Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo13. El modernismo y sus adelantados

El ambiente queda conmovido ante la presencia de Goycoechea Menéndez, en un comienzo más por lo que significa su persona que por el impacto de su literatura, Esto último se producirá después al sumar sus temas históricos en las vísperas del tercer revisionismo (debe reconocerse que es, a su modo, un precursor), notándose recién con el tiempo no muy prolongado, el contagio de su prosa, o, mejor dicho: de su estilo.

Desde un primer momento el poeta atrae la atención -un poco por ciertos rasgos originales de su carácter- en particular de sus coetáneos, los novecentistas. Ni bien llegado canjea floreos con Domínguez desde La Patria, donde bajo fuerte impresión de simpatía   —54→   lo reciben y prohíjan don Enrique Solano López y O'Leary, quien ha evocado su repentina presentación en aquella, fría tarde de junio de 1901. Enseguida ingresa a la redacción de El Paraguay, escribe sobre motivos patrióticos paraguayos y pronuncia en la sala de actos del Instituto -tribuna de alto prestigio- una rara conferencia sobre su país, joya bibliográfica hoy en olvido.

Nacido en la capital de la provincia argentina de Córdoba el 14 de agosto de 1877, era por consecuencia comprovinciano de Lugones -que le llevaba tres años- y, como éste, discípulo del poeta posromántico y promodernista Carlos Romagosa. Dos pequeños volúmenes constituían toda su obra: Los primeros (1896), una serie de semblanzas, donde aún se advierten concesiones ambientales y que a pesar de todo mereció el beneplácito de Groussac, lo que no es poco decir, y Poemas helénicos (1899), prosa exótica y artística elogiada, por Pierre Loüys, que lo ubica en la nueva tendencia. En Buenos Aires se suma al grupo de intelectuales que, herederos de Darío, acaudilla, humorística y un tanto irónicamente, el célebre alienista José Ingenieros.

Insólita resulta su aparición en el Paraguay. Inquieto, fumista, brillante, participa de la revolución de 1904 (dicen que en la sanidad), se va, vuelve, inventa su vida y otras vidas y al fin se aleja. El 27 de octubre de 1905 -le ha durado mucho el anclaje, sin retorno a su tierra- pone en manos de O'Leary, con expresiva dedicatoria (lo llama hermano en el arte y el ideal) el primer ejemplar de Guaraníes, primer breviario modernista que circula impreso entre nosotros y editado aquí, en el que anuda relatos y poemas en prosa.

  —55→  

El 1.º de diciembre, de paso para París, envía una postal desde Lisboa. Durante su permanencia hace conocer algunas poesías que no alcanzan la altura de sus otras producciones. Mientras tanto, como cumpliendo un rito ambulatorio, el poeta sigue de París a La Habana, en escasos meses. En su ausencia, Los Sucesos -del que ha sido redactor- le publica Safo, el 6 de abril de 1906, e, Ibis Alba, el 21 del mismo mes y año. A su vez El Diario del 14 de febrero ha transcripto de La Democracia, de Montevideo, La noche antes, su más bella y honda prosa poética sobre el martirologio de Cerro Corá, que aún en nuestros días ningún paraguayo podrá leer sin emoción.

Al celebrarse el primer aniversario de la inauguración de Los Sucesos, en agosto de aquel año, se lo recuerda como a «escritor brillante y delicado». Conocida la noticia de su muerte, que ocurriera en Mérida del Yucatán, México, el 4 de julio de 1906 -a consecuencia de la tifoidea contraída poco después de llegar procedente de Cuba- el periódico traza su panegírico con estas palabras: «Nuestra hoja está de duelo, lo está por sí misma, porque guardaba estrecho parentesco espiritual con aquel artista», y agrega: «Ya nuestras tradiciones paraguayas no tendrán quien las cante en períodos de oro, que valen por la más ricamente cincelada estrofa». Señala que «nuestras leyendas ejercieron sobre él una sugestión irresistible» y recuerda que cruzó todo el territorio nacional hasta el Aquidabán, «en cuya orilla evocó el episodio final de la gran contienda del 65». Termina diciendo que «su muerte nos abruma».

Por su parte El Diario del 21 de agosto, al recoger la información venida de México, lo trata de   —56→   «amante y admirador de las tradiciones y las glorias nacionales»; en su edición del 23 de octubre lo califica de «raro molde humano, en cuyo cerebro había palpitaciones geniales, episodios murguescos sublimes», eso en alusión a su inveterada bohemia. Se cierra el suelto con la afirmación de que «en el pensar y vivir fue Goycoechea Menéndez el reverso de sus comprovincianos». En tanto los jóvenes de El Liberal, recordando quizá sus contradicciones, se empecinan, aun el 26 de agosto, en no creer en su muerte.

Es Goycoechea Menéndez el más seguro suscitador del modernismo que como novedad literaria y movimiento intelectual permanecía como incubado desde los tiempos en que Francisco L. Bareiro, allá por 1898, se exhibía como un entusiasta lector de Azul -revelado por Gondra- y un algo incipiente, y después decaído, de Prosas Profanas. Transcurridos tres años, las perspectivas han de ser otras. A ello contribuirán algunos periódicos (especialmente Los Sucesos) y, en forma decisiva, la posterior actuación de Barrett, que cubre desde distinto nivel la ausencia del poeta argentino61.

Como quedara dicho, entre fines de 1904 y enero de 1905 Barrett entra en la Asunción, pero antes habrá que recapitular sobre su fugaz estada en Buenos Aires. Así lo recuerda Manuel Gálvez, en cuya revista Ideas -que dirigía con Ricardo Olivera- colabora nuestro escritor a la aparición del primer número, el 1.º de mayo de 1903. Por esa fecha se realiza su visita a la casa de Gálvez, que éste relata en sus memorias. En el prólogo al epistolario del maestro (una denominación de los obreros montevideanos, que mucho agradecía), su viuda doña Francisca López Maíz, dice que «vino   —57→   con el doctor Bermejo a Buenos Aires, en 1904» y que el director de El Tiempo, de aquella capital, don Carlos Vega Belgrano, le ofreció la corresponsalía de ese diario en la Asunción. Añade que estuvo aquí, sin puntualizar si antes o después de la revolución. No olvida su vinculación con el General Ferreira y los jóvenes intelectuales en Villeta.

Un reciente autor, Vladimiro Muñoz, confirma, recogiendo declaraciones del propio Barrett, el dato proporcionado por Gálvez; fija en octubre, (de 1904) la llegada al Paraguay y su desembarco en Villeta. Hace saber que sus primeros escritos se publicaron en Los Sucesos y La Patria, en este diario firmó con el seudónimo de Teobaldo. Ratifica su colaboración en Rojo y Azul -el combativo semanario de Rufino Villalba- aunque ignora las que acogieron El Diario y El Cívico. Tampoco alude a los cargos administrativos que desempeñara y a los cuales nos hemos referido en detalle.

La posición de Barrett con respecto al modernismo está manifestada en su respuesta a dos artículos difundidos por la prensa asuncena a raíz de su comentario a tres obras de Vargas Vila, encabezada con el apellido del escritor colombiano, a quien califica de «periodista obstinado y ruidoso, de ideas descarnadas pero firmes; de idioma bárbaro y pobre». En la otra contestación que titula Vargas Vila y el decadentismo, hay algunas menciones concretas -estos artículos deben situarse entre 1905 y 1907- expresadas de modo muy particular.

No puedo concluir la maravillosa Sonatina   —58→   de Rubén Darío sin que se me llenen los ojos de lágrimas. Mis nervios funcionan.



Y más adelante agrega que:

es indispensable estudiar la lengua, poseerla a fondo en su espíritu íntimo y familiar, en su historia y en su rumbo. Es indispensable servirla, amarla, acariciarla con adoración constante. Ella responderá un día, y de su genio brotará el genio del vate. Así hizo Rubén, y así hizo en la oscuridad, durante años, Ramón del Valle Inclán, gloria de un país despedazado por oradores campanudos.



En El poeta en el Palacio reprocha la visita hecha por Darío a Alfonso XIII, recordando que «donde hay un poeta y un rey, Su Majestad es el poeta». Advierte que las Prosas Profanas «cantarán mucho después que haya callado el Borbón poliglota», y al final deja deslizar su reproche, incluido el poema que lo emocionaba tanto:

Voluble Rubén, no traiciones a tu Dulcinea; haz memoria de que tu princesita está triste; no abandones, por los vulgares dueños de la tierra, a los dueños sagrados que engendró tu fantasía.



Asimismo se detuvo Barrea a interpretar a otros modernistas, entre ellos Lugones -que no le placía mucho-, Delmira Agustini y Herrera y Reissig, a quien estima como poeta puro.

En esta extensa transcripción no están, por supuesto, todas sus ideas y pensamientos sobre el modernismo, pero sí las que puedan ayudar a fijar una actitud, aun cuando convenga anticipar que lo expresado no es lo único que se halla en sus obras.

Hemos extraído esas menciones para relacionarlas, precisamente, con esa otra influencia ejercida por Darío y en especial por la Sonatina, en los tramos iniciales del modernismo paraguayo y de manera excepcional en Toranzos Bardel, según se deduce del estudio de su soneto Gótica, que citamos en próximas páginas62.

Goycoechea Menéndez y Barrett son, cada cual su lado (no hay hasta ahora indicios de que hayan podido encontrarse), son como los orientadores de un interés que ya se adivinaba en el gusto de los periódicos locales que, tijera en mano, extraían de las publicaciones de canje versos y prosas modernistas, o de autores extranjeros tenidos por raros, aunque con mucha precaución en cuanto a los poetas. Esos autores son, en su mayoría, franceses, y vienen siendo leídos desde comienzos del siglo, pudiendo citarse entre ellos a Coppée, Mendés, Flaubert (muy significativo), Zola.

Si hacemos un recuento objetivo de la bibliografía que, dentro de sus limitaciones podía por aquella época consultarse en la Biblioteca Nacional, llegaremos a la conclusión de que la lista no resulta del todo magra, advirtiéndose que si bien se equilibran los españoles con los franceses, no sucede lo mismo con los de nuestra América, donde por dos modernistas se adelantan varios románticos y hasta algunos neoclasicistas.

