable; y no obstante lo veo practicado así, con suma frecuencia en los doctores.

154. Si la queja de Sión (volviendo a mi proposición) si toda la causa de su lamento no es otra, según todo el contexto de la profecía, sino que Dios la ha desamparado, y su Mesías se ha olvidado de ella, pasándose enteramente a las gentes, ¿qué consuelo es decirle, que será edificada materialmente, o que ya lo fue en otros tiempos, o los Caldeos castigados? Cuando éstos son unos sucesos tan pasados, tan poco dignos de consideración, tan fuera de propósito, tan ajenos de los tiempos de que se habla, ¿qué consuelo es decirle y prometerle tantas otras cosas, si al   —103→   fin estas cosas no son para ella, como pretenden los doctores, sino para otra nueva dilecta, por quien ella ha sido da y olvidada?

155. El caso es, amigo mío, (y excusad la libertad con que tal vez me es necesario hablar) el caso es, lo primero, que los cristianos tienen ahora delante de sus ojos a pérfidos judíos, que éste es su ordinario sobrenombre; ven su estado presente de vileza, de abatimiento y de miseria extrema; ven su dureza, su obstinación, su ceguedad y su ignorancia actual; y les parece imposible que puedan verificarse en ellos unas promesas de tanta dignidad. ¡Como si el que promete no fuese aquel mismo Dios (de quien se dice): Fiel es el Señor en todas sus palabras, y santo en todas sus obras210! ¡Como si el que pudo de estas piedras levantar hijos a Abrahán211, no pudiese ya hacer otro milagro semejante, y mucho más fácil, haciéndose hijos verdaderos de Abrahán, a los que ya lo eran según la carne! ¡Como si el que anuncia y promete cosas tan grandes a las reliquias de Israel, no fuese aquel mismo Espíritu de verdad, que anunció y amenazó, con términos igualmente claros y expresivos, el estado miserable en que ha visto y ve todo el mundo a todo Israel! El caso es, lo segundo (y esta parece la principal causa, y el verdadero motivo) iba a decir... mas temo sacar a luz una verdad, y revelar un secreto antes de tiempo. Me explicaré plenamente en todo el fenómeno siguiente, cuyo título debe ser:




ArribaAbajoLa Iglesia cristiana

Se considera más en particular y más de cerca la profecía de Isaías

Párrafo IV

156. Hasta aquí hemos atendido solamente a las circunstancias de esta profecía: es a saber, ¿con quién habla, en   —104→   qué ocasión, y para qué tiempo? Hemos concluido, al parecer con evidencia, lo primero: que se habla con Sión, antigua esposa de Dios, y que a ella sola se dirigen, no una ni cuatro, sino todas las palabras consolatorias, y todas las promesas que contiene la profecía. Lo segundo: que se habla con esta antigua esposa de Dios, no en otro estado, sino en el estado de soledad, de viudez, de abandono, en que quedó después del Mesías, y después que otra esposa nueva ocupó su puesto. Lo tercero: que no habiéndose verificado jamás en la Sión con quien se habla, cosa alguna de cuantas se le dicen y prometen, deberemos esperar otro tiempo, en que todas se verifiquen: la mano del Señor no se ha encogido para no poder salvar.

157. Esto supuesto, veamos ahora brevemente las cosas mismas que se dicen y prometen a esta antigua esposa de Dios. Ellas son tan grandes, que por eso mismo se ha pensado que no pueden hablar con ella. Sin esto no hubiera habido quien se las disputase; puesto que las primeras palabras con que empieza el Señor su consolatoria, son tan amorosas, tan tiernas, tan expresivas, que ellas solas muestran claramente, que debe haber alguna grande y extraña novedad; así de parte de Sión, que llora su soledad y desamparo, como de parte del Mesías, que atiende a su llanto, y se pone de propósito a consolarla. «¿Puede acaso una madre (empieza diciendo) olvidarse de su tierno infante? ¿Puede mirar con indiferencia el dolor y aflicción del fruto de su vientre? Pues más fácil es esto, que no que yo me olvide de ti.» Después de este primer requiebro sumamente expresivo, para que no piense que son únicamente buenas palabras, pasa luego a decirle toda la gloria y honra que le tiene preparada. Y en primer lugar le habla de su próxima reedificación siguiendo siempre la metáfora de la ciudad de David, es decir, le habla de su renovación, de su asunción, de su remedio pleno, cuyo diseño o cuyo plan, dice que lo tiene como grabado en sus propias manos212.   —105→   Y como si ya estuviese concluida esta renovación, de que se habla en todos los Profetas, la convida en espíritu a que levante sus ojos, y mire por todas partes al rededor de sí213. ¿Y qué es lo que ha de mirar? Es aquello mismo que es toda la causa de su llanto. Lloras (como si dijera) porque me he pasado a las gentes, y vivido entre ellas tantos siglos, obligado de tu incredulidad, y de tu extrema ingratitud; ved aquí el fruto copiosísimo que se ha recogido por mi solicitud. Todos estos hijos de Dios, que estaban dispersos, se han congregado en uno214; todas estas ovejas, que no eran de este aprisco215, han sido traídas a este ovil, o a este rebaño sobre mis propios hombros; y todos se han congregado y venido, no solamente para mí, sino también para ti. No tienes que mirarlos como extraños216, tú eres su propia madre, y ellos son tus propios hijos. Yo te juro que de todos ellos te vestirás algún día, y todos te servirán de galas y de joyas preciosísimas: Vivo yo, dice el Señor, que de todos éstos serás vestida como de vestidura de honra, y te los rodearás como una esposa.217

158. Estos hijos tuyos (prosigue diciendo) no obstante que son hijos de tu esterilidad; estos hijos que te han nacido, sin saberlo tú, en aquellos mismos tiempos en que has vivido como viuda, y verdaderamente viuda y desamparada218; estos hijos tuyos serán tantos, que no pudiendo caber en tus confines, desde el río de Egipto hasta el grande río Eúfrates219, te pedirán un espacio mayor en que habitar (expresiones todas conocidamente figuradas). Aún dirán en tus oídos los hijos de tu esterilidad: angosto es para   —106→   mí el lugar, hazme espacio para que yo habite. Entonces dirás, oh Sión, dentro de tu corazón: ¿quién me ha parido estos hijos? ¡Yo estéril, yo viuda, yo leño seco, incapaz tantos siglos ha de parir hijos de Dios! ¡Yo desterrada, cautiva, abominada de Dios y de los hombres, olvidada, destituida y sola! Y estos hijos míos, ¿de dónde han salido? Y éstos, ¿dónde estaban? Y éstos, ¿quién me los ha criado, sustentado y educado?220

159. Paremos aquí un momento. Estas palabras ¿quién las dirá, o a quién pueden competer? ¿Acaso a la Iglesia cristiana, a la esposa actual del verdadero Dios? ¿No veis la impropiedad y la repugnancia? La esposa actual no puede ni ha podido jamás decir con verdad: yo estéril, y sin parir, echada de mi patria, y cautiva... desamparada y sola... Pues si esto no compete de modo alguno a la esposa actual; luego no se habla con ella de modo alguno; luego se habla con su antecesora. No hay medio entre estas dos cosas. Sabemos de cierto que Dios sólo ha tenido dos esposas. La primera la apartó de sí por justas razones, con indignación y con grande ira221; la segunda que entró en su lugar, es la que ahora reina; a ésta no le competen las palabras de que hablamos; luego a la primera; luego esta misma es la que las dirá algún día, a vista de los innumerables hijos de Dios que le han nacido en el tiempo mismo de su esterilidad.

160. Síguese de aquí, lo primero: que esta antigua esposa de Dios, actualmente estéril, desterrada, cautiva, destruida y sola, ha de salir algún día de su estado actual, ha de salir de su destierro, de su cautiverio, de su soledad, de su esterilidad; ha de ser llamada otra vez, y asunta a su antigua dignidad. Y si no, ¿cuándo, ni cómo podrá decir estas palabras? Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró éstos? Yo estéril, y sin parir, echada de mi patria,   —107→   y cautiva; y éstos, ¿quién los crió? Yo desamparada y sola... éstos, ¿en dónde estaban? Síguese lo segundo: que todos los hijos de Dios que han nacido, y en adelante nacieren y se congregaren de entre las gentes, todos son en la realidad hijos de aquella primera esposa; pues a ella se han de atribuir, a ella se han de agregar, a ella han de reconocer por madre, y le han de servir de ornamento y de gloria: vivo yo, dice el Señor, que de todos éstos serás vestida como de vestidura de honra, y te los rodearás como una esposa.

161. Se puede ahora temer, no sin gran fundamento, que estas cosas que acabo de decir os causen alguna gran novedad, y tal vez alguna especie de escándalo, pareciéndoos (aunque todavía muy confuso) que ya me acerco al precipicio, y que al fin como judío, no estoy muy lejos de judaizar. No, amigo mío, no temáis donde no hay que temer; no seáis uno de aquellos de quienes se dice en el salmo XIII, allí temblaron de miedo, donde no había motivo de temor.222 Estoy muy lejos y ajenísimo de esta estulticia. Lo que es judaizar, y lo que únicamente merece este nombre, no ignoro. Así, creo firmemente como una verdad de fe, definida en el primer concilio de la Iglesia, que la circuncisión y las otras observancias puramente legales de la ley de Moisés, no obligan de modo alguno a los cristianos, ni son necesarias, ni aun conducentes para la salud; mas creemos ser salvos por la gracia del Señor Jesucristo.223 El creer alguna cosa contraria a esta verdad, es lo que únicamente se llama judaizar. Si fuera de esto hay otra cosa que merezca este odioso nombre, yo la ignoro absolutamente, ni me parece posible señalarla. En consecuencia de esto, habréis reparado ya, o deberéis repararlo, que cuando digo que la casa de Jacob, la cual fue antiguamente pueblo de Dios y esposa suya, y ya ahora no lo es, lo volverá a ser en algún tiempo; no hablo de otro modo que como habla la   —108→   divina Escritura, esto es, que volverá a serlo en otro estado infinitamente diverso, y bajo de otro testamento nuevo y sempiterno: Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna224; haré con vosotros un pacto sempiterno, las misericordias firmes a David225; y haré nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá...226; y haré con ellos un pacto eterno, y no dejaré de hacerles bien; y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí.227

162. Si aun con esta limitación os causan todavía novedad y extrañeza las cosas que voy hablando, me será necesario aplicaros aquellas palabras que decía Cristo, en ocasión muy semejante, al legisperito y pío Nicodemus: ¿Tú eres Maestro en Israel, y esto ignoras?228 ¿Puedes ignorar que todos los hijos de Dios, que después del Mesías se han recogido y se recogerán de entre las gentes, son todos del linaje de aquella mujer? Y si todos son de su linaje, luego todos son sus verdaderos hijos, y todos realmente le pertenecen; así como hablando según la naturaleza, todos los hombres somos hijos de Eva, y todos pertenecemos a esta común madre de todos. ¿Puedes ignorar que ninguno puede ser salvo, ni ser admitido a la dignidad de hijo de Dios sin la fe? ¿Y puede haber verdadera fe sino en los hijos verdaderos de Abrahán? Reconoced, pues, que los que son de la fe, los tales son hijos de Abrahán... Y así los que son de la fe, serán benditos con el fiel Abrahán.229   —109→   ¿Puedes ignorar230 que no hay salud, ni la puede haber en la presente providencia, sino la que ha venido a las gentes por medio de los judíos? Es decir, no hay salud, sino para los hijos verdaderos del fiel Abrahán, que por medio de una fe verdadera y sincera se han agregado a su familia. ¿Puedes ignorar, que todos los creyentes de las naciones no son ya en realidad aquellas mismas ramas silvestres, cortadas de los bosques e ingertas en buena oliva por la sabia mano de Dios? ¿Puedes ignorar que todo el fruto que han dado y pueden dar estas ramas silvestres, ni es ni son de su propia sustancia, ni de la sustancia de los árboles salvajes de donde fueron misericordiosamente sacadas, sino de la pingüe y preciosa sustancia de la buena oliva donde han sido injertos? ¿Tú eres Maestro en Israel, y esto ignoras?... y tú siendo acebuche, fuiste injerido en ellos, y has sido hecho participante de la raíz, y de la grosura de la oliva.231 Los que pensaren de otro modo deben esperar, que luego inmediatamente les diga al oído su propio Apóstol: No te jactes contra los ramos (los propios de la buena oliva, cortados por la incredulidad), porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti.232 No me detengo en lo que resta de la profecía de Isaías, porque algo se ha de dejar a la reflexión de quien lee; ello es tan claro, que no será menester mucho tiempo, ni mucho trabajo.

Otros lugares de la escritura.

Párrafo V

163. Sin salir de Isaías, hallamos tanto sobre el asunto presente que parece imposible tocarlo todo, ni aun siquiera   —110→   la centésima parte, sin una prolija y molestísima difusión. Para suplir esta falta de algún modo razonable, que nos traiga alguna utilidad, yo sólo quisiera advertir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la cual no alcanzo cómo pueda entenderse este Profeta de un modo seguido y natural. Lo que deseo hacer reparar es, que desde el capítulo XLIX cuando menos, hasta el LXVI, que es el último, se nota clara y distintamente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar tres personas: esto es, Dios, el Mesías, y Sión; y todo cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto o interés, sin salir de él, ni divertir la conversación a otra cosa.

164. La primera persona que habla es Dios, y es bien fácil observar, que siempre que habla (que es pocas veces, y pocas palabras) o habla con el Mesías, o con Sión. La segunda es el Mesías mismo, él es el que abre la conversación, y hace en toda ella como el papel principal. Empieza pidiendo atención a todos los países y a todos los pueblos de la tierra: Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos; y desembarazado brevemente de todo lo que pertenece a su primera venida al mundo, tan favorable, respecto de las gentes, como funesta para Sión, vuelve sus ojos llenos de compasión a la misma Sión que se representa allí mismo como cubierta de luto y de tristeza, a vista de la felicidad de las gentes, y de su propia infelicidad, diciendo estas solas palabras en medio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí. Desde este punto para adelante, en los diez y ocho capítulos que se siguen, ya no se ve que hable una sola palabra con otras personas que con Sión; y esto no en cualquiera estado indeterminado, sino precisamente de humillación, de soledad y de abandono, en que quedó después de su primera venida, y en consecuencia de su incredulidad. Esto es tan claro, que casi no es menester otro estudio, que la simple lectura, con esta advertencia. Así se ve en todos estos diez y ocho capítulos, que ya consuela a la infeliz Sión, ya la reprende, ya la exhorta a penitencia, ya le trae a la memoria sus antiguos delitos, va también el mal recibimiento   —111→   que le hizo cuando vino al mundo: Porque vine, y no había hombre; llamé, y no había quien oyese.233 Ya se muestra algunas veces indignado e incapaz de aplacarse, sin duda para darle a conocer la grandeza de su mal, ya la avergüenza y la confunde más con el ejemplo de las gentes que han oído su voz, lo han conocido, lo han buscado, y lo han hallado: Buscáronme los que antes no preguntaban por mí, halláronme los que no me buscaron. Dije: Vedme, vedme a una nación, que no invocaba mi nombre. (Mas Israel por el contrario dice:) Extendí mis manos todo el día a un pueblo incrédulo234, ya en fin la consuela, la alienta, le renueva las antiguas promesas, le hace otras de nuevo mucho mayores, se compadece de sus trabajos, se enternece con ella, etc.

165. La tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, todos buenos, todos santos, todos conducentes para la salud, o que ya la supone. Se ven en ella afectos de confusión, de penitencia, de llanto, de confesión sincera y franca de sus delitos, de admiración, de agradecimiento, de esperanza, y también de amor y caridad perfecta. Como una persona que despierta de un profundo sueño, o como un sordo y ciego que empieza a oír y ver, y todo le coge de nuevo. Entre otras cosas dignas de atención, podéis reparar y comprender al punto por el contexto mismo, que todo el capítulo LIII que parece una historia abreviada y completa de la pasión y muerte del Mesías, no es otra cosa, que lo que dice Sión en medio de su llanto, después que ha conocido al mismo Mesías, que ella reprobó y puso en una cruz: ¿Quién ha creído lo que nos ha oído? (empieza diciendo) ¿y el brazo del   —112→   Señor a quién ha sido revelado?235 ¿Quién de nosotros (como si dijera) creyó a sus propios oídos? ¿Y el brazo del Señor (o lo que es lo mismo) el Verbo de Dios o el Mesías, quién lo conoció? Lo oímos a él mismo que nos habló palabras de vida, y no lo creímos, ni lo conocimos siquiera por la voz, como debíamos conocerlo según las Escrituras, de lo cual se quejaba él mismo, diciendo: ¿Por qué no entendéis este mi lenguaje?236 Oímos después a sus discípulos, y lejos de creerlos los despreciamos, y aun los perseguimos del mismo modo. Hemos oído hablar de él en todas las partes del mundo, donde hemos estado dispersos, por espacio de tantos siglos, y no hemos creído jamás a nuestros oídos. Lo vimos con nuestros ojos cuando fue visto en la tierra, y conversó con los hombres237, y tampoco creímos a nuestros ojos, no viendo en él aquella grandeza y majestad mundana, que nos habíamos figurado, y que nos habían anunciado nuestros doctores. Le vimos, y no era de mirar, y le echamos menos. Despreciado, y el postrero de los hombres, varón de dolores, y que sabe de trabajos; y como escondido su rostro y despreciado, por lo que no hicimos aprecio de él... nosotros le reputamos como leproso, y herido de Dios, y humillado. Mas él fue llagado por nuestras iniquidades, quebrantado fue por nuestros pecados... Todos nosotros como ovejas nos extraviamos, cada uno se desvió por su camino; y cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros...238 Yo no tengo tiempo para detenerme en estas observaciones   —113→   particulares, que puede hacer cualquiera con sólo una poca de atención.

