Llegada a Córcega e Italia de los jesuitas expulsos del Paraguay
José A. Ferrer Benimeli
Este trabajo se enmarca en una serie dedicada a la expulsión de los jesuitas en la que las dos principales fuentes de información son la correspondencia diplomática francesa y los diarios que diferentes jesuitas escribieron en su día dejando puntual testimonio de cuanto les aconteció desde el día en que se puso en práctica el decreto de extrañamiento por orden de Carlos II hasta su llegada a Italia, en algunos casos más de un año después del arresto. Es un intento de aproximación a un mismo hecho histórico -la expulsión de los jesuitas- desde dos fuentes no demasiado conocidas o explotadas, una oficial, otra personal, las dos en cierto sentido no destinadas a la publicidad, que nos aproximan a esa tragedia personal -en muchos casos íntima- que padecieron cinco mil personas, de las que más de dos mil estaban en América y Filipinas. Tragedia de la que normalmente no hablan los libros de historia, excesivamente preocupados en justificar decisiones político-económicas, dejando de lado otros aspectos sociales o simplemente personales, que hoy día empiezan a ser mejor conocidos, gracias, en parte a la utilización que, desde la universidad, venimos haciendo de estos Diarios1.
El presente estudio cierra un ciclo de tres, relativos a la expulsión de los jesuitas del Paraguay, basados fundamentalmente en el Diario de uno de ellos, el manresano P. José Manuel Peramás, excelso latinista y profesor de moral de la Universidad de Córdoba de Tucumán2. En el primero abordé el viaje y peripecias de los jesuitas expulsos del colegio de Córdoba; en el segundo la estancia de estos mismos expulsos en Puerto de Santa María, y ahora me propongo tratar del viaje desde Puerto de Santa María a Córcega, su primer destino, y, finalmente, a Faenza, en Italia, con lo que se ponía fin a un largo viaje de un año y setenta y seis días, es decir, de catorce meses y medio, divididos de la siguiente forma: 11 días encerrados en el refectorio del colegio de Córdoba; 28 días en el trayecto desde Córdoba a los navíos; 24 días y un mes en la escuadra, o lo que es lo mismo en el Río de la Plata desde su embarque hasta llegar a alta mar; 85 días de Indias a Cádiz; 5 meses y tres días en el Puerto de Santa María; 4 días en la bahía de Cádiz; 51 días de Cádiz hasta Bastia, en Córcega; 26 días en Bastia; 16 días de Bastia a Sestri; y 13 días de Sestri a Faenza.
Se trata, pues, de seguir paso a paso los 110 últimos días -o si se prefiere los tres meses y medio finales- de este largo viaje iniciado el 12 de julio de 1767, en que tuvo lugar el arresto de los jesuitas del Colegio-Universidad de Córdoba de Tucumán, y que finalizó el 24 de septiembre de 1768, cuando llegaron a su destino final, la ciudad de Faenza, en Italia, donde morirían la mayor parte de ellos, en el destierro.
Tras una larga e inesperada estancia de más de cinco meses en Puerto de Santa María, los jesuitas expulsos de la provincia del Paraguay recibieron orden de embarcarse de nuevo, el 10 de junio de 1768. Sin embargo, debido al mal tiempo, no pudieron salir de la bahía de Cádiz hasta el día 15, por lo que tuvieron que permanecer durante cinco días en la bahía sin poder hacerse a la mar. El diarista P. Peramás fue embarcado con otros 153 jesuitas en el Estado del Reino de Suecia.
Los jesuitas
expulsos del Paraguay era ya la tercera vez que entraban en el mar,
pero así como las dos veces anteriores la navegación
fue «feliz y sin
desgracia»
3,
mucho más feliz fue esta tercera por lo sosegado del mar,
buenos vientos y por la asistencia sin comparación mucho
mejor; por todo lo cual, y ser la navegación del
Mediterráneo más divertida, llevamos un viaje muy
alegre [217].
Las naves que el
día 15 de junio de 1768 -entre las 6 y 7 de la
mañana- se dieron a la vela con próspero viento, una
vez que la capitana tiró la pieza de leva, fueron: La
Capitana Santa Isabel de 74 cañones, del
departamento de Cartagena; el Nuevo Estado del Reino de
Suecia de Almirante; el Estokolmo y el
Jasón, suecos; el Nerón, inglés; la
Amable Señora, dinamarqués; la
Constanza, el Rosario y el Buen Consejo
o Diamante de Ragusa. En el Santa Isabel iban
extranjeros4;
en el Nerón y Estokolmo los americanos; en
el Nuevo Estado del Reino de Suecia los europeos de la
Provincia del Paraguay y algunos peruanos asimismo europeos; y en
el Jasón los «mal
contentos o disidentes»
5.
Al día
siguiente descubrieron el Cabo Espartel de África, y el 17
pasaban el estrecho de Gibraltar todas las naves juntas [219]:
«íbamos costeando a España y
África, teniendo a ésta por estribor y a aquella por
babor»
[220]. El paso por Tánger, Tarifa,
Gibraltar, Ceuta... va siendo recogido en el Diario hasta
que habiendo perdido de vista las costas de África se
encontraron -al amanecer del día 18- a babor con las de
Málaga. Por la tarde divisaban Almería y a la noche
pasaban el cabo de Gata [221]. Hasta el 20 no avistaron la Sierra
de Cartagena y las dos montañas de la boca de su puerto.
Así, entre vientos favorables, contrarios y calmas, con el
espectáculo de ballenatos, delfines, la vista de otras naves
que pasaban, etc., dejaron
atrás Alicante y se acercaron a Valencia con gran calor
[225].