  —60→  

Cuadro comparativo V
España Francia América
Duque de Rivas Balzac Románticos:
Bécquer Chateaubriand Arboleda
Espronceda Lamartine R. Obligado
Campoamor A. Dumas Gutiérrez González
Larra Loti Peza
Núñez de Arce Michelet R. Palma
Galdós Renan Neoclásicos:
Valera Taine Bello
Menéndez y Pelayo Voltaire Acuña de Figueroa
Modernistas:
L. Díaz
M. Ugarte

Uno de los españoles mencionados que tuvo sostenido predicamento o al que se le leyó con interés, fue Valera. En una referencia accidental de 1902 Pane lo ha nombrado: «Valera, todavía, que forja de un paraguayo el protagonista de su novela Genio y figura». Años después ha de recordarlo nuevamente, aunque formulando reparos:

Don Juan Valera, el más cercano y claro continuador de Jovellanos bajo este aspecto, no pudo explicarse la devoción y el heroísmo del paraguayo, sino atribuyéndolo a los jesuitas y al doctor Francia. No niego la parte de éstos, pero es innegable también que el insigne escritor ha tomado el rábano por las hojas.



Domínguez, estéticamente más avanzado que Pane -si no más informado- parece haber leído a Valera   —61→   con mejor espíritu interpretativo, según se deduce del ensayo que le dedicara el mismo año de su muerte63.

Las preocupaciones en materia estilística y de estética literaria son reiteradas en los comienzos del novecentismo, si bien no alcanzan a formar un cuerpo de doctrina, resolviéndoselas en aportes individuales y hasta esporádicos, de acuerdo a la característica formativa de esa generación. Los propósitos de ellas derivados hay que buscarlos por el lado de una lenta y a la vez perentoria liberación idiomática, aunque no en los límites de una ruptura total.

Por de pronto pueden descubrirse algunos signos: en López Decoud están preanunciados en sus trabajos de comienzos de siglo, en su discurso de recepción a Valle Inclán (1910) y en su ensayo sobre Óscar Wilde (1915). Ricardo Brugada (h) lo calificó de «escritor pulcro y galano de filiación modernista», lo que configura todo un hallazgo para la época, en que fue dicho.

En ese orden de predilecciones toca ubicar también a Domínguez, a quien O'Leary tuvo por «un verdadero maestro de la prosa, del que nos quedan muchas páginas de magnífica belleza, que resistirán a las injurias del tiempo». Páginas estas que apuntan a una concepción del estilo, manifestada en un comienzo con cautela, como en sus Cartas sobre Menéndez y Pelayo -donde lo ideológico se impone a lo literario- para luego modificar sus tendencias como en los ensayos dedicados a Valera y a Poe y en su saludo a Valle Inclán. Esa revisión está confesada en la conferencia sobre Renan (1925), escrita cuando sus lecturas habían traspuesto los límites del modernismo.

No es poco lo que en este aspecto se hallará en   —62→   Gondra, extensamente en su crítica a Darío (1898); los reparos formulados a Blas Garay (1.899): «tampoco participaba del severo casticismo peninsular que informaba su producción literaria»; en el discurso de homenaje a Alberdi (1902), en su interés por la «evolución semiótica de las palabras» y por la renovación de la lengua española (aparte de ser un diestro guaraniólogo), en sus citas de Taine, Guyau y D'Annunzio, circunstancia esta última indicada por Pane en 1902.

Sería oportuno recordar en cuanto a Garay, que su calidad de escritor no era desconocida por Gondra -antes bien: celebrada- pero en lo que a su estilo se refiere la disidencia queda evidenciada con el testimonio de uno de los más jóvenes, José Rodríguez Alcalá, quien, por el contrario, elogiaba lo que Gondra había censurado:

Por la impecable corrección de su estilo, Blas Garay llegó a ser uno de los más castizos escritores del Río de la Plata.



Claro que entre Gondra y Rodríguez Alcalá mediaban 12 años, en sus respectivas edades y una distinta orientación en las fuentes de su literatura.

Debe tenerse a López Decoud, Domínguez y Gondra como a los adelantados, aunque sólo al primero, cincelador de una prosa en verdad artística, puede considerársele en aproximación al modernismo, que para la mayoría pasó desapercibida, no así para Ricardo Brugada (h), según ya hemos indicado64.

En todos ellos están, sin embargo, no sólo sobreentendidos sino marcadamente explícitos, los primeros anuncios de superación de los viejos cánones retóricos   —63→   y hasta el gusto por una expresión más fluida y ágil, que es una de las líneas por donde se encauza la rebelión novecentista y una forma, por algunos, de soslayar un enfrentamiento directo con Cecilio Báez y concurrir a la vez a una postura generacional.

Se trataba, asimismo, de reaccionar contra los dogmas severos y solemnes que habían heredado de los antiguos maestros españoles, intención de un distinto enfoque idiomático, que O'Leary confesará muchos años después.

A través de todo ese disentimiento se comprueban dos cosas: a) Que la insurgencia del 900 no abarca solamente el tema histórico, sino que se extiende a otros campos; b) Que las preocupaciones enunciadas, de las que en momentos de su arribo son pontífices principales López Decoud, Domínguez y Gondra -centradas en los problemas de la estética literaria- sintonizan con no pocas que trae don Viriato y que casi enseguida pone de manifiesto, como se confirma en su ensayo sobre Ruskin. No en vano Domínguez le dedicará su carta sobre El Cuervo y Las Campanas.

Díaz-Pérez ha supuesto en claro el sentido de sus acuerdos y desacuerdos con Barrea, sobre todo con el de la última militancia. La formación intelectual de ambos proviene de fuentes opuestas: de las humanidades la del primero, de las ciencias exactas la del segundo. Don Viriato tiende hacia las religiones orientales y los estudios ocultistas, don Rafael hacia un cristianismo de tipo tolstoiano, carente de dogma, una especie de guía moral, dentro del libre albedrío. Aquel es un demócrata ecléctico, este un anarco-individualista entregado a un proselitismo sin violencia.

Cerca de Maeterlinck están las predilecciones de   —64→   Díaz Pérez, y de William James las de Barrett, aunque esto no se acompase mucho con una postura libertaria ortodoxa. Uno de los dioses mayores de don Viriato es Ruskin; en otra medida Anatole France acapara la atención de don Rafael. Aparte de estas diferencias, perceptibles aún en ciertos rasgos de la sensibilidad de ambos, los unirá una amistad sin sombras y una comprensión nacida en el ámbito cultural y social en que, lejos de España, les toca actuar.

Dos veces se ocupa Barrett de Díaz Pérez; en las mismas los reparos no ocultan el elogio. Pero no se trata de disensiones personales sino de líneas de pensamiento no concordantes en algunos puntos. La primera (De historia) corresponde a un panegírico hecho por don Viriato a la Historia General de Chile de Barros Arana. Interesa conocer esa opinión porque ninguno de los dos son historiadores profesionales, o por lo menos entregados con exclusividad a esa disciplina. Luego de reconocer que Díaz-Pérez es «un joven inteligente, ilustrado en extremo», expresa su desconfianza hacia los excesos de la documentología, quizás indispensable, a su criterio «pero no fundamental». En cambio una cierta concepción interpretativa no le es desdeñable.

El siguiente trabajo -siempre de acuerdo con el propósito de información que caracteriza a sus artículos- no es ya una glosa de circunstancias sino la interpretación de «un clarísimo estudio sobre Ruskin», ensayo entre los de mayor aliento de los concebidos por don Viriato. Desde el comienzo aclara Barrett que «no he tomado la pluma para elogiar al joven publicista, ya que lo hacen a maravilla sus propios escritos, sino para arriesgar algunas observaciones sobre la arquitectura   —65→   moderna». En el título de ese comentario puede encontrarse la raíz de la divergencia, amable y si se quiere circunstancial: La piedra y el hierro. La arquitectura moderna parece haber abandonado la voluntad de arte que debe distinguirla. Díaz-Pérez se une así a la crítica formulada por Ruskin.

Al contrario de lo que cree don Viriato, supone Barret que «el siglo tiene una potente originalidad», que está dada por el hierro. Censura a Ruskin que no haya adivinado esa originalidad, pues si la piedra nos ha protegido, el hierro nos arma». Además, «la piedra inerte no responde como el hierro a nuestras palabras de hoy».

Hierro, electricidad, energía, forman, en el decir de don Rafael, «la estética de la multitud y de la velocidad (que) representa lo nuevo», señalando que en las realizaciones de la piedra «el obrero ha sido desterrado del arte». También lo será en el uso del hierro (pensamos nosotros), aunque él lo considere «nuestro milagro actual». No debe olvidarse que Marinetti produce, en ese mismo año, su manifiesto futurista, donde se condensa la parafernalia ya enunciada. ¿Lo habrá leído Barrett?

No fiaba tanto don Viriato de aquella euforia que el siglo XIX (el gran siglo, como lo llamó O'Leary) dejaría en herencia al XX, por lo menos hasta 1914, euforia mecanicista asentada en una serie de conquistas materiales, cuya sustancia última pondría al desnudo la primera guerra mundial65.

Retornemos al modernismo y a nuestro espacio cultural para recordar que hay por entonces oportunidad de leer a Gutiérrez Nájera, uno de los favoritos de O'Leary. Antigua preferencia se tenía por él desde   —66→   antes y aun después del 900, como lo prueban los poemas transcriptos por El Tiempo y El Cívico, en distintas épocas. No debe omitirse el hecho de que llegaban con frecuencia revistas argentinas, entre ellas Buenos Aires, donde Darío publicara su semblanza del poeta mexicano. También, en términos modernistas, suscitaría entusiasmos Díaz Mirón de quien El Tiempo de Asunción trascribe su poema A Eva, el 27 de agosto de 1892.

