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Letra para el marqués de Pescara, en la cual el auctor toca qué tal ha de ser el capitán en la guerra.


Estando con César en Madrid, a veinte y dos de março, me dieron una letra de Vuestra Señoría, hecha en treinta de enero, y Dios me sea testigo, cuando la vi y leí, quisiera yo más que fuera la data della, no del cerco de Marsella, sino de la conquista de la Casa Sancta, porque si fuera de Asia, y no de Francia, vuestra jornada fuera más afamada y sublimada, y aun a Dios más acepta. Tito Livio dice que traían muy gran competencia entre sí Marco Marcello y Quinto Fabio, y la competencia dellos era sobre los consulados de la guerra, porque el buen Marco Marcello no quería ser capitán de guerra que no estuviese muy justificada, y Quinto Fabio no aceptaba ir a guerra que no fuese muy peligrosa. Muy gran vanagloria tuvieron los romanos, en cuyo siglo nascieron estos dos tan valerosos príncipes; mas al fin en mucho más fué tenido Marco Marcello por ser justo, que no Quinto Fabio por ser animoso. Nunca los romanos fueron tan mal tractados ni afrentados en la guerra de Asia, ni en la de África, como lo fueron en el cerco de Numancia, y esto no por falta de combatirla, ni porque la ciudad era muy recia, sino porque los romanos no tenían razón de la guerra y los numantinos tenían muy gran razón de se defender. Helio Esparciano dice que sólo el emperador Trajano fué el que nunca en batalla fué vencido, y la razón desto era porque jamás emprendió alguna guerra que no tuviese en ella justificada su causa. El rey de Ponto, que se llamaba Mithrídates, escribió una carta al cónsul Silla, estando uno contra otro muy metidos en guerra, que decía así: «Espantado estoy de ti, cónsul Silla, emprender guerra en tierra estraña, como es esta mía, y osarte tomar con mi gran fortuna, pues sabes que a mí nunca me faltó y a ti nunca te conosció». A estas palabras respondió el cónsul Silla: «Poco se me da, oh Mithrídates, tener lejos de Roma la guerra, pues Roma tiene siempre cabe sí a la fortuna, y si dices que a ti nunca te faltó, a mí nunca conosció; agora verás cómo, usando de su oficio, se pasa a mí y se despide de ti, y dado caso que no sea así, ni temo a ti ni temo a ella, porque yo espero que harán más los dioses por mi justicia que no hará por ti tu gran fortuna». Muchas veces decía el emperador Augusto que las guerras, para ser buenas, las habían de encomendar a los dioses, acceptarlas los príncipes, justificarlas los philósofos y executarlas los capitanes.

Esto digo, señor marqués, para que si vuestra guerra fuera Hierusalem, la tuviéramos por justa; mas en ser sobre Marsella, todavía la tenemos por escrupulosa. «Cor regis in manu dei est», dice la Divina Escriptura. Y si esto es así, ¿quién podrá alcanzar este gran secreto, es a saber, que estando en la mano de Dios el coraçón del rey, ose ofender a Dios? Lo cual paresce claro: en que no vemos otra cosa sino guerras entre christianos y dexar prosperar y vivir en paz a los moros. Negocio es éste para mí tan largo, que si le sé platicar, no lo sé entender; pues no vemos otra cosa cada día, sino que permite Dios por sus secretos juicios que se destruyan y se asuelen las iglesias do le loan, y queden enteras y libres las mezquitas do le ofenden.

Vos, señor, sois christiano, sois buen caballero, sois mi propincano deudo y sois mi especial amigo; cualquiera de las cuales cosas me obliga mucho a sentir vuestro trabajo y tener pena de vuestro peligro. Digo trabajo para el cuerpo, porque el capitán que tiene en mucho su honrra ha de tener en poco su vida. Digo peligro para el ánima, porque entre christianos no hay guerra tan justificada que no haya escrúpulo en ella. En esto veréis, señor, que os deseo salvar, en que no os quiero lisongear, sino deciros lo que aquí yo siento, porque después hagáis lo que debéis. Y si no sabéis a lo que sois obligado, quiero, señor, que lo sepáis, y es que el capitán general es obligado a evitar los injustos daños, corregir los blasphemos, amparar los innocentes, castigar a los atrevidos, pagar los exércitos, defender los pueblos, evitar los sacos y guardar bien la fe a los enemigos. Teneos por dicho, señor Marqués, que verná tiempo en el cual daréis cuenta a Dios, y aun al rey, no sólo de lo que hecistes, mas aún de lo que consentistes. Don Juan de Guevara fué abuelo vuestro y tío mío, y él fué uno de los caballeros que pasaron de España en Italia con el rey don Alonso, y le ayudaron a ganar ese reino de Nápoles, y en recompensa de los servicios, le hizo gran Senescal del Reino. De lo cual podéis colligir cuánto debéis, señor, trabajar por dexar otro tal renombre a vuestros descendientes, cual os dexaron a vos vuestros antepasados. Según dice Cicerón, escribiendo a Atico, este nombre de caballero nunca los romanos le llamaron ni consintieron llamar a los que sabían juntar muchas riquezas, sino a los que se habían hallado en vencer muchas batallas. El caballero que no imita a sus pasados no debría alabarse que desciende dellos, porque cuanto más hzya sido esclarecida la vida de los padres, tanto más es de culpar la negligencia en los hjjos. Tener gran presumpción, no más de por descender de personas nobles, digo que es cosa vana; blasonar de los hechos propios, también es locura; al fin destos dos extremos, más tolerable, es el que se precia de virtud propria, que no el que se alaba de la agena. «Cuando entre caballeros se habla de cosas de caballería, gran vergüença debe tener un caballero de decir que las leyó, sino decir que las vió, porque al philósopho conviene contar lo que ha leído, que al caballero no le está bien decir sino lo que ha hecho. El cónsul Mario, cuando residía en Roma, y cuando residía en la guerra muchas veces le oían decir: «Yo confieso que soy de linage obscuro, y también confieso que no tengo escudos de mis antepasados, porque no fueron capitanes esclarecidos; mas juntamente con esto, no me podrán negar los que agora son vivos que en los templos no tengo estatuas, en mi cuerpo muchas heridas y en mi casa muchas banderas, ninguna de las cuales heredé de mis pasados, sino que las gané de mis enemigos» Y dijo más Mario: «Vuestros antepasados dexaron os riquezas que gozásedes, casa do morásedes, esclavos de que os sirviésedes, huertas do os holgásedes, fama de que os alabásedes y armas de que os arreásedes, mas no os dexaron la virtud que os preciássedes; del cual hecho, oh romanos, podéis inferir que es muy poco lo que hereda el que las virtudes de sus antepasados no hereda».

He querido traheros esto a la memoria para que, acordando os de varones tan esclarecidos como fueron vuestros antepasados, os preciéis mucho más de imitar sus actos virtuosos que no de traer sus armas en vuestros reposteros. Miento si no vi en la corte de César a un caballero de más de un cuento de renta, al cual jamás vi tener un caballo en su caballeriza, ni lança en su casa, ni aun se ceñía las más veces espada, sino que traía solamente una daga en la cinta, y pequeña, y por otra parte, cuando contaba las hazañas de sus padres, parescía que descarrillaba leones. Préscianse ya los hombres de pintar las armas en sus casas, esculpirlas en los sellos, ponerlas en las portadas y tenerlas en los reposteros; mas ninguno se prescia de ganarlas en los campos, por manera que tienen armas para que miren otros y no para que peleen ellos. Quiero os, señor Marqués, dar un consejo, el cual para los de vuestro oficio de guerra es muy necesario, y éste es: sobre todas las cosas tened vigilancia y aviso para que entre los capitanes de vuestro exército haya secreto, porque jamás hay buen suceso a los grandes negocios cuando ante que hayan efecto son descubiertos. Si Suetonio Tranquilo no nos engaña, nunca a Julio César le oyeron decir «mañana se hará esto y hoy se haga esto», sino solamente decía «hoy se hará esto y mañana se verá lo que habemos de hacer». Plutarcho dice en su Política que preguntado Lucio Metello por un capitán suyo cuándo darían la batalla, le respondió: «Si supiese que sabía mi camisa el menor pensamiento que mi coraçón pensaba, a la hora la quemaría y nunca otra vestiría». Las cosas de la guerra bien es que se platiquen con muchos; mas la resolución dellas se ha de tomar con pocos, porque de otra manera primero serán descubiertas que concluídas. Bien me paresce que toméis consejo con los hombres expertos y ancianos, con tal que los tales sean cuerdos, y no temerarios, porque a las veces más sano es el consejo que procede de poca edad y mucha habilidad, que no el que procede de mucha edad y poca habilidad. Guardaos, señor, de tomar consejo con los hombres que son en los consejos muy cabeçudos y en los hechos muy temerarios, porque en los peligrosos casos que suceden en la guerra, menos mal es retirarse que perderse. Alcibiades, capitán que fué entre los griegos, decía que los hombres que tenían los coraçones animosos y valerosos mayor esfuerço habían menester para huir que no para esperar, porque a esperar convídales la honrra, mas al huir constríñeles cordura. En los grandes peligros, más sano consejo es que se sometan los hombres a la razón que no que se arrojen a la fortuna. En todas las cosas os abraçad, señor, con el consejo, sino cuando os viéredes en algún repentino peligro, porque en las guerras a muchos capitanes habemos visto perderse, no por más de porque al tiempo que habían de hacer una cosa de hecho se asentaban muy despacio a tomar consejo. Debéis, también, señor Marqués, de amonester y avisara vuestros exércitos que en los forçosos y necesarios peligros no se muestren ser hombres flacos, porque son de tal calidad las guerras, que el temor de los unos hace desmayara los otros.

Teneos por dicho, señor, que el coraçón que está lleno de miedo ha de estar vacío de esperança. Los que andan siempre en continuas guerras, ni han de tener por segura la vitoria, ni tampoco desesperar de alcançarla, porque no hay cosa en que menos corresponda la fortuna que en las cosas de la guerra. Brasidas, el griego, en la guerra que tenía con los de Tracia, como les tomase por fuerça de armas una fortaleza y la defendiese muy varonilmente, preguntado por uno de sus enemigos por qué se había metido dentro de ella y la defendía, respondió él: «Por los immortales dioses juro que ella se encomendó a mí que la guardase, y no yo a ella que me defendiese, porque al fin más certenidad tengo della que me ha de servir de sepultura que no de defensa».

No quiero decir más en este caso, sino que le pido de especial gracia, que de tal manera os hayáis en esa guerra de Provencia que parezca y sea a todos notorio que lo hacéis más por obedescer a vuestro amo César que no por vengaros del rey de Francia, porque de otra manera tomara Dios vengança de vuestra vengança.

La péñula de oro que me envió rescebí, y así creo rescebiréis, señor, el Marco Aurelio que os embío. La diferencia que de lo uno a lo otro hay es, que en el libro conoscerá Vuestra Señoría mi innocencia y en la péñula se paresció su largueza. No más sino que nuestro Señor sea su guarda y a mí dé gracia que le sirva.

De Valladolid, a XIX de agosto, MDXXIIII años.




ArribaAbajo- 12 -

Letra para don Alonso de Albornoz, en la cual se toca que es caso de mala criança no responder a la carta que le escriben.