Aprovechando una de las calmas, el 26 de junio, llegó a la nave El Nuevo Estado del Reino -donde iban los europeos de la provincia jesuítica del Paraguay el señor Sarabia, como Comisionado, para saber si nos faltaba alguna cosa y qué tal nos trataban los mayordomos-; con su venida se liquidó el pleito sobre si los barberos nos debían rasurar o no; pues decía él que venía sólo para sangrar. Mas el Sr. Sarabia le dijo que su venida a bordo era para sangrar y para rasurar a todos una vez a la semana. A nuestro Capitán le intimó una multa de 500 pesos si no procuraba ir a proporcionada distancia de la Capitana [226].
El día 27, por la noche, pasaron frente a Ibiza y Formentera [227]. El 28 descubrieron Cabrera y Mallorca [228]. Hasta el 1.° de julio no avistaron Menorca [229]. El 5 de julio, mientras costeaban ya la isla de Cerdeña, dieron el viático y extremaunción al H.º Juan Suárez6. Al medio día divisaron ya las altas montañas de Córcega [231]. Tras varios días de calma y vientos contrarios, finalmente, el 9; lograron dar fondo en el puerto de Ajaccio7.
La alegría que tuvieron los recién llegados fue grande al saber que allí había jesuitas8 y mucho más cuando vimos nuestros navíos cercados de barcos con los jesuitas que luego vinieron a vernos, por quienes supimos como en este Puerto estaba la Provincia de Toledo, los Procuradores de España y algunos de Indias [234].
Pero este gusto y
contento duró muy poco, pues, enseguida, supieron que no
podían quedarse allí por ser «el número de jesuitas muy grande, fuera
de 2.000 franceses de tropa, que estaban alojados hasta en las
iglesias»
. Por esta razón el Comandante de la
flota recién llegada envió inmediatamente una posta a
Bastia para saber si los recibirían allí o no, para
en este caso ir a Génova y esperar la resolución de
la Corte.
Mientras tanto supieron por los jesuitas allí residentes cómo con la llegada de las tropas francesas había cambiado a peor la situación. También se les comunicó el reparto de los jesuitas españoles en la isla: en Calvi los castellanos y varios de la Provincia de Andalucía; en la Alfallola [sic] [Algajola] los restantes de ésta; en Bonifacio los de Aragón y en Ayacio [sic] [Ajaccio] los de Toledo. [234].
El 10 de julio el Comandante les dio licencia para ir a tierra y la recibimos con mucho gusto, pues al cabo de un año que estábamos presos ya deseábamos con ansia pasearnos [235].
Efectivamente, el
día 12 de julio -como recuerda el diarista- hacía un
año que habían sido arrestados en Córdoba de
Tucumán. Precisamente ese día, 12 de julio de 1768,
convidó el general francés al comandante
español a comer. Al día siguiente fue a la inversa y
el comandante español recibió al general
francés con el navío empavesado y tres salvas de
más de cincuenta cañonazos. El 14 murió a
bordo Juan Suárez, de primer año de Teología y
22 años de edad. Había entrado en la
Compañía en noviembre de 1761 y en el 63 se
embarcó hacia Paraguay como misionero con la misión
del P. Escandón9.
Su muerte fue muy sentida por todos. Fue llevado su cuerpo a
tierra. En el muelle estaba esperando la Parroquia y algunos
jesuitas de Toledo para depositar el cuerpo en la Catedral hasta el
siguiente día por la mañana en que fue el entierro
con «bastante solemnidad»
[235-236].
Por esos
días varios jesuitas alemanes y sardos, con la licencia del
Comandante se embarcaron en dos tartanas para irse a sus
respectivas provincias10.
A los restantes se les intimó orden, el 16 de julio, de que
ninguno saltase a tierra «excepto los que
tuvieran ropa dada a lavar, pero que éstos a las estuviesen
a bordo»
. Por la tarde se embarcó ganado para
continuar viaje, pues había llegado la respuesta de la carta
enviada a Bastia. Por ella supieron que serían bien
recibidos allí, «pues en las casas
que por el rey de España se habían prevenido
cabían 1000 jesuitas»
[236].
Precisamente ese mismo día falleció la reina de Francia11 por lo que se suspendió una comedia que la ciudad de Bastia estaba preparando para obsequia al Comandante español. El día 18 se hicieron las exequias por la difunta reina, correspondiendo la plaza con sus acostumbradas salvas. Entretanto la flotilla de los expulsos españoles hizo la aguada en todo el convoy [237]. Al día siguiente, entre las 10 y las 11 de la noche, se hicieron a la vela, si bien los recios vientos que se levantaron de improviso estuvieron a punto de dar al traste con tres embarcaciones chocando entre ellas [239-240].
Pasaron varios
días entre tormentas y calmas sin poder avanzar, frente a
las costas de Cerdeña, hasta que, finalmente, el 24,
reiniciaron el viaje, si bien, pronto se deshizo la
formación y cada embarcación fue a su aire. El
diarista, entre otras muchas cosas, relata el paso frente a Calvi,
el extremo calor padecido, y «para que
nuestros trabajos tuviesen principios, se acabaron los postres en
la mesa y el chocolate por la mañana»
[243].
De hecho la
llegada a San Florencio, el día 28 de julio,
coincidió con serias escaramuzas de los partidarios de
Paoli, contra las tropas francesas, en las que a punto estuvieron
las embarcaciones españolas en verse involucradas, debiendo
incluso cargar de metralla los cañones ante la
petición de ayuda del comandante francés de la plaza.
