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Lope de Vega y Fray Luis de Aliaga: Personajes clave en la publicación del Quijote de Avellaneda y en la elección del seudónimo que encubre a Pedro Liñán de Riaza

Antonio Sánchez Portero





Son muchos los candidatos propuestos para ocupar el lugar del autor que se oculta tras el seudónimo Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, y son conocidas las características y condiciones que deben reunir para optar a esta codiciada plaza. Alguno de estos condicionamientos los marca la lógica más elemental: por ejemplo, no se pueden relatar ni describir con propiedad lugares, situaciones o vivencias si unos y otras no se han vivido y se conocen a fondo; otros requisitos vienen impuestos por el propio Cervantes, quien recalca que «el fingido autor tordesillesco es aragonés»; y otras particularidades que se cree debe cumplir el oculto autor, las han ido aportando los investigadores1 a lo largo de una intensa y larga pesquisa que dura ya más de tres siglos.

A tenor de estos condicionamientos hay que descartar, a las primeras de cambio, a muchos candidatos. Asombra la ligereza y la ausencia del mínimo rigor con que han sido admitidos algunos, sin que nadie se haya preocupado de revisar sus «méritos», y que al día de hoy siguen engrosando la lista con flagrante arbitrariedad. Son los casos de Fray Luis de Granada, quien falleció en 1588, antes, incluso de que Cervantes comenzase a redactar su Quijote; o de Juan Martí, muerto en 1604, cuando «oficialmente» no se había publicado; o del polígrafo alemán Gaspar Schöpe, porque en 1782 «se le encajó en la mollera a Raudon Brown -según nos dice Gómez Canseco- que se escondía tras de Avellaneda». Y de algunos otros cuya inclusión no está mínimamente justificada. A muchos otros, se han encargado diversos investigadores de cerrarles el paso. Y a dos de ellos, que han sido propuestos con mucho valimiento y opciones, como Tirso de Molina y Jerónimo de Pasamonte, se ha encargado un servidor de descabalgarlos2.

Después de la criba, según mi hipótesis, expuesta en los artículos citados y en el libro La identidad de Avellaneda, el autor del otro Quijote, publicado en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (2006), quedan en pie Lope de Vega, Fray Luis de Aliaga y Pedro Liñán de Riaza3. A Lope de Vega, como autor integral del Quijote de Avellaneda, lo descarto, basándome en el prólogo de este libro «...pues él [Cervantes] tomó por tales el ofender a mí [Avellaneda, el autor], y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras, y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísimo y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que un ministro del Santo Oficio se debe esperar». Éste a quien tan justamente celebran las naciones es, sin ninguna duda, Lope de Vega, pero más que descartado, debería decir aparcado o dejado en reserva, como pronto veremos.

Desde el principio y, en algunos periodos, con mucha fuerza, avalado por prestigiosos investigadores, el candidato más aventajado ha sido Fray Luis de Aliaga, de quien tras exponer sus principales rasgos biográficos4, pasaré a exponer las razones aportadas a su favor:

Fray Luis de Aliaga, dominico, nació en Zaragoza en 1655. Fue el primer Prior del convento de San Ildefonso de Zaragoza. Desde el 20 de enero de 1607 se le confió el honor de Provincial de Tierra Santa y de Visitador de la Provincia de Portugal. El 6 de diciembre de 1608 el Rey don Felipe III lo nombró su confesor. Más adelante el mismo Monarca le hizo merced del Arzobispado de Toledo, que renunció, deseando que lo fuese el Infante D. Fernando, como sucedió, y entonces el Rey le obligó a que aceptase la pingüe Dignidad de Archimandrita de Sicilia, y el cargo de Inquisidor General de España en 1618, habiendo también hecho de su Consejo de Estado. Murió en su Convento de Zaragoza el 3 de diciembre de 1626. Escribió:

  1. Varios «opúsculos sobre asuntos graves» de la Monarquía española y de su General Inquisición.
  2. Una docta alegación o memoria de los sucesos de su siglo.
  3. Diferentes «cartas», que instruyen en diversos útiles asuntos.


Ahora voy a completar su biografía con los datos que suministra en «Turia» (2005) Francisco Lázaro Polo:

También se ha discutido mucho acerca del lugar de nacimiento de este padre dominico. Algunos estudiosos como el citado Latassa o personajes contemporáneos al propio fraile, como son los casos de Luis Diez de Aux y Vicencio Blasco de Lanuza, señalan que el posible autor del Quijote apócrifo nació en Zaragoza. Otros, por el contrario, sin negar al personaje la patria aragonesa, consideran que Aliaga nació en algún pueblo de Teruel.

El padre Celedonio Fuentes opina que en Mosqueruela. [...] Luis de Aliaga Martínez había nacido en 1655. Profesó en la orden de Predicadores con dieciséis años, y lo hizo en el convento de Zaragoza, ciudad en la que recién creada la Universidad el dominico llegaría a enseñar Teología. Fue el también aragonés Jerónimo Javierre, general de los dominicos, el protector del padre Luis y de su hermano Isidoro, otro personaje que también gozaría de fama y renombre en su época. Fray Luis de Aliaga se convirtió en confesor del todopoderoso duque de Lerma, el famoso valido de Felipe III; y en 1608, por recomendación del noble y tal vez del padre Javierre, fue nombrado confesor del mismo rey.

En la corte Aliaga llegó a gozar de mucha influencia [los subrayados son míos], al tiempo que se vio envuelto en varias conspiraciones y sucesivas corrupciones de diversa naturaleza. Parece ser que el dominico no tuvo ningún escrúpulo de cambiar de bando según le aconsejasen diferentes circunstancias y conveniencias personales. Eso explica por qué, tras haber sido acérrimo defensor del duque de Lerma, terminó conspirando contra él y poniéndose de parte del duque de Ucera, hijo del primero. Para resaltar su influencia en la corte de Felipe III se ha atribuido a Aliaga el haber sido el impulsor de que, en 1609, se pusiese en vigor el edicto de 1526, referente a la expulsión de los moriscos del reino de Aragón, salvo que para los de esta raza optasen por seguir el camino del bautismo.

En 1618 el supuesto dominico de Mosqueruela fue nombrado Inquisidor General del Reino. Fray Luis de Aliaga estuvo tres años ejerciendo este cargo, concretamente entre 1619 y 1622.

Felipe II dejó una monarquía controlada por ministros y favoritos corruptos, una reputación de España dañada y la sensación de que esta potencia había dejado de ser invencible. Con la llegada de su hijo Felipe IV, se inicia una caza de brujas, una persecución contra personajes que habían sido primeras figuras en el reinado anterior y ahora son acusados de corrupción. Una de estas figuras es el tristísimo famoso Rodrigo Calderón, favorito de Lerma. En el proceso que se siguió contra su persona, figuran diferentes cargos: prevaricaciones, tráfico de influencias, corrupciones, planificación de la muerte de la reina Margarita, y algunas tan curiosas como el de utilizar pociones mágicas contra personajes relevantes como el mismo duque de Ucera o el confesor del rey, Fray Luis de Aliaga. Por estos cargos el citado personaje fue condenado a morir degollado el 21 de octubre de 1621. Pero la cosa no quedó ahí. Había llegado la hora de los escarmientos y de los castigos ejemplares. El Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV, también consideró a Fray Luis de Aliaga un corrupto más del régimen anterior. Esa fue la razón de que el dominico fuera desposeído de sus cargos, un hecho que alegró a muchos de sus enemigos, entre ellos a don Juan de Tassis, conde de Villamediana, uno de los poetas más satíricos y mordaces de aquel tiempo, que llegó a escribir: «El confesor y el bulero. / Uno y otro majadero / Se consuele que han tenido / Un rey y reino oprimido, / Y mejor diré robados; / Que el poder de estos privados / Tan extraordinario ha sido» (Emilio Cotarelo y Mori).

