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En otros casos, la celda particular era compartida por mujeres seglares con quienes las monjas hacían su vida «familiar». La desarticulación de estos espacios significaba la descomposición de núcleos familiares cohesionados por afectos y costumbres, lo que fue uno de los puntos de mayor controversia durante la reforma. Específicamente la salida de las niñas y las sirvientas originó una serie de inconformidades al respecto, pues ellas argumentaban que lejos de ser una falta el compartir las celdas era un acto de caridad ya que;

por que todas gozan de las celdas de las religiosas mayores bajo cuya tutela o patrocinio entran en la religión y comúnmente las llaman sus madres, o bulgarmente sus nanas, que es un genero de maternidad charitativa y religiosa, y un vínculo de tan estrecho respeto y mutuo amor como la legítima adopción, y esta caritativa maternidad es perpetua pues dura toda la vida [...]332



Al igual que los dormitorios, las celdas «particulares», fueron lugares en que se expresaban las formas de privacidad máxima dentro del convento. En algunos casos fueron los espacios en donde las religiosas con inclinaciones místicas se acercaban a su amado. Así se muestra en la biografía de una religiosa notable de La Concepción;

N. S. la separo de si y le dixo que tratara de buscar a su esposo, y que lo hallaría en la soledad donde la comunicaria con intimidad sus favores: y así aparto habitación Geronima fabricando una pequeña celda de solo un aposento con una ventanilla al patio principal (y es hoy el que llaman de las Abbadesas) y aqui se retiró con tal abstracción del trato de criaturas, que a ninguna comunicaba y no salía de su celdilla, sino para el choro y actos de comunidad, gastando en ella las horas que sobraban de sus fervorosos ministerios en oración y exercicios de mortificación [...]333



La celda constituía el microcosmos íntimo de las religiosas, duplicaba y sobredeterminaba la personalidad de quien la habitaba. Era una construcción pero también una habitación, un hogar que resguardaba en un sentido profundo, era el simbolismo fundamental de la intimidad. Estas monjas que vivían cómodamente, que adornaban sus atuendos o financiaban las fiestas del santo de su preferencia, proyectaban su posición social dentro y fuera del monasterio.

Las celdas fueron utilizadas también como espacios de retiro de las religiosas enfermas que tenían sirvientas, de hecho eran los espacios más íntimos con el que contaban. Ellas las decoraban según su gusto y posibilidades y convivían con sus niñas, mozas o parientes. Las reformas de Fabián y Fuero eran implacables al respecto pues ordenó que se derrumbaran las galerías de celdas individuales, argumentando que lejos de ser habitadas por una sola monja había en ellas hasta tres camas. Hacia octubre de 1769, el prelado reformista empezó la visita a los conventos de calzadas de la ciudad. Una monja relatora en Santa Inés cita que:

fue la única visita que en todos los ocho años que gobernó nos iso a todas, y entró con el vicario, el probisor y el maestro mayor de arquitectura a disponer y mandar se echaron abajo muchos edificios de seldas y ermitas que teniamos destinadas para el retiro de dies dias de ejercicios para que se isieran con toda brevedad las oficinas para al practica de la vida común [...]334



Ochenta albañiles ejecutaron el destrozo de los claustros conformados por los conjuntos de celdas particulares, justificando tal intromisión la necesidad de «hacer más grande la huerta del monasterio». La desaparición de estos espacios significó la modificación de la composición de las pobladoras del convento. Al salir las niñas, las sirvientas y las familiares y reducirse el número de legas, cobrarían más fuerza los espacios colectivos utilizados por un conjunto social menos diferenciado.