Volviendo a O'Leary -tenido por poeta de mucho porvenir- agreguemos que su camarada Ignacio A. Pane, escudado esa vez en el seudónimo de Pepe Costa, consigue desentrañar las influencias, o el efecto de lecturas, que empiezan a manifestarse en él. Entre otras cita las de Manuel Acuña, Flores (Manuel María) y Díaz Mirón, además de «algo de la profundidad de Bécquer», aleación no del todo sorprendente en el círculo poético originado por los novecentistas. Pero, además de la mención de Díaz Mirón, hay otra que toca a las cercanías del influjo modernista, y Pane lo advierte al expresar de O'Leary que

... por contraste con la fogosidad de su alma se complace en sentir las delicadezas de Gutiérrez Nájera y lo proclama primer poeta americano66.



Aparte de los que se nombran más adelante, los diarios locales dan a conocer prosas de autores de nuestra América, en mayoría ríoplatenses y vinculados al modernismo: Díaz Romero, Ghiraldo, Gómez Carrillo, Monteavaro y Ugarte67.

El ruidoso don Salvador Rueda (1854-1933) significará   —67→   para algunos un verdadero modelo. Los extremos del interés se expanden a lo largo de quince años, que culminan en las vísperas de la llegada de don Viriato. Posteriormente reaparecerá -como ha de verse- inciensado por los integrantes de La Colmena. En el intermedio, Gondra se ha ocupado de él al comentar a Darío, no escapándosele aquellos matices musicales de su obra poética: «poseedor del sentido musical más delicado que conozco en las letras españolas del día, ejecuta sus caprichosas sinfonías, dicho esto sin perjuicio de calificarlo de «colorista brioso al que le falta más corrección y sobriedad en las líneas para ser el primer paisajista español»68.

En un estudio que no pretende ser exhaustivo, aunque sí minucioso, hemos recorrido aquellas páginas de Poe que imantaron a los novecentistas paraguayos, anunciando que sus relatos venían publicándose aquí desde 1902. Analizamos, igualmente, algunas traducciones: las de Díaz-Pérez, Guanes y Barrett, así como el breve ensayo epistolar de Domínguez sobre El Cuervo y Las Campanas. Ahora hemos de agregar el artículo que le dedicara Héctor L. Barrios -contemporáneo de la versión de Barrett- y otras prosas del romántico norteamericano difundidas por la prensa asuncena en las vísperas del viaje de don Viriato.

A esto habrá que sumar el ascendiente de D'Annunzio, que se ha contado entre las predilecciones intelectuales de Gondra, quien en su ensayo sobre Darío menciona el éxito teatral de la Cittá Morta, además de adjetivar de admirabilísima a otra pieza suya: Gioconda. Estima que esto

es un incentivo para los nuevos de España y América,   —68→   que se sienten llamados a revolucionar la escena como han revolucionado la lírica. Falta sólo que, como el genial italiano, puedan invadirlo todo...



Pane ha reconocido esta inclinación de Gondra aunque explicando hacia dónde se orientaba su preferencia:

... le gusta, sí, D'Annunzio, que es su genio, pero no por ser el colorista de Il fogo, sino el psicólogo exacto.

Un fragmento de Laudi, en versión anónima, se conoce desde 1903: el dedicado a Guido Boggiani. En su Coronario -años después- habrá de incluir, traducido, dicho poema, completándolo con oportunos comentarios, realizados en 1915. Todo hace pensar que aquella versión pertenece a nuestro polígrafo69.

Nietzsche, otro de los dioses mayores, muerto en agosto de ese 900, no es tampoco un desconocido, y no únicamente por sus escritos sino por haber vivido aquí su hermana Elizabeth. Su esposo -nada simpático al filósofo- se suicidó, por negocios fallidos, en 1889, y está sepultado en el cementerio alemán de San Bernardino, villa veraniega fundada por colonos de esa nacionalidad. Fue autor de un libro de propaganda sobre el Paraguay.

A poco del fallecimiento de Nietzsche se publica la glosa de uno de sus libros, reproduciéndose luego pensamientos contenidos en varios de ellos. En este aspecto debemos creer más en la atracción ejercida por el autor de el origen de la tragedia que el de la voluntad   —69→   de poder. Entre algunos de los novecentistas habrá terreno propicio para una captación de mayores alcances, entre ellos Eligio Ayala, que lo estudió mediante lecturas directas durante su residencia en Europa (1911-1920) especialmente en Suiza y Alemania. Con todo hacia el tiempo de su gestión presidencial (1924-1923), su vitalismo irá adquiriendo algún matiz bergsoniano, del Bergson de La evolución creadora, cuyo élan vital logrará interesarlo.

Aquel rasgo de la filosofía alemana no confina sólo allí. Ha de recordarse el vuelco de Moreno hacia Fichte, en 1911 (el de los Discursos a la Nación Alemana) y al cumplirse el mismo año el de Ramón V. Mernes (1884-1920) hacia la concepción kantiana de la filosofía del derecho. Todo esto dicho sin ánimo de abstraer el avasallante poderío de las ideas provenientes de Francia, aun antes del advenimiento del positivismo en el Paraguay, por atajos iluministas las más de las veces.

A propósito de Nietzsche y del 900 hispánico -fecha en que don Viriato culmina sus estudios universitarios- no habrá de soslayarse su propio aporte. Entre aquel año y el 904 hace su incursión por los temas nietzscheanos, sin adentrarse en ellos. Pero no resultará descaminado reconocer que Nietzsche estaba en el ambiente, tanto de España como de América.

Indica Gonzalo Sobejano que en el N.º 20, del 27 de marzo de 1904, sale en la revista Alma Española

un artículo de Viriato Díaz-Pérez titulado Zaratustra en Madrid. Contra lo que tal título podría hacer sospechar (un comentario al eco del famoso libro en los medios intelectuales de la corte),   —70→   el artículo no es más que una entrevista con un anciano habitante del extrarradio madrileño a quien Díaz-Pérez transfigura en Zaratustra. Como indicio de la vulgarización de héroe nietzschano a comienzos de siglo...



Alude igualmente a las frecuentes citas de Nietzsche que hace la revista literaria Helios -a la que tiene como principal del modernismo- en la que colabora con asiduidad don Viriato. Más adelante aclara que el personaje de aquel artículo era un viejo trapero. Dice también que Díaz-Pérez menciona en su nota a «tres nietzschanos importantes: Martínez Ruiz; Baroja y Maeztu».

A pesar de esa referencia -quizá por no saberlo- no incorpora Sobejano a don Viriato a su minuciosa lista de traductores españoles del filósofo. Sin embargo, éste figura entre los autores que han contado con versiones hechas por Díaz-Pérez, según la presentación de la Revista del Instituto Paraguayo70.

A modo de curiosidad añadiremos que la primera vez que Darío cita al Paraguay es precisamente en su artículo: Los Raros. Nietzsche, publicado por La Nación de Buenos Aires el 2 de abril de 1894.

No exageramos al afirmar que Rubén Darío está, por ese tiempo, al alcance de los lectores, y que es leído no tanto en sus poemas como en sus correspondencias, parisinas o belgas, tomadas de periódicos de Buenos Aires y que reproducen los de Asunción71.

Sintomático resulta comprobar que casi enseguida de la aparición de Cantos del Vida y Esperanza (1905), el diario Los Sucesos daba a conocer el soneto Urna votiva, allí incluido y escrito en 1898. Por   —71→   su lado El Liberal incluye, a dos columnas, las odas Al Rey Óscar y A Roosevelt, que también integran aquel libro72.

Halla cabida igualmente, el soneto Occeánida, de Los crepúsculos (1905), del manual samainiano de Lugones, a quien Díaz-Pérez introducirá más tarde con un ensayo sobre estética que lleva su presentación. Conjuntamente es reproducida una prosa: Caballerías de la Patria, ubicada dentro de la temática reciente de La guerra gaucha. Uno de los comentaristas del poeta, Juan P. Ramos, a la vez que reconoce en Los crepúsculos la indudable influencia de Samain, aclara que dicho libro fue como un «descanso poético» entre la fuerza expresiva de Las montañas del oro (1897) y la pirotécnica de Lunaria sentimental (1909)73.

Es ofrecido, asimismo, uno de los cíclicos poemas de Chocano, extraído de su libro Alma América (1906): Leyenda colonial (Crónica del virrey conde de Nieva) y algunos otros, preferentemente sonetos74.

Según se demuestra, las letras paraguayas de comienzos de siglo y con ellas los escritores, en su espíritu receptivo, están formalmente al día, por lo cual en esa actividad no resulta muy lógico seguir insistiendo en el atraso ambiental existente, sí, en otro orden de cosas.

Sienten el impacto de las nuevas corrientes algunos poetas locales, todos ellos novecentistas, que será preciso enumerar para que no se continúe diciendo (o copiando) con la temeridad que sólo puede producir la ignorancia, que fue en 1913 y con la revista Crónica que insurgió el modernismo en el Paraguay,   —72→   o, como aseguran publicistas y profesores foráneos, que lisa y llanamente no lo hubo. No hay que asombrarse, pues de idéntica «evaporación» ha sufrido el romanticismo nacional, declarado a capricho fuera del tiempo y el espacio.

Han bregado por la inexistencia de nuestro modernismo -incluso su aparente retraso significaría eso- Max Henríquez Ureña y Enrique Anderson Imbert, dos investigadores e historiadores de prestigio, a quienes sólo podría adjudicárseles falta de información. Se suma a la impresión de la llegada tarde, para ambos movimientos, Ernesto Giménez Caballero, que residiera temporalmente en el Paraguay. En cuanto al romanticismo, corresponde a Enrique de Gandía la tarea de considerarlo nonato. Tales imaginaciones han sido refutadas y aclaradas por el autor de este trabajo en ensayos que se insertan en la bibliografía final75.