El caso es que con órdenes y contraórdenes de salida,
traslado de impedimenta a barcos más pequeños, y de
jesuitas a los más grandes, la angustia y la falta de
espacio en los barcos se hizo más dura, pues los catres
estaban ya deshechos y los entrepuentes llenos de trastos por lo
que cada uno «se partió en busca
de una vara de tabla adonde tirar sus huesos»
[247].
El resultado final lo refleja bastante gráficamente el diarista:
[257] |
La festividad de
San Ignacio [31 de julio] transcurría en estos días
con grandes sinsabores y disgustos. Finalmente hasta el día
2 de agosto no se vieron nuevamente en alta mar bordeando la isla.
Al pasar por el cabo Corso se levantó gran viento y ya no se
pudieron poner las mesas para comer, «y
así sobre las rodillas hacíamos mesa»
.
También empezó a llover con truenos y
relámpagos lo que fue causa que se pasase la noche con mucho
trabajo por no tener adonde dormir, por lo que era mucha
compasión ver a tantos viejos tirados por aquellas duras
tablas de los entrepuentes [259].
Por fin, el día 4, fondearon en Bastia y volvían a pisar tierra, entre las 5 y 6 de la tarde, en lo que creyeron era el definitivo destino del destierro, después de llevar un año y 23 días de viajes.
Eran tantas y tan siniestras las cosas que habían oído sobre Córcega12 que el contraste fue mayor, pues encontramos una humanidad en los ciudadanos muy grande, un condolerse en nuestros trabajos, que nos consolaba, y un querer servirnos a todos, que nos hizo hacer otro concepto muy diferente del que teníamos [262].
Llegados a tierra fueron llevados a una de las parroquias donde el Comisario español nos iba repartiendo boletas para el alojamiento en las casas que había prevenido por orden de Madrid. El trabajo para hallar las casas fue grande y no menor la confusión. La noche, aunque sin camas, no nos fue pesada; pues el cansancio y mucho más vernos en tierra, nos la hizo llevadera [263].
En el 5 proseguía la confusión de las casas, y fue mucho mayor con el desembarco de los trastos. Por la noche desembarcaron los del Estokolmo [264].
El rector y otros
jesuitas del colegio de Córdoba se embarcaron en una
góndola y llegaron a un fortín de Paoli «donde fueron tratados con mucha
humanidad»
dando inmediatamente aviso a Paoli del arribo
de los jesuitas13.
Apenas desembarcados los jesuitas llegaron varios barcos con tropa
de artilleros franceses, y para acomodar a sus oficiales «echaron algunos sujetos nuestros de las casas
que tomaron ayer»
[264].
Entretanto la
Capitana y el Jasón habían ido a
Puerto Spezia14
«a descargar malcontentos o
disidentes»
[265].
El día 8, a petición del Comisario español se echó en la ciudad un bando para que, pena de no sé cuantas parpayolas, nadie vendiese a los jesuitas carne excepto las tablas señaladas; esto se hizo porque el Sr. Comisario había hecho provisión de bueyes y toros viejos y enfermos para venderlos. Los Superiores le hablaron claro, más él con razones y política respondió a todo de modo que vendió la carne a 4 sueldos la libra, y nos rendía favor porque le quitaba un sueldo, siendo que en las demás partes se vendía a 3 sueldos [265].
Unos días
después una escaramuza de corsos que llegó hasta las
huertas inmediatas a la ciudad a coger frutas -«que así se entretenían y jugaban
con los franceses»
- le quitaron al Comisario el ganado
que tenía para los jesuitas, aunque no todo. El comentario
del diarista es de lo más expresivo:
Ojalá se lo hubieran llevado todo y no lo hubieran vuelto como lo hicieron luego que el Comisario escribió a Paoli dándole parte de cómo aquel ganado no era francés sino para los jesuitas. |
[266] |
En este intento de
sacar partido de la plata que traían los recién
llegados, pasó por todas las casas de los jesuitas un
canónigo para que fuesen a decir misa a la catedral «con tal que al fin del mes contribuyesen con lo
que corresponde a dos sueldos por cada misa»
[266].
La juventud fue acomodada de la mejor manera posible para que continuaran sus estudios. Y en este sentido el 14 recibieron los superiores carta del P. General encargándoles, sobre todo, el cuidado de la juventud [267].
Dos días después, el 16 de agosto, tuvieron noticia de que habiendo llegado los jesuitas extranjeros a Liorna no los quisieron recibir al principio, más avisando al Duque, éste los admitió.
Por esos días dos estudiantes de la Provincia del Perú, alegando que no se hallaban con fuerzas para sufrir «los trabajos en que se hallaba su Madre», solicitaron las dimisorias con lo que salieron de la Compañía [269].
Estas noticias relativas a los jesuitas se van entremezclando con otras que describen la guerra de genoveses y franceses contra los partidarios de Paoli. Así, el 17 sabemos que entraron en Bastia cuatro barcas de guerra genovesas. El 23 salieron 3.000 franceses para asaltar el fuerte famoso de Paoli, llamado el Sepulcro de genoveses. En el 24 tomaron los franceses Onza [sic]15, con mucha mortandad de una y otra parte. Por la tarde hubo salva por San Luis en la Ciudadela, y sucedió que un cañón estaba cargado con bala, la que fue a dar a una ventana en donde estaban dos jesuitas de mi Provincia, mas quiso Dios que quedasen libres [270].
Por esas fechas
hubo mudanza de los filósofos de la Provincia del Paraguay
siendo nombrado Maestro el P.
José Rufo «quien acababa de leer
en Córdoba16,
mas le señalaron porque nuestro maestro sentó plaza
en la bandera de los malcontentos o disidentes»
[270].