Sy la señora doña Marina, vuestra esposa, está tan bien con vuestra persona como mi pluma está mal con vuestra pereza, seguramente os podes, señor, casar, sin que después os hayáis de arrepentir, y no pienso que me obligo a poco en decir que de casaros no ternéis arrepentimiento, que a la verdad no querría yo tener mayor contrición de mis pecados que la que tienen muchos hombres de verse casados. Contraher matrimonio con una muger cosa es muy fácil; mas subtentarlo hasta en fin téngolo por muy difícil, y de aquí es que todos los que se casan por amores viven después con dolores. Considerados los enojos que da la familia, la pesadumbre de la muger, el cuidado de los hijos, la necesidad de la casa, la provisión de los criados, la importunidad de los cuñados y el adorar que se quieren hacer los suegros, aunque con todas estas cosas el casado no se arrepienta, a lo menos cansase. Preguntado el philósopho Mirtho por qué no se casaba, respondió: «Porque la muger que tengo de tomar, si es buena, téngola de perder; si es mala, de sportar; si es pobre, de mantener;si rica, de sufrir; si fea, de aborrescer, y si hermosa, de guardar. Y, lo que es peor de todo: que doy para siempre mi libertad a quien jamás me lo ha de agradescer». La riqueza congoxa, la pobreça entristece, el navegar espanta, el comer empalaga y el caminar cansa; los cuales trabajos todos vemos entre muchos estar derramados, sino es en los casados, que están todos juntos; porque el hombre casado pocas veces le vemos que no ande congoxado, triste, cansado, empalagado y aun asombrado, digo asombrado de lo que le puede acontescer y su muger osar hacer. El hombre que topó con una muger que es necia, o loca, o chocarrera, o liviana, o glotona, rencillosa, o perezosa, o andariega, o incorregible, o celosa, absoluta, o disoluta, más le valiera ser esclavo de un buen hombre que marido de tal muger. Terrible cosa es sufrir a un hombre, mas también hay mucho que conoscer en una muger, y esto no por más de porque no saben tener modo en el amar, ni dar fin en el aborrescer. No quiero o por ventura no oso decir más en este caso, porque si en esto me ocupase, y licencia a mi pluma diese, faltarme ya tiempo para escrebir, mas no materia para decir.

No sin causa dije que estaba mi pluma reñida con su pereza, pues os escrebí habrá bien medio año y no me respondistes, y después vino Juan de Ocaña y tampoco con él me escribistes; de manera que por lo uno os llamaremos pereçoso y por lo otro os notaremos de descuidado. Tomad, señor, por estilo de nunca dexar de responder al que tomó trabajo de os escrebir, porque el Alcalde de los Hijosdalgo, que es Hernán Sanz de Minchaca, me dixo que ninguno perdía la hidalguía por responder a una carta. Responder al mayor es de necesidad, responder al igual es de voluntad; mas responder al menor es de pura virtud. El Magno Alexandro escribía a Julio, su albéitar, y Julio César, a Rufo, su ortolano, y Augusto, a Pamphilio, su herrador, y Tiberio, a Escauro, su molinero, y Tulio, a Mirtho, su sastre, y Séneca, a Giplio, su rentero. De lo cual se puede bien inferir que no está la baxeza en el escrebir ni responder a personas baxas, sino en querer o hacer cosas feas. Paulo Emilino, escribiendo a un yugero suyo, decía: «Entendí lo que me enviaste a decir con Argeo, y la respuesta dello es que te embío otro buey para uncir con el otro buey bragado, y también te envío el carro adobado; por eso ara bien esa tierra, y barda la viña, y descoca los árboles, y ten siempre memoria de la diosa Ceres». Curio Dentato, estando en la guerra contra Pirro, rey de los epirotas, escribió una carta a un carpintero, que decía así: «Gneo Patroclo me dixo que labras en mi casa, mira que esté la madera seca, y que le dés la luz hacia el medio día, no sea tan alta, será clara, el baño abrigado, la chimenea sin humo, dale dos ventanas y no más de una puerta». El Magno Alexandro, escribiendo a un herrador suyo, decía: «Un caballo te envío que me enviaron los athenienses; salirnos él y yo heridos de la batalla. Paséale bien cada día, cúrale bien la herida, despálmale las manos, no le hierres los pies, hiéndele las narices, lávale la cola; no le dejes tomar muchas carnes, porque ningún caballo grueso me puede sufrir en el campo». Dél muy famoso Phalaris, el tirano, no se lee que jamás hombre le hizo servicio que no se le agradeciese, ni le escribió carta que no le respondiese. Tan altos y tan grandes príncipes como aquí habemos nombrado haber ellos escripto a hombres tan baxos, o tan viles oficios, no le cuentan los historiadores para se lo afear, sino para por ello los engrandescer. De lo cual podemos inferir que no está la bajeza en escrebir o responder a personas baxas, sino en hacer obras escandalosas y deshonestas.

En este caso y en todo lo demás podéis, señor, atreveros, a mí como a ves mismo; mas si universalmente lo usáis hacer assí con todos, podrá ser que si vuestros amigos os notan de descuidado, no falte quien os acuse de presumptuoso. Notar en uno ira, envidia, codicia, pereza, lascivia, gula y avaricia, cierto es pena; mas notarle de locura es infamia. Y digo esto, señor, porque decir a uno que es presumptuoso es llamarle loco por muy buen estilo. En Gayo César ni faltó esfuerço, pues venció a tantos pueblos, ni faltó clemencia, pues perdonó a sus enemigos; ni faltó largueza, pues hacía mercedes de reinos; ni faltó sciencia, pues escribió tantos libros; ni le faltó fortuna, pues fué señor de todos; mas faltóle buena crianga, que es el fundamento de la vida quieta. Entre los romanos era costumbre que cuando el Senado entrase en casa del emperador, ellos hiciesen una gran mesura a él y él hiciese algún comedimiento a ellos, lo cual, como él se descuidase de hacer, ora por no querer, ora por no mirar, fué el caso que dentro de pocos días le dieron veinte y tres puñaladas de manera que aquel muy alto príncipe no por más perdió la vida de por no tener un poco de buena criança. Lo contrario desto dice Suetonio Tranquillo de Augusto el emperador, el cual, estando en el Senado o en el Coliseo, jamás se asentaba hasta que todos se asentasen, y la mesma mesura que le hacían les hacía, y si por caso entraban sus hijos en el Senado, ni consentía a los senadores que se levantasen, ni a los hijos que se asentasen. Si no queréis, señor, que os llamen presumptuoso, o por mejor decir loco, presciaos de ser bien criado, porque con la buena criança, más que con otra cosa, se atraen los enemigos y se sustentan los amigos.

Ya, señor, hablé con el Nuncio del Papa sobre la dispensación que enviáis a pedir para casar con la señora doña Marina, la cual tenemos en sesenta ducados concertada, y como es veneciano y no se prescia de necio, primero quiere ser pagado que no seais vos, señor, despachado. A Periannes hablé sobre la expedición del privilegio del juro, y como era tan sordo y sordísimo, más voces di con él hablando que suelo dar predicando. Nuevas de la Corte son que la emperatriz querría que viniese el emperador; las damas se querrían casar; los negociantes, despachar; el duque de Béjar, vivir; Antonio de Fonseca, remojar; don Rodrigo de Béjar, heredar, y aun fray Dionisio, obispar. De mí le hago saber que estoy con todas las condiciones del buen pleiteante; es, a saber: ocupado, solícito, congojoso, gastado, sospechoso, importuno, desabrido y aun aborrido, porque pleiteamos el señor arçobispo de Toledo y yo sobre la Abadía de Baça, sobre la cual tengo por mí una famosa sentencia.

No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé gracia con que le sirva.

De Medina del Campo, a XII de marzo de MDXXIII años.




ArribaAbajo- 13 -

Letra para don Gonçalo Fernández de Córdova, Gran apitán, en la cual se toca que el caballero que escapó de la guerra no debe más dexar su casa.


Muy ilustre señor, generoso y muy valeroso príncipe:

Escrevir mi poquedad a vuestra grandeza, mi inocencia a vuestra prudencia, si paresciere a los que lo oyeren cosa superba, y a los que la vieren cosa descomedida, echen la culpa a Vuestra Señoría, que primero me escribió, y no a mí que con vergüença le respondo. Yo, señor, trabajaré de satisfacer a vuestra excelencia en todo lo que manda por su carta, con tal que le suplico humilmente no mire tanto lo que digo cuanto a lo que yo querría decir, y porque a persona de tanta calidad es razón de escrebir con gravedad, trabajaré de ser en las palabras que dixere medido y en las razones que escribiere comedido.

El divino Platón, en los libros de su República, decía que al varón grande no se le había de imputar a menos grandeza tractar y conversar con los pequeños que competir y afrontarse con los grandes, y la razón que daba para ello es que el varón magnánimo y generoso más fuerça le hace en domeñar su coraçón a querer cosas baxas que no emprender cosas graves y altas. Un hombre de grande estatura más pena rescibe en baxarse al suelo por una paja que estender un braço para alcançar una rama. Quiero por esto que he dicho decir que es el nuestro coraçón tan claro y soberbio, que subir a más de lo que puede le es vivir, y descender a menos de lo que vale le es morir. Muchas cosas hay las cuales no quiere Dios hacerlas por sí solo, porque no digan que es Señor absoluto, ni tampoco las quiere hacer por manos de hombre poderoso, porque no diga que se aprovecha del favor humano, y viene después a hacerlas por manos y industrias de algún hombre abatido de la fortuna y olvidado entre los hombres, en lo cual muestra Dios su grandeza y emplea en aquél su nobleza. El gran judas Machabeo era menor en cuerpo y harto menor en edad que los otros sus tres hermanos; mas al fin el buen viejo Mathatías, su padre, a él sólo encomendó la defensa de los hebreos, y en sus manos puso las armas contra los asirios. El menor de los hijos del gran patriarcha Abraham fué Isaac; mas en el que fué puesta la línea recta de Christo, y en él puso los ojos todo el pueblo judaico. El mayorazgo de la casa de Isaac a Esaú venía, que no a Jacob; mas después de los días del padre, no sólo Jacob compró de su hermano Esaul el mayorazgo, mas aún le hurtó la bendición. Joseph, hijo de Jacob, fué el menor de sus hermanos y el más último de los once tribus; mas al fin él sólo fué el que halló gracia con los reyes egipcios y meresció interpretarles los sueños. De siete hijos que tenía Jessé, David era el menor de todos ellos; mas al fin el rey Saúl fué de Dios reprobado y David en rey de los hebreos elegido. Entre los prophetas menores fué el muy menor Heliseo; mas al fin, a él, y no a otro ninguno, fué dado el espíritu doblado. De los menores apóstoles de Christo fué Sant Phelipe, y el menor discípulo de Sant Pablo fué Philemón; mas al fin, con ellos más que con otros se aconsejaban y en los arduos negocios su parescer tomaban.

Paréscerne, señor, que conforme a lo que habemos dicho no ha querido Vuestra Señoría tomar consejo con otros hombres que hay doctos y sabios, sino conmigo, que soy el menor de vuestros amigos. Como habéis, señor, estado tantos tiempos en las guerras de Italia, pocas veces os he visto y menos os he hablado y conversado, a cuya causa debéis tener mi amistad por más segura y menos sospechosa, pues os amo, no por las mercedes que me habéis echo, sino por las grandezas que en vos he visto. Cuando viene uno a ser vuestro amigo, mucho hace al caso mirar qué le mueve a tomar vuestra amistad; porque el tal, si es pobre, habémosle de dar; si es rico, habémosle de servir; si favorecido, de adorar; si desfavorecido, de favorecer; si desabrido, de halagar; si impaciente, de soportar; si vicioso, de disimular, y si malicioso, dél nos recatar. Uno de los grandes trabajos que traen consigo los inútiles amigos es que no vienen ellos a buscarnos con fin de hacer lo que nosotros queremos, sino a persuadirnos a que queramos lo que ellos quieren. Peligro grande es tener enemigos; mas también es muy gran trabajo sufrir muchos amigos, porque dar todo el coraçón a uno aún es poco, cuanto más si entre muchos es repartido. Ni mi condición lo lleva ni en vuestra grandeza cabe, que desta manera nos amemos, ni menos nos tractemos, porque no hay amor en el mundo tan verdadero como aquel que de interese no tiene escrúpulo.

