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ArribaEstafa cuarta

Confusa se halló la hermosa Dorotea de ver a su hermana y amigas en posesión de tan buenas presas y a ella en esperanza, y hubiera desistido de lo propuesto si esta negra honrilla no la hiciera salir de cobarde, pareciéndole que pues en ingenio no reconocía ventaja a ninguna, que por qué se había de amilanar y ser menos que las otras.

Con esto, pasados cuatro meses por dejar olvidar las ofensas del padre Cura, no trató de nada; pero después deste tiempo se puso en Madrid con su madre y Bañuelos en forma de criada de tocas. Volvió el coche a mudar pellejo y tiro de caballos, y, asimismo, cochero, y con otro nuevo se tomó cuarto en Madrid, en los barrios de Antón Martín, por diferenciar de los otros que habían vivido, y después de haberlo tomado y que fuese principal arrimado a cochera, con nuevo escudero que tomaron, se plantaron un día en la puerta de Guadalajara. Terrible atrevimiento, pues en viendo los galanes deste tiempo coche de damas vecino de tienda de mercader, huyen dél como de lugar apestado. En la más bien proveída de la Corte, pidió Dorotea un tabí de oro para ver; sacáronsele, y habiéndole descontentado pidió un espolín negro; llevósele la tela al coche y estándola viendo acertó a pasar por junto a él un caballero recién venido a la Corte de cierta ciudad de la Andalucía; asistía allí a unos pleitos y de camino holgábase en aquel apacible golfo de Madrid, donde tantas figuras nadan.

Vio este caballero a nuestra Dorotea que estaba divertida con el espolín y, como a chapetón en la Corte, diole el dios de los arpones con uno (pequeñísimo debió de ser por serlo mucho el sujeto), y quedó palpitando por la moza y en contemplación de su beldad. Atendió ella a la suspensión del nuevo enamorado y no le juzgó por ventura hasta averigualle el caudal, que de la postura no se descontentó, si bien de la presencia es menester que hagamos descripción.

Era el joven de hasta veinte y seis años, de buen rostro, pero tan pequeño de cuerpo que le debió de hacer la naturaleza para diseño de hombre antes que para criatura racional; pero después, por verle bien hecho de todos sus miembros, gustó que tuviese alma. Teníala en todas sus acciones, porque alcanzaba a todas partes como hisopo de aldea, pues el entendimiento era bueno; hablábalo bien aliñado, si bien tal vez mostraba en la prosa una punta de culto por serlo en los versos, de que se preciaba mucho.

Éste, pues, llegó al coche de nuestra dama, que estaba ocupada en mirar el espolín, a quien dijo:

-¿Qué se le ofrece a V. M., mi señora, en que la sirvamos? Que yo, de mi parte, estimaré que V. M. me quiera emplear en que pague lo que eligiere su buen gusto, y así con esta seguridad puede vuestra merced escoger lo que fuere servida.

Cubrióse el rostro la dama y dijóle:

-O yo he salido con buen pie de casa o V. M. quiere parecer prodigio en esta Corte; porque tal oferta no se ha hecho con tanto ánimo desde que Macías expiró atravesado con la lanza de su enemigo. Santíguome una y mil veces de lo que V. M. ha dicho solamente; ¿hase visto tal temeridad, al primer encuentro ofrecer ferias sin conocer a quién se las ofrece?

-Básteme, dijo, el que V. M. se haya descuidado con el manto para haber visto lo que obliga no a cosas tan pocas sino a muchos excesos, y si esto lo parece en esta Corte por faltar de liberales en ella, dígase que de Andalucía ha venido quien lo sabe ser con damas que lo merecen como V. M. No me vuelvo atrás de lo dicho, antes la suplico que si esa tela le contenta a V. M. la tome.

-Hecho había della elección -dijo ella- para un vestido, más en la de V. M. dejo, ya que me hace merced el vestirme a su gusto, por poder decir que con esta acción resucita las memorias de aquel siglo de oro, cuando los galanes esperaban a pie firme a las damas en este sitio.

Esto dijo descubriendo un poco el rostro y mostrando en él una agradable risa, con lo cual no hubo menester más el boquirrubio galán para entrar en la tienda y convertir el espolín en otro de raso de más precio; sacó dél lo que bastaba para vestido muy cumplidamente, con todos los adherentes necesarios para guarnecerle y forrarle; y de más a más tomó media docena de pares de medias de tres colores: verdes, turquesadas y nácar para la dama. Sacado todo el recado, la señora Dorotea mostró con agradecimientos parte de la paga al caballero, sustentándole un rato de conversación, en la cual supo su casa y pidió licencia para verla.

Para la primera salida no fue mala presa la de dos mil reales que costaría el vestido y las buenas esperanzas de tener más, prometiéndose del nuevo amante liberales acciones como éstas, y que tendría con qué las hacer bien. Era así, que el galán era rico y pródigo sumamente. Dio el coche la vuelta a casa y siguióle un criado del caballero, porque aunque la dádiva obligaba a tratarle verdad, las damas son poco seguras, las de la Corte, (de la data désta se entiende) para fiar de lo que aseguran; halló ser verdad lo que le había dicho, con lo cual otro día la fue a visitar. No halló descuidada a la dama que, para más amartelarle, se había adornado con lo mejor que tenía. Hallóla en su estrado, y cerca dél a su madre y a Bañuelos haciendo papeles de dueñas.

Aquella tarde toda se le fue al galán en manifestación de sus partes, en contar su origen y dar razón de su mayorazgo. Su nombre dijo ser don Tadeo de Silva. Parecióle desairado a la dama, y así le dijo oyéndosele:

-¡Ay, señor! ¿Y en su tierra no confirman los obispos?

-Sí hacen, mi señora -acudió él; pero aunque mi nombre es poco usado fue fuerza tenerle por gusto de don Tadeo Tristán de Lorgones, mi tío, de quien heredé una buena parte de hacienda libre que poseo.

-Ahí no replico -dijo ella; pues se dora con dinero, pase como píldora.

Con esto la dama le dijo ser casada con un caballero que estaba en Indias, a quien esperaba en la flota, el cual había quedado preso en Lima y ella había acudido a diligenciar su libertad y el desembargo de toda su hacienda, que no era poca. De nuevo se le ofreció el señor don Tadeo a servirla en cuanto le fuese de su gusto, porque sabía las incomodidades que los pretendientes tenían en la Corte.