El 26 por la tarde entraron varios barcos franceses con el rumor de que venían a buscar a los jesuitas. Al día siguiente llegó el nuevo general francés que fue recibido por toda la tropa y se hospedó en San Vicente de Paúl, ya que el otro estaba en el Colegio que los jesuitas genoveses tenían en Bastia [270].
Los rumores resultaron ciertos, y apenas instalados en Bastia los jesuitas del Paraguay se veían de nuevo obligados a embarcarse, al igual que el resto de los demás jesuitas tanto españoles como americanos. La razón, esta vez, radicaba en el hecho de haber cedido los genoveses la soberanía de Córcega al rey de Francia17 y en virtud del decreto de expulsión de 1764 por el que los jesuitas habían sido echados de aquel reino, ahora al pasar Córcega a ser posesión francesa, debían igualmente salir de la isla; salida, que, dado el trato que estaban recibiendo de los franceses, fue considerada una liberación.
En el 27 supimos como nos habíamos de ver libres de los franceses, que nuestra partida era cierta a las riberas de Génova. Juntamente se les intimó a los PP. del Colegio el mismo orden, asignándoles 300 florines de subsidio cada año por el Rey de Francia18 Nuestro Comisario en resulta de lo dicho envió a los superiores una carta haciéndoles saber la determinación del Cristianísimo19 y juntamente avisando que hiciéramos alguna provisión para el viaje, pues el Cristianísimo no pasaba más que ración de marinero [271].
Por la tarde entró un jabeque francés de 16 cañones y salieron los barcos hacia Calvi para el transporte de los jesuitas allí recluidos.
El propio Luengo,
escribiría a este propósito: «Aunque no sabemos donde nos llevarán, es
difícil encontrar en todo el mundo un rinconcito en donde
haya tantos trabajos como aquí»
20.
El 29 el general
francés juntó en su casa a todos los superiores y les
intimó la determinación de su monarca que
debía ponerse en práctica al día siguiente.
Las súplicas de los superiores consiguieron retrasar por dos
días la salida, si bien el equipaje debía embarcarse
inmediatamente. Ese mismo día y por orden del general se
fijaron unos carteles en que se hacía saber a todos como la
República de Génova había cedido esta isla al
rey de Francia «en recompensa de una
deuda que debía»
y que el rey la admitía
bajo su protección, y la guardaría todos sus fueros y
privilegios «con tal que la entregasen
por bien y que a los corsos no se les trataría como a
rebeldes»
[272].
Ese mismo día el Senado y nobleza fueron a dar la bienvenida al general francés y por la tarde colocaron en la plazuela del fuerte una inscripción latina en honor suyo. Por la noche en el mismo sitio le entregaron las llaves de la ciudad celebrando este acto la tropa con música, la ciudadela con salvas y la ciudad con luminarias.
El espíritu observador del diarista a este propósito nos dice:
Sobre la inscripción había este jeroglífico: una vid cercada de racimos y una culebra enroscada en su tronco con este epígrafe: Virtutis Gallicae praemium. |
[272] |
Respecto al
general francés nos dice el diarista que se llamaba
D. Francisco Antonio, Conde de Gravelin,
Caballero del Orden de San Luis y Teniente General de los
Ejércitos de Su Majestad Cristianísima. Y concluye
con una observación característica de la «simpatía»
que Peramás no
oculta por los franceses: «Sus facciones
propias de francés; los hechos supongo serán los
mismos»
[272].
Siguiendo las órdenes recibidas, el día 30 tenían que embarcarse baúles y camas, pero el problema surgió cuando los patrones de los barcos contratados para el traslado se negaron, pues eran tan pequeños que no cabían ni la mitad de los jesuitas por lo que los patronos no querían recibir trastos. Entonces el Provincial mandó al Procurador fletase un barco y el P. lo hizo tan bien que sin verlo primero lo ajustó en 300 libras; a tanto llegó la confusión que no dio lugar para advertir un desatino, como fue no ver primero el barco, y así salió, pero al fin se embarcó lo que se pudo en él y en el navío, que por último vino orden del General para que recibiesen los Capitanes algo [273].
El mismo
día se recibieron desde Roma cartas del P. General con el nombramiento del nuevo Provincial
del Paraguay, el P. José de
Robles21,
pues el P. Pedro Juan
Andreu22
había propuesto «que no estaba
para este oficio»
. Entretanto las noticias recibidas de
los franceses no eran agradables, pues se enteraron que en la junta
de franceses se había determinado que fuésemos a
desembarcar a Puerto Specia, y desde aquí, a expensas
nuestras en vasos pequeños, a Sestri, adonde habíamos
de esperar el beneplácito del Pontífice para pasar a
sus Estados [273]23.
El 31 por la mañana se acabó de embarcar el equipaje y se dio orden que a las 5 de la tarde estuvieran todos los jesuitas a bordó. Así lo hicieron e inmediatamente tiró el jabeque la pieza de leva y se hicieron a la vela. Los barcos que componían la expedición eran el Jabeque para los del Colegio; la Rosa, Nuestra Señora de Gracia, la Amable Catalina, la Providencia y la Mancreu, juntamente con varias góndolas que fletaron de modo particular [274].
Las incomodidades y sinsabores en este último y definitivo viaje marítimo de los desterrados americanos -al igual que ocurrió con el resto de los jesuitas españoles24- superaron con mucho lo padecido en los viajes anteriores. El Diario del P. Peramás lo refleja así:
[274] |
Al amanecer,
todavía sin perder de vista Bastia, les dieron «de marinero, pan, vino, carne salada y arroz,
crudo todo, y así tuvimos que guisarlo, con sumo trabajo por
ser el fogón muy pequeño y no haber en qué se
había de guisar»
[281].