Decísme, señor, en vuestra carta, que no me escrebís porque soy rico y poderoso, sitio porque soy docto y virtuoso, y que me rogáis mucho os escriba de mi mano alguna cosa, la cual sea digna de saber y dulce de leer. A lo que decís que me tenéis por sabio, a eso os respondo lo que respondió Sócrates; es, a saber, que no sabía otra cosa más cierta sino saber que no sabía nada. Muy grande fué la philosophía que encerró Sócrates en aquella respuesta, porque según decía el divino Platón, la menor parte de lo que ignorarnos es muy mayor que todo cuanto sabemos. No hay en el mundo igual infamia como es motejar a uno de necio, ni hay otra igual alabança como es llamar a uno sabio, porque en el sabio es muy mal empleada la muerte, y en el necio es muy peor empleada la vida. Epemetes, el tirano, viendo al philósopho Demóstenes llorar inmensas lágrimas en la muerte de un philósopho, preguntóle que por qué tanto lloraba, pues era cosa inhonesta ver a los philósophos llorar. A esto le respondió Demóstenes: «No lloro yo, oh Epemetes, porque el philósopho murió, sino porque tú vives, y si no lo sabes, quiero te lo hacer saber, y es que en las achademias de Athenas más lloramos porque viven los malos, que no porque mueren los buenos».

Decísme, señor, que me tenéis por hombre recogido y virtuoso; plega a la divina clemencia que en todo, y mucho más en esto, seáis verdadero, porque en caso de ser o no ser uno virtuoso, arrojarme ya yo a decir que cuan seguro es serlo y no parescerlo, tan peligroso es parescerlo y no serlo. Es naturalmente hombre variable en los apetitos profundos en el coraçón; mudable en los pensamientos, inconstante en los propósitos y indeterminable en los fines; de lo cual se puede muy bien inferir que es el hombre muy fácil de conoscer y muy difícil de entender. Más honrra me dais vos, señor, en llamarme sabio y virtuoso, que no os doy yo en llamaros duque de Sesa, marqués de Bitonto, príncipe de Quilache y, sobre todo, Gran Capitán, porque a mi nobleza y virtud y sabiduría no la puede empecer la guerra, mas vuestra potencia y grandeza está subjeta a la fortuna.

Escrebísme, señor, que os escriba qué es lo que me paresce de que el Rey, nuestro Señor, os manda agora de nuevo pasar otra vez en Italia, por ocasión de la batalla que vencieron los franceses agora en Ravena, la cual será en los siglos tan nombrada como fué agora sanguinolenta. A esto, señor, respondiendo, digo que tenéis muy gran razón de dubdar y sobre ello os aconsejar, porque si no cumple lo que le mandan, enemístase con el Rey, y si hace lo que le ruegan, tómase con la fortuna. Dos veces, señor, habéis pasado en Italia y dos veces habéis ganado el reino de Nápoles, en las cuales dos jornadas vencistes la batalla de la Chirinola y matastes la mejor gente de la casa de Francia, y, lo que más de todo es, que hecistes ser la gente española de todo el mundo temida, y alcançastes para vos renombre de inmortal memoria. Pues siendo esto verdad, como lo es, no sería cordura, ni aun cosa segura, tornar otra vez de nuevo a tentar la fortuna, la cual con ninguno se muestra tan maliciosa y doblada como con los que andan mucho tiempo en la guerra. Hanníbal, príncipe de los carthaginenses, contento con haber vencido a los romanos en las muy famosas batallas de Trene y Trasmenes y Canas, como quisiese todavía forçar y luchar con la fortuna, vino a ser vencido de los que había muchas veces vencido. Los que han de tractar con la fortuna hanla de rogar, mas no enojar; hanla de conversar, mas no de tentar; porque es de tan mala condición la fortuna, que cuando halaga, muerde, y cuando se enoja, hiere.

En esta jornada que os mandan, señor, hacer, ni os persuado a que vais, ni os desaconsejo que quedéis; solamente digo y afirmo que con esta tercera pasada en Italia tornáis a poner en peligro la vida y jugáis a los dados la fama. En las dos primeras conquistas ganastes honrra con los presentes, fama para los siglos futuros y riqueza para vuestros hijos, estados para vuestros sucesores, reputación entre los estraños, crédito entre los vuestros, gozo para vuestros amigos, dentera para vuestros enemigos; finalmente, ganastes por excelencia este nombre de Gran Capitán, no sólo para estos nuestros tiempos, mas para todos los siglos futuros. Mirad bien, señor, lo que dexáis y lo que emprendéis, porque se ternía más por temeridad que no por cordura, en que teniendo os en vuestra casa todos envidia os vais do todos tomen de vos vengança. Vencistes a los turcos en la Panonia, a los moros en Granada, a los franceses en la Chirinola, a los picardos en Ytalia, a los lombardos en el Garellano; téngome por dicho que como ya fortuna no tiene más naciones que os dar para que vengáis, quiere agora llevaros a do seáis vencido. Los duques, los príncipes, los capitanes y los alférez contra quien peleastes, o son muertos, o son idos, de manera que agora con otra gente habéis de pelear y os habéis de tomar; dígolo, señor, porque ya podrá ser que la fortuna que os favoreció entonces, favorezca a ellos agora. Acceptar la guerra, juntar gente, ordenar gente y dar la batalla pertenesce a los hombres; mas dar la vitoria pertenesce a un solo Dios. Titho Livio dice que fueron muchas veces con gran inominia vencidos los romanos, ad furcas caudinas, y al fin, por consejo del cónsul Emilio, mudaron al cónsul que tenía cargo de aquel exército, y donde eran hasta allí vencidos, fueron de allí adelante vencedores; de lo cual podemos, para nuestro propósito, coligir que mudándose los capitanes de la guerra, se muda juntamente la fortuna. En un mesmo reino, con una mesma gente, debaxo de un mesmo rey, en una mesma tierra y sobre una mesma demanda, no esperéis, señor, que será fiel siempre fortuna, porque en el cebadero, do ella más veces ceba, allí toma la mayor redada.

Rodrigo de Bivero me dixo que estaba Vuestra Señoría con mucha pena de ver que se dilataba vuestra partida, y que el rey, por agora, la tenía suspensa, y aún díxome: que lo teníades por grande afrenta, que a ser con otro vuestro igual se lo pidiríades por justicia. De oír esto estoy maravillado, y no poco, sino mucho escandalizado, porque no tengo por buen animal al que al tiempo del cargar se está quedo, y cuando le quieren quitar la carga tira coçes. Pues anda el ánima cargada de pecados, el coraçón de pensamientos, el espíritu de tentaciones y el cuerpo de trabajos, conviene nos mucho que si del todo no pudiéremos desechar esta carga, a lo menos que aliviemos algo della. No sois, señor, tan moço que no tengáis lo más de la vida pasado, y pues la vida se va consumiendo, y la muerte se viene acercando, parescerme ya a mí que os seria mejor consejo ocuparos en llorar vuestros antiguos pecados que no ir de nuevo a derramar sangre de enemigos. Tiempo es ya de llorar y no de pelear, de retraeros y no de distraeros, de tener cuenta con Dios más que con el rey, de cumplir con el alma y no con la honrra, de llamar a los sanctos y no provocar a los enemigos, de distribuir lo propio y no tomar lo ageno, de conservar la paz y no inventar la guerra. Y si en este caso no me queréis, señor, creer dende agora adevino que entonces lo començaréis a sentir cuando no lo podáis ya remediar. Vos, señor, os engañáis, o yo no sé lo que me digo, pues veo que huís de lo que habéis de procurar, que es el reposo, y procuráis lo que habéis de huir, que es el desasosiego; porque no hay hombre en el mundo más malaventurado que el que nunca experimentó qué cosa es asosiego. Los que han andado por diversas tierras y han experimentado varias fortunas, la cosa que más desean en esta vida es verse vueltos con honrra a su tierra; de lo cual se puede inferir que es muy gran temeridad querer más ir vos solo a morir entre los estraños, que no vivir con honrra entre los vuestros. Hasta que los hombres tengan lo necesario para comer, y aun hasta que les sobre algo para dar, a mi parescer no deben ser muy culpados, aunque peregrinen por diversos reinos y se pongan en grandes peligros, porque tan digno es de reprehensión el que no procura lo necesario, como el que solicita lo superfluo. Ya que un hombre halló lo que buscaba, y aun por ventura le sucedió mejor que pensaba, que el tal después que se vee en su casa con reposo, se quiera tornar a refregar otra vez con el mundo, osaría yo decir que al tal o le falta cordura, o le es contraria fortuna. Decía el divino Platón, en los libros de su República, que más contraria es la fortuna al hombre que no le dexa gozar lo que tiene, que no al que le niega lo que le pide. A Vuestra Señoría ruego y aviso que, leída una vez esta palabra, torne otra y otra vez a leerla; que, a mi parescer, esta sentencia de Platón es muy verdadera y muy profunda, y aún muy usada, porque no vemos cada día otra cosa sino a muchos hombres que la fama, la honrra, el reposo y las riquezas tienen fuerças para alcançarlas y después no tienen coraçón para goçarlas. Julio César fué a quien natura dotó de más gracias y a quien fortuna dió más vitorias, y con todo esto, decía dél el gran Pompeyo que tenía buen ardid en vencer cualquiera batalla, mas que después no sabía goçar de la vitoria. Si en la muy nombrada batalla de Canas supiera Hanibal gozar del vencimiento, nunca después él fuera en los campos de Carthago por Scipión Africano vencido.

Tomadlo, señor, como quisiéredes y sentidlo como mandáredes, que de mi parescer y voto no es tan cruel enemigo el que me arroja la lança en la guerra como el que me viene a echar de mi casa. Conforme a lo que hemos dicho, decimos que pues no podemos huir de los trabajos, que a lo menos ahorremos de algunos enojos dellos, porque sin comparación son más los enojos que nosotros nos buscamos que los que nos causan nuestros enemigos.

No quiero más en esta carta decir, sino que el señor Rodrigo de Bivero y yo hablamos algunas cosas dignas de saber y peligrosas para escrebir; yo las fié de su nobleza acá, y él las relatará allá.

No más sino que nuestro Señor sea en su guarda y a mí dé gracia para que le sirva.

De Medina del Campo, a VIII de enero de MDXII años.




ArribaAbajo- 14 -

Letra para don Enrique Enrríquez, en la cual el auctor le responde a muchas demandas graciosas.


Valdivia, vuestro solicitador, me dió una carta, la cual parescía bien ser de su mano escripta, porque traía pocos renglones y muchos borrones. Si como os hizo Dios caballero os hiciera escribano, mejor maña os diérades a entintar cordobanes que no a escrebir procesos. Siempre trabajad, señor, en que si escribiéredes alguna carta mensagera, que los renglones sean derechos, las letras juntas, las razones apartadas, la letra buena, el papel limpio, la nema subtil, la plegadura igual y el sello claro, porque es ley de corte, que en lo que se escribe se muestre la prudencia, y en la manera del escrebir se conozca la criança.