-Algunas se pasan -dijo ella; pero a mí, gracias a Dios, nunca me ha faltado con qué sustentar dos criadas, un escudero y un coche de lo que truje de Indias; mas no por eso desestimo el favor, antes hago dél la estimación que es razón, teniéndome por muy feliz en haber conocido tal voluntad en V. M.

De nuevo hizo el caballero exageraciones della y viendo ser hora de irse desocupó el asiento despidiéndose con muchas cortesías.

Desde aquel día no paró Dorotea hasta averiguar si era verdad la hacienda de don Tadeo, y halló la información como la podía desear, si bien con cierta pensioncilla, que era tener fama de gran tahúr, pero de muy dichoso en el juego, con que se podía tolerar lo de serle aficionado. Procuró enamorarle muy de veras, de suerte que le fuese puntual feudatario; continuáronse los amores, haciendo la dama muy de la esquiva por picarle más; con esto llovían presentes en su casa, si bien eran todos de cosas de comer, que Dorotea trocara a preseas o cosas de más valor, más tras de lo uno esperaba lo otro.

Entre las gracias que nuestro don Tadeo tenía eran dos de que él se preciaba mucho: la una ser poeta, como se ha dicho, y la otra excelente músico. Quiso una noche desliar el fardo de sus habilidades y estando al brasero con Dorotea (que era tiempo dél), mandó a un criado suyo traer su guitarra y con ella cantó esta letra:



   De lo pardo de dos nubes
celosías hace el Sol,
de invidia que a Manzanares,
honra Dorista con dos.

    Sus rayos van previniendo
recato a todo pastor,
pues de tanta luz se teme
otro incendio de Faetón.

    Alegre vigor ostentan
cada planta y cada flor,
que tocadas de sus plantas
tienen doble perfección.

    Las fuentecillas risueñas
paran su curso veloz
y en ver tal deidad, la aplaude
la que de antes murmuró.

    Celio, mirando a la causa
de su bien nacido amor,
esto su dulce instrumento
en su alabanza cantó:

   «Si tu vista a los campos tanto alboroza,
dobles son los efetos en quien le adora.»



Como deseaba atraer a su voluntad nuestro don Tadeo a la de la dama, echó aquí el resto de su destreza cantando esta letra con mucha gala, de modo que agradó mucho a Dorotea. Después de haberla cantado, dijo:

-¿Qué le ha parecido a V. M., mi señora, el tono y la letra?

-Que uno y otro son admirables -dijo ella.

-Pues todo es hecho -replicó don Tadeo- por un muy firme servidor de V. M.

-¿Cómo?, dijo la dama; ¿luego poeta es?

-Aficionado a las musas -dijo él.

-No lo puedo creer -dijo Dorotea.

-¿Por qué lo duda V. M.? -replicó don Tadeo.

-Yo se lo diré -acudió la dama-, pues tanto lo desea saber. Yo he leído el libro del Laurel de Apolo, y me acuerdo que V. M. no está en aquella lista de los cofrades del Parnaso.

-No puso su autor a los poetas de tan pequeño nombre como yo tengo.

-No es sino porque se persuadió -dijo la dama- que en su patria, hablando de tejas abajo, no podía haber cosa buena.

Esto dijo por picarle, a lo cual respondió el galán con mucho despejo:

-Cuando sea así como V. M. dice, yo soy excepción de esa regla, por haber tenido bueno el adorar en esa beldad.

-¡Miren por donde se quiere calificar! -dijo ella; por ahí se esfuerza más mi razón, pues hace V. M. favor a quien tan pocos méritos tiene.

-No hablemos en eso -dijo don Tadeo-, que yo tengo el bastante conocimiento para saber que estoy bien empleado, sino cierto de su favor. Pero volviendo al Laurel de Apolo, a muchos ha dado pesadumbre no verse allí puestos, y es cierto que esto lo manifiesta ser hasta en obras más limadas y peor advertidas. Bien creo que el divino ingenio de Lope no pudo comprehender todos los ingenios de España, que era fuerza quedársele algunos olvidados que no lo merecieron, pero yo aseguro que no los deje su pluma sin premio, donde conocerán los Aristarcos de poquito que se está en sus trece en no acordarse dellos por más cosquillas que le hagan. Yo, como he dicho, no he llegado a tanto que por mis versos tenga tan alta colocación, esto se gana con estudio y obras con el tiempo, llegará el mío como el de todos, de que quiero tener más buena esperanza que ruin posesión.

Quiso atajarle el discurso Dorotea, y así, pidiéndole la guitarra, y después de haberla tocado un rato, con mucha destreza y con admiración de don Tadeo, cantó así:



    ¡Ay, cómo regocija la selva
con su canto sonoro la Filomena!
Mas ¿qué mucho si oyendo sus dulces quejas
calman los vientos, paran las fuentes
y escuchan las fieras, y suspensos todos se alegran?

    Dulcísimo ruiseñor
que con canto enamorado
das alivios al cuidado
y suspensión al dolor,
si la causa de mi amor
llegare a oírle, procura
obligarla tu dulzura
que menos ingrata sea.
¡Ay, como!, etc.

   Nunca cese y siempre cante
tu centro, que en lo quejoso
es lisonja al bosque umbroso
y rémora al caminante.
¡Quién (oh, pajarillo amante),
con voz tierna, dulce y clara
tales efetos causara
en la que el alma desea!
¡Ay, cómo!, etc.



Sumo gusto recibió don Tadeo con la letra que oyó a su Dorotea, cantada con tanta gracia y donaire, y no hallaba exageraciones con que alabársela; pero con las que su ingenio alcanzó ponderó grandemente su destreza y voz y pidió con grande afeto le dijese cúya era la enamorada letra. Ella le dijo que el tono la habían dado en Sevilla y que presumía que el poeta sería también de allí. De nuevo lo celebró todo don Tadeo, con que se hizo hora para irse a su posada y dar lugar a que cenase su dama un capón de leche que él la había enviado acompañado de dos perdices. No quisiera ella tanta volatería, sino dádivas del talle de la primera de la puerta de Guadalajara; con todo, se le mostraba tierna y hasta lo que era dar una mano a escondidas de sus dueñas lo hacía, dando lugar que el enamorado joven pusiese en ella su boca con mucha devoción, con que iban sus esperanzas en aumento. Finalmente aquella noche se despidió de su dama, aunque de mala gana, y se fue a pasarla en largas memorias de su hermosura.

Andaba Dorotea cuidadosa por dónde daría acuño al boquirrubio amante, presumido de Narciso y más de poeta, y desvelábase en estos pensamientos; pero ella comenzó esta conquista con tan buen pie que se le vino a las manos, como se dirá adelante.

