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Linajes vascos y montañeses en Chile

Pedro Javier Fernández Pradel




ArribaAbajoPrólogo

Hemos querido en este trabajo reunir el mayor número de apellidos vascos y montañeses1 usados en Chile desde la Conquista hasta nuestros días, con sus consanguíneos correspondientes.

No pretendemos haber agotado la materia: es probable que otros investigadores, buscando con más prolijidad, consigan aumentar el número de los que publicamos.

El objeto principal que perseguimos es demostrar que la inmensa mayoría de nuestra sociedad actual es de origen vasco, o más bien cántabro, y que, durante el siglo XVIII, principalmente, llegó a tener influencia trascendental no sólo en la formación de la familia chilena sino también en todas las manifestaciones de nuestra vida política y mercantil, como se puede ver con la simple lectura de las breves noticias biográficas que publicamos.

Esta raza sobria y trabajadora, sana, fuerte y de hábitos sencillos, absorbió casi por completo la de los antiguos conquistadores2, formando una nueva aristocracia que perdura hasta nuestros días; pero que, siguiendo las leyes inflexibles de la evolución social, tendrá que ir desapareciendo, como desaparecieron cada ciertos lapsos las precedentes, dando lugar a la creación de otras3.

A sus descendientes, en primer lugar, van dedicadas estas páginas a fin de que recuerden a sus progenitores y conozcan siquiera el origen y el significado del apellido que llevan.

Nos preocupa también el deseo de demostrar que estos estudios no sirven únicamente para halagar vanidades.

El culto de los antepasados ha sido la religión de muchos pueblos civilizados y, entre los que llevan la sangre de los vascos, debiera serlo, porque, verdaderamente, se puede, sin caer en el ridículo, tener a honra descender de ellos.

En efecto, los que hacen alarde de ignorar quiénes fueron sus progenitores, dan una triste idea del aprecio que sienten por sus padres, pues si aman a éstos, ¿por qué no amar y respetar a los padres de sus padres?

Es cierto que muchas veces este desprecio por las cosas añejas es sólo aparente, hipócrita...

Todos sabemos muy bien cómo hierve la sangre cuando nos sentimos humillados o mirados en menos...

Llegado el caso, cada cual pretende ser mejor nacido.

Y por sobre estas pequeñas consideraciones, debemos tener el orgullo de raza: de una raza que no conoció jerarquías, ni aún dentro de su misma nobleza.

Nada podrá dar una idea más cabal y exacta de lo que sostenemos, que la transcripción de algunos párrafos de la Historia de la Legislación de los señores Manrique y Marichalar, copiados por don Juan Carlos Guerra en una de sus notables obras sobre Heráldica Vasca, en que hablando de estos esforzados colonizadores de nuestro suelo, que tenían privilegios de hidalguía desde tiempos inmemoriales, dicen:

«La hidalguía originaria (de los vascos) podía tener sus ventajas respecto a las demás provincias de la Monarquía, pero entre ellos ninguna les proporcionaba.

Así como el nivel de la esclavitud iguala a todos los esclavos, el nivel de la hidalguía nivelaba a todos los hidalgos.

No se conocieron en Vizcaya y Guipúzcoa las categorías de nobleza de los demás estados de España y aún de Europa; sólo se conoció la clase de caballeros, o más bien infanzones...

Esta uniforme universalidad de hidalguía era de esencia, y había de exigir igualdad de condición en todas las personas, porque si se admitían categorías de nobleza, quedaba establecida de hecho la desigualdad, establecido quedaba el vasallaje de los hidalgos inferiores a los nobles de más categoría...

Las Juntas cuidaron siempre, con gran escrupulosidad, de sostener este nivel hasta el punto, no ya de permitir el señorío de unos hidalgos sobre otros, sino aún prohibiendo el uso de títulos que, sin ser más honoríficos, pudiesen denotar superioridad o desigualdad.»



«En hora buena no conocieron nuestros mayores esa extravagante jerarquía nobiliaria», comenta el señor Guerra, «pero tampoco se conoció aquí la ignominiosa escala de familias de criazón, villanos de parada, vasallos de signo servicio y payeses de remenza...»

«en Aragón, por ejemplo, los villanos de parada podían ser despedazados con la espada para repartir sus miembros entre los hijos de un Señor difunto; y los vasallos de signo servicio tenían bajo el absoluto y arbitrario dominio de sus Señores, no tan sólo sus vidas y haciendas, sino también -¡vergüenza causa decirlo!- el honor de sus esposas y de sus hijas.

Análoga o peor era la situación en otros Reinos de España, mientras en Guipúzcoa y Vizcaya la igualdad civil y política de sus habitantes era perfecta.

Si no fuera este un hecho inconcuso, plenamente acreditado por la Historia, lo justificaría la circunstancia de hallar en una comarca de tan reducida extensión, un número tan grande de Casas Armeras y de Solares que, no por carecer de blasones esculpidos en sus fachadas, dejan de ser tan nobles y tal vez más antiguos que aquéllas».



Y termina diciendo el señor Guerra:

«Estriba, pues, la trascendencia de nuestra nobleza en su universalidad.

Su gloria es colectiva, toda ella: considerada en conjunto, constituye uno de los más preciados timbres de nuestra historia porque revela que en este apartado rincón fueron respetados los fueros de la personalidad humana cuando eran más inicuamente conculcados en las demás naciones.

Y por tanto, al blasonar de nuestra nobleza originaria, no hacemos alarde de haber poseído numerosos esclavos, blasonamos de no haber estado jamás sujetos a servidumbre; no nos preciamos de haber sido Señores de Horca y Cuchillo, sino de no haber conocido jamás el vasallaje del Señorío Jurisdiccional; ni tampoco seguimos la ridícula preocupación de los que cifran su nobleza en que, desde la más remota antigüedad, sus abuelos no han trabajado para comer, pues, tanto en la agricultura como en la navegación, en los oficios mecánicos como en las carreras literarias, nuestros mayores vivieron continuamente en honrada labor, sin desdoro de su hidalguía y sin perjuicio de empuñar las armas en tiempo de guerra, para acudir al llamamiento foran en defensa de la patria.

No es una pueril vanidad la que nos mueve a hacer estimación de nuestra nobleza, sino un legítimo orgullo, porque nada hay más justo y razonable para el hombre que el enaltecimiento de su propia dignidad, ni más grato que el ver que, durante los pasados siglos, ha sido igualmente respetada en sus progenitores.»



Nos sirva, pues, a los chilenos, este ligero estudio para tener presente nuestro preclaro origen, sin vanidades ni ostentaciones de ninguna especie, y tratemos de conservar lo poco que sabemos del pasado, como una reliquia que estamos obligados a legar a nuestros hijos; con mayor razón si consideramos la escasez de documentos familiares y la absoluta destrucción de la arqueología heráldica, decretada en Chile por un mal entendido sentimiento democrático, en un momento de odio y de verdadera incultura, al terminar el régimen colonial.4

Trataremos de justificar estos conceptos que, prima facie, parecerán algo anacrónicos.

Los Escudos de Armas, lejos de lo que piensa el vulgo, son documentos del más alto interés para investigar la historia, la religión, la geografía, la arqueología, la historia natural, la organización política, los sentimientos estéticos, la mentalidad, las costumbres, las afecciones y, en fin, todo lo que se relaciona con las ciencias, las artes, la industria, el comercio y la sociabilidad de un pueblo.

Así lo establece el autor tantas veces citado:

«Dejando a un lado las fábulas y fantasías que creó el orgullo o la vanidad para descifrar y explicar ventajosa y halagüeñamente el origen y significado de los emblemas heráldicos, se encuentra en ellos, en su organización, lo necesario para conocer la época en que fueron adoptados, según sea el estilo dominante en cada período, conocido por el desarrollo simultáneo del arte en todas las naciones de Europa...

Hoy se buscan con diligente empeño las más exiguas reliquias de los tiempos pasados, a fin de indagar mediante ellas su espíritu; conocer las intimidades de su existencia en los diversos órdenes de la sociedad y penetrar los secretos arcanos de su sentido moral y su organización política.

Y no se hallará en la Edad Media otro signo que nos revele tan claramente como el escudo de armas el nexo de unión de la vida privada con la vida pública.

Su estudio interesa por fuerza a toda persona libre de preocupaciones sociales y políticas que quiera conocer en su plena integridad la «personalidad del pueblo euskalduna, pueblo que eligió con fruición verdadera y singular encanto los emblemas del arte heráldica para dar formas plásticas y expresión simbólica, a veces originalísima, a los afectos que cautivaban su corazón: el sentimiento religioso, el culto del hogar y el amor a la tierra solariega, y, junto a tan caros objetos, agrupó el recuerdo de heroicas hazañas de sus guerreros y audaces empresas de sus navegantes, de suerte que toda su historia se ve reflejada brillantemente en sus blasones...

No son pues, los escudos de armas, como los novadores del último siglo se imaginaron, antiguallas inútiles labradas para halagar el orgullo de los poderosos: son piedras miliarias que marcan la ruta seguida por nuestros mayores hasta llegar a la cumbre de su inmortal destino; y quien, exento de prejuicios, lea atentamente sus misteriosos caracteres, descubrirá en ellos las más nobles y saludables enseñanzas, dictadas al vasco del siglo XX por la «piedad y virtudes cívicas de sus progenitores...»



A tan alta autoridad vamos a agregar los hermosos conceptos expresados por don Luis Enrique de Azarola Gil, en su admirable obra titulada Crónica del Linaje de Azarola:

«Para el hombre moderno, avancista desdeñoso de las cosas pretéritas, los blasones heráldicos sólo son signos caducos del orgullo feudal o manifestaciones del espíritu vetusto de las edades medias, dignos apenas de curiosidad visual.

Este criterio erróneo no disminuye el alto valor documentario y artístico de los emblemas nobiliarios...

Ni el apellido ni los blasones, ni los muros derruidos son elementos mudos: ellos contienen el secreto de las vidas que actuaron y se extinguieron en el caos del medioevo.

Las voces del hombre tienen un sentido vinculado a la labor inicial de la familia; los atributos heráldicos describen hazañas legendarias, entronques de prosapias y participaciones directas en la forjación de la historia; el solar descubre una topografía, manifiesta una posición, determina costumbres.

Henos, pues, en presencia de huellas imborrables que nos permiten avanzar una etapa más en el seno de las edades muertas y saber que la tribu pequeña convivió con la raza madre al amparo de las fuentes atávicas y cobró relieve propio en el decurso de los siglos; que fue grupo étnico inconfundible a pesar de las transformaciones históricas, y que su poderosa vitalidad la convirtió en isla ante la marea de las migraciones pacíficas y en escollo insalvable de las invasiones armadas...»



Acudimos a tan autorizadas opiniones ya que las nuestras no bastarían para contradecir y destruir las de algunas personas, que pasan por cultas e ilustradas, a quienes hemos oído hablar de la Heráldica y de la Genealogía con tono despectivo.

Creemos haber dejado suficientemente probada la importancia de la primera.

Respecto de la segunda diremos dos palabras.

Los diccionarios definen la Genealogía como la «ciencia que trata de la exposición analítica del origen, afinidades y propagación de las distintas razas, estirpes y familias».

Al leer esta definición solamente, ¿podrá negarse a los estudios genealógicos la importancia vital que tienen en las investigaciones históricas?

La Historia está basada en la relación verídica de los hechos.

Estos hechos han sido realizados por el hombre:

«La vida de un hombre es harto breve para individualizar a su través todo un ciclo histórico, pero una sucesión de eslabones genealógicos abarca una curva bastante extensa para definir el carácter de una época...»5



Además, la Genealogía es la única ciencia que nos puede ayudar a escudriñar en nuestros misteriosos orígenes.

Reflexione el lector sobre este interesante problema: cada hombre (y también cada ser vertebrado) tiene dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos y así en progresión ascendente hasta nuestros primeros padres...