En la carta que me fué dada se contenían muchas preguntas debaxo de muy pocas palabras, y porque con una turquesa hagamos ambos a dos bodoques, será, pues, el caso que a cada pregunta responderé una sola palabra. Preguntáisme, señor, que a qué vine a la Corte, y a esto os respondo que no vine de mi voluntad, sino que me constriñó necesidad, porque en el debate y pleito que trahemos la Yglesia de Toledo y yo, fuéme necesario venirme a desculpar y, al pleito desmarañar. Decísme, señor, que qué es lo que hago en la Corte, y a esto os respondo que según mis contrarios me siguen y mis negocios se alargan, que ninguna cosa hago sino que me deshago. Decís, señor, que os escriba qué es la cosa en que más ocupo el tiempo, y a esto os respondo que, según los cortesanos, tenemos por officio malquerer, cizañar, blasfemar, holgar, mentir, trafagar y maldecir, con más verdad podremos decir del tiempo que le perdemos que no que le empleamos. Decísme, señor, que quiénes son los con quien más converso en esta Corte, y a esto os respondo, que es de tan mal viduño la Corte y su gente, que los que en ella andamos, y dende niños nos criamos, no es nuestro estudio en buscar con quien conversemos, sino en descubrir de quien nos guardemos. Apenas tenemos tiempo para defendernos de los enemigos, ¿y queréis que nos ocupemos en buscar nuevos amigos? En las cortes de los príncipes yo confieso que hay conversación de personas, mas no hay confederación de voluntades, porque aquí la enemistad es tenida por natural y la amistad por peregrina. Es de tal condición la Corte, que los que más se visitan peor se tractan, y los que mejor se hablan peor se quieren. Los que andan en las cortes de los príncipes, si quieren ser curiosos y no necios, hallarán muchas cosas de qué se espantar, y muchas más de qué se guardar.

Decís, señor, que cómo están de sus diferencias el Almirante y el Conde de Miranda; a esto os respondo que el Almirante, como poderoso, y el Conde, como privado, danse bien el uno al otro qué hacer y a nosotros dan harto en qué murmurar. Preguntáisme, señor, que qué nuevas tenemos del Emperador, si viene o no; a esto os respondo, que lo que agora sabemos es que el turco es retraído, Florencia se concertó, el Duque de Milán se retraxo, venecianos amainaron, el Papa y César consagraron, los Estados de Nápoles se repartieron, el cardenal Coluna murió, al Marqués de Villafranca hicieron Visorrey de Nápoles, al Príncipe de Orange mataron y al chanciller y al confesor sendos capelos les dieron. Otras nuevas secretas escriben de allá que son para los que tocan lastimosas y para los que las oyen graciosas, y son que muchos de los que fueron a Italia con César se han allá enamorado, y más de lo que era menester derramado; mas en este caso yo vos juro, señor, que según me zumban los oídos, sus mugeres tomen acá vengança dellos, porque si ellos dexaren allá algunas mugeres preñadas, también hallarán acá las suyas paridas.

Decís, señor, que os escriba cómo nos va esta cuaresma de bastimentos; a esto os respondo que, por la gracia de Dios, no nos han faltado en esta cuaresma hartos pescados que comer, y aún hartos pecados que confesar, porque ha venido la cosa a tanta disolución y desvergüença, que tienen los caballeros por estados y pundonor de honrra comer carne en cuaresma. Preguntáisme, señor, si está la Corte cara o barata. A esto os respondo que me dijo mi mayordomo que dende octubre hasta abril había gastado en mi despensa ciento y cuarenta ducados de carbón y leña, y cáusalo esto que esta villa de Medina, cuanto es rica de ferias, tanto es pobre de montes; por manera que, echada bien la cuenta, nos cuesta tanto la leña como la olla que se guisa. Otras cosas hay en esta Corte a buen precio, o, por mejor decir, a buen barato; es a saber: crueles mentiras, nuevas falsas, mugeres perdidas, amistades fingidas, envidias continuas, malicias dobladas, palabras vanas y esperanças falsas; de las cuales ocho cosas tenemos en esta Corte tanta abundancia, que se pueden poner tiendas, y aun pregonar ferias.

Preguntáisme, señor, si hay buena expedición en los negocios, porque querríades enviar a despachar algunos. A esto os respondo que, según las cosas de la Corte son pesadas, enojosas, prolijas, costosas, entricadas, malhadadas, deseadas, sospiradas, lamentadas y marañadas, téngome por dicho, que si son diez los despachados, van noventa despechados. Escrevísme, señor, que os escriba si hay ogaño buena feria aquí en Medina. A esto os respondo, que como yo soy cortesano y pleiteante, y no tengo mercaduría que vender, y menos dineros con que la comprar, ni sé de qué la loar, ni hallo de qué me quexar, mas de que andando por esta feria veo en estas tiendas de burgaleses tantas cosas ricas y aplacibles que en mirar las tomo gozo y de no poderlas comprar tomo pena. La Emperatriz salió a ver la feria, y como princesa prudentísima, no quiso consigo sacar ninguna dama, porque siendo los galanes que las sirven tan pobres y tan pocos, no pudiera ser menos sino que ellas se desmandaran a pedir ferias y ellos se obligaran a pagarlas.

Preguntáisme, señor, si está la Corte sana, y sí hay en alguna parte pestilencia. A esto os respondo que de calenturas, tercianas, cuartanas, nascidas y otras enfermedades corporales todos estamos sanos y buenos, excepto el licenciado Alarcón, que estando relatando un proceso en el Consejo, se cayó muerto de súbito, y de verdad que espantó en la Corte a muchos su muerte, aunque a ninguno vi ni por eso enmendar la vida. Otras enfermedades hay en esta Corte que no son corporales, sino espirituales, así como iras, envidias, competencias, rencores, bandos y homicidios; las cuales enfermedades consisten, no en que andan los cuerpos dañados, sino en que están los baços hinchados y los hígados podridos.

Muchas veces he tornado a leer vuestra carta y no he hallado más a qué responder a ella, que a la verdad más parescía interrogatorio para tomar testigos que no carta para amigos. No quiero más decir, sino que escapo de escribiros muy cansado y aun enojado, no de responder a la carta, sino de construir vuestra maldita letra.

Nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé gracia para que le sirva.

De Medina del Campo, a V de junio de MDXXII.




ArribaAbajo- 15 -

Letra para don Antonio de la cueva, en la cual se expone una auctoridad de la sacra escriptura muy notable, es a saber, por qué Dios no oyó al apóstol y oyó al demonio contra Job.


Magnífico señor y muy particular dilecto:

Alonso de Espinel me dió una letra de Vuestra Señoría, aquí en Toledo, la fecha de la cual era de doce de mayo, y son ya diez y siete de junio; de manera que a vuestra carta ni la podíamos condenar de rancia, ni aún loar de fresca. Muchos de muchas partes me escriben, y a las veces son tales las cartas, que de leerlas me importuno y de responderlas me enojo. Ver una carta mal escripta y peor notada ni se puede sufrir ni dejar della murmurar. ¿Revéese un labrador en arar derecho y igual una tierra, y no se presciará un hombre de notar y escrebir bien una carta? Muchos hombres hay que tan fácilmente toman la Péñula para escrebir como la taça para beber, y lo que es peor de todo, que se precian de estar parlando y escribiendo, lo cual se le parece bien a sus cartas, porque la letra es inteligible, y el papel borrado, los renglones tuertos y las razones nescias. Para conoscer a un hombre si es cuerdo o loco, mucha parte es mirarle si escribe sobre acuerdo y habla sobre pensado, porque no ha de escrebir el hombre lo que viene a la memoria, sino lo que le dita la razón. Plutarcho dice de Phalaris, el tirano, que jamás escribió sino estando solo y retraído, y de su propria mano; de lo cual se le siguió que aunque blasfemaban todos de sus tiranías, eran por todo el mundo loadas sus cartas. Miento si no me escribió una vez un caballero pariente mío una carta de dos pliegos de papel, y como escribió tan largo y no tornó a releer lo que había escrito, las mesmas razones y las mesmas palabras que había puesto en el principio tornó a poner en el cabo, de lo cual me enojé tanto, que la carta quemé y a él no respondí. No son, por cierto, de esta calidad vuestras cartas, las cuales son para mí dulces de leer y no pesadas de responder, porque en las burlas son muy jocosas y en las veras son muy prudentes.

Decís, señor, que leyendo en los Morales de Sant Gregorio notastes, y aun os maravillastes, de ver que el demonio pidió licencia a Dios para hacer mal al santo Job, y diésela, y el apóstol Sant Pablo rogó a Dios que le quitase la tentación de la carne, y no quiso quitársela; por manera que oyó Dios al demonio y no condescendió en lo que le rogaba Sant Pablo. No os maravilléis, señor, desto, que las cosas que hace la Divina Providencia son tan justas, y por tan justas causas hechas, que, dado caso que nosotros no las podemos alcançar, no por eso carecen de razón para que no se deban de hacer. Si profundamente se mira lo que hizo Dios con el Apóstol, hallaremos que fué más lo que le dió que no lo que él le pidió; porque él pedía que le quitase la tentación de la carne, y Dios diéle gracia para vencerla. ¿Qué injuria hace el príncipe al capitán que envía a la guerra si le hace seguro de la vitoria? Si absolutamente quitara Dios la tentación de la carne al apóstol Sant Pablo, ni le quedara ocasión para merescer, ni le fuera dada la gracia para vencer, porque más regalado es de Dios a quien ayuda Él a vencer, que no al que escusa de pelear. No desesperemos, no nos aflijamos, no nos congoxemos, ni tampoco de Dios nos quexemos, si luego no nos quiere dar lo que le pedimos, porque no lo hace Él con desamor de no nos querer oír, sino porque lo quiere en otra mejor cosa comutar. Él sabe lo que hace, y nosotros no le entendemos; Él sabe lo que niega, y nosotros no lo que pedimos; Él mide todas las cosas con la razón y nosotros no, sino con el apetito; Él niega lo que nos daña y concede lo que nos aprovecha; finalmente, digo que Él sabe cómo nos ha de tratar, y por eso nos debemos del todo dexar a su parescer. Había visto el Apóstol los invisibles y divinos secretos, los cuales de sus antepasados habían sido assaz deseados, mas nunca vistos, y porque de aquella tan alta revelación no se jactase ni ensoberveciese, no quiso el Señor quitarle el estímulo de la carne, de manera que en recompensa de no condescender a lo que quería, le quitó la ocasión de pecar, y le dió la gracia para vencer. De más piedad usó Dios con Sant Pablo en no le querer oír que en le oír; porque si le quitara el estímulo de la carne, ya pudiera ser que cuanto disminuyera en la tentación, tanto más cresciera en la soberbia. Cuando permite el Señor que sea uno tentado, no se sigue que por eso es de Dios aborrescido; antes para mí lo tengo por señal que es de Dios escogido, porque según Sant Gregorio dice, no hay mayor tentación que no ser uno tentado. Amojonado dejó Christo el camino del cielo, y los mojones de este viaje son tribulaciones y adversidades, desdichas y enfermedades; de manera que no es otra cosa acordarse Dios de uno sino permitir que sea en este mundo tentado. Ténganse por dicho que van del todo perdidos los que en este mundo son de tribulaciones esentos y previlegiados, porque el enemigo del linage humano, que es el demonio, a todos los que él tiene registrados por suyos trabaja porque vivan muy regalados.