Señalemos, aireando el panorama, que las etapas previas pueden computarse así: a) La que va de la crítica de Gondra a Prosas Profanas de Darío (1898) a los primeros sonetos de Marrero Marengo (1904), notoriamente influido por Rueda; b) La que se extiende desde esa fecha hasta 1910, que es cuando se conocen los poemas iniciales de Molinas Rolón. Esto, a su vez, podría merecer otras correcciones o agregados, siempre dentro de aquellos términos. En este esquema no podría soslayarse la fundación de la Revista del Centro Estudiantil (1908), capitaneada por Luis de Gásperi (1890-1976). Un año antes, aunque fuera de nuestro ambiente, se había producido uno de los aportes iniciales al modernismo, proveniente de autor paraguayo: el de Eloy Fariña Núñez.

  —73→  

Los cantos finales de Guanes (Las Leyendas; la traducción de Ulalume de Poe) se desplazan de 1909 a 1910. En este último año surgen, estrenándose, los poemas de Molinas Rolón y las prosas de Adriano Irala. Cierra el ciclo la Antolojía Paraguaya de José Rodríguez Alcalá, que aunque terminada en 1910 sale recién en 1911, quizá para permitir la inclusión de la carta de Díaz-Pérez a Villaespesa. Dicha recopilación, que debe ser considerada como una verdadera introducción al modernismo nacional -no será este el menor de sus méritos- es anunciada por El Monitor de Asunción a fines de enero de ese año76.

Tiene razón O'Leary: la etapa que abarca de 1904 a 1909 puede interpretarse como preparatoria, sin negar que los signos modernistas resultan más evidentes que en el tramo 1898-1904, en el que sólo se detectan lecturas. A su finalización, como ya se ha indicado, Guanes habrá producido lo mejor de su inspiración, reduciéndose posteriormente a una poesía de circunstancias o a epigramas de sentido político.

El Colegio Nacional ha tenido en este aspecto cierta condición rectora. Calificado por O'Leary de alma máter del Paraguay moderno, y también de cuna por Juan Stefanich -uno de sus discípulos- se da en realzar su importancia en el desarrollo de la tendencia modernista, enmarcada en un acento generacional novísimo -similar a la que José Rodríguez Alcalá adjudica a la de 1907-, aunque en realidad se había manifestado en 1902. Este es el mismo caso, pues O'Leary exalta en 1914 lo que se insinuara en 1909; sus palabras son demasiado elocuentes:

  —74→  

La Musa nacional despierta. Desde hace un lustro va saliendo de nuestras aulas colegiales una serie de jóvenes escritores, cuya personalidad artística se acrecienta rápidamente. (...) Desde ya tenemos algunos poetas en la novísima generación que han llegado a una perfecta madurez artística. Saludemos, pues, a la generación que surge.



Habrá que retroceder un poco para justificar este hallazgo del maestro: hasta cinco años antes de la fecha por él señalada, que a la vez son los inmediatamente anteriores al arribo de don Viriato77.

Queda para un estudio más detallado el conocimiento del proceso interno del modernismo paraguayo en sus fuentes novecentistas, aunque no podrían evitarse algunas precisiones más. Para una mejor especificación del tema, señalaremos la presencia de tres sectores -más que grupos-, a saber:

a) El que lo rechaza en forma total, cobijado en un posromanticismo pasatista, más sentimental que literario, con reminiscencias de color local, que al producirse el 900 ha agotado sus temas y, a la vez, sus estructuras, prolongándose sólo en individualidades (en el plano histórico la superación se debe en mucho a Garay Domínguez y Moreno);

b) El que lo acepta de modo condicional, pero con el convencimiento de que la inoculación modernista es ya irreversible, aunque esto no ocasione confesiones públicas, siendo este el caso de Guanes,   —75→   Marrero Marengo, Toranzos Bardel y Freire Esteves, verdaderos avanzados poéticos;

c) El tercer sector está representado: de un lado por quienes disienten de sus exotismos decadentes y en cambio acogen sus innovaciones poéticas, siendo ejemplo de ello Roberto A. Velázquez, y del otro por los tenaces antimodernistas que, como O'Leary y Pane en 1916 y 1919, aunque tardíamente y a pesar de todo sentirán su impacto.

Superada la zona a) por pertenecer ella a la actitud posromántica, típica de una época que había cumplido su ciclo (1870-1900) y que en lo literario no podía ofrecer más que sobrevivientes, detengámonos en b) para centrar allí alguno de los motivos de la repulsa. Primer destinatario había sido, tres años antes del siglo, Francisco L. Bareiro. Está bien precisado en las evocaciones de O'Leary confiadas a Natalicio González, que él, con mucha anticipación a la polémica de 1902.

había emprendido una campaña sonada poético-satírica contra los excesos del decadentismo, que intentaba introducir en las nacientes letras patrias don Francisco L. Bareiro. Bajo el seudónimo de «Diego de la Escosura» publicó parodias de versos decadentes, satirizando a sus apóstoles



Largamente aconsejado por Gondra, no insistirá Bareiro -lector atento de Azul y esporádico de Prosas Profanas- en aquellos escarceos juveniles, pues sólo tiene 20 años en tiempos de tales entusiasmos. Su   —76→   primer soneto Humaitá (1907), más un segundo del mismo título, publicado en conjunto tres años más tarde y agregado a estos el dedicado a José de la Cruz Ayala -que figura en la Antolojía de José Rodríguez Alcalá - no revelan mayores audacias.

Es de sospechar que la gratuita fama de decadentista y aun de modernista esto no suena tan mal, como hemos visto en Ricardo Brugada (h) al referirse a López Decoud- de que gozara Bareiro, proviene de una sobreestimación muy propia de los novecentistas, en cuyas filas se contara. No es improbable pensar que circunstancias locales indujeran a tomarlo así, o que su breve camafeo Espuma, escrito el Valparaíso en 1898 (es decir: una década después del alejamiento de Darío de Chile y con quien, como es lógico, nunca se encontró) ayudara a alentar la esperanza de una precocidad que no pudo concretarse.

Más aún: quien se detenga a comparar los sonetos que entre 1904 y 1907 escriben Marrero Marengo y Toranzos Bardel, los poemas de Freire Esteves y Velázquez y otros del propio Guanes, podrá llegar a la conclusión de que las ilusiones puestas en Bareiro no se materializaron ni siquiera en la forma de un precursorato. Se trata de uno de nuestros tantos fallidos fragmentarios anhelados desde la muerte de Blas Garay, a los 26 años, símbolo también de una esperanza trunca. Don Viriato, que al fin de cuentas pertenecía al mismo agrupamiento generacional y que desde su atalaya hispánica se guiaba -no podía ser de otro modo- por opiniones nacidas aquí, no pudo sustraerse a esa idea de lo que Bareiro sería en el porvenir, a juzgar por la opinión contenida en su Movimiento intelectual.

  —77→  

La aversión a lo decadente, como sinónimo de literatura enfermiza (¿había leído alguien a Max Nordau?) se manifiesta en sueltos anónimos o no claramente identificables. En un comentario al libro de poemas Púrpuras y Palideces, del rioplatense Carlos López Rocha, firmado con una tímida «A» y aparecido en El Cívico del 9 de marzo de 1906, la crítica se dirige en especial a su prologuista Julio Herrera y Reissig, quien es tildado de:

joven escritor uruguayo ventajosamente conocido, que por desgracia ejercita su vasta preparación literaria en un decadentismo ultra, género que no prosperó en las letras y del que ha abjurado Rubén Darío, su más ardiente y fervoroso cultor en épocas pretéritas de juveniles deslices.



A pesar de sus inclinaciones innovadoras, Los Sucesos del 19 de abril de 1907 da cabida a una sátira firmada por «Ab», con el título de La musa verde. En otra colaboración anónima, del 21 de junio, se trascribe a Darío, «considerado como un gran vate por algunos modernistas», concretándose en el ataque al desprecio que el articulista cree advertir hacia las tradiciones griega y latina. Termina diciendo que «por la prescindencia que de ellas se tiene en las nuevas creaciones literarias, debe influir, desgraciadamente, en nuestros escritores modernistas», importando esto último una auténtica revelación, ya que había conciencia de que existían aquí como tales. Finalmente, Roberto A. Velázquez, en su ensayo sobre Goycoechea Menéndez, critica este aspecto de la obra del escritor argentino.

  —78→  

Sin embargo, no pueden dejarse de lado los nombres de algunos poetas que integran, sin ninguna duda, el primer grupo modernista, siendo posible elegir a cuatro de entre los más relevantes, descontado Guanes por tener una ubicación poética definida y ser él mismo coetáneo de los novecentistas. La producción de aquellos no es muy frondosa, pero permite apreciaciones de grupo, brindándosele así cierta solidez.

Como hemos adelantado, su impulso decisivo se produce entre 1904 y 1907, en el tiempo que media entre las vísperas y la llegada de don Viriato al Paraguay. Dichos poetas son: Ricardo Marrero Marengo, Fortunato Toranzos Bardel, Roberto A. Velázquez y Gomes Freire Esteves. El primero integra el núcleo de Los Sucesos, el segundo y el cuarto el de El Liberal; en tanto que el tercero -que se ampara en el seudónimo de Daniel Aubert- no muestra inclinación a las compañías.

Ha sido expuesta ya la influencia de Rueda en Marrero Marengo desde 1904. Efectivamente: hay una línea que la determina y que se transparenta en sus sonetos Arturo Reyes y Ley eterna, en lo que va de aquel año a 1907. Se proyecta en él la atracción del modernismo español, que en nuestro poeta puede iniciarse con Rueda y terminar en Manuel Machado, amigo de don Viriato. Surgen y desaparecen, en la producción de Marrero Marengo, algunas débiles concesiones románticas, sin por ello desalojar los temas de intención modernista.

Esa es una de las características más palpables de nuestro novecentismo: la inserción de un tiempo o movimiento determinados en los tramos finales del que   —79→   le ha precedido, como una forma de certificar la necesaria continuidad, fenómeno que, desde luego, no se observa en el esquema adoptado para la historia. Esta actitud se evidencia igualmente, aunque con velada irresolución o timidez, en algunos románticos como Adriano M. Aguiar (1860-1912) y Delfín Chamorro (1863-1931). El aludido diario recogerá si no variadas, por lo menos elocuentes, efusiones amatorias de Marrero Marengo, en fáciles estrofas sentimentales, al mismo tiempo que sus versos marcadamente modernistas.