El rey mandó a Aliaga que se retirase a un convento que la orden dominica tenía en Huete, población ubicada en la actual provincia de Cuenca. Era el 23 de abril de 1621. Durante algunos meses más el antiguo confesor real seguiría siendo Inquisidor General. Pero los problemas de salud empiezan a hacer mella en el personaje, lo que hace que recorra tierras de Soria, Almería, Logroño y Guadalajara, para terminar regresando a Zaragoza, donde murió el 23 de diciembre de 1626.



En las Bibliotecas de Latassa, para V. P. (no sé a quien corresponden estas iniciales) que firma el artículo dedicado a «*Fernández de Avellaneda (Lic. Alonso. Véase Aliaga, Fray Luis).», después de descartar con convincentes razones a todos los candidatos propuestos hasta el momento, no hay duda, tras de Avellaneda se esconde Fray Luis de Aliaga, y expone:

El académico de la Española Fernando Navarrete, notabilísimo erudito, a quien no puede calificarse de ligero en sus apreciaciones y poco discreto en formular juicios, aunque no indica claramente que el aragonés Fr. Luis de Aliaga escribió el espúreo D. Quijote, manifiesta que la parsimonia y moderación con que trató Cervantes a su ladino enemigo, el licenciado Fernández de Avellaneda, pudieron ser consecuencia de la previsión de que éste encontraría apoyo y protección en el religioso citado.

Despréndese de esta consideración que si no señaló terminantemente a dicho dominico como autor del libro segundo del hidalgo manchego, considerolo al menos como fautor, cómplice y protector del impalpable licenciado.

El literato Sr. Calabari y Pazos, afirmó categóricamente que el Fernández de Avellaneda no era otro que el escritor Fray Luis de Aliaga. Apoyose para su aseveración en la semblanza de estilo, expresiones o modismos aragoneses que se notan en el libro de referencia a los que se observan en la titulada Venganza de la Lengua española contra el autor de Cuento de cuentos, por D. Juan Alonso Laureles, caballero de hábito y peón de costumbres, aragonés liso y castellano revuelto, producción debida a la pluma de nuestro paisano Aliaga y dirigida a mortificar al insigne Quevedo.

[...] Descubrimientos posteriores del académico Rosell, evidenciaron hasta cierto punto ser una verdad el aserto del señor Calabari.

Nos extenderíamos hasta el fastidio si hubiéramos de exponer uno a uno los fundamentos en que el primero de estos dos escritores basó sus conclusiones.

Así que nos contentaremos manifestando que con el apodo, apellido o cognomento de Avellaneda era injuriado el encopetado Aliaga por los palaciegos, y ya en este punto, añadiremos que, haciéndonos eco del parecer de otros críticos, también se conocía al mismo personaje con el epíteto de Sancho Panza.

A este respecto acuérdasenos una décima del mordaz y sin ventura conde de Villamediana [murió asesinado en 1622], dedicada a la caída de los ministros y favoritos de Felipe III [Felipe IV comenzó a reinar en 1621], que a la letra dice:


Sancho Panza el confesor
del ya difunto monarca,
que de la vena del arca
fue de Osuna sangrador,
el cuchillo del dolor
lleva a Huete atravesado,
y en tal miserable estado,
que será, según he oído,
de inquisidor, inquirido,
de confesor, confesado.



Reanudado el hilo de este trabajo, observarán nuestros lectores que todas las probabilidades concurren en el zaragozano Aliaga para adjudicarse el título de autor del contrahecho D. Quijote, opinión que adquiere más valor y verosimilitud fijándose en que con los mencionados escritores coinciden en esta curiosa disquisición el Sr. Aribau, docto biógrafo de Cervantes; el alabado erudito don Adolfo Castro; y el competente y laborioso publicista D. Aureliano Fernández Guerra y otros muchos conocedores de la literatura patria, cuyos nombres omitimos en gracia a no dar más extensión a este asunto.



A continuación se exponen en «los móviles que originaron la inconsiderada inquina de Aliaga contra Miguel de Cervantes, prestándose a largas lucubraciones».

Uno de ellos es el de que Cervantes ofendió a Lope, a quien admiraba apasionadamente Aliaga. Otro, puede ser, que concurriendo Aliaga y Cervantes a un certamen poético en Zaragoza en 1595, el premio lo consiguió este último.

Seguro que este texto de Latassa lo conocería Menéndez y Pelayo quien, en carta dirigida a Leopoldo Ríus, referente a este intrincado asunto, y publicada en «El Imparcial», de Madrid, en febrero de 1897, exponía tratando de la conjetura a favor de Aliaga:

¿Hemos de suponer sin ninguna prueba extrínseca que todo un inquisidor general y confesor regio y poderoso valido del monarca entretuviese sus ocios, que no debían ser frecuentes en componer con todo esmero una larga novela en que lo de menos es el despique personal contra Cervantes (a quien fuera del prólogo sólo se alude en muy contados pasajes del libro), y lo principal es la fábula misma, las aventuras de don Quijote y Sancho, tejidos con más o menos arte?



Y finaliza el artículo con los siguientes párrafos:

[...] y si bien poco, algo hemos de decir respecto a su mérito literario.

Para esto hemos examinado con esmero todo lo publicado acerca de este punto, y con frecuencia hemos de manifestar que las opiniones muéstranse asaz divididas, incurriendo algunos literatos en exageraciones lastimosas.

Mientras partes de éstos ha querido significar que el seudo Quijote es uno de tantos libros que se len un día para venir en definitiva a ser utilizados como envoltura de géneros ultramarinos, otros han alabado excesivamente su dicción e invenciones, añadiendo el erudito Montiano y Luyando que «ningún hombre juicioso fallará en pro de Cervantes si formase el cotejo de las dos segundas partes».

Por poco que se haya examinado el Quijote de Avellaneda, compréndese, sin poner en tortura la inteligencia, la supremacía de éste sobre el de Fernández Avellaneda, o sea de Aliaga

[...] El desfacedor de agravios descrito por Aliaga, degenera en figurón, notándose en el libro la falta de genio que crea caracteres, que vivirán mientras las inteligencias y corazones se determinen a obrar impulsados por las esperanzas, por la ilusión, por la idea.

No culpamos al escritor aragonés. La Providencia no ha concedido muchos talentos de primer orden como el que poseía Cervantes. A todos no se presentan ocasiones, como sucedió a esta celebridad, para dar más quilates a las facultades intelectuales, ya visitando diferentes países extranjeros, ya tratando a literatos eminentes, ya aumentando el caudal de conocimientos con el estudio de los clásicos antiguos y contemporáneos suyos.

En el Quijote de Avellaneda échase de ver que a su autor le faltaron esas condiciones.

[...] Más acertado estuvo ... en Sancho, que es quizás el modelo más perfecto de su obra..., pero el Sancho del apócrifo licenciado no llega al de Cervantes...