También decís, señor, que estáis muy maravillado de ver la osadía que tuvo Dios en se la dar, de manera que negó a Sant Pablo lo que quería y condescendió con el demonio en lo que pedía. Aunque no tenéis, señor, razón, tenéis ocasión de preguntar lo que preguntáis, que a la verdad es cosa recia consentir que nuestro enemigo haga mal a nuestro amigo. Lo que en este caso osaría yo decir es que vale más sufrir el mal que no tener auctoridad para hacerlo, y desta manera más envidia tenemos al sancto Job de lo que sufría, que no al demonio de lo que hacía. Muy remoto debe estar de la voluntad divina al que, habiendo de darle gracia para servirle, da licencia para ofenderle. Gran mal es ser el hombre malo, mas muy peor es hacer mal al que es bueno, porque los pecados proprios bien vee Dios que proceden de flaqueza, mas el perseguir a los buenos siempre nace de malicia. Si los hombres piden a Dios de rodillas que les dé gracia para servirle, débenle pedir con lágrimas que no les dé lugar para ofenderle, porque al fin, si no hago buenas obras, no habré galardón; mas si las hago malas, darme han por ellas pena. Con Caín mata a Abel, con Esaú persgiue a Jacob, con Saúl destierra a David, con Nabuzardan enciende a Hierusalem, con Achad encarcela a Micheas, con Sedechias asierra a Esayas y con el demonio destruye al sancto Job, el hombre que con la muchedumbre de sus pecados meresce ser émulo y verdugo de los buenos. Mucho ofendía el demonio a Job en tentarle; mas mucho más merescía el sancto Job en sufrir aquella tentación, porque en las persecuciones de los justos más mira Dios en la paciencia del que sufre que no en la malicia del que persigue.

Decís, señor, que os escriba qué fué lo que prediqué este otro día al Emperador; es a saber, que los príncipes que tiránicamente gobiernan sus repúblicas más habían de temer a los hombres buenos que no a los que eran malos. Lo que yo, señor, en este caso dixe, fué que los hombres tiránicos, y que en las repúblicas tienen preheminentes officios, mucho más se recelan de la bondad de los buenos que no de la acechança de los malos, porque entre otros este previlegio tiene la virtud, es a saber, que en los menores pone espanto y a los iguales pone envidia, y a los mayores temor. Dionisio Siracusano más temor tenía al divino Platón que estaba en Grecia que a cuantos enemigos tenía cabe sí en Sicilia. El rey Saúl más se recelaba del merescimiento de David que no de las armas de los philisteos. El superbo Amán, privado que fué del rey Asuero, mucho más sintió tenerle en poco el buen Mardocheo, que no servirle y aún adorarle todos los del reino. Herodes Ascalonita en más tenía, y aún temía, a sólo Sant Juan Baptista, que no a todo el reino de Judea. Finalmente, digo y afirmo que ninguno puede con verdad decir ni afirmar que tiene enemigo, sino cuando tiene por enemigo a algún bueno, porque el malo hiere con el cuchillo, mas el bueno hiere con el crédito. Guárdaos, señor, de os tomar y competir con hombre que de su natural es bueno, y que tiene en la República con todos crédito, porque más daño os hará él a vos con una palabra que no vos a él con una lançada.

A lo que decís, señor, del comendador Juan de Torres, que no quiso la gobernación de Ocaña que le daban los gobernadores, diciendo que él merescía más, y que el Rey le daría más cuando viniese de Flandes, a esto le respondo que me paresce falta de cordura, y aún sobra de locura, dexar el galardón cierto por la esperança dudosa. Conjuráisme también, señor, que os escriba qué me paresció del señor presidente don Antonio de Rojas, cuando le hablé en vuestro negocio; a esto vos respondo que me paresce áspero en las respuestas y cuerdo en las obras. No estoy bien con muchos de esta Corte que le calumnian lo que dice y no miran después lo que hace, como sea verdad que aún muchos de nuestros amigos nos dan a quintales las palabras y por onças las obras. Escrebísme que os escriba qué es lo que siento del embaxador de Venecia; pues yo converso con él, y él se confiesa conmigo; sé os decir, señor, que es docto en la sciencia y corregido en la vida y muy mirado en su conciencia, y que se puede decir por él lo que decía Platón de Focion su amigo, que amaba más ser que parecer virtuoso. En el otro negocio particular y secreto que de su parte me habló Alonso Espinel, con aquella fe que me embiastes, señor, la creencia, rescebid también la respuesta.

De Toledo, a XXX de junio de MDXXV.




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Letra para el maestro fray Juan de Benavides, en la cual se expone lo que dice en la escriptura. «Spiritus domini malus arripiebat saulem».


Reverendo y muy precordial padre:

La letra de vuestra paternidad, hecha en Salamanca, rescebí aquí en Soria, la cual luego leí y después muchas veces torné a leer, porque rescebía muy gran consolación en acordarme de quién la enviaba y en notar lo que traía. Con la letra del verdadero amigo alégrase el espíritu, cébanse los ojos, recréase el coraçón, confírmase la amistad y desenfádase el entendimiento. Plutarcho dice en el libro De Fortuna Alexandri, que el Magno Alexandro jamás leía las cartas que le enviaban los tiranos, ni rompía las que le escribían los philósophos. Todas las cartas que escribió Marco Antonio a Cleopatra, y todas las que escribió Cleopatra a Marco Antonio halló muy guardadas el emperador Augusto después que Marco Antonio murió y de Cleopatra triumphó. Las cartas que escribió Cicerón a Publio, Lentulo, y a Thito, y a Rupho, y a Fabato, y a Drusio, que eran sus familiares y amigos, todas se hallaron en poder dellos, y no en los originales dél. Quanto a lo que vuestra paternidad escribe, y por su carta me manda que le escriba, podría muy bien responder lo que respondió la gloriosa Sancta Águeda a la Virgen Sancta Lucía, es a saber: «Quid a me petis Lucia virgo, nam ipsa poteris prestare continuo matri tue». En este caso y en esta demanda no sé cuál de nosotros es digno de mayor pena: vuestra paternidad de tentarme de paciencia, o yo por arrojarme a publicar mi ignorancia, porque no es digno de menor culpa el que peca que el que es causa del pecado. Si «nequeo ascendere in montem cum Loth, ad minus salvabor in segor»; quiero decir que si vuestra paternidad no se satisficiere con lo que respondiere, satisfaga se con lo que yo querría responder, porque según decía Platón, el que trabaja por no errar, muy cerca está de acertar.

Mandáisme que os escriba cómo siento y cómo entiendo aquella palabra que está escripta en la Sagrada Escriptura (I. Regum, XVI, cap.), a do dice hablando del rey Saúl y de su enfermedad: «Spiritus domini malus arripiebat Saulem». El primero rey de Israel se llamó Saúl, y fué elegido del tribu de Benjamín, que era el último tribu de todos los tribus, y en el segundo año de su reinado tomábale el espíritu del señor malo, el cual no quería dél salir, ni dexarle de atormentar, hasta que el buen rey David venía delante dél a tañer y cantar. Es, pues, agora la duda, cómo se puede entender y compadescer que diga la Escriptura: «Spiritus domini malus arripiebat Saulem». Si «spiritus erat domini quomodo erat malus, et si erat malus, quomodo erat domini?» Paresce cosa recia y inteligible decir por una parte que aquel spíritu que tenla Saúl era del Señor, y por otra parte decir que el espíritu era malo, pues si el spíritu era del Señor, cómo era malo, y si era malo, cómo era del Señor. Para entendimiento desto es de saber que está escripto, I. Regum, XXVI, que teniendo cercado el rey Saúl a David, y estando una noche durmiendo en su tienda, pasó por medio de los reales David, y tomó de la cabeça del rey la lança con que peleaba, y el barril del agua con que bebía, y en todos estos pasos nunca fué de la guarda real visto, ni de las centinelas sentido, y la causa era «quia sopor danni irruit super eos». Decir, como dice la Sagrada Escriptura, que cayó sobre él el sueño del Señor, es totalmente verdad; mas decir que Dios tiene sueño y se necesita a dormir, es muy gran burla, porque según dice el psalmista: «ecce non dormitabit neque dormie, qui custodit Israel». Quando dice la scriptura «quod sopor danni irruit super eos», ha se de entender «non quod ipse dominus dormiret sed quia eius nutu infusus esset nec quisquam presentiam David sentiret». Quiso la Providencia divina echar sueño sobre el rey Saúl y sobre su guarda y sobre los de su real, no para recrear a ellos, sino para guardar a David, de manera que en Dios su sueño y su providencia todo es una mesma cosa. Es el Señor tan celoso de sus escogidos, y tan cuidadoso de guardarlos, que no solamente les da gracia para conseguir los buenos fines, mas aún los encamina siempre por buenos medios, de manera que si permite que trabajen, no consiente que peligren.

Viniendo, pues, al propósito, es de saber que de la manera que en las escripturas se entiende «sopor domini irruit super eos», de aquella mesma manera se entiende «spiritus domini malus arripiebat Saulem». Y para más declaración desto, digo que de si «diabolus tentationem iustis semper inferre cupiat, tamen si a Deo potestatem non accipit, nulatenus adipisci potest quod appetit». El spíritu que tentaba y atormentaba al rey Saúl por eso se llamaba «Spiritus malus», porque la voluntad del demonio en tentarnos es mala, y por eso se llama también «Spiritus domini», porque el poder que le daba el Señor para tentarnos es bueno. Cuando Dios da licencia a algún demonio para que vaya a luchar y a desassosegar a algún varón justo, no es la intención de Dios que le tiente, sino que le exercite, porque es de tal calidad la virtud, que luego a la hora se para marchita, cuando no es con trabajos exercitada. El trigo que no se traspala cómelo gorgojo, la vestidura que no se viste róela polilla, la madera que no se ahuma desentráñala carcoma, el hierro que no se trata tómase del orín, y el pan que mucho se añeja cúbrete el moho. Quiero por esto que he dicho decir que no hay cosa que nos torne floxos y tibios, como es estar algún tiempo que no seamos tentados. Muy mayor cuidado tiene Dios de nosotros que nosotros de nosotros mismos, porque al fin, como nosotros valgamos poco y samos para poco, si nos relaxamos, Él nos anima; si nos echamos a dormir, Él nos despierta; si nos cansamos, Él nos ayuda; si nos entibiamos, Él nos esfuerça; si nos descuidamos, Él nos incita. Finalmente digo que dexando como nos dexamos nosotros mesmos caher muchas veces, Él solo nos da la mano para nos levantar.

Fué, pues, tentado el sancto Job del spíritu malo del Señor, no porque en aquel varón hubiese alguna notable culpa, sino porque en el demonio reinaba envidia y malicia, porque el maldito de Sathán no tenía envidia de la mucha hacienda que Job tenía, sino de la excelentísima vida que hacía. A la hora que uno es malo desea que todos sean malos, y si es infame, que todos sean infames, por manera que no hay tan peligrosa envidia como la que tienen los hombres malos de los que son buenos y virtuosos. Si uno es bueno y rico y vive cabe otro que es malo y malicioso primero trabaja el que es malo de quitar al que es bueno el buen crédito que tiene, que no la hacienda que posee. Fué Abraham tentado cuando le mandaron que degollase a su hijo; fué Tobías tentado cuando perdió la vista; fué el sancto Job tentado cuando le mataron los hijos, y le tomaron la hacienda, y se hinchó de sarna; en las cuales tentaciones aquellos varones sanctísimos padescieron mucho y aun perdieron mucho; mas al tiempo de la paga no se les dió el galardón conforme a la hacienda que perdieron, sino según la paciencia que tuvieron. Pues es cierto que todas las pasiones o las envía Dios o vienen de manos de Dios, razón es que las tomemos como enviadas de la mano de Dios, el cual es tan justo en lo que manda, y tan limitado en lo que permite, que nunca nos dexa tentar tanto como podemos padescer. Con los hombres que son de buena vida, y tienen cuenta con su consciencia, la licencia que da Dios al demonio para tentarlos es muy limitada, y la paciencia que les da es muy cogolmada. «Et de hoc hactenus sufficit».