El día siguiente no vio don Tadeo a su dama, novedad que la puso en cuidado, si bien lo atribuyó no la haber hecho visita al mal día que hizo, que era el invierno áspero; pero esotro día adelante se desquitó, yéndose desde las cuatro de la tarde a entretener con la dama. Cantó algunas letras enamoradas escritas por él al estado en que se hallaba su amor, que para el buen entendimiento de Dorotea eran súplicas para su mejora del galán, si bien ella se hacía desentendida de todo; pero él, porque no se hubiese ido en balde la diligencia y cuidado con que versificó, la daba a entender al fin que había invocado las musas quejándose de su rigor, y así le dijo:

-Cierto que cuando considero la veneración que damos a las damas y cuán subordinados vivimos a su voluntad amando, que comenzando de mí, me compadezco de todos los amantes viendo cuánto padecen.

-¿Será mucho, señor don Tadeo? -dijo la dama.

-Si ello es -respondió él- al compás de lo que yo padezco, mucho mal tienen; y lo peor es el padecerle con pocas esperanzas. Ayer maldije a una dama mil veces, leyendo el rigor que en su amante había usado.

-¿Quién era la rigurosa señora -dijo Dorotea- Anacorte?

-Esa fue extremo de crueldad, aunque en ésta no faltó -dijo él. Con el mal día que ayer hizo me estuve algo más en la cama, y para divertir algunas penas tomé un libro.

-Haga V. M. pausa -dijo Dorotea- que quiero averiguar si su amor es de calidad, que se puede doblar la hoja cuando se quiere a la pena, porque me holgaré de saber ame con esas comodidades.

Bien quisiera el galán no haber dicho aquello ni pasádole por el pensamiento, pero de la manera que lo enmendó fue con responder:

-Señora mía, la pena siempre la hay, pero el divertirla es buscar cosas amorosas que la consuelen, leyendo buenos sucesos en amantes pretensiones.

-Bien se ha salvado el yerro -dijo ella. Pase V. M. adelante con su discurso.

-Tomé, como digo, un libro de novelas de un italiano llamado Francisco Sansovino, que escribe en su idioma, en el cual leí la altivez y crueldad de una dama francesa con su amante, que fue extraña debiéndole tanto amor y voluntad.

-¿Y por eso la maldijo? -dijo Dorotea.

-¿Es poco delito -replicó él- ser desagradecida a un puro y honesto amor y tras eso, sin gusto de premiar, hacer peligrosas experiencias dél?

-Ya tengo gana de oír referir a V. M. la novela -dijo la dueña (que estaba haciendo labor cerca dellos)-; si se sirve, pues es larga la noche, háganos esta merced.

-No sé si gustará dello mi señora doña Dorotea -dijo el galán-, que oír crueldades de mujer es decir mal dellas.

-Yo tengo mucho gusto -dijo la dama- que V. M. la refiera por pasar el tiempo.

-Así lo suplico yo -dijo él- que sirva de sólo pasar el tiempo y no de ejemplar para mi daño.

-Así será -dijo ella; va de novela.

Sosegóse un poco en su asiento y dijo desta suerte:

En la provincia de Turena, en Francia, hay una populosa ciudad que llaman Bles, fertilísima de todos los bienes que la naturaleza cría para regalo de los hombres; ésta fue patria de madama Flor, hija de monsieur de la Flor, caballero antiquísimo en el reino. Era única hija suya y la más hermosa dama que había en toda Francia. En lo más florido de su edad murió su padre, dejándola heredera de su hacienda, que si bien no era mucha, podía pasarse honestamente con ella con esperanzas de merecer por sus partes un rico esposo. La hermosura que siempre desvanece a las mujeres, hizo este efeto en madama Flor con más extremo que en otras, porque con verse aplaudir y exagerar tanto de hermosa, le parecía que el Delfín era corto empleo para sus merecimientos.

Había en la ciudad muchos caballeros que la servían y festejaban con intento de merecerla por esposa; y entre ellos quien más se señalaba en su servicio era Rugero de Angulema, caballero noble, hijo natural del duque de Angulema, que habiendo estado preso este principal señor en la fortaleza de Bles (que es de las más inexpugnables del reino), tuvo este hijo en una señora de las más principales de la ciudad, y de la parte della quedó este caballero señor de su hacienda al tiempo de su muerte, y después reconocido del Duque, cuando murió, por hijo suyo este generoso joven, bien querido en la ciudad, estimado por sus partes y loado por sus virtudes. Adoraba en la belleza de madama Flor y era con tanto exceso lo que la quería, que como centro suyo, nunca salía de su calle. Hizo en su servicio muchas fiestas de justas, torneos y otros ejercicios semejantes, proprio de los caballeros de su edad, en que gastó mucha parte de su hacienda y todo esto (con no igualar con él, ninguno de sus competidores) no era estimado ni aun bien admitido de la dama, que mucho altiva y poco inclinada a casarse, no hacía caso de ninguna acción destas en particularidad de las de Rugero, por parecerle que el no ser legítimo (aunque hijo de tan gran señor) la agraviaba en poner en ella sus pensamientos con fin de matrimonio.

Esto le dio a entender a Rugero por una dama que él puso por tercera en sus amores, con lo cual le dio tan notable pena, que perdiendo la salud cayó enfermo en la cama. Fue visitado de los médicos con mucho cuidado, que vían cada día más evidente el peligro de su vida e ignoraban la verdadera causa de su mal; sólo convenían en que tenía mucha parte en él la melancolía.

Sabía un amigo de Rugero la causa de su enfermedad, a quien él se había descubierto, y viéndole tan al cabo que no le daban los médicos quince días de vida, por no ver malograr su juventud se determinó verse con madama Flor, causa deste daño, con la cual estuvo en visita un día que la halló con la dama que había dado el desengaño a Rugero; hízola cargo como por su severidad y altivez aquel buen caballero perdía la vida con el sentimiento de su desprecio y suplicóla que aunque fuese fingido en su voluntad, le enviase a visitar de su parte, que él estaba cierto que sólo con esto tendría mejoría. Tanto instó el buen amigo (que Filiberto se llamaba) y así mismo la dama que estaba con madama Flor, que ella más por importunaciones que por voluntad que tuviese le envió desde allí un recaudo con un escudero, en el cual le significase el pesar con que estaba de su mal y que le pedía se procurase alentar para dar a todos contento con su mejoría.