A mediodía pasaron Cabo Corso y la Caprara25. La cena se redujo a un pedazo de galleta llena de gusanos, un pedazo de carne cocida en agua, que cada uno tomó en las manos por no haber platos, pero estaba tan dura que apenas pudimos comerla, pues, por más que nos esforzábamos, no sólo no podíamos partirla pero ni aún clavarle el diente, y así a medio mascar pasaba y dábamos gracias a Dios, pues lo demás fuera añadir al trabajo de no dormir la molestia del hambre [281].
La primera noche pasada a bordo también merece la atención de la acerada pluma del diarista:
[282] |
[282] |
Entre las 9 y las
10 dieron fondo en Puerto Fino, sin poder ir a Sestri por la mucha
marejada. Y allí tuvieron que esperar a ver qué
resolución tomaban franceses y genoveses. El diarista -que
no pierde ocasión- tampoco puede esta vez ocultar su ojeriza
contra los franceses, y añade «supongo que será como propia de los
primeros»
[283].
El día 3 de
septiembre, por la mañana, tras un intento fallido de ir a
tierra -previa licencia- para buscar qué comer, se tuvieron
que contentar con el menú del barco que esta vez
consistió en una «ración de
porotos o fríjoles, 4 quesos de los cuales dos estaban
podridos y la galleta llena de gusanos»
[284].
Mientras esperaban el permiso genovés para poder desembarcar, el día 4 fue especialmente pesado y molesto, pues estuvo todo el día lloviendo, y así pasamos con una incomodidad suma en los entrepuentes y bodega. Por esto varios sujetos viendo la incomodidad tan grande se compusieron con los patronos de otros barcos para pasarse a ellos hasta nueva orden. Con esto quedamos algo aliviados, pero duró poco, pues apretando la lluvia hicieron que los que estábamos en la bodega subiesen a los entrepuentes, y he aquí la confusión y trabajo. Esta habitación pequeña, el calor grande, pues estaba ocupada con las camas, los sujetos muchos, la escotilla para la ventilación pequeña, las pulgas muchas, los relámpagos y truenos terribles, la noche larga, la luz de una triste lámpara tan corta y escasa que casi estábamos en perpetuas tinieblas, la cena que había precedido cual se puede considerar [285].
El autor del Diario describe así su particular noche:
Con estas incomodidades pasamos la noche unos sentados, otros medio recostados, éstos recibiendo sobre sí las goteras, aquellos el agua de éstas, y nadie durmiendo. No es fácil ponderar la noche que tuvimos junto con el agua y viento fortísimo. En medio de todo esto no pudiendo estar abajo, pues el lugar que me había cabido en suerte era bajo de una gotera, que caía sobre el H.º Dionisio Diosdado26 que no tenía más sitio que el de entre mis pies y sobre mí, determinamos irnos arriba al resguardo de un miserable toldo que no servía de nada, por lo que se llovía, y así librarnos, ya que no del agua, a lo menos de los malos olores de que abundaban los entrepuentes. Así pues, pasamos bastante tiempo recostados sobre la carroza del alcázar, envueltos los dos en una manta, al agua, viento y relámpagos. Gracias a Dios que en medio de tantos trabajos nos daba una alegría indecible y una paz octaviana. |
[286] |
Así no es
de extrañar que el día 5 de septiembre, luego que
amaneció y se pudieron ver los rostros de los sujetos
«en cada uno parece se veía
vivamente la imagen de la muerte, que tal fue el día y la
noche pasada»
[287].
Bien de mañana llegó la noticia con la última determinación de Génova:
[287] |
Al diarista se le escapa espontáneo el siguiente comentario:
[288] |
Finalmente entregaron la plata solicitada. Y así, mientras iban llegando nuevos barcos desde Córcega con más jesuitas, los del Paraguay volvían a hacerse a la mar desde Puerto Fino en pequeñas embarcaciones en dirección a Sestri27. Los primeros en hacerlo fueron los quiteños y santafereños el día 8, sí bien tuvieron que volverse por la mucha marejada. Y así en días sucesivos fueron saliendo -cuando el tiempo lo permitía- nuevas expediciones de jesuitas, baúles, cajas, petacas y camas. Los problemas con los patronos franceses se sucedieron hasta el último momento28. El relato del P. Peramás, correspondiente al día 11, víspera de salir para Sestri, es bastante elocuente:
En el 11 por todo el día estuvimos esperando el orden para embarcarnos. En él tuvimos qué ofrecer a Dios, pues entre las desvergüenzas que nos decían los franceses, nos trataron de ladrones y si se descuida el P. Roque Ballester29 le da un pícaro de aquellos que venían con nosotros con un barril en la cabeza, por no sé qué cosa que le dijo el Padre. Dios se lo pague; yo no sé quién habría hurtado más, o los franceses a nosotros, o nosotros a los franceses. |
[293] |
Cuando el 12, apenas amanecido, finalmente recibieron la orden de embarcar, la alegría nuestra fue cuanto se puede pensar:
13 días hemos estado con franceses, y en ellos padecimos más que de la América a Córcega. La comida peor que de galeote; la carne salada, poca, y la mayor parte huesos, escogiéndola ellos, quitándole lo magro y dándonos la osamenta, aguándonos con exceso el vino a nuestra vista. El queso podrido y la galleta llena de gusanos, la que dábamos por fruta para no perderla del todo; por lo que teniendo un sujeto muy presente todo lo acaecido en estos días compuso la siguiente con que expresa su sentimiento:
|
[293] |
Despedidos de los
franceses salieron bien temprano todos los del Paraguay y del
Perú en más de 20 barquichuelos. Esta vez el viaje
fue feliz y hasta divertido con la contemplación de la costa
italiana «llena de huertos y
arboledas»
[294].