El comendador Inestrosa vino de la Corte por aquí a verme; el qual venía tal, que de haber ido allá me dixo que estaba arrepiso, y de lo que se había detenido dixo que estaba despechado, y de lo que le había sucedido estaba aborrido; de manera que de verle contar sus muchos trabaxos me fué causa de tener en poco los míos. Los hombres tristes no se han de ir a consolar con los que están alegres, sino ir a buscar a otros que están muy más tristes y aborridos que no ellos, porque si esto hacen, hallarán por verdad que es muy poco lo que ellos sutren, según lo mucho que otros padescen.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda, y a mí dé gracia para que le sirva.

De Soria, a IIII de março de MDXVIII.




ArribaAbajo- 17 -

Letra para el marqués de los Vélez, en la cual se escribe algunas nuevas de Corte.


Muy ilustre y muy particular deudo y señor:

Garci Rodríguez, criado y solicitador de Vuestra Señoría, me dió una carta suya, hecha a siete del presente en Vélez el Rubio, la cual vino con más presteza y aún más fresca, que no los salmones que nos traen aquí de Bayona. Escrebísme, señor, que os escriba qué es lo que hay de nuevo y qué mundo corre; a lo cual os osaré yo, señor, responder, que en esta Corte ninguno corre, mas de que andan todos corridos. Pestilencia es ya muy antigua en las Cortes de los príncipes que llaman los hombres no les responden, amando los aborrescen, siguen a quien no los conosce, buscan a quien dellos huye, sirven a quien no les paga, esperan lo que no se da, y procuran lo que no se alcança. Tales y tan grandes trabajos como son éstos, aunque acabemos con el cuerpo que los sufra, no acabaremos con el coraçón que los disimule. Si el cuerpo padesce dolores y el coraçón está rodeado de angustias, más presto cesa el cuerpo de se quexar que el coraçón de sospirar. Plutarco dice de Eschines el Philósopho que, siendo como era tan enfermo, jamás se quexaba de la ijada que le fatigaba, y por otra parte quexábase mucho si alguna tristeza le sobrevenía. Como hombre cuerdo, me paresce, señor, que habéis acordado de estaros en vuestra casa, visitar a vuestra tierra, gozar de vuestra hacienda, entender en vuestra vida y en el descargo de vuestra consciencia, por manera que las cosas de la Corte holguéis de oirlas y huyáis de verlas. A la verdad, según todas las cosas que aquí pasan son fictas, vanas, vacías, inconstantes y peligrosas, es pasatiempo oirlas y muy gran desespecho verlas.

Decís, señor, que os escriba si me hallo alguna vez al comer de la Emperatriz, y qué son las cosas y viandas que más come agora que es invierno. Como agora hay pocos prelados en la Corte, yo, señor, me hallo cada día en su comer, y a su cenar; no para ver, sino para la mesa le bendecir, y sé os, señor, decir que, si a ella bendigo, a mí maldigo, porque a la hora que salgo de Palacio para ir a comer es ya hora de acabar la siesta de dormir. Mucho a menos trabajo se sirve Dios que no el rey, porque el rey no acepta el servicio sino cuando él quiere, mas nuestro Dios no sólo acepta el servicio cuando Él quiere, mas aún cuando nosotros queremos. A lo que decís qué come y cómo come la Emperatriz, sé os, señor, decir que come lo que come, frío y al frío, sola y callando, y que la están todos mirando. Si yo no me engaño, cinco condiciones son éstas que abastaba una sola para darme a mí muy mala comida. Agora, señor, es invierno, en el cual, naturalmente, es tiempo triste, frío y encogido, y cada uno huelga de comer al fuego su comida, y caliente, y acompañado, y hablando, y que no le esté nadie mirando, porque en tiempo de regocijo, cuando alguno no come ni sirve, sino que está callando, y entre sí pensando, osaría yo decir del tal que no nos mira, sino que nos acecha. Comer en el invierno algún manjar frío también es gran desabrimiento, porque las cosas resfriadas dañan al estómago y no tienen apetito. Comer el hombre solo también es gran soledad, que al fin no se deleita el hombre generoso tanto con el manjar que come, cuanto se huelga con la compañía que a la mesa tiene. Comer uno sin hablar y sin se escalentar, diría yo que procede lo uno de torpedad y lo otro de mezquindad. No son los príncipes obligados a estar subjectos a estas reglas porque les es forçoso tener gran severidad en el vivir y tener gran auctoridad en el comer. Sea, señor, como fuere y coma como mandare, que al fin yo tengo a Su Magestad más envidia a la paciencia que tiene que no a la comida que come.

Los manjares que le sirven a la mesa son muchos, y de los que ella come son muy pocos, porque, si no me engaña su philosomía, es la Emperatriz de muy buena condición y de flaca complisión. De lo más que come es melones de invierno, vaca salpresa, sopas abajadas, palominos duendos, menudos de puerco, ansarones gruesos y capones asados; de manera que come con lo que los otros se empalagan y aborresce por lo que los rústicos sospiran. Pónenle delante pavones, perdices, capones, francolines, faisanes, manjar blanco, mirraustre, pasteles, tostadas y otros varios géneros de golosinas, de lo cual todo no sólo no quiere comer, mas aún muestra pesadumbre en lo mirar; por manera que el contentamiento no consiste en lo mucho o poco que tenemos, sino en sólo aquello a que nos inclinamos. En toda la comida no bebe más de una vez, y ésta es, no de vino puro, sino de agua envinada; de manera que con sus escamochos ninguno podrá satisfacer el apetito, ni menos matar la sed.

Sírvese al estilo de Portugal; es a saber, que están apegadas a la mesa tres damas y puestas de rodillas, la una que corta y las dos que sirven, de manera que el manjar traen hombres y le sirven damas. Todas las otras damas están allí presentes en pie y arrimadas, no callando sino parlando, no solas sino acompañadas; así que las tres dellas dan a la Emperatriz de comer y las otras dan bien a los galanes que decir. Auctorizado y regocijado es el estilo portugués; aunque es verdad que algunas veces se ríen tan alto las damas y hablan tan recio los galanes, que pierden su gravedad y aún se importuna Su Magestad.

A lo que decís, señor, que cuáles son más: las damas requestadas o los galanes que las sirven, a esto os respondo lo que dixo Isaías, es a saber: «Aprehendent septem mulieres virum unum». Muchos hijos de caballeros y señores trabajan por ver las damas y hablarlas y servirlas; mas al tiempo del casar, ninguno se quiere casar con ellas, de manera que «justicia, justicia, mas no por mi casa». A lo que decís que quién dió el capelo al señor cardenal, díóselo don Francisco de Mendoça, obispo de Çamora, y, si yo no soy mal adevino, el señor obispo quisiera más estar de rodillas a rescebirle, que no asentado dándole. Diéronle el capello en la Yglesia de Sant Antolín, y al tiempo que se le daban hizo tan grandísima tempestad de vientos y aguas, que si como era cristiano fuera romano, o no lo rescibiera, o para otro día le dilatara. No lo hayáis, señor, a burla que fué en aquella hora el aire tan importuno y el agua tan recia, que cuando el cardenal salió de allí hecho cardenal, él se aprovechó más del sombrero que llevó que no del capello que le dieron. El banquete que hizo el cardenal fué generoso en el gasto y prolixo en el tiempo, en que començamos a comer a la una y acabamos a las cuatro. Acerca del beber, halláronse allí buenos vinos y aún buenos bebedores, porque Toro, Sant Martín, Madrigal y Arenas causaron que algunos diesen allí algunas çancadillas.

Cuanto al aposento, no me preguntéis, señor, si tengo buena posada, sino si tengo posada, porque ya digo yo muchas veces a Juan de Ayala, el aposentador, que de nuestro Señor alcançamos lo que queremos con ruegos, y que dél no podemos sacar una posada aún con lágrimas. En un del adviento, predicando en la capilla a Su Magestad, dixe que Sant Juan Bautista se había ido a morar al desierto, no sólo por ahorrar de pecados, mas aún por no tener que hacer con aposentadores.

Preguntáisme, señor, si hay mucha gente en la Corte. A mi parescer hay pocos hombres y muchas mugeres, porque de Ávila vinieron con la Corte hartas, y aquí, en Medina, había muchas, y allende de éstas Toro, Çamora, Salamanca y Olmedo han enviado otras ventureras, de manera que si en Palacio hay para un galán siete damas, hay en la Corte para un cortesano siete cortesanas. Como César está en Flandes, el invierno hace recio, el año también es caro, no hay quien esté en la Corte por voluntad, sino por necesidad.

Decís, señor, que os escriba qué me paresce del duque de Béjar, el cual allegó tan gran tesoro en la vida, que dejó cuatrocientos mil ducados en la muerte. Materia es ésta peligrosa de escrebir, y odiosa de oír; mas al fin mi parescer es que él que anduvo a buscar cuidado para sí, envidia para sus vecinos, espuelas para sus enemigos, despertador para los ladrones, trabajo para su cuerpo, ansias para su espíritu, escrúpulo para su conciencia, peligro para su ánima, pleitos para sus hijos y maldiciones de sus herederos. Grandes competencias y debates andan entre la duquesa vieja y el duque nuevo, y el conde de Miranda, y los otros sus deudos y herederos, sobre la herencia de su hacienda y sucesión de su casa; por manera que hay muchos que procuran de heredar sus dineros y ninguno que tome cargo de sus descargos. En el año de mil y quinientos y veinte y tres, estando yo malo en Burgos, me fué a ver el Duque, que aya gloria, y preguntóme que quién se podría llamar propiamente avaro, porque lo avía a muchos preguntado y ninguno a su voluntad le había respondido. Lo que le respondí así de presto fueron estas palabras: «El hombre que se puede escalentar a buena lumbre y se dexa ahumar, y el que puede beber buen vino y lo bebe malo, y el que puede tener buena vestidura y la tiene astrosa, y el que quiere vivir pobre por morir rico, aquél sólo, y no otro, podemos llamar avaro y mezquino». E dixele más: «Creedme, señor Duque, que para más tengo yo al hombre que se arroja a repartir las riquezas que no al que sabe allegarlas; porque para ser uno rico abasta que sea solícito; mas para deshacerse de las riquezas ha de ser generoso».

A lo que decís, señor, desta villa de Medina que qué me paresce, sé os decir que mi parescer es que ni tiene suelo ni cielo, porque el cielo está siempre cubierto de nubes y el suelo lleno de, lodos, por manera que si los vecinos la llaman Medina del Campo, los cortesanos la llamamos Medina del Lodo. Tiene un río que se llama Çapardiel, el cual es tan hondo y peligroso que las ánsares hacen pie en él al verano. Como es río estrecho y cenagoso, provéenos de muchas anguilas, y aún encúbrenos con muchas nieblas.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y a mí dé gracia con que le sirva.