166. Entre tantas cosas y tan diversas como dice el Mesías a Sión en esta larga conversación, se deben notar especialmente aquellas que hacen a nuestro propósito actual, esto es, las que son de consuelo y esperanza, y contienen alguna promesa extraordinaria. Por ejemplo, estas que aquí apunto, como por muestra de otras muchísimas, del todo semejantes, que pudiera mostrar.

167. Primero: en el capítulo LI, versículo 16, hablando Dios con el Mesías, le dice estas palabras: Puse mis palabras en tu boca, y con la sombra de mi mano te cubrí, para que plantes los cielos, y cimientes la tierra; y digas a Sión: Mi pueblo eres tú.239 En consecuencia de esto, toma al punto las palabras el mismo Mesías, y vuelto a Sión, y viéndola tan abatida, y confundida con el polvo de la tierra, le dice así desde el versículo 17.

168. Álzate, álzale, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las heces... Tus hijos fueron echados por tierra, durmieron en los cabos de todas las calles, como orige enlazado; llenos de la indignación del Señor, del castigo de tu Dios. Por tanto oye esto, pobrecilla, y embriagada no de vino. Esto dice el dominador tu Señor y tu Dios, que peleará por su pueblo: Mira que he quitado de tu mano el cáliz de adormecimiento... no lo volverás a beber en adelante. Y lo pondré en manos de aquellos que te abatieron, y dijeron a tu alma: Encórvate, para que pasemos; y pusiste tu cuerpo como tierra, y como camino a los pasajeros.240

  —114→  

169. Segundo: capítulo LII. Levántate, levántate, vístete de tu fortaleza, Sión, vístete de los vestidos de tu gloria, Jerusalén, ciudad del Santo; porque no volverá a pasar por ti en adelante incircunciso ni inmundo. Sacúdete del polvo, levántate; siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sión. Porque esto dice el Señor: De balde fuisteis vendidos, y sin plata redimidos.241

170. Tercero: capítulo LIV. No temas, porque no serás avergonzada, ni sonrojada; pues no tendrás de qué afrentarte, porque te olvidarás de la confusión de la mocedad, y no te acordarás más del oprobrio de tu viudez. Porque reinará en ti el que te crió, el Señor de los ejércitos es el nombre de él; y tu Redentor el Santo de Israel, será llamado el Dios de toda la tierra. Porque el Señor te llamó como a mujer desamparada, y angustiada de espíritu, y como a mujer, que es repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un momento, por un poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes piedades. En el momento de mi indignación escondí por un poco de ti mi cara, mas con eterna misericordia me he compadecido de ti, dijo el Señor tu Redentor. Esto es para mí como en los días de Noé, quien juré que yo no traería   —115→   más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré, que no me enojaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán conmovidos, y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se apartará de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor compasivo de ti. Pobrecilla combatida de la tempestad, sin ningún consuelo. Mira que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre zafiros... Y serás cimentada en justicia; ponte lejos de la opresión, pues no temerás, y del espanto, que no llegará a ti.242

171. Cuarto: capítulo LX. Y vendrán a ti encorvados los hijos de aquellos que te abatieron, y adorarán las huellas de tus pies todos los que te desacreditaban, y te llamarán la ciudad del Señor, la Sión del Santo de Israel. Porque fuiste desamparada, y aborrecida, y no había, quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos, para gozo en generación y generación. Y mamarás leche de las naciones, y serás amamantada, por el pecho de los Reyes; y sabrás, que yo soy el Señor tu Salvador, y tu Redentor, el fuerte de Jacob... No se oirá más hablar   —116→   de iniquidad en tu tierra, ni habrá estrago ni quebrantamiento en tus términos, y ocupará la salud tus muros, y tus puertas la alabanza.243

172. Quinto: capítulo LXII. De allí adelante no serás llamada desamparada; y tu tierra no será ya más llamada desierta... Y los nombrarán, Pueblo santo, redimidos por el Señor. Mas tú serás llamada: La ciudad buscada, y no la Desamparada.244

173. Sexto: capítulo LXVI. Alegraos con Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos con ella de gozo todos245 los que lloráis sobre ella, para que maméis, y seáis llenos de la teta de su consolación; para que chupéis, y abundéis en delicias de toda su gloria. Porque esto dice el Señor: He aquí que yo derivaré sobre ella como río de paz, y como arroyo que inunda la gloria de las gentes, la cual mamaréis; llevados seréis a los pechos, y sobre las rodillas os acariciarán. Como la madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré, y en Jerusalén seréis consolados.246

  —117→  

174. Considerad por último todo el capítulo II de Oseas, en que veréis abreviado todo el misterio de que actualmente hablamos, desde el principio hasta el fin. Lo primero: le anuncia Dios a su esposa infiel, que llegará el caso de privarla enteramente de su dignidad, que la arrojará ignominiosamente de su casa, que la abandonará del todo, que la mirará como si no fuera su esposa, ni él su marido, que no hará caso de sus hijos, ni se moverá a compasión. Juzgad a vuestra madre (o como leen los 70, sed juzgados con vuestra madre), juzgadla; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido... Y no tendré misericordia de sus hijos.247 Lo segundo: le anuncia los terribles trabajos y calamidades que padecerá en su soledad y desamparo, y todo de su mano y por orden suya: he aquí yo cercaré tu camino con espinos, y lo cercaré con paredes, y no hallará sus senderos... manifestaré su locura a los ojos de sus amadores; y nadie la sacará de mi mano. Y haré cesar todo su gozo, su solemnidad, su Neomenia.248 Lo tercero: le anuncia y le promete, así en este lugar como en el capítulo II, que después de bien castigada, trabajada, y humillada hasta lo sumo, abrirá finalmente los ojos, y dirá como el hijo pródigo del Evangelio: Iré, y volveré a mi primer marido.249 Lo cuarto, en fin: le anuncia que entonces llamará a su Dios, diciéndole: mi primer marido; y le promete que entonces la recibirá otra vez, y se desposará con ella como de nuevo, y no la apartará jamás de sí: Y te desposaré conmigo para siempre; y te desposaré   —118→   conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor.250

175. Estos lugares que acabo de apuntar, omitiendo otros innumerables que se pueden ver en los profetas, parece que prueban invenciblemente, que aquella primera esposa de Dios (es decir la casa de Jacob) que después de la muerte del Mesías fue arrojada ignominiosamente de la casa del esposo por su iniquidad e incredulidad, ha de ser llamada algún día, y asunta con infinitas ventajas en otro estado y bajo de otro testamento sempiterno, a su primera dignidad, para no perderla jamás, que es todo lo que por ahora pretendíamos probar. Examinemos en seguida atentamente lo que alega la parte contraria.

Se proponen y examinan dos impedimentos.

Párrafo VI

176. La parte contraria, que sin duda tiene fuertes motivos para oponerse con todas sus fuerzas a la vocación y asunción de Sión, alega contra ella dos impedimentos, en tono de gran seguridad; y cierto, que mirados éstos desde cierta distancia, muestran un semblante verdaderamente terrible, capaz de acobardar y aun hacer temblar al más animoso. El primer impedimento está o se pretende estar de parte de la esposa actual de Dios; de aquella, digo, que entró en lugar de Sión, y ocupó el puesto que ella dejó vacío por su incredulidad251. De aquélla de quien dice el Apóstol, citando el de Oseas: Llamaré pueblo mío, al que no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que alcanzó misericordia, al que no había alcanzado misericordia.252 De aquélla de quien dice San Pedro: en algún tiempo erais no pueblo, mas ahora sois   —119→   pueblo de Dios; que no habíais alcanzado misericordia, mas ahora habéis alcanzado misericordia.253 El segundo impedimento está o se pretende estar de parte de la misma Sión, la cual se supone ya incapaz de otra cosa, que de desprecio y vilipendio. Uno y otro impedimento se presenta en tono tan decisivo, y con tan gran satisfacción, que según ellos parece que no queda lugar a la duda o la sospecha. No obstante, si nos acercamos un poco más, si los miramos con alguna particular atención, si llegamos a tocarlos con la mano, descubrimos al punto con admiración y pasmo, que el primero estriba únicamente sobre un puro sofisma, y el segundo sobre una insigne falsedad.

Primer impedimento

177. La sustancia de este primer impedimento se reduce en pocas palabras a este discurso: Dios no puede tener dos esposas diversas, así como no puede tener dos Iglesias diversas, porque la esencia de la Iglesia y de la esposa de Dios, esto es, de la parte activa de la misma Iglesia (que es la que propiamente se llama esposa madre, etc.) es la unidad; luego Sión no puede ser llamada otra vez y asunta de nuevo a la dignidad de esposa de Dios, que tuvo en otros tiempos. El antecedente es no sólo cierto sino dogma de fe. La consecuencia se prueba así: para que Sión pueda volver a ser esposa de Dios, es necesario que la esposa actual que entró en su lugar, caiga en algún tiempo en la desgracia del esposo y en el mismo infortunio en que cayó Sión; así como fue necesario que cayese Sión y fuese arrojada de casa, para que entrase a reinar la esposa actual. A este propósito se dice en Isaías: Estrecha es la cama, de modo que uno de los dos ha de caer; y una manta   —120→   corta no puede cubrir al uno y al otro.254 Ahora pues: es cierto e innegable, según las promesas infalibles del esposo mismo, que la esposa actual que entró en lugar de Sión, no puede jamás caer de su gracia, ni ser tratada con el mismo rigor; luego es imposible que Sión vuelva jamás a la dignidad de esposa de Dios. Si alguno duda de las promesas del esposo, vedlas aquí: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.255 Mas yo he rogado por ti (le dijo el Señor a San Pedro), que no falte tu fe.256 Y mirad (añade) que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo.257

178. ¡Oh amigo! ¿No ves ya con tus ojos lo que te decía poco ha? ¿Será posible que pases sobre un sofisma tan grosero sin advertirlo o sin darte por entendido? ¿Ignoras que este mismo sofisma fue el que alucinó a mis judíos, el que les hizo increíbles las amenazas de su Dios, el que les hizo ininteligibles y aun invisibles sus Escrituras? Óyeme ahora solamente estas dos palabras. Primera: las promesas del esposo que alega a su favor y contra Sión la parte contraria, ¿a quién se hicieron? Diréis sin duda, ni podéis decir otra cosa, que se hicieron a la iglesia que debía establecerse y como fundarse de nuevo desde este punto, y hasta en siglo258, después del Mesías, y en consecuencia de su doctrina, de sus ejemplos, de su pasión y muerte, de su resurrección, de su ascensión al cielo, y de la efusión del Espíritu Santo. Yo paso un poco más adelante y pregunto más. Esta iglesia cristiana fundada por el Mesías ¿no estuvo   —121→   mucho tiempo en sola los judíos? La parte activa y principal de esta iglesia, que es la que llamamos nuestra madre santa, y por consiguiente la esposa de Dios, ¿no estuvo muchos años en Jerusalén y en solos los judíos? ¿No se les dio a éstos solos inmediatamente de mano del esposo, toda la potestad espiritual, toda la jurisdicción de ligar y desatar259, todo el gobierno y disposición, y dirección de la misma iglesia? ¿No floreció esta iglesia en Jerusalén y en solos los judíos con una santidad y perfección tan admirables y tan conformes a la institución de Cristo, cual nunca se ha visto después de ellos en todos los siglos posteriores? Todo esto es cierto e innegable por la historia sagrada.

179. Con todo esto, la Iglesia santa, fundada por el Mesías en Jerusalén y en solos los judíos, dejó poco después a los judíos (o ellos la dejaron, no queriendo entrar en ella) y se pasó a las gentes, y esto tan del todo, como si para ellas solas se hubiese fundado. El centro de unidad de la Iglesia cristiana, que el mismo esposo había puesto en Jerusalén, lo sacó de Jerusalén y lo puso en Roma, para mayor bien y comodidad de las mismas gentes. Todo lo activo de la misma Iglesia se quitó a los antiguos colonos o labradores, y se les dio a otros nuevos en consecuencia de la sentencia que ya estaba dada: arrendará su viña a otros labradores260. Ahora bien: ¿en esta conmutación faltó el esposo a su real palabra? ¿No quedaron tan intactas sus promesas como la Iglesia misma a quien se habían hecho? ¿No hubiera sido una insigne estulticia en Jerusalén y en los judíos, alegar estas promesas del esposo, para probar que la Iglesia activa no podía pasarse a las gentes, ni el centro de unidad a Roma? Se espera con ansia la disparidad, y entre tanto decimos resueltamente, que el primer impedimento que se alega contra Sión, es nulo y de ningún valor, pues se funda en un equívoco o juego de palabras. Demás de esto se debe observar, que la parte contraria pretende alegar a su favor aquellas promesas   —122→   generales, hechas a la Iglesia cristiana, formada de las gentes, como si hablasen con ella sola. Mas las promesas que hablan directa e inmediatamente con Sión, de que están llenas las Escrituras, éstas se miran con otros ojos; éstas son de ningún valor; éstas no pueden entenderse como se leen; éstas, etc. Mas ¿por qué razón? ¿Con qué fundamento? ¿Con qué justicia?

180. Pero amigo mío, éste es un punto gravísimo que pide una observación particular. Os remito por ahora al fenómeno siguiente donde procuraremos tratarlo más de propósito, y más a fondo, no dejándolo solamente en un puede ser. Traed a la memoria entretanto, lo que queda dicho de las gentes cristianas en el fenómeno III, especialmente sobre la bestia de dos cuernos, y sobre la mujer sentada en la bestia, etc.

Segundo impedimento

El repudio de Sión

181. El segundo impedimento se pretende estar de parte de Sión misma. Ésta, dicen, no puede volver a ser esposa de Dios. ¿Por qué? Porque es una esposa repudiada, y repudiada en toda forma, como prescribía la ley. Preguntad ahora de dónde consta este repudio, y os remiten por toda respuesta al capítulo L de Isaías, y al capítulo III de Jeremías. Éstos son los únicos instrumentos que se han podido hallar en todos los archivos. Examinémoslos con atención y separadamente.

182. Cuanto al primer instrumento que es el primer versículo del capítulo L de Isaías, se debe observar en primer lugar, que este capítulo no puede261 separarse de modo alguno, sin una manifiesta violencia, del capítulo antecedente; porque no son dos asuntos diversos, sino uno solo el que en ellos se trata. Ya hemos observado poco ha, lo que se trata en todo el capítulo XLIX. Hemos notado, que quien habla en todo él, desde la primera hasta la última palabra, es el Mesías mismo, o el Espíritu de Dios en persona   —123→   suya. Hemos notado en particular, que primero habla con todos los pueblos de la tierra, y a éstos no les habla de otra cosa, que de su primera venida y de todas sus resultas; llegando al versículo 14 vuelve los ojos y toda su atención a otra parte, esto es a Sión, que allí mismo se representa como abandonada de Dios, y de su Mesías, diciendo en medio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí.262 Se hace cargo de la causa de su dolor; da muestras las menos equívocas de compasión y de ternura; y como olvidado de todo otro interés, empieza luego a consolarla, y prosigue hablando con ella siempre palabras de consuelo hasta el fin del capítulo.