Llególe este recaudo a tan buena ocasión que si se tardara dos días más no fuera menester; oyólo el doliente caballero con mucho gusto, casi dudoso de que fuese verdadero, pero dándole el escudero los testigos que se hallaron presentes, le dio crédito a él; respondió que su mal procedía de su rigor y que así, cesando la causa, con la merced y favor que le hacía es cierto que cesaría el efeto y con esto estaría para esforzarse a levantar otro día.

Con esta diligencia que hizo Filiberto por su caro amigo él mejoró en pocos días y volvió como antes a servir a madama Flor, la cual hacía poco caso de sus finezas. Ofrecióse un día hallarse Rugero en parte donde estaba esta dama, en ocasión de irse juntando damas y caballeros para un festín, y como se viese casi a solas con ella en una parte de una gran sala, le dio muchas quejas de su crueldad, representándole su mucho amor y las finezas que por ella había hecho en su servicio, suplicándola se doliese dél y diese entrada a comenzar a conocer sus honestos deseos. Atenta le había escuchado la dama y notado en él con los vivos afetos que le había dado las quejas, y así le respondió estas razones:

-Señor Rugero, no dejo de conocer lo mucho que me amáis y los servicios que en orden a esto me habéis hecho; mas mi inclinación es tan esquiva y tan poco afeta al himeneo, que como lejos de tal empleo lo estoy de favorecer a nadie, y cuando me determinara, en estos tiempos que se usan pocas finezas en los galanes, había de experimentar muchas en el que había de elegir esposo.

-Si a eso os determináis -dijo Rugero- yo haré tantas que excedan a cuantas se vieron en los siglos del celebrado Macías.

-Eso es mucho prometer -dijo ella- y al fin dificultoso de cumplir; pero porque veais que no soy tan huraña como os parezco, si vos hacéis por mi gusto una cosa que yo os mandare, echaré de ver que sois el extremo de la gala y adelantaréis méritos a cuantos os compiten y me pretenden.

Rugero, ajeno de penetrar el pensamiento de la dama, le prometió con fuertes juramentos que haría todo cuanto le fuese mandado, aunque fuese la cosa más dificultosa del mundo. De nuevo le hizo ratificar en los juramentos y segura por ellos, le dijo:

-El verdadero amor consiste en la resignación de la voluntad del amante en la de la dama y en la obediencia pronta a sus mandatos, supuesto lo cual y que otro ha de estar en vos firme, yo os mando que desde hoy en dos años no habléis palabra con hombre ni mujer alguna, aunque os sea hecho cualquier agravio; con esto veré si obedecéis mi mandato y me tenéis amor.

Quedó Rugero suspenso por un rato, considerando el riguroso preceto de la dama y loco capricho suyo, pero por ser un prodigio de obediencia y un portento de enamorados, lo que hizo fue darla a entender por señas que sería obedecida y que cumpliría lo que la prometió; y así se atrevió a besarla una blanca mano en señal de su obediencia y dejar la fiesta.

Fuese a su casa, donde por señas comenzó a mandar algunas cosas a sus criados, dejándoles admirados de verle sin habla en tan breve tiempo. Con esto, pasó la palabra de que Rugero había enmudecido, que no causó poca lástima en la ciudad entre los caballeros y damas della, donde era tan bien querido, juzgando que de algún grave accidente le había sucedido tal desgracia. Hízole gran fuerza Filiberto para saber dél de dónde le había procedido, más Rugero se encogía de hombros y con esto daba a entender no saberlo.

Bien era pasado un mes que el galán proseguía con su fineza, cuando llegó a la ciudad orden del rey Carlos Séptimo que gobernaba a Francia, para hacer gente contra el Rey de Inglaterra que se le había entrado por Normandía y tomado en ella su principal ciudad, que es Roan. Habiendo sabido esto Rugero, se determinó ir a servir al Rey en aquella ocasión y cumplir en la guerra el tiempo de los dos años de mudo. Previno dineros cuantos pudo y con cuatro criados se partió a Normandía, donde se alistó debajo del orden del duque de Guisa, caballero anciano, que sabiendo quién era le honró mucho, compadeciéndose de su desgracia.

Dentro de dos días que llegó al campo del Rey nuestro caballero mudo, se sitió la ciudad de Roan y de allí a otros dos tuvieron con los ingleses una reñida escaramuza, en la cual se señaló Rugero con conocidas ventajas, ganándole dos estandartes al enemigo que presentó al Rey, por lo cual le hizo capitán de una compañía de caballos.

Con este cargo, en las demás refriegas hizo notables cosas, con que se comenzó a dilatar por el campo la fama del caballero mudo, que así era llamado de todos.

Habían avisado los sitiados al Rey de Inglaterra que les enviase socorro, y un día que se les daba un asalto, cogió a la gente francesa por detrás el ejército inglés que les venía de socorro, con que les puso en notable aprieto, llegando a tanto rompimiento que el Rey se halló a pie y cercado de sus enemigos, muy cerca de prenderle. Llegó a este tiempo el esforzado Rugero, el cual, viendo a su Rey en tan peligroso trance, haciendo con la espada ancha calle por los enemigos, llegó a pesar suyo donde estaba y apeándose de su caballo se le dio y puso en él; y él procuró coger otro de los enemigos con que pudieron salir de aquel aprieto y retirarse con la demás gente en buen orden. Esa noche mandó el Rey llamar a Rugero y por premio de lo que había por él hecho, le hizo gentilhombre de su cámara con cuatro mil escudos de renta.

Poco duró la guerra, porque llegándole al Rey nueva gente de París, ganó la ciudad y hizo salir della a sus enemigos con grande daño suyo. No se mostró en esta ocasión Rugero menos valeroso que en las otras, antes más, pues fue el primero que puso el estandarte real en las murallas de Roan. Con esto se prosiguió el alcance hasta echar de Francia a los ingleses y el Rey se volvió a París.

Habíasele aficionado tanto el duque de Guisa a Rugero que le llevó por huésped suyo a su casa, a donde le comenzó a regalar con mucho cuidado y amor como si fuera su hijo.

La fama de Rugero había llegado a París y estaba muy dilatada. Entre los que más deseaban verle era una madama Leonor, hija del duque de Guisa, a la cual se le cumplió el deseo muy a su gusto, pues le tenía por huésped en su casa. A esta dama visitaba a menudo Rugero, si bien era breve en las visitas, porque como habían de entenderse por señas, no quería cansar el galán a madama y no se cansara ella aunque durara mucho, porque le estaba sumamente aficionada, y cada día sentía más verle sin habla, por parecerle que si la tuviera pudiera ser su esposo.