Sin remontarnos demasiado, sólo unos 900 años, y calculando 30 años para cada generación, nos encontramos con más de mil millones de ascendientes directos al llegar a la trigésima generación.

¿Había en la faz de la tierra, en esa época (año 1000), tal número de habitantes de la raza blanca, pongamos por caso? -Imagínese, ahora, ¡cuántos ascendientes forzosos se necesitan para cada cual!

Este problema no se resuelve sino aceptando un origen común, por lo menos, dentro de las mismas razas, estirpes y familias.

En cada árbol genealógico aparecen repetidos, millones de veces, los mismos ascendientes paternos y maternos a causa de los enlaces entre parientes.

Además, los hermanos tienen los mismos progenitores, lo que simplifica algo este enmarañado asunto.

Aún a riesgo de ser tildados de presuntuosos, creemos que este libro convencerá a muchos de que estos estudios son indispensables a la cultura; que no carecen de amenidad; que el sentimiento de hidalguía, nobleza o aristocracia está latente en sus pechos y de que es casi una temeraria necedad despreciar sentimientos que se llevan en la sangre: el orgullo de raza y el culto de los antepasados.-

¡Malhadados los pueblos que los pierden!6

Al hablar de aristocracia lo hacemos dándole a esta palabra, no su estricto significado etimológico, sino el que debe tener hoy día, esto es, de selección, de perfeccionamiento.

Negar la aristocracia es negar a la Naturaleza: mientras el mundo exista habrá diferencias, antagonismos, desigualdades...

Aristocracia encontramos en la fauna, en la flora y hasta en los minerales.

No hay un árbol igual a otro, ni aún dentro de las mismas familias...

La naturaleza es enemiga de la igualdad y parece complacerse en mostrarnos sus caprichosas o sabias variedades, aún entre los hermanos.

Así en las razas que pueblan la tierra habrán de sobresalir unos de otros, ya sea por su belleza, por su fuerza o por su inteligencia.

No queremos decir con esto que la igualdad democrática de un pueblo no pueda existir: al contrario, creemos que puede haber, como ya lo hemos visto entre los vascos, hasta una igualdad aristocrática, pues a esto equivale la ausencia de jerarquías nobiliarias y el derecho común de hidalguía.

¡Feliz igualdad!- Exclama en cierta parte de su Heráldica el autor tantas veces citado.

Para conseguirla no se necesitaba subir ni descender y su origen se perdía en la noche de la Historia...

Aún hoy día, luchan los euskaldunas por reconquistar sus fueros y su gobierno autónomo: tan arraigados están en los pechos libres aquellos sentimientos que enaltecen al hombre y que constituyen el verdadero blasón de toda raza selecta, sobresaliente, privilegiada, aristocrática, en una sola palabra.

Gran influencia tuvo también en el Descubrimiento y Conquista de América y, por consiguiente, en la formación de nuestra familia, la inmigración de hidalgos oriundos de las llamadas Montañas de Burgos y de Santander.

Por esto hemos creído indispensable formar un Índice de Apellidos Montañeses, y, además, por estar íntimamente ligados con los vascos, ya que son de una misma región de la Península.

En este Índice se encontrarán también noticias que ayudarán al atento lector en sus estudios.

En los Apuntes Histórico-Geográficos y Heráldicos se hallarán abundantes datos, tomados casi todos de la notable Crónica de la Provincia de Santander, del erudito Presbítero don Mateo Escagedo y Salmón, con quien desde hace muchos años mantenemos correspondencia y que gentilmente nos ha prestado su concurso para este trabajo.

Algunos de los apellidos montañeses tienen indubitable significación latina, castellana o euskera; pero la mayoría no la tiene conocida.

A este respecto dice el señor Escagedo:

«La mayor parte de la toponimia montañesa pertenece a un idioma completamente desconocido y es una tontería y una falta de sentido crítico el querer buscar la etimología de muchas palabras de pueblos y lugares...

El idioma cántabro no es conocido y no es posible indicar la fecha exacta en que fue substituido por el latín primero y después por el castellano».



Complemento indispensable de este trabajo son los Apuntes Histórico-Geográficos, Arqueológicos y Lingüísticos y las Noticias sobre los Escudos de Armas, todo lo cual, según creemos, ayudará a la lectura de este libro que, probablemente, admitirá correcciones y adiciones.

Desde luego, el autor pide le sean enviadas por los aficionados.

Santiago de Chile, 1930.
Pedro Javier Fernández Pradel.




ArribaAbajoInforme

Del Rdo. Padre Fr. Justo María de Mokoroa de los Escolapios

En el mes de Julio de 1926 solicité del Centro Vasco de Santiago la aprobación oficial de mi obra, y la ayuda material para imprimirla. El Directorio de esta institución, para pronunciarse, solicitó previamente el informe del distinguido vascófilo Rdo. P. Fr. Justo María de Mokoroa, quien ha honrado mi labor de quince años con elevado criterio y sereno juicio. El Directorio del Centro Vasco, en Diciembre de 1927, me dio a conocer lo que había determinado sobre el asunto en una de sus sesiones, manifestándome la franca aceptación de mi libro y la promesa de que sería adquirido, a no dudarlo, por la mayoría de los socios.

Opiniones tan autorizadas me dieron alientos nuevos para proseguir mis estudios e investigaciones durante los cuatro años transcurridos, los que me han permitido perfeccionar y enriquecer en lo posible mi trabajo.

He aquí el Informe del Rdo. P. Mokoroa:

«Santiago, 29 de Junio de 1927,

Sr. D. Vicente Yarza,

Presidente del centro vasco de Santiago

Presente

Mi distinguido amigo Sr. Yarza:

Como Presidente de una entidad patriótica vasca cuyo apoyo solicita don Pedro Javier Fernández Pradel para la publicación de su libro Linajes vascos y montañeses en Chile, me pidió Ud. hace pocos meses un informe acerca de la obra de dicho señor; y aunque desde el primer momento me declaré desprovisto de voz y voto y me reconocí incompetente para emitir juicio autorizado sobre un estudio de tal naturaleza, por fin ha prevalecido en mí, sobre la modestia, el deseo de complacer a un amigo como Ud., a quien por tantas razones vivía obligado; y sacrificado los breves ocios que me dejan disponibles las atenciones múltiples y heterogéneas de mi ministerio escolar, he leído los originales de la obra, si no con el reposo que ella requería, al menos con todo el interés y cariño que me inspira siempre cualquier trabajo de divulgación vasca, y, desde luego, con el entusiasmo de quien cumple un deber de amistad.

Hecha esta salvedad, que imposibilita toda interpretación equívoca sobre el alcance y calidad de mi voto, sólo puedo responder de que la consideración de esa misma amistad y del respeto que la verdad se merese, guiará mi pluma en la redacción del dictamen, no permitiendo que, ni por un momento, se aparte de las normas de la rectitud y de la sinceridad.

El cuerpo de la obra del Sr. Fernández-Pradel está formado de dos Índices dispuestos por orden alfabético, uno de apellidos del País Vasco y otro de apellidos de las Montañas de Burgos y Santander, que han figurado en Chile desde el siglo XVI hasta nuestros días.

A estos Índices, que van ilustrados con notas biográficas, etimologías y apuntes heráldicos, les precede un breve Prólogo, y sigue una bastante minuciosa Reseña Histórico-geográfica de las regiones vascas y de la parte montañosa de Santander, completada con un ligero bosquejo de Arqueología Vasca y con un pequeño Vocabulario Euskérico.

Junto con la precedente reseña, sirven de auxiliar indispensable para el manejo de la parte primera de este estudio, otros dos capítulos que dan término a la obra; el primero que suministra noticias generales sobre los Escudos de Armas, y el segundo que contiene un Vocabulario técnico de locuciones y términos de Heráldica.

De los datos que anteceden, fácilmente puede colegirse la naturaleza del libro del Sr. Fernández-Pradel. El autor de esta obra no se ha propuesto en manera alguna llevar a cabo (concretándonos al objeto principal de sus investigaciones) un estudio comparativo de la historia de los vascos en Chile, ni de su aportación moral o económica, ni aun siquiera directamente poner de relieve la influencia de nuestra raza en el orden social o político de este país. Se limita simplemente a consignar los nombres y rasgos biográficos más salientes a la vez que sus entronques y procedencias dentro del territorio vascongado, de aquellos compatriotas nuestros que introdujeron aquí esos apellidos, de que no poco se glorían hoy tantas familias de la buena sociedad chilena.

Así, por ejemplo, a continuación de cada apellido y después de indicar su probable sentido etimológico, se describen las Armas correspondientes, cuando las tiene conocidas, anotando con cuidado las Casas Solariegas, Señoriales o Infanzonas de dónde provienen o en qué están radicados los diversos linajes y escudos. Se nombran luego las personas de aquel apellido que por primera vez han figurado en los documentos o actas notariales, testamentos, escrituras matrimoniales, renuncias, codicilos, etc. de Chile, con indicación del volumen correspondiente del Archivo de Escribanos en que aquellas aparecen; y a la relación de estas personas acompaña también, cuando su importancia lo merece, un conciso sumario de sus situaciones, cualidades o hechos memorables.

Se comprende que enfocado así el estudio desde el punto de vista en que se coloca el Sr. Fernández Pradel, difícilmente hubiera podido ser la originalidad la nota distintiva de su obra. En un libro como éste, que trata de ser algo así como un Registro de los Fundadores de la estirpe vasca en Chile, el mérito de su autor no puede graduarse sino por su esfuerzo de perseverancia en la investigación y por su mayor o menor éxito en el acopio y catalogación de datos olvidados; y yo creo sinceramente que el Sr. Fernández Pradel en esta parte de su estudio (Índice de Apellidos) que, según he advertido al principio, constituye el cuerpo de la obra, ha desarrollado en ese sentido un esfuerzo notable de labor investigadora, aportando al acervo común de este género de conocimientos un caudal copioso de noticias dispersas.

Es cierto que el Sr. Fernández Pradel no podría reclamar, ni de hecho lo aspira, al título de iniciador de esta clase de estudios genealógicos en su patria; es bien notorio que su obra -aún en lo que atañe a linajes vascos- tiene más de un punto de contacto con el Nobiliario de don Juan Luis Espejo; pero lo que si le cabe al autor de Linajes vascos y montañeses es la satisfacción de ser el primero que en Chile ha orientado prácticamente esos estudios de forma que, en plazo no lejano, puedan contribuir al esclarecimiento de la innegable influencia de nuestra raza en estas tierras. Su libro puede, a mi juicio, ser considerado como un puente de unión entre la Historia de los Vascos en su propio País, que ha tenido afortunados cultivadores en Guerra, Mújica, Campión y Echegaray, y la Historia de los Vascos en América, que todavía está por escribirse.

Esto y la noble tendencia que se refleja en todo el escrito a glorificar nuestra raza, cuyas virtudes son enaltecidas con fervor entusiasta en los párrafos del Prólogo, hacen, a mi entender, esta obra acreedora a la gratitud de todos los vascos amantes de su pueblo.

Por otra parte, a más de una cooperación tan eficaz al desarrollo de la Historia Vasca, debemos también al autor de este libro el señalado servicio que nos presta divulgando el conocimiento de nuestro país, mediante sus reseñas de historia y geografía extractadas de nuestros mejores maestros contemporáneos.

Finalmente, hay un detalle que hace simpática la obra del Sr. Fernández Pradel, y es la cristiana discreción y cordura con que se expresa su autor en el Prólogo acerca de los conceptos de aristocracia, nobleza e hidalguía; rechazando por igual la mísera ridiculez de quienes se jactan de sus títulos y blasones, cifrando en ellos todo su orgullo, haciéndolos instrumentos de vanidad y ostentación, y el sectario y pedestre igualitarismo que, no reconociendo en ellos más que un símbolo del poder que detesta, los convierte en el blanco de sus iras y de su persecución.