183. Es visible y clarísimo por todo el contexto, que este discurso del Mesías a Sión, no se termina aquí, ni se divierte a otro asunto, ni a otra persona. El mismo Mesías prosigue el mismo discurso en el capítulo L. Solamente se nota esta pequeña diferencia de ningún momento para el caso, que acabando de hablar con la madre Sión en el capítulo XLIX; en el L, se vuelve a sus hijos como si estuviesen allí presentes, y les hace estas dos preguntas. Primera: ¿Qué libelo de repudio es éste, (o cuál es éste) por el cual yo deseché a vuestra madre?263 Segunda: ¿o quién es mi acreedor a quien os he vendido?264 De estas dos preguntas, si se separan de todo el contexto, o si no quieren mirarse como preguntas, es bien fácil concluir, que Dios ha repudiado a Sión y ha vendido a sus hijos por esclavos; mas atendido todo el contexto, como debe atenderse, se concluye evidentemente todo lo contrario, esto es, que no ha habido tal repudio de la madre, ni tal venta de sus hijos. Los que miran su estado actual de abandono, de abatimiento, de servidumbre, y todo ello tan prolongado, podrán hacerlo o pensarlo así; mas ¿con qué razón, dice   —124→   el Señor. Si he repudiado verdaderamente a vuestra madre, ¿dónde está el libro o libelo de repudio que le di al despedirla de mi casa? ¿Quién tiene este libelo? ¿Quién lo ha visto jamás?265

184. Naturalmente salta aquí a los ojos la alusión al capítulo XXIV del Deuteronomio. Mandaba la ley, que si alguno descontento de su legítima mujer quisiese repudiarla (lo cual como explicó después el Mesías mismo, sólo se permitió a los judíos (diciéndoles) por la dureza de vuestros corazones266) no lo hiciese, ni pudiese hacerlo sin dar a la mujer antes de despedirla un libelo o una escritura auténtica, en que declarase que aquella mujer quedaba libre; que el contrato matrimonial quedaba disuelto; que él cedía de todo su derecho; por consiguiente, que aquella mujer podía casarse con otro, según su voluntad. A esta ley alude aquí manifiestamente el Señor, cuando hablando con todos los hijos de Sión, les pregunta por el libro o escritura de repudio que dio a su madre al despedirla de su casa. Como si dijera: es verdad que yo eché de mi casa a vuestra madre en el momento de mi indignación, por la enormidad de sus delitos; mas no es lo mismo echarla de casa que repudiarla. Si cuando la eché de casa no le di libelo de repudio, como está mandado en vuestra ley, con esto sólo di a entender que no la echaba para siempre, que no cedía de mi derecho, que no disolvía el matrimonio, que ella no quedaba libre para desposarse con otro Dios, sino del todo sujeta a mi dominio. Por consiguiente que podía llamarla otra vez, y que en efecto mi intención era llamarla cuando me pareciese, cuando hubiese sufrido su doble confusión, cuando hubiese recibido según su mérito.267 Tampoco os he vendido a vosotros, prosigue el Señor, y si no que comparezca el comprador, muestre la escritura de contrato, o mi recibo, del precio que dio: ¿o quién es mi acreedor, a quién os   —125→   he vendido? Si os he vendido, ha sido de balde, ha sido sin precio; lo cual no merece con propiedad el nombre de venta. Por eso les dice en el salmo XLIII, 12 y 13: Nos entregaste como ovejas de vianda, y nos esparciste entre las naciones. Vendiste tu pueblo sin precio.268

185. Todo este misterio conforme lo vamos viendo en el texto de Isaías, lo leemos más en breve, y pintado con colores más vivos y más claros en el Profeta más lacónico, que por eso mismo parece el más oscuro de todos. Mandó Dios al profeta Oseas que buscase una mujer, amada de su amigo, y adúltera269, que se desposase con ella, y la amase: así como el Señor ama a los hijos de Israel, y ellos vuelven los ojos a dioses ajenos, y aman el orujo de las uvas.270 Hallada esta mujer sin gran dificultad, hecho el contrato y desposado con ella, el profeta tuvo orden de Dios de apartarla de sí, y de ponerla en las manos, no libelo de repudio, sino otra especie de libelo mucho más breve, o una declaración formal en estas precisas palabras: Muchos días me aguardarás; no fornicarás, ni te desposarás con otro; y también yo te aguardaré a ti.271 El Profeta mismo explica luego al punto el enigma, diciendo:

Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin altar, y sin efod, y sin terafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios, y a David su rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días.272

  —126→  

186. Veis aquí el estado miserable de soledad, y de verdadera viudez en que quedó Sión después del Mesías, y en que la ha visto y ve todavía todo el mundo. Este estado se representa aquí con la mayor viveza y propiedad posible. Desde que el Señor la apartó de sí, no ha hecho otra cosa que esperar; y esta esperanza, esta expectación ha sido su único consuelo, en medio de sus grandes tribulaciones (como se le encarga en su especie de libelo): Muchos días me aguardarás. En estos muchos días que ya se pueden contar por millares, ni se ha casado Sión con otro Dios, ni tampoco ha caído jamás en alguno de aquellos excesos, que tanto la deshonraron en otros tiempos (como también se le encarga en su libelo): no fornicarás, ni te desposarás con otro. Aun sus mayores enemigos se ven precisados a confesar la verdad, y dar testimonio de su honradez en este punto particular. Todos la acusan, la reprenden, la condenan por su dureza, por su ceguedad, por su obstinación, y por otros delitos, o verdaderos o supuestos; mas ninguno la acusa, ni la ha acusado jamás, desde el Mesías hasta el día de hoy, de aquel exceso horrible que la Escritura divina llama fornicación, esto es, de idolatría; mucho menos de irreligión, o de ateísmo. Estas dos cosas, que se le encargan o se le anuncian en su especie de libelo, las ha observado y las está observando con toda aquella fidelidad y perfección, de que es capaz en el estado presente. Primera: Muchos días me aguardarás. Segunda: no fornicarás, ni te desposarás con otro.

187. Queda la tercera, que no toca a ella, sino a Dios: y también yo te aguardaré a ti; la cual debemos creer que el mismo Dios ha cumplido y está cumpliendo por su parte. Es decir, que la está esperando, y la espera hasta aquellos tiempos y momentos, que puso el Padre en su propio   —127→   poder273, los cuales llegados, la llamará, otra vez a sí, y ella oirá su voz dentro de su corazón: Iré, y volveré a mi primer marido274; y tal vez dirá también bajo de otra similitud: Me levantaré, e iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo, y delante de ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros.275 Volverá, digo, a casa del esposo (el cual se movió a misericordia276) la recibirá entre sus brazos, se olvidará de todo lo pasado, la restituirá con infinitas ventajas a su primera dignidad, la fundará y establecerá de nuevo con regocijo de toda la tierra277, le dará la posesión de todos sus derechos, le cumplirá tantas promesas, que por tantos siglos han estado suspensas, y en suma, se acabarán todos sus trabajos: Y después de esto volverán los hijos de Israel y buscarán al Señor su Dios, y a David su rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días. Y como dice el mismo Profeta en el capítulo antecedente, versículo 15 y siguientes, cantará allí según los días de su mocedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto. Y acaecerá278 en aquel día, dice el Señor: me llamará: marido mío... Y te desposaré conmigo para siempre; y te desposaré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor.279

188. Yo no ignoro, amigo, ni vos podéis ignorar, que   —128→   todo este misterio admirable, contenido en el brevísimo capítulo III de Oseas, se tira a acomodar del modo posible a la cautividad de Babilonia, y a los que volvieron con Zorobabel; mas tampoco ignoro, ni vos podéis ignorar, que esta acomodación, por más esfuerzos que se hagan, sólo puede llegar hasta la mitad. La otra mitad debe quedar fuera irremediablemente, así por su enorme grandeza, como por su absoluta inflexibilidad.

Muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin altar, y sin efod, y sin terafines.

189. Esta primera mitad del texto, separada de la otra mitad, es fácil hacerla servir a la cautividad de Babilonia; pues al fin, en todo este tiempo estuvieron los hijos de Israel sin rey propio (y lo están desde entonces hasta ahora) estuvieron sin altar, sin sacrificio, etc. Mas si se unen las dos mitades, como deben unirse, pues no son dos piezas diversas, sino una misma; con esto solo se conoce al punto, y aun se toca con la mano, que toda entera (la brevísima profecía) mira a otro tiempo, y a otro suceso infinitamente mayor. Ved aquí la otra mitad, y no queráis separar lo que Dios ha unido.

Y después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios... y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días.

190. Unidas estas dos mitades, acomodad el todo que de ellas resulta a la cautividad de Babilonia y a la vuelta, y tocaréis con las manos la repugnancia e imposibilidad.

191. En primer lugar, los que volvieron de Babilonia lejos de buscar a su Dios, como lo anuncia la profecía, diciendo: después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios, no pensaron en otra cosa, que en buscarse a sí mismos, y en establecerse cómodamente; tanto, que pasados algunos años, fue necesario que Dios les enviase dos profetas, Ageo y Zacarías, para acordarles el fin principal de su venida, que era la reedificación del templo destruido por Nabucodonosor. Así los reprende   —129→   el Señor por Ageo, capítulo I: Este pueblo dice: No es llegado aún el tiempo de que la casa del Señor se edifique... ¿Conque tenéis vosotros tiempo para morar en casas artesonadas, y esta casa será desierta?... porque mi casa está abandonada, y la prisa que mostráis cada uno es para su casa. Por esto se prohibió a los cielos que diesen agua para vosotros, y se prohibió a la tierra que diese su fruto.280

192. En segundo lugar, los que volvieron de Babilonia lejos de buscar a su Dios, empezaron luego a quebrantar una de sus leyes más sagradas y más fundamentales, cuya inobservancia había sido siempre funestísima para la mayor parte de la nación, su escándalo, su ruina, y la causa principal de todos sus trabajos. Empezaron, digo, a casarse con mujeres extranjeras e idólatras, como si ya no les obligase aquella ley que dice: Ni tomarás de sus hijas mujeres para tus hijos.281 Esta transgresión fue tan universal en los que volvieron de Babilonia, como se puede ver en el capítulo IX del libro 1 de Esdras, que empieza así.

Y acabadas que fueron estas cosas se llegaron a mí los príncipes, diciendo: El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han separado de los pueblos de estas tierras, ni de sus abominaciones... Porque han tomado de sus hijas para sí y para sus hijos... y la mano de los principales y de los magistrados ha sido la primera en esta prevaricación. Y luego que oí estas palabras, rasgué mi manto y mi túnica, y mesé los cabellos de mi cabeza y de mi barba, y me senté triste.282

  —130→  

193. Y es de notar aquí que este santo sacerdote Esdras vino a Jerusalén, enviado de Artajerjes, sesenta años poco más o menos después de Ciro; y por consiguiente, después de la época célebre de la vuelta de Babilonia. Conque todo este largo espacio de tiempo habían buscado admirablemente a Dios, quebrantado sus leyes más sagradas los hijos de Israel (siendo así que de ellos dice Oseas): volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios. Nada digo de la observancia del sábado, que apenas había quien respetase este día tan sagrado, como lo lloró y procuró remediar Nehemías, enviado del mismo Artajerjes, trece años después de Esdras: en aquel día, dice el mismo Nehemías, vi en Judá que pisaban lagares en sábado, que acarreaban haces, y cargaban sobre asnos vino, y uvas, e higos, y toda carga, y lo entraban en Jerusalén en día de sábado, etc.283

194. En tercer lugar, ¿cuál sería aquel su rey David que buscaron los hijos de Israel cuando volvieron de Babilonia? Buscarán al Señor su Dios, y a David su rey. ¿Sería acaso Zorobabel hijo de David que volvió con ellos? Sí, éste sería, ni hay otro rey David a quien poder recurrir en aquellos tiempos. ¿Mas para qué buscar a quien tenían consigo? ¿Acaso para sentarlo en el trono de su padre? ¿Para ponerle el cetro en la mano y la corona en la cabeza? ¿Para honrarlo y obedecerlo como legítimo soberano? ¡Oh, cuán lejos estaban en aquel tiempo, así los judíos como el mismo Zorobabel, de semejantes pensamientos! Y las palabras que se siguen y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes, ¿cómo se verificaron en la   —131→   vuelta de Babilonia? Y (estas otras) en el fin de los días, que son como la llave de toda la profecía, ¿dónde se colocan, ni qué uso pueden tener en aquellos tiempos? Todas estas cosas son sin duda demasiado grandes, duras, e inflexibles; ni basta la fuerza, ni tampoco el ingenio para hacerlas ceder.

195. Volvamos ahora a Isaías, a quien dejamos un momento para entenderlo mejor en Oseas. No habiendo, pues, tal repudio de Sión, ni tal venta de sus hijos (prosigue hablando el Mesías), la razón por que he usado con vosotros, y con vuestra madre de tanto rigor y severidad, ha sido la muchedumbre y gravedad de vuestros delitos: ved que por vuestras maldades habéis sido vendidos, y por vuestros pecados he repudiado a vuestra madre. Entre estos delitos, con ser tantos y tan graves, no nombra otro en particular, sino el mal recibimiento que le hicieron en su venida: Porque vine, y no había hombre; llamé, y no había quien oyese. Otra señal clara de los tiempos de que aquí se habla, hecha esta declaración de no haber repudiado a la madre, ni vendido a los hijos, prosigue inmediatamente la consolatoria diciéndoles: ¿Por ventura se ha acortado, y achicado mi mano, que no pueda redimir? ¿O no hay poder en mí para libraros? Y para que vean que lo puede hacer, y que lo hará infaliblemente como lo tiene prometido, les acuerda en pocas palabras, así lo que hizo cuando los sacó de Egipto, como lo que está anunciado en las Escrituras para los tiempos de su segunda venida. Ved que a mi amenaza haré desierto el mar, y pondré en seco los ríos; se pudrirán los peces sin agua, y morirán en seco. Vestiré los cielos de tinieblas, y les pondré un saco por cubierta.284

196. Visto, pues, y examinado este primer instrumento, la conclusión sea, que lejos de probar algo contra Sión,   —132→   antes prueba a su favor. Prueba que es una esposa penitenciada de Dios, no repudiada, pues cuando el Señor la arrojó de sí aunque con ira, y con grande indignación, no le dio libelo de repudio; por consiguiente no cedió de su derecho, ni disolvió el matrimonio. Búsquese este libelo en todos los archivos públicos y dignos de fe, que son todos los libros sagrados, y no se hallará otro, que aquel solo de que acabamos de hablar, registrado en el capítulo III de Oseas.

Muchos días me aguardarás; no fornicarás, ni te desposarás con otro; y también yo te aguardaré a ti.

197. Cuya verdadera inteligencia es la que le da al mismo profeta diciendo: Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin altar, y sin terafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel y buscarán al Señor su Dios, y a David su rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días.

Se examina en breve el segundo instrumento

198. Para conocer la insuficiencia y nulidad de este instrumento basta leer el capítulo III de Jeremías, a donde nos remiten. En él hallamos todo lo contrario de lo que se pretende; y hallamos fuera de esto, que todo este capítulo es una confirmación de lo que hemos dicho hasta aquí sobre los judíos, y también de lo que todavía nos queda que decir.

199. Se dice comúnmente (empieza el Señor hablando con la casa de Judá, y tratándola de esposa suya, aunque infiel y adúltera): Se dice comúnmente: si un marido repudiare a su mujer, y separándose ella de él, tomare otro marido, ¿acaso volverá más aquél a ella? ¿Acaso no será aquella mujer amancillada, y contaminada? Mas tú has fornicado con muchos amadores; esto no obstante vuélvete a mí... y yo te recibiré.285

  —133→  

200. Por estas primeras palabras se empieza ya a conocer cuán ajeno estaba el Señor de repudiar a Sión, pues en medio de sus adulterios, con que estaba tan contaminada, la llama, la exhorta, la ruega que se vuelva a él, prometiéndola de recibirla, y olvidarse de todo: esto no obstante vuélvete a mí... y yo te recibiré. En toda esta exhortación, que sigue haciendo el Señor a la casa de Judá se ve lo que deseaba su penitencia y enmienda, para no verse precisado a desterrarla a Babilonia.

201. Entre las cosas que dice el Señor quejándose de la ingratitud de Judá, una es, que aun habiendo visto por sus ojos el castigo terrible que acababa de dar a su hermana mayor (esto es, a la casa de Israel compuesta de diez tribus) a quien había desterrado a la Asiria y Media, dándole libelo de repudio; con todo eso no había escarmentado, ni entrado en temor; antes parece, que esto mismo le había servido de mayor incentivo para soltar la rienda a sus excesos, y multiplicar sus adulterios. Y vio la prevaricadora Judá su hermana, que porque había adulterado la rebelde Israel, la había yo desechado, y dado libelo de repudio; y no tuvo temor la prevaricadora, Judá su hermana, mas se fue, y ella también fornicó... y adulteró con la piedra y con el leño.286 ¿Quién pensara que estas palabras se trajesen a consideración, y que con ellas se intentase probar que Sión es una esposa repudiada? ¿Con qué justicia? ¿Con qué razón? ¿Con qué apariencia? ¿Acaso por aquellas palabras, la había yo desechado, y dado libelo de repudio? Mas esto ¿de quién se dice? ¿De qué tiempo se habla, y en qué sentido?