Por la vitoria que el Rey tuvo de los ingleses quiso que hubiese fiestas en París, y así ordenó que éstas fuesen unas justas reales, en que quiso ser mantenedor el duque de Humena y fue su ayudante el caballero mudo. Aquí se excusa la proligidad de referir las galas, invenciones y letras que en ellas hubo, dejando al discurso del auditorio entender que fiestas en corte de Rey y hechas por su célebre vitoria, sería todo hecho con gran cuidado. Quien más en ellas se señaló fue el caballero mudo, que ganó seis precios, el primero ofreció a la Reina, y los cinco a madama Leonor, hija del duque de Guisa, su huésped, la cual estaba la más alegre del mundo viendo a Rugero tan bizarro y alentado en las justas, de donde se acabó de rendir del todo al niño amor sin ser parte para resistir esta pasión amorosa ni dejar de amarle.

Tanto fue el gusto que dio aquella tarde el caballero mudo al Rey, que desde entonces era uno de los caballeros que más privaban con él, siendo con esto de los caballeros más lucidos de la Corte, estimado en ella de todos los príncipes y señores.

Parecióle al Rey que oyendo Rugero -que es lo que les falta a los mudos- podía ser curable su enfermedad y publicó un bando, que cualquier persona que emprendiese su cura, señalando término para dejar sano a Rugero, le darían dieciséis mil ducados.

Esto se dilató no sólo por Francia mas por Italia, España y otras partes, viniendo de todas ellas los más expertos y dotos médicos que había, los cuales, cada uno de por sí, emprendía la cura señalando plazo, pero no salían con ella; de lo cual enfadado el Rey mandó que el que se dispusiese de allí adelante a curarle, entendiese que si no salía con la cura, había de dársele prisión perpetua, con lo cual se atrevieron pocos a intentarlo, y esos quedaron en prisión.

Llegó el bando del Rey a oídos de madama Flor en la ciudad de Bles, habiendo antes tenido nuevas de la altura en que estaba Rugero, su amante, pues como supiese con certeza la condición del bando, con la misma se prometió salir con la cura y ganarse aquella suma de dinero que el Rey prometía; y así dispuso luego su jornada a París, acompañada de una tía suya, a quien dio parte del secreto que esto encerraba. Pidió audiencia al Rey y puesta en su presencia le dijo cómo se ofrecía dentro de quince días dar sano a Rugero y restituirle su habla como de antes, pero con una condición, que la habían de dejar sola con el caballero en su aposento todos los días el tiempo que durase la cura. Todo se le ofreció por parte del Rey y aún más cantidad de dinero de la prometida si salía con la empresa. Con esto la llevaron a casa del Duque de Guisa, y fue en ocasión que estaba Rugero fuera en compañía del Duque. Mientras que venía, se entró la dama en el cuarto de madama Leonor, a quien dijo a lo que era venida y del modo que había de curar a Rugero. La hermosura de madama Flor puso cuidado en el pecho de la hija del Duque para pensar (por el recato con que había de ser curado Rugero) que algún secreto había allí escondido, y así al instante mandó a una criada que previniese por aposento en que se hiciese la cura uno que ella señaló del cuarto de Rugero, donde había una ventana pequeña que cubría un cuadro de pintura, de la cual curiosamente quiso ver cómo se hacía esta cura; esto le encargó a la criada con secreto.

Llegaron en esto a casa el Duque y su huésped, que venían de Palacio, donde supieron del Rey la venida de madama Flor y lo que con él había concertado. Mucho gusto había dado a Rugero la venida de la dama, infiriendo della que más codicia que amor la traía a restituirle la habla, o por mejor decir, darle libertad a la lengua para volver a su natural uso. Viéronse con la dama, fingiendo Rugero no conocerla, cosa que ella atribuyó a disimulación suya. Quiso luego comenzar su empresa y así fue llevada al aposento señalado por madama Leonor, en el cual la dejaron sola con Rugero, cerrando ella las puertas con cuidado y reconociendo en el aposento si podían ser oídos por otra parte.

Ya estaba la hermosa Leonor puesta en su ventanilla para oír y ver todo lo que entre los dos pasase, con no pocos recelos en su pecho, que como quería bien a Rugero procedían éstos del mucho amor que le tenía. Viéndose pues a solas madama Flor con su obediente amante, le dijo estas razones:

-Señor mío, ¿qué semblante es ese que en vos veo en presencia de vuestra cara y amada Flor? ¿Esa es la alegría con que esperaba de vos ser recibida, ese el contento de verme en esta Corte? Bien echo de ver que esa novedad procede del sentimiento de haber sido tan cruel con vos, pero ya es llegado el tiempo en que vengo a alzaros el juramento y que podáis hablar, exagerando que en los pasados siglos ni en otros no ha habido ni hay tan fino ni obediente amante como vos, pues con tanta puntualidad habéis querido ser el fénix de amor. Bien podéis, Rugero mío, hablar que aunque no haya pasado el plazo que puse a vuestro silencio, yo quiero que lo sea y que goce esta Corte con vuestra habla de un caballero discreto como ha gozado de vuestra gala. ¿Qué remisión es esa en callar? Mirad que me voy presumiendo que es ya venganza de mi crueldad. Yo concedo que la tuve con vos no estimando tantos servicios como me hicisteis; mas ya vengo arrepentida de haber sido tan necia, y pues me reconozco, podéis tener esperanzas que será para estimaros de aquí adelante por señor y dueño mío.

Lo que hacía Rugero a esto era encogerse de hombros y significar con señas que no podía hablar, queriendo darla a entender que la costumbre del callar le había dejado mudo. De nuevo le volvió a persuadir la dama que hablase y no se vengase della, tomándole las manos, y tal vez echándole un brazo al cuello; mas Rugero se estuvo en sus trece callando y con presupuesto de no condecender con su gusto, que ya el amor que la había tenido se le había pasado conociendo el rigor que con él había tenido.

Viendo, pues, madama que no había modo como Rugero hablase, enternecida y algo pesarosa de haberse puesto en aquello, se despidió dél y se fue a su posada diciendo al Duque que esperaba dejar en breve sano a Rugero.

-Así lo creo -dijo él-, que quien tiene tantas gracias no le faltarán para hacer esa cura.