El 27 de junio de 1907 Los Sucesos publica un interesante comentario suyo a Les Ñandutís Bleus de Casablanca, al que pondera como libro paraguayo. Suyos son, asimismo, los párrafos de una epístola, incluidos en la edición del 25 del mes siguiente y enviados a José Rodríguez Alcalá con el propósito de narrarle la vida que está llevando en Buenos Aires. Informa allí que la Compañía Estévez-Arellano -mencionada al referirnos a Payró- que actúa en esos momentos en la Asunción está patrocinada por una sociedad de escritores, cuya presencia ejerce Leopoldo Lugones, «una eminencia literaria argentina». La mayoría de los mejores poemas de Marrero Marengo pueden leerse en la Antolojía de Rodríguez Alcalá, compartiendo preferencias con Alejandro Guanes e incorporado allí poco menos que exhaustivamente.

Un paréntesis nos permitirá resumir a los dos más jóvenes (ambos de 20 años) para luego tratar la obra de Toranzos Bardel con algún detenimiento. Sin más orden que el de su prolongación vital, ubicamos a Velázquez primero y a Freire Esteves después.

Los más conocidos poemas de Roberto A. Velázquez -bachiller a los 16 años, en febrero de 1902-   —80→   son, indudablemente, de su época estudiantil. También le pertenecen algunas prosas que, desde luego, no rebasan ese límite. De ahí provienen las inseguridades que se insinúan en su expresión lírica, particularmente en Su ausencia, donde, a pesar de todo, se pueden descubrir leves indicios modernistas. Preside estos versos como acápite, un fragmento del Bouquet de Darío: «Yo al enviarte versos de mi lira arranco...».

Musa, Silfos, Orfeo, Eurídice, Andrómaca y la «augusta Penélope bella» figuran en ese cuadro -en el que se evidencian algunos de los recursos del modernismo- que en posteriores poemas, hasta 1910, ha de iluminarse mejor como en A la Níobe seductora y Alabando a la Impoluta. No persistió en ese campo, a pesar del juicio afirmativo de José Rodríguez Alcalá, quien con acierto le adjudica una tendencia simbolista que resulta evidente en esos poemas.

Sus incursiones en prosa comienzan con una conferencia sobre La modestia, subtitulada (modestamente): «Ensaya de disección ético-psicológica». Los sucesos del 15 de octubre de 1906 da cuenta del sumario, entre cuyos temas incluye uno final: «Rubén Darío y los snobistas». El siguiente trabajo es un estudio relacionado con Goycoechea Menéndez, a quien, a la manera rubendariana, moteja de raro.

Gomes Freire Esteves reduce, al igual que su compañero, la actividad poética a una manifestación juvenil. De los 19 años es su único libro, que también lleva prosas, varias de ellas luciendo lastre romántico. A él pertenece Fugaz (1904), poema por el que desfilan nenúfares, anémonas de mar, «idilios de acuarela», «azuladas neblinas», «religiosas princesas del crepúsculo», aunque el autor no logre despojarse del todo   —81→   de un perceptible tono grandilocuente, a la manera de Vargas Vila.

A su espíritu vindicativo corresponde Sueños y a su etapa de París Elogio de María de Médicis, cuyos rasgos parnasianos son indudables. La política -como ha quedado dicho- lo absorbe por largos años, interrumpiendo -devenido nacionalista el antiguo liberal- ese quehacer con un breve regreso a la literatura: su prólogo a Cantos del solar heroico de Leopoldo Ramos Giménez, en 192078.

Sorprende en la Antolojía de Rodríguez Alcalá la ausencia de Toranzos Bardel (23 años en 1906), un tanto marginado del movimiento intelectual asunceno por su condición errante de inspector de escuelas, no obstante que varios de sus sonetos hubieran justificado una inclusión que hoy se echa de menos.

En su poesía, o mejor dicho: en su evolución lírica, se observa la vigencia alternada de elementos posrománticos y modernistas, nada insólita, según hemos prevenido. Mas, su caso resulta bastante complicado por la bifurcación de tres situaciones distintas, que deben ser prolijamente separadas en su trayectoria de poeta, pues en prosa su identificación no presenta mayores dificultades.

Hagamos la separación de sus modos de firmar y de los temas que los acompañaron, según cada situación expresada:

a) Fortunata Toranzos (h) -tenía el mismo nombre que su padre- autor de poemas románticos: Arpa muda, becqueriano; A mi madre; Mirtos, fechado en mayo de 1905; Pasionarias;

  —82→  

b) Fortunato Toranzos Bardel -agregado ya para siempre el apellido materno- que aún a mediados de 1906 sigue adherido a la temática del posromanticismo local con Albas y ocasos y Los ojos;

c) Desde setiembre de ese año y hasta el final, con su nombre y apellidos completos, su poesía muestra un vuelco fundamental, no sólo a través de la adopción estricta del soneto como forma de expresión, sino por la exhumación de ese mundo de símbolos que por momentos rozan la mitología y no pocas veces el ocultismo. (Recalará en la teosofía, donde militaron don Viriato y Guanes). Nadie reconocería en el primer delicado y vacilante Toranzos a este Toranzos Bardel que se siente seguro de su universo imaginativo y de un léxico propicio, dentro de lo que el profesor Juan Carlos Ghiano ha denominado ortografía decorativa, a 1a que tan propensos se mostraron los modernistas; así: Horas de Pafos, Amrú, El Zahra, palacio de Abderramán, El Sakhra, Los premios de Mahoma, La Gehenna, El Alferin, Motasen, La Torre de Kutab, Wadalat, Mozna, Okadh, y dos dedicados: De Rure Albo a Barrett, y Kahina a Díaz-Pérez. Fueron publicados sucesivamente entre fines de 1906 y principios de 1907.

Algo más: su soneto Gótica guarda sugestiva y estrecha analogía con la Sonatina de Darío. Lo hizo conocer El Liberal de Asunción el 30 de setiembre de 1906. (Es conveniente retener esta fecha). La trascripción de los dos cuartetos servirá para confirmar la similitud a que aludimos, siendo nuestros los subrayados:

  —83→  


¡Oh! Lucila adorada, la preciosa princesa
que en mis sueños de gloria con mi lira enamoro,
¿qué hay en tu alma de azur? Tus manitas, que adoro,
ya mi dicha no tienen en sus nácares presa.

Di, Lucila, ¿qué pide tu boquita de fresa?
¿Las visiones de un ángel o los mimos de un moro,

o mis rosas de amor? -Nada, nada: el tesoro
dad a mi ser de un Orfa de sonrisa que besa.



Sólo por desconocimiento de pruebas tan concluyentes -ésta y otras que se han citado- ha podido este poeta ser desaprensivamente situado en el grupo de la revista Crónica (1913-1914), en cuyas páginas colaboró. No sólo es Toranzos Bardel precursor de todos los que lo integraron sino hasta de mayor edad que ellos; veamos: le llevaba 9 años a Molinas Rolón, 10 a Leopoldo Centurión, y 11 a Pablo Max Ynsfran y Capece Faraone. Más cercano está -por otro lado- de Fariña Núñez, dos años menor que él, con quien guarda indudables coincidencias estéticas.

La tesis sostenida a puro pálpito proviene del error de tomar como punto de partida las colaboraciones incluidas en Crónica y hasta su tardío libro de poemas, editado en 1935, ignorando los precedentes de su juventud, que hemos señalado. Por ese camino, propenso al equívoco, han caído los poetas y críticos Francisco Pérez-Maricevich y Roque Vallejos, a quienes se hace necesario corregir para que sus aseveraciones no se propaguen en detrimento de la verdad.

  —84→  

Con relación a sus temas, la prosa de Toranzos Bardel se destaca por una versatilidad que va unida a su propio interés. Así puede indicarse que los relatos folclóricos o nativistas, aunque coincidentes en determinadas épocas, poseen una estructura y un léxico más simples que aquellos de intención artística. Se muestra aquí más acorde con los lineamientos de la prosa modernista.

Ejemplo de lo primero son los capítulos de Alma guaraní, libro póstumo de leyendas de la tierra, donde se han deslizado modestos errores de fecha. Aclaremos: si el poeta -nacido en Buenos Aires en 1883- vino con su familia a los 4 años de edad, o sea en 1887, no podía haber escrito páginas datadas en 1889, 1899 y 1900. Basten muestras: Ybaga, que en ese volumen figura como de mayo de 1900, se publica en «Los Sucesos el 28 de febrero de 1907; El urutaú, fechado en marzo de 1900 aparece en El Nacional el 18 de marzo de 1910; Luisón de octubre de 1900 sale en El Monitor el 13 de mayo de 1911. No integra el volumen Yacy yateré, que recoge Los Sucesos del 26 de octubre de 1906.

Más cercano a la prosa modernista se lo encuentra en Rollinat, que El Liberal elogia y difunde en sus ediciones del 9, 16 y 23 de setiembre de 1906, y particularmente en el folletín La Odalisca, dado a conocer por Los Sucesos entre el 30 de enero y el 4 de febrero de 1907. No es muy caudaloso -antes bien: parco- en el ejercicio de la crítica, en la que surge comentando La literatura centroamericana, a través de la obra del poeta costarricense Pío Vázquez, artículo que, publicado en Los Sucesos del 20 de diciembre de 1906, le da oportunidad de citar a un clásico de nuestra   —85→   América: el jesuita guatemalteco Rafael Landívar, célebre autor de Rusticatio Mexicana79.

Extraídos los elementos secundarios de la obra de Guanes, visibles en su producción anterior a 1900, y producida la decantación de la de los siguientes: Toranzos Bardel y Fariña Núñez, en un lapso de apenas diez años, tendremos con ellos a los tres poetas fundamentales del primer modernismo paraguayo, todos anteriores a 1913. Entre aquellos y los del grupo de Crónica debe ubicarse a Molinas Rolón, iniciado en 1910, pero que alcanza nombradía desde la mencionada revista.