De Medina del Campo, a XVIII de julio, año MDXXXII.




ArribaAbajo- 18 -

Letra para el obispo de Túy, nuevo presidente de Granada, en la cual le dice qué es el oficio de los presidentes.


Muy magnífico y muy reverendo señor y real pretor:

Sea para bien la nueva provisión que Su Magestad hizo de Vuestra Señoría para la presidencia de esta real Audiencia de Granada. Sé os decir, señor, que en esta tierra más sois conoscido por la fama que no por la persona, por eso trabajad que vuestra vida sea conforme a vuestra fama. Tened siempre delante los ojos, que si venís a juzgar que habéis también de ser juzgado, no de pocos, sino de muchos; no de las letras, sino de las costumbre; no de la hacienda, sino de la fama; no sólo en lo público, mas aún en lo secreto; no de las graves cosas, mas aún de las muy menudas. Uno de los grandes trabajos que tienen los que presiden y gobiernan las repúblicas es que, no sólo les juzgan lo que hacen, mas aún lo que piensan; no sólo las cosas que hacen en veras, mas las que hacen de burlas; de manera que todas las cosas que no hacen con severedad les juzgan por liviandad. Plutarcho dice en su Política que los athenienses notaban en Cimónides que hablaba alto; los thebanos acusaban a Panículo que escopía mucho; los lacedemonios decían de Ligurguio que andaba cabizbajo; los romanos criminaban a Scipión que dormía roncando; los uticenses infamaban al buen Cathón que comía con dos carrillos; los enemigos de Pompeo murmuraban dél porque se rascaba con un dedo; los carthaginenses a su Haníbal porque andaba desabrochado, y los sillanos infamaban a Julio César porque andaba mal ceñido. He aquí, señor, a qué se extiende la malicia humana, y en qué se ocupan los que están ociosos en la república, es a saber, que no loan lo que los hombres heroicos emprenden como animosos, sino que condenan lo que hacen como descuidados. Con razón pudieran loar a Cimónides, que venció la batalla Marathona; a Panículo, que rescató a Thebas; a Ligurguio, que reformó su reino; a Scipión, que venció a Carthago; a Cathón, que sustentó a Roma, a Pompeyo, que augmentó el Imperio; a Aníbal, que fué de immortal ánimo, y a Julio César, que le parecía poco ser señor del mundo, de lo cual podemos inferir que la gente baja y suez no hablan de los mayores y señores conforme a lo que la razón les dicta, sino según lo a que la envidia les persuade. Plinio dice que los romanos sólo en la provincia Bética tenían cinco jurídicos conventos; es a saber: el de Gades, Híspalis, Emeritano, Astaginensis y Cordubensis. Provincia Bética llamaban a la Andalucía; jurídicos conventos llamaban a las chancillerías; Gades era Cáliz, Híspalis, Sevilla; Cordubensis, Córdoba; Emerinensis, Mérida; Astaginensis, Écija. Destas cinco chancillerías, la primera y mayor dellas era la de Cáliz, porque allí residía el cónsul de la provincia, y en Mérida estaba la gente de guerra. He querido, señor, traheros a la memoria esta antigüedad para que advertáis y consideréis, que como entonces había muchos presidentes puestos para gobernar, había también muchos de quien murmurar, mas agora, como sois solo, ha de cargar la murmuración de vos solo.

La gente de esta tierra no es como la gente de la vuestra, porque acá son agudos, astutos, resabidos, disimulados y versutos, y por esto le aviso y prevengo que en el oír los sea largo, mas en las respuestas sean resoluto, que, como verá más adelante, más entendimiento dan a una palabra que glosas hay sobre la Biblia. Conservadlos, señor, en las costumbres antiguas que tienen y no curéis de intentar ni introducir cosas nuevas, porque las novedades siempre acarrean a los que las ponen enojos, y en los pueblos engendran escándalos. Estad, señor, siempre muy mirado, y andad muy recatado, porque en las casas de los jueces tantos entran a mirar como a negociar.

La casa de la Audiencia es húmeda, vieja, estrecha, pequeña, triste y sombría; de manera que está más para derrocar que no para morar. Pena os dará, señor, verla y congoja morarla; mas al fin habéis de consolaros con que venís a ella no a morar, sino a medrar. El señor presidente vuestro antecesor entró en ella obispo de Mallorca y salió de ella obispo de Ávila, y así placerá a Nuestro Señor que, como venís hecho obispo de Túy, tornéis hecho arçobispo de Sevilla, porque costumbre es ya muy antigua que nunca los presidentes son quitados hasta que son ya mejorados.

Teneos por dicho, señor, que el oficio de presidente es además muy honrroso, mas junto con esto es muy congojoso, porque ninguno se compadesce dél si trabaja y todos blasfeman dél si huelga. Hay otro trabajo en la presidencia, y es que vuestros amigos tienen licencia de veros y hablaros, mas vos, señor, no tenéis libertad de comunicarlos, porque si alguno en particular habláis y a cosas secretas vuestras le admitís, luego divulgarán por la Audiencia, y aun lo platicarán en la plaça, que tenéis más habilidad para ser mandado que capacidad para mandar. En cosas graves y arduas no repugna a la prudencia, ni aun a la conciencia, comunicarse el que es juez con sus fieles amigos, con tal que no sean los aficionados ni apasionados, porque así se arroja más el ingenio do tiene más fuerça la voluntad. De tal manera debéis conversar, comunicar y hablar y os aconsejar con vuestros familiares amigos, que tengan todos de vos creído que os aconsejan, mas no que os mandan. Con los que vinieren con vos a negociar, no les respondáis áspera ni desabridamente, porque ya que no llevan esperança de ser despachados, no es justo que de la respuesta vayan quexosos. En las palabras y en las mesuras y en las respuestas que diéredes tractá, señor, a cada uno según lo que quiere la condición de su estado, porque de otra manera loaros han unos de justo y notaros han otros de malcriado. Trabajad, señor, de ser en la República manso, piadoso, amoroso y bien quisto, de manera que os presciéis más de la bondad que usáis que de la auctoridad que tenéis. No seáis furioso, enojoso, bravo y absoluto, porque los jueces tenéis obligación de sufrir infinitas injurias, y no tenéis licencia de vengar ni una sola. Cuando estuviéredes enojado, turbado y aun injuriado, no prorrumpáis en ira, ni digáis alguna mala palabra, porque si el hombre que nos injuria es discreto, no tomamos dél poca vengança si a sus palabras no damos respuesta. Debe tener el buen presidente rectitud en el juzgar, limpieza en el vivir, presteza en el despachar, paciencia en el negociar y prudencia en el gobernar, las cuales cinco virtudes son en sí tan connexas y en él necesarias, que no le aprovecharán tanto las cuatro que tenga como les dañará la una que le falte.

De mí, señor, le hago saber que estoy en esta Audiencia pleiteando ha dos años contra la iglesia de Toledo sobre la abadía de Baça, en el cual pleito tengo ya en mi favor una sentencia, «per omnia, benedictus Deus». Agora, señor, estamos en grado de revista, y como los pleitos de revista no se pueden ver sin el presidente, «nil iam superest nisi quod descendas et ponas manum super eam, et illiquo resiliet». Por ser Vuestra Señoría el presidente y yo el pleiteante, no sufre esta letra ofrescimientos de palabra, ni menos permite servicios de obra, «ne imponamus crimen glorie vestre». Vuestra Señoría venga cuando viniere con alegría y entre en esta Audiencia en felice hora, que como sabe «positus est in ruinam, et in resurrectionem multorum». De oidores vicios y nuevos hallará un sacro Colegio, «dignum profecto tali viro».

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y a mí dé gracia para que le sirva.

De Granada, a XII de mayo de MDXXXI.




ArribaAbajo- 19 -

Letra para el guardián de Alcalá, en la cual se expone aquello del Psalmista que dice: «descendant in infernum viventes».


Muy reverendo y assaz religioso padre:

«Frater Antonius de Guevara, predicator et chronista Cesaris suo precordiali patri guardiano cumpluti, sal. plu. mittit. Quamuis hactenus non scripsi paternitati tue non tunc minus tibi deditus et affectus fui. Causarn autem mee taciturnitatis, tua singularis prudencia per sese optime novit. Literas tuas accepimus, que nobis jocunditati et voluptati fuerunt, nec enim est alius quisquis hominum cuius scripta libentius quam tua legamus, est enim in eius et dicendi ornatus, et debiti salis condimentum. Laudemus te bene valere, utinam et semper tibi sit. Et de his hac tenus». En el capítulo generalísimo prediqué, estando presente toda nuestra Orden, y entre otras auctoridades de la Sagrada Escriptura, expuse aquella palabra del Psalmista, que dice: «Descendant in infernum viventes». Dice, pues, agora vuestra paternidad que me ruegan tenga por bien, pues no la oyó entonces, se la refiera aquí como la dixe allí. El predicador que da por escripto lo que dixo en el púlpito oblígase tanto, que se obliga a perder su buen crédito, porque en boca de un gran predicador más es de ver el espíritu que da a lo que dice que no todo cuanto nos dice. Estando Eschines, el philósopho, en Rodas desterrado por los athenienses, como un día él relatase la oración que Demóstenes contra él había hecho y escripto, díxoles él: «Que si viérades aquella bestia de Demóstenes blasonar sus palabras y el espíritu que tenía en decirlas». Entre los treinta muy famosos tiranos que destruyeron la república de Athenas, fué uno dellos Pisistrato, en cuyo tiempo florescía el philósopho Damónidas, varón, por cierto, muy corregido en el vivir y elocuentísimo en el hablar. Deste philósopho Damónidas dixo un día a los del Senado de Athenas el tirano Pisistrato: «Todos los de Athenas y de Grecia libremente podrán venir comigo a negociar, y lo que les cumpliere hablar, excepto el philósopho, Daménidas, el cual me podrá escrebir, mas no venir comigo a hablar, porque tiene tanta eficacia en lo que dice que me persuade a lo que quiere». Teniendo cercada una ciudad de Grecia el rey Philipo, padre que fué del Magno Alexandro, vino en concierto con los que estaban dentro, que si dexaban entrar dentro al philósopho Theomastes a hablarles ciertas palabras, él se iría y el cerco alçaría. Tenía el philósopho Theomastes grande eloquencia en lo que decía y muy grande persuasión en lo que quería, y así acontesció allí que como entrase él solo en la ciudad y orase en el Senado, no sólo se rendieron y las puertas abrieron, mas al rey Philipo las manos por rey le besaron, de manera que fué más poderoso aquel philósopho con las palabras, que no el rey Philipo con las armas. Digo esto, Padre reverendo, porque va mucho, y muy mucho, de oír una cosa a leerla, y de leerla a oírla, que, como dice el Apóstol, «litera occidit, spiritus autem vivificat». La aucthoridad del propheta sed cierto que va escripta como fué predicada, mas hago os saber que va despiritada y insalsugena.