[...] Hemos señalado los defectos del libro de Aliaga; exígenos por consiguiente la imparcialidad el que hagamos algunas consideraciones respecto a lo bueno que contiene.

Ratificando lo escrito más arriba de que Aliaga tenía ingenio e ilustración, y por añadidura escribía bien, aunque no poseía estas cualidades en el grado eminente de Cervantes, es de lamentar que recurriera al argumento concebido por éste y no ideara otro original más acomodado a sus aptitudes.

[...] En varias páginas de la obra de nuestro paisano obsérvase una pluma hábil que traza, desarrolla y termina algunos episodios con bastante artificio, describe con naturalidad, expresando sus personajes con dicción pura y términos propios, conceptos felices, diluidos en periodos irreprochables que denuncian un escritor diestro en el manejo de la sintaxis.

Lo dicho sobra para que se forme idea del libro de Aliaga, a quien conceptuamos como un literato digno de elogio, ya porque aportó su contingente a la literatura patria, ya también porque aumentó el rico tesoro del idioma castellano con algunas voces. V. P.



Muchos han sido quienes han incluido a este dominico entre los candidatos a ocultarse tras el seudónimo de Avellaneda, y algunos han llegado a identificarlo con él, como acabamos de ver, así como también Rafael Cano (1892):

Es opinión muy general que el titulado Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda era Fray Luis de Aliaga, dominico y confesor del Rey...



Lo que sigue a este comentario es repetición de lo ya expuesto.

Revilla y Alcántara5, sostienen que el supuesto Avellaneda se propuso con su libro, entre otros fines, el de defender a Lope de Vega de agravios que le había inferido Cervantes, o más bien, malquistarle con éste, aprovechando la inquina que existía entre ambos escritores cuyas relaciones nunca fueron cordiales a pesar de las apariencias; y exponen que el deseo de los críticos e investigadores por conocer al encubierto autor:

...han dado a luz trabajos muy concienzudos y eruditos para probar que Aliaga es el autor verdadero de la segunda parte del Quijote, y la verdad es que a favor de él militan las mayores probabilidades y las opiniones más respetables, de tal modo que hasta hace poco tiempo se tenía por la generalidad como resuelta la cuestión desde el momento en que salió a plaza el nombre de Aliaga, más, en el libro hace pocos años publicado, Cervantes y el Quijote, del Sr. Tubino, se puso en duda que el tal Aliaga sea el autor del falso Quijote, con lo cual el problema literario ha vuelto a plantearse y se han hecho nuevas hipótesis, quedando la cuestión para muchos como estaba al principio.

A quien quiera que sea el autor del Quijote apócrifo -continúan Revilla y Alcántara- hay que reconocerle, si no la mejor intención, disposiciones no vulgares, pues su obra no sólo revela inventiva e instrucciones nada escasas, sino un talento que no puede calificarse de mediocre. Si su libro no merece los exagerados elogios que algunos le han prodigado, tampoco es acreedor a todas las diatribas que se le han dirigido. Lo que más le desfavorece es la comparación con el de Cervantes: si no hubiese existido la segunda parte de éste, hubiera alcanzado gran éxito. Por mucha que sea la prevención con que se mire el libro del supuesto Avellaneda, nunca podrá negársele bastante facilidad en la invención, chiste y gracejo y un lenguaje suelto y castizo, aunque no siempre exento de faltas, alguna de las cuales acusan carencia de gusto literario. Sin embargo de todo esto, el Quijote de Avellaneda es cansado y carece de la profundidad y trascendencia del de Cervantes, ...



Y últimamente, el especialista Gabriel Maldonado Palmero6, expone:

Es objeto de discusión -y no fácil- saber quien se ocultaba tras el seudónimo de Avellaneda. Mayans y Síscar pensó que era fraile e incluso, por ser aragonés, lo identificó con el preceptor de los duques mencionado en los capítulos XXXI y XXXII. [Efectivamente, los párrafos de estos capítulos que transcribiré a continuación de esta cita, pueden referirse casi con seguridad a Aliaga]. El padre Murillo afirmó también que era eclesiástico y además dominico. Martín Fernández de Navarrete lo identificó con el dominico y aragonés Fray Luis de Aliaga, protegido por el confesor del rey [él era el confesor], lo que sostuvieron también Adolfo Castro y Luis Usoz del Río. [...] Astrana Marín consideró que el enigma no tenía posibilidad de resolución, aunque se debe reconocer que algunas tesis -como las del clérigo aragonés [Fray Luis de Aliaga]- tienen mucha más probabilidad de ser cierta.« »

«Capítulo XXXI. Que trata de muchas y grandes cosas».

[...] Luego llegaron doce pajes con el maestresala para llevarle a comer [a don Quijote], que ya los señores le aguardaban. Cogiéronle en medio, y, lleno de pompa y majestad, le llevaron a otra sala donde estaba puesta una rica mesa con solos cuatro servicios; la duquesa y el duque salieron a la puerta de la sala a recibirle, y con ellos un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar como lo han de ser los que los son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrechez de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen miserables; destos tales digo que debía ser el grave religioso que con los duques salió a recibir a don Quijote.



Termina este capítulo con el eclesiástico reprendiendo duramente a don Quijote. Sus últimas líneas son las siguientes:

Atento estuvo don Quijote a las razones de aquel venerable varón, y viendo que ya callaba, sin guardar respeto a los duques, con semblante airado y alborotado rostro, se puso en pie y dijo...

Pero esta respuesta capítulo por sí merece.

«Capítulo XXXII. De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos»

Levantado pues en pie don Quijote, temblando de los pies a la cabeza como azogado, con presurosa y turbada lengua, dijo:

-El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo y el respeto que siempre tuve y tengo al estado en que vuesa merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo; y así por lo que he dicho como por saber que saben todos que las armas de los togados son las mesmas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuesa merced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que infames vituperios. Las reprehensiones santas y bien intencionadas otras circunstancias requieren y otros puntos piden. A lo menos el haberme reprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión, pues las primeras mejor asientan sobre la blandura que sobre la aspereza, y no es bien que sin tener conocimiento del pecado que se reprehende, llamar pecador, sin más ni más, mentecato y tonto. Si no, dígame vuesa merced: ¿por cual de las mentecaterías que en mí ha visto me condena y vitupera, y me manda que me vaya a mi casa a tener cuenta en el gobierno della y de mi mujer y de mis hijos, sin saber si la tengo o los tengo? ¿No hay más sino a trochemoche entrarse por las casas ajenas a gobernar sus dueños, y habiéndose criados algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber visto más mundo que el que puede contenerse en veinte o treinta leguas de distrito, meterse de rondón a dar leyes de caballería y a juzgar de los caballeros andantes? ¿Por ventura es asunto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta irreparable; pero de que me tengan por sandío los estudiantes que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir, si place al altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean, y siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes.



López Navío7, sobre el «grave eclesiástico» comenta que:

Pellicer sostiene que aquí habla en general sin querer aludir a persona determinada, pero el énfasis de todo el párrafo está indicando que se trata de una persona de carne y hueso. ¿Alude Cervantes a los Argensolas, a Bartolomé en concreto, o a Liñán?



Yo opino que se refiere a alguien con quien está muy enfadado, y no creo que se refiere a Bartolomé, capellán de la emperatriz María de Austria, pero quien desde 1610 a 1616 estuvo en Nápoles con el conde de Lemos; ni a Liñán, que tuvo una vida muy viajera; sino a Aliaga, quien fue uno «destos que gobiernan las casa de príncipes» [fue confesor del rey], y que se acomoda a criado «en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber visto más mundo que el que pueda contenerse en veinte o treinta leguas de distrito, ...»