Una vez llegados a
Sestri hallaron prevenidas las casas donde debían alojarse.
Los peruanos fueron al convento de Santo Domingo, y los del
Paraguay a un hospital de peregrinos que estaba sobre la playa,
«junto al palacio donde se
hospedó nuestra Parmesana34
cuando fue a España»
. Una vez más,
aquí se encontraron con nuevos problemas, pues para 150
sujetos nos dieron cuatro piezas, de las cuales una estaba ocupada
más de la mitad con un teatro para comedias con un lema en
el frontispicio que decía: Patriae et juventuti. Otra estaba ocupada
con las mesas para comer, y otras con algunos enfermos. Por esto
era suma la incomodidad, por lo cual muchos sujetos se acomodaron
en los descansos de las escaleras. Los que nos acomodamos en la
pieza de arriba no cabíamos de pie, y cuando se
tendían las camas, ni un paso se podía dar [295].
Por si fuera poco el ministro francés llamó a los Superiores y les intimó que al día siguiente habían de caminar. Los Superiores le representaron y le dijeron lo cansados que estaban por lo que les concedió se quedaran un día más. Este pequeño descanso concedido -subraya el diarista- era bien menester pues el viaje lo tenían que hacer a pie ya que la República de Génova sólo daba caballerías para el transporte del equipaje, y así el que quisiera o no pudiera ir a pie, además de los 5 pesos ya pagados, tenía que pagarse la caballería.
Supimos como muchos de los que iban caminando, padecían mucho, y que algún que otro había muerto, pero que habían sido bien tratados luego que entraron en los Estados de Parma, adonde hallaron prevenidas camas, caballerías, carruajes y buena comida [296].
A las 4 de la tarde les llamaron para comer.
[297] |
La cena se redujo a dos onzas de guisado, y «niente più», pues dijeron que antes no se usaba y postre no se hallaba.
Con esto nos fuimos a dormir, aunque, con poca esperanza de conseguirlo, porque, como habíamos comido y cenado a la italiana, teníamos pocos humores que conseguir, y así esperábamos estar desvelados toda la noche, aunque no nos sería molesto, pues como éramos tantos, la pasaríamos alegremente, hablando sobre el comer de los ítalos y sobre la insaciable sed que tenían de sacarnos el cuatrino y parpayolas, que es tal, que muy propiamente habló el que dijo de los italianos: Deus italorum non est Trinus, sed Quatrinus [297]35.
El día 13 pasaron el día vendiendo muchas cosas, que, a falta de caballerías, no podían llevar.
Era compasión ver al precio que se daban, y de admirar la poca conciencia de los que compraban; valiéndose de la ocasión, daban 20 por lo que valía 60. Bien conocíamos nosotros esta injusticia, pero no podíamos hacer otra cosa, mirando el estado en que estábamos. Este abuso de los que compraban era tal que, algunos seculares de distinción, viendo tal injusticia, lloraron de compasión [298].
Ese mismo día se confirmó -por una señora marquesa de Sestri- la noticia del buen tratamiento que daban en Parma a los que iban llegando. También recibieron cartas de los jesuitas que iban caminando por Parma confirmando lo bien que se portaban los parmesanos con ellos y lo extrañados que quedaban del comportamiento de la República de Génova.
En vista de que la lluvia seguía impidiendo la salida, algunos jesuitas, cansados de estar en Sestri36, obtenidos los permisos correspondientes, determinaron hacer el camino sin más. Prevenidas las mochilas, partieron unos 20 con las mochilas al hombro y un palo o caña por bordón. Al salir dieron a cada uno un pan y al que quiso un pedazo de carne fiambre [302].
Entre estos 20 se encontraba el P. Peramás, quien de esta forma siguió reflejando en su Diario las incidencias de un viaje que ya debía ser el definitivo y que tenía que ser el punto final del iniciado en Córdoba de Tucumán el 12 de julio de 1767 y que no terminaría hasta el 24 de septiembre de 1768.
El primer
día de marcha a pie fue trabajoso por ser camino todo de
sierras y porque al poco rato de salir empezó a llover
torrencialmente de forma que al concluir la jornada «estábamos hechos una sopa de
agua»
[302].
La lluvia nos desazonaba, el barro nos ataba los pies, y los repechos de las sierras nos fatigaban. Muchos, al acabar de subirlas, se hallaban sin fuerzas y sin aliento, el cual para recobrarlo algún tanto se recostaban bajo de un árbol, y éste los recibía empapándolos con el agua que caía de sus ramas [303].
La noche la
pasaron en la casa prevenida por la República, que no era
otra cosa que el pajar de una venta, bien provisto de heno
sí, pero «tan chico que apenas
cabíamos»
[305].
Amanecieron el
día 10 «molidos los huesos y
muertos de frío»
[306]. Una vez tomadas las
mochilas se dirigieron para oír misa a la iglesia de la
aldea donde habían pernoctado -llamada Tuberoni- pero no se
la dejaron decir al P.
Verón37,
pues dijeron que tenían orden del Vicario General y pena de
suspensión, etc., si
dejaban decir Misa a alguno que no conociesen, fuese clérigo
o fraile, y no trajese los títulos [306].
El resto del día pasó sin novedad que el tener que vadear un río. A media mañana llegaron a Várese donde hallaron mucha acogida y afabilidad en las comunidades, disfrutando de una buena asistencia:
[307] |
El camino de esa
tarde fue bastante penoso hasta que llegaron a la venta que
tenían preparada. Como era viernes y el ventero «era muy escrupuloso y de una conciencia muy
delicada»
no les quiso dar nada de carne, por lo que la
cena se redujo a arroz y huevos.