Revela tener un tino particular el Sr. Fernández Pradel al elegir los sensatos párrafos que transcribe de nuestro gran heraldista Guerra, y por cierto que quizás aporte con ellos alguna centella de luz a los distinguidos escritores locales que en reciente polémica han demostrado andar bastante desorientados en achaques de constitución social de nuestro país.

Por todo lo cual opino, mi distinguido amigo señor Yarza, que el Centro Vasco que Ud. con tanto acierto preside, favorecería una obra patriótica de cultura, procurando el apoyo moral y material que de esa entidad solicita el señor Fernández Pradel para la publicación de su libro Linajes vascos y montañeses en Chile.

Gustoso aprovecho la ocasión de reiterarle las pruebas más sinceras de amistad y de adhesión cordial; affmo. S. S. y amigo q. e. s. m.

Justo María Mokoroa»






ArribaAbajoAbreviaturas

  • A: Armas.
  • (A). Álava.
  • A. C. G.: Archivo de la Capitanía General de Chile.
  • A. E.: Archivo de Escribanos.
  • A. J.: Archivo Judicial.
  • A. R. A.: Archivo de la Real Audiencia.
  • A. de A.: Armas de Alianzas.
  • A. V.: Archivo de Valladolid.
  • acomp.: acompañado.
  • ag.: águila.
  • August.: Augustino.
  • Alc.: Alcalde.
  • Alc. Ord.: Alcalde Ordinario.
  • Alf.: Alférez.
  • Alf. R.: Alférez Real.
  • Alg.: Alguacil.
  • Alm.: Almirante.
  • and.: andante.
  • A. N.: Archivo Nacional.
  • ant.: anterior.
  • anteig.: anteiglesia.
  • Arzob.: Arzobispo.
  • Arzobdo.: Arzobispado.
  • avec.: avecindado.
  • Ay.: Ayuntamiento.
  • b.: bautizado.
  • Bach.: Bachiller.
  • b. d. t.: Bajo disposición testamentaria.
  • B. N.: Biblioteca Nacional de Santiago.
  • bord.: bordura.
  • b. p.: biznieto paterno.
  • b. m.: biznieto materno.
  • Bs. As.: Buenos Aires.
  • c.: con.
  • c. c.: casó con, casado con.
  • c. c. m.: celebró capitulaciones matrimoniales.
  • c. m. c.: contrajo matrimonio con.
  • C. de la O. de Alcánt.: Caballero de la Orden de Alcántara.
  • C. de la O. de Calatr.: Caballero de la Orden de Calatrava.
  • C. de la O. de C. III.: Caballero de la Orden de Carlos III.
  • Cap.: Capitán.
  • Cap. de Cab.: Capitán de Caballos o Caballería.
  • Canón.: Canónigo.
  • Casa S.: Casa Solar o Solariega.
  • Casa S. I.: Casa Solar Infanzona.
  • cant.: cantonado.
  • carg.: cargado, cargada.
  • cast.: castillo.
  • certif.: certificado.
  • Conv.: Convento.
  • Conq.: Conquistador.
  • Correg.: Corregidor.
  • Cnel.: Coronel.
  • Comend.: Comendador.
  • comerc.: comerciante.
  • c. s.: con sucesión.
  • c. s. u.: con sucesión unida a.
  • cort.: cortado.
  • cuart.: cuartelado.
  • Dec.: Decreto.
  • desc.: descendiente.
  • descend.: descendencia.
  • Dgo.: Domingo.
  • dho., dha.: dicho, dicha.
  • Duq.: Duque.
  • E. N.: Ejecutoria de Nobleza.
  • jto.: Ejército.
  • emp.: empinante.
  • empadr.: empadronado.
  • Encart.: Encartaciones de Vizcaya.
  • Encom.: Encomendero.
  • esc.: escudo.
  • Escrib. Púb.: Escribano Público.
  • exp.: explayado.
  • estr.: estrella.
  • estud.: estudiante.
  • Fam. Consang.: Familias Consanguíneas.
  • Fco.: Francisco.
  • flord.: flordelisada.
  • francisc.: franciscano.
  • fs.: fojas.
  • Feud.: Feudatario.
  • fund.: fundador.
  • (G): Guipúzcoa.
  • Gmo.: Guillermo.
  • Gral.: General.
  • h. l.: hijo legítimo, hija legítima.
  • h.: hijo, hija.
  • hb.: habitantes.
  • Hda.: Hacienda.
  • Hrm.: Hermandad.
  • hno.: hermano.
  • Igl.: Iglesia.
  • Igl. Parr.: Iglesia Parroquial.
  • Igl. Cat.: Iglesia Catedral.
  • Ig.: Ignacio.
  • Inf.: Infantería.
  • Inquis.: Inquisición.
  • Int.: Intendente.
  • I. N.: Información de Nobleza.
  • Intend.: Intendencia.
  • Joaq.: Joaquín.
  • L. de S.: Lugar de Señorío.
  • Lcdo.: Licenciado.
  • leg.: legítimo.
  • lug.: lugar.
  • M. de B.: Montañas de Burgos.
  • M. de S.: Montañas de Santander.
  • M. de C.: Maestre de Campo.
  • Marq.: Marqués.
  • May.: Mayorazgo.
  • Mer.: Merindad.
  • merced.: mercedario.
  • Monast.: Monasterio.
  • Mun.: Municipio, Municipalidad.
  • M. N. y M. L.: Muy Noble y Muy Leal.
  • (N): Navarra.
  • N. y L.: Noble y Leal.
  • nat.: natural.
  • n.: nació, nacido.
  • N. de E.: Nobiliario de Juan Luis Espejo.
  • n. p.: nieto paterno.
  • n. m.: nieto materno.
  • Ob.: Obispo.
  • Obpdo.: Obispado.
  • Oid.: Oidor.
  • Ord.: Ordinario.
  • Pal. de C. de A.: Palacio de Cabo de Armería.
  • Parr.: Parroquia.
  • part.: partido.
  • Part. Jud.: Partido Judicial.
  • pas.: pasante.
  • Presid.: Presidente.
  • Priv.: Privilegio.
  • Proc.: Procurador.
  • Prot. Ind.: Protector de Indios.
  • prop.: propietario.
  • Prov.: Provincia.
  • q.: que.
  • ramp.: rampante.
  • R.: Real.
  • R. A.: Real Audiencia.
  • R. C.: Real Cédula.
  • R. D. C. B.: Real Despacho Confirmatorio de Blasones.
  • R. P.: Real Provisión.
  • RR. EE.: Reales Ejércitos.
  • Reg.: Regidor.
  • Relig.: Religioso, Religiosa.
  • rep.: repoblador.
  • S.: Siglo.
  • Sant., Sgo., S.: Santiago (de Chile).
  • Sto. Of.: Santo Oficio.
  • Sarg. May.: Sargento Mayor.
  • Señ.: Señorío.
  • s. s.: sin sucesión.
  • sit.: situado.
  • Tes.: Tesorero.
  • Test.: Testamento.
  • Tte.: Teniente.
  • Tít.: Título.
  • Tít. de C.: Título de Castilla.
  • Trib.: Tribunal.
  • U., Univ.: Universidad.
  • U. de S. F.: Universidad de San Felipe.
  • U. de S. M.: Universidad de San Marcos.
  • (V): Vizcaya.
  • (V. F.): Vascos Franceses.
  • V.: Villa.
  • v.: véase.
  • vec.: vecino.
  • vol.: volumen.
  • vta.: vuelta.
  • X: aspa o sotuer.
  • : murió, falleció, fallecido.



ArribaAbajoBibliografía7

Archivo Nacional, Archivos Parroquiales y Particulares

Alison (Fco.): Anales de Navarra, 1709.

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Azkue: Diccionario Vasco-Español.

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Calvo: Nobiliario del Antiguo Virreynato del Plata.

Campion (Arturo): Gramática de los 4 dialectos de la lengua éuskara, etc.

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ArribaAbajoEl País vasco-navarro y las antiguas montañas de Burgos y Santander

Reseña Histórico-Geográfica


Reseña Histórico-Geográfica:

Guipúzcoa: (G).

Vizcaya: (V).

Álava: (A).

Navarra: (N).

Vascos Franceses:

Benabarre.

Laburdi.

Zuberoa.

Antiguas Montañas de Burgos y Santander: (M. de B.).

Arqueología Vascongada:

Breve bosquejo de la organización, usos y costumbres de los vasco-navarros y montañeses; índices alfabéticos de las ciudades, villas y lugares, con sus castillos, torres, casas infanzonas y solariegas y algunas notas biográficas de sus hijos más ilustres.



ArribaAbajoGuipúzcoa (Guipúzcoa)


ArribaAbajoHistoria

En la dificultad de precisar la fecha en que empezó a llamarse Guipúzcoa el país así denominado hoy día y cual era su superficie, nos limitaremos a extractar lo que autores tan autorizados como D. Serapio de Múgica, a quien debemos casi todos estos apuntes, escribe al respecto.8

Se dice que en los primeros siglos de nuestra era, cuando Roma era dueña del mundo, Guipúzcoa estaba habitada por los vascones, los várdulos y los caristios, tres pueblos distintos.

La Vasconia comprendía la raya de Francia hasta S. Sebastián; la Vardulia, desde S. Sebastián hasta el río Deva y los Caristios desde este río hasta el límite de (V).

Se ha visto una supervivencia de esta división en la eclesiástica.

En efecto, la diócesis de Bayona era la Vasconia, la de Pamplona la Vardulia y la de la Calahorra la parte que perteneció a los caristios.

También se ha hecho notar la concordancia de esta división eclesiástica con la lingüística: los pueblos que dependieron del Obispado de Bayona hablan el alto-navarro septentrional; los del Obispado de Pamplona, el guipuzcoano y los del de Calahorra, el dialecto vizcaíno.

Este territorio se llamó primeramente Ipuzcoa, como puede verse en el famoso Privilegio de los votos de S. Millán, atribuido al Conde de Castilla Fernán González, en una escritura del Rey D. Sancho el Mayor de (N) sobre la demarcación del Obispado de Pamplona, en 1027, y en la donación hecha por D. Sancho el de Peñalén (N) al Monasterio de Leyre, en 25-VI-1066.

En otras escrituras y en la Crónica Gral. de España, escrita bajo los auspicios de Alfonso el Sabio, se le llama Lipuzcoa.

Después se generalizó el de Guipúzcoa.

Lo único que puede asegurarse respecto de su organización social y política en los primeros tiempos de la Edad Media es que gozó de independencia y que, sin perderla, se agregó en determinadas circunstancias y mediantes ciertas condiciones a (N).

Habiendo surgido entre los pactantes desavenencias que no son del caso exhumar aquí, los guipuzcoanos se unieron voluntariamente a Castilla, en tiempos de Alfonso VIII.

Desgraciadamente el documento en que debieron consignarse los pactos no ha sido encontrado.

Esta unión voluntaria de (G) a Castilla trajo como consecuencia el que se exacerbasen los ánimos y las luchas entre guipuzcoanos y navarros, que duraron siglos.

Cruentos episodios de estas peleas fratricidas fueron la sorpresa de Beotibar y el incendio de Berastegui en el S. XIV.

La belicosidad de los guipuzcoanos también se manifestó en el mar, que fue teatro de sus hazañas en las contiendas con los ingleses, con quienes celebraron después tratados de tregua y amistad (1-VIII-1351 y 29-X-1353).

Durante el reinado de Enrique IV de Castilla se sabe que se celebró otro tratado con Inglaterra.

En la R. C. expedida por Eduardo IV en Westminster, 19-XII-1474, manda que se indemnicen los daños causados a los marineros y mercaderes guipuzcoanos por los súbditos ingleses.