202. Cualquiera que lea este texto seguidamente conocerá   —134→   al punto, lo primero, que no se habla de los tiempos posteriores al Mesías, sino muy anteriores aún a la cautividad de Babilonia, pues Jeremías empezó a profetizar en tiempos de Josías, esto es, más de seiscientos años antes del Mesías, y aquí habla de la idolatría de Judá, que sucedía en su tiempo. Lo segundo, que se habla del libelo de repudio dado a la casa de Israel adúltera y juntamente cismática, que se había separado de su hermana la casa de Judá, donde estaba Sión, o la corte y centro de unidad de la verdadera religión. Lo tercero y principal, que se habla de la casa de Israel, no considerada como Iglesia de Dios (pues antes se había salido de la iglesia) sino considerada solamente como reino y como cosa diversa de la casa y reino de Judá. Estos dos reinos o estas dos casas se llaman en la Escritura dos hermanas, esposas de Dios; una mayor porque comprendía diez tribus, otra menor porque comprendía solas dos; a la primera se le da el nombre de Oolla, a la segunda de Ooliba, mas esto no se dice porque Dios tuviese en aquel tiempo dos esposas o dos iglesias diversas, sino porque las dos hermanas, ambas reinas independientes en cuanto al reino terreno, debían componer una reina, una iglesia, una esposa del verdadero Dios. Y no obstante, la mayor se había separado de la menor (dejándola la menor con su separación) y esto no solamente en cuanto al reino terreno, sino también en cuanto a la religión, separándose (por pura política mundana, que es la verdadera peste del mundo) separándose, digo, al mismo tiempo, de su Dios, de sus leves, de su culto, de su fe, de su esperanza y de sus obligaciones.

203. Pues a esta hermana mayor, cismática, adúltera y prostituta de profesión, dice el Señor, que al fin la arrojó de sí, y le dio libelo de repudio; mas no dice esto de la hermana menor, de la casa de Judá, de Sión, donde estaba y debía estar por institución suya la esposa propiamente dicha, esto es, lo activo de la religión, o la corte y centro de la verdadera Iglesia de Dios. A ésta la desterró también a Babilonia después de algunos años; mas no le dio   —135→   libelo de repudio, no se disolvió el matrimonio, no la dejó en libertad para casarse con otros dioses; antes por el contrario, deseando ella este libelo de repudio, deseando quedar en plena libertad por la suma corrupción de su corazón, la declara el Señor por el profeta Ezequiel, enviado extraordinario en aquellos tiempos de su destierro, que no conseguiría de modo alguno lo que deseaba y pensaba: Y no se cumplirá el designio de vuestro ánimo, cuando decís: Seremos como las gentes, y como los pueblos de la tierra, para adorar los leños y las piedras. Vivo yo, dice el Señor Dios, que con mano fuerte, y con brazo extendido, y con furor encendido reinaré sobre vosotros. Y os sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tierras, en donde habéis sido dispersos, con mano robusta, y con furor encendido reinaré sobre vosotros.287 Ésta parece la verdadera razón porque habiendo vuelto de su destierro la hermana menor, no volvió la hermana mayor, ni se sabe hasta ahora con alguna distinción y claridad donde se halla; no porque se haya perdido enteramente, ni porque se haya mezclado y confundido con las otras naciones, ni tampoco porque no haya de volver jamás, sino porque todavía no ha llegado su tiempo. ¿Y pensáis, señor, que este tiempo no llegará?

204. Yo supongo por un momento, que ya no os acordéis de todos aquellos lugares de la Escritura, que quedan notados y copiados en este fenómeno de los judíos. También quiero suponer por otro momento, que se hayan perdido todas las profecías, y todos cuantos libros o piezas diversas componen la Biblia sagrada, sin quedarnos otra cosa en el día de hoy, sino solamente el capítulo III de Jeremías.   —136→   Aun en este caso tan deplorable, y con solo este instrumento, no podíamos mirar a las diez tribus (mucho menos a Sión) como del todo abandonadas, sin remedio y sin esperanza. Proseguid leyendo el mismo capítulo, y antes de llegar a la mitad, empezaréis a ver con admiración en lo que para al fin el repudio de la hermana mayor, y la bondad del Señor para con ella. Anda (le dice a Jeremías versículo 12) anda, y da voces contra el Aquilón (hacia donde había sido ventilada cien años antes esta hermana mayor), llámala, convídala, exhórtala que vuelva a su Dios con todo su corazón. Dile que estoy pronto a recibirla, y la recibiré en efecto, no obstante haberle dado libelo de repudio. Dile en mi nombre, y asegúrale de mi parte, que mi indignación contra ella, aunque grande y justísima, no es irremediable, que no quiero de ella otra cosa, sino que conozca su iniquidad, que conozca y confiese que ha pecado contra su Dios. Anda, y grita estas palabras contra el Aquilón, y dirás: Vuélvete, rebelde Israel... y no apartaré mi cara de vosotros, porque Santo soy yo... y no me enojaré por siempre. Con todo eso reconoce tu maldad, porque contra el Señor tu Dios has prevaricado... Volveos, hijos, que os retirasteis... porque yo soy vuestro marido.288

205. Si esto os parece todavía poco claro en favor de la hermana mayor, seguid leyendo un poco más, y veréis cómo la exhortación pasa luego, aunque insensiblemente, a profecía (lo cual es frecuentísimo en todos los profetas). Así prosigue el Señor inmediatamente diciendo: Volveos, hijos, que os retirasteis (o rebeldes, como leen otras versiones) porque yo soy vuestro marido; y tomaré de vosotros uno de cada ciudad, y dos de cada parentela, y os   —137→   introduciré en Sión. Ya desde aquí empieza la profecía. Éstas son las reliquias preciosas de Israel, de que tanto se habla en los Profetas; de que San Pablo habla en varias partes, especialmente en la epístola a los Romanos, capítulo XI; de que se habla en el Apocalipsis, capítulo VII, cuando se sacan de cada una de las tribus doce mil sellados con el sello de Dios vivo, etc. De este modo prosigue Jeremías en lo restante del capítulo III, anunciando cosas del todo nuevas, que hasta ahora ciertamente no han sucedido. Por ejemplo, versículo 17: En aquel tiempo llamarán a Jerusalén Trono del Señor; y serán congregadas a ella todas las naciones en el nombre del Señor en Jerusalén, y no andarán tras la maldad de su corazón pésimo.289 El misterio que aquí se empieza a divisar, lo observaremos en otra parte. En aquellos días (prosigue diciendo versículo 18) la casa de Judá irá a la casa de Israel, y vendrán a una de la tierra del Aquilón (y de todas las regiones, como se halla en los Setenta) a la tierra que di a vuestros padres.290

206. Esto último, ¿cuándo sucedió? ¿Acaso en la vuelta de Babilonia? Falso y falsísimo por la misma historia sagrada, y por todos los monumentos que nos quedan de este suceso. La casa de Judá, que fue desterrada a Babilonia en tiempo de Nabucodonosor, ésta volvió de Babilonia con licencia del rey Ciro, sin habérsele pasado por el pensamiento el ir primero a buscar a su hermana mayor (con quien había vivido siempre en suma enemistad) para venir junto con ella a la tierra de sus padres. Esta hermana mayor quedó en su destierro, en su cautividad, en su dispersión; ni hubo entonces, ni hubo después, quien la fuese a llamar. Y aunque la hubiese llamado alguno, estaba escusada legítimamente por no haber lugar para ella   —138→   en la tierra de sus padres, estando tan ocupada, menos Judá y Benjamín, con las naciones que había enviado a poblarla Salmanazar 200 años antes de Ciro291. En este destierro ha estado hasta ahora como perdida, y lo estará hasta su tiempo. En aquellos días la casa de Judá irá a la casa de Israel, y vendrán a una de la tierra del Aquilón, (y de todas las regiones) a la tierra, que di a vuestros padres. Es cierto que no sabemos cuándo ni cómo podrá esto suceder; mas esta ignorancia propia nuestra, respecto de lo futuro, no puede ser una razón suficiente para negarlo o despreciarlo, o echarlo a otros sentidos conocidamente violentos, o puramente acomodaticios. Traed a la memoria aquella trompeta grande, de que hablamos en otra parte, que, como se dice en Isaías, se debe tocar en algún día para este fin. En aquel día resonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que habían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén.292 También podéis acordaros de aquel otro lugar del mismo Isaías: Y alzará bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra.293

207. En suma, no perdamos tiempo inútilmente, todo el capítulo III de Jeremías nada prueba contra Sión, antes confirma y corrobora todos los instrumentos (tantos y tan claros) que tiene a su favor. Por consiguiente, no hay razón alguna para decir que es una esposa repudiada; sino una esposa penitenciada, que está cumpliendo su penitencia, hasta que acabe de recibir enteramente de la mano del Señor al doble por todos sus pecados.294 Y   —139→   como ella misma dice en espíritu por Miqueas: No te huelgues, enemiga mía, sobre mí, porque caí; me levantaré cuando estuviere sentado en tinieblas, el Señor es mi luz. Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa, y se declare a mi favor; me sacará a luz, veré su justicia. Y lo verá mi enemiga, y será cubierta de confusión la que me dice: ¿En dónde está el Señor Dios tuyo?295 Considerad, amigo, estas palabras del Espíritu Santo que habló por sus profetas y consideradlas con atención, dando lugar a serias reflexiones. Si las leéis en su propia fuente con todo su contexto, hallaréis ciertamente mucho más de lo que soy capaz de reflexionar.




ArribaAbajoArtículo IV

Cuarto aspecto

Se consideran los judíos después del Mesías, y su muerte, como privados de la vida espiritual y divina que estaba antes en ellos solos, por consiguiente como muertos, cuyos huesos, consumidas las carnes296, se ven áridos y secos, y dispersos sobre el gran campo de este mundo. Y se pregunta: si este castigo tendrá fin o no.

208. En este cuarto y último aspecto poco tenemos que observar de nuevo; ya porque las cosas principales que pudiéramos observar, quedan suficientemente observadas en los tres aspectos precedentes; ya también porque nos ahorra todo el trabajo una célebre y admirable profecía que hallamos en los libros sagrados, la cual sola comprende y   —140→   reúne con admirable simplicidad y claridad, todo cuanto se halla esparcido en las otras profecías que anuncian misericordias a la casa de Jacob. Así, toda nuestra observación debe convertirse únicamente a esta misma profecía célebre que vamos a copiar aquí.

209. El estado miserable en que quedó toda la casa de Jacob después del Mesías (el cual debía ser para ella por su malicia e iniquidad piedra de tropiezo como estaba anunciado en Isaías, capítulo VIII, versículo 14, con estas palabras: Mas en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo a las dos casas de Israel, en lazo y en ruina a los moradores de Jerusalén. Y tropezarán muchos de entre ellos, y caerán, y serán quebrantados, y enlazados, y presos.297) Este estado, digo, en que ve todo el mundo a la casa de Jacob, y juntamente el otro estado todavía futuro, a que debe pasar después de este presente lo mostró Dios en una visión extraordinaria, y bajo unas semejanzas las más propias y naturales al profeta Ezequiel, como él mismo lo refiere en todo el capítulo XXXVII de su profecía por estas palabras.

210. Vino sobre mí la mano del Señor, y me sacó fuera en espíritu del Señor, y me dejó en medio de un campo que estaba lleno de huesos. Y me llevó al rededor de ellos, y eran en más gran número sobre la haz del campo, y secos en extremo. Y díjome: Hijo de hombre, ¿crees tú acaso, que vivirán estos huesos? Y dije: Señor Dios, tú lo sabes. Y díjome: Profetiza sobre estos huesos; y les dirás: Huesos secos, oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí yo haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré sobre vosotros nervios, y haré crecer carnes sobre vosotros, y extenderé piel sobre vosotros, y os daré espíritu, y viviréis, y sabréis que yo soy el Señor. Y profeticé como me lo había   —141→   mandado; mas cuando yo profetizaba, hubo ruido, y he aquí una conmoción; y ayuntáronse huesos a huesos, cada uno a su coyuntura. Y miré, y vi que subieron nervios y carnes sobre ellos; y se extendió en ellos piel por encima, mas no tenían espíritu. Y díjome: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y dirás al espíritu: Esto dice el Señor Dios: De los cuatro vientos ven, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y revivan. Y profeticé como me lo había mandado, y entró en ellos espíritu, y vivieron, y se levantaron sobre sus pies un ejército numeroso en extremo. Y me dijo: Hijo de hombre, todos estos huesos, la casa de Israel es; ellos dicen: Secáronse nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido cortados. Por tanto profetiza, y les dirás: Esto dice el Señor Dios: He aquí yo abriré vuestras sepulturas, y os sacaré de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os conduciré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Señor, cuando abriere vuestros sepulcros, y os sacare de vuestras sepulturas, pueblo mío, y pusiere mi espíritu en vosotros, y viviereis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo el Señor hablé, e hice, dice el Señor Dios.298

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211. Segunda parte desde el versículo 15. Y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Y tú, hijo del hombre, tómate un leño (o una vara) y escribe en él: A Judá, y a los hijos de Israel sus compañeros... Y júntalos el un leño con el otro, para que sean uno solo, y se harán uno en tu mano. Y cuando te hablaren los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos dirás lo que quieres significar con estas cosas? Les dirás: Esto dice el Señor Dios: He aquí yo tomaré el leño de José, que está en la mano de Efraín, y las tribus de Israel que le están unidas, y las pondré juntas con el leño de Judá, y las haré un solo leño, y serán uno en su mano. Y estarán en tu mano, a vista de ellos los leños en que escribieres. Y les dirás: Esto dice el Señor Dios: He, aquí yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones, a donde fueron, y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos; y nunca más serán dos pueblos, ni se dividirán en lo venidero en dos reinos. Ni se contaminarán más con sus ídolos, y con sus abominaciones, y con todas sus maldades; y los sacaré salvos de todas las moradas en que pecaron, y los purificaré, y ellos serán mi pueblo, y yo les seré su Dios. Y mi siervo David será rey sobre ellos, y uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán, y guardarán, y cumplirán mis mandamientos. Y morarán sobre la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual moraron   —143→   vuestros padres; y morarán en ella ellos, y sus hijos, y los hijos de sus hijos por siempre; y David mi siervo será príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos; y los cimentaré, y multiplicaré, y pondré mi santificación en medio de ellos por siempre. Y estará mi tabernáculo entre ellos, y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las gentes que yo soy el Señor el santificador de Israel, cuando estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente.299

  —144→  

Lo que se halla sobre esto en los intérpretes.

Párrafo I

212. Habéis leído, señor mío, toda esta célebre profecía, y aunque debo pensar que la habéis leído con grande atención, y con no menor admiración, ya os suplico que volváis a leerla, no digo solamente dos o tres veces, sino doscientas o trescientas. Estoy cierto, que mientras más la leyereis, hallaréis más que entender, y entenderéis mejor. Ésta es una de aquellas muchas profecías, verdaderamente terribles y admirables, en que el Espíritu Santo se explica de un modo tan señoril, tan decisivo, tan claro, tan circunstanciado, que nada queda que hacer al ingenio humano. Todos los esfuerzos que éste hiciere en contra, no servirán para otra cosa, que para dar a conocer su pequeñez o insuficiencia. En cuantos autores he podido ver sobre este punto, hallo manifiestas señales de embarazo y temor, que no les es posible disimular del todo, por más que lo pretenden. Empiezan a engolfarse al principio con gran suavidad, como que el mar está quieto, y los escollos, aunque no se ignoran, no se ven tan cerca que amenace peligro; mas apenas han navegado algunas pocas millas, apenas han pasado algunos pocos versículos de la profecía, cuando se hallan rodeados de escollos terribles, que impiden el paso, y amenazan con un naufragio inevitable.