Uno de los resultados de las reformas conventuales fue la modificación de las áreas privadas al alterar la estructura arquitectónica que los conventos habían adquirido entre los siglos XVII y XVIII. Se cambio la arquitectura interna del monasterio al pretender que las monjas vivieran como nunca habían vivido, pues las normas de Borromeo y las constituciones señalaban la posibilidad de dividir sus dormitorios y utilizarlos privadamente. Esta fue la mayor alteración de la vida privada y la estructura conventual. María Margarita de la Santísima Trinidad argumentó que la acción emprendida por Fabián y Fuero pretendía cuestionar su libertad:

[...] permitiéndonos esta (constitución) tener celdas quasi todas las mandó derrivar su Ilma. haciendo crecidos gastos al Convento para tirar el dinero que gastaron nuestros padres y parientes en fabricar celdas, todo esto sin voluntad nuestra [...]335



Las reformas a los conventos de calzadas en la Nueva España intentaron romper con un modelo cultural que se había conformado durante más de doscientos años. Este se sustentaba en manifestaciones de religiosidad familiar y privada y en una forma determinada de vida cotidiana exteriorizada de diversas formas, mismas que la corona trató de suprimir en el siglo XVIII.

En síntesis las áreas que se afectaron fueron las de sociabilidad pública; locutorios, tornos y porterías; las de sociabilidad colectiva interna, los claustros, el refectorio, las enfermerías y las zonas de mayor privacidad; las celdas de numerarias y supernumerarias. Su destrucción o modificaciones debieron indignar no sólo a las religiosas sino a sus parientes, pues significaba el fin de un estilo de vida. Socialmente se alteraron las posibilidades de comunicación del convento con el exterior, las pautas de comportamiento de las comunidades con el cambio de confesores, la redistribución de oficios en torno al «gran claustro» y de manera por demás grave, la convivencia familiar interna con la expulsión de niñas y mozas y el derrumbamiento de las celdas.

La decisión de reformar la vida de las religiosas se produjo de manera brusca, por participación personal de los dos mitrados que ocuparon las más importantes diócesis novohispanas hacia 1770. El arzobispo Lorenzana y el obispo Fabián y Fuero de Puebla, pusieron en marcha el proceso de reforma conventual que acarrearía tantas complicaciones y asestaría un golpe definitivo al sistema que en el claustro se había practicado durante más de doscientos años336.

Entre 1765 y 1773 se registraron diversas reacciones por parte de las monjas de la ciudades de Puebla y de México ante la imposición de las reformas. Estas reacciones tuvieron diferentes matices y consecuencias, apelando a diferentes instancias como lo fueron la real audiencia y el mismo concilio. Éstas, a su vez, y con la aprobación del rey, acordaron hacer investigaciones y conocer mejor la situación de cada monasterio. Las monjas se quejaban de ser presionadas por las superioras y por el obispo para aceptar modificaciones en sus condiciones de vida con el pretexto de restaurar la «vida común».

En oposición a la aplicación violenta de estas reformas, se llegó a la mayor infracción de la clausura de que se tiene conocimiento: «El 11 de febrero del dicho año el alboroto de las monjas de santa Inés sobre la vida recoleta (vida común) debióse a que unas la querían seguir y otras no». En las visitas promovidas por las autoridades se solicitaba la firma de las monjas como señal de aceptación y conformidad. Sin embargo el enojo surgió a raíz de la falsificación de las firmas de las que se negaban a aceptar tales cambios337 . El enfrentamiento estalló cuando:

El 11 de febrero hubo un alboroto de las monjas de Santa Ynés [...] pedían auxilio por las azoteas y repicaban las campanas [...]338



Algunas monjas amenazaron incluso con salir a la portería del convento y llamar a la gente para que escuchara sus quejas. Como reacción ante este intento de rebeldía y ruptura de la clausura «al otro día las puertas del convento amanecieron tapiadas», no sin antes haber intervenido la fuerza pública para derribar los tabiques de las celdas individuales339. De las doce monjas involucradas en el levantamiento fallecieron dos.