Volvamos a la dama que, deshecha en celos, había estado escuchando la plática de madama Flor con Rugero, la cual procuró verse con él aquella tarde, y haciendo que sus criadas despejasen el aposento, quedándose a solas con él, le dijo así:

-Señor Rugero, bien creo que en mis acciones habréis echado de ver la estimación que hago de vos, conociendo vuestras partes con una grande inclinación que ahora me obliga a decir que pasa a voluntad, deseando que vuestro defeto tuviera enmienda para que fuérades más favorecido. Esta, que se llama ya afición, ha engendrado (con la venida desa dama) cierto recelo en mí que me ha obligado a ser hoy algo curiosa, de suerte que he oído todo cuanto madama Flor os ha dicho y he conocido de la plática que no por accidente estáis mudo, sino por mandato suyo. Quien a esto se aventuró, claro está que sería con sobra de amor, si bien no merecía tal correspondencia quien con tan extraño capricho quiso probar vuestras finezas. Desta primera vista he quedado, si no segura, por lo menos con esperanzas (viéndoos tan mudo como antes) que no queréis obedecerla en hablar, aunque ella os alza el juramento que la hicistes y da por pasado el plazo de la obediencia; por donde veo que con mejor acuerdo habréis echado de ver que en esa dama no hay amor, sino arrogancia y codicia; aquélla para manifestar que fue poderoso su mandato con la fuerza de su hermosura a hacer mudo a un amante suyo, y ésta para cobrar el interés que por vuestra cura se promete. Si yo tengo algún mérito para con vos en haberme declarado, os ruego que prosigáis con vuestra venganza, de suerte que ella no vaya tan ufana de la vitoria que esperaba, y si así lo hacéis, creed de mí que no será mal galardonado.

Alzando el dedo, prometió Rugero cumplirle lo que le mandaba, satisfaciéndola allí por escrito que a ella sola quería por dueño de su alma y que sólo aguardaba a que cumpliese el plazo de los dos años, que era de allí a veinte días, para hablar. Con esto se partió de la presencia de madama Leonor, besándola una de sus hermosas manos.

Continuó su cura madama Flor cada día, persuadiendo a Rugero a que hablase, ya con caricias, ya con lágrimas, mas ni unas ni otras no fueron parte para ser obedecida, significándola con señas que él estaba mudo de veras, con lo cual la dama se desesperaba de pesar conociendo lo cierto en él, que era habérsele pasado el amor y querer vengarse de su crueldad.

Toda la Corte estaba aguardando el efeto de la cura de la dama, mas pasados los quince días el Rey mandó que fuese puesta en una torre de palacio presa, donde era cosa notable ver el sentimiento con que estaba, que era de modo que perdía el juicio.

Llegóse el término de los dos años, el cual pasado, la primera persona que gozó de la habla de Rugero fue la hermosa Leonor, con quien una tarde estuvo en larga conversación, dejando a la dama contentísima con su entendimiento y ya con resolución de no admitir otro por esposo sino a él.

Esotro día que Rugero habló con su dama fue a palacio a vestir al Rey, a quien suplicó que por señas le oyese aparte. Entráronse en un camarín donde Rugero, habiendo besádole la mano, primero le dijo todo el principio de sus amores con madama Flor y lo que en su servicio hizo hasta estar a pique de morir, todo procedido de su mucho amor. Diole cuenta del riguroso precepto de la dama y cómo le había guardado todo el término de los dos años, que le había cumplido tres días había. Finalmente, le dijo cómo por vengarse della no había querido que saliese con su cura, pero que le suplicaba la diese libertad y la enviase contenta a su patria.

No se puede encarecer lo que el Rey se holgó de ver con habla a su privado Rugero, al cual abrazó muchas veces, y saliendo con él donde estaban sus caballeros les dijo lo que Rugero le había contado, con que luego se dilató su fineza por París.

Quien entre todos se holgó más de verle con habla fue el duque de Guisa, el cual, habiendo echado de ver que él y su hija se miraban con afición, pidió al rey que los casase. Hiciéronse las bodas en presencia de madama Flor, que asistió a ellas con bien poco gusto, considerando perder ella aquella ventura por haber sido altiva y cruel. A instancia de Rugero se le dio a la dama la mitad del tallón que había señalado el Rey para quien le diese habla, con lo cual se volvió a su tierra y Rugero se quedó con su esposa muy contento, recibiendo cada día grandes mercedes del Rey, con quien privaba.

Este castigo tuvo madama Flor por su crueldad, con que nunca se casó. Filiberto, el amigo de Rugero, fue a verle, a quien dio muchas joyas y preseas y le casó de su mano con una parienta de su esposa.

Aquí acabó don Tadeo su novela, dándole las gracias Dorotea de haberla entretenido tan bien con ella; él pidió perdones de la mala prosa, a que acudió doña Dorotea:

-Bien sabe V. M. que no tiene defetos en el hablar.

Responder quería don Tadeo, cuando le atajó su razón oír en la calle una bien templada guitarra que con un sonoro diferenciar prevenía querer su dueño cantar; atendieron todos, y acercándose más a la ventana (que era baja), oyeron a una sonora voz de un bien entonado bajete estos versos:


    Avara naturaleza
quiso con manos civiles
hacer un modelo de hombre
en un sujeto meñique.
    Un átomo racional
que a veinte pasos un lince,
de ser o no ser persona,
duda en su vista concibe.
    Quinta esencia de facciones
exprimió por alambique,
con que fue melindre de hombres,
si hay en los hombres melindre.
    Infundióse en él una alma
que aunque de especies sutiles,
la pequeñez de tal cuerpo
llama calabozo triste.
    Porque en distrito tan corto
con tanta apretura vive,
que en un bostezo o suspiro
no halla aun aire que la alivie.
    Discurriendo por el cuerpo
(si hay cosa en que discurrirse)
pasa con forma pigmea
por mil injurias terribles.
    Porque tal vez un verano,
que se descuidó en dormirse,
le sacó de su reposo
por una pierna una chinche.
    Y hubo pulga puesta en pie
(tentada de la irascible),
que quiso, haciéndole un repto,
barba a barba competirle.
    A este sujeto palpable
(si bien con forma invisible),
quiso adquirir por vasallo
el dios que venera Chipre.
    Para atravesarle el pecho
no de arpones se apercibe,
que a sutileza de aguja
hacer su tiro remite.
    Con lo cual el chichimeco,
amante en finezas, firme,
a una niña manifiesta
su amor con quejas en tiple.
    Deseando por jarifo
si le quiere, y si le admite
en su torneado cuello
tener lugar con sus dijes.
    Tiene conchas la taimada
y dudo yo que peligre,
cuando él piensa con su garbo
que la ha de dar algún pique.
    Viviendo con esperanzas
ni asegura ni consigue,
que nada puede alcanzar
quien hongo en la tierra asiste.
    Los nombres de los amantes,
que amor en su vista escribe,
son, Dorista el de la dama
y él don Tadeo o don Nichil.