213. Empiezan a acomodar la profecía a los judíos en el tiempo de la cautividad de Babilonia. Estos son, dicen, los huesos secos y áridos, esparcidos por el campo; y estos mismos huesos, vestidos de nervios, de carne y de piel, a quienes se introduce de nuevo el espíritu de vida, son los mismos judíos que volvieron de Babilonia. Mas como es imposible (cuanto puede extenderse esta palabra) seguir esta acomodación, y llevar adelante esta idea sin que perezca y se aniquile entre tantos escollos, ved lo que hacen para librarla del inminente naufragio. Paréceme que haré   —145→   un gran servicio a la verdad, en descubrir o no disimular este artificio. Lo primero: dar muestra de no ver tal peligro ni tales escollos, o a lo menos no temerlos; pues delante del enemigo no es bueno mostrar flaqueza. Lo segundo: como, no obstante esta intrepidez, el peligro se ve cierto o inevitable, si se da un paso más adelante, para no dar este paso más, y al mismo tiempo para no volver atrás con deshonor, ved la ingeniosidad. Fingen (digámoslo así para explicarnos con toda propiedad), fingen prácticamente haber descubierto un enemigo terrible, a quien es preciso presentar la batalla; por consiguiente es necesario mudar de rumbo, porque este asunto es, sin comparación más interesante que los cautivos de Babilonia. Este enemigo terrible, que obliga a mudar enteramente de rumbo, ¿cuál es? Es aquel error antiquísimo de la secta de los Saduceos, que dicen que no hay resurrección, a quienes siguieron algunos herejes de los más ignorantes y groseros del primero y segundo siglo. Este error tan perjudicial es preciso combatir aquí hasta destruirlo y aniquilarlo. Por tanto, dejados aparte los cautivos de Babilonia, y con ellos toda la profecía, con todos sus escollos, se ve convertir en un momento toda la explicación en una controversia formal sobre la resurrección de la carne, pretendiendo probar y corroborar este artículo esencial de nuestra religión con este lugar de la Escritura.

214. No falta quien pase un poco más adelante, y saque de esta misma profecía no solamente la verdad de la resurrección, sino también otra noticia bien singular; es a saber, que poco antes de la resurrección universal tendrán orden los ángeles de recoger todos los huesos, partículas y cenizas de todos los muertos, esparcidos en todo el orbe, y conducirlos todos al gran campo de Senaar, donde estaba situada Babilonia, y donde el profeta Ezequiel tuvo esta visión. ¿Para qué? Para que todos los hijos de Adán resuciten en un momento, en un abrir de ojo; y puedan desde allí encaminarse todos juntos, y llegar presto al valle de Josafat, que es viaje de pocos días, y entonces será   —146→   mucho más breve, pues no tendrán que parar a comer ni dormir, etc.

215. Es verdad que el común de los doctores no pasa tan adelante, ni admite, ni aprueba un despropósito tan solemne; mas también es verdad que el común de los doctores se divierte y se detiene mucho más de lo que era menester, en probar la resurrección de la carne con esta célebre profecía, como si en ella no hubiese misterio directo e inmediato, y por eso digno de sus primeras atenciones. De aquí se sigue, que como ya fatigados de una disputa tan grave, pasan con suma ligereza, y a no pequeña distancia, por lo que resta de la profecía; señalando algunas cosas sólo en general y confusamente, suponiendo otras sin pensar en probarlas, y omitiendo del todo las más sustanciales, como si fuesen de ninguna importancia.

216. Aunque esto que acabo de decir me parece la pura verdad (como lo puede examinar por sí mismo el que pensare lo contrario) no por eso pienso acusar de mala fe a los intérpretes de la Escritura. No ignoro la grande y notable diferencia que hay entre una mala fe y una mala causa, fundada en un principio falso, que se tiene inocentemente por verdadero. Lo primero supone malicia, artificio y dolo; lo segundo sólo arguye impotencia. En este principio, pues, en este supuesto no verdadero, en este sistema no bueno, está todo el mal. ¿Qué otra cosa me es posible300 hacer, cuando veo que una profecía (o ciento o mil) falsifica formalmente, destruye, aniquila mi principio, mi supuesto, mi sistema, que yo tengo por único, y por consiguiente por indubitable? Negar la profecía, o arrancarla de la Biblia sagrada, no es lícito. Acomodarla toda, o gran parte de ella, a los cautivos de Babilonia, es imposible; porque los escollos que impiden el paso son tantos, y tan unidos entre sí, cuantas son las expresiones y palabras de que se compone la misma profecía. Alegorizarla toda o a lo menos alguna parte considerable, parece una empresa sumamente ardua e inasequible al ingenio humano. Pues en   —147→   este conflicto, en esta situación, en estas circunstancias tan críticas, ¿qué se hará? ¿qué partido se podrá tomar para salvar de algún modo, y librar del naufragio inminente, el principio, el supuesto y el sistema? Discurrid, amigo, cuanto alcanzare vuestro ingenio; y yo me atrevo a profetizar, que no hallaréis otra cosa mejor que lo que ya está discurrido. Quiero decir, divertirse en primer lugar (mucho o poco, según el carácter del autor, mas siempre con muestras de un grandísimo celo) a probar y confirmar, y roborar con esta profecía nuestro artículo de fe sobre la resurrección de la carne. En segundo lugar, para dar una prueba real de sinceridad y buena fe, confesar francamente, que dicha profecía no tiene por objeto, directo e inmediato, la resurrección de los muertos, que creemos y esperamos todos los cristianos; sino que es una pura metáfora o semejanza, tomada de la verdadera resurrección que ha de suceder, para explicar la cautividad de los judíos en Babilonia, y anunciar la salida de esta cautividad; y también (aunque de paso, y en sentido alegórico) la cautividad del linaje humano por el pecado, y la liberación por Cristo de esta misma cautividad.

217. En tercer lugar, como si ésta fuera la verdadera inteligencia de la metáfora, como si esta inteligencia quedase ya probada, y demostrada, como si no la repugnase abiertamente todo el texto sagrado volver a insistir de nuevo en la disputa de la resurrección; no ya porque la profecía mire directamente a la resurrección de la carne; sino porque esta resurrección de la carne se infiere manifiestamente de la misma profecía; pues no usara Dios de una metáfora tomada de la resurrección, si no hubiera de haber verdadera resurrección: pues nadie confirma lo incierto por medio de cosas, que no constan de cierto.301 ¡Qué lástima que unas cosas tan verdaderas y tan buenas en sí sean tan fuera del caso! Y la explicación de la profecía, ¿donde está? ¿No se había empezado a acomodar a los   —148→   cautivos de Babilonia? ¿Por qué, pues, no se prosigue esta acomodación, hasta dejarla enteramente concluida? ¿Acaso porque lo impidieron los Saduceos enemigos de la resurrección? Bien, mas ya estos Saduceos han quedado vencidos en la disputa, han enmudecido del todo, han desaparecido. Parece ya tiempo oportuno para seguir quietamente la explicación que se había comenzado. ¡Oh, qué petición tan importuna! ¿Cómo es posible seguir la explicación de una profecía tan difusa después de las fatigas de una batalla tan reñida? Bastará, pues, decir en general, en pocas palabras, y desde cierta distancia, que los huesos áridos y secos de que se ve lleno todo el campo, son los judíos en el tiempo de la cautividad de Babilonia; y estos mismos huesos vestidos de nervios, de carne y de piel, en quienes se introduce de nuevo el espíritu de vida, son los mismos judíos que salieron de Babilonia y volvieron a su patria. Luego veremos, como aun esto poco que aquí se dice tan en general, es incompatible con la explicación de la metáfora que se lee en la misma profecía.

218. Por lo que toca a la segunda parte, que es la principal, y la más llena de escollos, la explicación es igualmente fácil y breve, y mucho más fácil y breve por lo que en ella se omite, que es casi todo. Las dos varas o cetros que unidos entre sí forman uno solo, el cual se pone estable y perpetuamente en la mano de un solo rey, a quien se da el nombre de David, ¿qué significan? Significan, dicen, en sentido literal, que después de la vuelta de Babilonia, las dos casas o reinos diversos de Israel y de Judá, se unirán entre sí bajo de un mismo príncipe descendiente de David, el cual, como también dicen y confiesan, no puede ser otro que Zorobabel (no obstante que Zorobabel ni fue rey, ni príncipe, ni tuvo cetro, ni vara, ni autoridad alguna independiente). Bajo de este príncipe, nos quieren dar a entender, aunque con voz muy baja, que sucedería esta unión de las reinos de Israel y Judá, siendo muy verosímil, añaden, que algunos individuos de todas las   —149→   otras diez tribus volviesen juntos con los judíos, y se agregasen a la casa y reino de Judá. Y si nada de esto cuadra, como es cierto que nada cuadra, por confesión inevitable de los mismos doctores, pues lo contradice manifiestamente la historia sagrada y todo el contexto de la profecía; si nada de esto cuadra, significa, en sentido alegórico especialmente intentado por el Espíritu Santo, que Judá e Israel, esto es, los judíos y los gentiles se unirían en una misma Iglesia bajo un mismo rey, hijo de David, el cual reinaría sobre todos ellos por la fe de los creyentes. Éste es en breve todo el misterio general de la profecía, o a esto se reduce toda la explicación. Las demás cosas particulares que se leen en ella, y que destruyen visiblemente aquellas generalidades, no merecen especial atención, ni es bien perder el tiempo en cosas de tan poco interés. Volved, señor, a leer la profecía, y estudiadla con mayor cuidado principalmente desde el versículo 15.

Reflexiones

Párrafo II

219. El examen prolijo, y la impugnación formal de esta especie de explicación que acabamos de oír, sería cuando menos un trabajo inútil. Después de leída y considerada la profecía toda con verdad y con sencillez de corazón, ¿qué necesidad tenemos de otro examen, ni de otra impugnación? La profecía misma no sólo habla, sino que expresa al mismo tiempo el sentido en que habla; propone enigmas, y al punto los resuelve; usa de metáforas, y las explica. Con esta explicación abre un camino recto, fácil y llano; y con ella misma cierra todo otro camino o senda diversa, que pudiera tomarse. No deja arbitrio, ni esperanza por ninguno de los treinta y dos rumbos; o habéis de pasar por el camino que halláis abierto; o habéis de volveros a vuestra casa renunciando el empeño inútil de explicar la profecía de otra manera diversa, de la que ella se explica a sí misma.

  —150→  

220. La prueba más sensible de esta verdad, es el ningún efecto sensible de estas diligencias, practicadas por los mayores ingenios para abrirse otro camino diverso, no queriendo entrar por este que les parece impracticable; y cierto que lo es en su sistema. Este ningún fruto de tantas diligencias habla todavía más claro y en voz más alta y más sonora, en favor de la verdad de Dios, confirmando prácticamente aquella sentencia divina: ¿Puede por ventura compararse con Dios un hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta?302 El ingenio humano limitado y pobre, ¿podrá jamas prevalecer contra la sabiduría divina? Para hacer esto un poco más sensible, hagamos algunas pocas y breves reflexiones.

Primera reflexión

221. La resurrección de la carne es una verdad, y una de las verdades o artículos de fe esenciales y fundamentales del cristianismo. Esta verdad está tan sólidamente asegurada en todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, que más parece una verdadera injusticia, que un servicio real, querer asegurarla con puntales postizos y debilísimos en sí: Pues si no hay resurrección de muertos, dice San Pablo, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, luego vana nuestra predicación, y también es vana vuestra fe. Y somos asimismo hallados por falsos testigos de Dios, porque dimos testimonio contra Dios diciendo, que resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, porque aún estáis en vuestros pecados. Y por consiguiente también los que durmieron en Cristo han perecido.303 La profecía que ahora consideramos, no se   —151→   endereza de modo alguno, por confesión de los mismos doctores, a la resurrección de los muertos; es una pura metáfora, que tiene por objeto real otro misterio muy diverso del cual se habla por semejanza, no por propiedad. Este misterio particular se señala y se explica claramente en la misma profecía; así, debía considerarse este misterio de propósito, y a fondo, sin divertirse tanto a aquellas otras cosas, de las que se traen estas semejanzas, no propiedades. Debía examinarse en primer lugar, ¿qué misterio es éste tan grande, a quien pueda competer con toda propiedad, según las Escrituras, una metáfora tan nueva, y tan magnífica, de que el mismo Dios se sirve para anunciarlo? Debía examinarse en segundo lugar, ¿de qué tiempos se habla aquí, si ya pasados, o todavía futuros? Ambas cosas debían estudiarse en la misma profecía, atendiendo a todo su contexto, y a todas sus expresiones y explicaciones, sin omitir alguna; atendiendo del mismo modo a todo lo que precede en los tres capítulos antecedentes, y a todo lo que se sigue en los once siguientes. Por todo lo cual se ve tan claro, así el misterio, como el tiempo, que su misma claridad parece que ha hecho cerrar los ojos, o volverlos hacia otra parte.

Segunda reflexión

222. La metáfora de los huesos, en más gran número sobre la haz del campo, y secos en extremo, los cuales a la voz de Dios se unen entre sí, se cubren de nervios, de carne y piel, y reciben de nuevo el espíritu de vida, etc., no tiene alguna significación arbitraria, que se haya dejado a nuestro ingenio, ni es algún enigma oscuro, de que se nos pida la solución. El mismo Espíritu de verdad que   —152→   usa de la metáfora, explica al mismo tiempo lo que por ella debemos entender: todos estos huesos (dice), la casa de Israel es; todos estos huesos, sin exceptuar alguno, son los miserables hijos de Israel; ellos dicen: secáronse nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido cortados. ¿Quiénes dicen esto: los mismos huesos áridos y secos, o los significados por esta similitud? Si son los huesos mismos, luego estos huesos tenían otros huesos propios suyos de que se componían; pues sin esto no pudieran decir: secáronse nuestros huesos. Si son los significados por ellos, luego a éstos se debe convertir toda la atención, no a la similitud de que se usa; y ya que se atiende a la similitud, y que esta atención no se reprueba, no por eso debe desatenderse también el asunto principal, a donde se endereza la similitud.

Tercera reflexión

223. Los tiempos de que habla esta profecía, no pueden ser los de la cautividad de Babilonia, y vuelta a Jerusalén. El texto mismo y todo el contexto, y la grandeza de las metáforas, etc., no sólo repugnan esta inteligencia, sino que la contradicen formalmente, casi a cada palabra; mas desde el versículo 15 hasta el fin. Ésta parece la verdadera razón por que los intérpretes apenas tocan ligeramente y como de muy lejos, esta segunda parte de la profecía; y algunos, aun de los más difusos, la omiten toda. Cierto que no había necesidad de tanta prisa, si nada hubiera que temer.

Cuarta reflexión

224. Los huesos áridos y secos, y secos en extremo, de que se ve lleno el campo, nos dicen los doctores que no significan otra cosa en sentido literal, que los judíos cautivos en Babilonia; y los mismos huesos unidos entre sí, cada uno a su coyuntura, que después de vestidos de nervios, carne y piel, reciben de nuevo el espíritu de vida, etc., tampoco significan otra cosa, en el mismo sentido literal,   —153→   que los mismos judíos que salen de Babilonia y vuelven a su patria. De aquí se sigue, digo yo, una consecuencia algo dura; pero justísima e innegable; es a saber, que aun después de verificada la salida de Babilonia, y vuelta de los cautivos a su patria, el campo dicho queda todavía lleno de huesos, en más gran número... y secos en extremo, casi tanto como lo estaban antes de este suceso. ¿Por qué? Porque sabemos de cierto que los cautivos, que, sin dejar de serlo, salieron de Babilonia y volvieron a su patria, fueron como cuatro, respecto de mil; fueron poquísimos, respecto de los que no volvieron; y esto, no solamente comparados con toda la casa de Jacob, o con todas sus doce tribus, de que habla manifiestamente la profecía, diciendo: todos estos huesos, la casa de Israel es; sino aun respecto de sola la casa de Judá, o de los judíos propiamente dichos, que eran los propios cautivos de Babilonia. Esta casa de Judá aunque sólo se componía de dos tribus, Judá y Benjamín, y del necesario sacerdocio, perteneciente a la tribu de Leví, no era tan pequeña, que no contase algunos millones de individuos. El número preciso yo no lo sé, mas se puede fácilmente computar por lo que se dice en el libro segundo del Paralipómenos, capítulo XVII; esto es, que en tiempo de Josafat, tenía este rey, bajo cinco capitanes generales, un millón ciento y setenta mil soldados, fuera de otros muchísimos que guardaban los presidios o plazas fuertes: Todos éstos estaban prontos a las órdenes del rey, sin contar otros, que había puesto en las ciudades muradas, por todo Judá.304 El número de individuos entre hombres, mujeres y niños que resultare del cómputo, se puede comparar con el número de individuos entre hombres, mujeres y niños que salieron de Babilonia, y volvieron a la Judea, los cuales como se dice en el libro primero de Esdras, capítulo segundo, sólo llegaron a cuarenta y dos mil. Luego estos que volvieron a su patria, aun hablando solamente de la casa de Judá, fueron   —154→   una parte pequeñísima, respecto de los que no volvieron. ¿Qué sería si se hablara como debe hablarse de toda la casa de Jacob? Todos estos huesos la casa de Israel es. Luego si los huesos áridos, que se visten de nervios, carne y piel, y reviven, son los que salen de Babilonia y vuelven a su patria, como pretenden los doctores; los que no salen de Babilonia, o del lugar de su destierro, ni vuelven a su patria, deberán quedar en el estado y condición de huesos áridos y secos. Luego siendo éstos, poco más o menos, como mil, respecto de cuatro (o si se quiere de cuarenta) el campo que vio Ezequiel quedó necesariamente casi tan lleno de huesos áridos y secos, como estaba antes. Luego cuando el Profeta les dice a todos los huesos en general: Huesos secos, oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí yo haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis... sólo se habla con un puñado de aquellos huesos, no con todos; sólo un puñado de ellos volvió a su patria, quedando la mayor y máxima parte, no sólo de la casa de Jacob, sino también de la casa de Judá, en su destierro. A todo esto se debe añadir, lo que añade el Profeta (versículo 10) hablando de todos los huesos: en más gran número sobre la haz del campo. Es a saber, que después de vestidos de nervios, carne y piel, entró en ellos espíritu, y vivieron; y se levantaron sobre sus pies un ejército numeroso en extremo. Cuarenta y dos mil personas entre hombres, mujeres, niños, hablando de una nación, que se componía de muchos millones, ¿merece con alguna propiedad el nombre de un ejército numeroso en extremo? Consideradlo bien, y esto solo, aun prescindiendo de otros mil embarazos, os hará entrar cuando menos en grandes sospechas. No me detengo más en esta reflexión, porque espero tratar este punto capital, mas de propósito y más a fondo en el fenómeno séptimo; por ahora al buen entendedor pocas palabras.