Un segundo modernismo principia en esa época (1913) y continúa hasta la aparición de un tercero (o posmodernismo), formado desde 1923 y encabezado por otros bachilleres, cuyo vocero fue la revista Juventud. Ésta clausura sus ediciones en 1926, pero la nucleación se ha ensanchado, incorporando a un pequeño sector mundonovista. Sus efectos literarios se prolongarán más allá de la posguerra del Chaco (1935). Todas esas épocas admiten poetas-guías y poetas-epígonos, en cuanto a la extensión y calidad de sus creaciones. Hemos trabajado intensamente alrededor del primer grupo por estimar que con ellos se inicia la literatura modernista en el Paraguay.

Viriato Díaz-Pérez -a eso está destinado este análisis- que traía en sus alforjas a Villaespesa, Valle Inclán, ambos Machado y Juan Ramón Jiménez, todos amigos suyos, y con el recuerdo fresco aún de las revistas plenas de modernidad, en cuyas redacciones participara, no podía considerarse ni sentirse aquí extraño al naciente fervor.

Agreguemos que Villaespesa es el destinatario de   —86→   la Epístola que antecede a la Antolojía de Rodríguez Alcalá; que a Valle Inclán volverá a encontrarlo durante su visita a la Asunción, en setiembre de 1910, y a evocarlo en su carta: «Y estuvo Valle Inclán. ¡Figúrate qué cosas diría en estos mundos, dadas las que nosotros le oíamos en ese!»; que tuvo la confianza de ambos Machado: de Antonio, que le dedicó la primera edición de Soledades (1903) y de Manuel, un poco más próximo.

De la vinculación de su padre con Manolo Machado, Rodrigo Díaz-Pérez hace, saber, en minuciosa nota aclaratoria, que se debió a don Viriato el título del conocido poema Adelphós, con el que apareció en el N.º 7 de la revista madrileña Electra (1901). Don Viriato figura también entre los amigos de Juan Ramón Jiménez que van a visitarlo al Sanatorio del Retraído, nombre o apodo literario de la clínica del doctor Simarro, donde aquel se alojaba. Diez años más tarde, el autor de Platero y yo lo recuerda en carta a Hugo Rodríguez-Alcalá, llamándolo Viriato el heroico, y durante su permanencia en Buenos Aires -octubre de 1948- le escribirá tratándolo de Querido Viriato. Como se ve, había dejado en España, además de la camaradería intelectual, profundos afectos80.




ArribaAbajo14. La colmena literaria

Retrotraigámonos, después de esta prolongada incursión por el modernismo paraguayo, a la recepción de que es objeto don Viriato, quien casi enseguida es rodeado por los novecentistas. En primer término hallamos a Domínguez, que ha sido, en cierto modo y a   —87→   la distancia, su protector, y que lo aguarda en su casa -donde menudean las pláticas- con una cordialidad desbordante. José Rodríguez Alcalá -apodado Pepet por sus compañeros y amigos, no Pepe como correspondía, quizá para actualizar al personaje aquel de La loca de la casa, de Galdós ha evocado esas tertulias de mediados de 1906 presididas por Domínguez, oportunidad en que éste:

reunía en su hogar a los hombres de letras, ya para alentarlos en los afanes y desmayos de la iniciación, ya para que ellos -los consagrados- tuvieren auditorio propicio.



Narra después cómo, tras el alborozado anuncio de Herib Campos Cervera, hace su aparición el visitante, al que describe:

Un hombre alto, vestido de negro, cenceño, con lentes, cabellos y mostachos también negros. El perfil de su rostro hízonos recordar a Eça de Queiroz; su porte todo, a Miguel de Unamuno, por su aire de protestante.



Agrega que don Arsenio López Decoud:

ensayó en vano el suntuoso ceremonial de su señorío para saludar al doctor Díaz-Pérez; en vano, porque este expugnó enseguida, con su cordialidad, la reserva aristocrática de ese gran señor, nieto del patriarca don Carlos.



Y cierra la semblanza diciendo que Viriato, como   —88→   le llamarían todos en adelante, distaba mucho de ser aquí un desconocido.

Por la misma época, en correspondencia con su hijo Hugo, el 22 de diciembre de 1949, Rodríguez Alcalá rememora los tiempos en que en torno a su mesa -todavía de soltero- solía reunir a una capillita integrada por Barrett, don Viriato, Herib, Ruck Uriburu y Ricardo Mujía, estos últimos de la Legación boliviana. Acota que nunca logró hacer concurrir al poeta Alejandro Guanes.

Hasta poco antes de embarcarse para América le ronda a don Viriato el nombre de Domínguez. Es a raíz de una carta que el 22 de mayo de 1906 -dos meses y medio antes- recibe de su maestro y amigo don Miguel Morayta, historiador, catedrático, político militante del Partido Republicano y autor de numerosas obras de la especialidad. Morayta trata a Díaz-Pérez de querido amigo y, tuteándolo, le agradece que haya cumplido el encargo del «eximio doctor Manuel Domínguez», quien le ha hecho llegar por su mediación un ejemplar de su ensayo histórico sobre La Sierra de la Plata (1904). Se reconoce encantado por la lectura de ese estudio y señala que es «imposible tener tanta erudición en lo fundamental y tanta sobriedad en el relato». Termina expresando Morayta:

No hallo palabras bastante elocuentes para encarecer los profundos estudios que en él da muestras. Espanta la lectura que suponen las pocas páginas de su precioso estudio.



Hasta el último momento se conservará aquella lejana amistad. Todavía un año antes de su muerte,   —89→   ocurrida el 29 de octubre de 1935, Domínguez ha de calificar de ilustre a don Viriato. Han transcurrido nada menos que treinta y tres años desde los comienzos de su amistad81.

El auge de una más intensa vida intelectual, que hemos observado, es reconocido por el mismo José Rodríguez Alcalá:

La actividad literaria apenas sensible hace algunos años, va en aumento, y como quiera que día a día se refuerzan las filas de los hombres de pensamiento, cabe esperar que no ha de trascurrir mucho tiempo sin que la intelectualidad produzca en este país todo cuanto debe y necesita para mantener bien alto su prestigio.



Así, en ambiente que las circunstancias culturales van tornando propicio, se hace posible la creación de La Colmena, el 17 de octubre de 1907, agrupamiento sin autoridades (excepto las morales e intelectuales), sin estatutos y de fuertes inclinaciones gastronómicas, como que inicia su cometido con una comida. Rodríguez Alcalá sitúa entre los más entusiastas, desde un principio, a Barrett, Casabianca y Marrero Marengo, sin dejar de reconocer en Díaz-Pérez al fundador:

... por la virtud de sus cualidades humanas, realizó el milagro de constituir -hace cuarenta y tres años- el primer cenáculo literario formal -¡primero y último!- cuya fugaz historia escribí en páginas que andan por ahí en dos libros; aquella Colmena en la que fraternizaron hombres de pensamiento de las más diversas y opuestas   —90→   posturas ideológicas abriendo así un paréntesis de convivencia, cordial en la lucha cotidiana.



Esa entidad -de alguna manera hay que llamarla- cumple la proeza de reunir a un selecto grupo de novecentistas cuyas edades andan entre los 40 años de López Decoud y los 24 del propio Rodríguez Alcalá, equilibradas por dos presencias mayores: don Juansilvano Godoi y Jean-Paul Casabianca.

Fuera de los ribetes pintorescos, esfumados con el correr de los años, queda de aquella Colmena su principal virtud, atribuida esencialmente a Díaz-Pérez: la capacidad de aglutinamiento, por una parte, y por la otra el hecho de que el novecentismo logre, a través de ella y más allá de sus individualidades, un papel protagónico que no ha sido debidamente captado (mejor dicho: se lo ha ignorado) por los historiadores de nuestra cultura, salvo Carlos R. Centurión, que se limita a trascribir in extenso la crónica de Rodríguez Alcalá82.

Si resulta sugestiva la participación de un romántico tan definido como Godoi -aunque no de extrañar por sus antiguas predilecciones intelectuales- a modo de nexo entre el pasado y el presente, no menos cardinal debe considerarse la de Casablanca, un apasionado del simbolismo francés, que ese año publicará su primer libro.

Entre los concurrentes se hallan historiadores como Domínguez y Moreno; preocupados por los temas de estética literaria o artística, como López Decoud, Díaz-Pérez y Cipriano Ibáñez; críticos y cronistas como Ramón V. Caballero (primogénito del héroe), Mosqueira, Ricardo Brugada (h) y Rodríguez   —91→   Alcalá; poetas como O'Leary, Pane y Marrero Marengo. Nucleados bajo las banderas de la generación del 900 están los colmenistas, cumpliendo, de algún modo, una lejana y trunca aspiración romántica.

Aquella cena inaugural justificadamente memorable, tiene un agasajado, comensal ausente, o con más seguridad invisible: el poeta andaluz Salvador Rueda sobre quien acaba de publicar Díaz-Pérez un documentado ensayo que termina con esta sugestiva frase:

¡Pobre Rueda, ingenuo cantor de la luz y del sonido, mimado hoy por la febrilidad y el nerviosismo y castigado por ese dios enemigo de los que trabajan y sienten allá en el torbellino de las grandes ciudades! ¡Y por... la envidia!



Tenido por uno de los precursores del modernismo español, Rueda venía siendo leído -como hemos visto- desde las cercanías de 1890. Rodríguez Alcalá hace una referencia humorística al motivo de aquel acontecimiento:

Nuestra primera digestión se la hemos dedicado al egregio poeta andaluz, para quien todos tuvimos palabras de admiración y de cariño.



A la hora del brindis, por esos entonces con champagne,

Díaz-Pérez se puso de pie: iba a leer una carta de Salvador Rueda. Silencio sepulcral en la asamblea ¡queríamos escuchar la inspirada palabra   —92→   del ilustre y querido poeta andaluz! Con voz magnífica, Díaz-Pérez lee la hermosa epístola.



Luego O'Leary ofrece un soneto suyo destinado a don Salvador -que con los años retribuirá generosamente, en prosa y verso, tanto a él como al Paraguay- y propone que se le envíe la cartulina del menú firmado por todos. Domínguez, que tiene a su cargo la dedicatoria, recoge en dos líneas el sentido poético del escritor hispano: A Salvador Rueda, amante de la luz y del sonido.