Aun creyendo que Cervantes, como digo, se refiere en estos párrafos a Aliaga, estoy con Menéndez y Pelayo de acuerdo en que este dominico no es Avellaneda; porque, además, el motivo expuesto por Latassa de que «Le pisase» el premio literario no lo considero con entidad suficiente para empujarle a la «venganza»; pero, sobre todo, porque las obras que se le atribuyen no tienen, a mi juicio, la categoría como para estimarlo capaz de escribir la novela en cuestión.

Pero es incuestionable que Aliaga participó en este negocio, pues si no hubiese sido así no lo citaría y lo trataría Cervantes de la forma que lo hace. Por ello, me inclino a creer que su actuación fuese como «fautor, cómplice y protector del impalpable licenciado», como apunta Fernando de Navarrete.

Creo, asimismo, que otro colaborador fundamental fue Lope de Vega, opinión que es corroborada actualmente por varios especialistas, como el profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha Felipe B. Pedraza, quien en «Introducción» a Don Quijote de la Mancha, (Algaba, 2004) en «Notas a la lectura del Quijote», expone:

[...] Hoy por hoy, sólo se puede afirmar que el libro [el Quijote de Avellaneda] salió del círculo y admiradores de Lope de Vega. También se ha atribuido al gran poeta y dramaturgo su participación activa en su redacción.

Cabe suponer que cuando llegó a sus manos el impreso [a manos de Lope el Quijote] y tuvo noticia de su extraordinario éxito, Lope y sus afectos empezaron a pensar en una venganza literaria. Como además Don Quijote era un buen negocio, alguien de este círculo se adelantó a la publicación de la Segunda Parte.



También atribuye a Lope de Vega una participación activa el profesor José Luis Pérez López8, quien opina:

... que el «aragonés» Pedro Liñán de Riaza (Riselo) fue el autor -siempre de acuerdo y en colaboración con su íntimo amigo Lope de Vega (Belardo)- de una primera versión de lo que luego llegó a ser el llamado Don Quijote apócrifo de Avellaneda, publicado en 1614, el cual Liñán empezaría a escribir en 1605 (o quizá ya en 1604), inmediatamente después de la publicación del Quijote cervantino. [Y añade:] ... que la obra se escribió para responder a las burlas, sátiras e impugnaciones de Cervantes hacia Lope de Vega, el propio Liñán y otros escritores del entorno de éstos. [Y continúa:] Liñán de Riaza falleció en 1607 y dejó su Don Quijote inacabado, pero trazado en sus principales líneas estructurales. En el tiempo inmediato a su publicación en 1614 la obra fue añadida, quizá enmendada, y acabada por el propio Lope de Vega -sin duda espoleado por las burlas a que Cervantes le sometió de nuevo en el prólogo de las «Novelas ejemplares» de 1613- y [por] sus secuaces. [Y aclara:] El Quijote de Avellaneda no es obra de oscuros escritores de segunda fina (Aliagas, Lambertos o Pasamontes), sino el producto de dos grandes escritores dominadores de todos los recursos del oficio cómico y burlesco; Pedro Liñán de Riaza y Lope de Vega.



La posible implicación de Lope de Vega en el asunto del Quijote de Avellaneda -según Enrique Suárez Figaredo9-, viene de finales del siglo XIX. Cayetano Alberto de la Barrera, biógrafo del Fénix, decía entonces:

[Su] verdadero autor, descubierto por resultado de modernas investigaciones, a las cuales tengo la honra de haber contribuido, fue el célebre confesor de Felipe III, y del Duque de Lerma: el dominico Fr. Luis de Aliaga, quien lo ... dio a luz en despique de la burlesca intención con que de su apodo de Sancho Panza se había servido Cervantes ... y en venganza de otras alusiones satíricas a Lope de Vega y a sus amigos y amigas, que en la misma se deslizaron ... Era Lope muy señalado amigo del ambicioso fraile, que, a su influyente cargo de director espiritual del Monarca, reunía ya en 1614 el de Consejero de la Suprema Inquisición, siendo ... en cierta manera jefe del Fénix de los Ingenios, que gozaba el título de Familiar del Santo Oficio ... Las referencias [en el Prólogo] a Lope ... no pueden ser más terminantes ... El autor, que supo conducirse en toda esta peregrina aventura literaria con gran disimulo y reserva, asistía en Toledo, a mediados de mayo ..., y allí se avistaba con el ordenado Lope, y dándole cuenta de la marcha que seguían las diligencias emprendidas en Tarragona y del prólogo con que daba principio la obra, la [sic] encargaba de nuevo el sigilo; encargo cumplido con la absoluta fidelidad que ... para desesperación de los ... investigadores muestran las ... cartas de Lope al Duque de Sessa ... El Viaje del Parnaso ... se imprimía en Madrid al mismo tiempo ... que el Quijote de Fr. Luis ... [en] Tarragona. Si la publicación de esta misma obra hubiese precedido aunque poco, a la del Viaje, de seguro Cervantes hubiera hablado oportunamente en éste del falso Quijote y de su disfrazado autor.



Debo puntualizar aquí, que he encontrado en el Viaje del Parnaso referencias al apócrifo y a las personas relacionadas con él, y las expongo en el artículo Cervantes desveló en clave la identidad de Avellaneda, publicado en LEMIR (nº 11, 2007).

Ya antes de 1950, había expresado López Navío10 su opinión en este sentido en sus notas, y en una de ellas dice concretamente:

50.- El autor: ¡Cuántas conjeturas para descifrar el enigma que encubre el pseudónimo Alonso Fernández de Avellaneda! Lástima que Cervantes no levantase más el velo. No hay duda de que salió del bando de «los discretos», los partidarios de Lope de Vega ... Bonilla y San Martín ya sostuvo que el autor del falso Quijote fue Liñán y que es aludido en el bachiller Sansón Carrasco. Lo malo es que lo indica de pasada en las notas a la Historia de la Literatura Española de F. Kelly sin aducir pruebas concretas, sin ampliar luego esas notas en un estudio completo. R. Marín no admite esta teoría, por haber muerto Liñán en 1607. Pero esto que a D. Francisco le parece una dificultad insoluble, me parece a mí que fortalece la opinión. Liñán tendría escrito el falso Quijote, o lo principal por lo menos, antes de morir, y luego Lope y sus amigos completaron la obra y la publicaron al enterarse de que Cervantes estaba escribiendo la Segunda parte y en ella aún atacaba más a Lope y a sus amigos. Es irracional e incomprensible que Lope tardase diez años en contestar a las finas sátiras cervantinas llenas de alusiones personales [más adelante intentaré aclarar esta incongruencia], y en las que hacía ostentación de sinónimos voluntarios (esto es lo que más le duele a Avellaneda y así lo dice en su Prólogo); lo lógico y natural es que el bando de los discretos, los amigos de Lope, salieran a la palestra acabado de publicar el Quijote y no esperar tanto tiempo para la réplica. Liñán escribió la obra, pero a su muerte quedaría incompleta, y sus amigos, Lope sobre todo, no quisieron publicarla para acallar los rumores y comentarios desfavorables que corrían entre el público y que una polémica no habría hecho más que ampliarlos y perjudicar a la misma causa. Dejaron dormir la obra de Liñán ..., ... pero al enterarse de lo adelantada que llevaba Cervantes la segunda parte de su Quijote..., se lanzaron al ataque manifiesto y rudo, publicando y dando los últimos toques a la obra de Liñán [sic]. Más adecuado sería decir: «dando los últimos toques y publicando». Lope no quiso aparecer en la lucha, pero lanzó a sus amigos a la arena, colaborando él en privado, ...