Viniendo, pues, al caso de lo que dice el propheta, es a saber, «descendant in infernum viventes», es la dubda cómo se puede compadescer que desciendan al infierno siendo vivos, y estando vivos cómo puedan estar en el infierno. Diciendo como dice en otro psalmo el propheta, «non mortui laudabunt te, domine, nec omnes qui descendunt in infernum», si los que van al infierno no han allí a Dios de loar, sino de blasfemar, ¿para qué nos manda allá el propheta descender? Decir que Orestes entró en el infierno en pos de las nimphas y que Eneas descendió allí a buscar a su padre, y que el músico Orpheo sacó de allí a su muger, y el valiente Hércules quebrantó las puertas, y el gigante Ethna ató al cancerbero, mas son éstas fictiones poéticas, que no verdaderas, porque al malaventurado que le toma una vez la noche en el infierno para siempre se queda allí sepultado. El que amanesce en la gloria nunca más verá la noche, y el que anoscheciere en el infierno nunca más verá el día, porque los escogidos tendrán allí día sin noche y los dañados tendrán noche sin día. Siendo los que debríamos ser, podemos la ida del infierno escusar; mas después que allá entraremos no es en nuestra mano salir, porque no hay cosa más consona a razón que aquel que por su voluntad se vino a la culpa, que contra su voluntad sufra la pena. Decir, pues, el propheta, «descendant in infernum viventes», a mi parescer, osaría yo decir que su fin fué persuadirnos y amonestarnos, «quod descendamus in infernum viventes, ut non descendamus postea morientes». Descendamos agora al infierno por contemplación, porque no descendamos después por eterna damnación. Descendamos a él por temor, porque no nos lleven a la noche. Descendamos solos, porque no nos compelan después a ir con los muchos. Descendamos a tiempo que nos podamos tornar, porque después no nos lleven para allá nos dexar. Finalmente, digo que es muy sancta cosa descender al infierno en la vida, porque no descendamos después en la muerte. Aquéllos descienden cada día en el infierno, que piensan en las graves penas, que se dan allá por el pecado, porque no hay tal socrocio para apartarnos de la culpa, como traer siempre a la memoria la pena.

¡Oh cuán sancta cosa es ir en romería a Roma, a Santiago y a Hierusalem, y a los otros lugares sanctos!, y no menos es sancto descender a los infiernos en las penas de los dañados, porque sin ver los cuerpos de los sanctos me convidan a ser virtuoso, por cierto que las penas de los dañados nos retraen de los vicios. Peregrine quien quisiere a Monserrate, váyase a ganar el jubileo de Sanctiago, prométase a Nuestra Señora de Guadalupe, váyase a Sant Lázaro de Sevilla, envíe limosna a la Casa sancta, tenga novenas en el crucifijo de Burgos y ofrezca su hacienda a Sant Antón de Castro, que yo no quiero otra estación sino la del infierno. No entiende en poco ni se ocupa en poco, ni ancla poco, ni emprende poco, ni aun peregrina poco, el que cada día da una vuelta al infierno. Una vez en el año visitaban su templo los hebreos; de cinco en cinco años celebraban sus lustros los sanitas; de cuatro en cuatro años festejaban sus olimpíadas los griegos; de siete en siete años renovaban el templo de Isis los egipcios; de diez en diez años enviaban presentes al oráculo de Delphos los romanos; mas el que es fiel y verdadero christiano, no de tanto en tanto tiempo, sino que cada hora y cada momento vaya y venga al infierno, porque de pena perpetua ha de ser la memoria. En las romerías de la casa sancta hay costa, hay trabajo y aun peligro; mas los que cada día visitan de pensamiento el infierno, ni tienen costa, ni pasan trabajo, ni corren peligro, porque es romería que se anda a pie enjuto y se visita a pie quedo. ¡Oh bienaventurada el ánima que cada día por las estaciones del infierno da una vuelta, en la cual contempla cómo los soberbios están allí abatidos, a los envidiosos cómo están castigados, a los golosos cómo están hambrientos, a los iracundos cómo están mansos y a los carnales cómo están consumidos: «descendant ergo in infernum viventes». De andar esta tan sancta jornada no nos puede escusar flaqueza ni impedir pobreza, porque ni nos manda que nos fatiguemos las personas, ni que empleemos las haciendas, sino que guardemos los dineros y empleemos allí los pensamientos. «Ergo descendant in infernum viventes». No me paresce a mí que tiene mal retablo el que tiene en su oratorio un infierno pintado, porque muchos más son los que se abstienen de pecar por temor de la pena, que no por el amor de la gloria.

Esto, pues, es lo que siento de aquella palabra del Psalmista acerca de la cual plega al Rey del Cielo que así como la escribe mi pluma la rumie siempre mi alma, que, como dice el Apóstol, «non auditores sed factores iustificabuntur».

Vale iterumque vale.

De Madrid, a VIII de enero deMDXXIIII.




ArribaAbajo- 20 -

Letra para don Diego de Camiña, en la cual se tracta cómo la envidia reina en todos. Es letra notable.


Magnífico y muy christiano señor:

Escrebísme que estáis muy turbado porque muchos malsines calumnian vuestras obras y deshacen vuestras hazañas. Digo que de espantaros tenéis ocasión, mas de escandalizaros no tenéis razón, porque al fin menos mal es que os tengan envidia vuestros vecinos que no que os hayan mancilla vuestroa amigos. El vicio más antiguo en el mundo es la envidia, y el que más se usa en el mundo es la envidia, y el que no se acabará hasta que se acabe el mundo es la envidia. Adán y la Serpiente, Abel y Caín, Jacob y Esaú, Joseph y sus hermanos, Saúl y. David, Job y Sathán, Architofel y Bufi, Amán y Mardocheo, no se perseguían unos a otros por la hacienda que poseían, sino por la envidia que se tenían. Muy mayor es la enemistad que está cimentada sobre envidia que la que está fundada sobre injuria, porque el hombre injuriado muchas veces se descuida, mas el que es envidioso jamás de perseguir cesa. Más crueles y aún más prolijas fueron las guerras que tuvieron entre sí los romanos y los pennos, que no las de los griegos y troyanos, porque éstos peleaban por vengar la injuria hecha a Helena y los otros sobre cuál quedaría con el señorío de Europa. Las inextinguibles enemistades que cayeron entre aquellos dos tan grandes príncipes romanos, Julio César y Pompeyo, no fueron porque el uno había injuriado ni maltratado al otro; sino porque Pompeyo tenía envidia a la gran fortuna de Julio César en pelear, y César tenía envidia a la mucha gracia que tenía Pompeyo en el gobernar. Dos géneros de gentes eran entre los romanos muy nombrados y muy esclarecidos, es a saber: los dictadores que eran cuerdos en gobernar, y a éstos ponían estatuas, y los cónsules que eran diestros en el pelear, y a éstos daban triumphos; por manera que cuando Roma estaba en su gran prosperidad, ningún trabajo quedaba sin premio, ni delicto sin castigo.

Pocos hombres hay en que concurran todos los vicios y muchos menos son los que del todo carescen dellos, y si algún hombre hay que sea bueno es invidiado, y si es malo es embidioso; por manera que con el vicio de la envidia o hemos de perseguir o ser della perseguidos. Podemos nos guardar del mentiroso con él no hablando; del soberbio, con él no nos igualando; del perezoso, con él no parando; del lujurioso, con él no conversando; del goloso, con él no comiendo; del furioso, con él no riñendo, y del avaro ninguna cosa le pidiendo; mas del envidioso, ni abasta huirle ni menos halagarle. Es tan esento el vicio de la envidia, que no hay homenage que no escale, ni muro que no derrueque, ni mina que no contramine, ni potencia que no resista, ni hombre a quien no acometa. Si en un hombre solo se hallase la hermosura de Absalón, la fortaleza de Sansón, la sabiduría de Salomón, la ligereza de Azael, las riquezas de Creso, la largueza de Alexandro, las fuerças de Héctor, la elocuencia de Homero, la fortaleza de Julio, la vida de Augusto, la justicia de Trajano y el celo de Cicerón, téngase por dicho que no será de gracias tan dotado, cuanto será de envidiosos perseguido. Siguen los lobos al ganado, los cuervos a los cadáveres, las abejas a la flor, las moscas a la miel, los hombres la riqueza y los envidiosos la prosperidad, quiero decir que así como naturalmente tenemos a los míseros compasión, así tenemos a los prósperos envidia. Al veneno de Sócrates, y al exilio de Eschines, y al suspendio de Chreso, y a la destrución de Darío, y a la desdicha de Pirro, y al fin de Ciro, y a la infamia de Cathilina, y al infortunio de Sophonisa, ninguno jamás les tubo envidia, sino mancilla. Una de las cosas en que yo conozco a cuanto se estiende la malicia humana es: que los míseros y abatidos nunca hay quien les dé la mano para se levantar, y a los ricos y privados nunca falta quien les arme la çancadilla para les hacer caer. Ténganse por dicho los ricos, los poderosos y privados, que no es tan grande su riqueza y potencia, cuanto es en sus vecinos la envidia.

He querido, señor, traeros a la memoria estas cosas antiguas, para que no rehuséis de pagar vuestra libra de cera, pues os meten en la cofradía de la envidia. Hago os saber si no lo sabéis, que los cofrades de la cofradía de la envidia su principal officio es enterrar hombres vivos, y desenterrar a los muertos. Esta cofradía de la envidia es generosa, porque della fueron fieles y infieles, ausentes y presentes, ricos y pobres, y todos los que son muertos, y aun todos los que agora son vivos. Tienen en aquella cofradía muy grandes libertades y previlegios: es a saber, que no se juntan, en capillas, sino en sus casas; no digan mal de pobres, sino de ricos; no ayuden, sino que estorben; no den, sino que tomen; no recen, sino que murmuren; no se abstengan de carnes de hombres, sino de animales; no se recelen de sus enemigos, sino de sus amigos; finalmente tienen licencia unos de otros de murmurar, y de nunca verdad se tractar. Aunque es trabajosa esta cofradía, también es indicio de gran miseria no estar asentado en ella, porque el hombre que no tiene en este mundo algún émulo, señal es que la fortuna le tiene muy olvidado. Plutarcho, en sus Apothematas, hablando del muy nombrado capitán de los griegos Themístocles, dice que preguntándole uno cómo estaba tan triste, respondió: «La tristeza que yo tengo es porque en veinte y dos años que ha que nascí no pienso que he hecho cosa digna de memoria, pues veo que en Athenas ninguno me tiene envidia». El primero tirano que hubo en Sicilia escriben los antiguos que fué Herión; el segundo, Celón, el tercero, Dionisio Siracusano; el cuarto, Dionisio el Moço; el quinto, Taxillo; el sexto, Brudano, y el séptimo Hermocato; de los cuales siete se quexan hasta hoy los sicilianos, cuanto se prescian de sus siete sabios los griegos. Llegando, pues, a la muerte del último tirano dellos, que fué Hermocato, dicen que dixo a su hijo: «La postrera palabra que te digo, hijo, es que no tengas condición de ser envidioso, sino que hagas tales obras de que seas envidiado». Palabras fueron éstas no por cierto de tirano, sino de hombre muy cuerdo, pues por ellas le mandaba que fuese virtuoso, y le vedaba ser malicioso.

Ya os dixe, señor, en el principio desta letra que si teníades ocasión, no teníades razón de os atribular ni en el bien hacer resfriar, porque de dos males el menor mal es consentir murmurar del bien que no dexar de hacer bien.

De acá pocas cosas hay, señor, que os escrebir, mas de que si allá os sobran malsines, acá no nos faltan blasfemos, los cuales ni dexan a Dios ni perdonan al Rey. Dos veces he hablado al cardenal de Tortosa en vuestro negocio, y si yo no me engaño, tan grande es su olvido como mi cuidado. Los que estamos en Corte avezamos nos a querer lo que podemos de que no podemos lo que queremos.

No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda, y a mí dé gracia con que le sirva.

De Valladolid, a XXVI de octubre de MDXX.