Mientras la sátira se cantó, mudó nuestro galán el rostro de varios colores, disimulando cuanto pudo. Bien lo notaba la dama, pero no quería interrumpir el oír la sátira; mas llegando a la última copla en que se declaró que se había hecho por don Tadeo, él perdió del todo la paciencia y, calando el sombrero y sacando la espada, acometió a irse por la puerta diciendo:

-Yo sabré castigar a un pícaro este desvergonzado atrevimiento o no seré quien soy.

La que primero se abrazó con él fue Dorotea y luego su madre y la dueña; mas él, a pesar de todos, hacía fuerza para salir, muy perdido de cólera. Parecióle a Dorotea que en aquella ocasión venía pintado un desmayo, y como quien tan bien sabía fingir, dando un suspiro muy doloroso se tendió en el suelo. Acudió la buena Bañuelos a tomarle la cabeza en sus faldas, diciendo:

-¡Malditos sean los hombres, amén, que con su cólera causan tantos daños! Miren este ángel si ha sentido verle salir a la calle, que se nos ha quedado sin sentido.

Con esto, comenzó a fingir un copioso llanto, como quien tenía fáciles las lágrimas para toda ocasión; no hizo menos su madre, diciendo:

-Si tiene conciencia, debe anticipar a su enojo la salud de esta señora antes que salir a vengarse.

Con esto pusieron grillos a los pies de don Tadeo, aunque no salía de muy buena gana a reñir, que por cumplir con su dama había hecho aquel desafuero, por no parecer cobarde a sus ojos, que en rigor más era dado a lo de Adonis que a lo de Aquiles. Turbóse en extremo de haber sido ocasión de aquel susto en su dama y procuró, con apretarla el dedo del corazón, que volviera, diciéndole no pocas ternezas; todas las oía la socarrona y no hacía corta fuerza para no reírse.

Al fin, de allí a un rato, volvió, no en sí (que ya lo estaba), sino a hablar, diciendo:

-¡Jesús y qué hombre tan arrojado! ¿Él es el que quiere? No lo creo, pues tan poco caso hace de mí emprendiendo lo que es contra mi gusto.

Él procuró desenojarla con caricias y no tuvo que hacer poco.

En este tiempo llegaron sus criados que venían por él, con quien se fue a su casa, no poco picado de la sátira que le cantaron, y diera por saber el autor della cuanto tenía para hacerle matar a palos.

El día siguiente envió un gran regalo a Dorotea y con él un rico faldellín que sin haberle dicho nada había mandado hacer en su nombre. Estimó la dama el presente y envióle a decir que no había podido dormir en toda la noche de pena, temiendo no hubiese salido en busca del músico de la sátira.

Con esto se proseguía con su martelo adelante, dándole buenas esperanzas Dorotea de que tendría premio su afición, con que vivía alegre.

Mientras Dorotea había estado en Illescas, vino a aquella villa de la imperial Toledo un caballero estudiante con otros amigos en romería, a visitar aquel insigne santuario de la Emperatriz de Cielos. Éste (cuyo nombre era don Basilio) se enamoró de la dama, y tanto la supo obligar, que alcanzó el premio que deseaba sin mucho interés, porque, degenerando de su codicia y tiranía, a ella le pareció bien el caballero; éste la vino siguiendo a Madrid, donde se le daba entrada en casa con presupuesto de que no quebrantaría el preceto de «no estorbarás», tan importante para la gente del trato de Dorotea. Tomaba el escolar lo que le daban y no se metía en más, de suerte que ni inquietud de celos ni temores de mudanza le quitaban el sueño, sólo su fin era cumplir con su apetito, y lo demás lo dejaba correr, dando muestras con esto de su buena condición. A este caballero había encargado Dorotea que hiciese una sátira a don Tadeo y que se la cantase cuando supiese que él estaba de visita en su casa; no lo encargó a lerdo, y así presto halló un poeta de los muchos que sobran en Madrid, que se la hizo dándole noticia del sujeto, y hecha, buscó a un músico que se la cantase. Logróse bien, pues sin ignorar nada la oyó el mismo don Tadeo para quien se había hecho.

Volviendo, pues, a sus amores, él los llevaba en buen punto, creyendo verse presto en posesión de galán de Dorotea.

Casóse un amigo de don Tadeo y él fue convidado a la boda. Dio aviso desto a su dama y díjola que fuese a San Sebastián, donde se holgaría de ver mucha gala, así en los novios como en sus padrinos y acompañantes. Quiso Dorotea darle gusto, y así fue en su coche a ver de embozo la boda. En la iglesia la conoció su amante, el cual estaba aquel día más galán que el sol, con un vestido bordado que para ella había hecho; adornábale con ricos botones, cadenas y cintillo de diamantes, y no se olvidó de dar también un adorno a las manos con preciosas sortijas que valían mucho dinero. Parte destas joyas eran suyas y parte prestadas.

Llegóse a donde estaba Dorotea, la cual le alabó su gala y bizarría, de que no poco se envaneció. Díjose la misa a los novios, y para volver a acompañarlos se despidió don Tadeo de su Dorotea, pidiéndole ella con mucho encarecimiento que aquella noche fuese su convidado; él lo acetó, aunque dijo que agraviaba al amigo, pero que no faltaría causa con qué excusarse, pues le era su convite de más gusto.

Ya Dorotea tenía, desde que vio a su galán, forjada la burla que le había de hacer, y así se previno de todo lo necesario.

Aquella tarde se jugó largamente a las pintas en casa de los novios, donde don Tadeo estuvo de buena dicha, pues ganó más de mil quinientos escudos en joyas y dineros; alzóse del juego, y a la hora de las oraciones acudió a ver a su dama, de quien había de ser convidado, llevando pretexto de hacer todo su esfuerzo en quedarse allá aquella noche. Fue recibido de Dorotea con muchas caricias y no menos de su madre, en forma de dueña, y de Bañuelos, encareciéndole lo galán que venía; publicó su buena suerte en el juego y dio de barato a su dama cien escudos en oro y a las dueñas a cada una ocho. De buena suerte se vio Dorotea, pues halló que toda la ganancia la traía consigo en los bolsillos, que apenas se podía mover.