Los perjuicios causados hasta 1472, se fijaron en 5.000 coronas de a 3 sueldos y 4 dineros de la moneda inglesa cada una, y en 6.000 los causados desde entonces hasta 28-V-1474.

Un cuarto tratado se llevó a cabo en Londres 9-III-1482 entre los representantes de la Prov. de (G), que llevaban la autorización de la Junta de Usarraga y la de los Reyes Católicos, y los apoderados del Rey de Inglaterra, pactando amistad y buena inteligencia por tiempo de 10 años.

(Véase ANDIA).

Desde el S. XIII comienzan a constituirse en (G) centros de población y a aumentarse el número de villas, cuya fundación es estimulada por los Reyes y favorecida con privilegios y ventajas que moviesen a las gentes a ir a morar en ellas.

Muchos de estos lugares se agregaron voluntariamente a diferentes villas en virtud de escrituras de concordia, pero conservando su demarcación territorial, la propiedad y goce de sus montes, sus Consejos y administración económica particular y adquiriendo, además, los fueros, franquicias y derechos políticos que gozaban aquellas villas.

En esta forma se agregaron a Tolosa (1374-1392) los lugares de: Abalcisqueta, Alduna, Albiztur, Alegría, Alquíza, Alzo, Amasa, Amézqueta, Anoeta, Asteasu, Baliarraín, Belaunza, Berastegui, Berrobi, Cizurquil, Elduayen, Gaztelu, Hernialde, Ibarra, Icazteguieta, Irura, Leaburu, Lizarza, Oreja, Orendaín y la universidad de Andoaín en 1475.

A la villa de Segura se unieron en 1384: Astigarreta, Cegama, Cerain, Gaviria, Gudugarreta, Idiazabal, Legazpia, Mutiloa y Ormaiztegui.

A la de Villafranca: Alzaga, Arama, Ataún, Beasaín Gainza, Isasondo, Legorreta y Zaldivia (1399).

A la Villa Real de Urrechua se agregaron las colaciones de Zumarraga y Ezquiaga (383).

Las luchas con (N) continuaron y también las de los bandos fronterizos, como el de Oñacinos y Gamboínos.

Enrique IV, en 1457, extrañó a frontera de moros a sus caudillos principales y mandó que se allanasen las Casas-Fuertes de Olaso, en Elgóibar; de Lazcano; de Leyzaur, en Andoín; de S. Millán, en Cizurquil; de Murgía, en Astigarraga; de Gaviria y de Ozaeta, en Vergara; de Zaldivia, en Tolosa, etc.

Al restablecimiento de la paz contribuyó un acontecimiento de magnitud extraordinaria: el descubrimiento de América.

La fuerza que se desfogara luchando entre hermanos se desfogó luchando con los elementos, atravesando los mares en débiles barcos y penetrando en selvas inexploradas.

Con las riquezas de América se transformó la vida material de (G) y hasta el régimen de cultivo y de alimentación, y grandes fueron los servicios que prestó a la Monarquía en los siglos XVI y XVII en las tierras descubiertas por el genio de Colón y en las guerras que la Casa de Austria sostenía contra los franceses.

Recuérdese si no la heroica defensa de Fuenterrabía en 1638 contra el ejército del Príncipe de Condé.

El bienestar fue extendiéndose en el país al amparo del oro americano y el comercio con el Nuevo Continente sustituyó al antiguo con Flandes.

Muchos y valerosos fueron también los soldados guipuzcoanos que tomaron parte en la formidable lucha con las huestes napoleónicas y no porque se restableciera en el trono a Fernando VII llegó para esta provincia una época de quietud, pues fue la primera en sufrir los alborotos a que dio lugar el levantamiento constitucional de 1820; viéndose más tarde desangrada por la guerra civil que estalló a la muerte de aquel monarca, entre los partidarios de su hija Da. Isabel y de su hermano D. Carlos, y, todavía en días más próximos, ha visto de nuevo surgir la lucha armada entre los fieles a la rama de D. Carlos y los que seguían los principios de la Revolución de Septiembre de 1868.

Terminó la primera Guerra Civil con el Convenio de Vergara, en el cual se prometió a los vascos el mantenimiento de sus antiguos fueros.

Los acontecimientos posteriores se los fueron arrebatando uno a uno y aboliendo sus libertades.



Armas

Su primer escudo conocido es: Cortado: 1º gules, el Rey sentado con sus vestiduras y corona, con su espada desnuda, levantada la punta en la diestra; 2º plata, tres árboles tejos, sobre ondas.

Su simbolismo es: el solar guipuzcoano a orillas del bravo mar Cantábrico y organizado en 3 distritos para su gobierno foral, bajo la autoridad suprema del Monarca (S. XV).

Después de la jornada de Belate, 1512, contra los franceses, se le añadieron los 12 cañones de oro que hoy trae.




ArribaAbajoGeografía

Situación y límites

Al N. de la Península Ibérica, entre las otras 3 Provincias Vascongadas.

Limita al N. con el Mar Cantábrico; al S. con (N) y (A); E. con Francia y (N) y al O. con (A) y (V).

La costa del mar es sumamente sinuosa.



Extensión y población

Es la provincia menor de toda España: 1884 Km².

En el siglo XVI tenía 64.560 hb.; en 1787, 120.716 hb.; en 1860, 162.547 hb. y en 1910, 226.684 hb., o sea, una densidad de población de 120,28.



Aspecto general, montes y valles, etc.

Los Pirineos por el lado de Francia ofrecen un paisaje suave, risueño, mientras que por el lado de España es mucho más rudo, cerrado y abrupto.

El territorio guipuzcoano está cruzado por cordilleras de montes de distintas alturas, extensiones y formas que arrancan de los Pirineos y de tal modo se entrelazan y amontonan que todo él parece un monte continuado.

Los hay de dimensiones colosales, con crestas rocosas y escarpadas a los cuales sirven de estribos una muchedumbre de colinas con laderas sembradas y cumbres frondosas.

Formando parte del conjunto se divisan suaves lomas y collados, cubiertos de vegetación menos brava.

En los huecos que quedan entre unas y otros se ven angostas encañadas y valles profundos, por donde se abren paso, en tortuosa carera, las aguas que vienen de las alturas reunidas en turbulentos arroyos y plácidos ríos.

Mirada desde una gran altura aquella inmensidad de montes que muestras sus cumbres de diferentes matices y tonalidades, produciría el efecto de gigantescas olas de un mar embravecido, petrificadas en un momento de extraordinaria tormenta.

En sus cumbres, en sus faldas, en sus quebradas, en sus pliegues, en las vegas y gargantas, luciendo su color blanco o gris, en el fondo verde, se ven innumerables casas, agrupadas o dispersas, como amedrentadas gaviotas sorprendidas por aquella fantástica evolución, balanceándose mansamente sobre las ondas.

Si dirigimos la vista hacia el borrascoso océano veremos cómo sus rugientes olas acometen y rompen contra el valladar de peñascos que se oponen a su avance, mientras otras de menor empuje juguetean suavemente entre los arenales, o completamente tranquilas, permanecen en el encierro de las bahías y muelles, sin que la fiereza de las aguas cántabras haya sido óbice para que se mantengan enhiestas algunas islas.

Al contemplar este paisaje tan áspero y quebrado por la parte de tierra, cerrado, en pasados tiempos, por breñas y malezas, más apropiado para servir de guarida a las fieras que de habitación al hombre, y al ver por el lado del mar las aguas tormentosas amenazadoras, se comprende que únicamente una raza viril y gallarda podía tomar asiento en tan agreste sitio; y si bien es cierto que sus osados habitantes han pagado duros tributos a la naturaleza padeciendo unos hambres y hundiéndose por millares en el fondo del Cantábrico los que vivían del mar, ello es que, con el trabajo constante y con el vigor de sus músculos, han sabido vencer en la contienda, a pesar de la esterilidad de la tierra y de la bravura de las aguas.

El esfuerzo del hombre ha transformado las hirsutas montañas en plantaciones de hayas o de robles, de fresnos o castaños, en extensas y deleitosas praderas y las áridas costas en puertos y balnearios.

Los valles que se forman con las tierras aluviales que los ríos arrastran, son de corta extensión.

Los dos más dilatados son: el que se extiende entre Irún y Fuenterrabía, en la margen izquierda del Bidasoa, cuyos arrastres, mezclados con los del mar, constituyen una espléndida vega, y el de Zarauz, cerrado al N. por el Cantábrico y al S. por la montaña de Pagoeta.

Los demás valles, aún incluyendo los de Hernani, Loyola (S. Sebastián), Loyola de Azpeitia, etc., no merecen este nombre.

Las altitudes principales son: Aitzgorri (1.540 m.), Irumugarrieta (1.467 m.) y Larrunarri (1.410 m.).



Ríos

Todos vierten sus aguas en el Cantábrico.

Los principales son: El Bidasoa, el Oyarzún, el Urumea, el Oria, el Urola y el Deva.

El primero nace en los montes Alduides y cruza el valle de Baztán (N).

Al llegar a Endarlaza [en donde está el puente que une a (G) con (N)], comienza a bañar territorios guipuzcoanos y desde Chapitelako-arria a servir de límite divisorio entre España y Francia.

Es navegable para embarcaciones de poco calado hasta cerca del segundo punto nombrado.

Su recorrido total es de unos 13 Km.

La posesión y el dominio de este río han dado motivos a graves incidencias entre las dos naciones limítrofes y sólo en 1857 convinieron en firmar un tratado de límites por el cual se estableció que la línea divisoria era el centro de la ría.

Desemboca en el mar entre la ciudad española de Fuenterrabía y la villa francesa de Hendaya, formando en la barra un extenso arenal.

El puente internacional de Behobia pone en comunicación la carretera de Madrid a Francia y el de Irún sirve para unir ambas naciones por la línea férrea.

El puerto de Asturiaga se halla a corta distancia de la barra y es de tanta antigüedad que figura en el privilegio de fueros y términos concedido a Fuenterrabía por Alonso VIII de Castilla en 1203.

Muy cerca de dicho puerto se ven las ruinas del Castillo de S. Telmo levantado en 1598 para evitar las incursiones de los piratas.

Sobre su puerta principal se lee todavía:

AN REPRIMENDA PIRRATARUM LATROCINIA

El río Oyarzún, denominado también Bertandegui y Lezo, nace cerca de los linderos de (N), riega el valle de Oyarzún y pasa por la villa de Rentería.

Es de muy corto curso y desemboca en el mar por la pintoresca bahía de Pasajes.

Su nombre evoca la antigua y famosa Olearso, bastante mencionada por los historiadores romanos.

El Urumea nace en (N), más allá de Goizueta, en el valle de Basaburua; penetran sus limpias aguas en (G) con un declive muy acentuado después de describir numerosas curvas.

Dio movimiento a numerosas ferrerías, cuando no se conocía en el país otro modo de elaborar el hierro que el hidráulico.

Pasa por Pikoaga en la frontera de (N) y (G), por Hernani y Astigarraga, para desaguarse en el Cantábrico por la imponente barra de Zurriola en S. Sebastián, después de formar el ameno valle de Loyola.

El río Oria es el de mayor longitud, el más caudaloso y el que recibe afluentes más numerosos y de mayor importancia.

Su origen está en la divisoria de los mares Cantábricos y Mediterráneo; una de las corrientes que lo forman nace en el puerto de S. Adrián, en la sierra de su nombre, confines de (A), y la constituyen los arroyos de Latsaen y de Otzaurte que se unen en Zupichoeta, en donde toman el nombre de río Oria.

Baja por las villas de Cegama y Segura, Beazaín, Alegría de Oria y numerosas otras, para atravesar, ya con su caudal de aguas bastante aumentado, por la villa de Tolosa.

En Lasarte tuerce bruscamente al O. hasta desembocar en el mar.

Es navegable en 6 Km. antes de su desembocadura, en donde estuvieron antaño, los célebres astilleros de Aguinaga.