Además de haber influido palpablemente en Marrero Marengo -según anotamos- esa predilección se desplazará hacia la final etapa elegíaca de O'Leary (1915), que tiene en Rueda a un evidente mentor. Basta comparar el Canto VIII, fechado por este el 27 de setiembre de 1906, con el poema ¡Muerta! del poeta paraguayo, escrito nueve años más tarde. Las semejanzas nunca son casuales, sino consecuencia de un proceso íntimo que a veces se demora en aflorar: al año siguiente (1916) empiezan a insinuarse los anuncios modernistas en la poesía de O'Leary, como se patentiza en su soneto: Don Quijote en el Paraguay. Una supuesta aproximación al José Asunción Silva de Día de difuntos no pasa de ser una especulación sin base alguna83.

Detengámonos ahora en Jean-Paul Casabianca y consignemos que ha seguido esparciendo, imperturbable, sus fêtes galantes, cultivador de un simbolismo tras el cual surge, de vez en cuando, el ímpetu romántico temperamental. Mucho es la que escribe y publica en español y en francés, aunque en poesía prefiera ser traducido. Con una cultura más vasta o sedimentada   —93→   pudo haber significado lo que Emilio Vaïsse en Chile, o con un espíritu bohemio y desaprensivo de los convencionalismos sociales, lo que Charles de Soussens en la Argentina. Se limitó a enseñar su idioma nativo en el Colegio Nacional y a alimentar las noticias de sociedad en los diarios locales, chroniqueur ameno y galano al fin de cuentas.

Sus dos libros: versos y alguna prosa el primero -ya mencionado- y en prosa el segundo: Horas tropicales, y muchas colaboraciones sueltas en los periódicos, contienen temas de nuestra tierra: sus gentes, sus mujeres su historia. Canta al país en varias composiciones líricas, siendo las más celebradas: Ode au Paraguay, recreada, más que vertida por Pane; Au Paraguay, que dedica a Domínguez; Le Maréchal López, destinado a O'Leary, y la traducción del Nocturno de Silva esfuerzo cumplido entre nosotros.

Aunque Díaz-Pérez en su reseña al libro inicial de Jean-Paul, no se refiera a su versión del Nocturno (en general encomia su fluidez y su expresión) con viene destacar los valores que la singularizan, pues no se trata sólo de una traducción literal sino hasta rítmicamente sostenida con la mayor fidelidad. Su valía aumenta si se recuerda que ha sido realizada en 1901, a sólo cinco años de la muerte de Silva y cuando no habían surgido todavía (ese año llega Goycoechea Menéndez) síntomas ciertos de modernismo en nuestras letras.

En lo que hace a este asunto convendrá aclarar que se trata de ese Nocturno sobre el cual formula atinadas precisiones Max Henríquex Ureña: o sea que con ese título hubo un solo poema -universalmente conocido-, el que publicara a mediados de   —94→   1894 la revista La lectura de Bogotá y que se difundió hasta alcanzar celebridad después del suicidio de Silva, ocurrido en 1896.

Después de enseñar desde la cátedra la lengua de su amado Verlaine, Jean-Paul (firmaba sus escritos, indistintamente D'Aile o con su apellido: Casabianca) decide jubilarse y regresar a su país. Rodeado de profesores y estudiantes, en la Escuela Normal, lo despide O'Leary con palabras que interpretan el espíritu universalista de su generación y a la vez sus ideales de cultura:

... noble extranjero consagrado durante veinte años a difundir la rica lengua de Francia entre nosotros. Espíritu selecto y cultivado ha sido, indudablemente, un factor eficaz de nuestro resurgimiento intelectual, vinculándose perdurablemente, a la historia del pensamiento paraguayo en esta hora de nuestro auspicioso despertar.



Y continúa O'Leary:

Para hacer su elogio basta decir que es el autor de esa Oda al Paraguay, que el doctor Pane vertió en robustos versos castellanos, canto admirable que sólo pudo haber escrito un poeta de verdad y un hombre que ama profundamente a nuestra tierra.



El feliz pero cortísimo ensayo de convivencia y cultura representado por La Colmena recuperaba, por lo menos para los países vecinos, una imagen del Paraguay que se suponía remota al mismo tiempo que parecía encontrar ambiente propicio aquella esperanza   —95→   de Juansilvano Godoi, dicha algo más tarde pero pensada mucho antes. Concretaba ella todo un programa -encuadrado en la retórica y la estética que le eran consustanciales- que hoy puede contemplarse como muy alejado, en el fondo, del que proponían implícitamente en actos y escritos sus oponentes y -por instantes- admiradores novecentistas. Dijo así el viejo romántico en un 1909 de aire no del todo demasiado manso:

El resurgimiento de la República [lo] hemos de encontrar en los altos ideales preconizados por la idea nueva del siglo en que nos toca actuar. Estas primeras manifestaciones de la cultura superior colocarán muy pronto al pensamiento paraguayo en condiciones de hacerse escuchar en los conciertos de la civilización mundial.



Para esa época cada novecentista había podido encarar, sin trabas morales ni materiales, su propio destino. Don Juansilvano seguiría su rumbo por casi dos décadas más, y por medio siglo don Viriato.

Pero La Colmena -conviene advertirlo- no alcanza a vivir el año. Apenas si logra subsistir hasta diciembre de 1907, en que se realiza otra cena, esta vez para despedir a López Decoud que se propone viajar a Europa. De cualquier forma no le hubiera sido posible superar la dispersión -bien que drástica- que vino luego a raíz de las jornadas cuartelarias del 2 al 4 de julio de 1908 y sus inmediatas consecuencias victoriosas.

Cierto es que detrás de los insurgentes del 2 de   —96→   julio hay intelectuales brillantes (Gondra, Cardús Huerta, Eusebio Ayala, entre otros), pero no es menos cierto que con el transcurrir de los meses no pocos de ellos tendrán que hacer frente a situaciones distintas de las que habían previsto: consentir en el ostracismo o ser arrastrados por las mismas oscuras y ya incontroladas fuerzas que habían contribuido a desatar84.

Las páginas de El dolor paraguayo del novecentista y colmenista Rafael Barrett -alma latina y hasta hispánica, a pesar de su ascendencia paterna y de su estampa- y su candente hoja Bajo el terror, así como el mea culpa que en muchos de sus pasajes entrañan los discursos parlamentarios de Cardús Huerta (dichos catorce años más tarde), simbolizan acusaciones ilevantables contra tanta innecesaria violencia.

Con relación a don Rafael -tenido aquí por gringo- señalemos que don Viriato recuerda que «a pesar de su apellido inglés y de sus rubios cabellos, era absolutamente español». A esto debe sumarse la circunstancia de ser su madre una Álvarez de Toledo85.

En carta sin fecha, pero que es inmediatamente posterior a una del 16 de diciembre de 1908, enviada desde Montevideo, don Rafael relata a su esposa un entredicho habido con el representante británico, y al respecto reflexiona: «Decididamente soy muy poco inglés. No simpatizo con ellos. El ministro de acá me recibió mal y le contesté peor. Es un bruto». Y en una correspondencia del 14 de octubre de 1910, desde Francia, ratifica: «Soy de raza latina»86.



  —97→  

ArribaAbajo15. Los amigos

Además de las coincidencias generacionales, estéticas, literarias y en algún caso hasta ideológicas que lo vinculan a no pocos novecentistas, don Viriato estará unido a alguno de ellos -más próximos a sus años- por una amistad que, en ocasiones, trasciende la simple camaradería. Se advierte que siente respeto por aquellos que, dentro del grupo son considerados mayores: López Decoud, Domínguez y Gondra, sin que esto disminuya, a la vez el compañerismo que desde un principio lo inclinara hacia O'Leary, Rodríguez Alcalá, Barrett o Mosqueira. Vamos a detenernos en el primero de los citados por ser uno de los representativos de aquellos momentos.

No ha transcurrido el año de la llegada cuando abre sus puertas -mejor dicho: sigue con otros dueños- la Librería de O'Leary y Cía., insólito comercio de propiedad de don Juan y don Viriato. Por las causas que más adelante expondrá Rodrigo Díaz-Pérez, aquella rara conjunción termina pronto, algo después de La Colmena, bajo cuyos auspicios espirituales había nacido. Sin embargo, conviene no desdeñar la evocación de José Rodríguez Alcalá:

Cuando estaba por desaparecer el antiguo negocio de libros fundado por los bien recordados hermanos Uribe, los señores O'Leary y Díaz-Pérez, escritores los dos, decidieron ponerse al frente de la casa con el propósito de imprimirle nuevos impulsos y hacer de ella un centro de difusión de las mejores lecturas.



  —98→  

Y es así como se constituyó en el punto de reunión de «todos cuantos en Asunción gustan de hablar de libros y de otras cosas de la inteligencia», contribuyendo asimismo a la actualización bibliográfica.

Asegura por último el testigo:

Por lo demás, cuidadosamente atendida por sus dueños, la librería O'Leary está al día de la producción intelectual del mundo entero y recibe, por lo tanto todas las obras que se publican en Europa y en América.



Dicho negocio propendía igualmente al incremento de las actividades artísticas, exponiendo en sus vidrieras obras de pintores locales como Héctor da Ponte, quien el año anterior había editado un libro. Agreguemos, para completar el panorama de la época, que aunque de distinto nivel estético, aquel artista respondía a la tradición inaugurada por Boggiani y de la que serán continuadores, como precursores unos y como avanzados otros, Juan A. Samudio, Pablo Alborno, Modesto Delgado Rodas y Julián de la Herrería. Al dar la noticia de la muestra de cuadros de da Ponte, Rodríguez Alcalá menciona las exposiciones que aquel ha organizado en 1900 y 1902 y a su calidad de fundador de la primera Academia de Pintura87.