Dramática resultó particularmente le expulsión de las niñas seglares de los conventos. Varias fueron las opciones propuestas. Algunas pudieron quedarse en los colegios como en el caso de San Jerónimo de Puebla340. Otras, las más ancianas y enfermas, se limitaron a vivir de la limosna de cuatro pesos mensuales que el obispo les asignó341. O en otros pocos casos, por excepción, se les permitió continuar enclaustradas porque su edad les permitía servir bien a la comunidad.

Después del incidente del motín de las «meses» y de otras airadas protestas, las autoridades resolvieron continuar paulatinamente con la introducción de la vida común, misma que las nuevas profesas jurarían seguir el resto de sus vidas. Esto significó que por algún tiempo continuaran viviendo «apasionadas»342 y recoletas en los mismos claustros de calzadas.








ArribaAbajoTercera parte

Las familias y la religiosidad monacal



ArribaAbajoIntroducción

Los conventos poblanos se fueron estableciendo paulatinamente y con ellos la identificación de los diversos grupos sociales. Producto de este hecho fue su influencia en otros aspectos de la vida social, incluso el material. La ubicación de los monasterios en la ciudad, la calidad de sus construcciones y obras artísticas que albergaban, su capacidad para aglutinar a la población en misas y festividades, el ingreso de las doncellas en ellos, la calidad de la dote y la riqueza conventual eran expresión de una actitud religiosa que se incrementaba día con día.

No se podría explicar la influencia monacal sin aludir al gran peso que la sociedad otorgaba a los conventos y a los arquetipos que formaba. Este hecho se evidenció en los diversos aspectos; las instituciones conventuales fueron depositarias de los valores femeninos por excelencia: además de salvaguardar el honor del linaje, proporcionaban seguridad y prestigio, contribuyendo, en algunos casos a impedir la desintegración del patrimonio. En este sentido la familia constituyó la parte central de la relación entre los conventos y la sociedad ya que existió un patrón de comportamiento familiar ligado al auge de las fundaciones conventuales del siglo XVII. Durante el siglo XVIII esta vinculación tuvo su máxima expresión a través del criollismo regional.




ArribaAbajoLa evolución de los conventos y la vida de la ciudad

Los conventos de mujeres florecieron con la ciudad. En un periodo de setenta años (1556-1626) que coincidió con el auge urbano, se establecieron siete monasterios, seis de calzadas: Santa Catalina, San Jerónimo, La Concepción, Santa Clara, La Santísima Trinidad y Santa Inés y uno de descalzas llamado de Santa Teresa. La segunda gran oleada de fundaciones abarcó casi otros setenta años (1682-1748) y dio un nuevo impulso a la religiosidad del siglo XVIII con dos conventos de recoletas; Santa Mónica y Santa Rosa incluyendo en este grupo a las franciscanas capuchinas y a las descalzas de La Soledad.

Un punto de partida sustancial de la relación existente entre la ciudad y los conventos fue el ingreso y origen de las religiosas. Las mejores fuentes para conocer el número de monjas dentro de los conventos en un momento determinado son los informes eclesiásticos o, en su defecto, de cronistas urbanos. Para fines del siglo XVII y durante el XVIII, poseemos dos informes eclesiásticos (1689 y 1769) y otro de un cronista (1714). Un resumen de ellos se puede ver en el cuadro 6. Las discrepancias de las cifras entre una y otra fuente se podrían explicar porque en 1714 no se consideraron las hermanas legas. Con esta salvedad, podemos señalar que en el siglo XVIII los conventos más poblados fueron Santa Catalina, La Concepción y Santa Clara, ya que albergaban cada uno a más de 70 monjas343. Después estaban los monasterios de La Santísima, San Jerónimo y Santa Inés con alrededor de 60 cada uno. Finalmente Santa Rosa y Santa Mónica, que contabilizaron un promedio de menos de 30 religiosas cada uno. Los de descalzas, La Soledad y Santa Teresa, siempre mantuvieron un número fijo de 21 miembros. Por lo que se refiere a la riqueza de los conventos, de acuerdo con Alcalá y Mendiola, a principios del siglo XVIII La Concepción y Santa Catalina eran los más ricos, estimándose el valor de sus bienes en más de 500 000 pesos. Después se podrían citar a San Jerónimo, Santa Inés, La Santísima y Santa Clara, con bienes entre 240 000 y 340 000 pesos344. Finalmente estaba el resto de los monasterios, cuyo valor de rentas no llegaba a los 200 000 pesos.