Me gustaría puntualizar algunos términos de esta nota, con los que no estoy de acuerdo. Para mí, que Liñán concluyó la obra y quedó a falta sólo de algún retoque o inclusión de determinados datos a que la sometieron posteriormente para «actualizarla» y así mejor disimular. Y no creo que el motivo de la publicación fue porque Cervantes llevaba muy avanzada la Segunda Parte, sino porque éste anunció en el «Prólogo» de las Novelas ejemplares que iba a realizarla -ya que sostengo que Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda antes de comenzar a escribir la segunda parte del suyo11-, y decidieron anticipársele.

Relacionadas con este asunto, Gómez Canseco12 expone opiniones controvertidas:

Respecto a las fechas [de elaboración del apócrifo], el texto nos suministra dos datos que deberían ser suficientes para delimitarlas: la mención de las Novelas ejemplares y la frase del primer párrafo de la novela «siendo expelidos los moros agarenos». El primer dato sitúa la composición del prólogo en los últimos meses de 1613 y el segundo marcaría el inicio de la novela a partir del 19 de mayo de 1610, fecha del edicto de expulsión de los moriscos de Aragón y Cataluña. En los dos años y medio se podía haber escrito la novela, y los descuidos que pueden detectarse en ella sugieren la hipótesis de una composición rápida. Quedaría por solventar la aparición de dos personajes moriscos en la obra, en concreto don Álvaro Tarfe y el melonero de Ateca. Enrique Espín Rodrigo sugirió que el grueso de la novela se escribió antes de 1610 y sólo en el último momento, al mismo tiempo que los preliminares, se añadiría el párrafo inicial con la mención del sabio Alisolán y la expulsión de los moriscos. En realidad los dos personajes aparecen en los primeros capítulos, y no es imposible que la novela se escribiera en diversas fases. Por otro lado, la tácita mención de Alisolán que se encuentra en el capítulo XXV parece contradecir la adición tardía del párrafo inicial y no es imposible que Avellaneda situara la acción en un tiempo inmediatamente posterior al fin de la primera parte [publicada en 1604 ó 1605], y por tanto ajeno a la expulsión de los moriscos.

Por otro lado [añade Gómez Canseco], la aparición de un don Álvaro morisco tiene el problema añadido de la cronología. Aunque el descubrimiento del original arábigo de la obra por parte del sabio Alisolán se remite a la expulsión de «los moros agarenos», es decir, a partir de 1610, la cronología interna de los hechos narrados nos informa de que han pasado seis meses de la vuelta de don Quijote a la aldea. Si nos remitimos a esa cronología interna, nada hay de extraño en la figura de un melonero morisco en Aragón ni aún en la del mismo don Álvaro, ... quien se presenta como un morisco perfectamente integrado en el ámbito de la nobleza, donde se le ha asignado un papel y un estamento que él asume por completo.



El mismo Gómez Canseco, en esta «introducción», expone:

A falta de un documento que acredite otra cosa, sólo puedo decir que el Quijote de Avellaneda no pudo escribirse sin la anuencia y la participación de Lope. [...] Mientras que no se encuentre un testimonio definitivo e irrefutable, la posibilidad que ahora me resulta más verosímil, y que podría explicar las incongruencias narrativas, la diferencia de tonos y estilos en el libro e incluso dar cabida a la cuestión de los aragonesismos, es la de una composición auspiciada por Lope, en la que él también participaría activamente, pero al mismo tiempo fragmentada y obra -no hay que descartar la posibilidad- de manos distintas, aunque todas amigas del Fénix.



Sobre este último punto, recoge Gómez Canseco en este «Introducción» (p. 124) la opinión de Manuel Durán, quien dice:

...señalo tres estilos diferentes en la escritura de Avellaneda: en primer lugar el estilo irónico de las partes correspondientes a la voz del narrador y de los personajes que rodean a los protagonistas; en segundo lugar el estilo arcaico de los discursos de don Quijote; y, por último, un estilo vulgar con el que se pretende caracterizar a Sancho. A estos tres niveles habría que añadir el estilo elevado de las novelas El rico desesperado y los Felices amantes, ajeno por completo al resto de la obra. Hay, sin embargo, elementos comunes a estos registros, como son los extensísimos periodos de sintaxis imposible, las enumeraciones prolijas y eruditas, el exceso de citas y latinazos, la tendencia a la oratoria y a las repeticiones, la preferencia en el estilo indirecto, el abuso en la perífrasis y los equívocos, la tendencia al detallismo o la utilización complejísima y reiterativa del zeugma.



Todos estos elementos comunes citados por Durán, a mí entender, abogan por que la composición de esta novela ha sido realizada por una sola mano. Algo que viene a corroborar Frago Gracia13:

Desde luego la unidad lingüística de todo el Quijote apócrifo está más que asegurada, y las interferencias, de todos modos puntuales, que en el texto se observan a un impresor o copista catalán, y no aragonés, se deben. La extraña idea de que esta novela se escribió «a varias manos», que en estas fechas de la conmemoración cervantina algunos repiten, no tiene sustento científico de ninguna clase, dicho desde la perspectiva lingüista. En cuanto a que el prólogo del QA pudiera estar escrito por Lope de Vega, o por cualquier otro autor distinto al que compuso la novela, Riquer de la especie lanzada por Nicolás Marín, que algunos cervantistas han recogido, confiesa «que tal hipótesis no logra convencerme», ...



Retomando el hilo de mi artículo, creo que está fuera de discusión que, si no el único, sí uno de los principales motivos de la composición del segundo Quijote fue la venganza, el «ajustar las cuentas» a Cervantes. Para que este fin tuviera efectividad, debería redactarse el texto inmediatamente y darse a la luz lo antes posible. Nunca después de una espera de casi diez años. ¿Qué justificación tiene, pues, lo que considero una incongruencia?

Yo encuentro la siguiente. Cabe suponer, con fundada posibilidad, que Liñán compone esta obra; pero se da la circunstancia de que fallece en 1607. Él, obviamente, no puede publicarla, pero pudieron ser depositarios de esta obra Lope y Aliaga, principalmente, y quizás algún otro de su grupo. Y esta obra, de momento, se queda aparcada, pero no por mucho tiempo, porque hay noticias de que este manuscrito circuló públicamente y lo más seguro es que llegara a conocimiento de Cervantes, forzándole a mover ficha, en el sentido de hacerle pensar, o que se propusiera la continuación. Es muy posible que, de no haber mediado esta circunstancia, el Príncipe de los Ingenios no hubiese llevado a término la promesa de una tercera salida de su Quijote, mas, por el manuscrito, se ve acuciado a cumplirla y emprender la tarea, mientras continúa haciendo gala de su vanidad, con sus incordios y aguijonazos, que salen a relucir o se plasman en 1613, en el «Prólogo al lector» y en la dedicatoria al Conde de Lemos en sus «Novelas ejemplares». Así comienza el «Prólogo»:

Quisiera yo, si fuera posible, lector amantísimo, excusarme de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse a mi don Quijote, que quedase con gana de secundar éste. Desto tiene la culpa algún amigo, de los muchos que en el discurso de mi vida he granjeado, antes con mi condición que con mi ingenio; el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja de este libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáuregui, y con esto quedara mi ambición satisfecha, y el deseo de algunos que querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo...