Volvamos a la amistad de don Viriato y don Juan, a quien sus cofrades llamaban familiarmente Juancito. Rodrigo Díaz-Pérez ha ofrecido un testimonio personal de mucha valía que trascribimos en su totalidad:

  —99→  

Yo lo recuerdo a papá abrazarse hondamente con don Juan Emiliano O'Leary en la casa de don Juan, en la calle Brasil casi Mariscal López. Se querían entrañablemente. Papá siempre lo distinguió y vos sos el único que lo sabe de verdad como yo. Por otro lado, Viriato era un alma sentimental y fue O'Leary uno de sus primeros amigos en el Paraguay. Lo que sucede después es pura leyenda de aldea y como bien indicas, hay que pasarlo. Poseo al respecto un archivo que vale oro: don Viriato y don Juan Emiliano hablando de pesotes comunes. ¡Hasta tenían una cuenta bancaria conjunta! Y una librería que casi anduvo, pero como ambos eran de la oposición no consiguieron un miserable crédito oficial para tramitar un agrandamiento del negocio y se fundieron88.



Otro hecho que no debe caer en el olvido es el siguiente: a raíz de una enérgica y combativa presentación de O'Leary a la traducción de la Oda al Para guay de Casabianca, realizada por Pane para la Revista del Instituto Paraguayo, aquel es desautorizado por sus expresiones en materia histórica. El prólogo, bajo el título de Dos palabras, destila alguna violencia, pero ha de reconocerse que contiene no pocas verdades. Sus términos están encuadrados, por lo demás, en los lineamientos de su revisionismo, iniciado polémicamente el año anterior. Mas, para comprender el fondo de la cuestión hay que aclarar que, salvo excepciones, los dirigentes del Instituto -del cual es órgano oficial la Revista- son hombres maduros cuya posición en la materia guarda evidentes analogías con la de los románticos,   —100→   aunque de vez en cuando hagan demostraciones de tolerancia. Por otro lado, la personalidad del doctor Báez -destinatario de buena porción del ataque- influía mucho no sólo en la publicación sino en el ambiente.

Dos números después aparece la Desautorización, por no estar de acuerdo dicho trabajo con la índole de la revista «y haberse sustentado en ella, en contravención a las disposiciones de la Comisión respectiva, respecto a la forma de fiscalizar los materiales». Agrega que según manifestaciones del entonces titular doctor Domínguez, la Dirección ha sido sorprendida en su buena fe. Este incidente motiva la renuncia del Director, su reemplazo por Belisario Rivarola y el consiguiente alejamiento de O'Leary89.

Pues bien: cuando don Viriato, a partir del número 55 de 1907, se hace cargo de la redacción, su primer deseo es el de obtener el retorno de O'Leary a las viejas páginas y lo consigue. Es así que se publica la traducción de dos sonetos de don Pedro II del Brasil, acompañados de sustanciosa introducción. Expresa allí O'Leary:

El lector apreciará la belleza de los dos sonetos, en los que palpita toda la amargura del proscrito. En cuanto a la traducción, sólo hemos de decir que tratando de seguir en lo posible al original, nos hemos preocupado más de dar la impresión de sugestiva melancolía que anima a ambas composiciones.



Y termina calificando de «hermosos» los poemas (O Adeus y Terra do Brazil) del monarca desterrado.   —101→   Años después son reproducidos por el diario asunceno Patria como adhesión de ese vocero republicano «ante el aniversario de la proclamación de la república brasileña».

Informa un autor actual, Germán Arciniegas, que don Pedro II, a su vez, «traducía o leía latín inglés, griego, alemán; desde la infancia español, francés e italiano. Estudió el tupí, guaraní, provenzal, hebreo y sánscrito». Todo eso (incluso el tupí-guaraní) no le impediría llevar a cabo una guerra de exterminio contra el Paraguay, cuyo Presidente no se había mostrado, en su actuación pública y privada, menos culto que él, como le constaba al propio general Mitre90.

Hay más: en mayo de 1923 -pasados dieciséis años- el director de El Liberal, doctor Luis de Gásperi, otro de los silenciados padres del modernismo paraguayo y luego jurista eminente, logra el concurso de don Viriato para orientar la sección literaria, a la que entonces el periodismo concedía la debida importancia. Cuatro días después de haber asumido sus funciones, don Viriato ofrece integrar el cuerpo de colaboradores -antecediendo a otros- a su viejo amigo O'Leary, quien por más de una década quedará unido a ese diario, sin perjuicio de seguir escribiendo en Patria, órgano opositor y contenedor de aquel. Así lo anuncia la dirección, titulando la noticia con su nombre. Transcurrida una semana se incorpora don Juansilvano Godoi, suegro de Díaz-Pérez y figura prominente de las letras nacionales.

En ese tiempo aparecen prosas de Blas Garay y Fulgencio R. Moreno, sobre temas históricos; un soneto de Ángel I. González y unos curiosos poemas en idioma vernáculo, de los que es autor Silvano Mosqueira,   —102→   que también ofrece sus Becquerianas en guaraní91.

No ahorra O'Leary sus aportes en prosa y verso, pero lo curioso es que figuran seguidamente es esa página correligionarios suyos de tan definida militancia republicana -adversaria de la liberal gobernante- como Arturo Brugada y Natalicio González, o como el escritor Roque Capece Faraone, que ha hecho pública una apasionada adhesión al Partido Nacional Republicano, mediante una carta abierta que Patria se apresura a publicar en todas sus líneas. En aquella página del sábado de El Liberal aparece por primera vez el artículo de O'Leary en elogio de Natalicio, que a los dos años pasará a servir de prólogo a su primer libro de poemas92.

En el archivo de Díaz-Pérez se conserva, a su vez, una importante correspondencia cruzada con Eligio Ayala, reveladora de la amistad y comunión intelectual que los uniera y que venía de los tiempos en que el novecentismo paraguayo iniciaba su andanza93.

Para demostrar cómo don Viriato sabía medir la trascendencia generacional del novecentismo, aun en sus extremos más polémicos, convendrá exhumar la crítica estimativa (acojámonos a esta feliz adjetivación de Luis Emilio Soto) con que valora, por sobre maliciosas dudas y chuscadas locales, la aparición de Arado, pluma y espada, meditación sociológica publicada en Europa por Gualberto Cardús Huerta. Las agitaciones políticas en que éste se viera envuelto desde su juventud y que no le impidieron completar una brillante carrera (bachiller a los 19 años, abogado a los 23), más la acerada independencia de su carácter y un dilatado apartamiento de los medios intelectuales,   —103→   han sido causa de que la personalidad de Cardús Huerta no fuera apreciada en toda su dimensión.

Aunque sus inquietudes culturales no son distintas de las de su generación, reiterados viajes y vastas y buenas lecturas le proveerán de elementos apropiados para dominar algunos temas que como los de la economía y la sociología habrían de sugerirle páginas que todavía hoy pueden recorrerse con interés.

No evitaremos decir que la misma sociedad chistosa, anecdótica y superficial que pretendiera desdeñar, o no entender, el pensamiento teórico de Eligio Ayala, Pane o Mernes -tres de los raros paraguayos con acceso a la especulación filosófica, en la que raudamente se detuvieron Domínguez y Moreno- intentaría subestimar el quehacer de Cardús Huerta confinándolo a un silencio próximo al olvido, que dura hasta nuestros días.

Don Viriato, liberado por su procedencia y formación de atavismos tribales o resentimientos de vecindario, y presto siempre a reconocer el destino de la inteligencia allí donde la hubiera, no se deja engañar por la presión ambiental traducida en chascarrillos y retruécanos, pudiendo asegurarse que no sólo ha comprendido, sino que hace justicia al pensador novecentista.

No obstante los dos años de retraso habidos entre la aparición del libro (1911) y su comentario (1913), don Viriato se ocupa con detenimiento de Arado, pluma y espada, espera que quizá se haya motivado en el deseo de aprovechar las páginas de una revista propia para emitir su juicio.

Trata Díaz-Pérez al autor de «distinguido intelectual» que «abandonó todo eufemismo procediendo   —104→   a un análisis de su país completamente limpio de lisonjas». Advierte que, sin embargo, no hay en él la queja amarga de un Schopenhauer, un Nietzsche, un Pompeyo Gener o «la fina ironía de Heine». Pasa a enumerar enseguida a quienes especialmente en España, no ahorraron críticas a los males nacionales.

En orden admirativo son mencionados: Ganivet, «aquel colosal genio trágicamente desaparecido»; el «genial Costa»; Unamuno, Posada, Pi y Margall, Altamira, «el maestro Giner de los Ríos», todos los cuales «fueron no ya amables, sino siquiera justos muchas veces con el querido solar...». Por esa causa piensa que «la obra del doctor Cardús Huerta es profundamente española». Luego se detiene a señalar que mediante esa «revisión de valores históricos nacionales y todo el pasado de la raza, el presente y aun algunas posibilidades, se tambalean en una especie de crepúsculo de los ídolos de marcado tinte iconoclasta».

Esto tendrá, en cambio, su compensación en el reconocimiento del crítico, a quien le es dado creer que «a pesar de todo» del ensayo surge «algo altamente patriótico, de un patriotismo elevado y moderno. Porque Cardús -afirma- ama hondamente a su patria, que él quisiera de mágica substancia virgen, maleable, para modelarla nuevamente gigantescamente». Y para acentuar más la convicción de su novecentismo termina señalando que «el autor es uno de los hombres del Paraguay moderno».

Desgraciadamente diversos y acuciantes quehaceres, apareados a su no mucha propensión al desbroce sociológico, impidieron a don Viriato brindar más adelante algún estudio comparativo -que hasta ahora no se ha hecho- del pensamiento de Cardús Huerta con   —105→   el de Báez, Teodosio González y Eligio Ayala (en el plano de la crítica social, ahondando en los españoles) y algún paralelo eficaz entre las tesis sustentadas en Arado, pluma y espada, y la aguda introspección generacional que habrá de manifestarse en las páginas de Contra la anarquía donde, como en el intermedio de Pro-Patria, alcanzan nivel no desdeñable las controvertidas opiniones del autor, elevadas a escala doctrinaria94.



Anterior Indice Siguiente