Quinta y ultima reflexión

225. O se cree que la profecía mira directamente, en   —155→   sentido literal, a la vuelta de Babilonia, o no se cree. Si lo primero: ¿por qué no se explica toda seguidamente, en este sentido que llaman literal? ¿Por qué no se lleva adelante esta idea hasta hacerla reposar en su fin? ¿Acaso porque ésta es una empresa imposible? Luego esta misma imposibilidad debía mirarse como una prueba real y demostrativa, de que el sentido no es bueno, ni la idea justa. Si lo segundo: ¿con qué razón, o con qué equidad se insinúa, más suponiendo que probando, que éste es el sentido literal de la profecía? ¿Cómo es posible que el sentido literal, esto es, el verdadero sentido de una profecía, en que habla el espíritu de verdad, aunque lo repugne, o lo contradiga casi a cada palabra, la misma profecía? Luego, o el misterio de que habla es otro muy diverso, o no habla en ella el espíritu de verdad: sino que se lo forjó el Profeta por orgullo de su corazón.305

226. Lo que decimos del sentido literal que se pretende o se insinúa, o se tira a suponer, decimos del mismo modo del sentido alegórico, con que se procuran llenar log infinitos vacíos que deja necesariamente el que llaman literal. Si el sentido alegórico es aquí el especialmente intentado por el Espíritu Santo, explíquese la profecía en este sentido; mas explíquese toda seguidamente, atendiendo a todo y dando razón de todo; a lo menos llénense bien con este sentido alegórico todos los vacíos que dejó el sentido literal. Si ni aun esto se puede (como es cierto que no se puede, pues si se pudiera, no es creíble que no se hubiera hecho) se podrá conseguir el intento en el sentido mixto. Acaso me preguntaréis con admiración, qué quiere decir sentido mixto; y yo os respondo, que no lo sé sino por la práctica, es decir, porque veo que se hace de él un gran uso en ciertos asuntos. Es verdad que no se hallan en la lista de los diversos sentidos que se asientan para la inteligencia de las Escrituras. Éstos son cuatro principales, y dos menos principales. El primero de los   —156→   cuatro principales es el literal, esto es, el verdadero, a que se debe atender ante todo; pues sólo este puede fundar una verdad, y establecer un dogma. El segundo es el alegórico, esto es, el figurado; porque alegoría y figura significan una misma cosa. El tercero es el anagógico, que más pertenece al cielo, que a la tierra. El cuarto es el tropológico o moral, por las buenas y excelentes306 doctrinas, que se pueden sacar de todas las Escrituras, para arreglar nuestras costumbres y santificar nuestra vida. Los dos menos principales son el espiritual o místico, y el acomodaticio. Este último no ignoráis lo que significa, esto es, acomodar a Pedro lo que realmente no es de Pedro, sino de Pablo.

227. Fuera de estos seis sentidos, queda todavía otro no despreciable; el cual, aunque no se nombra, no por eso deja de usarse en las ocasiones, como que es el más cómodo de todos; éste es el que yo llamo sentido mixto, que a todos los comprende, y de todos se sirve. ¿Qué mayor comodidad, que poder entender una misma profecía, que destruye enteramente mi sistema, parte en un sentido, parte en otro, parte en cinco o seis al mismo tiempo? No obstante esta gran comodidad, que es fácil concebir en el sentido mixto, yo me atrevo a decir, que para entender esta profecía de que hablamos, y otras muy semejantes, no bastan todos los sentidos (ni todos los ingenios) juntos y unidos entre sí. Parece necesario, demás de esto, echar mano del último recurso, fácil e indefectible sobre todos; parece, digo, necesario e inevitable omitir y pasar por alto muchísimas cosas, que resisten invenciblemente a todos los sentidos, y son aquellas puntualmente que son inacordables con el sistema. Por ejemplo, éstas desde el versículo 21: He aquí yo tomaré a los a los de Israel de en medio de las naciones, a donde fueron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos... Y mi siervo David será rey sobre ellos, y uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán,   —157→   y guardarán, y cumplirán mis mandamientos... Y David mi siervo será príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos... Y estará mi tabernáculo entre ellos; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente.307

228. De estas pocas reflexiones que acabamos de hacer, y de muchísimas otras que puede hacer cualquiera con gran facilidad, la conclusión sea: que si la profecía de que hablamos (lo mismo digo de cualquiera otras) no puede entenderse seguidamente en este sentido, ni en el otro, ni en todos juntos; la deberemos entender en aquel sentido único, obvio, natural y sencillo, que muestra la misma profecía, repugne o no repugne a nuestras miserables ideas. Si Dios ha hablado, él lo hará aunque a nosotros nos parezca difícil o imposible. ¿Dijo pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá?308 ¿Para qué, pues, nos cansamos inútilmente en buscar otros caminos difíciles e impracticables, cuando tenemos este fácil, llano y seguro? ¿Acaso porque no pueden pasar por este camino ciertas ideas? Luego ésta es una prueba evidente, no de que el camino no sea bueno, sino de que estas ideas no son buenas, sino de contrabando, pues no pueden pasar seguramente por el camino real. Y si son de contrabando, luego las deberemos dejar, obedeciendo fielmente a las órdenes del rey supremo, y cautivando nuestro entendimiento en obsequio de la fe. Con esto solo, ya nada tenemos que temer; el camino queda fácil, llano y seguro; y la profecía que se imaginaba tan obscura, se ve al punto llena de claridad, y se entiende toda entera, desde la primera hasta la última palabra.

229. No puedo detenerme más en este punto particular,   —158→   porque me llaman con gran instancia otros muchos de igual o mayor importancia, que tienen con éste una gran relación, y que por consiguiente deben aclararlo y fortificarlo más. Todos ellos pertenecen y se encaminan directa e inmediatamente a un mismo asunto principal, esto es, a la consumación del gran misterio de Dios, que encierran, en sí las Santas Escrituras, o a la revelación de nuestro Señor Jesucristo, o a su venida segunda en gloria y majestad, que todos creemos y esperamos.



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ArribaAbajoFenómeno VI

La Iglesia cristiana

230. Los dos puntos capitales, que ahora vamos a examinar, esto es, la Iglesia cristiana, y la cautividad de Babilonia, no merecen tanto el nombre de fenómenos cuanto de antifenómenos, o de velos, o de nubes, o de impedimentos para la observación de los verdaderos fenómenos. Éstas son aquellas dos grandes y antiguas fortalezas que han servido y sirven como de refugio y asilo contra toda clase de enemigos. A ellas se acogen frecuentísimamente los intérpretes de la Escritura, y en ellas aseguran a su parecer invenciblemente todas sus ideas sobre la segunda venida del Mesías; haciendo desde aquí tanto fuego, o por mejor decir, tanto ruido para ahuyentar las ideas enemigas, que el paso queda, si no cerrado absolutamente, a lo menos sumamente difícil y casi impracticable.

231. Ya habréis reparado en todo el fenómeno antecedente la gran dificultad y trabajo con que hemos caminado, siéndonos necesario casi a cada paso abrirnos camino a fuerza de brazos, y disputar largo tiempo sobre un palmo de tierra, ya con la una, ya con la otra fortaleza, ya con ambas a un mismo tiempo; pues como el paso frecuente entre estas dos grandes fortalezas nos es inevitable, por estar situadas a la una y a la otra parte del camino real que deseamos seguir, se hace ya necesario dejar por algún tiempo toda otra ocupación, y convertir todas nuestras atenciones a las fortalezas mismas, como si fuesen en la realidad dos grandes fenómenos, dignos de la más atenta y más prolija observación. Con esto, examinadas cada una de por sí; examinadas de propósito, sin divertirnos a otra cosa; examinadas de cerca cuanto nos sea permitido, podremos saber de cierto si son inexpugnables o   —160→   no, es decir, si son capaces de defender las ideas contrarias, o no; o para ceder prudentemente y retirarnos del empeño, o para seguir nuestro camino sin temor alguno. Estas dos fortalezas son: primera, la cautividad de los judíos en Babilonia, y su vuelta a Jerusalén y Judea. Esto es lo que llaman sentido literal en las más de las profecías, a lo menos en cuanto se puede. Mas como realmente se puede poco, y las más veces nada, queda para suplirlo todo la segunda fortaleza, amplísima, fortísima, inaccesible, que se hace respetar con sólo su nombre. Queda, digo, en sentido alegórico, especialmente intentado por el Espíritu Santo, la Iglesia cristiana. Empecemos por ésta, que es la más trabajosa.

Algunos presupuestos necesarios

Párrafo I

232. Antes de acercarnos a esta fortaleza sagrada, y digna de nuestro más profundo respeto, para que podamos entendernos bien, y proceder sin confusión, y aun sin sospecha de temor, debemos indispensablemente presuponer dos cosas indispensables. Primera: la noción, o la idea clara de todo lo que se significa y comprende en esta palabra, Iglesia cristiana, es decir, lo que hay de cierto y de fe divina en este punto, lo cual deberá mirarse como una breve, sincera y religiosa confesión de nuestra fe. Segunda: la noción o la idea igualmente clara del sentido, y de los términos en que solamente pensamos hablar. Sin estas dos nociones parece moralmente imposible cerrar del todo la puerta a sutilezas, o equívocos, o sofismas, ya directos, ya reflejos, que puedan fácilmente incomodarnos, enredarnos y aun oprimirnos.

Primera noción

233. La Iglesia cristiana o católica, que es de la que hablo (ni puedo hablar de otra, pues a ésta solamente reconozco por verdadera iglesia de Cristo), la Iglesia cristiana,   —161→   digo, fundada por el Mesías mismo, por el Hijo de Dios, por el Hombre Dios, regada con su sangre, y fecundada con su Espíritu, etc., es la verdadera y única Iglesia de Dios vivo, en esta nuestra tierra. Ésta es, como dice el Apóstol, columna y apoyo de la verdad309; la depositaria incorruptible y fiel de la verdad, a quien toca enseñarla según la recibió; a quien toca por consiguiente el juicio y sentencia definitiva, sobre el real y verdadero sentido de las Santas Escrituras; y lo que ella ha resuelto, enseñado y mandado en estos asuntos, y lo que resolviere, enseñare y mandare en adelante, como verdad de fe, debe ser recibido de todos sin contradicción ni disputa. Esta Iglesia es santa, y merece este nombre con toda propiedad, no solamente por la santidad de Dios a quien está consagrada, y a quien se encamina directamente, sino también por la santidad del espíritu que la une y anima; por la santidad de su fundamento y de su cabeza, que es Cristo mismo; por la santidad de su culto, de sus sacramentos, de su moral, de sus leyes; y en suma, porque sólo dentro de ella se puede hallar aquella justicia y santidad, que hace a los hombres hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo.310

234. Esta Iglesia es católica o universal, porque siendo esencialmente una, comprende y abarca dentro de sí todos los pueblos, tribus y lenguas, que han querido y quisieren entrar en adelante, y agregarse a ella. A ninguna nación excluye, ni a ninguno de sus individuos, ni aun a los viles y míseros judíos, los cuales sin la fe, que es el estado en que actualmente se hallan, son mirados del Dios de sus padres, como cualquiera otra nación infiel, y lo serían eternamente si no hubiesen de salir de este estado infeliz, como ciertamente han de salir según las Escrituras. Porque en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el prepucio,   —162→   sino la fe que obra por caridad.311 Esta fe pura o incorrupta es la que hace al caso; ésta es la que hace hijos verdaderos de Abrahán; ésta es la que constituye el verdadero cristianismo, o la verdadera Iglesia cristiana, en donde no hay gentil y judío, circuncisión, y prepucio, bárbaro, y escita, siervo, y libre; mas Cristo es todo en todos.312

235. Esta iglesia es asimismo apostólica, y también se dice con propiedad romana, porque toda la autoridad y jurisdicción, o potestad espiritual la puso el Hijo de Dios mismo en sus apóstoles, y sobre todos en el príncipe de ellos San Pedro, toda está y estará hasta que él venga en sus legítimos sucesores, que son los Obispos, y sobre todo en el sucesor del príncipe de los Apóstoles San Pedro, que es el obispo de Roma, al cual llamamos todos los católicos el papa, o padre común, o el sumo pontífice, y a quien reconocemos por vicario de Cristo en la tierra, y cabeza visible de la verdadera y universal Iglesia. Por consiguiente reconocemos a este obispo de Roma por el verdadero centro de unidad, a donde deben encaminarse, y llegar y comunicar con él todas las líneas que parten de la circunferencia de todo el orbe cristiano; y los que no se encaminaren a este centro, ni comunicaren con él, van ciertamente desviados, y no pertenecen a la unidad esencial del cuerpo de Cristo, o a la verdadera Iglesia cristiana. Otras mil cosas había aquí que decir, las cuales o se disputan hasta ahora, o no son de este lugar. Bastan estas pocas, que son las sustanciales para una confesión de fe.

Segunda noción

236. Esta Iglesia cristiana, esta Iglesia católica, única esposa del verdadero Dios, no obstante ser esencialmente   —163→   una e indivisible, se compone necesariamente de dos partes diversas entre sí, sin lo cual todo fuera en ella un desorden, una confusión ininteligible. Se compone, digo, necesariamente de dos partes, a saber, activa y pasiva; esto es, de madre e hijos, de maestra y discípulos, de gobernadora y de gobernados, de directora y de dirigidos, etc. Por esta noción clara y palpable, parece bien fácil conocer con ideas claras y palpables la diferencia que hay entre el verdadero significado de estas dos palabras: Iglesia de Dios, y esposa de Dios. La primera es una palabra general que comprende a todos los fieles de uno y otro sexo, grandes y pequeños, sabios e ignorantes, civiles y rústicos, sacerdotes y legos. La segunda parece claro que sólo puede competir a la parte activa de la misma Iglesia, que es el sacerdocio, o por hablar con mayor propiedad, el cuerpo de los pastores. Esta parte activa es la que llamamos con verdad nuestra madre la iglesia, y de esta sola hablamos cuando decimos: la Iglesia lo enseña; la Iglesia lo decide; la Iglesia lo manda. Y si ésta es propiamente nuestra madre, ésta es también la esposa en la casa de Dios, a quien toca parir hijos de Dios, a quien toca criarlos, sustentarlos, enseñarlos, gobernarlos y corregirlos, etc.

237. De aquí se sigue otra noción de gran importancia, que puede aclarar mis ideas no poco confusas, esto es, la inteligencia verdadera y genuina de algunos lugares del evangelio los más terribles para los judíos. Quiero decir: ¿qué es lo que realmente se les ha quitado a los judíos en consecuencia de aquella terrible profecía de Cristo o de aquella sentencia que pronunció contra ellos en estas palabras313: Por tanto os digo, que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él314; y de aquella otra que ellos pronunciaron contra sí mismos, antes de saber de quiénes hablaba: A los malos destruirá   —164→   malamente; y arrendará su viña a otros labradores.315 Después de estas sentencias verificadas con toda plenitud, y ejecutadas con tanto rigor, es cosa cierta y de fe divina, que a los judíos no se les ha quitado el ingreso a la Iglesia cristiana, ni el ser miembros de la Iglesia cristiana. Desde que ésta se fundó, sus puertas les han estado abiertas día y noche, así como lo han estado, y lo deben estar para todas las otras naciones, tribus y lenguas. Lejos de impedirles la entrada, ellos fueron los primeros convidados, y convidados con la mayor ternura, instancia y empeño, por mandato expreso del padre de familias; y este convite no se ha interrumpido jamás hasta la presente. Los que han querido han entrado, y la Iglesia les ha recibido en su seno, y está prontísima a recibir a los que en adelante quisieren entrar; porque al fin es Iglesia católica y universal, y este nombre no la pudiera competir, si excluyese alguna nación o alguna raza de gentes.