Esto nos ofrece una idea de la proporción e importancia numérica que los conventos llegaron a adquirir. Sin embargo, cualquier cifra debe tomarse con reservas cuando se pretende hablar de su presencia social. En el caso de Santa Rosa, por ejemplo, aunque contaba en sus inicios con un número limitado de religosas y rentas modestas, su fundación fue muy importante en el siglo XVIII pues representó la identidad criolla a través del culto a la primera santa americana y fue modelo de la nueva religiosidad dieciochesca local.

Casi la totalidad de los monasterios tenían especificado un número de religiosas en torno al cual se mantenían345. El testimonio de Alcalá y Mendiola de 1714 deja ver que la mayoría de ellos estaban ocupados a su límite346, y por consiguiente las nuevas fundaciones del siglo obedecieron a la falta de opciones de vida religiosa para las doncellas poblanas.

Los informes eclesiásticos y las crónicas son escasos, aunque muy importantes, y se refieren a los conventos en un momento determinado, pero no permiten conocer la dinámica de ellos ni los cambios que sufrieron. La única fuente con fiable que permite hacer un seguimiento secuencial de este asunto son los libros de profesiones de los monasterios347. Gracias a ellos, tenemos información acerca de seis de los once conventos que existieron en Puebla hasta el siglo XVIII: las calzadas de La Concepción y Santa Catalaina, las Carmelitas Descalzas de Santa Teresa, y La Soledad a los que se puede añadir el de Capuchinas y finalmente el de recoletas de Santa Rosa. Los datos que poseemos son bastante confiables para seguir el ingreso de religiosas a través de los años. Para los cinco conventos restantes se reconstruyó la serie utilizando principalmente los testamentos de las monjas y sus padres localizados en el archivo de notarías y en el caso de San Jerónimo el libro de defunciones del mismo convento.

Cuadro 6

Número de religiosas, bienes y rentas en los conventos de Puebla (1689 y 1714)

Convento Monjas
1689
Monjas
1714
Monjas
1769
Bienes
1714
Santa Catalina 74
(11 legas)
76* 96* 523 665
San Jerónimo 51
(11 legas)
50* 76 369 000
11 800 (Obra pía de Casado)
13 380 (Obra pía de Carmona)
18 250 (Obra pía de
«Escudero de Rosas»)
La Concepción 89 70* 79 633 917
Santa Clara - 110 240 000
Santa Inés 66
(8 legas)
44* 63 333 000
La Santísima 55 55* 64 332 340
Santa Teresa 18
(4 legas)
21* - 164 000
Santa Mónica 20 - - 186 568
Capuchinas - 28* - -
Santa Rosa - 21 25 81 600
La Soledad - - 21 -

FUENTES: para 1689, AGI, México, 346; para 1714: Alcalá y Mendiola, 1714 [1993], pp. 117-122. Con * se indica Alcalá y Mendiola establece como fijo para las monjas. Para 1769: AGI. Informe varios.

El seguimiento numérico se enriqueció cuando esta información aportó datos sobre la procedencia familiar de las religiosas. La recuperación documental con esta variedad de fuentes dio como resultado 2 615 fichas con variadas referencias parentales. Sin embargo para la formación de la base de datos se consideraron los casos en los que se especificó además del nombre de la novicia, el apellido de sus padres y la fecha de ingreso al convento en cuestión. Con esta salvedad, el registro documental más completo se redefinió finalmente con 1733 casos que se estiman representativos de la población conventual.