[...] Una cosa me atreveré a decirte: que si por algún modo alcanzara que la lección destas novelas pudiera inducir a quien las leyera a algún mal deseo o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escribí que sacarlas en público. Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano. [¿A qué se referirá Cervantes, cuando dice que gana «por nueve años»? Éste nació en 1547. Liñán en (¿) 1557. Según en qué mes lo hicieran cada uno, la diferencia en años entre ambos puede ser de nueve años. ¿Qué piques, que promueven este rencor póstumo tendrían que no conocemos? En el caso de que haya algo de realidad en lo que insinúo, porque reconozco que es absurdo. Pero creo que no se debe descartar ningún indicio por insignificante y disparatado que sea.]



Y siguiendo con el prólogo, sale a relucir la vanidad de Cervantes:

A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más, que me doy a entender, y es así, que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas extranjeras [esta opinión no sería del agrado de Lope] y estas son mías propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma. Y van apareciendo en los brazos de la estampa. Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco los Trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza; y primero verás, y con brevedad dilatadas, las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza [si no entiendo mal, Cervantes anuncia aquí -«con brevedad dilatadas»- la continuación de las hazañas de don Quijote, antes de los Trabajos de Persiles, anunció que cumplió] y luego las Semanas del Jardín. Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mías, pero ¿quién pondrá riendas a los deseos? Sólo esto quiero que consideres: que pues yo he tenido osadía de dirigir estas novelas al gran Conde de Lemos, algún misterio tienen escondido que las levanta.

No más, sino que Dios te guarde y a mí me dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados. Vale.



Y de la dedicatoria al Conde de Lemos son las siguientes líneas:

[...] Es el segundo decirles que las ponen debajo de su protección y amparo, porque las lenguas maldicientes y murmuradoras no se atrevan a morderlas y lacerarlas.

[...] Tampoco suplico a vuestra excelencia reciba en su tutela este libro, porque sé que si él no es bueno, aunque lo ponga debajo de las alas del Hipógrifo de Astolfo y a la sombra de la clava de Hércules, no dejarán los Zoilos, los Cínicos, los Aretinos y los Bernias de darse un filo en su vituperio, sin guardar respeto a nadie. [...]



En realidad, las posibles alusiones de este prólogo son muy suaves, pero si sus oponentes rivales -recordados, seguramente con los nombres propios del párrafo anterior-, receptores de ellas, estaban ya quemados, pero, sobre todo, ante el anuncio de Cervantes de la continuación de su Quijote, decidieron anticipársele, arremetiendo contra él de la manera que más podía dolerle, que no era otra que sacar a la palestra el que se ha dado en llamar Quijote apócrifo, el otro Quijote.

El libro, según mi opinión, lo pone Liñán, acaso a falta de algún retoque. Sin embargo, el «Prólogo» con el que se publica, no puede ser de él en lo referente a las Novelas ejemplares, ya que éstas se imprimieron años después de haber fallecido el bilbilitano. Además, por las primeras líneas del texto del prólogo, cabe deducir que no era un prólogo original, ya existente, sino retocado y ampliado, al menos eso presumo, quizá hilando muy fino: «Como casi es comedia toda la "Historia de don Quijote de la Mancha", no puede ni debe ir sin un prólogo...», por tanto -añado yo- había que acondicionar uno. Y quien pudo retocarlo y adaptarlo, o, incluso componerlo como pudiera haberlo hecho Liñán, fue Lope de Vega, y a éste puede referirse Cervantes en el «Prólogo» de su Segunda Parte cuando, en son de queja, dice:

... y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañose de todo en todo, que de tal adoro el ingenio, admiro las obras, y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas, y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.



En este «Prólogo» algunos investigadores -y yo estoy de acuerdo con ellos- creen que se refiere a Lope de Vega, que se hizo sacerdote en 1614 y fue nombrado familiar de la Inquisición. El elogio está lleno de maliciosa ironía, dada la licenciosa vida de Lope.

De los trámites concretos y materiales de la publicación de este Quijote, se encargaría Fray Luis de Aliaga. Pero antes de seguir adelante, para dar verosimilitud a mi tesis, interesa exponer algunas citas y reflexiones: Ya he apuntado que para que pueda cumplirse el objetivo principal de una «venganza», un requisito lógico y casi imprescindible es actuar con rapidez. Aquí no se cumple. Habrá que indagar el motivo, por lo que para completar los anteriores párrafos, hay que tener en cuenta otra cuestión, no menos importante:

Cuando se compone una novela de la dimensión de la que nos ocupa, lo más lógico es pensar en que se conozca y divulgue -en verla publicada, ¡vamos!, con el fin de lograr unos fines concretos, como pueden ser estima, notoriedad, respeto, dinero,... etc. Con el añadido, en este caso, de que se sepa quien es el «castigador». Fines que no se cumplen si la novela sale con un seudónimo. Ahora bien, una cosa es querer publicarla y otra que se pueda hacer (lo mismo entonces, que ahora), si no se cuenta con editor o con recursos económicos.

En el caso de poder editarla -me refiero concretamente ahora al Quijote apócrifo ¿a qué contratiempos se exponía su autor si veía la luz con su nombre? ¿A pena de cárcel? No, porque no era un plagio. ¿A la ira, denuestos y diatribas del perjudicado, en este caso de Cervantes o de sus amigos y valedores? Es relativo, porque igual (como sucede actualmente) le beneficiaba esta «publicidad» si sabía aprovecharse, y podría verse más valorada y promocionada su obra. ¿A qué posible motivo se debe, pues, que fuese publicada con seudónimo?

Se me ocurre uno entre otros posibles. Puestos en la tesitura a que he llegado, Fray Luis de Aliaga se encarga de los trámites de su edición. ¿Quién pone la firma? Si se tratase de un libro «normal», su autor, aunque hubiese fallecido. Pero en este caso concreto que podía -como de hecho ha sucedido- levantar gran polémica, no era oportuno. Tampoco podía ir con la firma de los intervinientes en su publicación. Eras preciso buscarle un seudónimo. ¿Cuál?

Aquí es oportuno un inciso: Ya hemos dicho transcribiendo párrafos del Latassa en los que con el apodo de «Avellaneda» era injuriado el encopetado Aliaga, y «que también se conocía al mismo personaje con el epíteto de Sancho Panza», y que el libro de Aliaga Venganza de la Lengua española... para mortificar a Quevedo lo firmó con el seudónimo Juan Alonso Laureles.

Sería interesante conocer el momento exacto en que se le atribuyeron a Aliaga los citados motes. El de «Sancho Panza», ¿antes o a partir de la publicación del Quijote de Cervantes? Si fue antes, pudo Cervantes aprovecharse de esta circunstancia para, a través de su personaje, ridicularizar a Aliaga con una impunidad garantizada. Si fue después, la opinión pública pudo relacionar episodios ficticios protagonizados por Sancho con episodios reales protagonizados por Aliaga, con el mismo efecto de ser ridicularizado. En cualquier caso, Aliaga tenía motivos para estar enfadado, «sentirse ofendido» por Cervantes.