238. Siendo esto así, como lo es evidentemente, se pregunta de nuevo: ¿qué es lo que se ha quitado a los judíos? O la sentencia de Cristo quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo, etc., y la que ellos se dieron, obligados del mismo Cristo, y arrendará su viña a otros labradores, no tienen significado alguno, o es otra cosa muy diversa, y mucho más notable que el simple ingreso a la Iglesia cristiana, la que se ha quitado a los judíos. ¿Cuál es ésta? No es otra, amigo, ni puede ser otra que el reino activo; el ser hijos del reino, o reinantes que es lo mismo; la Iglesia activa, la dignidad de esposa, de madre, de gobernadora de la familia; la administración de la viña de Dios; el ser colonos, o labradores de esta viña, etc. Si ellos por su incredulidad y malicia no han querido entrar en la Iglesia, tampoco han querido entrar otros muchos pueblos, tribus y lenguas y de ningunos de éstos se puede decir con verdad que se les ha quitado el reino de Dios, o la administración de la viña de Dios.   —165→   ¿Cómo se ha de quitar a un hombre lo que no tiene, ni le pertenece de modo alguno? Conque si a los judíos se les ha quitado el reino de Dios, este reino lo tenían cuando se les quitó, y lo hubieran tenido, y lo tuvieran, si no se les hubiese quitado. Yo deseo que se tengan presentes todas estas nociones, para que cuando hable de la Iglesia cristiana, no se equivoque y confunda la parte principal con el todo, ni la activa con la pasiva, ni las ideas generales de Iglesia con las particulares de esposa.

Párrafo II

239. Supuestas316 y entendidas bien todas estas cosas, oídme ahora, amigo, con menos escrúpulo y con más atención. La primera proposición que voy a anticipar, no hay duda que os parecerá increíble, improbable, y como un despropósito de los más solemnes que se han adelantado jamás. No obstante, con vuestra licencia, a lo menos presunta, yo me atrevo a adelantarla y también a probarla.

Proposición

240. «Esta palabra santa y venerable Iglesia cristiana, en la boca y pluma de los doctores cristianos, es no pocas veces en ciertos puntos particulares, una palabra muy equívoca, que tiene mucho de sofisma, aunque muy oculto y muy disimulado.»

241. Deseo explicarme con toda claridad, de modo que cualquiera me entienda, sin que sea necesaria otra explicación, que la que suenan y significan obvia y literalmente las palabras, las cuales no tienen, o no deben tener otro uso, que manifestar el concepto de la mente. Ya veis, pues, en primer lugar, que la proposición no es universal, sino contraída expresamente a ciertos puntos particulares. Si me preguntáis ahora, qué puntos particulares son éstos, os respondo en breve, que son todos aquellos lugares de la divina Escritura conocidamente favorables a los judíos, en que se leen clara y distintamente anuncios alegres, promesas magníficas, extraordinarias, nuevas, admirables, que hace el   —166→   mismo Dios a Sión, a Jerusalén, a la casa de Jacob; y esto no como quiera, no indeterminadamente, no a bulto y en confuso, sino expresamente a Sión, estéril, y sin parir, echada de su patria, y cautiva... desamparada y sola... como mujer desamparada y angustiada de espíritu... a Sión, considerada como mujer repudiada desde la juventud317; a Jerusalén destruida y conculcada de las gentes; a la casa de Jacob, esparcida a todos los vientos, y hecha el ludibrio de todas las naciones; las cuales promesas sabemos con toda certidumbre no haberse verificado jamás.

242. Estos lugares de la Escritura verdaderamente innumerables y clarísimos, se procuran todos acomodar, en cuanto es posible al ingenio humano, a la Iglesia cristiana (hablo en el sentido mismo en que hablan los doctores), esto es, en el estado presente; comprendidos en este estado presente todos los 17 siglos que han pasado desde los apóstoles hasta el día de hoy; pues no reconocen, ni les parece posible, otro estado mejor, por más que lo anuncien las Escrituras. Así pues, Sión, cuando se habla de ella en bueno, es decir, cuando se habla de ella, no como mujer repudiada desde la juventud, ni como mujer desamparada y aborrecida318; sino en cuanto curada de sus llagas, llamada de su Dios, recibida, acariciada, sublimada, ensalzada, significa la Iglesia cristiana presente. Jerusalén, no en cuanto destruida y conculcada, sino en cuanto reedificada y honrada de todas las naciones, significa la Iglesia cristiana presente. Y la casa de Israel, o de Jacob, no en cuanto ventilada hacia todos los rumbos, con indignación, y con grande ira, sino en cuanto recogida por el brazo omnipotente de su Dios con grandes piedades, no319 puede significar otra cosa que la Iglesia cristiana en el estado presente.

  —167→  

243. Sucede no obstante, y con suma frecuencia, que en medio de la acomodación que se iba haciendo del texto sagrado a la Iglesia cristiana presente, se encuentra con alguno o muchos embarazos, que cierran el camino e impiden el paso absolutamente. Pues en este caso, ¿qué remedio? El remedio es pronto y facilísimo. ¿Qué cosa más fácil que dar un vuelo mental de la tierra al cielo, y dar por acomodado allá lo que por acá es imposible? Efectivamente así se hace, o así se procura hacer, en cuanto se puede; porque la Iglesia triunfante y la militante (añaden y ponderan), son una misma iglesia, sin otra diferencia que estar la una en el puerto, y la otra en la mar. Bien, y si lo que dice el texto sagrado tampoco se puede competer de modo alguno a la iglesia triunfante; si a ésta repugna visiblemente tanto o más que a la iglesia militante lo que se le quisiera acomodar, en este caso, no raro sino continuo, ¿qué se hará? El embarazo, aunque grande y continuo, no por eso es irremediable. Deberá, pues, en este caso frecuentísimo explicarse el texto del modo posible. Si no puede explicarse cómodamente en este sentido, ni en el otro, ni en muchos juntos, o deberá omitirse del todo, como cosa de poco momento, o tocarse apenas por la superficie, que es casi lo mismo que omitirlo. Todo es permitido en la práctica, con tal que no se piense en lo que suenan y significan, en su propio y natural sentido, éstas y semejantes palabras: Sión, Jerusalén, Israel, Judá, la casa de Jacob, las tribus de Israel, el tabernáculo de David, etc. Son estas cosas demasiado grandes para los pequeños, viles y pérfidos judíos.

Se empieza a mover el equívoco

Párrafo III

244. El fundamento único en que estriba todo este modo de pensar, y de interpretar las profecías, es (según pretenden) la doctrina expresa y clara del apóstol San Pablo, el cual en varias partes de sus escritos nos asegura formalmente,   —168→   e inculca en ello como una verdad esencial y fundamental del cristianismo, que los hijos verdaderos de Abrahán, con quienes hablan las promesas, no son los que descienden de él según la carne o la naturaleza, sino los que descienden según el espíritu; que estos últimos son todos los creyentes de cualquiera nación que sean; que los que son de la fe, los tales son hijos de Abrahán320; que entre éstos no hay distinción alguna de judío y griego, de bárbaro, y escita, de libre y esclavo: puesto que uno mismo es el Señor de todos, rico para con todos los que le invocan. Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.321 Y en otra parte: Porque en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el prepucio, sino la fe que obra por caridad.322 Supuesta esta doctrina tan repetida del Apóstol y maestro de las gentes, que ningún cristiano puede ignorar, argumentan así. Las promesas que se leen en las Escrituras para después de la venida del Mesías, hablan solamente, según San Pablo, con los hijos verdaderos de Abrahán; esto es, no con los hijos según la carne, sino con los hijos según el espíritu; porque no todos los que son de Israel, éstos son Israelitas; ni los que son linaje de Abrahán, todos son hijos.323 Estos hijos verdaderos de Abrahán, según el mismo Apóstol, son todos los creyentes de todas las naciones, sin distinción alguna de judío y griego, de circuncisión y prepucio, de libre y esclavo, de bárbaro y no bárbaro, etc.: los que son de fe, los tales son hijos de Abrahán; luego las promesas que se leen en las Escrituras para después de la venida del Mesías, hablan solamente con los creyentes de todas las naciones, sin diferencia   —169→   alguna de judío y gentil; luego hablan con la Iglesia presente que se compone de todos los creyentes de todo el mundo y orbe terráqueo, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego no hacen mal, sino muy bien los doctores cristianos en entender y procurar acomodar del modo posible a la Iglesia cristiana (ya militante ya triunfante) las promesas que se leen en las Escrituras para después de la venida del Mesías, aunque éstas hablen nominadamente con los hijos de Abrahán, con los Israelitas, con Sión, con Jerusalén, con Judá, con Israel, o con las reliquias preciosas de este pueblo infeliz.

245. Este discurso a primera vista justísimo, pues se supone fundado sobre la doctrina de un apóstol, perfectamente instruido en todo el misterio de Dios que encierran las Escrituras, ha sido por esto mismo como un doble velo, que nos ha cubierto a lo menos la mitad del mismo misterio de Dios. San Pablo dice, que los verdaderos hijos de Abrahán, con quienes hablan las promesas, no son los hijos según la carne, o según la naturaleza, sino los hijos según el espíritu, esto es, los creyentes de cualquiera nación que sean. Bien, ésta es una verdad clara, de que sólo pueden dudar los que no son creyentes. Mas cuando San Pablo enseña esta verdad a todos los creyentes, y con ella los consuela y anima, ¿de qué promesas habla? ¿Acaso de todas cuantas se leen en las Escrituras para después de la encarnación del hijo de Dios? Falso y falsísimo, por testimonio del mismo San Pablo, el cual cuando habla en particular y de propósito de la conversión a Cristo (todavía futura) de los hijos de Abrahán, según la carne, cita otras promesas particulares a ellos solos, que no pueden competer a los creyentes de todas las naciones, como luego veremos. Y los doctores mismos reconocen y confiesan a lo menos algunas de estas promesas particulares, y otras muchas (y las más notables) parece que las reconocen y confiesan tácitamente, pues las omiten, o apenas las tocan por la superficie.

246. Conque según eso, hay en las Escrituras promesas   —170→   generales, y promesas particulares; unas que hablan en general con todos los hijos de Abrahán según el espíritu, esto es, con todos los creyentes, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación, sin excluir a los judíos que quisieren entrar en este número; otras particulares a los mismos judíos o a los hijos de Abrahán según la carne, o según la naturaleza; y éstas para otro tiempo que todavía no ha llegado, para cuando sean hijos de Abrahán, no sólo según la carne, sino también y mucho más según el espíritu; como ciertamente lo han de ser, según las mismas promesas particulares de que hablamos. Las promesas generales que comprenden a todos los creyentes de todas las naciones, se entiende (si tuvieren una fe viva) son: la remisión de los pecados, la salud, el espíritu, la amistad de Dios, la filiación de Dios, y todo lo que de aquí debe resultar, que es como dice el mismo San Pablo: sí hijos, también herederos; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo; pero si padecemos con él, para que seamos también glorificados con él.324 Todo esto habla indubitablemente con todos los hijos de Abrahán, según el espíritu; con todos los verdaderos creyentes, pasados, presentes y futuros, de todos los pueblos, tribus y lenguas de todo el orbe; todos éstos podrán decir con verdad... nosotros somos hijos de la promesa325; todos éstos (podrán decir igualmente) somos contados por descendientes326, y todos serán benditos con el Padre de todos los creyentes. Y así los que son de la fe, serán benditos con el fiel Abrahán.327 ¿Y todo esto, amigo, os parece poco? ¿No debemos contentarnos todos los creyentes con unas promesas tan grandes y de tanta dignidad?

  —171→  

247. Mas estas promesas, grandes y magníficas, generales a todos los creyentes, no son ciertamente todas las promesas que se leen en las Escrituras para después del Mesías. Hay fuera de éstas otras particulares, que se enderezan inmediata y únicamente a los miserables hijos de Abrahán, por Isaac y Jacob, según la carne, o según la naturaleza; para cuando lo sean también según el espíritu; para cuando se les quite el corazón de piedra, y se les dé corazón de carne, y éste circuncidado; para cuando sean recogidos y congregados con grandes piedades por el brazo omnipotente de Dios vivo, de todos los países y naciones, donde él mismo los tiene esparcidos; para cuando sean curados de sus llagas y lavados de sus iniquidades; en suma, para cuando sean creyentes, en lugar de las naciones de todo el orbe, que por la mayor y máxima parte dejarán de serlo como está escrito; de todo lo cual hemos hablado ya suficientemente en los fenómenos precedentes.

248. Estas promesas particulares a solos los hijos de Abrahán, según la naturaleza, verbigracia su vocación a Cristo, su verdadera, y sincera conversión, con todas las circunstancias con que está anunciada la misión de Elías para este solo fin, pues la Escritura no señala otro, su reposición y restablecimiento en la tierra prometida a sus padres, su contrición y llanto íntimo y amarguísimo, su justicia, su santidad, su asunción, su plenitud, que son los términos de que usa el mismo San Pablo328; estas promesas, digo, y todas sus consecuencias, no hay razón alguna para querer acomodarlas a la Iglesia presente, extendiéndolas a todos los creyentes de las naciones. Éstos deben contentarse con lo que han recibido, que no es poco. Deben alabar a Dios, y agradecerle incesantemente la suma misericordia que ha hecho con ellos. Deben trabajar en hacerse hijos dignos de Abrahán, imitando su santidad y su justicia: Si sois hijos de Abrahán, decía Cristo, haced las obras de Abrahán329;   —172→   mas apropiarse a sí mismos, para ser más ricos también, lo que para otros tiempos está prometido a otros pobres, que ahora se hayan en extrema miseria, no parece obra propia del justo Abrahán330.

Párrafo IV

249. Con la distinción que acabamos de hacer de promesas generales y particulares, es fácil ya empezar a ver el equívoco de que vamos hablando, sobre el cual estriba únicamente el modo ordinario de pensar sobre la inteligencia de las más de las profecías. Para que este equívoco se conozca mejor, y juntamente para llegar en breve a lo más inmediato, paréceme bien proponer aquí una hipótesis o suposición, prescindiendo por un momento de que sea verdadera o falsa, dulce o amarga, creíble o increíble. Esta hipótesis se puede proponer en estos términos.

250. «La Iglesia cristiana (hablo principalmente de la activa) que ahora está ciertamente en las gentes que fueron llamadas en lugar de los judíos, o de los hijos de Abrahán, según la naturaleza; a las cuales gentes se entregó el reino de Dios, o la administración de la viña de Dios, que es una misma cosa, según aquella sentencia fulminada contra los mismos judíos: quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haya los frutos de él... y arrendará su viña a otros labradores. Esta Iglesia cristiana, principalmente la parte activa, este reino de Dios activo, esta administración de la viña de Dios, etc., volverá en algún tiempo a los judíos, a quienes se quitó, los cuales serán llamados por misericordia a ocupar aquel puesto que perdieron por su incredulidad. Asimismo, el centro de unidad de la Iglesia cristiana, católica y universal (que entonces lo será efectivamente, comprendiendo dentro de sí a todos los habitadores de la tierra), este centro de unidad que ahora está en Roma, y en las gentes, estará entonces en Sión, en Jerusalén, y en los hijos de Abrahán según la   —173→   carne, que lo serán también perfectísimamente según el espíritu. No nos metamos tan presto en el examen prolijo de esta suposición; ella se irá manifestando por sí misma, sin mucho trabajo, ni mucho ruido. Nos basta por ahora saber, que no es suposición imposible, ni tampoco contraria a alguna verdad de fe.»

251. Pues en esta suposición, admitida por un solo momento, ¿no se entienden en este mismo momento todas las Escrituras? ¿No se pueden entender, y explicar con una suma facilidad y propiedad las profecías innumerables de que hablamos? Todos aquellos grandes bienes y misericordias, tantas veces prometidas nominadamente a Sión, en el estado de soledad y miseria en que se halla tantos siglos ha, a Jerusalén destruida y conculcada, a la casa de Jacob, y descendencia de Abrahán cautiva entre todas las naciones, etc.; todas estas promesas, digo, que hasta ahora no se han verificado, y que su misma grandeza las ha hecho parecer increíbles aun a los mejores creyentes de las naciones, ¿no se ve con los ojos cómo pueden verificarse? Y si la suposición, aunque es un poco dura y amarga, es realmente una verdad clara e innegable, en este caso, ¿podremos todavía decir que las profecías no hablan de aquellas mismas personas de quienes hablan expresa y nominadamente? ¿Rehusaremos todavía en este caso dar nuestro consentimiento, que no se nos pide ni se ha menester? Veis, pues, aquí el equívoco, que ya se descubre hasta su raíz. Sión, Jerusalén, y la casa de Jacob, cuando se habla de ellas en bueno, es decir, cuando se les anuncian cosas muy grandes, nuevas y extraordinarias, no pueden significar otra cosa, nos dicen, que la Iglesia de Cristo. Bien, yo también lo digo, y lo creo así. Mas ¿cuándo, en qué estado, y con qué circunstancias?