La gráfica 1 muestra en conjunto las variaciones anuales de las profesiones desde fines del siglo XVI. Las tres grandes puntas que se observan de 1610, 1710 y 1740 obedecen a nuevas funciones. En esos momentos, ingresaban a los conventos en el mismo año un número considerable de religiosas debido a que, además de las aspirantes, se poblaba la nueva comunidad de monjas procedentes de otros conventos, en general de su filial más antigua. Como generalmente la mayoría de las fundadoras que provenían de otros monasterios eran personas mayores o las beatas habían tenido que esperar muchos años antes de profesar formalmente, la renovación de esta primera generación de los monasterios era rápida348. Se podría sugerir además que, después de los incrementos de 1710 y 1740, hubo una tendencia a la baja en dos momentos históricamente significativos entre 1750-1770 y en 1800-1820 atribuible en cierta medida a las reformas promovidas por Fabián y Fuero y a la guerra de Independencia respectivamente.

Si analizamos la información para los monasterios sobre los cuales poseemos libros de profesiones, este hecho puede quedar más claro. Dada su diferente naturaleza, podemos considerar a los conventos de calzadas y de descalzas por separado. Las gráficas 2 y 3 corresponden a los dos principales conventos del primer tipo: La Concepción y Santa Catalina. Ahí se representa la frecuencia de ingreso a los conventos cada veinte años y comprenden desde la fundación de cada convento hasta 1820 aproximadamente349.

Gráfica

Gráfica 1. Profesiones, anuales (muestra): Santa Catalina, La Concepción, Santa Teresa, Capuchinas y La Soledad (1590-1820)

El caso del convento de La Concepción muestra, después de una baja sensible en los años 1681-1700350, niveles de recuperación entre 1701 y 1740 parecidos a los del siglo XVII. Después de 1741 los ritmos de las profesiones disminuyeron mostrando un lento ascenso hasta 1800 para finalizar con una dramática caída hacia 1820.

Gráfica

Gráfica 2. Profesiones del convento de La Concepción cada veinte años (1590-1820)

Gráfica

Gráfica 3. Profesiones del convento de Santa Catalina cada veinte años (1600-1820)

Por lo que se refiere al convento de Santa Catalina (gráfica 3), los resultados son coincidentes con La Concepción para el periodo de descenso en las profesiones de 1681 a 1700, marcándose en adelante un ritmo de recuperación mucho más lento que su precedente del siglo XVII. Después, a pesar de la recuperación de las profesiones entre 1741-1760 y 1781-1800, la disminución del ingreso de religiosas parece más clara durante casi toda la primera mitad del siglo XVIII, fenómeno que se acentuó entre 1761-1780 y 1801-1820.

Lo que resulta concluyente de ambos casos es una disminución de las profesiones, aunque en diferentes momentos del siglo XVIII351. Las profesiones, aunque con algunos altibajos, disminuyeron a lo largo de ese siglo. Dado que estos monasterios figuraban entre los principales de calzadas, es muy probable que los demás conventos de este tipo hayan sufrido similar situación. Esta baja se tradujo en menor número de religiosas, dado que sería difícil atribuir las variaciones en el número de profesas numerarias exclusivamente a cambios en la esperanza de vida dentro de estas comunidades352. ¿Se puede pensar que influyó la reforma de los conventos de mujeres en el descenso del siglo XVIII? Para tener una idea precisa de ello hemos tomado las profesiones anuales de La Concepción y Santa Catalina desde 1750 hasta 1820 (gráfica 4). Existe una clara coincidencia entre la baja de 1761-1774 y las reformas conventuales. Durante este periodo Santa Catalina no recibió ninguna nueva profesión en tanto que La Concepción apenas logró una anual.

Gráfica

Gráfica 4. Profesiones anuales de los conventos de Santa Catalina y La Concepción (1749-1808)

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