Francisco Lázaro Polo, en «Turia», expone:

Es, asimismo, el conde de Villamediana quien insinúa en una décima en la que también se regocija de la caída del dominico, la estrecha relación del confesor real con el Quijote apócrifo ... -y añade- ... Villamediana designa a Aliaga con el nombre del escudero de don Quijote, un mote con el que se le debía conocer desde que apareció la obra apócrifa: [Tras de los dos puntos, figura la décima transcrita en este artículo. Y continúa]: En otra ocasión, el noble Villamediana, en una letrilla satírica, aboga por el cese fulminante del confesor: «Los que sirven, a sus plazas; / Los demás, a descansar; / El obispo a su lugar, / El Confesor a su casa. / En todo se ponga tasa, / Porque Dios así lo manda./ Anda, niña, anda».



Sobre este punto (Revilla y Alcántara, p. 654), exponen que algunos críticos:

... dicen que en el Quijote hay un sentido oculto político y aun religioso, mientras que otros afirman que en él quiso Cervantes retratar a la humanidad. Quién ve en él una sátira contra empresas de Carlos V; quién una semibiografía del mismo Cervantes; quién una venganza de éste contra los vecinos de Argamasilla, en cuya cárcel se dice estuvo preso, y quién una burla dirigida al duque de Medina-Sidonia o a Blanco de Paz, enemigo de Cervantes. Mientras que unos creen que en D. Quijote se retrata a la clase noble y en Sancho Panza a la plebeya, otros opinan que ambos caracteres son retratos de personajes de la época.



Respecto al de «Avellaneda», interesaría saber si se le aplicaba antes o después de la aparición del Quijote apócrifo. Si fue antes, pudo servir este mote (junto con el de «Alonso» ya empleado con un fin análogo) para completar el seudónimo Alonso Fernández de Avellaneda. Si fueron después «Avellaneda» y «Sancho Panza», cabe suponer que se le aplicaron porque creía la gente con fundamento que él era el autor o había colaborado decisivamente en la publicación de la novela apócrifa.

Sobre la posibilidad de que Aliaga fuese capaz de usar estas artimañas, en Latassa se nos proporciona una pista: Tras hablar de la Venganza de la Lengua española..., se añade:

Como se ve el padre Aliaga era pez de muchas escamas. Bajo su frente anidábanse muchas marrullerías. Era por instinto poco amigo de situaciones poco despejadas. Hería, pero siempre esquivando el pecho al adversario. Había nacido para librar grandes batallas contra los cortesanos de espinazo flexible, darles la zancadilla y vencerlos. El ambiente de los palacios enervó algún tanto su inteligencia.



Ya tenemos, pues, casi elaborado el seudónimo: Licenciado, porque lo era Pedro Liñán de Riaza; Alonso, por volver a usar el empleado en La Venganza de la Lengua española...; y Avellaneda, porque con este apodo se conocía a Aliaga, quien como sostengo pudo participar activamente en la publicación.

Falta el Fernández. En el libro La identidad de Avellaneda, el autor del otro Quijote, no digo nada de este apellido, aunque pensaba que podría haberse puesto al azar, para despistar mejor.

Pero ahora sé que López Navío facilitó una respuesta que puede ser acertada:

Fernández. Era el apellido de Lope de Vega, por parte de su madre, Francisca Fernández Flores, nunca recordada por él en sus obras y cuyo apellido no sabían muchos, y tan difícil de localizar por ser tan común.



[López Navío, en la Nota nº 50, ya citada, continúa exponiendo los motivos que cree han llevado a escoger el apellido Avellaneda, pero antes dice]:

[...] Y ahora viene la cuestión del seudónimo. ¿Por qué el fingido autor del Quijote se llamó así? Creo que este nombre fue inventado por los discípulos de Lope de Vega, y con él designaron al Fénix, a su admirado maestro, el jefe indiscutible de la nueva escuela dramática, al mismo Lope. La interpretación que propongo, y me parece más probable es esta.

Alonso. Es el nombre del héroe cervantino. Alonso Quijana (Don Quijote), el alias de Lope para Cervantes, cuya identidad conocían muy bien los contertulios y los admiradores del gran poeta, Lope, cuyo sinónimo voluntario sabían ellos muy bien: Don Quijote (ALONSO Quijana). Muerto Liñán, creyeron que nadie mejor que su íntimo amigo podría heredar su obra, compuesta seguramente por inspiración del mismo Lope, pero que la muerte no dejó terminar a Liñán de Riaza. Y a esto se puede atribuir el que Cervantes nos dé tan buenos datos sobre su contrincante, pues no podía decir claramente que era Liñán, muerto ya hacía varios años. Sus enemigos se hubieran reído de él, ante una afirmación tan falsa en apariencia. Por eso nos dice vagamente que parece «aragonés en el lenguaje»

Fernández, [ya trascrito].

Avellaneda. Por reminiscencias de lo que dice Cervantes de su héroe: «la historia de un hijo seco y avellanado» (Prólogo, I); y seco, enjuto y avellanado nos describe el gran Cervantes a su héroe a lo largo de la obra. Un hombre alto de cuerpo, estirado y avellanado era un rasgo típico del héroe cervantino, del sinónimo voluntario de don Quijote (Lope), y el Fénix tenía también esos rasgos morfológicos. Por eso he indicado ya antes que Cervantes se inspiró en Lope de Vega para describirnos al héroe de la novela, y que el retrato de Lope hecho por Pacheco es el don Quijote auténtico; sólo le falta el morrión y la lanza.

Y queda el último término referente al licenciado, tal como aparece en la portada: natural de Tordesillas. Que el lugar es fingido, no cabe duda; y así lo reconoció Cervantes al hablar de su enemigo: «un tal vecino de Tordesillas» y «a pesar del escritor fingido y tordesillesco». Pero, ¿por qué hicieron al seudo autor natural de la villa de Tordesillas? Creo que por los padres de Lope de Vega nacidos allí, o haber vivido en esta ciudad varios años, o por lo menos algunos de sus familiares. Esto parecerá raro a primera vista, después de habernos dicho Lope varias veces que sus padres son originarios de Carriedo (Santander), [como se desprende de una «Epístola a Amarilis» en verso que transcribe].

Pero en esto hay mucho de licencia poética, pues los padres de Lope de Vega debieron de salir del valle de Carriedo mucho antes, pues en 1554 residían en Valladolid (allí nació un hijo, Francisco) y allí residían en 1568 (cuando nació otra hija, Isabel). Claro esta, pues, que la madre de Lope no siguió a su padre, «de celos llena» desde el valle de Carriedo, sino desde Valladolid. Y antes de estar en Valladolid, debieron estar los padres de Lope en Olmedo y Tordesillas, y de ahí el llamar al licenciado Avellaneda (Lope) «natural de Tordesillas». [De esta nota, que se desarrolla en 11 páginas, solo transcribo aquí la parte que se relaciona directamente con el punto que tratamos, y que ocupa aproximadamente 1 página.]



Como vemos, tenemos dos hipótesis, subdivididas en tres y en cuatro puntos cada una, de cómo pudo formarse el seudónimo. Y creo que, en vez de contraponerse dichos apartados, más bien se complementan y enriquecen, quedando en mano del lector optar, en todo o en parte, por la versión que más se acomode a su gusto o a su exigencia.

