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Libros para bañarse

Antonio Rodríguez Almodóvar





Imaginar cómo es el mundo a la edad de ocho meses -la que tiene ahora mi nieto- es un ejercicio imposible. Por más que uno indague en su memoria, nada queda de aquello. Sin embargo, las sensaciones, los barruntos del ser, existen. Sólo que no dejan recuerdos. Es una vida sin pasado ni futuro. Puro presente. Como el Paraíso, tal vez. Todo se reduce -me dicen los psicólogos- a una maraña de imágenes y percepciones, sin orden ni concepto alguno que las sustente, fabricando neuronas estables en cantidades descomunales. Pero ya asoman los símbolos, asociados a aquellas percepciones elementales, por parejas: lo táctil y lo no táctil, cálido o frío, la luz y la sombra, el buen olor de la madre y el de todo lo demás. En realidad, todo es grato o ingrato. Y las cosas no están, sino que emergen. El mundo nace a cada instante.

La comunicación es también un constante fluir. De ahí la facilidad con que se pasa de la sonrisa al llanto. No se articula de ningún modo, pues no hay lenguaje. El niño te sonríe porque le agrada la imagen compleja con que te percibe. Lo que sí ocurre -y en esto se distingue de los animales- es que desea comunicarse. Como desea el comer o la tibia sensación del abrazo, así también relacionarse con todo y cada cosa. Ahí surge lo humano: buscando los contactos recíprocos.

¿Sirve todo esto para iniciarse en la lectura? Por increíble que parezca, sí. Mejor dicho: sirve para iniciarse en el libro como objeto deseable. Desde hace unos años, bastantes editoriales se han especializado en editar libros curiosos para las edades más tempranas. Libros basados en aquella misma complejidad de las sensaciones, y combinando, por tanto, todos los sentidos: lo táctil, lo visual icónico, el olor, algo que suene, y hasta el sabor inevitable, porque lo primero que hará el niño será llevarlo a la boca, por si se come. Pero una cosa más los distingue de los demás juguetes: intentan un primer orden, con el paso de las páginas. Son, pues, artilugios mucho más complicados de lo que parecen. Pues ya persiguen contener un mundo en sucesión, o sea, un libro.

Una subclase de esos objetos son los libros para bañarse. Aquí el invento parece definitivo, pues asocia la hora más placentera del día con ese tocar el mundo hecho páginas. Tal vez no quepa felicidad mayor.

De los muchos «libros» de esas clases, elegimos al azar los tres de este mes: un «bañopuzzle» del que salen animales flotantes, con la obligación para la persona mayor de ir imitando el sonido convencional con el que tales criaturas «hablan»; una Rana Renata, que contiene en su interior las aventuras propias de la especie; y un Suave pollito, este no para bañarse, pero sí para palpar con agrado la naturaleza elemental. Y en todos ellos es básico el suceder paginado y reversible, pues lo mismo da ir para adelante que para atrás.

Así que ya saben. No se hagan los distraídos y empiecen a trabajar con los libros desde los primeros meses. Por experiencia propia, les digo que funciona. Y además es un verdadero placer, también para los padres, y, por supuesto, para los abuelos. Suerte.





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