Hay un caserío y un apellido del nombre de este río.

El Urola nace en la sierra de Aitzgorri, al S. de (G).

Se forma con las regatas Brinkila y Barrendiola, que se unen en la ferrería de Olazarra.

En documentos del S. XV se le llama río de Legazpia, por nacer en términos de este pueblo.

Sigue en dirección al N. pasando por Zumárraga, Villarreal y Azcoitia, donde cambia bruscamente al O. N. O. obligado por la elevada montaña de Izarraitz, y entre dicha villa y Azpeitia forma una encantadora y plácida vega, de gran renombre por hallarse en ella el famoso Santuario de Loyola.

Desde aquí sigue en dirección N., pasando por Lasao, magnífica posesión de los Marqueses de S. Millán, y por Cestona hasta llegar al barrio de Iraeta, en donde comienza a describir caprichosas ondulaciones hasta mezclar sus aguas con las del mar.

Poco después de Iraeta pasa por Chiriboga, en donde hay una Casa Solariega que ha sido cuna de muchos nombres ilustres.

En Aizama las aguas desaparecen por unos sumideros para brotar de nuevo en Ambi-iturrieta.

Sólo es navegable desde el mar hasta Oiquina (5 Km.).

En las altas praderas de Anguta, situada en la falda meridional de (G), en los confines de (A), brota un arroyo que unido luego a otros dos regatos baja hasta las Dorlas, en donde se les junta otro arroyuelo para formar el río Deva.

La cuenca que le rodea, cerrada hacia (A) como curva de herradura, ofrece una profunda hosquedad.

A su margen izquierda se alza el Caserío de Oquendo, cuna de este ilustre linaje y a la derecha el Santuario de Ntra. Sra. del Castillo.

De pendiente muy rápida en los primeros kilómetros de su carrera, atraviesa los pueblos de Salinas de Leniz, Escoriaza y Arechavaleta, que forman el valle de Leniz; atraviesa la villa de Mondragón, en donde recibe al Aramayona que viene del valle alavés de este nombre, pasa después por el antiguo balneario de Sta. Águeda, hoy convertido en Manicomio provincial; en S. Prudencio se suma a él un afluente de consideración: el Aránzazu, que nace entre las Peñas de Elguea y Aitzgorri, y abriéndose paso por la estrecha garganta de Urrejola, riega los campos de la villa de Oñate y pasa después por Vergara, sigue por Placencia, Malzaga y Elgóibar.

Poco más abajo de Vergara recibe un afluente de poca importancia que baja desde el alto de Elosua, en donde estaba el famoso Castillo, en tiempos de Alfonso VIII de Castilla.

Desde Placencia hasta Elgóibar describe una gran curva en dirección al E., atraviesa el barrio de Alzola para desembocar en el Cantábrico, por la villa que ostenta su nombre, no siendo navegable sino desde Mendaro.



Puertos

En las 30 millas de costa peñascosa tiene (G) los siguientes pueblos: Motrico, Deva, Zumaya, Guetária, Zarauz, Orio, S. Sebastián, Pasajes y Fuenterrabía.

Sólo el penúltimo de ellos con Guetária merecen el nombre de puertos, pues son los únicos refugios del navegante.



Minas

Su laboreo data de tiempos muy remotos.

Las hay de zinc, plomo y otros minerales, pero las más importantes de esta provincia son las de hierro, llamadas también cotos mineros, entre las que mencionaremos las de Ardi-iturri, al pie del monte Aya en Oyarzún; Berastegui, Ceraín, Mutiloa e Irún-Lesaca.

Sus montañas contienen también gran número de canteras compuestas de mazas calizas y areniscas, que proporcionan magníficos sillares de construcción, como asimismo yeso, ofitas y margas que se emplean en la fabricación del cemento hidráulico natural y artificial.



Aguas minerales

La provincia de (G) es una de las más ricas de España en estas aguas.

Son muy grandes sus variedades y sólo citaremos las principales: Salinas de Leniz, Salinas de Cegama, Manantiales de Alzola, de Insalus (Lizarza), Ormaiztegui, Gaviria, Los Remedios (Ataun), Arechavaleta, Escoriaza, Sta. Águeda (Mondragón), y de S. Juan de Azcoitia.



Cavernas

Dignas de mencionarse por sus bellezas naturales y por los fósiles en ellas encontrados son las de Aitz-bitarte, en Landarbaso; de Aizkirri, cerca de Oñate; de S. Valerio, en Mondragón; de Iturmendi e Iturregui, en Hernani.



Clima

Muy húmedo, nevoso y lluvioso antaño, hoy por la tala progresiva de sus árboles se ha tornado más seco.

Naturalmente que hay grandes diferencias entre el del interior y el de la costa.

Su temperatura mínima en 1912 fue de -4º y su máxima de 34º.



Sismología

Los temblores son muy escasos.

En (G) no hay volcanes.



Fauna y flora

Se han encontrado en las cuevas restos del león, de la hiena y del oso de las cavernas, y también del ciervo, del reno, del rebeco y de la gamuza y acaso del bisonte; la mayor parte de los cuales, con excepción del ciervo, ha desaparecido hace siglos.

La caza era la distracción de los nombres señores, pero no ha quedado en (G) vestigios de aquellas atrevidas expediciones cinegéticas de los reyes y nobles de las provincias vecinas, y si alguna vez aparece que los reyes de (N) penetraban arrastrados por su pasión favorita hasta las cumbres del Jaizkibel, no es para decirnos las clases de fieras que perseguían sino para explicarnos algún escudo de armas o certificado de nobleza expedido por el rey de armas a ciertas gentes que se consideraban descendientes de aquellos monarcas.

Se han encontrado en los bosques de (G) onzas, leopardos y tigres: su origen puede explicarse con el conocimiento que se tiene de que antiguamente los utilizaban como auxiliares en la caza, y pudo acontecer que, en más de una ocasión, saltaran de la grupa del caballo para no volver, internándose entre los espesos matorrales y aclimatándose en el país.

Otras fieras que han abundado en aquellas montañas son: el oso, el lobo, el jabalí, el gato montés y la zorra, tan repetidos en los escudos.

Tanto daño causaban estos carniceros que los pueblos pagaban premios a los cazadores que los presentaban muertos.

El lobo y el jabalí han sobrevivido en (G) por más tiempo que las demás especies anotadas y todavía hacen sus apariciones con gran alarma de los pastores.

El jabalí suele pastar con los cerdos silvestres en los bosques y ocurre que las cerdas vuelven preñadas de este animal, caso en que hay que matar a las crías por su ferocidad.

También se encuentran el corzo, la cabra montés, la ardilla, la marta, la comadreja, el hurón, la liebre, la nutria.

Las especies de peces, insectos, aves, etc. son tan numerosas que no podemos enumerarlas en estos breves apuntes.

Lo mismo podemos advertir de las especies de árboles y plantas, de los cuales se trata en los Blasones Parlantes.



Agricultura

El trigo, el mijo y el nabo eran los únicos frutos que arrancaban los guipuzcoanos a la tierra labrada, y aún éstos en tan exigua cantidad, que se veían precisadas las autoridades a procurarse trigo del extranjero.

Por esto no debe extrañarnos la gran emigración de sus habitantes al Nuevo Mundo, donde encontraban una tierra fecunda y pródiga que los haría pensar en las asperezas de la suya.

Dice Lope García de Salazar que venían a América a buscar «el conducho para amatar las ganas de comer...»

Los frutos que daban las especies arbóreas que de antiguo se conocían en el país eran las nueces, las avellanas, los higos, las manzanas, sin duda en estado silvestre y constituirían con el mijo, la leche y la caza, su principal alimento.

El poco trigo que se cosechaba estaría reservado para los propietarios, y, sin necesidad de recurrir a tiempos lejanos, todavía el mediar el S. XIX se comía muy poco pan de harina de trigo por la clase trabajadora que miraba este cereal como artículo de lujo.

Los propietarios los encerraban en sus hermosas arcas con llave, conocidas con el nombre de Kuchas (y que en muchas partes constituían el mejor mueble de la casa), con una arquilla (kuchatilla) en un costado, en donde guardaban juntos, tal vez sin darse cuenta del símbolo, ¡el oro y el trigo!

El descubrimiento de América les dio a conocer el maíz que luego sembraron, tardando algunos años en generalizarse y en utilizar su harina para hacer pan, sustituyendo el de mijo.

El nuevo grano vino a llenar una gran necesidad, suavizando el problema del hambre, y poco a poco se le empleó como alimento principal de la clase trabajadora y del ganado mismo.

Estos panes o tortas son de dos clases: unos que se cuecen al horno (artoa) y otros más delgados que se hacen a fuego vivo en la cocina, sobre palas de hierro de forma circular (taloa).

Recién hechos son muy agradables y los comen no solo los pobres sino las clases acomodadas, especialmente en sopas de leche.

Desde que se introdujo el maíz se adoptó el sistema de cultivar las tierras labrantías divididas en 2 lotes, alternando las cosechas de trigo, maíz y nabo.

Especial mención merece en la arboricultura el manzano, de cuyo cultivo hay noticias que alcanzan al siglo XI.

Ha adquirido creciente intensidad hasta nuestros días, en que la sidra que con esta fruta se fabrica deja grandes beneficios al labrador.

Al llegar la primavera toda la provincia parece un inmenso jardín cubierto de flores roji-blancas que perfuman el aire.

Abundan en el país el castaño, nogal, avellano, peral, higuera, cerezo, guindo, melocotonero, albérchigo, ciruelo, níspero, membrillo y, en las huertas de la costa, uno que otro naranjo y limonero.

También abunda bastante el madroño en los terrenos cercanos al mar, pero no se utiliza su fruto que es muy escaso y soso.

Sin embargo, existe en Fuenterrabía la costumbre de que los muchachos vayan recorriendo -en la tarde del día de Todos Santos- las casas de los propietarios, gritando desde la calle: «Kaudan, kaudan, duenak ez duenari eman» (Madroño, madroño, que de el que tiene al que no tiene).

Esto indica que antiguamente los propietarios repartían esta fruta entre los chicos, pero después, por la escasez, sin duda, les echaban nueces y castañas por las ventanas, y ahora, aunque gritan, nadie les da nada...

El fresno se utilizó en la fabricación de armas de fuego y hasta de armas blancas y otras especies sirvieron para la construcción de bajeles.

En todas las caserías, especialmente en las proximidades de los centros de consumo, se cultivan berzas, coliflores, acelgas, borrajas, espinacas, lechugas, escarolas, tomates, pimientos, patatas, alcachofas, espárragos, zanahorias y otras verduras.

Casi todas las fincas rústicas se cultivan hoy día por arrendatarios que lo vienen siendo desde tiempo inmemorial, de padres a hijos, en perfecta armonía, y afectuosas relaciones con el arrendador que recibe la renta anualmente en productos agrícolas y en metálico.

El labrador guipuzcoano, sobrio, honrado y trabajador, hace un esmerado cultivo de sus tierras, convirtiendo un suelo ingrato en rico y productivo, a fuerza de profundas labores y constantes abonos, siendo admirable que montañas abruptas estén matizadas luego de constante verdor.

Los típicos Caseríos (baserris) guipuzcoanos, admirables defensores del alma vasca, son moradas habitadas por gentes que no conocen el cansancio: son grandes casas, blancas y limpias, donde no falta sano sustento para sus moradores y para los que llegan a sus puertas.

Las orillas del mar están repletas de casitas nuevas, alegres, rodeadas de jardines.

También los hoteles suntuosos, los puntos de recreo, han elegido esta provincia como centro favorito.

El trabajo y la paz han sido los dos grandes colaboradores del bienestar que allí se disfruta...

Como recuerdo de amarguras pasadas aún hay en la cima de los montes, castillos y fuertes y defensas...