Y por considerarlo interesante en relación con este tema, transcribo la opinión de Martín Jiménez (libro citado, p. 173), quien dice: «Pero también hemos podido comprobar que el manuscrito del Quijote apócrifo llevaba un prólogo en el que ya constaban los insultos a Cervantes». De este párrafo, me quedo con la «existencia del manuscrito», que pudo ponerse en circulación después de mayo de 1610, fecha de la expulsión de los moriscos, salvo que en el manuscrito no se hubiese consignado este dato, y fuese añadido poco antes de su publicación.

Y ahora viene otra cuestión intrincada, porque en este negocio todo es misterioso. En la portada del apócrifo reza que se imprimió: «Con licencia, en Tarragona en casa de Felipe Roberto, Año 1614». Pero hasta el lugar y el nombre del impresor pueden ser ficticios, como lo es el nombre del autor al que se atribuye la obra. Según una nota de Francisco Lozano Polo:

Juan Canavaggio ha señalado que la aprobación y el permiso de Avellaneda son falsos ya que sus firmantes no eran competentes para firmarlos; falsa es, así mismo, según este estudioso la mención de Felipe Robert, ya que este personaje había cerrado su negocio hacía un año; y, tal vez de en Tarragona, se imprimió en Barcelona. Vid. «Cervantes», Madrid, Espasa y Calpe, S.A., 1997.



Ramón D. Perés14, dice, a este respecto:

Recientemente han vuelto a agitar esta cuestión un artículo de don Emilio Cotarelo, publicado en el boletín de la Academia Española, sosteniendo que el autor del Quijote de Avellaneda era Guillén de Castro y que el libro se imprimió en Valencia [por Mey, por la igualdad en el grabado que se ve en la portada de Cervantes impreso en este punto], no en Tarragona, como se fingió, y otros dos artículos de Vicente Vindel, afirmando, por el contrario, que la obra fue impresa en Barcelona, por Sebastián Cormellas, y que el autor fue Alfonso de Ledesma, un segoviano de quien hasta ahora no solía hablarse más que como poeta.



En el Q. II, cap. LXII, hay un párrafo que puede tener su importancia en este punto oscuro. Estando don Quijote visitando una imprenta en Barcelona:

... pasó adelante a otro cajón, donde vio que estaban corrigiendo un libro que se titulaba Luz del alma [de fray Felipe de Meneses], y en viéndole, dijo:

-Estos tales libros, aunque hay muchos deste género, son los que se deben imprimir, porque son muchos los pecadores que se usan, y son menester infinitas luces para tantos desumbrados.

Pasó adelante y vio asimesmo estaban corrigiendo otro libro; y preguntando su título, le respondieron que se llamaba la Segunda parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas.

-Ya yo tengo noticia deste libro -dijo don Quijote-, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos, por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco; que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o a la semejanza della, y las verdaderas, tanto son mejores cuanto son más verdaderas.



En la edición de RBA Coleccionables, 2002, viene esta nota: «No se sabe de ninguna edición del Quijote de Avellaneda publicada en Barcelona a que pudiera referirse Cervantes». Y en la edición de Florencio Sevilla, 2004: Como hemos dicho, se imprimió en «Tarragona, sin que fuese impreso hasta 1732 (Madrid) y sin que se conozca reimpresión alguna hecha en Barcelona, por lo que Astrana Marín conjeturó que Cervantes debía saber que el Quijote apócrifo había salido clandestinamente en Barcelona».

Gómez Canseco, en la citada «Introducción» (p. 140), expone:

Desde principios del siglo [XX] se apuntó la posibilidad de que el libro hubiese sido impreso en Zaragoza o en Barcelona, y también desde entonces se alzaron voces de eruditos tarraconenses reivindicando la paternidad del apócrifo para su ciudad. En 1916, el arzobispo de Tarragona don Antolín López Peláez, sacó a la luz los documentos que demostraban la existencia de Rafael Ortopeda y de Francisco Torme y de Lliori, firmantes respectivamente de la aprobación y de la licencia.

[...] No hay que olvidar en este caso -prosigue Gómez Canseco- el vínculo de un Lope de Vega que andaba detrás del asunto Avellaneda y que mantenía por entonces una estrecha relación con Cormellas, de cuya imprenta salieron, por esas fechas La Arcadia (1620), El peregrino en su patria (1605), La segunda parte de las comedias (1611), La primera parte de las comedias (1612) o, en ese mismo año de 1614 las Doce comedias y la Tercera parte de las comedias. Por si fuera poco, también Astrana Marín defendió que la obra tenía aprobaciones también falsas y había sido impresa en Barcelona.



Seguro que Cervantes conocía todos estos manejos, porque según expone Gómez Canseco, y estoy completamente de acuerdo, como he manifestado en varios artículos:

Sería sorprendente que, en un ambiente tan reducido como el de la vida literaria de la corte española a principios del siglo XVII, pudiera pasar incógnita a Cervantes la identidad del rival, y hasta que el mismo Avellaneda no hiciera alardes en esos círculos literarios de la dudosa hazaña. Más bien parece que todo quedó entre ambos escritores en un fingido anonimato de alusiones y sobrentendidos que acaso hoy se nos escapen15.



Pero Cervantes no quiso desvelar el secreto abiertamente por no inmortalizar al colega que le metía el dedo en los ojos y le amargaba la última etapa de su existencia. Además, estaba maniatado por temor a enfrentarse a poderosos enemigos, familiares del Santo Oficio, capitaneados por el omnipotente Fray Luis de Aliaga, todo un confesor del Rey. Él Cervantes, en entredicho por considerársele con antecedentes judíos, quien tenía motivos para ocultar ciertos episodios personales de dominio público, con una vida conflictiva que lo había llevado a la cárcel en varias ocasiones, no podía atacar abiertamente a sus adversarios.

No obstante, si no arremetió con dureza contra sus enemigos, sí que los señaló. A Lope, en el «Prólogo» y en algunas partes de su obra. A Aliaga en los párrafos transcritos de los capítulos XXXI y XXXII. Y a Liñán, con menos claridad ahora, pero profusa y abundantemente a lo largo de su obra y que recojo en los artículos citados y en las notas.

Estoy convencido de que Avellaneda es Liñán de Riaza, y de que Lope de Vega tuvo una participación activa en el seguimiento de la obra que escribía su amigo a favor suyo, y en su publicación, y me reafirma en esta hipótesis el que muchos años después de muerto Liñán, le dedique Lope de Vega encendidos y reiterados elogios en Jerusalem conquistada (1621); Epístola 3 de El Jardín, en el mismo volumen: en la Circe (1924); en Laurel de Apolo (1629); y en La Dorotea (1632), como si estuviera en deuda con él y quisiera recordarle y recompensarle por algún motivo trascendente, al margen de la amistad que se profesaban.

En un asunto tan intrincado como éste es difícil alcanzar la verdad matemática o absoluta. Acaso se podría llegar a ella por la aparición de algún documento cuyo contenido no ofreciera dudas. Algo que creo imposible que se produzca. Pero la frase de Martín Jiménez citada, cuando dice: «...hemos podido comprobar que el manuscrito del Quijote apócrifo llevaba...», abre un portillo a la esperanza. Si este manuscrito fuese el original redactado por el propio Avellaneda, podría cotejarse caligráficamente con los manuscritos que se conservan o pueden encontrarse de Liñán. Sería ésta la prueba de fuego. La confirmación que pondría fin a uno de los mayores arcanos de la literatura universal.

Calatayud, 1 de septiembre de 2007.





 
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