[308] |
La descripción que hace el diarista de la noche pasada en la venta no tiene desperdicio:
[309] |
Pero no terminaron aquí las aventuras, a juzgar por el detalle e ironía con que el diarista relató lo sucedido en la venta de Ciencruces:
[310] |
Terminado el almuerzo, el ventero les conminó a que se marcharan antes del mediodía para dar lugar a otros. Pero debido al mal tiempo -el viento era terrible y la lluvia grande, según el diarista- decidieron quedarse contra el parecer del dueño de la venta. Por la tarde encargaron hacer migas a los H.os Antonio Rubio y Francisco de Regis Ruiz38 que como buenos manchegos, creían entenderían bien de la facultad. Aunque mostraban especial talento acabaron sacando un engrudo tan especial, que fácilmente no se encontraría otro para pegar carteles más a propósito; no obstante le comimos, si bien con el recelo que nuestras tripas sirviesen de carteles unas con otras. Nosotros, para pasar la noche, viendo que no se componía el tiempo, nos compusimos los unos en las camas de la venta, otros en paja, más no en el pajar [312].
Apenas
amanecía el día 18 cuando nuestros jesuitas se
pusieron las mochilas al hombro y se despidieron de
Bartolomé Réboli, que así se llamaba el
ventero de Ciencruces. A pesar del frío grande, la niebla
densa y el viento furioso, iniciaron la marcha llevados del deseo
que tenían de dejar a Réboli y su venta. Mientras
subían la altura del Apenino empezó a llover, pero
siguieron viaje hasta llegar a una ermita, cerca de Campi, donde
encontraron a algunos que se habían adelantado y esperaban
al P. Pedro
Rodríguez39
para que dijese misa. Pero dicho Padre, con otros tres,
habían tomado otro camino. Tras probar un bocado
prosiguieron la marcha hasta llegar a Campi, el primer pueblo del
Parmesado40.
Poco después -a cuatro millas- llegaron a Burgo41
donde el Comisario, D. Buenaventura Porta,
un caballero catalán, caballerizo del Príncipe, les
recibió con mucha humanidad y benevolencia. En las casas
prevenidas hallaron buena habitación, camas buenas y mejor
asistencia «y las providencias que
habían tomado tan buenas, que en este punto tenemos mucho
que agradecer al señor Duque y sus Ministros»
[315].
La primera visita que recibieron la describe así Peramás, con su acostumbrada ironía:
Luego que llegamos vinieron a visitar nuestras cajas de tabaco los Pretes. Es indecible lo que les gusta el tabaco español, y de admirar la lisura con que lo piden la primera vez que nos tratan. |
[316] |
Por la tarde salieron a ver las iglesias que les gustaron mucho:
Todas están muy adornadas y ninguna tiene retablo en el altar mayor, sino la mesa del altar, tres gradas y por lo común un Santo Cristo. El coro no le tienen sobre la puerta, sino detrás del altar mayor. Todas las iglesias están llenas a un lado y a otro de reclinatorios, y cada uno con el nombre de la persona o casa a quien pertenece; en ellos se ponen hombres y mujeres y éstas se sientan como aquellos42. |
[316] |
En esta ciudad se
encontraron muy gustosos y, con permiso del Comisario, quedaron
más tiempo del previsto. A las cinco de la mañana del
día 20 se juntaron en la «Plaza
Matriz»
y montaron en los caballos, muías, yeguas
y machos con albardojes, que tenían preparados. Ese
día hubo tres caídas. La primera al pasar el puente
de salida. Uno de ellos «tomó
posesión del camino en nombre de todos midiendo con su
cuerpo la tierra»
[320]. Este fue el H.º Pedro Olavarriaga43,
al que, más tarde, siguieron el P. Escandón y el H.º Juan de Dios44.
El día 20
pasaron el salto de la Bella Donna y por el pueblo de La Guardia,
llegando a la tarde a Pornovo tras caminar 24 millas o leguas. En
este pueblo, que el diarista lo compara a una de las aldeas de
España, pararon en la posta donde estaba prevenida una cena
espléndida, y luego el Comisario los repartió para
dormir en varias casas previniéndoles que a las 5 de la
mañana estuvieran prontos para proseguir en 15 coches que
estaban ya preparados. En una casa, junto a la posta, iban siempre
dos convidados a dormir y les daban a cada uno una camisa «por orden de las Madres Monjas de
Parma»
. Una de estas le tocó en suerte al diarista
P. Peramás y a su
compañero el H.º
Witemberg45
[321].
A las 4 de la
mañana del 21 empezaron a tocar las postas «sus trompetillas de la figura de las trompas
comunes»
. El Serenísimo Duque de Parma
tenía reducidos a cuerpo los cocheros de sus Estados que
servían juntamente de postas. Este cuerpo, nos ilustra el
diarista, se divide en varias partes, pues unos son postas de
Francia, otros de España, etc. Cada uno lleva en el hombro izquierdo
una flor de lis de plata, bastante grande, y su trompetilla. Esta
la tocan al empezar a caminar y al entrar en las ciudades y, como
se ha dicho, para despertar a los caminantes. A toque, pues, de las
trompas nos levantamos y fuimos a Misa, después de la cual
entramos en los coches y empezamos a caminar, llevando cada
Superior la plata que correspondía a 8 pesos por cada sujeto
para nuestro camino [323].
Delante de los coches iban 4 soldados a caballo y otros tantos detrás.
Los de adelante iban bastante lejos apartando del camino qualquiera impedimento de carretas o coches, haciéndolos parar fuera del camino, y todos, finalmente, así soldados como nuestros coches, corriendo como es común a las postas, aunque no siempre [324].