En las montañas, en las cumbres, en los repliegues, en los llanos y en las pendientes, surgen por todas partes los pueblecillos con sus casas agrupadas en torno de la iglesia que nunca falta, ni aún en la más diminuta aldea vasca.

Al visitar los caseríos de labranza se admira principalmente a la dueña de casa (echekoandre), tipo perfecto de sobriedad, actividad y economía, que atiende a todos los menesteres de la casa y ayuda además a su marido en las faenas del campo, educa a sus hijos y cuida del ganado y de las aves.

Consta el caserío de 4 partes que son: las tierras labrantías, la casa, el monte y el ganado.

En la familia rural vascongada todos se ayudan mutuamente en sus rudas labores y viven con relativo desahogo.

Cuando hay que practicar en algún caserío una labor urgente e indispensable y el labrador no cuenta con el número suficiente de brazos, pide ayuda a sus convecinos y entre todos hacen el trabajo, sin retribución alguna, solo por reciprocidad.

En algunos casos las familias toman un criado (morroya) para que les ayude en todas las faenas, al que sientan a su mesa, le proporcionan la ropa necesaria y lo tratan como a un miembro de la familia.

El edificio o vivienda del casero situado en los terrenos de la finca, es amplio, con habitaciones capaces y cómodas para personas y animales, teniendo además el horno para cocer pan y muchos el lagar para hacer sidra.

La mayor parte de las vetustas construcciones que han llegado hasta nosotros, fabricadas con grúes y abundante material de roble, van desapareciendo, algunas por incendios, otras por reconstrucción o renovación.

En su interior se ve el orden y el aseo y el menaje decente y a veces lujoso.

Especialmente cuentan las familias con abundancia de ropas de todo género, poseyendo algunas todavía los lienzos que les dejaron sus antepasados.



Industrias

Los ramos de industria que de más antiguo datan en (G) son el de pesca, la fabricación del hierro, las tejerías y alfarerías y los molinos; subsistentes todos ellos a través de los siglos.



Ferrerías

Esta industria merece capítulo aparte.

Son innumerables los nombres toponímicos y los apellidos en que figura la palabra ferrería, en euskera: Ola.

Documentos antiquísimos nos dan noticia de su existencia: el Fuero de S. Sebastián, de mediados del S. XI, trata de los derechos del hierro; el privilegio de Alfonso X concedido a Mondragón en 1262, libera de derechos a los ferrones; la Carta-Puebla de Segura, etc.

La riqueza que esta industria suponía para la vida de (G) hizo que los monarcas de Castilla siguieran protegiéndola concediendo otros privilegios de importancia, como p. ej. el Fuero de Ferrerías dado a la tierra de Oyarzún por Alfonso XI (1338), y el que consiguieron las ferrerías del valle de Legazpia y de las márgenes de los ríos Leizarán, Oria, Urumea y Deva.

Por R. C. de 22-XI-1621 se prohibió que entrase a Indias, islas y tierra firme del mar océano, otro hierro que no fuera el de España.

La fabricación del hierro traía consigo el establecimiento de otras industrias como ser: fabricación de anclas, argollas, clavazón, pernos, bisagras y todo lo necesario para las construcciones navales; verjas, ventanas, rejas, etc. para edificios; fábricas de armas blancas y de fuego (S. XV), que tomaron incremento, estableciéndose en Placencia, Éibar, Mondragón, Vergara, Tolosa, Alegría, Ibarra.

Se hacían arcabuces, mosquetes, versos y otras armas de fuego y se labraban armas blancas con sus astas, como picas, lanzas, medias-lanzas, alabardas, dardos, azconas, venablos, alfanjes, espadas, tizonas, machetes, cuchillos y navajas.

En otro orden de trabajos se fabricaban herraduras, clavos, cadenas, calderas, sartenes, parrillas, cerrajas, candiles, asadores de torno, yunques, bigornias, porras, mazas, hachas, azadones, arados, esquilas, campanas, espuelas, bocados, eslabones, balcones, camas (catres), etc.

En Éibar y Placencia se fabricaban relojes de campanario, de sobremesa, de bronce y de repetición, muy curiosos.

El acero de Mondragón llegó a adquirir gran perfección, siendo de este punto el que se empleaba en la fábrica de Toledo para sus famosas armas.

Los procedimientos primitivos parece que consistieron en calcinar la vena (veta) a campo libre y sin hoyos, empleando el carbón vegetal y la leña.

También se fundía el mineral en hoyos u hornos de cal y canto, activando la combustión por medio de tubos cilíndricos que soplaban los hombres, gastando enormes cantidades de combustible.

En el S. XV se ideó el aprovechamiento de las caídas de agua para producir viento por medio de trombas y aún por toscas ruedas hidráulicas o rodeznos que ponían en movimientos los fuelles o barquines y los martillos o mazos.

Entonces las ferrerías se establecieron en las orillas de los ríos y regatas.

Según el Padre Henao en sus Antigüedades de Cantabria era fama que, desde 1540, se pusieron las ferrerías a la genovesa, es decir, con mayor y martinete, que era como se labraba el hierro todavía en su tiempo (1687).

Dicho autor nos lo refiere así:

«Sin fuerza de brazos la misma agua mueve ruedas, hincha de aire los barquines para que enciendan y aviven las fraguas, mueve los martinetes y hace otros muchos ministerios.

Es cosa dignísima de ver una oficina de estas.

Primeramente se refina la vena con mucho fuego en una grande «hoya que llaman arragua.

Después se echa en la fragua tan ardiente que arroja hasta el cielo las llamaradas.

Sale de ella la primera masa, centelleando raspas de fuego, vertiendo escoria derretida.

La manejan con tenazas y ganchos tan diestramente que, sin dificultad, con ser pesadísima, la sujetan al martinete: allí, a repetidos golpes causadores de un músico estruendo, contrastan su dureza, y volviéndola ya de un lado ya de otro, condensan aquel pedazo, al parecer más de fuego que de hierro, purificándolo de cualquier maleza».



Los primitivos fuelles se movían a mano y eran de cuero de gamo o de cabra.

En la parte correspondiente al cuello se adaptaba un tubo hecho con cañas, dejando por la parte posterior una abertura que podía abrirse a voluntad para admitir el aire y cerrarse cuando se quería soplar con el fuelle.

Se inventaron para alimentar los hornos de viento que antes funcionaban sólo con el aire natural.

Los fuelles de madera se vinieron a usar en 1620, año en que fueron inventados por el Obispo de Ramberg, Bohemia.

Pablo Antonio de Rivadeneira, minero del Perú, inventó un nuevo método de fundir sin fuelles ni barquines, produciendo el aire por medio del agua.

Obtuvo privilegio de invención de Felipe IV, pero parece que no dio buenos resultados.

La Sociedad de Amigos del País, en 1766, creó un premio de 250 pesetas para el que determinase por cálculos matemáticos, fundados en la experiencia, cual de las 3 especies de fuelles o barquines conocidas hasta entonces, era la mejor: los de cuero, los de tabla o las trombas (aize-arkas).

No conocemos el resultado del ofrecimiento.

D. Pablo Areizaga, Prior de Caparroso y natural de Villa Real, mandó construir una tromba conforme a las instrucciones de la Academia de Ciencias de París, deduciendo ventajas respecto de los barquines de cuero.

D. Pedro Martín de Larrumbide, Cab. de la O. de Carlos III, vecino de Elgóibar, inventó los fuelles de piedra.

Las ferrerías eran de 2 clases: Mayores o Zearrolas y Menores, o martinetes o tiradoras.

En las primeras se fundía mayor masa de mineral (agoa) y en las segundas masas menores (tochos), fabricándose en éstas lo menudo, como el varillaje, alambres, planchas.

En 1625 había 80 Mayores y 37 Menores.

Las primeras fabricaban al año 120.000 quintales; se gastaban en su labor 3.000 cargas de carbón de 10 arrobas.

En 1773 había 75 ferrerías, 22 martinetes y 6 fábricas de acero; en 1802, 94 ferrerías; en 1860, 31; en 1872, 9; en 1880, sólo 4 con una producción apenas de 2.600 quintales métricos.

Después de 1860 comenzó a decrecer el número de ferrerías a consecuencia del establecimiento de altos hornos en (V), (N) y (A) y en Beasaín (G).



Molinos

Ramo muy importante de la antigua industria guipuzcoana.

De su antigüedad nos habla el fuero de S. Sebastián, dado por Sancho el Mayor en la segunda mitad del S. XII, imponiendo penas a los que entrasen a la fuerza en su recinto y la R. C. expedida en 1332 por Alfonso XI de Castilla permitiendo la construcción de molinos de viento dentro del palenque y cercas de S. Sebastián.

Se utilizaban los ríos y saltos de agua y hasta los mares en los pueblos de la costa.

Al efecto abrían tierra adentro grandes depósitos en donde penetraba el agua al subir las mareas, y cuando estas empezaban a bajar, comenzaba a trabajar el molino, hasta que el depósito se desocupaba.

Se conocían con el nombre de Marea-errota (Molino de marea).

Por 1860 se contaba en (G) hasta 335 molinos harineros.

Otras industrias dignas de mencionarse por la cantidad de productos que enviaron a América fueron: la que instaló en 1777 a orillas del Urumea, cerca de S. Sebastián, D. Manuel de Iturralde, consistente en una fábrica de Indianas, telas pintadas y pañuelos de color, banderas con escudos estampados, etc.; la de productos similares fundada por D. Domingo Caste; las 2 de naipes, etc.

Todas decayeron a fines del S. XVIII a causa de no poderse traer a América sus productos.

Hoy día la provincia cuenta con importantes y numerosas fábricas de toda clase de industrias y manufacturas.



Comercio

En el fuero de D. Sancho el Sabio (N), otorgado después de mediar el S. XII y confirmado en 1202 por D. Alfonso VIII, se enumeran varios de sus ramos: hierro, cobre, estaño, toneles, sidra, cueros, pez, pimienta, cera, cotonías y otras telas, cuerdas, paños de lana y lino, barbas, pipas, incienso, pieles, etc.

Y se expresan los derechos que se pagaban.

Como (G) ha sido una tierra pobre, ha tenido que recurrir al tráfico para importar de otras provincias lo necesario a sus habitantes.

Álava la surtía de trigo, de cebada y otras mieses; Navarra le facilitaba también trigo y vino y (G) les daba en retorno sus especiales cebones y cerdos, pescado y hierro; Castilla y Andalucía la proveían de aceite, jabón, lino, etc.; de Asturias, Galicia y Portugal se importaban algunos artículos.

Mayor era el comercio con los reinos del N., como lo prueban los tratados y alianzas celebrados con los ingleses y franceses en el S. XV y la lonja nacional que estableció en 1348 con los demás estados vascongados en Bruxas (Bélgica).

Este comercio llegó a su apogeo en el S. XVIII en que los guipuzcoanos emigraban a Indias con grandes cantidades de mercaderías que vendían con una utilidad de 900%.

La «Compañía de Caracas», p. ej., destinada a importar el cacao de Venezuela a España, comenzó su tráfico saliendo de Pasajes en 15-VII-1730 los primeros navíos; el número de éstos alcanzó a más de 30 y estableció un comercio importantísimo.

Esta Compañía se extinguió en 1784 para formar la de Filipinas.

Hoy día el tráfico comercial de (G) es bastante próspero, después de haber atravesado lapsos muy angustiosos.



Vías de comunicación

Tres eran los caminos principales: uno que viniendo de (A) pasaba por el túnel natural de S. Adrián y seguía por Cegama, Segura, Villafranca, Tolosa, Hernani, Oyarzún, S. Sebastián, Rentería, Fuenterrabía e Irún a Francia; otro que venía de la provincia citada y se dirigía por Salinas, Mondragón, Oñate, Legazpia, Villarreal, Ormaiztegui y Beasaín, en cuya jurisdicción se incorporaba al anterior, en el punto llamado Yarza.

