Lágrimas de cocodrilo
Eduardo Liendo
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Me arrecha que me miren ¿qué me ven?, ¿nunca habían visto un cocodrilo? Todo el mundo viene y me molesta, me jalan por la cola, me meten un dedo en la nariz. Sí, lo hacen ahora después que se me cayeron los dientes. Algunos dicen que estoy loco, eso me desquicia y les grito: cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo. Yo estaba bien en la playa con Amatista, ella me cortaba las uñas, me cepillaba las escamas, me lustraba la cola. Tenía un cuerpo calientico y yo la tranquilizaba con la cola cuando las rodillas le comenzaban a temblar, ella me decía Ramón, y yo, ningún Ramón, cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo. Cuando estaba en la playa estaba bien, a veces me escamaba o me volteaba panza arriba para ver el cielo: era un cielo rojito, se iba incendiando, incendiando, hasta que el diablo metía sus barbas en el agua. Yo con el diablo siempre me he entendido, es como un compadre, nos sentamos, conversamos de las almas envenenadas y de los cuernos que le pone su mujer con un autobusero; es un pobre diablo, él me dice, «mira Ramón, éste sí es el infierno». Es una vaina seria cuando uno es de playa, porque se acostumbra a ese suelo blandito que le lame las plantas y uno va marcando sus patas por aquella arena y después se voltea y le dice a Amatista por aquí pasé yo, ese rastro soy yo.
Ella me contestaba, tienes que hacerte un porvenir Ramón, en Caracas busca trabajo en una construcción, y se me recostaba así, así pegadita, hasta que la cola se me iba templando, templando. ¿Y cuándo te vas mi amor? Y yo, ningún mi amor, cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo.
Me vine por la carretera arrastrando mi cola hasta que llegué aquí, a la gente no le gustan mis escamas pero a la comadre Teotiste sí, ella me dijo: «si quieres te acuestas en esta esterilla que donde caben quince caben dieciséis». Yo aplané el Avila con mi cola, el italiano me dijo póngase esas botas y túmbeme aquel cerro. Yo venía con mi cola, plaf, plaf, plaf, Paraulata con su pala y lo dejamos todo parejito —202→ plaf, plaf, plaf. Amatista decía, en Caracas busca trabajo en una construcción, yo aplané la playa con mi cola plaf, plaf, plaf.
Ahora me monto en autobús y siempre la puerta me aplasta la cola ¿y qué carajo me miran? ¿por qué se ríen? y después esa tipa se restruja, se restruja, se le pone caliente esa pierna, se mete mi cola verde en las rodillas y empieza a brincar hasta que se queda tranquilita, toca el timbre y se va. Éste es el infierno Amatista, me empujan, me arrecha que me empujen, los carajitos me pisan la cola y gritan ¡mira un cocodrilo! ¡un cocodrilo! Y yo, ningún cocodrilo, Ramón, Ramón, Ramón. Por la noche me tiro en la esterilla y tampoco puedo descansar, están todos revueltos en el rancho y cuando Pantaleón viene borracho siento a Teotiste, qué vaina es ésta digo, cállate corazón, y me agarra la cola y la soba y la soba y la soba hasta que se endereza, y la chupa y la chupa y la chupa hasta que se vacía.
A veces me pongo a dar vueltas por ahí como si fuera loco, casi ni arrastro la cola para que no me vean, cuando me canso entro en el botiquín y pido una cerveza pero siempre hay algún borracho que me mira y se frota los ojos, me arrecha que me miren, se frota los ojos y grita: ¡un cocodrilo!, ¡mesonero, un cocodrilo!... pero si me dejan tranquilo escucho la rockola: Voy por la vereda tropical la noche llena de quietud. ¿Te acuerdas Amatista? cuando paseábamos por el malecón, cuando tenía una cola verde nuevecita, cuando te lamía la arena de los pies. Y llega Paraulata y me dice: «Sécate esas lágrimas de cocodrilo, vamos a poner otra canción»: Yo tenía una luz que a mí me alumbraba y venía la brisa y suaz... y me la apagaba.
Voy arrastrándome por esas calles en plena madrugada. No sé cómo subo esas escalinatas que nunca terminan plaf, plaf, plaf. Me tiro en la esterilla y Teotiste viene calladita a sobarme la cola, cuando siente que está como muerta me da un chancletazo en la trompa y me dice: «tú también llegaste borracho desgraciado, eres más inútil que el pipí del Papa».
Ahora dicen que estoy loco, que vivo babeado, que se me fueron los tapones: la verdad es que esta no es vida para un cocodrilo, yo soy de arena y sol, me gusta sentarme en una piedra y que la vista se me pierda lejos, lejísimos, hasta donde la mirada se gasta en el agua. En la playa soy igual a todos, igual a Amatista y a los caracoles. Por eso escondo mi cola verde debajo de la mesa y meto el espinazo dentro de esta franela. Paraulata me dice, quítate ese complejo Ramón, y yo, ningún complejo, cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo. Un día entré en el restaurant escondí bien la cola pero al ratico dijo una —203→ mujer en la mesa de al lado «mi amor, no sientes un olor a cocodrilo» y desde el frente me miraron dos más y una le dijo a la otra en el oído, «huele a cocodrilo», y una vieja le dio un codazo a su marido y murmuró, «esto está hediondo a cocodrilo». Después pasó el mesonero tapándose la nariz con una servilleta y me piso la cola; entonces para no arrancarle la canilla de un mordisco, salí arrastrándome y me perdí por la avenida, plaf, plaf, plaf.
¡Ay Amatista, esto está lleno de trampas para cocodrilos! Lo peor es que ya no puedo regresar, se me perdió el camino, me encandilan mucho las vidrieras del centro comercial, me gusta subir y bajar la escalera mecánica aunque algún carajito me tuerza la cola, para colmo ya hasta prefiero las salchichas a los camarones. A veces pienso en regresar a la quebrada y esperar las lluvias, perderme contigo en el gamelotal, escamarme en la arena, volver a ser Ramón. Ya hasta miedo me da quitarme la franela. A veces sueño que a las palmeras se las llevó el viento. Me despierto sudando, me toco las escamas y digo: no está muerto cocodrilo, estaba de parranda, todavía puedes aguantar, todavía te quedan dos colmillos.