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M.ª Rosa Lida aprecia una evolución hacia el realismo entre la Lucrecia de la Comedia y la de la Tragicomedia: «Lucrecia, sin pasiones ni intereses propios, resultó inverosímil al interpolador [...], de ahí que [...] revele ansias pecaminosas» (La originalidad, pág. 647). Pero no cita este halago de Lucrecia a Tristán sino más tarde, y sin hallarle ninguna implicación sexual (pág. 652). Cfr. La misma escena recreada en la Comedia llamada Selvagia, como muy bien ha sabido rastrear P. Heugas, «La Célestine et sa descendance», pág. 96.

 

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Hay palpables contradicciones en el personaje de Hipòlit, que ya puso de manifiesto Riquer y que hasta mirar su índice de personajes para comprender (vid. nuestro T. lo B.: evolució, págs. 152-7).

 

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En sus dos tipos fundamentales (según el aparte simule ser escuchado o no por otros personajes presentes), en relación con sus antecedentes e imitaciones (La originalidad, págs. 136-48).

 

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Por si no fuera diáfano ese sentido, La lozana andaluza o la Tebaida explotan el motivo, insistiendo en la insaciabilidad de una de las partes, para susto y amilanamiento de la otra participante en la contienda.

 

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Se da un argumento parecido en la comedia humanística Philogenia (esp. escenas 3.ª y 4.ª). El nombre del protagonista de ésta, Epifebo, nos recuerda el de nuestro Diafebus, pero no más que el de Daifebo en las historias troyanas.

 

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Encontramos ratificado ese cierre de escena en el final del episodio famoso de las «bodas sordas». Al día siguiente, cuando Tirant se dirige a la princesa y la ve llorar, transido de pena, cae del caballo que monta (cap. 163, pág. 565). La caída vergonzosa se resuelve con una ingeniosa simulación (la simulación sería otro aspecto que merecería ser estudiado desde su faceta dramática).

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