El 3º partía de Pamplona y pasando por Lecumberri y Leiza entraba en (G) por Berastegui para seguir por Berrobi a Tolosa, en donde se unía con los anteriores.

Estos 3 caminos eran calzadas de piedra de unos 10 a 12 pies de ancho.

Sólo en 1752 se pensó en hacer caminos más anchos y se terminó uno para coches en 1780, desde Salinas a Irún.

Después se construyeron otros de importancia.

El primer ferrocarril que circuló por (G) en las líneas del N. llegó a S. Sebastián el 12-VII-1899.



Correos

De las 11 regiones en que se halla dividida España para este servicio, la 2ª es la de Bilbao que comprende: Álava, Burgos, Guipúzcoa, Santander y Vizcaya.

El reparto de la correspondencia se hace por estafetas, por carteros y peatones.



Telégrafos

Los pueblos antiguos se entendían encendiendo hogueras en las alturas o haciendo señas con banderas.

De la línea de torreones ópticos que hubo establecida en (G) para el servicio de telégrafos con banderas, aún se encuentran vestigios en los altos de Andoaín, Tolosa, Alzaga, Segura, etc.

El telégrafo eléctrico data de 1854.

Existen además instalaciones de telegrafías sin hilos y una completa red telefónica.



Organización civil y administrativa

El régimen peculiar de gobierno que ha tenido (G) desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días ha sido distinto del de las demás provincias regidas por la Ley General de la Nación Española.

El Corregidor, las Juntas de los representantes de las villas, los Alcaldes de Hermandad, los Ayuntamientos y Alcaldes y más tarde la Diputación Foral, eran las instituciones que completaban la organización provincial y municipal, después que sus pueblos se constituyeron en Hermandad.

El Corregidor era un funcionario Real, juez pesquizador de los delitos y de alzadas de las sentencias de los Alcaldes Ordinarios, delegado del Gobierno para lo que era puramente administrativo respecto de los Municipios.

Sus facultades jurisdiccionales eran como de tribunal de apelación civil y criminal, y las políticas presidir las Juntas Generales de la Provincia como delegado del monarca, velando por sus derechos y prerrogativas.

Su residencia solía ser alternativamente S. Sebastián, Tolosa, Azpeitia y Azcoitia, donde tenía su audiencia.

Las Juntas Provinciales se congregaban en reunión ordinaria o general, antiguamente 2 veces al año y una vez en tiempos más modernos, y en reunión extraordinaria o Junta Particular, cuantas veces era menester.

Con el tiempo se aumentó hasta 23 las villas en que celebraban Juntas.

Siete y después ocho fue el número de Alcaldes de la Hermandad, con asiento en otros tantos partidos en que se dividió la Provincia.

Los Ayuntamientos y Alcaldes Ordinarios se regían por Ordenanzas Municipales independientes unos pueblos de otros.

A mediados del S. XVI empezó a funcionar la Diputación Foral, con un Diputado por cada uno de los 4 pueblos de tanda, o sea, de residencia del Corregidor, nombrado por las Juntas.

Más tarde varió su número y la forma de ejercer el cargo.

El Corregidor fue sustituido por el Gobernador Civil y las Juntas y Diputaciones Forales fueron suprimidas por la ley abolitoria de los Fueros de 21-VII-1876, con enérgica protesta del país que vio con amargura la desaparición de sus organismos autónomos y de sus libertades seculares.

Esta transición fue muy laboriosa: a pesar de la tenaz oposición, el gobierno ocupó militarmente el territorio vasco.

(G) se encuentra dividida en 90 distritos municipales, cada uno de ellos con su respectivo Ayuntamiento y Alcalde (Véase Partidos Judiciales).

La provincia nombra 20 diputados provinciales cuyo cargo dura 4 años.

Los Diputados a Cortes son 5 y los Senadores 3.



Organización militar y marítima

Esta Provincia situada en los confines de una nación poderosa, aparece preparada militarmente desde tiempos muy antiguos, no sólo con fines guerreros sino también comerciales.

Cuando se unió a Castilla, en 1200, contaba con las fortalezas de S. Sebastián, Fuenterrabía, Beloaga, Aizorrotz, Arrasate, Ataún y otras; después se levantaron las de Gaztelu y Behobia y se construyeron varias villas muradas y torreadas como Tolosa, Villafranca, Guetária y Motrico.

De todas ellas no queda en pie de defensa sino el Castillo de la Mota de S. Sebastián; de las plazas amuralladas subsiste únicamente la de Fuenterrabía.

Quedan vestigios de los otros castillos.

Hoy día se levantan 2 magníficos fuertes: el de Jaizkibel, cerca del Santuario de Guadalupe y el de S. Marcos, emplazados en los montes que les dan nombres.

Tenía (G) en todo tiempo un ejército pronto para la guerra, el mando de un caudillo llamado Coronel de Guipúzcoa, nombrado por la provincia.

Hasta los Reyes Católicos no se tiene noticias de que hubiera autoridad alguna militar; pero desde entonces figura un Capitán General, con residencia en Fuenterrabía, habitualmente, y después en S. Sebastián.

Esta Capitanía General estuvo unida varias veces al Virreinato de (N), con residencia en Pamplona.

No es del caso tratar aquí de los cambios de organización militar que ha sufrido (G) últimamente, ni de las nuevas divisiones de su territorio en este orden.



Organización eclesiástica

Testimonio de la religiosidad de (G) son sus iglesias, por su grandeza y magnificencia.

A su construcción han ayudado con grandes cantidades los indianos de América; asimismo a su dotación de alhajas y ornamentos, muchos de ellos desaparecidos en los saqueos llevados a cabo por las tropas francesas.

Desde 1862 (G) corresponde a la diócesis de Vitoria, juntamente con (A) y (V).

Las noticias más antiguas hacen creer que perteneció a la Diócesis de Calahorra, puesto que, extendiéndose este obispado por el año 457 desde su metrópoli Tarragona, de mar a mar hasta el Cantábrico, siguiendo la línea de los Pirineos, no hay duda que (G) quedaba incluida bajo aquella jurisdicción eclesiástica.

Al fundarse el Obispado de Pamplona (589) es de suponer que, sino toda, una parte de (G) se le uniría.

La invasión agarena a principios del S. VIII, obligó al prelado de Pamplona a refugiarse en el Monasterio de Leire, enclavado en los límites de Aragón, en donde se supone que permaneció por espacio de 2 siglos.

Se cree que en los últimos años del S. IX tuvo lugar la anexión de los pueblos de esta provincia a los obispados de Francia.

En 1027 aparece (G) formando parte de los Obispados de Bayona, de Pamplona y de Calahorra.

Por una bula de Pío V (1566) los pueblos comprendidos entre S. Sebastián y la raya de Francia que formaban el Arciprestazgo de Fuenterrabía quedaron segregados del Obispado de Bayona y anexionados al de Pamplona, correspondiendo a la Diócesis de (N) dicho Arciprestazgo y el denominado de (G), y el Obispado de Calahorra el Arciprestazgo de Leniz, con más las Vicarías de Elgóibar y Oñate y la Iglesia de S. Andrés de Astigarribia.

Las Iglesias Parroquiales de (G) eran de Patronato, siendo éste de 3 clases: de la Corona Real, de Caballeros particulares o Patronos diviseros y de los pueblos.

Estos últimos elegían generalmente sus vicarios y rectores entre los hijos del lugar y como dichos cargos eran muy solicitados, su elección daba lugar a empeñadas porfías.

En la actualidad el número de Arciprestazgos alcanza a 8 y son: Azpeitia, Éibar, Mondragón, S. Sebastián, Segura, Tolosa, Vergara y Villafranca; el 1º con 24 parroquias; el 2º con 8; el 3º con 24; el 4º con 22; el 5º con 11; el 6º con 31; el 7º con 14 y el 8º con 17.

En 1625 había 32 Conventos, 12 de varones y 20 de monjas.

El más antiguo parece ser el de Agustinas de S. Bartolomé, en S. Sebastián (1250), siguiéndolo el de Franciscanos de Aránzazu (1469).

Hoy día hay 38 conventos de varones y 121 de hembras y gran número de Ermitas, y Santuarios.

Entre los Santos y mártires guipuzcoanos debemos mencionar en primer lugar a San Ignacio de Loyola, nacido en la Casa-Solar de Loyola, en Azpeitia, en 1491.

Se dedicó a la carrera de las armas, siendo herido en el sitio que pusieron los franceses a Pamplona en 1521; conducido a la casa paterna se dedicó a la lectura de libros místicos mientras sanaba de su herida y fue tal la influencia que causaron en su ánimo, que se dedicó por completo al servicio de Dios.

En 1540, con la aprobación de Paulo III, fundó la célebre Orden de la Compañía de Jesús.

Murió en Roma en 1556.

Las obras que dejó escritas son: El libro de los Ejercicios Espirituales, Constituciones de la Compañía de Jesús, Cartas e Instrucciones, _______. Su espada se halla en la Iglesia de Belén, en Barcelona; fue beatificado en 1609 y canonizado en 1622.

Es Patrono de (G) desde 1621; de (V) desde 1680 y de (A) desde 1868.

Forman parte de la Compañía de Jesús, hoy día, más de 17 mil padres, hermanos, novicios, _______. La Casa Solariega de Loyola quedó encerrada en un grandioso edificio proyectado en Roma por el arquitecto Fontana, cuya construcción duró desde 1689 a 1888.

Entre los objetos de valor que encierra merece citarse la estatua de S. Ignacio, modelada por el escultor valenciano Fco. Vergara y que en 1758 se mandó hacer de plata por la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.

San Martín de la Ascensión fue un religioso franciscano crucificado en el Japón en 1597 con otros 25 cristianos; fue beatificado en 1627 y canonizado en 1862.

Su cuna ha sido disputada por Beasaín, que sostiene que se trata de S. Martín de la Ascensión y Loinaz, y por Vergara, que defiende que es S. Martín de la Ascensión y Aguirre.

El Venerable Padre Domingo Ibáñez de Herquicia, nacido en la Casa de Vildaín, de Régil, en 1591, ingresó de novicio en el Convento de Domínicos de S. Telmo en S. Sebastián; estuvo en Filipinas por 1623, y sufrió su martirio en el Japón en 1633.

El Venerable Padre Julián de Lizardi, nació en el caserío de Urzuriaga, de la villa de Asteasu, en 1695; ingresó a la Cía. de Jesús en 1713; fue destinado a la misión de los chiriguanos en el Paraguay y hallándose celebrando misa en el pueblo de la Concepción fue asaeteado por los bárbaros.



Instrucción Pública

Citaremos como una curiosidad el acuerdo que se tomó en las Juntas de Rentería del año 1571, por el cual se ordenaba que en las villas y lugares no pudiera ser elegido Alcalde Ordinario y de la Hermandad al que no supiese leer y escribir.

Con este medio indirecto se obligaba a los Municipios a tener escuelas, o a lo menos maestros, en su jurisdicción, lo que se acordó formalmente en 1721.

Dignos de mención son los actuales establecimientos de enseñanza: el Real Seminario de Vergara, fundado en 1776; el Instituto Provincial y la Escuela de Artes y Oficios de S. Sebastián; el Instituto Politécnico de Irún y el famoso Colegio-Universidad de Sancti-Spiritus que existió en Oñate, merced a la generosidad de D. Rodrigo de Mercado y Zuazola, hijo de esa villa y Obispo de Ávila (1539).

Han funcionado en ese local un Instituto de 2ª enseñanza (1850), y una Escuela de Agricultura que subsistió hasta 1859.

Desde este año hasta 1873 continuó dándose la enseñanza universitaria y, cerrada durante la guerra carlista, se utilizó de 1884 a 1894 como Seminario menor Conciliar.

De 1895 a 1902 se restablecieron los estudios universitarios.