252. No cierto ahora en el estado presente, sino en otro tiempo y en otro estado infinitamente diverso. No ahora, digo, cuando Sión, y Jerusalén están destruidas en lo material, y en lo formal, y la casa de Jacob se halla según las Escrituras, esparcida a todos vientos, y cautiva entre   —174→   todas las gentes. No ahora cuando toda la casa de Jacob, por justos juicios de Dios, se halla ciega, sorda, y muda; que ni ve, ni oye, ni habla, ni da señal alguna de vida verdadera, pues le falta el principio de vida que es la fe. No ahora, cuando toda la casa de Jacob, se halla como un cadáver destrozado, cuyos huesos áridos y secos, se miran con horror en todos los pueblos y naciones donde están dispersos. No ahora, en fin, cuando toda la casa de Jacob yace postrada en aquella especie de letargo, de demencia, de frenesí, de contradicción, digna más de lástima que de indignación; como es aborrecer y detestar aquella misma persona, a quien ama por otra parte, a quien espera, a quien desea, y por quien suspira noche y día, como su mayor y único bien. ¿Pues cuándo?

253. Cuando la misma casa de Jacob, a quien se han hecho las promesas de que hablamos, que son mis deudos según la carne, dice San Pablo, que son los Israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas; cuyos padres son los mismos de quienes desciende también Cristo según la carne331; cuando esta casa de Jacob según la carne, con quien hablan directa e inmediatamente estas promesas, sea llamada de Dios, y recogida con su brazo omnipotente de todos los países del mundo donde se halla dispersa. Cuando sea introducida y como plantada de nuevo en aquella tierra, que llamamos de promisión, porque fue prometida para ellos a sus padres (diciéndoles): los edificaré, y no los destruiré; y los plantaré, y no los dice por Jeremías. Y no removeré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di, dice por Baruc. Y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra, que les di, dice últimamente por Amós, etc. Cuando se les quite el corazón de   —175→   piedra, y se les dé el corazón de carne. Cuando los huesos secos y áridos se unan entre sí, se vistan de carne, nervios y piel, y se les introduzca el espíritu de vida. Cuando despierte de su profundo sueño; cuando abra sus ojos llenos de lágrimas; cuando reconozca a su Mesías, a quien tantos siglos ha estado amando, y juntamente aborreciendo, deseando y detestando; cuando, en fin, sea lavada y blanqueada, con aquella agua pura y limpia que se le promete en el capítulo XXXVI, versículo 25 de Ezequiel: Por cuanto os sacaré de entre las gentes, y os recogeré de todas las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré sobre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vuestras inmundicias; y pondré mi espíritu en medio de vosotros; cosas todas que leemos frecuentísimamente en la escritura de los profetas.

254. ¿Pero cuándo serán estas cosas? Os oigo decir con especie de irrisión o de frialdad extrema. ¿Cuándo serán estas cosas? ¿Es creíble que estas cosas se puedan verificar jamás? ¿Que se puedan verificar así como se lee en las Escrituras? ¿Que puedan verificarse en los viles judíos, en los pérfidos judíos, en los ciegos, duros y obstinados judíos? No se puede negar, amigo, que pensáis como hombre prudente. Es ciertísimo que, para los hombres cosa es ésta que no puede ser332; mas ¿os atreveréis a decir que también es imposible o difícil, para Dios333? Si parecerá cosa difícil en aquel tiempo a los de las reliquias de este pueblo, ¿acaso será difícil a mis ojos?334 Y en caso que Dios mismo dijese y prometiese todo lo que contiene nuestra hipótesis, ¿sería suficiente razón para dudarlo, el que para los hombres cosa es esta que no puede ser? Cosa durísima es tirar coces contra el aguijón.

255. No es esto lo más. Cuando conceden los doctores, como lo conceden todos con gran benignidad, que los   —176→   judíos al fin del mundo se convertirán; lo que quieren decir y dicen expresamente es, que cuando se conviertan, entrarán en la Iglesia cristiana presente; es decir, en la Iglesia cristiana, cuya parte activa y principal está solamente en las gentes; pues no hallan otro modo de concebir la Iglesia cristiana. Por consiguiente, que esta parte activa de la Iglesia, como buena y piadosa madre, dilatará su seno al fin del mundo, y recibirá misericordiosamente a los judíos que entonces se hallaren sobre la tierra. Con lo cual nos dan a entender, y nos suponen como ciertas e indubitables, dos cosas bien dignas de la mayor atención. Primera: que cuando venga el Señor en gloria y majestad (que ellos mismos dicen y suponen deberá ser al fin del mundo) hallará esta parte activa de la Iglesia presente, llena de aquella verdadera fe que obra por caridad; y por consiguiente llena de verdadera caridad; pues hallará dentro de su seno materno, no solamente algunos o muchos hijos fieles de varias gentes y naciones, sino también a todos los judíos, de todas las tribus de los hijos de Israel, que no deja de sumar muchos millones. La cual idea deberá componerse con la idea infinitamente diversa, que nos da el Señor en diversas partes del evangelio, por ejemplo, con aquellas palabras: cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tierra?335 Y con aquellas otras: Y así como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre.336 Y con aquellas: Asimismo como fue en los días de Lot... De esta manera será el día, en que se manifestará el Hijo del Hombre.337 Véase lo que sobre esto queda observado en el fenómeno IV, párrafo VI.

256. La segunda cosa que nos dan a entender, y nos   —177→   suponen como cierta e indubitable, es ésta: que la Iglesia cristiana activa de que hablamos, que ahora está ciertamente en las gentes, lo deberá estar siempre en esta misma forma hasta el fin del mundo, sin que pueda haber en esto mudanza o novedad alguna; debiendo Dios dejar siempre las cosas como se están. Mas esto segundo (olvidando por ahora, o haciendo que olvidamos lo primero), ¿sobre qué fundamento estriba? ¿No podremos ver este fundamento? ¿No podremos, sin ser racionalmente notados de impiedad, examinarlo de cerca? ¿No podremos proponer nuestras dudas a los sabios, y las razones grandes o pequeñas que tenemos para dudar? ¿Y en caso que éstos, mostrándonos un semblante severo, terrible o inexorable, no se dignen de oírnos, o no nos den otra respuesta que clamar: ha blasfemado... sentencia de muerte tiene este hombre... sea apedreado, no podremos, lícita, pía y religiosamente, examinar este punto gravísimo o importantísimo a la luz de las Escrituras, que nos pone la Iglesia misma en las manos?

Examen de la hipótesis propuesta

Párrafo V

257. Yo hablo, amigo, por la presente con vos solo. Sé que sois sabio, aunque poco inclinado al estudio de las Santas Escrituras, según el gusto de nuestro siglo; a lo menos no las ignoráis, ni tampoco las dejáis de respetar ni de creer. A vos, pues, os presento inmediatamente esta mi consulta, os propongo mis dudas, y las razones en que se fundan. Para que podáis darme una respuesta categórica, sin confusión y sin equívoco reflejo, oíd primero con bondad, y considerad atentamente cinco puntos previos, que ofrezco a vuestra reflexión. A mí me parecen cinco verdades. Si acaso no lo fuesen en vuestro juicio, yo estoy pronto a condenarlas o corregirlas, luego al punto que me lo deis a conocer. Yo he protestado otras veces, y   —178→   protesto de nuevo, que todo este escrito y cuanto en él se contiene, lo sujeto de buena fe, no sólo al juicio de la Iglesia, sino también al juicio y corrección de los sabios, que quieran examinarlo con formalidad.

Primera verdad

258. Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y por entonces en solos los judíos; mas como él, según las órdenes de su divino Padre, debía partirse luego a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse338, eligió en su lugar a uno de los doce apóstoles, que fue San Pedro, a quien hizo su vicario en la tierra, y consiguientemente cabeza verdadera y visible de la misma Iglesia; dejándole para esto todas las llaves de la casa, y encomendado a su cuidado, fidelidad y vigilancia, la conservación, el aumento, la enseñanza y buen gobierno de toda la familia, por sí y por sus legítimos sucesores, hasta que él volviese.

Segunda verdad

259. Todo lo activo de la Iglesia de Cristo, es decir, toda la autoridad, jurisdicción y potestad espiritual, necesaria para la conservación, aumento y buen gobierno de esta Iglesia, la puso el mismo Hijo de Dios en sus apóstoles, dándole a uno de ellos la primacía sobre todos; lo cual era convenientísimo, para que se conservase y perpetuase el buen orden en toda la jerarquía eclesiástica. Entre estos apóstoles de Cristo, y aun entre los otros discípulos de clase inferior, es cosa cierta y averiguada, que no hubo uno solo que no fuese judío, o perteneciente, según la carne, a la casa de Jacob y descendencia de Abrahán. Así como es cosa cierta y averiguada, que entre todos los 72 libros o piezas separadas que componen la Biblia sagrada (45 antes, y 27 después del Mesías) no hay uno solo   —179→   cuyo escritor fuese llamado por el Espíritu Santo, de otra nación o pueblo, que del pueblo de Israel, y casa de Jacob.

Tercera verdad

260. Pudo muy bien el Señor, si así lo hubiera querido, conservar y perpetuar en Jerusalén la primacía, la corte, el asiento, la sede apostólica, o centro de la unidad de toda la Iglesia de Cristo; y además de esto, la autoridad, y potestad suprema en solos los judíos, disponiendo que éstos solos fuesen los sucesores de San Pedro, y heredasen todas sus preeminencias y prerrogativas. Tal vez hubiera sido así, si Jerusalén y Judea, o los judíos en general, hubiesen oído a los apóstoles, y hubieran recibido y no rechazado la palabra de Dios. Si acaso os parece esto muy embarazoso, y por eso muy difícil o muy duro de creer, podéis considerar, que esto mismo, a proporción, lo pudo hacer en Roma, cabeza entonces del mayor imperio que ha habido en el mundo. Esto mismo, a proporción, lo pudo hacer entre las gentes idólatras de profesión que no lo conocían, y a quienes no tenía obligación alguna, ni por ellas, ni por la justicia de sus padres. Esto mismo, a proporción, lo pudo hacer también, a pesar de la potencia y empeño de los Césares, a pesar de la repugnancia y oposición del senado y pueblo romano, a pesar de las amenazas, de los terrores, de los tormentos, de las cruces y de los ríos de sangre cristiana que inundaron a Roma. Lo pudo hacer, y lo hizo, y se salió con ello.

Cuarta verdad

261. En caso (no imposible ni difícil) de quedar en Jerusalén, y en solos los judíos, la sede apostólica, o el centro de unidad de toda la Iglesia de Cristo, ésta hubiera sido tan católica, tan universal, como lo es ahora sin diferencia alguna; pues antes que San Pedro tuviese orden de pasarse a Roma y poner en ella su silla (y tal vez antes de saberse o entenderse con ideas claras todo el gran   —180→   misterio de la vocación de las gentes) ya se había definido esta verdad en Jerusalén, y se había puesto en el símbolo público de fe; porque ninguno ignoraba el mandato expreso del Señor, que dijo a todos antes de subir al cielo: Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; etc.339

Quinta verdad

262. Queriendo Dios castigar a Jerusalén y a los judíos con el último y mayor castigo, entre tantos que le estaban anunciados, no solamente por haber reprobado y crucificado a su Mesías (que este sumo delito se les hubiera perdonado, si hubieran creído a los apóstoles de Cristo) sino también por haberse obstinado en su incredulidad; por haberse excusado con tanta incivilidad y descortesía de asistir a aquella gran cena, a que ellos fueron los primeros convidados; y a más de esto, por la oposición que hacían a la predicación del evangelio, procurando con sumo empeño que ninguno asistiese a dicha cena, con tanto deshonor y afrenta del buen padre de familias; por éstos y otros gravísimos delitos de que estaba llena Jerusalén, Sión, y generalmente hablando, toda la casa de Jacob, llegó finalmente el caso de poner en ejecución aquella sentencia terrible que ya estaba anunciada en el Evangelio. Os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena340; y aquella otra un poco más amarga por más expresiva y más clara: Por tanto os digo, que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él.

263. Para dar lugar a la ejecución de esta sentencia, y juntamente para hacer con las gentes una suma e inestimable   —181→   misericordia, lo primero que hizo el Señor fue sacar de Jerusalén el candelero, y la antorcha grande y primitiva que había puesto en él; sacar, digo, de Jerusalén a su vicario, sacar la sede apostólica, sacar el centro de unidad de la verdadera Iglesia cristiana, y pasarlo todo a Roma, para mayor bien y comodidad de las gentes llamadas en lugar de Israel; determinando, a lo menos tácitamente, que en adelante las gentes mismas sucediesen a San Pedro, así como a los otros apóstoles, y que los hijos del reino fuesen desheredados y arrojados hasta su tiempo a las tinieblas exteriores: os digo, que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se sentarán con Abrahán, y Isaac, y Jacob en el reino de los cielos. Mas los hijos del reino serán echados en las tinieblas exteriores.341 Y para quitar a estos hijos del reino toda ocasión de disputa, y dejarlos enteramente en la calle, según les estaba anunciado, lo segundo que hizo el Señor fue, enviar contra ellos sus ejércitos, y destruir enteramente su templo y su ciudad342; lo cual se ejecutó por medio de Vespasiano, y Tito, y se completó enteramente por medio de Adriano; verificándose con toda plenitud aquella otra profecía del mismo Señor: habrá grande apretura sobre la tierra, e ira para este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones, y Jerusalén será hollada de los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.343

264. Supuesta la buena inteligencia de estos cinco puntos, y en la buena fe de no hallarse en ellos cosa alguna que no sea verdad, según las Escrituras, vuelvo ahora a mi consulta: cuando Dios por justísimas causas abandonó a   —182→   Jerusalén, y pasó a Roma la corte o el centro de su Iglesia, ¿se ató acaso las manos tan del todo, que ya no pueda trocar estas suertes sin negarse a sí mismo, y esto en ningún tiempo, en ningún caso y por ningún motivo? ¿Pudo Dios, sin negarse a sí mismo, sacar de Jerusalén no sólo la candela, sino también el candelero, y ponerlo en Roma; y ya no podrá, sin negarse a sí mismo, en ningún tiempo, en ningún caso y por ningún motivo sacarlo de Roma y volverlo a Jerusalén? ¿Pudo quitar a los judíos la administración de la viña, o lo que es lo mismo, el reino de Dios activo, y darlo a las gentes, por las razones que se apuntan en la parábola de la viña344; y ya no podrá por las mismas razones, o por otras semejantes o mayores, quitarlo a las gentes y volverlo a dar a los judíos? ¿Pudo cortar a la buena oliva sus ramas propias y naturales, e injerir en lugar de éstas, contra la naturaleza, otras ramas extrañas y silvestres, y ya no podrá en ningún tiempo, ni por ningún motivo (aun cuando los injertos se hayan viciado por la mayor y máxima parte) no podrá, digo, cortar éstos, y volver a injerir aquellas, según la naturaleza?

265. Hágome cargo del embarazo más que ordinario que os podrá ocasionar esta consulta. La respuesta a primera vista fácil y llana, no lo es tanto, que no necesite de algún estudio. Fuera de los doctores ordinarios que podéis consultar a vuestro gusto, creo que os dará grandes luces un antiquísimo y célebre doctor, seguido de todos los católicos, y de todas las escuelas de teología, sin excepción alguna, que trata este mismo punto plenamente y a fondo. Yo hallo entre sus escritos un discurso admirable, dirigido inmediatamente a las gentes cristianas, tan claro, tan circunstanciado, tan sólidamente fundado, que nada queda que desear a quien busca la pura verdad, y a quien, o sea dulce o amarga, en ella descansa. Por tanto, dignaos, amigo, de leer este discurso con paciencia, y consideradlo con atención. Si os pareciere algo difuso, y como una molesta digresión,   —183→   ofreced a Dios vuestro trabajo, esperando de él un fruto abundantísimo. Mirad como el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta recibir la lluvia temprana, y tardía.345 Como de estos discursos habréis leído infinitamente más difusos y de ninguna utilidad.