Mientras se aderezaba la cena se cantó un poquito y después se habló, donde en la conversación manifestó su deseo de quedarse el galán, y tanto instó, que Dorotea condecendió con su gusto, llevando el intento que después se dirá.

Mandó don Tadeo a sus criados que se fuesen a casa y que a la mañana, a las diez, volviesen allí trayéndole otro vestido. Ellos se fueron también con barato, no poco contentos de ver que su amo tomaba aquella noche la posesión de lo que le había costado tantos desvelos.

Prevenida la cena, cenaron los dos amantes, siendo servidos de las dos dueñas solamente; en la bebida de don Tadeo se le echaron unos polvos que causaban dentro de breve tiempo profundo sueño, y él brindó a su dama largamente, pareciéndole que siendo pródigo con Baco lo sería con él Venus. Con esto se levantaron los manteles y quedaron hablando los dos amantes en varias cosas. Deseaba ya Dorotea que los polvos hiciesen su efeto y para que más brevemente le escutiesen, llevó a su amante a su aposento, mandándole que se desnudase; él lo hizo con mucha presteza, y para engañarle la astuta moza, se comenzó poco a poco delante dél a ir destocando.

Apenas don Tadeo hubo entrádose en la cama y reclinado la cabeza en las almohadas, cuando comenzaron a obrar los polvos con tanta fuerza que daba los ronquidos tan fuertes, que se oyeran en la calle. Comenzó a llamarle la dama y a moverle, mas él estaba como un muerto. Así lo tuvieron hasta la media noche, previniendo en el intermedio su fuga, ayudándolas el estudiante que se halló allí y el cochero; recogieron las joyas de don Tadeo y el dinero de su ganancia, que todo valía más de dos mil y quinientos escudos, y puestos los cofres a punto, los mudaron a parte segura que ellas tenían prevenida de antes.

Sólo restaba lo que se había de hacer de don Tadeo.

El estudiante, como era bellacón, dio en un capricho extremado, y fue que así desnudo le sacó de la cama y le envolvió en un pedazo de manta colorada vieja, muy fajado como niño, delante le puso un paño como babador y de un cordel, pendientes por dijes, un pie de puerco que había sobrado de la cena, que sustituía por mano de tejón o tasugo (remedio contra el ojo). Del otro lado le pendía una mano de mortero y un cencerro. Con esto le metió en un serón y así envuelto cargó con él, acompañándole el cochero, y le fueron a colgar de un balcón de la casa de un indiano muy miserable, donde le dejaron y volvieron a casa, hallando todo el menaje della dispuesto para trasladarlo con lo demás; hizóse así, poniéndose en salvo todos.

En su profundo sueño y metido en su serón pasó la noche el pobre de don Tadeo al sereno y colgado de un balcón, cuando se pensó estar en los brazos de su Dorotea.

Restituyó la aurora la luz a los mortales dando de su venida noticia las alegres aves, cuando el indiano salió a abrir las ventanas, habiendo en ella madrugado más que su gente, proprio de avaros, que aun el rato que duermen piensan que se les defrauda el tiempo. Abrió el balcón y vio dél pendiente la espuerta. Sacó los antojos, que era hombre de edad, y reconoció bien lo que era, no pudiendo determinarse a distinguir lo que estaba dentro, si bien se presumió que le habían echado algún niño a sus puertas. Con este temor llamó a sus criados, a los cuales mandó que descolgasen la espuerta y se la subiesen allá. Hiciéronlo y, abierta, vieron al buen don Tadeo adornado en la forma que se ha dicho como criatura y con un papel en el pecho; diéronsele a su amo (muertos de risa de ver tal espectáculo y de que estuviese aún todavía durmiendo), el cual leyó en él estos versos:


    La madre que le parió
aqueste niño que veis,
para que vos le crieis,
a vuestras puertas le echó;
el bautismo se le dio,
no se vuelva a bautizar,
que el agua le podrá helar;
su crianza no os asombre,
él mismo os dirá su nombre,
que pienso que sabe hablar.



De nuevo causó risa al indiano y a sus criados la décima hecha al niño expósito. Alguno dijo que era persona principal y haberle visto en buen traje en la Corte. Lo que se hizo del pobre caballero fue ponerle en una cama, donde estuvo durmiendo hasta de allí a media hora; pero así como despertase y reconociese el aposento donde se vía y no ser el de la casa de su dama, comenzó a dar voces, acudieron los criados del indiano y como le extrañase el no conocerlos, les dijo que le dijesen dónde estaba. Llegó a este tiempo su amo, el cual en breves razones le hizo relación de cómo le habían hallado, cosa de que se halló en extremo corrido y afrentado

Mandó salir a los criados y con su dueño se declaró, diciéndole sus amores, la burla que se le había hecho y quién él era; con lo cual fueron a su posada a llamar a sus criados que le trujeron de vestir y en el coche del indiano se fue desesperado de pena. Hizo hacer luego diligencia para saber qué se había hecho de Dorotea y trujéronle nuevas como aquella noche había dejado el albergue y no se sabía della. De nuevo se hicieron otras más apretadas, pero todo aprovechó poco. Vino a dilatarse por Madrid la décima, de suerte que de afrentado don Tadeo hubo de dejar la Corte y irse a Flandes.

Dorotea, triunfante con la presa, acudió a Illescas, donde se celebró entre las compañeras su burla y estafa por la mejor, y todas de conformidad se determinaron a irse a vivir a Granada y no tratar de más embelecos. Hicieron su jornada, y llegando a aquella insigne ciudad vivieron por un tiempo pacíficamente, donde las deja el autor deste libro por ahora, prometiendo, si sale a gusto del letor, escribir el de Los vengadores de las estafas placiendo a Dios, y La niña de los embustes.


Aprovechamiento deste discurso

En el aliento que tuvo Dorotea para no ser menos que sus amigas, reprehende a los que hacen caso de honra el querer emprender cosas viles como otros, viniendo a ser después causa de su infamia.

En la prontitud con que acetó el vestido en la puerta de Guadalajara, amonesta que no deben ser las mujeres tan atrevidas en acetar, pues quien se deja obligar es fuerza también obligarse a la paga.

El apresurarse don Tadeo a amar dé escarmiento para que se guarden de ser fáciles en vencerse, pues desto resultó el daño que se siguió en perder sus joyas, dineros, y lo más, que fue la reputación.






 
 
LAUS DEO HONOR, ET GLORIA.
 
 




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