Finalmente, en 1901, se instaló allí el Colegio de S. Miguel dirigido por los Hermanos Maristas de la Enseñanza, con cursos de Comercio y Escuela de Artes y Oficios.

El hermoso edificio, del cual hablamos en el capítulo «Arqueología», se conserva intacto.



Beneficencia y sanidad

Los edificios destinados a albergues de pobres y caminantes son conocidos en (G) desde tiempos muy remotos.

Los peregrinos que, procedentes de Francia, se dirigían a Santiago de Compostela, en Galicia, tenían en varios pueblos de su ruta casas para alojar y descansar.

Penetraban por Irún por el «Paso de Santiago»; muy cerca de la orilla francesa del Bidasoa existía el Priorato de Santiago de Zuzernoa, señalado todavía con una cruz de madera.

También eran antiguos los hospitales para los enfermos del mal de S. Lázaro (lepra).

Como se comprenderá, el servicio médico era casi nulo y misérrimos los edificios.

Se distinguieron en la medicina los siguientes hijos de Guipúzcoa: el Dr. D. Andrés Ibáñez de Irure, nat. de Placencia, protomédico del Emperador Carlos V, muerto en el servicio en las guerras de Alemania; el Dr. Aguirre, nat. de Azpeitia, médico de cámara del mismo monarca; el sabio Dr. Fdo. de Escoriaza, nat. del Valle Real de Leniz, protomédico de dicho Emperador; el Dr. D. Juan Bautista de Villarreal Echevarría, médico de cámara de Felipe III; el Dr. D. Fco. de Galbete, descendiente de la Casa Solar de su apellido en Cegama, etc.

Había también el título de Cirujano para los que seguían un curso de anatomía práctica y 2 años de audición de los tratados quirúrgicos con más 3 años de práctica en los hospitales.

Estos eran conocidos con el nombre de Barberos porque además de la asistencia facultativa a los enfermos, tenían la de rasurar semanalmente a los igualados, conforme se ve en las escrituras de ajuste.

Por un celemín o dos de trigo al año asistían a todos los individuos de la familia en sus dolencias y quitaban la barba a los varones...

Los saludadores se dedicaban a curar las mordeduras de perros, de las culebras y de otros bichos malignos por medio de la succión o emplasto.

Era creencia general que, si un matrimonio tenía 7 hijos varones seguidos, el 7º tenía una cruz en la lengua con virtud curativa especial.

La Provincia prohibió el ejercicio de este oficio por acuerdo de 1743; pero en el siglo pasado aparecieron otros curanderos llamados Petriguillos, tal vez porque el primero se llamó Petri o Pedro, que se dedicaban a curar dislocaciones y fracturas de los huesos.

Aún hoy día hay muchos curanderos y curanderas que sigilosamente explotan a las gentes con brebajes y emplastos.

Si los médicos eran escasos, las boticas no eran numerosas, pero eran estrictamente vigiladas para que estuvieran abastecidas y sus precios fueran los de arancel.

Hoy día merecen citarse los siguientes establecimientos de asistencia pública:

El Hospital-Asilo regional de S. Andrés de Éibar; Id. de Irún; el Jardín-Galería de Convalecientes, primero de su género en España; el Asilo Benéfico de la Reina Victoria en S. Sebastián; el Hospital de S. Antonio Abad; el Asilo Matía; la Gota de Leche; la Junta de Protección de la Infancia y varios otros en la misma capital.

La Casa-Cuna Central de Expósitos, frente a la Estación ferroviaria de Villabona, rodeada de tierras bien cultivadas, pertenecientes a la Granja Provincial de Fraisoro, es la mejor de España y superior a muchas renombradas del extranjero.

La Casa de Salud de Sta. Águeda es una espléndida construcción sit. en el confín occidental de (G), lindando con (A) y (V), a 82 Km. de S. Sebastián y 4 de Mondragón, 233 m. s/m., en un estrecho y ameno valle regado por el Aramayona.

El que fue aristocrático balneario se alza formando pintoresco grupo con los caseríos de Sta. Águeda o Guesalíbar.

Fue adquirida esta Casa por las Ordenes Hospitalarias de S. Juan de Dios y del Sagrado Corazón a raíz del asesinato del Exmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo, ocurrido el 8-VIII-1897.

Sus aguas están clasificadas como sulfurado-cálcicas-nitrogenadas.

Fue inaugurado el 1º-VI-1898 con 66 enfermos y 44 enfermas.

En 1914 había 696 pensionistas, españoles y extranjeros.

Consta de 14 pabellones, los enfermos están separados por categorías y sindromas; disfrutan de toda la libertad compatible con su vesania y de muchas comodidades y esparcimientos.

El desgraciado que por haber perdido el don más preciado del hombre se ve recluido en este asilo, encuentra en él la tranquilidad, el silencio, la paz del alma de que tanto necesita.

Un clima de agradables y suaves temperaturas; un paisaje agreste, genuinamente vascongado, levantan el decaído ánimo del melancólico a la región de la esperanza y predisponen al enfermo a ser influenciado por la acción bienhechora de la cura moral, coadyuvante eficaz de los agentes terapéuticos.

En tiempos pasados, los alienados de (G) eran llevados a la Casa de Locos de Zaragoza.



Usos y costumbres

Nos limitaremos a citar los principales y más antiguos juegos que los guipuzcoanos (y en general los vascos) practican en sus recreaciones, -y de estos, en primer término el de la pelota.-

No se conoce bien su procedencia y no puede asegurarse sea de origen vasco, pues era conocido en Cataluña en el S. XV.

Lo cierto es que los euskaldunas lo han hecho su juego nacional y lo han dado a conocer en Europa, América y hasta en África.

Este deporte abarca bastantes variedades: el primero que se puso en práctica fue tal vez el juego a mano (eskuz) y posteriormente vendría el empleo del guante.

El juego de largo y el de rebote se desarrollaban en plazas abiertas y no requerían pared lateral, sino dos perpendiculares a la dirección en que se lanzaba la pelota, con guantes cortos, de cuero, y la pelota era siempre arrojada a remonte, es decir, recibiéndola a golpe y haciéndola, sin parar, resbalar por la superficie cóncava del guante, en forma que adquiriese velocidad y movimientos de rotación y efectos diversos y extraños que dependían de la habilidad del jugador.

En ambas variedades, tan sólo el saque se hacía sin guante; los demás jugadores (3 ó 4 por cada bando) usaban guantes cortos de cuero.

El otro juego, hoy en uso, se llama ble y es el que se juega contra la pared.

El guante corto fue sustituido después de 1860 por el largo, que trajo la innovación de lanzar la pelota deteniéndola un momento en la punta y arrojándola luego con mayor violencia que con el guante corto, es decir, hicieron que el remonte cayera en desuso.

Entre 1860 y 1865 los vascos franceses idearon la cesta de mimbre, más larga que el guante de cuero, más ligera y con la cual se puede dar a las pelotas mayor velocidad y extensión.

Cinco años más tarde ya se inició el desuso de los juegos de largo y rebote, que fueron sustituidos por el de ble, practicado a mano, a guante, a cesta, a pala, con palas de madera, o a sare, que es una especie de raqueta cuya red es flexible, floja, y, por consiguiente, no devuelve a golpe la pelota, y hasta se juega con botella, sin que ésta se rompa a los golpes de la pelota.

En casi todos los pueblos hay frontones (pelota tokiak).

El más largo es el de Fuenterrabía que mide 87,63 m.

Se juega también en trinquetes, salones cerrados con una red en el centro y otras particularidades.

Cuando este juego adquirió gran incremento, se construyeron plazas cubiertas, a fin de explotar la afición a este deporte, siendo la primera la denominada Jai-alai, de S. Sebastián, que aún subsiste.

De (G) han salido pelotaris famosísimos: Chikito, de Éibar; Urchale, de Oyarzún; Manco, de Villabona; Beloki, de Portal; Mardura, de Irún; Muchacho, de Tacolo, etc.

El Juego de barra consiste en el lanzamiento de una palanca de hierro, más pesada por un extremo, para que caiga vertical al suelo, condición indispensable para que sea válida la tirada.

La barra puede ser tirada a pecho (bularrez); por debajo de las piernas (anka pe), o a la media vuelta (biraka).

En Tolosa, el 28-VII-1913, usando palancas de 4½ Kilos, Gabino Lizarra, de Berastegui, tiró a distancia de 186 pies a la media vuelta, de 188 a pecho y de 100 por bajo las piernas.

Los barrenadores de piedra (arri-zulatzailleak) es otro juego de esfuerzo.

En una apuesta el vencedor barrenó 4 m. 7 cm. en 1 hora 36'.

Las apuestas de hachas (aizkora-jokuak) consisten en cortar troncos de árboles.

Para dar una idea de los aizkolaris citaremos el caso de Fermín Otegui, de Vidamia, que en Tolosa el 4-XI-1910 cortó en 64 minutos y 10 segundos, 4 troncos de haya de 90 pulgadas de diámetro.

Hay korrikalaris, corredores, que han podido andar 124 Km. en 12 horas; pulsolaris que levantan 40 veces en 27 minutos una piedra de 112 kilos; burrakalaris, luchadores, y saltokalaris de bien probada habilidad.

La gente de mar mide sus fuerzas en regatas: estropadak.

El antiquísimo juego llamado idi-apostuak, apuestas de bueyes y vacas que arrastran piedras enormes, aunque despierta todavía algún interés entre los caseros, poco a poco se va desterrando.

Igual cosa acontece con las riñas de carneros y de gallos y otros poco simpáticos.

El baile es la diversión favorita del guipuzcoano.

Los más conocidos son: el ariñ-ariñ y el fandango y en ocasiones solemnes el eskudantza, dantza-sorka o arresku, como por ej. en las Fiestas Euskaras, que se celebran anualmente y son todas ellas inspiradas en ambiente vasco: allí se celebran especialmente el trabajo agrícola, la música, la literatura, las costumbres, etc. de este pueblo que trabaja en sus horas de descanso...



Organización judicial

La autoridad judicial residía en los Alcaldes Ordinarios desde la fundación de las villas, como se comprueba con las Cartas-Pueblas y con las Ordenanzas Municipales.

La jurisdicción contenciosa de estos Alcaldes era civil y criminal en la 1ª instancia y era acumulativa o a prevención con el Corregidor de la Provincia, de modo que la parte podía entablar la demanda ante el Alcalde correspondiente o en el Juzgado del Corregidor. En el 1er caso las alzadas podían llevarse ante el Corregidor o bien ante la Real Chancillería de Valladolid; en el 2º caso las apelaciones iban a dicho tribunal superior.

Con este sistema cuando el Corregidor entendía como juez de alzada resultaba una tercera instancia: la de la expresada Chancillería.

El Valle de Léniz, compuesto del lugar de Arechavaleta y de la villa de Escoriaza, era una excepción a esta regla: en virtud de R. P. de 21 de Dic. de 1558 correspondía a su Alcalde privativamente en 1ª instancia el conocimiento de los negocios civiles y criminales.

Esta organización continuó hasta principios del S. XIX, sufriendo cambios de importancia hasta cercenárseles a los alcaldes toda intervención judicial.

Hoy día la Provincia pertenece en lo civil a la Audiencia Territorial de Pamplona y en lo criminal a la Audiencia Provincial de S. Sebastián.

Para la administración de ambas justicias (G) está dividida en 4 partidos judiciales: San Sebastián, Azpeitia, Tolosa y Vergara, cada uno con un registro de la propiedad.

El 1º es de categoría de término; el 2º y 4º de categoría de entrada y el 3º de ascenso.

Completan esta organización los Juzgados Municipales, de los cuales hay uno en cada Ayuntamiento, con un Registro Civil.

Haremos una rápida reseña de cada uno de estos Partidos Judiciales, anotando los datos que juzgamos más interesantes, para el complemento de este libro.



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