El camino de ese
día fue el más cómodo, alegre y divertido de
todos, porque fuera de ser todo llano, estaba a un lado y otro
lleno de árboles, huertos, emparrados, palacios vistosos,
prados bien cuidados, y mucha gente que venía «a carrera abierta desde donde nos
divisaban»
para ver a los PP.
Españoles, «como ellos
decían»
[324].
Así
llegaron a una milla de Parma donde pararon «en un palacio bastante bueno a
comer»
.
A la puerta hallamos muchos Parmesanos de todas clases, que vinieron a vernos; pero poco nos hablaron, pues había centinelas para estorbarlo. La comida fue espléndida y abundante. El comisario que gobernaba este alojamiento era, según parece, un capitán, hombre de mucha humanidad, cortesía y política; era español, andaluz de Jaén. Después de comer descansamos un poco y volvimos a caminar46 [325].
A la tarde
salían de los Estados de Parma, donde se despidieron muy
corteses los soldados, y entraron en los Estados de Módena.
El diarista recoge que llevarían siempre en la memoria al
Serenísimo Príncipe y sus Comisarios47
«a quienes siempre estaremos muy
agradecidos por lo bien que se han portado con nosotros»
[326].
A una milla de Reggio empezaron a encontrar ciudadanos de todas clases48. Y entre las 5 y 6 de la tarde entraron en Reggio, encontrándose en el camino a los Príncipes y Princesas de Módena que iban de paseo:
[327] |
En esta ciudad
fueron divididos en tres postas y luego salieron a ver la
ciudad49.
La cena que les tenían prevenida fue espléndida y una
vez acabada les dieron orden para que 30 salieran por la
mañana y los otros después de comer. Así,
pues, el día 22, a las 5 de la mañana, salió
el primer grupo de Reggio yendo 12 en una especie de nave tirada de
6 caballos, 8 en un coche que envió el obispo y los
restantes en carrocillas. A diez millas de camino pararon en
Rubiera para mudar coches, llegando a Módena50
entre las 8 y 9 de la mañana. Pararon en tres posadas donde
comieron para luego proseguir viaje. A las 2 de la tarde estaban ya
en Castel Franco, primer lugar de los Estados Pontificios.
Después, en Samocha mudaron los coches y cerca del anochecer
avistaron «la celebérrima ciudad de Bolonia», si
bien no entraron en ella, quedando hospedados en una posta fuera de
la ciudad [328]. Allí les esperaban dos coadjutores del
Colegio «pues los Padres estaban todos
ocupados»
-se supone que durmiendo-. Dichos coadjutores
les leyeron una papeleta que dijeron ser orden de la Santa Sede, en
la cual se decía:
|
Y añadieron que el Gobernador les había insinuado el que no entrásemos en la ciudad [329].
A lo dicho
añadieron los dos coadjutores italianos la
repartición nuestra por la Romania, Legacías de
Ferrara, Bolonia y Rávena. Estas noticias «no dejaron de entristecernos algo, pues nos
veíamos faltos de un todo y sin saber adonde andar por el
subsidio»
[330].
No obstante determinaron seguir la mañana siguiente a Imola, y de ahí a Faenza, donde -según los coadjutores- les señalaría destino el Gobernador de esa ciudad. Al amanecer recibieron la visita de los jesuitas portugueses quienes se mostraron muy agradecidos por el bien que les habíamos hecho con nuestras limosnas, y por cuya falta padecían ahora mucho, pues los más se mantenían con la Misa [330].
Después de
visitar a la Madonna que pintó San Lucas51
y la Cartuja52
continuaron viajes pasando por Castel San Pietro, llegando de noche
a Imola. A la mañana del 24 emprendían viaje de
nuevo; pasaron por Castel Bolones y llegaron a su destino final, la
ciudad de Faenza53.
Pararon en la posta [332-333]. Aquí todavía les
esperaba una última sorpresa, pues el Gobernador, a quien
pasó a ver el P. Ministro, les
dijo que no tenía orden alguna sobre su destino,
contradiciendo lo que los coadjutores italianos les habían
comunicado en Bolonia. Mientras se avisaba al Legado Pontificio de
Ravenna, se dispusieron a pasar la noche. Algunos Padres
portugueses que estaban en Faenza hicieron diligencias para que se
les diese de momento un Seminario que estaba desocupado por estar
los colegiales de vacaciones. Lo consiguieron y después de
comer se mudaron a él los del Paraguay con algunos
quiteños, sobrando todavía espacio para los 30 que
habían dejado en Bolonia, y que llegaron al anochecer con su
Superior el P.
Escandón54.
Para la comida se las compusieron con un Padre portugués que
estaba en ese Seminario de Prefecto de espíritu. «Este nos dijo que le diésemos 18 bayocos
cada uno, pues él vería si podía sacarlo por
menos con el Rector del Seminario»
[333].
Entretanto
supieron que los de Santa Fe habían pasado a Forli y Rimini,
que los chilenos se quedaban en Imola, y que cada uno se quedaba
«adonde pudiese y quisiese»
por lo que agradándonos la ciudad y no impidiéndolo
alguno, determinamos asentar nuestros reales en esta ciudad de
Faenza [334].
El Diario
concluye con unas expresiones de fe y confianza, puesta la
esperanza en el Señor, pues aunque al presente nos veamos
perseguidos del mundo y del infierno, desterrados de nuestras
patrias, sin tener donde fijar el pie, aunque nos veamos, digo, al
parecer, en tanta miseria, si seguimos a nuestro Redentor y
Capitán Jesús en la perseguida madre de la
Compañía, sin desistir ni volver atrás,
POPULUS SION HABITABIT
IN JERUSALEM
(Isaías,
c. 30).